lunes, 28 de febrero de 2011

EL DISCURSO DEL REY película de 'valores'

La industria del cine ha concentrado de forma previsible sus premios principales en El discurso del rey, recibiendo el Oscar a la mejor película, Colin Firth al mejor actor, Tom Hooper al mejor director. Este film de corte clásico marcado por la fuerza interpretativa de los actores británicos y un guión inteligente, también premiado, que representa los valores de la superación y la amistad nos muestra como desde debilidad el ser humano puede trascender sus posibilidades y asumir los compromisos que parecen imposibles. Como ha señalado Lisa Respers France de la CNN las nominadas, que no eran directamente religiosas, sí tenían connotaciones profundamente espirituales.

Este elogio a la amistad es sin duda una buena noticia de un tipo de cine que abre a la esperanza y ofrece modelos de sentido. Aunque hubiera sido interesante el reconocimiento de los hermanos Coen en la dirección de Valor de Ley una película cruda sobre la naturaleza humana que afronta el lado oscuro del deseo de venganza desde una perspectiva profunda que asume la culpa y se abre al futuro en confianza. Con fuertes referencias bíblicas, propias del judaísmo de sus directores, se abre desde su banda sonora, que hace guiños a La noche del cazador, la presencia de Dios que nos cuida y acompaña en la mediación de los otros.

Probablemente “Cisne negro” representan en menor medida la trasformación espiritual, así lo destaca Steven D. Greydanus para el National Catholic Register. La actriz Natalie Portman realiza una meritoria interpretación de Nina, una bailarina que poco a poco entra en un proceso de destrucción que viene marcado por su propio origen. Película de tono psicológico donde Darren Aronofsky prosigue con su tendencia trágica de la incapacidad del ser humano para alcanzar los propios deseos que le superan. Más optimista, aunque un tanto prometeica, era la propuesta de Danny Boyle de “127 horas” que está vez que ha quedado sin premios. Basada en una historia verdadera de un escalador que quedó atrapado durante cinco días en una grieta y que logra salir tras un ejemplo de resistencia y sacrificio es narrada con tensión aunque con un guión un tanto efectista que plantea la acción de gracias a Dios sin mucha elaboración en el proceso personal.
El premio a la mejor película de habla no inglesa se lo ha llevado la muy interesante y todavía no estrenada entre nosotros “En un mundo mejor” de Susanne Bier, de la que ya destacamos “Después de la boda”. La cineasta danesa, que fue acusada de forma injusta de antiislámica por el gobierno de Sudán, nos presenta el drama humano general dentro de un drama particular. Un médico colaborador solidario en África se enfrenta al dilema de ayudar a su hijo en su propio país renunciando a la violencia y avanzando por el camino de una dolorosa reconciliación. Película con fuerza espiritual que nos recuerda hasta qué punto ha sido injusta la marginación entre las nominadas de la película francesa “De dioses y hombres” de Xavier Beauvois. El reciente César a la mejor película ha destacado este film que es uno de los más importantes estrenos recientes de cine espiritual.

Son también bien recibidos desde el punto de vista espiritual los premios a Toy Story 3 a la mejor película de animación y mejor canción. Una película llena de interés que ensalza la comunidad y la amistad así como la elección de la conciencia. Todo un regalo desde el punto de vista familiar y educativo.
En resumen, el cine en tiempos convulsos apuesta por valores espirituales abiertos a la esperanza sin convulsiones. La realidad reflejada en “La red social” necesita ser reinterpretada en clave más abierta que la propia psicología como en “Origen” y sin dejar demasiados resquicios a la melancolía de “Valor de ley”. Una apuesta por el optimismo que nos tememos sea demasiado superficial por sus motivaciones económicas. Así que cine espiritual pero menos de lo que nos dicen los propios críticos que lo detectan.

domingo, 27 de febrero de 2011

DOS FORMAS DE SACERDOCIO

ENTREVISTA AL OBISPO FRITZ LOBINGER

El obispo Fritz Lobinger (Passau, Alemania, 1929) lleva más de 50 años en Sudáfrica. Titular de la diócesis de Aliwal de 1988 a 2004, continúa viviendo en Durban. Fue cofundador en África de los Institutos Lumko de Misionología, con el modelo pastoral de pequeñas comunidades cristianas y el método de la ‘Biblia compartida’. Ha viajado por varios continentes, particularmente África, Asia y, recientemente, América Latina. La falta de presbíteros y la maduración de las comunidades cristianas son su principal preocupación pastoral.
Ha escrito varios libros en alemán, inglés y portugués. En primavera podremos leer en español sus dos últimos libros, Equipos de ministros ordenados y El Altar vacío (ambos en Herder).

- ¿Cuándo y cómo comenzó a reflexionar sobre su propuesta de dos formas complementarias de ministerio presbiteral en la Iglesia católica?
- Empecé ya a reflexionar sobre ello en la década de 1970, cuando vi con mis propios ojos cómo muchas comunidades sin curas residentes estaban ansiosas de poder ejercer los ministerios desde ellas mismas, haciendo voluntariamente ese trabajo.

No sólo lo he visto de forma aislada, sino en muchísimas ocasiones. Y no sólo en mi diócesis, sino en muchos países de África, Asia y América Latina. He visto que estos ministros voluntarios han funcionado bien durante muchos años. Ante esta realidad, me pregunté: si las comunidades pueden ejercer tantos ministerios, ¿no es nuestro deber confiarles también el ministerio ordenado?

Al tiempo, vi que los sacerdotes habían asumido un nuevo papel de formadores de los líderes locales. Era imposible que pudieran estar presentes todo el tiempo en las diez, veinte o cincuenta comunidades a su cargo, pero sí podían estar presentes a través de los líderes locales capacitados. Así que el cura-proveedor (de servicios) se había convertido en cura-formador, con gran satisfacción por su parte. Todo esto me llevó a pensar que es posible, de manera realista y consensuada, ordenar a los líderes locales.

-¿Cree que este proyecto es apto para ser aplicado en cualquier comunidad?

- Este proyecto no puede desarrollarse de forma inmediata en todas las comunidades, pero sí, con el tiempo, en la mayoría de ellas. Hay muchas parroquias en las que predomina una actitud pasiva. Nunca han oído hablar –ni piensan– en la posibilidad de que ellos mismos hayan de ejercer los carismas que han recibido. En ellas no deberíamos ahora ni siquiera mencionar la posibilidad de ordenar líderes.

El primer paso sería poner los cimientos de un fuerte espíritu comunitario. Las comunidades deben, primero, superar el sentimiento de que “todo lo que se hace en la parroquia lo tiene que hacer el sacerdote; el sacerdote es la Iglesia”.

Las miles de comunidades de las que hablé anteriormente ya han desarrollado esta convicción: “Somos la Iglesia. Las tareas de la Iglesia son nuestras propias tareas”.

El consejo parroquial debe convertirse en un lugar donde se escucha la voz de toda la comunidad y donde esta voz es respetada.

Otra manera sencilla de empezar a crear espíritu de comunidad es a través del Evangelio compartido entre pequeños grupos de vecinos. Basta con que el sacerdote asista un par de veces para iniciar el grupo; después, funcionan solos.

- ¿Esta propuesta de ordenar presbíteros en las comunidades es algo nuevo o ya existía en la gran tradición de la Iglesia?

- La ordenación de los líderes locales voluntarios ha sido la norma en la Iglesia durante algunos siglos. Leemos en los Hechos de los Apóstoles, capítulo 14, cómo san Pablo lo hizo cuando él y sus compañeros visitaron las comunidades de reciente formación: “En cada una de estas comunidades a las que visitaron, ordenaron ancianos”. Esto significa que en cada pequeña comunidad cristiana no sólo había uno, sino varios líderes ordenados. Ninguno de ellos era asalariado de la Iglesia, sino que todos siguieron en su trabajo secular.

En estos días se observa un afán nuevo de los laicos para participar activamente en la Iglesia, y también sufrimos una grave escasez de sacerdotes. Por tanto, es imperativo para nosotros retomar esa tradición venerable de la Iglesia de ordenar a los líderes locales probados.

- ¿Qué aspectos de la propuesta podrían propiciar un consenso entre los diversos sectores de la Iglesia?
- El consenso sólo será posible en la Iglesia si queda claro que la propuesta no destruye el sacerdocio existente, como elevado ideal de entrega total específica del sacerdote célibe. Nosotros pedimos la ordenación de los líderes locales. Por supuesto, estos líderes locales son gente madura, en general, casada, pero nuestro objetivo es que sean personas que procedan de la comunidad. Y los actuales sacerdotes seguirán junto a ellos, como hasta ahora.

- Insiste en que los nuevos “ministros ordenados” no traten de imitar la forma actual del sacerdocio. ¿Por qué?

- Sí, eso me parece muy importante. Creo que ayudará a la diferenciación el criterio de que no se ordene a un solo líder, sino siempre a dos o tres en cada comunidad, es decir, a un equipo pequeño.

Si sólo se ordenara a una persona en cada lugar, este ministro local ordenado puede parecer demasiado similar a un sacerdote a tiempo completo. La gente esperaría tanto de esa persona como del cura actual. Los presbíteros voluntarios –con una vida similar a la del resto de los fieles en cuanto a familia, trabajo, etc.– quedarían sobrecargados, porque la gente esperaría, entonces, demasiado de ellos.

- ¿Cómo cree que los sacerdotes actuales aceptarán mejor esta alternativa complementaria dentro del ministerio presbiteral?

- A los sacerdotes que ya hoy se dedican a la formación de los líderes les gustará nuestra propuesta, porque también en el futuro podrán hacer lo mismo, y mejor.

Le disgustará a los que acostumbran a hacer todo solos, sin contar con los demás. O a los que quieren que se les distinga como alguien muy diferente.

- ¿Cuáles son las principales objeciones y los obstáculos en contra de este proyecto?

- Tristemente, vemos algunos obispos y sacerdotes que quieren volver a los viejos tiempos, mientras que la gran mayoría de los laicos quiere seguir hacia delante. Esta tensión, si no se aborda bien, resulta peligrosa porque puede abrir brechas insalvables en la Iglesia.

Algunos se opondrán también a la propuesta porque piensan erróneamente que el sacerdocio no ha cambiado nunca ni puede cambiar. Pero la realidad es que, en la historia, ha cambiado muchas veces y puede volver a cambiar.

Otros pueden poner objeciones porque subestiman a los laicos y no van a creer que los líderes locales puedan ser ordenados como presbíteros, dedicados a tiempo parcial. Pero tenemos la prueba ya, en comunidades sin sacerdotes, de que líderes de muchas de estas comunidades activas y maduras son capaces y están dispuestos a ejercer muchos ministerios, también el ministerio ordenado.

Por otro lado, es definitivamente posible combinar dos cosas: una profesión secular y el sacerdocio. Hay miles de presbíteros a tiempo parcial en varias Iglesias cristianas.

Al implementar estos cambios no debemos considerar únicamente un aspecto, por ejemplo, la necesidad de más sacerdotes. También debemos considerar otras cuestiones como la necesidad de hacer las comunidades activas.

Pero es necesario que haya mucho diálogo en toda la Iglesia para desarrollar la propuesta.



sábado, 26 de febrero de 2011

DESMONTANDO FALSAS INTERPRETACIONES

Buscad el Reino de Dios, lo demás se os dará por añadidura.

Fray Marcos

Estamos casi al final del sermón del monte de Mateo. Al proponer la lectura del evangelio de hoy, la liturgia se ha saltado tres temas importantísimos del relato: limosna, oración y ayuno. Son temas más propios de la cuaresma que estamos a punto de empezar y que se tratarán allí ampliamente.

Hoy se nos propone una seria reflexión sobre lo que es importante y lo que es secundario a la hora de determinar los objetivos de nuestra vida.

Lo realmente importante lo tendremos siempre porque no depende de nosotros, sino de Dios mismo. La confianza total tiene que estar fundamentada en esta realidad. Aunque lo secundario nos falle, mi confianza en lo esencial debe permanecer inalterable.

No es un tema fácil el que nos propone el evangelio de hoy. Lo que nos pide Jesús es un equilibrio entre lo material y lo espiritual, muy difícil de conseguir. Se puede pecar por los dos extremos.

Estar volcado sobre lo material buscando todas las seguridades para satisfacer mis necesidades materiales y de esta manera olvidarse de que el ser humano debe aspirar a algo más que las exigencias de los instintos y sentidos.

O por otra parte, despreocuparse completamente de procurar el sustento el vestido y todo lo que es imprescindible para conservar la vida, olvidando que tengo obligación de mantenerla. Ya Pablo vio este peligro y decía en una ocasión: “El que no trabaja, que no coma...”

No se nos pide que nos despreocupemos de las cosas materiales sino que no nos agobiemos por satisfacer esas necesidades. Tenemos obligación de procurar lo necesario para la vida, pero sin poner el objetivo de la existencia en ello. Comer para vivir y no vivir para comer.

Es decir, preocuparme por satisfacer las necesidades de mi cuerpo, pero no quedarme simplemente en eso, sino buscar, además, mi plenitud como persona.

No se trata de una nueva escala de valores que Jesús se haya sacado de la manga. Se trata de tomar conciencia, como él, de que las exigencias de mi verdadero ser tienen un valor superior a todas las exigencias biológicas y sicológicas.

Mientras no descubra mi verdadero ser y sus exigencias, será inútil que me dedica a hacer programaciones o a renunciar a lo que sigo pensando que es lo más importante para mí.

El problema que tiene el ser humano, es que puede desligar en cada instinto el objetivo final que cada uno tiene asignado y el placer que produce satisfacer esos instintos.

La evolución ha desarrollado gratificaciones automáticas agradables cada vez que sacio el apetito. Es precisamente una manera de garantizar que se cumpla el objetivo final que es alimentarme.

El hombre, sin embargo, puede comer únicamente para disfrutar del placer, sin buscar el aspecto de alimentación, e incluso yendo en contra de la salud del cuerpo. Cuando ponemos nuestra inteligencia superior al servicio de la parte inferior, estamos tergiversando el instinto y lo convertimos en algo malo.

El espectacular desarrollo del cerebro permite al ser humano conseguir, con mayor facilidad que los animales, lo necesario para mantener la salud; de este modo, puede emplear tiempo y energías para desarrollar su capacidad mental, que le permite crecer en humanidad. Este crecimiento espiritual es, en este estadio de la evolución su verdadero objetivo.

Si olvidando esta posibilidad se encierra en su animalidad, por mucho placer que pueda proporcionarle, se quedará sin alcanzar su última y verdadera meta.

El problema está en que una vez que me he acostumbrado a buscar el placer sensorial, cada vez que prive a un sentido o instinto de ese placer sensible, el organismo biológico responderá causando dolor.

Superar ese dolor es imprescindible si de verdad quiero llegar a una plenitud humana. La única manera de superarlo es tener claro cuál es mi verdadero objetivo y descubrir las ventajas de ese esfuerzo que me traerá otra clase de satisfacciones mucho más profundas y humanas.

Ya en la primera alternativa que propone el texto, deja bien clara la postura del todo el párrafo. No podéis servir a Dios y al dinero.

Debemos recordar que “mammona” era el dios dinero, y por lo tanto se trata de un servicio de adoración y sumisión. Esto es muy importante porque demuestra que no nos está haciendo la comparación entre una cosa y Dios, sino la contraposición de dos dioses. La traducción que reflejaría lo que dice el texto griego podría ser: no podéis servir al dios Mammon y al verdadero Dios.

No quiere decir que usar el dinero sea idolatría. Lo que nos destroza es convertirnos en esclavos del dinero, porque esa actitud está manifestando nuestro apego a todo aquello que podemos adquirir con él.

Servir a Dios no significa machacarse en aras de un ser superior que me exige pleitesía y vasallaje. Así lo entendieron los seres humanos durante mucho tiempo. Se trata de llegar al máximo posible de mi plenitud, respondiendo así a lo que el creador “espera” de mí.

Dios no puede querer de mí nada para Él. Lo único que espera de mí es que sea yo.

No se trata de sacrificarse, sino de descubrir qué es lo mejor para mí, teniendo en cuenta mis posibilidades como ser humano, sin caer en la trampa de conformarme con una vida puramente animal, por muy placentera que pueda ser.

Mirad las aves del cielo, mirad los lirios del campo. Hay que tener mucho cuidado con los ejemplos de los lirios y los pájaros. La comparación está hecha desde la idea de un Dios intervencionista, que influye directa y puntualmente en todos los acontecimientos de la historia, sean cósmicos o minúsculos.

No somos lirios, y por lo tanto, tenemos la obligación de “ocuparnos” de las necesidades que nuestra biología exige. Tampoco somos pájaros, pero fijaros que los pájaros ya se ocupan de buscar el alimento cada día. No siembran, pero si recogen, aunque no almacenen. Muchos otros animales han aprendido a recoger y almacenar cuando hay abundancia de comida, para disponer de alimentos cuando falten.

Lo que no hacen los animales es sufrir, no por hambre, sino por la pura especulación de que en un momento futuro les puedan faltar los alimentos.

Lo que nos quiere decir el texto es que la tierra produce alimento para todos. Si la comida no llega a todos, o es porque no se busca con ahínco o es porque alguno la acapara.

En el caso del hombre, tiene además la inteligencia necesaria para producirla, aunque también tiene el egoísmo de acapararla y no dejar que llegue a los demás; o de no hacer lo necesario para que llegue a todos. Incluso se ha llegado al disparate de preferir destruirla a facilitar la llegada al que la necesita.

Con frecuencia se ha predicado una engañosa confianza en Dios, esperando de Él todo lo que necesitamos aun en los aspectos más peregrinos. De muchos santos se ha alabado esta total confianza en Dios e incluso se ha sugerido que esa era la auténtica confianza, y que todo el que no llegara a ella, era imperfecto.

Dejar en manos de Dios la satisfacción de mis necesidades biológicas es una falta total de responsabilidad, y si en alguna ocasión se ha interpretado que Dios accedía a esas necesidades, no es más que una mala interpretación de los acontecimientos.

Dios no es un tapa-agujeros, y menos va a sacarnos las castañas del fuego cuando lo podemos hacer nosotros tan ricamente.

No estéis agobiados pensando qué vais a comer o qué vais a vestir. Por dos veces se repite esta frase en la lectura de hoy. La importancia de este mensaje estriba en que entre todas las necesidades biológicas, las más perentorias para un ser humano son la comida y el vestido. Si ni siquiera las necesidades más urgentes nos tienen que preocupar en exceso, mucho menos todas las restantes que no llegan a tener esa urgencia.

Buscar primero el Reino de Dios. El Reino no se identifica con nada externo que tenga que venirnos de fuera, ni con nada que pueda cambiar mi aspecto biológico. El Reino es Dios mismo como fundamento inquebrantable de todo lo que soy.

Todo lo demás no afecta a lo que realmente soy. Lo consiga o no lo consiga, mi verdadero yo no quedará afectado para nada. Aunque me falte la comida hasta morir de hambre, puedo seguir en mi plenitud de humanidad.

Nuestra primera preocupación debe estar en desarrollar nuestro verdadero ser, todo lo demás, aunque sea imprescindible, es secundario.

Para mí, el resumen del mensaje está en la última frase: no os preocupéis por el mañana, a cada día le basta su propio afán.

Aquí puede estar la verdadera enseñanza de los lirios y los pájaros. Nos invita a vivir el presente como la única manera de escapar a las tenazas de los razonamientos que pretenden engrandecer el ego y hacernos ver que si no lo potenciamos y le aseguramos su permanencia quedaremos sin consistencia.

Todos los agobios proceden del falso yo individualista y egocéntrico, que pretende acaparar la atención y no deja espacio para descubrir lo que somos realmente. El único camino para escapar a ese agobio será descubrir que no soy ese ‘yo’ preocupado por permanecer, sino otra realidad que ‘es’ más allá de todas las apariencias.

viernes, 25 de febrero de 2011

LAS CONTRADICCIONES NECESARIAS

Eloy Roy

Será necesario que un buen día terminemos por acostumbrarnos. El dualismo no funciona. Aunque el sur y el norte, el día y la noche y los dos polos de una pila parezcan opuestos, en realidad se complementan. El polo positivo no puede existir sin el negativo; ambos son necesarios e inseparables.

Ahora bien, si las cosas son así en el plano físico, en otros campos, como el de la verdad, también se produce algo parecido.

La verdad también tiene sus polos. No es nunca negativa, nunca positiva y nunca neutral. No es estática. La verdad es más bien el dinamismo que se despliega entre todo aquello.

Es algo que se mueve, algo que corre, algo que vive. Algo tan “estable” y tan “quieto” como la tierra girando sobre sí misma en tanto gira alrededor del sol, que a su vez gira dentro de una galaxia que, a una velocidad increíble, también está en movimiento en el espacio.

La verdad es tan “inmutable” como un electrón dentro de un átomo o de un átomo dentro de una molécula o de una molécula dentro de un elemento….

Abarca lo aparentemente contradictorio y lo supera. Es más que los elementos opuestos, más que las partes y más que los polos, pero no existe sin ellos.

En cuanto a la verdad eterna, inmutable, completa, no existe más que en la totalidad absoluta. Ningún ser humano puede acceder a ella porque cada persona no es más que una parte ínfima del todo y ninguna parte, por muy importante que sea, puede comprender el todo. Solo el todo puede comprender el todo.

Nos peleamos y nos dividimos porque unos ven el lado oscuro de las cosas mientras otros perciben más bien su lado claro. Unos miran la realidad bajo un cierto ángulo mientras otros la contemplan desde otros puntos de vista. Lo cual, como es sabido, genera no pocos desencuentros y conflictos.

“Por amor a la paz”, muchos se conforman con una postura intermedia, postulando que la verdad se sitúa en un término medio, en donde tradicionalmente ha sido ubicada la virtud, olvidando fácilmente que también en el medio se encuentra la mediocridad y que, queriendo mantenerse demasiado a igual distancia de los extremos, uno, al final, termina en el limbo.

La verdad no puede nunca ser una clase de gris, resultado de la dilución del blanco en negro o del negro en blanco; está con seguridad en la “tensión” entre ambos.

Así lo comprendieron los antiguos chinos al edificar su sabiduría sobre el gran principio del Yin y del Yang. Esa sabiduría asume una aparente contradicción, se deja tironear, impulsar, arrastrar por ella, encontrando la calma sólo en la cima de la tempestad donde pierde el aliento y en el hueco de la ola donde vuelve a tomarlo.

El conocimiento, la verdad, la sabiduría, la virtud se encuentran en el movimiento que se desarrolla en la misma quietud y en la quietud que descansa sobre el mismo movimiento.

Quizás sea por eso que en el Evangelio, fuente de vida, no faltan las paradojas y aun las “contradicciones”.

Para cabezas occidentales, cartesianamente escuadradas, aquello choca, porque para ellas la verdad es una; no puede ser una cosa y su contrario. De allí las garlopas de la razonabilidad que se afanan en cepillar del Evangelio todo cuanto no encaja en nuestros casilleros, en nuestros catecismos y liturgias, y en nuestra manera de pensar.

Es razonable, por cierto, no atenerse al pie de la letra como hacían los maestros de la Ley en la época de Jesús, o como suelen hacer los fundamentalistas de hoy (o como lo hicimos nosotros mismos durante tantos siglos), pero si le sacamos al Evangelio su picante, si lo convertimos en una serie de teoremas, si lo ajustamos a nuestros ojos en vez de ajustarnos a él, lo matamos.

Lo vaciamos de su dinámica. A la sal le quitamos su sabor y nos quedamos con la insipidez.

Ahora bien, en el Evangelio abundan las paradojas y las contradicciones junto a algunas incoherencias; que nos gusten o no, forman parte del mensaje. Podrían ser accidentes que quedaron allí solo para provocar, sacudir, interpelar. Para obligarnos a buscar. O para “electrizarnos”… Aquí vienen unos ejemplos.

Respecto a la paz: el apóstol Pablo clama que Jesús es nuestra Paz, mientras, en el Evangelio, el mismo Jesús afirma que no ha venido a traer la paz sino la guerra.

Respecto al mundo: el Evangelio afirma que este mundo no es de Dios sino del diablo, pero también dice que Dios ama tanto al mundo que le regala a su hijo único.

Respecto a los ricos: más de una vez Jesús los denuncia sin comedimiento, pero también alaba a los que saben hacer fructificar el dinero. Más aún, dice que a aquellos que no saben hacer ganancias con su dinero se les debe quitar lo poquito que tienen para dárselo ¿a quiénes?... ¡A los que ya han ganado más que los otros!

Respecto al sexo: hay un lugar en el Evangelio donde se ve a Jesús mandando casi a descuartizar a los que escandalizan a los chicos (según los predicadores de antes, se trata de escándalos sexuales), pero, en otro lugar del Evangelio, Jesús afirma que son las prostitutas y los pecadores, y no las personas más piadosas, las que entran primero en el Reino de Dios.

Respecto a las distintas creencias: Jesús muestra que no tiene nada de sectario cuando dice: “El que no está contra nosotros está con nosotros”(Mc 9, 40), pero en otra parte del Evangelio afirma lo contrario: “El que no está conmigo está contra mí” (Mt 12, 30)…

Respecto al amor:

Por un lado dice Jesús: “Amen a sus enemigos. El que se enoja con su hermano, es algo que merece juicio y el que insulta a su hermano merece ser llevado al Tribunal Supremo. Si estás por presentar tu ofrenda en el altar y te acuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí mismo tu ofrenda, y vete antes a hacer las paces con tu hermano…” (Mt 5, 44. 22-24).

Por otro lado, al mismo Jesús se le ve tratando a sus enemigos de “sepulcros blanqueados, raza de víboras, hijos del diablo, generación perversa, guías ciegos e hipócritas” (Mt 23, 13-38). Echa a latigazos de la gran plaza del Templo a quienes hacen allí sus negocios (Mt 21, 12-13). Cuando le toca celebrar la Pascua con sus discípulos, no va antes a reconciliarse con sus numerosos enemigos. Ruega por ellos en el momento de expirar en la cruz, eso es todo…

Agreguemos a ello que los primeros serán los últimos y los últimos los primeros; que quienes son más importantes en la comunidad no son los que ocupan los puestos de jefes y de señores sino los que son servidores de los demás; que los pobres van a reventar de felicidad mientras los ricos van a rechinar los dientes; y que finalmente aquel del que se afirma que es El Viviente es el mismo que ha muerto en la cruz. Que un muerto viva no es ciertamente la menor contradicción y, sin embargo, toda la fe cristiana se edifica sobre esta afirmación.

La lista de paradojas y contradicciones en los textos evangélicos podría extenderse considerablemente.

Pero aún cuando fuera posible resolverlas reubicándolas en el contexto, o demostrar racionalmente que en realidad no son tales, todavía no dejaría de extrañar el que el Evangelio conserve tantos pasajes expuestos a malos entendidos cuando él mismo insta a usar un lenguaje claro: “Digan ‘sí’ cuando es ‘sí’, y ‘no’ cuando es ‘no’; cualquier cosa que le añada, viene del demonio” (Mt 5, 37).

A menos que sea así simplemente porque los evangelios no son ningún compendio de recetas para haraganes. Su objetivo no es contar todo, sino apenas las experiencias más conocidas que las primeras comunidades cristianas hicieron de Jesús.

¿Cómo los autores iban a pretender que la letra encerrara lo que la misma tumba no pudo? Juan lo admite: si se escribiera todo cuanto Jesús hizo, “no habría lugar en el mundo para tantos libros” (Jn 21, 25).

Por lo tanto, las contradicciones en los textos hay que tomarlas como una oportunidad para buscar y debatir, recordando que con Jesús las respuestas nunca se dan prefabricadas, sino que se descubren al caminar: “Ven sígueme. Venid y ved”.

Existirá siempre tensión entre el Reino que ya está en medio de nosotros y el que aún está por venir. Un enorme desfasaje entre el ideal y la práctica, entre el deber de compasión y la solidaridad vivida, entre el caminar de cada día y la utopía ya en marcha del Hombre, de la Ciudad y de la Tierra nueva.

Una tirantez constante entre el realismo de la cruz y la fe en la resurrección. Entre una moral de acompañamiento y una moral para atletas profesionales de la perfección espiritual. Entre una pastoral diseñada en las cátedras universitarias y la del simple caminar humano en medio de los guijarros, el barro y las espinas. Entre la fe que mueve montañas y el camino cotidiano en la bruma y entre senderos sin trazar.

Es preciso aceptar la luz del día y la oscuridad de la noche, sin instalarse en una u otra. Asumirlas a ambas.

Avanzar con los dos pies, izquierdo y derecho, sin apoyarse más en uno que en otro, pues no existe otra manera de ir hacia adelante. Y saber que una noche larga y muy negra, al final de la carrera, será el paso obligatorio hacia la luz sin ocaso, porque, “el abismo llamando al abismo”, sólo en el vacío absoluto se encuentra la plenitud absoluta (Sal 42, 8). Como en el amor…

El problema con el amor es que nadie lo tiene comprado. Para que no se apague tiene que crecer, lo cual implica sacrificio. Por eso, amor y cruz van de la mano. Y resurrección también. Amor, vida, verdad, en fin, todo es parto continuo. Todo es muerte y resurrección.

Locura para los sabios que no aguantan las contradicciones, las paradojas o las tensiones, pero sabiduría para el buscador de estrellas, para el artista y el investigador, para el creador y para el Dios de la Vida.

“será una señal de contradicción”, había profetizado la anciana Ana al hablar del niño Jesús “a todos los que esperaban la liberación de Jerusalén”. (Lc 2, 38)

No rehuir de la tensión creadora. Creer en la síntesis que a través de las oposiciones busca nacer como un niño que jamás será la mitad de su padre y la mitad de su madre sino un ser original, diferente, nuevo, fruto de ambos. Aceptar ser inclasificable, comprometerse, caminar y no temer equivocarse. Abrazar los dos polos e ir hacia delante, esto ha de ser lo que tiene por nombre “libertad”.



jueves, 24 de febrero de 2011

NO LE DES UN PESCADO, DALE UNA 'RED'

Gonzalo Fanjul

Enterrada entre revueltas y corrupciones, este periódico deslizó la semana pasada una de las noticias más esperanzadoras que los países pobres han recibido en muchos años: la posibilidad de obtener acceso casi universal a Internet de bajo coste, gracias a un proyecto liderado por la Sociedad Europea de Satélites y la omnipresente Google. Ahí es nada.

De los beneficios de Internet para la democracia da buena cuenta el reguero de lingotes y lagrimones que han dejado en su huida algunos autócratas norteafricanos, pero el acceso a las redes globales de información tiene para el mundo en desarrollo una importancia social y económica infinitamente mayor. En una era en la que la información se mide en dólares, tres millones de universitarios africanos están condenados a la ceguera virtual. Su educación, sus iniciativas, su progreso quedan lastrados por la incapacidad de acceder a un mundo que mi hijo de 11 años tiene disponible a la distancia de un click. Si la proliferación masiva de la telefonía móvil en las regiones más pobres ha demostrado posibilidades sin precedentes, el acceso generalizado a Internet es equiparable a la introducción de la máquina de vapor.

Eso es al menos lo que sugiere Calestous Juma, profesor de la Harvard Kennedy School. Su propia historia es un ejemplo de todo lo que la educación y la tecnología pueden hacer por un chaval criado en una aldea en la orilla keniata del Lago Victoria. Cuando yo le conocí, Juma era popular entre los estudiantes por dos razones: sus camisas de fantasía y su visionaria concepción de una tecnología al servicio del interés común. Este activista por el progreso tecnológico, que comenzó su carrera como periodista y militante medioambiental junto a la premio Nobel de la PazWangari Maathai, martillea hoy el corazón de la élite académica y política del Norte con un único mensaje: hagan por África lo que han sabido hacer por ustedes.

El punto de partida es simple: el ancho de banda por persona en África subsahariana es cien veces más bajo que el de la media mundial y quinientas veces más bajo que el de los EEUU (vean esta ilustrativa imagen de Worldmapper describiendo el tamaño de los países de acuerdo a la distribución global de usuarios de Internet).



El problema afecta a las clases pudientes de Nairobi, Manila o Ciudad de Guatemala, claro está, pero se equivoca quien crea que el asunto termina ahí. Como investigador principal en el proyecto para la Innovación Agraria en África (financiado rumbosamente por la Fundación Bill y Melinda Gates), el Prof. Juma ha demostrado la importancia del acceso a la información para 950 millones de personas zaheridas por la crisis del precio de los alimentos. Cuando regiones como África subsahariana o Asia central necesitan con urgencia mejorar la productividad y la rentabilidad de sus cosechas, el acceso a información de calidad permite adelantarse en parte a los mercados y al clima para saber qué plantar, cuándo y a qué precio venderlo.

El bueno de Calestous, con sus camisas y su entusiasmo, ejemplifica todo lo que es importante en el esfuerzo por acabar con la pobreza: una combinación de voluntad e imaginación, una fe ciega en la capacidad de los propios afectados y el empeño en no rehuir los debates difíciles (tendrían que ver la polvareda que levanta la matizada posición de este hombre sobre los transgénicos, por ejemplo).

Estas mismas son las aspiraciones del blog que hoy comenzamos. Por él desfilarán historias y personajes que demuestran que cambiar esta situación no solo es lo más correcto, sino también lo más inteligente. Y para evitar que se nos duerman (o se trasladen al blog de Lluis Bassets, que tiene mucha más solera), lo haremos con un punto de sarcasmo e irreverencia. De ustedes solo esperamos una cosa: que compartan con nosotros la certeza de que no hay nada inevitable en la miseria en la que se levantan cada día 3.500 millones de personas. Pasen y vean.



miércoles, 23 de febrero de 2011

LA IGLESIA NO ESTÁ EN LAS NUBES, ESTÁ EN LA TIERRA

Entrevista de Fernando Andrade a Monseñor Gonzalo López Marañón, obispo destituido sin consideración por el Vaticano, tras cuarenta años al frente del Vicariato de San Miguel de Sucumbios. Gonzalo era un carmelita español cuando fue enviado al Ecuador como misionero, poco después de su ordenación en Burgos en 1957.

El 30 de noviembre de 2010, monseñor Gonzalo López Marañón, obispo de Sucumbíos, recibió una notificación del Vaticano en la que se le informaba que debía abandonar inmediatamente la ciudad a la que sirvió durante 40 años. El rechazo de la comunidad no se hizo esperar y ésta ha tenido eco en varias regiones del país y del mundo.

Su labor y vocación misionera le llevó a participar activamente en el desarrollo de la provincia y promover la organización de la comunidad. Fue un destacado defensor de los derechos humanos y de los derechos de los pueblos indios, de los afroecuatorianos, de los campesinos y de las mujeres. Su participación a favor de los campesinos fue decisiva en el caso denominado “Los once del Putumayo”.

Por esta razón, la Universidad Andina Simón Bolívar como parte de su compromiso con la sociedad decidió otorgarle el reconocimiento como Profesor Honorario. En el marco de esta designación, que se realizará el 23 de febrero de 2011, Spondylus pone a disposición de sus lectores esta entrevista a monseñor López Marañón.


Usted se ordenó como sacerdote, en Burgos, en 1957 y en 1970 ya es nombrado Prefecto Apostólico de Sucumbíos. ¿Cómo asumió ese nombramiento para un país pequeño y en una provincia alejada?

¡Qué tiempos aquellos! Me dieron un susto fenomenal. Había venido yo de paso en 1969 con el Secretario de los Carmelitas de Burgos. Entonces ya había conocido el territorio y al superior provincial le dije “en la vida hay que hacer algo y esto me parece tan duro, tan terrible que sería bueno venir por aquí un tiempo de la vida para hacer algo”. Esta fue la excusa con la que el superior se basó para que al año siguiente yo viniera de prefecto apostólico.

El susto fue fantástico, pasé un mes noqueado hasta que el superior me dijo “déjate ya de historias hermano y vámonos a presentarte a Roma”. Yo tenía 37 años, pero mi aspecto era de muchacho. De forma que cuando llegué a Roma y me presenté al Cardenal de la Evangelización de los Pueblos, en los tiempos de Pablo VI, se quedó mirando y pregunto “¿dónde está el prefecto de Sucumbíos?” El padre que me acompañaba dijo “este es” y el cardenal respondió ¿este muchacho es el prefecto?” Así que este muchacho se vino aquí en 1970.

Esos fueron los prolegómenos.

¿Cómo tomó ese cambio de ambiente?

Vine como tiene que venir alguien que ha hecho una profesión, que se ha comprometido y que, en un momento dado, le colocan en una batalla inesperada sin armas, sin experiencia. Pero tenía una convicción, eso sí lo tenía. Y la convicción mía era que yo voy a América y dejo España y al hacerlo, dejo mi familia, mis amigos, mi historia y dejo también aquella forma de hacer Iglesia de España.

Al llegar fue como un flash que le deslumbra a uno porque aquellos tiempos eran muy lindos en América Latina, tenían una cantidad de desafíos, se soñaba tanto, habían movimientos revolucionarios. Esto era el eco de lo que pasaba en Europa: el París del 68, la Revolución de los Claveles en Portugal, la Primavera de Praga, es decir había un ambiente de que el mundo tenía que cambiar.

La primera cosa que tuve clara era que estaba en América y yo no debería hacer lo que se hacía en España. Esa convicción para mí fue fundamental porque de inmediato había que hacer sentir a los misioneros que había un cambio de época. Y nos metimos en esa onda con mucha inconsistencia juvenil, como los chicos, sin saber lo que nos esperaba. Se hablaba entonces del Vaticano Segundo, se hablaba de Medellín recién acabado en 1968, se hablaba de teología de la liberación, se hablaba de cambios de América Latina.

¿Cómo encontró al Ecuador?

Me sentí un poquito desubicado. Tuve en los primeros tiempos la oportunidad de asistir a un Encuentro de Misiones del Alto Amazonas en Iquitos y ahí conocí, por ejemplo, a monseñor Samuel Ruíz, que murió recién y que es conocido a nivel mundial. Había otros obispos ilustres y había también obispos que habían hecho un camino quieto, un poco oriental, amazónico, en la forma de pastoral tradicional, asistencial, etc. Yo tenían en el alma el deseo de que algo se debía hacer.

Pero atención que Sucumbíos era entonces un puntito en la zona cercana al Carchi, en Puerto el Carmen había un grupo de misioneros. El resto del territorio estaba sin presencia misionera. Es cuando yo les protesto porque habían estado tranquilitos, enterraditos en una pastoral de poco relieve, pero se asustaron y una buena parte de ellos se marcharon. Me quedé casi solo, pero le metí mano a todo y ahí pasamos una especie de túnel oscuro durante largo tiempo hasta que se fueron incorporando misioneros que tenían otra mentalidad y, como los jóvenes de Europa y los jóvenes de América, aspiraban a los cambios. Entonces a mí me tocó ser el motorista de esa canoa y ver cómo manejaba a gente con la sangre tan caliente y podíamos hacer un camino de iglesia acorde a lo pasaba en América Latina y, por supuesto, en el Ecuador. No hay que olvidar que aquí en Quito funcionaba el IPLA, el Instituto de Pastoral Latinoamericana, que venía a ser el lugar donde se venía cocinando la nueva iglesia.

Pero bueno, empezamos un nuevo camino que es el que hemos llevado en 40 años, un camino de comunidades, de los laicos participando en la Iglesia, de una mirada muy especial a los pobres y de plantear una fe de seguimiento a Jesús, como él lo hizo o como entendimos que lo hizo.

Han pasado 40 años desde que usted se hizo cargo de la Iglesia en Sucumbíos. ¿Cómo ha visto el desarrollo de esa zona que ha sido siempre marginada del país?

Ha sido formidable la aventura que hemos vivido porque ahora se puede ir a Sucumbíos, la gente lo conoce. Se han hecho 40 años de publicidad no controlada. Cuando he llegado allá era todo selva, inimaginable para quienes no han vivido.

Hay elemento importantísimo que es la colonización, por sugerencia del gobierno, con la llegada de los lojanos, 25 familias que tenían la intuición que allí se abría un mundo, es decir fueron pioneros y visionarios. El gobierno qué había dicho: “ahí hay tierras baldías y el que llegue se las coja”. Era una enorme tentación y llegaron aquellos hombres y empezaron a hacer sus vidas. Lo mejor que hizo el gobierno fue encomendar al IERAC la distribución de las tierras. A cada colono se le dieron 50 hectáreas.

Los lojanos llegaban deslumbrados porque no habían tenido nunca ni media hectárea. Solo que les esperaba la lucha de cómo se hace al ambiente amazónico. La cantidad de fiebres que se generaban entonces en un ambiente primitivo. ¡Cómo se metían a caminar por aquella selva! Era muy valiente aquella gente y eso le ha dado una característica a Sucumbíos, le ha hecho luchador. El gobierno hizo eso y se acostó, de forma que se generó una colonización espontánea.

Aquí llegaron y se encontraron con una iglesia. Y la Iglesia qué hizo, ¿construyó una gran iglesia para que vengan todos? No, nosotros entendimos que teníamos que ir donde vivían ellos. No que ellos tengan que venir donde estaban los misioneros y eso ha sido una característica invalorable de aquella Iglesia. Hasta hoy los misioneros saben cualquier camino para llegar hasta la última comunidad.

Otros piensan que lo bonito es tener una gran catedral. Nosotros decimos que lo bonito y lo que todos quieren es tener una Iglesia viva y esta se hace donde la gente vive. Por lo mismo, usted haga el favor de salirse de su casa, póngase un caucho porque va a llover, cálcese esas botas y pise barro hermano. Y los misioneros hasta la fecha participan, son gente que ha pisado todos los senderos, sabe lo que es pasar los ríos nadando o como sea. No ha sido un grupo que se haya quedado cómodamente en la misión como lo hacían en aquellos tiempos. Y allá se genera la dinámica de una Iglesia nueva donde uno ve lo que les pasa, lo que les ocurre, las necesidades que tienen.

Entonces la Iglesia de El Carmen es de comunidad y vida vivida, no de cartas enviadas. Nadie creerá que había lugares que a mí me costaba cuatro días para ir y cuatro para regresar, y no en avión, como sea. Es decir empleaba ocho días de viaje para visitar un grupo.

Uno de los hechos destacables en el Oriente ecuatoriano fue la presencia de las empresas petroleras. ¿Cómo vivió esto?

Una cosa que yo quiero destacar es que en Sucumbíos se ha dado como un matrimonio entre la Iglesia y el pueblo. Eso ha sido una fusión importante, interesante. Ha sido además con todos los agravantes porque empieza la explotación petrolera y tenemos una dictadura que alcanza los diez años. En ese momento la gente no tenía palabra, no nos podíamos reunir, todo estaba controlado y es ahí cuando hacemos la Primera Asamblea de Ciudadanos del Nororiente. Para hacernos una idea de que tiempos eran aquellos, yo tuve que convocar esa reunión porque no había autoridades. El único que de alguna manera alcanzaba el territorio era el obispo.

Aquel fue el primer momento de toma conciencia de una población a la que nadie miraba porque el resto de ecuatorianos le tenían miedo al Oriente. Entonces quedamos en manos de las petroleras, en malas manos, porque el gobierno lograba hilvanar unos contratos para la explotación de recursos y las compañías por largos años nunca miraron al pueblo. Ellos decían: “nosotros hemos hecho un contrato con el gobierno de darles lo que le toca” y la gente nunca aceptó eso.

El lugar del pueblo donde está Lago Agrio está colocado junto a lo que llamábamos la Texaco y que ahora es Petroecuador. ¡Qué curioso! Tuvieron la intuición de que para forzar de alguna manera los cambios tenían que estar al lado de las compañías. El gobierno se puso muy enfadado, las compañías también. Cerraron la vía de acceso a Lago Agrio, toda casa que se construía se quemaba. Y poco a poco el pueblo fue ganando la batalla. Fue bien interesante.

Entonces empieza un diálogo interminable de mutua implicación entre Iglesia y sociedad. Y los paros que hemos hecho no han tenido fin. El último que hicimos hace diez años fue formidable porque fue la primera vez que pudimos sentar a las compañías a una deliberación, antes ellas nunca aparecían. Finalmente se dieron cuenta que no podían caminar así. Se sentaron gobierno, compañías y la Iglesia en su papel con la ciudadanía, esto es importante.

¿Y la influencia cada vez mayor de la violencia generada por el conflicto bélico colombiano?

El tema petrolero ha sido una constante negativa para la región, deja de una herencia terrible de contaminación. Todavía suena por ahí el caso Texaco, que es una pelea simbólica.

Lo de Colombia. Yo he dicho a los ecuatorianos, porque no lo sabían, que no se pongan tan estirados porque los que han colonizado Sucumbíos han sido los colombianos, en toda la línea de frontera. Pero cuando llega el momento del Plan Colombia ahí se generan unas situaciones muy particulares, una es la migración. A mí me llamaron del Ministerio de Relaciones Exteriores para plantear que la Iglesia con el ACNUR hagan algo por los refugiados. Yo les dije “nosotros vamos a ayudar a los refugiados con ustedes, sin ustedes o contra ustedes”. Se quedaron asustados. Está claro tenemos una misión de ayudar a los refugiados, de ayudar a los pobres y eso no lo discutimos porque es un imperativo del evangelio. Cuando yo dije eso el pueblo de Lago Agrio, que estaba muy en contra, empezó a suavizar y al momento tenemos una convivencia pacífica y positiva en términos generales.

El colombiano es muy creativo. Eso le viene muy bien al ecuatoriano. De manera que lo que se ve de comercios ahora en Lago Agrio tiene que ver con la inspiración colombiana porque si no se despiertan los ecuatorianos se quedan sin almuerzo. Entonces yo veo que es muy bueno que los pueblos se encuentren, se complementen. Pero esto nos ha traído una agresividad de la violencia, hay mucho problema colateral a la migración colombiana. Y luego todo este mundo de la droga que se ve que no hay nadie que lo pueda parar.

Desde la década de los 60 se evidenció la presencia de una Iglesia identificada con los sectores más necesitados, que inició en Medellín, en la Conferencia Episcopal Latinoamericana de 1968.

En el Ecuador es paradigmático el caso de Monseñor Leonidas Proaño. Pero a la vez tenemos una Iglesia que defiende los principios de la tradición, de la propiedad privada; una iglesia conservadora, vinculada con sectores de derecha. ¿Cómo ve usted este panorama?

Aquí hay una cosa, la Iglesia no está en las nubes, está en la tierra. Y en la tierra hay muchas variantes políticas, sociales, etc. Es malo que la iglesia se quede pensando en sí misma. Esto no lo digo yo, lo ha dicho el Papa Benedicto XVI cuando era cardenal y que se le tenía en plan de sospecha por parte de los grupos progresistas. El problema de la Iglesia es cuando se queda mirando a sí misma. Cuando somos misioneros o queremos plantearnos la utopía de Jesús nos damos cuenta de que no es simplemente estar en el lugar sino reproducir lo que hizo Jesús.

Unos dicen este obispo es rojo, este es amarillo, este es gris, este qué será. Al final, nos van calificando de acuerdo a criterios sociológicos predominantes, pero un cristiano al final se mide por Jesús. Usted me puede preguntar cómo se siente después de toda esta aventura. Me siento muy bien porque tuve 40 años para trabajar en un lugar que es parte de mí. Otros dirán qué maldición y qué desgracia. Yo he tenido la oportunidad de ver nacer una sociedad y una Iglesia desde los pobres. Un seguidor de Jesús, empieza con Jesús y termina con él, y va a donde vaya él. Nosotros tenemos un dicho en la palabra de Dios que dice “Jesús es el mismo ayer, hoy y siempre” y yo he estado mirando a Jesús en el latido de la Iglesia de Latinoamérica. Y eso es lo que me ha mantenido vivo y con temple.

Dadas las condiciones políticas actuales en el continente, su salida de Sucumbíos parece evidenciar una clara división de la Iglesia entre esos dos modelos de Iglesia y una provocación.

Esa es una realidad en este momento. Yo salí el día 30 y ahora me encuentro en el Carmelo del Inca (en Quito). Yo soy Carmelita y se me pidió un servicio que cumplí durante 40 años. Ahora estoy aquí, mi tiempo en Sucumbíos se acabó. Pensaron quienes montaron semejante bochinche que yo me iba y que venía otro más, y no ha pasado nada. Eso pasa en las diócesis en general: viene un obispo y después otro y después otro y no pasa nada. Pero ahí han pasado las cosas que han pasado porque hay una iglesia que no es de arriba. Allí se quedó la Iglesia del pequeño pueblo de Dios, de la gente humilde y la masa aguantadora.

Más allá de lo que haya podido pasar, yo cumplí los 75 años y cuando uno cumple esa edad debe presentar la renuncia al Papa. Después de los 75 me dieron otros dos. Entonces yo cumplí el trámite normal, ahí no hay nada qué decir. Cuando se pone la cosa muy mal es cuando me dan cuatro días y medio, en vez de los seis meses que les dan a otros obispos. Eso implica que tuvieron intenciones particulares. Si a eso se le añade que se me dice desde Roma que salga inmediatamente y que me vaya si es posible a mi país de origen. Eso nadie lo ha podido entender.

Los que creyeron que yéndome se acababa aquello deben estar sorprendidísimos. La iglesia si nace en buenas raíces está bien asentada y está mantenida por gente que no tiene intereses como son los pobres. Dios dirá lo que puede hacer

martes, 22 de febrero de 2011

LOS HIJOS DE ISMAEL

Joxe Arregi 

Que un profesor, el primer día de clase, pregunte sus nombres a los alumnos es más que mera cortesía, y nada tiene que ver, por de pronto, con un control de lista. Antes de preguntarle a alguien "¿Cómo te llamas?", debería descalzarme como Moisés en el Horeb, la tierra pagana y sagrada de la Zarza Ardiente. Al escuchar a alguien decirme su nombre propio, debería conmoverme tanto como Moisés ante la revelación del sagrado Tetragrama (JHWH), el misterioso nombre propio del Dios bíblico que los judíos no pronuncian jamás. Cuando alguien me dice su nombre, me confía su ser, su misterio inviolable, su historia secreta incluso para él, hecha de sueños y de miedos, modelada con la arcilla más frágil y el agua más pura. Así es el nombre propio de cada uno, y cuando lo escucho me convierto en su portador y responsable. Cuando alguien nos dice su nombre, deberíamos entrar literalmente en trance, como Dios en el primer día de la Creación o de la Revelación.

Hace tres semanas, al comienzo del segundo semestre, pedí a los alumnos que se presentaran por su nombre. Una vez más, de nombre en nombre, compusieron el poema más bello, la melodía más armoniosa, la oración más inspirada. Una chica dijo: "Yo me llamo Eva" (que significa "Viviente" o "Vivificante"). Yo hubiese querido decirle: "¡Oh, qué bonito, Eva!", pero tuve que reprimirme, y simplemente pregunté: "¿Conoces la historia de tu nombre? ¿Conoces la historia de Eva?". Solo fue una relativa sorpresa que ni ella ni nadie en la clase conociera la historia de Eva. Sin embargo, es nuestra historia, la historia de todos los que vivimos porque una mujer nos dio a luz. Otra chica dijo: "Yo me llamo Saray". No sé si logré disimular la emoción, pero también esta vez me limité a preguntar: "Y tú, ¿conoces la historia de Saray?". Tampoco ella la conocía, ni ella ni nadie entre los cincuenta de la clase. Es una pena que nuestros jóvenes no conozcan la historia de sus nombres, por ejemplo esas historias bíblicas que nunca sucedieron pero son tan nuestras y tan verdaderas, pues, si las conociéramos a fondo, no solo nos permitirían entender el pasado, sino sobre todo comprender el presente y recrearlo.

Quiero contaros la historia de Saray y de Hagar, y la de sus hijos Isaac y de Ismael, aunque el Génesis la cuenta mucho mejor en los capítulos 16 y 21. Quiero contaros sobre todo la historia de Ismael, que aun se prolonga en la plaza de Tharir en el corazón de El Cairo. Abrahán tuvo dos mujeres: Saray, que significa "Mi princesa", y "Hagar", que significa "Extranjera"; en realidad, la Biblia pretende que sólo Saray era esposa de Abrahán y que Hagar no era sino una esclava egipcia de la esposa, pero eso se debe simplemente a que la Biblia cuenta la historia desde el lado de Saray la Princesa, y no desde el lado de Hagar la Extranjera, o si se quiere, desde el lado judío y no desde el lado árabe. Tan esposa era la una como la otra, pero ambas sufrieron, y se hicieron sufrir. El sistema patriarcal de la poligamia las hizo primero émulas, luego rivales y al final enemigas. Y, como dice el Eclesiástico, "ninguna pelea como la de las rivales, ninguna venganza como la de las émulas" (25,13).

Saray era estéril y "no había dado" -así se decía entonces- descendencia a Abrahán. Y, sin consultar para nada con Hagar, dijo a su marido: "Ahí tienes a Hagar, mi esclava; tómala y que ella te dé el hijo que deseas". Y así hizo, y Hagar quedó embarazada. Entonces, a la pobre Princesa Saray le entraron unos celos terribles y tanto maltrató a Hagar, que ésta tuvo que huir de su casa y ser lo que su nombre indica, una extranjera. Dios la encontró en el desierto junto a un manantial, y no se lo explicaba, y le preguntó: "Hagar, ¿de dónde vienes y a dónde vas?". ¿Cómo podía saberlo ella, si Él no lo sabía? Pero Hagar respondió: "Huyo de Saray". Y Dios le dijo: "Vuelve a casa, mi Hagar, vuelve a tu casa. Y haz como si asumieras tu rol de esclava y concubina, pero sé libre, cree en ti y cree en ese hijo que llevas en tus entrañas, y llámalo Ismael, es decir, "Dios escucha", pues es así: yo escucho a la extranjera, en contra de lo que todos los hombres y pueblos que se sienten elegidos se imaginan por un fatal malentendido. Sé libre, mi Hagar, y da a luz la libertad". Y Hagar volvió a casa, transfigurada. Y dio a luz a Ismael.

Los celos de Saray arreciaron. Pero años después sucedió que la Princesa, a sus noventa años, también quedó embarazada de Isaac, que significa "Risa", y dijo: "Dios me ha hecho reír", pero lo que quería decir en el fondo era que "la última que ríe ríe mejor", y que Hagar lo oyera. Un día vio Saray que los dos niños, Isaac e Ismael, estaban jugando. ¿Qué otra cosa podían hacer dos niños sino jugar y reír? ¿Qué les importaba a ellos la rivalidad de sus madres y los líos de la herencia y la teología de la elección divina? Los niños ven las cosas simplemente como son, y juegan, y así revelan el rostro de Dios, sencillo como un niño. Pero Saray no estaba para risas y se dijo "Esta es la mía". Y, ni corta ni perezosa, le dijo a Abrahán: "Pongamos ya de una vez por todas las cosas en su sitio, aclaremos quién es quién en esta casa: quién es la esposa libre y quién la esclava concubina, quién el hijo heredero y quién el segundón, quién el elegido de Dios y quién el relegado. No aguanto que sigas haciéndote el bien-queda y el bueno. Decídete ya: si crees en la promesa de Dios, echa de esta casa a Hagar y a su hijo. Te lo exijo".

A Abrahán se le partía el alma, pero tuvo que acceder a la exigencia de su esposa, como más de una vez sucede. Al día siguiente se levantó, tomó una hogaza de pan y un odre de agua, se los dio a Hagar, puso al niño sobre sus hombros y los despidió con inmenso dolor. Con más inmenso dolor se fueron Hagar e Ismael por el desierto de Berseba, solos y a pie y sin saber a dónde. Y cuando se les acabó el pan y se agotó el odre, el niño lloraba a gritos, y a la madre no le quedaban fuerzas ni para llorar, y cada grito del hijo le desgarraba las entrañas más que al parir. ¿Dónde estaba Dios? Dios estaba con ellos, perdida y sola como ellos. Y dijo a la mujer: "No temas, mi Hagar. Juntos atravesaremos todo el desierto. Tu hijo será un gran pueblo, será mi pueblo y hermano de todos los pueblos. Y no temas, un día será libre". Y así fue, quiero decir: así debemos hacer que sea.

Ismael (que la paz sea con él) creció y vivió en el desierto de Farán, cerca de la Meca y de la Kaaba, según cuenta el Corán. Y encontró nuevos manantiales. Y tuvo 12 hijos -cada nombre una promesa-: Nebayot, Quedar, Abdeel, Mibsán, Mishmá, Dumá, Masá, Jadad, Temá, Yetur, Nafís y Quedma, que son los doce patriarcas de los pueblos árabes, y se extendieron desde Asiria (Irak) hasta Egipto.

Desde Irak hasta Egipto, hasta la plaza de Tahrir, que significa "Liberación" y que tradicionalmente se ha llamado plaza de Ismail o de "Dios escucha", de desierto en desierto, de manantial en manantial, sigue extendiéndose la promesa de Dios, el grito de Ismael, el inmenso movimiento de la Juventud, del Pueblo y de la Libertad. Y ello a pesar de la vergonzosa lentitud, por no decir cobardía (Vargas Llosa dixit) de nuestros gobiernos occidentales.

¡Mabruk (Enhorabuena), hijos de Ismael!.

domingo, 20 de febrero de 2011

EL DISENSO EN LA IGLESIA CATÓLICA

Rafael Velasco s.j. (Rector de la Universidad Católica de Córdoba)

Plantear que las diferencias deben debatirse puertas adentro es actuar ingenuamente, porque se sabe que en ese "puertas adentro" los debates suelen terminar en un cajón. .

Una convicción bastante arraigada es que en la Iglesia Católica no se puede disentir, ya que toda enseñanza magisterial es necesariamente dogmática, es decir, “obliga a los fieles a una adhesión irrevocable de la fe” (Catecismo de la Iglesia Católica, 88).

Sin embargo, los dogmas son más bien pocos. La misma doctrina de la Iglesia señala que hay afirmaciones que obligan de una manera diferente; no es lo mismo un dogma, que una encíclica, que una carta apostólica, que una declaración de los obispos.
Pero hay otras varias aseveraciones magisteriales que pueden –y muchas veces deben– ser objeto de reflexión e incluso de discusión respetuosa y fiel. Ya que –citando al Catecismo de la Iglesia Católica– “todos los fieles tienen parte en la comprensión y en la transmisión de la verdad revelada. Han recibido la unción del Espíritu Santo que los instruye y los conduce a la verdad completa.” Si todos los fieles tienen –tenemos– esa unción, significa que Dios habla a su pueblo y a través de su pueblo, y se manifiesta a las comunidades creyentes que en conciencia buscan profundizar en la enseñanza de Jesús. El mismo catecismo afirma que “la totalidad de los fieles... no puede equivocarse en la fe (CIC. 92)”.

Como se ve –aunque en la práctica muchas veces se contradiga– la misma doctrina de la Iglesia expresa que la interpretación revelada no es propiedad privativa de la jerarquía.

Por lo tanto –según esta misma doctrina– si una comunidad de fieles, a la luz de la Palabra de Dios cree en conciencia que algunas de las afirmaciones de los obispos o del magisterio deben ser revisadas y presentan dificultades serias para ser aceptadas, entonces están en su derecho de expresarlo.

Más aún cuando se tiene en cuenta que los cristianos somos discípulos de aquél que puso la religión al servicio de la persona y no al revés. Al afirmar que “el sábado es para el hombre y no el hombre para el sábado”, Jesús estaba diciendo que hasta el precepto más importante y sagrado no era más importante que la persona humana, en particular cuando esta sufre; y por lo tanto, el precepto religioso está al servicio del ser humano, de su propia vida y su propia comunión con Dios y sus hermanos. La preocupación de Jesús no era fundamentalmente doctrinal, sino eminentemente humana; para Él, la religión no podía ser un instrumento de opresión, sino de liberación. Su preocupación por los enfermos, los sufrientes, los alejados de “la religión oficial”, los pecadores públicos y los indeseables lo deja a las claras. Vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido.

Para Jesús, la Buena Noticia (Evangelio) no consiste en defender una serie de principios doctrinales y morales (a los que aquí no se pretende negar relevancia, por cierto), sino en manifestar el amor de Dios hacia sus hijos e hijas. Para Jesús, el amor a Dios y el amor al prójimo están unidos y son el mandamiento más importante.

El disenso no es escándalo.
Entonces, quien se escandalice por el disenso en la Iglesia, es porque pretende que la exclusividad de la verdad proviene del magisterio oficial y no hay participación alguna de los fieles; o considera en todo caso, que el rol de los fieles se limita a asentir obedientemente y poco más. Lo que equivale a pensar que los creyentes son una suerte de minusválidos en la fe, incapaces de una honesta y recta inteligencia de la fe y sus consecuencias prácticas.

Pretender que el disenso es malo y es una suerte de traición no hace bien, porque finalmente se anula la participación de los fieles, es decir, se los hace sentir cada vez menos “parte de” y sólo se los sitúa como meros “espectadores” que deben acatar y cumplir, o de lo contrario irse.

Muchas de las aseveraciones magisteriales que provocan serias dificultades para ser aceptadas y vividas en muchos fieles de buena voluntad (como por ejemplo lo referente al uso de métodos artificiales de control de la natalidad, la ordenación de hombres célibes exclusivamente, o la prohibición de la ordenación de mujeres, e incluso la exclusión de la comunión sacramental a los divorciados y vueltos a casar) no son dogmas de fe. Son proposiciones que merecen respeto y un intento serio de comprensión. Pero si en conciencia se encuentra dificultades para aceptarlas, el servicio más honrado que se puede prestar a la misma Iglesia es manifestarlo y proponer los argumentos para la discusión.

Por otra parte, afirmar –como lo hacen algunos– que en todo caso, si hay algún tipo de disenso, se debe plantear exclusivamente puertas adentro y no decirlo públicamente, es actuar ingenuamente, porque se sabe que en ese “puertas adentro” este tipo de discusiones suele terminar en un cajón, o con la afirmación de que “de eso no se habla.”

En tiempos de transparencia y pluralismo, no se puede pedir a otras instituciones de la sociedad transparencia, respeto del pluralismo y la democracia, y luego no aceptarlos hacia adentro de la misma institución eclesial. Hablar, expresar lo que en conciencia creyente se ve, es el mejor servicio que se puede prestar a una Iglesia abierta al Espíritu de Jesús.

Por eso, como cristiano-católico, me alegro de que haya quienes expresen públicamente sus posiciones con la intención de que la Iglesia sea una Comunidad en la que todos tienen la palabra y no solo algunos. Una Iglesia en la que disentir no sea pecado, y en la que expresar públicamente ese disenso no sea ocasión de temor a represalias. Una Iglesia más parecida a la comunidad que –creo– anhelaba Jesús.

viernes, 18 de febrero de 2011

TIEMPOS DE CAMBIOS PARA LA LIBERTAD

Matilde Gastalver, en 'Humus'

Nos llegan buenas noticias para la iglesia católica cuando 144 profesores de teología de Alemania, Austria y Suiza subscriben un manifiesto que exige cambios en la Iglesia católica:fin del celibato, el sacerdocio femenino, elección de los párrocos y obispos. ¿No podemos exigir a la Iglesia que se centre en su misión principal, el servicio a la humanidad, a la libertad, al respeto absoluto de las conciencias, a la lucha por su dignidad, a la búsqueda inquebrantable por la justicia para todos, a la acogida incondicional de cualquiera?

Este mes de febrero se presenta como un mes de propuestas revolucionarias y de cambios ante muchas tiranías. En España, cambios políticos en el País Vasco. Surge Sortu, para quienes creen con esperanza en el cambio, como una nueva fuerza que aporte libertad para un pueblo, desde el no a la violencia y con nuevos esquemas políticos. ¡Es una buena noticia!

La plaza de la Liberación de Egipto se ha convertido en un emblema de los ideales de justicia y libertad que el pueblo oprimido es capaz de conseguir. Qué bien leer en la prensa: “los manifestantes logran hacer de la plaza de la Liberación, centro de protesta, una suerte de comuna libre, limpia, segura y respetuosa con las minorías”. Cuentan con servicio médico, de información y de reparto de alimentos. Han superado las la diferencias sociales, religiosas y de sexo… Todos son uno en la lucha que intenta mantener la calma y romper la violencia, pero que no se repliega ante el poder del dictador.

¿Fue Mohamed Boazizi en Túnez quien lo originó, fue Jaled Said el bloguero egipcio de 28 años? En Cisjordania, en Yemen, en Argelia… Se desató la chispa en Túnez que prendió la mecha de la liberación, ya imparable. Son los jóvenes que no aguantan la imposición de la injusticia, el olvido de los últimos.

Todos estos movimientos libertarios, revolucionarios, que subvierten las estructuras rígidas, los poderes absolutos despiadados y opresores han de contagiar no sólo a los pueblos árabes. Hablan para toda la humanidad, ponen al descubierto a cualquier otro sistema que actúe de igual manera. También el pueblo de Dios ha de poderse levantar en contra de una jerarquía que hiere, que excluye, censura, prohíbe, se aferra al poder y al dogma por encima de la vida. Y en ello ataca hoy a unos y mañana a otros. Nada de eso tiene que ver con el Evangelio. También en la Iglesia, nosotros somos más, que la cúpula, somos cientos los que estamos cansados de censuras. De ritos vacíos. De falta de autenticidad, de carencia de humanidad y de vida.

Me acaba de llegar una carta para invitarme a los actos por la llega a Mallorca de “la Cruz” que preside las Jornadas Mundiales de Juventud, que Juan Pablo II entregó a los jóvenes con motivo del Año Jubilar, con el mandato de llevarla a todo el mundo, como signo del amor de Cristo. De los actos para tal ocasión se excluye únicamente la plegaria en el centro penitenciario (el lugar más propio de la cruz). Se anuncia como momento privilegiado de comunión con la Iglesia universal y en preparación del gran encuentro mundial de agosto en Madrid.

Yo leo eso y me pregunto ¿qué es esto? ¿A quién mueve? ¿Qué jóvenes se movilizan por un trozo de madera, por una cruz de madera cuando lo que deberíamos de enseñarles es a quitar o acompañar a tantas cruces de tantos crucificados de nuestra historia de ahora? ¿Qué sentido tienen estos ritos postizos, irreales, desencarnados, montajes de estrategias de una Iglesia que hace mucho ha perdido el camino de acercamiento a la realidad? ¿Qué sentido evangélico hay en todo eso? ¿Qué fuerzas y dinero, movimientos parroquiales… se van a poner marcha y con qué fin? ¿Es eso lo que Jesús querría de sus seguidores hoy? ¿Es lo que necesitamos en la Iglesia?

¿No tendrían que ser los jóvenes -o los mayores- quienes también, como los jóvenes tunecinos o egipcios, se levantaran exigiendo cambios, diciendo basta?

Veo las imágenes de la plaza de la Liberación y veo vida, esperanza. Contagian ilusión, ahí está presente el Dios de la Vida. De la sagrada vida en busca de la justicia. Miro a este otro lado y veo el rito vacío, postizo, alejado de las vidas de las mujeres, hombres y jóvenes de hoy. Si las iglesias se vacían no es porque las personas no tengan profundidad y sed de lo infinito y sensibilidad para ello, sino porque la Iglesia no abre espacios para ello, se conforma con la pompa, el poder y el boato.

¿Qué bloguero movilizará a todos los que deseamos vivir en el seno de la Iglesia del Reino, de la buena noticia del Evangelio, de la comunidad de la justicia y del bien que inauguró Jesús?



martes, 15 de febrero de 2011

CON JESÚS Y EN COMPAÑÍA

Joxe Arregi

Me encuentro sin cesar con gentes que me dicen: “Queremos seguir a Jesús, pero necesitamos aliento y compañía. Sabemos que somos muchos, pero nos sentimos pocos y dispersos, y esta Iglesia institucional nos avergüenza ante nuestros hijos, nuestros jóvenes, nuestra sociedad. ¿Qué podemos hacer? ¿Dónde podemos encontrar aliento y compañía?”.

La escena y las cuestiones se repiten de pueblo en pueblo, de parroquia en parroquia, de grupo en grupo. No es que la situación sea nueva. Viene de los años 80, cuando los impulsos promovidos por el Concilio Vaticano II empezaron a ser sistemáticamente obstruidos por el papado y su poder absoluto. En realidad, la cosa viene de mucho antes, desde hace dos milenios, cuando el joven movimiento de Jesús fue tomando envergadura y forma: el movimiento se hizo iglesia, la fe se organizó como doctrina, el carisma se estructuró en una institución. Y la institución necesitó perpetuarse, como todas las instituciones, con todos los medios y poderes a su alcance. Y muy pronto sucedió algo que es comprensible y muy funesto: el poder contaminó el movimiento de hermanos de Jesús y dejó de ser movimiento y dejó de ser de hermanos.

Pero innumerables hombres y mujeres enamoradas de Jesús y de su evangelio nunca se resignaron. La pasión y el Espíritu de Jesús los animaban. No se creían los mejores, no se sentían héroes, no se consideraban salvadores. Solo querían ser humildes y fraternos seguidores de Jesús, aunque fracasaran. Querían vivir lo que Jesús vivió, con su misma libertad creadora. ¿Y qué es lo que Jesús vivió? Cada página del Evangelio te lo dice: la sencilla confianza en Dios de un niño pequeño y la solidaridad arriesgada de un profeta, la ternura de Dios y la compasión de los heridos. El Dios Abbá y el Reino de la liberación. Eso fue Jesús, eso vivió, y todo lo demás le sobraba. “Misericordia quiero, y no sacrificios”, advertía con los profetas a los incondicionales de la ley establecida o del culto ordenado. Y decía: “No basta decir: Señor, Señor. Dios no necesita oraciones sin fin, ni credos complicados. Dios es la Vida. Dios es confianza sencilla y compasión solidaria. Todo lo demás es secundario, e incluso baldío”.

Pasaron los siglos, mientras el mundo y las culturas giraban de luna en luna, de primavera en primavera. Las generaciones humanas se sucedieron de gozo en gozo, de dolor en dolor. Y el Espíritu de Dios acompañaba cada gozo y cada dolor. El Evangelio de Jesús nunca era un molde pasado que hubiera de ser preservado, sino una presencia que cura, consuela y acompaña hacia el futuro nuevo de Dios. La Iglesia siguió debatiéndose entre el pasado y el futuro. Llegaron los tiempos modernos y volvió a suceder lo de siempre: el peso y el poder tiraban al pasado, la carne y la palabra, el “Espíritu y la Esposa” empujaban al futuro. Incontables cristianas y cristianos, incluidos teólogos y obispos, dijeron: “Abramos la Iglesia al mundo moderno, pues es mundo de Dios. Abrámonos al Espíritu y al Evangelio presentes en la Ilustración moderna, en la Revolución Francesa, en el movimiento democrático, en la crítica de la religión, en la aspiración de los pueblos a la libertad, en la lucha de los obreros por la justicia”. Pero en el Concilio Vaticano I (1870), la Iglesia se cerró, mucho más aun de lo que ya se había cerrado en Trento (1545-1563).

Y con mucho retraso, con enorme sorpresa, y con inmensas resistencias, llegó el Concilio Vaticano II. Y por primera vez en muchos siglos, un papa proclamó: “Abramos las ventanas y las puertas de la Iglesia. Hagamos oídos sordos a los profetas de calamidades. Pongámonos al día. Reconciliemos la fe con todas las mejores aspiraciones de la Modernidad. Prescindamos de la imposición y del castigo, recurramos a la razón y el argumento”. Es verdad que el Concilio quedó a medio camino; en ninguna de las cuestiones abordadas dio el paso decisivo que muchísimos demandaban y que los tiempos requerían. No era fácil que la institución fuera más lejos. Pero, a pesar todas las resistencias, de todos los pactos de equilibrio y de todas las tensiones irresueltas de los documentos conciliares, el Concilio Vaticano II despertó un inmenso sueño en la Iglesia: “Haremos nuestros los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de la familia humana. Somos la misma familia. Hablaremos su lengua en todas las lenguas. Recibiremos de todos y a todos anunciaremos el evangelio de Jesús”.

Pero luego sucedió lo que ya se conoce, y cuyas consecuencias estamos padeciendo dolorosamente en toda la Iglesia. Durante el pontificado de Juan Pablo II, una calculada política de nombramientos episcopales prolongada durante 25 años cambió radicalmente el signo del episcopado universal (y también esto lo estamos padeciendo ahora mismo, aquí mismo, en mi diócesis, y seguramente también en la tuya). La excusa para ello fue perfecta, y la formuló tempranamente el Cardenal Ratzinger: “El Concilio no ha dado los frutos esperados, los seminarios y las iglesias se están vaciando, el mundo se está secularizando peligrosamente, la Iglesia está perdiendo su poder de influencia”. Y el mismo Cardenal, la cabeza pensante del pontificado de Juan Pablo II, pensó que eso era malo y que la causa era el Concilio, o al menos su interpretación más aperturista. Su diagnóstico fue claro: “Todos los males de la Iglesia se derivan de que la Iglesia está difuminando su identidad, de que la tradición y los dogmas se están reinterpretando, y todos los males del mundo se derivan de que se está secularizando y alejando del cristianismo institucionalizado”. Creo que es un inmenso error de diagnóstico. Y no la mala voluntad, sino este inmenso error de diagnóstico es lo que está en la base del remedio que se quiere aplicar: recuperar la firmeza del dogma, de la moral inmutable y de la tradición jerárquica. Pero si el diagnóstico era equivocado, el remedio no puede menos de ser también equivocado.

No sé lo que será el futuro, pero yo no quiero que el futuro del cristianismo y de la Iglesia sea este presente que nos están imponiendo. Y me empeñaré no en combatir el presente, sino en crear otro futuro, aunque fracase en el empeño. ¿Qué podemos hacer? Volvamos a leer el evangelio cada día: “¡Effetá! ¡Ábrete! -dice Jesús al sordo, al mudo, al desalentado- Échate al mar y camina sobre las aguas, avanza a la otra orilla sin miedo”. Somos muchos, creo que somos la inmensa mayoría. Seamos otra Iglesia. No malgastemos energías en pelear con curias y obispos. ¡Vivamos, acompañémonos, curemos! Y seamos sencillos, pacíficos e inteligentes. Creemos redes donde podamos sentir el aliento de Jesús y de los hermanos. Aunemos esfuerzos. Ahí está, por ejemplo, www.humus.tk que te invito a conocer. Lo promueve un pequeño grupo de San Sebastián y quiere responder al anhelo de tantos que, en estas diócesis de por aquí, quieren vivir con Jesús y en compañía.

La luna crece sobre el Andutz, los jacintos florecen perfumados sobre el escritorio, sobre el puente del Narrondo corretea Aila, el bobtail juguetón, la pequeña Naira pasea de la mano de Itziar y de Víctor. Una sagrada familia, tan sencilla y cercana, y tan alejada de esta Iglesia. ¿Qué evangelio de Jesús podré yo ofrecerles si no recibo el evangelio que ellos me ofrecen lejos de esta Iglesia? También ellos son mis compañeros..



lunes, 14 de febrero de 2011

CONCLUYE EL FORO SOCIAL MUNDIAL

“UN PASO SIGNIFICATIVO ADELANTE PARA LOS MOVIMIENTOS SOCIALES AFRICANOS”

Sergio Ferrari, desde Dakar 

Una multitudinaria movilización popular en la apertura el domingo 6 de febrero; la diversidad de centenas de talleres y asambleas temáticas; las mini-movilizaciones a favor de causas específicas a lo interno del recinto de la universidad capitalina Diop; y el clima festivo y al mismo tiempo reflexivo marcaron la tonalidad de la edición del Foro Social Mundial (FSM) de Dakar.

En la que sobresalieron tres grandes protagonistas: las mujeres con sus organizaciones y redes; los campesinos en su lucha contra el flagelo cada vez más asfixiante del acaparamiento de tierras; y, muy particularmente, los migrantes.

En síntesis, los encuentros de varios mundos en un mismo espacio. Signos todos de un Foro Social Mundial que a pesar de los problemas organizativos de arranque concluyó en alza este viernes 11. Y que excedió, a nivel de resultados, las perspectivas más optimistas de los coordinadores africanos.

“Significa una gran sorpresa para nosotros mismos, en particular por la movilización que ha engendrado y por la participación desbordante, que duplica nuestros cálculos iniciales que eran de entre 40 y 50 mil participantes”, subraya Taoufik Ben Abdallah, militante e intelectual tunecino que integra el Comité Africano de Organización.

Sin esconder en su balance la autocrítica por los “problemas organizativos graves del primer día” (ndr que paralizaron parcialmente las actividades al no haber aulas libres para realizarlas) y “por las fallas técnicas que en algunos casos no logramos superar totalmente”.

“Lo que mejor funcionó desde el inicio mismo fueron las aldeas internas (carpas) de las mujeres, los campesinos, los migrantes y sindicatos”. En síntesis, la parte impulsada por los movimientos sociales, quienes en la tarde del jueves 10 aprobaron la Declaración de Dakar, una radiografía-extracto de una parte importante de los debates de este Foro, de sus prioridades de movilizaciones futuras y de la agenda común de acción para 2011.

Si se trata de evaluar el impacto de la sesión de Dakar en la vida interna del proceso iniciado en Porto Alegre en 2001 - que celebra su primera década de existencia-, las pulsaciones vitales son de continuidad más que de cambios conceptuales bruscos.

“El FSM es un espacio abierto. No nos proponemos reunir a todos los actores participantes para imponerles una voluntad política única. Una declaración final en vez de abrir el espacio arriesgaría dividirlo, debilitarlo…Lo que no impide que los movimientos, redes y campañas que trabajan juntos puedan producir sus propias declaraciones comunes, como ha sucedido en ediciones anteriores” enfatiza Taoufik Ben Abdallah.

El FSM de Dakar y África

Los levantamientos populares en Túnez y Egipto de las últimas semanas estuvieron omnipresentes en los debates del FSM. “Es una coyuntura política que no se veía desde años. Son países del África, son naciones árabes…y lo que se vive allí tiene un impacto directo en todo el continente y en el mundo árabe”, explica el intelectual senegalés Demba Moussa Dembélé, director del Foro Africano de Alternativas y también miembro del Comité Africano de Organización.

“Muchos otros presidentes de Estados africanos hoy están temblando al ver lo que pasa allí. Y el mensaje es claro: los pueblos siempre tienen la última palabra”, enfatiza Moussa Dembélé. Quien no duda que lo que acaba de vivirse en Dakar, “significará un aporte directo a la consolidación de los movimientos sociales africanos”.

La mayoría de los cuales –sigue reflexionando- están representados dentro del Foro Social Africano (FSA), y llegaron a Dakar con sus programas y reivindicaciones propias de luchas específicas en sus países y regiones.

“Será una de las tareas del FSA, que federa la mayoría de esos movimientos, una vez concluida la cita de Dakar, ver como sistematiza las ideas, propuestas y campañas, para pensar como se refuerzan donde ya están presentes. Y sobre todo cómo extender el concepto del Foro en aquellos países o regiones del continente donde su inserción es aún débil”.

Los objetivos en el marco de este largo proceso de acumulación de fuerzas son dos según Moussa Dembélé: reforzar la fuerza de los movimientos para articular sus propias reivindicaciones a favor de la población africana y aumentar su capacidad de interlocución con el poder público en todo el continente”.

Para el intelectual senegalés, “el gran debate que se dio en este FSM, tocó los temas esenciales de los desafíos torales que confronta África y el mundo. Pudimos poner sobre la mesa las preguntas de fondo que atraviesan al continente: la temática agraria, la soberanía alimentaria, los recursos naturales, la nueva democracia, la soberanía de los pueblos, la crisis profunda del capitalismo”.

En ese sentido la edición de Dakar, “aportó una reflexión seria y profunda más allá del componente de la protesta habitual de los movimientos sociales contra la guerra, contra el cambio climático, contra las crisis financieras y el acaparamiento de tierras”.

En Dakar, “África afirmó su conciencia. Lo habíamos soñado y lo ratificamos como un logro: que esta edición marque una etapa mayor en el desarrollo del movimiento social africano y, de igual forma, del movimiento altermundialista mundial”.

Para Moussa Dembélé, “Dakar marca una ruptura y una nueva etapa. Ruptura con respecto al acento puesto en la protesta y en la separación que se vive a veces entre los movimientos sociales y el mundo político”.

Los cambios en América Latina son posibles “por la aproximación estrecha entre esos movimientos y el poder político. La reflexión del debate de Dakar nos lleva a pensar que todo cambio de sociedad implica tanto a los movimientos sociales como al mundo político. Y exige una nueva voluntad política común”, concluye.


“GANAMOS LA BATALLA INFORMATIVA”

Centenas de periodistas y comunicadores, particularmente de África, cubrieron el FSM de Dakar. Muchos de ellos pertenecen a medios alternativos.

La prensa local senegalesa aseguró una cobertura de proximidad. El periódico “Le Quotidien” publicó en separata diaria la “Flamme d’Afrique”, publicación propia del Foro y sus organizaciones africanas.

Fue llamativa, también, la cobertura sistemática del evento por parte de la BBC y la Radio Francia Internacional, quienes le brindaron espacios relativamente amplios en sus programaciones diarias.

“Fue uno de los logros principales de esta edición de Dakar en relación a la información” enfatiza Bernard Bokodjin, sociólogo de la comunicación togolés, militante del Comité por la Anulación de la Deuda del Tercer Mundo (CADTM) en su país, quien desde hace tres semanas llegó a Dakar para reforzar, en tanto que benévolo, el pequeño equipo de Prensa del Foro, y en especial la relación directa entre los organizadores y los periodistas.

“Pienso que a pesar de nuestras limitaciones, el FSM ganó la batalla mediática, particularmente en África”, subraya Bokodjin. “Es ahora un desafío para el Consejo Internacional y los organizadores africanos de darle continuidad a este trabajo. Deben apropiarse realmente de esos contactos para seguir informando y asegurar así que el proceso del Foro siga teniendo el impacto mediático que le corresponde” (Sergio Ferrari).

domingo, 13 de febrero de 2011

LA TEOLOGÍA DE LA LIBERACIÓN FRENTE A LA CRISIS DE LA GLOBALIZACIÓN NEOLIBERAL

Benjamín Forcano

Previo a la exposición que voy a hacer, considero importante señalar la actualidad y oportunidad del tema. Porque si bien es cierto que, desde antiguo, en el llamado "régimen de cristiandad” existía una teología legitimadora de los poderes imperialistas y colonizadores, lo es también que en esas situaciones existían raíces y semillas de una teología cuetionadora y profética, liberadora, que adquirió carta de ciudadanía en los años inmediatamente posteriores al concilio Vaticano II. Podemos señalar como propio de la teología de la liberación el período que va de los años 60 hasta nuestros días.

Probablemente, no ha existido en el período posconciliar, un fenómeno religioso tan fuerte y novedoso y que haya suscitado tanta preocupación en las esferas del poder religioso y político. Políticamente, se lo vió enseguida como un hecho peligroso y religiosamente se la catalogó como sospechoso de herejía.

En 1968, Rockefeller , después de una gira por Latinoamérica, dijo: "Si la Iglesia latinoamericana cumple los acuerdos de Medellín, los intereses de Estados Unidos, están en peligro en América Latina”. Y, en tiempos del presidente Regan, la alarma se tornó en toque de guerra en el Documento de Santa Fe: "La política exterior de Estados Unidos debe comenzar a enfrentar (y no simplemente a reaccionar con posterioridad) la teología de la liberación, tal como es utilizada en América latina por el clero de la teología de la liberación”.

Eclesiásticamente, el movimiento de la teología de la liberación cobró impulso con el Vaticano II y recibió consagración oficial en la reunión del episcopado latinoamericano en Medellín. Pero, no tardó en llegar la restauración y comenzaron a sonar voces de la curia romana y de la alta jerarquía que veían peligros y errores en la teología de la liberación. Fue Ratzinger, hoy Papa, pero entonces teólogo y cardenal de la Congregación para la doctrina de la fe, quien en 1984 escribe un documento en el que señala graves errores en la teología de la liberación. Lógicamente fueron muchos los teólogos que contestaron a este documento mostrando la falsedad de sus observaciones y argumentos.

No ha sido, pues, casual que la teología de la liberación haya suscitado alarma. Naciendo en las periferias sociales cristianas de América Latina, traía el clamor de millones de pobres, de pueblos enteros dominados y explotados. Y a su lado contaban con teólogos que, solidarios con su situación, elaboraban una teología nueva, que acogía su grito, alentaba el despertar de sus conciencias y patrocinaba el levantamiento de su dignidad con un nuevo modo de actuar en la sociedad en conformidad con el Evangelio.

Está aquí, creo, la clave para el que quiera entender la teología de la liberación. Desmontaba el viejo edificio del sistema opresor, construido por una teología cómplice, legitimadora de clases, de monopolios, de privilegios y de imperios.

La religión cristiana daba un giro radical: en lugar de seguir ejerciendo de opio, de resignación, de humillación y de fatalismo pasaba a ejercer de inteligencia, de rebeldía, de solidaridad, de emancipación y de esperanza. La teología de la liberación ponía al descubierto las complicidades del poder eclesiástico y político. ¡Y eso no se perdona!

Esta posición ha sido común en los teólogos de la liberación. Como muestra traigo unas palabras del famosos teólogo J.B. Metz, inspirador de la teología política y que pronunció en 1981, en Nicaragua: "Yo vengo de una cultura cristiana y teológica en la que los procesos revolucionarios se han hecho o contra la Iglesia y la Religión, o sin ellas, como la Reforma, la Ilustración, la Revolución francesa y la Revolución rusa...Entre nosotros, la identidad cristiana está marcada, no exclusivamente, pero sí fundamentalmente, por lo que llamaría la religión burguesa. Nosotros sólo tenemos experiencia de una Iglesia que ha legitimado y apoyado a los poderes estatales... El tiempo en el cual la Iglesia legitima a los poderosos habría pasado y habría llegado la época de la liberación y de la función subversiva de la Iglesia. El tiempo de la legitimación estaría superado y habría empezado la época de la liberación” (Servicio del Centro Ecuménico Valdivieso, Entrevista sobre "La Iglesia en el proceso revolucionario de Nicaragua”, Managua, 1981).

No es de extrañar que, en este contexto, la reacción tratase de organizarse para neutralizar sino obstruir el camino de esta nueva teología.

En este sentido, la teología de la liberación estaba sentenciada, se la iba a denigrar bárbaramente y conocería la persecución dentro y fuera de la Iglesia. Han sido centenares y aun miles los mártires de la teología de la liberación en los continentes de la miseria: campesinos, maestros, educadores, líderes sindicales, catequistas, religiosos y religiosas, sacerdotes, obispos...

En el año 1978, a las ocho de la mañana, en la catedral de El Salvador, escuchaba yo, en medio de centenares de campesinos la voz profética de Mons. Romero, que denunciaba los desmanes de los gobernantes contra su pueblo. Fue una hora y cuarto de homilía y el pueblo aplaudía. Aquélla voz, unos meses después, el 24 de marzo, quedaba enmudecida por una bala mientras celebraba la santa misa. Y el golpe más brutal de esta persecución se asestó contra los jesuitas de El Salvador, adalides de la teología de la liberación. Cayeron acribillados por las balas de un ejército y de un gobierno apadrinado por la política del Pentágono.

¡Era muy peligrosa, cómo no, la teología de la liberación! Aquella religión no casaba con la religión tradicional, justificadora de los intereses de los ricos, de los latifundistas, de las familias adineradas, de la burguesía, acostumbradas a a que les bendijera sus conciencias y sus mansiones.

Pero, qué es la teología de la liberación

1. Pensar el destino de la humanidad desde los pobres

Entiendo perfectamente que Leonardo Boff haya escrito: "La teología de la Liberación es la primera teología moderna que ha asumido este objetivo global: pensar el destino de la humanidad desde la condición las víctimas. En consecuencia, su primera opción es comprometerse con los pobres, la vida y la libertad para todos”.

Y sigue: "La pobreza entendida como opresión revela muchos rostros: el de los indígenas que desde su sabiduría ancestral concibieron una fecunda teología de la liberación indígena; la teología negra de la liberación que resiente las marcas dolorosas dejadas en las naciones que fueron esclavistas; el de las mujeres sometidas desde la era neolítica a la dominación patriarcal; la de los obreros utilizados como combustible de la maquinaria productiva. A cada opresión concreta corresponde una liberación concreta”.

2. La irrupción de los pobres en el mundo de la teología

Ya hoy es común admitir que la pobreza no es fruto del azar o del fatalismo sino de la lógica del sistema neoliberal, hoy predominante y globalizado.

Se trata en primer lugar de concebir la pobreza no como un elemento individual, separado de la historia y de la colectividad, sino como un elemento comunitario. La pobreza es un fenómeno colectivo generado por factores socioeconómicos y culturales.

En largos sectores de la sociedad se ha mantenido por mucho tiempo la idea de que el hecho de la pobreza era irremediable, efecto de causas extrañas o misteriosas, y que inducían a pasiva resignación.

Religiosamente se puede confirmar con cantidad de documentos este estado de cosas bastante generalizado.

El interés de la teología por los pobres es relativamente reciente y todavía hoy no es compartido por todos los téologos. En las décadas anteriores al Vaticano II se habla mucho de la " pobreza espiritual” pero nada de los pobres sociológicos.

La irrupción de los pobres en la Teología se realiza de verdad en el ámbito de los países del Tercer mundo, concretamente en América Latina, a partir del 68 (Medellín y Puebla), bajo los auspicios de la teología de la liberación. (Cfr. Victor Codina, Congreso de Teología y Pobreza, La irrupción de los pobres en la Teología contemporánea, en Misión Abierta, Noviembre, 1981).

3. La pobreza parte integrante del sistema capitalista

A quien estudie el tema verá que la realidad de la pobreza en nuestro tiempo aparece como parte integrante del sistema capitalista. El capitalismo se presenta como generador e irradiador de una riqueza que jamás antes existió, pero oculta el recorrido tortuoso hasta llegar a ella y las víctimas sin cuento que va dejando en el camino. Paradójicamente, se va cumpliendo, pero con abultada crueldad, el diagnóstico de Marx. Cualquiera que sea la superestructura cultural de una sociedad, hay que contar en primer lugar con la estructura económica que la sustenta.

El factor económico no es el único pero es el básico y es lo que explica que la economía nacional y mundial adquiera un carácter rígido, de enorme peso e influencia, casi imposible de sustituir por otro que corrija sus perversiones y abusos.

Si es verdad , como dice Ignacio Ellacuría, que los pobres no pueden identificarse con cualquier otro tipo de sufrientes y dolientes, nos encontramos sin embargo con el dato aplastante de la pobreza tal como la están viviendo hoy mayorías populares de muchos países (Cfr. Los pobres lugar teológico en América Latina, en Misión Abierta, Noviembre, 1981, vol. 74, p.227). Y ese dato nos dice que es dentro de la estructura económica neoliberal donde vamos a encontrar la clave que explique su funcionamiento y los resultados, positivos para unos y negativos para otros.
Resulta por tanto que la pobreza existe como una realidad dialéctica y política. Dialéctica porque en nuestra situación hay pobres porque hay ricos, hay una mayoría de pobres porque hay una minoría de ricos. Una pobreza fruto de escasos recursos no nos permitiría hablar propiamente de pobres. La verdad es que los ricos se han hecho tales desposeyendo a los pobres de lo que era suyo, de su salario, de sus tierras, de su trabajo, etc. Por eso, si los ricos son los empobrecedores, los pobres son los empobrecidos; si los ricos son los desposeedores, los pobres son los desposeídos; si lo ricos son los opresores y represores, los pobres son los oprimidos y reprimidos (Ibidem, p.227)

Ciertamente, la pobreza no es efecto de la escasez de recursos. El hecho de que el Norte tenga seis veces más que el Sur, no es fruto de la escasez; el hecho de que el Norte (1/4 parte de la humanidad) consuma el 75 % de los recursos terrestres, no es fruto de la escasez; ni el hecho de que tenga el 80 % del comercio y el 93 % de la industria no es fruto de la escasez; el hecho de que el PNB per capita sea de 3, 60 dólares al año en el Sur de Asia, o de 8 en Africa y de 206 en Norteamérica, no es fruto de la escasez; el hecho de que en Africa haya un médico por cada 50.000 habitantes y en los países industrializados uno por cada 450 habitantes, no es fruto de la escasez; el hecho de que Estados Unidos y otros países industrializados dediquen miles de millones de dólares (y aquí uno renuncia a dar cifras) al armamentismo y nimios porcentajes a resolver las necesidades básicas de la humanidad, no es fruto de la escasez. Es fruto simplemente de una relación de causalidad entre ricos y pobres.

Con ocasión de los 500 años de la llegada de los europeos a América Latina, pudimos recoger escritos e informes estremecedores de la situación de miseria y opresión de esos pueblos. Uno de esos escritos es éste de Rigoberta Menchú:

"Con amargura y tristeza constatamos que el etnocidio y el genocidio continúan. El robo de tierras y recursos naturales no ha terminado. La militarización de pueblos indígenas continúa. Asimismo, tierras y territorios indígenas siguen siendo utilizados con fines militares que nada tienen que ver con los intereses de los indígenas. La represión generalizada, la discriminación en todos los aspectos, la tortura y la muerte hacen parte de lo cotidiano de nuestros pueblos. Se sigue practicando la destrucción y contaminación de los territorios tradicionales . Tierras indias están siendo o pretenden ser utilizadas como basureros químicos, industriales o radiactivos. Se generaliza el saqueo de los recursos indispensables para la vida de los pueblos indígenas. En nombre de un supuesto desarrollo se destruyen y se desacralizan lugares de ceremonias y sitios sagrados. Nuestras culturas, lenguas, religiones, ceremonias , valores, contribuciones y creatividad son pisoteados regularmente” (R. Menchú, Consideraciones ante la II Cumbre ).

Con dolorida razón escribía Sami Naïr:

"Los capitales circulan del Sur hacia el Norte y no en sentido contrario. La deuda exterior de los países pobres es del orden de 2,5 billones de dólares. La devuelven con un cuchillo en la garganta. La de Estados Unidos es de seis billones de dólares. ¡Y nadie obliga a Estados Unidos a devolverla!” (El País, 12 de Febrero de 2002, pg. 12).

Es decir, que el pobre en nuestro tiempo no es una persona aislada, ni grupos que son objeto de asistencia o beneficencia social. Los pobres son, en palabras de Gustavo Gutiérrez, "las clases explotadas, las razas marginadas, las culturas despreciadas” que, con conciencia de su postración aspiran a conquistar el protagonismo que les corresponde para poder actuar como sujetos de la historia.

4. Los mecanismos del sistema para perpetuar esta situación

Han sido muchas las formas de colonialismo, pero en todas ellas hay una constante, fortalecida hoy por el modelo económico neoliberal.

El neoliberalismo -mera expresión del neocolonialismo-no hace sino implantar su dominación mediante la penetración del capital extranjero y transnacional, mediante la brutal competencia del libre comercio, mediante los ajustes y privatización que imponen, mediante la transferencia de recursos naturales a cambio de una disminución de la deuda externa.

Esto se revela especialmente en la dimensión ecológica. La dominación del sistema actúa invadiendo territorios, saqueando recursos naturales, con el único objetivo del lucro y dejando por doquier desolación y muerte. Este arrasamiento habría que tipificarlo jurídicamente como delito de "ecocidio”.

La Declaración de Managua, tras señalar cómo el saqueo y explotación capitalista ha convertido a estos pueblos en fuerza inagotable de acumulación capitalista y de desarrollo industrial y tecnológico, afirma: "Cargamos sobre nuestras espaldas los fardos de una deuda creciente, que no es más que nuestra riqueza convertida en préstamo. Como antes, de nuestras vetas sale el oro; de nuestras entrañas, el petróleo; de nuestro sudor, los capitales; de nuestros sueños, las pesadillas de la represión y el hambre.

5. El capitalismo no tiene soluciones

Todo un pensamiento pseudocientífico pretende enmascarar la realidad del problema de la pobreza. La pobreza sería efecto de una desigualdad natural irremediable, ajena al funcionamiento interno de la economía y, en todo caso, habría que considerarla como un mal menor, pues frente al capitalismo no hay otro sistema mejor.

Sobre este punto, conviene afirmar sin ninguna ambigüedad que la realidad histórica expresa todo lo contrario: 1º) Una economía , que no sirve al hombre, es un error. 2º) Una economía de mercado competitivo monopolista, sustraída al control del Bien Común ejercido por el Estado, es un error. 3º) Una economía que produce resultados positivos únicamente para unas minorías y negativos para las mayorías, es un error. 4º Una economía que se rige por la dinámica propia del egoísmo, del lucro, de la ley del más fuerte, y que impide unas relaciones individuales y comunitarias basadas en la justicia, el amor y la solidaridad, es un error.
No hay duda de que la sociedad capitalista es una sociedad enferma, llena de contradicciones. Pero la raíz del mal está en que el capitalismo hace imposible una ética personal y comunitaria y corrompe las actitudes y los valores más genuinos del ser humano.

Todos sabemos cómo la orientación hoy más arraigada en sociedad y en la cultura es la que pretende hacernos creer que la felicidad consiste en tener: adquirir propiedades, cosas, lucrar, conseguir poder. Eso es producto de la estructura y cultura más estrictamente capitalistas y, sin embargo, lo consideramos como lo más natural. Ser egoístas, avaros, soberbios, dominantes, lo consideramos indicadores de nuestra identidad humana.

Pienso que esta orientación es antinatural, pues la realización de la persona no está en el tener sino en el ser. Los grandes valores no se desarrollan en el servicio al dinero sino en ser justos y fraternos, crear relaciones de amor y liberación, no ser frívolos ni insensibles al sufrimiento ajeno, no vivir pendientes del reconocimiento y del aplauso social, dedicarse a satisfacer las necesidades primarias de los seres humanos y luchar para suprimir todo cuanto los hace sufrir. Esas son las señas que constituyen la auténtica identidad humana.

6. El momento actual de la crisis neoliberal globalizada

Creo que todos, de una manera u otra, venimos siguiendo el curso y efectos de la crisis económica actual. Es, se nos dice, la crisis más grave desde los años 1930, tienen carácter mundial y no hay país que escape a ella.

Poco a poco nos hacen creer que la crisis se va superando. Pero suena cada vez más en nuestros oídos una cantinela inquietante: esta crisis la están resolviendo no los gobernantes sino los oligarcas y economistas. Ha habido un tiempo en Europa en que el principio político, representativo de la voluntad popular, actuaba con arreglo a las necesidades y derechos de la sociedad; ahora quien gobierna es el principio económico, guiado por objetivos que nada tienen que ver con los de la sociedad en general. Los propósitos del principio económico doblegan a sus intereses a los propósitos del principio político.

Este cambo de tendencia le hace escribir a Jorge M. Reverte: "Una nueva ideología, la primacía del fantasma llamado "los mercados” ha venido a sustituir a la de los avances en la democracia. Con un grave efecto: que nadie conoce al nuevo sujeto y nadie, por tanto, es capaz de negociar con él. Pero se habla de ese sujeto con auténtica devoción. Se escuchan sus mensajes como se escuchaban antes los del Señor. Los mercados nos envían castigos en forma de plagas, nos avisan y los sacerdotes se encargan de interpretar sus recados con ineficiencia humana. Unos aciertan y otros no. Ha habido un trasvase de las responsabilidad de las decisiones políticas a las decisiones no siempre bien explicadas de los gurús de las finanzas” (El País, Europa acorchada, 26 enero 2001).

¿Quién es ese nuevo sujeto? ¿Son agentes de instituciones vacías de legitimidad, delincuentes de cuello blanco con los técnicos ajenos a los deseos de los ciudadanos?

Este nuevo sujeto transcurre y se organiza al margen de lo político, al margen de la ética, al margen del consenso de los ciudadanos, al margen de un proyecto ético de igualdad, justicia y libertad universales. Una economía humana globalizada debe estar supeditada a las necesidades básicas de la población y no a los intereses de unas minorías que, envueltas en el egoísmo de su opulencia, viven de espaldas a la sociedad.

Aparece entonces el punto preciso de esta crisis: no se trata como es obvio de una crisis económica sino ética, la economía no está en crisis o, si lo está, es por la ausencia de ética. Es una crisis ética, humanista, espiritual la que padecemos y, por negar las exigencias de esa ética, resolveremos vanamente la crisis. La crisis se trata de apuntalarla con el fín de que este nuevo sujeto vuelva a conducir el rumbo de la humanidad, pero en realidad se la oculta de nuevo en sus verdaderas causas, dejando herida la realidad, con tendencia a una mayor desigualdad e injusticia. No se la resuelve.

La teología de la liberación frente al fenómeno de la globalización neoliberal

1. El momento primero de la teología

Como escribe el teólogo mártir Ignacio Ellacuría: "El punto de partida de la Teología de la Liberación es la experiencia humana que, ante el atroz espectáculo de la maldad humana, que pone a la mayoría de la humanidad a la orilla de la muerte y de la desesperación, se rebela y busca corregirla. Y la experiencia cristiana que, basada en la misma realidad, ve, desde el Dios cristiano revelado en Jesús, que esa atroz situación de maldad e injusticia es la negación misma de la salvación anunciada y prometida por Jesús, una situación que ha hecho, de lo que debiera ser reino de gracia, reino de pecado” (Téologo mártir por la liberación del pueblo, Nueva Utopía, 1990, pp.153-154).

Es lo primero.

Me gusta citar, a este respecto, el testimonio del obispo Pedro Casaldáliga: "Después de vivir tres años aquí, andando por esos ríos y sertaos, encontrando a unos y a muchos peones, sintiendo la amargura de unos y muchos posseiros, y después de acudir a las autoridades de aquí o de Barra dos Garzas, de Cuiabá, o de Brasilia, después de gritar, de llorar (y he llorado algunas veces enterrando peones en ese cementerio de Sao Félix, ahí a la orilla del Araguaia) después de todo eso, estoy sintiendo hoy como a la persona más importante de este día, a ese peón, a ese muchacho de 17 años que hemos enterrado esta mañana ahí, a orillas del Araguaia, sin nombre y sin caja.

Sintiendo eso, viviendo eso día a día, el que tenga un poco de fe, el que quiera ser fiel a Jesucristo y quiera ser sincero con ustedes tiene que rebelarse, tiene que gritar, tiene que llorar, tiene que luchar” ( Cabestrero, T., Una iglesia que lucha contra la injusticia, Misión Abierta, 1973, p.186).

2. El momento segundo de la teología

Estoy convencido de que son muchos entre cristianos los comportamientos individuales y muchas las prácticas institucionales que no responden al espíritu del Evangelio. Por unas u otras razones, al Evangelio lo tenemos secuestrado o desvalorizado.

Resulta más que claro que entre Evangelio y capitalismo, teología y globalización neoliberal no hay coincidencia, sino oposición. Son dos proyectos, dos dinámicas, y dos escatologías distintas. La del capitalismo apuesta por el egoísmo, el lucro, la ambición, el poder y el éxito. La del Evangelio apuesta por el amor, la justicia, la generosidad, el compartir, el servicio fraternal y la humildad.

El capitalismo cuenta con los que buscan la seguridad y felicidad del dinero, con los que aspiran a enriquecerse ignorando la miseria y el sufrimiento de los otros, con los que no quieren cambiar por defender sus privilegios, con los que persiguen a los que intentan hacer una sociedad más justa.

El Evangelio cuenta con los desposeídos, los misericordiosos, los sinceros, los que trabajan por la paz, los que son perseguidos por no servir a los intereses del dinero. ¿Algunos criterios que ayuden a preservar la identidad del cristiano?

Indico tres:

1. El reino de Dios es ya para este mundo y tiene que ver grandemente con la política

La utopía de Jesús es que el reinado de Dios se instaure progresivamente en la vida e historia de los hombres. Los imperativos de la justicia, del amor, de la libertad, de la paz y de la felicidad son imperativos para el momento presente. Si El hubiera renunciado a hacer efectivo su programa, no hubiera cuestionado el contenido de otros programas – el político y religioso de entonces- y no hubiera sido censurado, perseguido ni ejecutado. La ambición de los poderes que no sirven al pueblo utiliza siempre la política y la religión no para asegurar el bien y los derechos del pueblo, sino para defender su propio bienestar y privilegios, lo cual les lleva a tergiversar o vaciar la religión de su verdadero sentido.

Los evangelios nos dicen que Jesús anuncia una "buena noticia” o, lo que es lo mismo, la cercanía del "proyecto o reinado de Dios”. Ambas expresiones quieren decir que Jesús anuncia una sociedad alternativa, que exige un cambio individual y un cambio de las relaciones humanas sociales. Surgirá así el hombre nuevo.

2. El programa del reino: las bienaventuranzas

Jesús deja bien claro cómo constituir la nueva sociedad. Su programa lo explicita en las llamadas Bienaventuranzas. Hay quien, como Ghandi, considera las bienventuranzas como la quintaesencia del Evangelio y hay quien, como Nietsche, las considera como una maldición por ir contra la dignidad humana.

Ciertamente, en una sociedad como la nuestra escuchar que quien vive en la pobreza, y sufre, y llora, y pasa hambre, y es perseguido debe considerarse feliz, resulta absurdo. Racionalmente no es fácil comprender este mensaje.

Cuando Jesús habla de los pobres se está refiriendo a la realidad concreta de su país, donde hay muchos que sufren privación, marginación y exclusión por la injusticia de los ricos según denuncian los profetas. En nuestra sociedad hay también pobres, muchos, a causa del egoísmo de los ricos. No sólo eso, todos nosotros somos pobres, tenemos muchas limitaciones que nos hacen sufrir y llorar, bien sea por causa de la naturaleza, bien por las acciones injustas de los demás.

4. Ante esa situación de pobreza, Jesús, que es sabio, que nos conoce y sabe lo que nos lleva a la felicidad, hace una propuesta y nos marca un estilo de vida para alcanzar la meta de la felicidad. No impone, ni dicta leyes; invita, propone, señala un camino que, resumido, podría ser éste:

Mirad, se trata de que me sigáis, obrando como yo, y esto significa:

-Que en la convivencia sepáis comportaros con solidaridad con los demás, con los que menos tienen o más sufren, no os encerréis en vosotros mismos, poneros en su lugar y veréis cómo podéis ayudarlos.

-Significa que miréis la tierra y sus bienes como cosas de todos, no os los apropiéis, no vayáis a la conquista de nada, pues todo lo habéis recibido como un regalo y debéis regalar. Así viviréis en ella sin violencia y sembraréis paz.

-Significa que en todo ser humano hay como un doble de vuestro yo, hacedles lo que os gustaría que hicieran con vosotros, ved además que en ellos está presente el Señor, dad cauce a ese vuestro deseo de ser justos y solidarios, remediad el hambre y otras necesidades, prestad un servicio.

-Significa que nadie es mejor ni peor que tú, no los juzgues con rigor cuando los veas excluidos o postrados, sé misericordioso, comparte su suerte, ayúdales. Significa que tengas un corazón limpio y abierto para todos, sin límites ni barreras, que veas a todos como personas y no como enemigos, ámalos y verás cómo aniquilas la guerra y haces crecer la paz.

-Ese es el camino que lleva a la paz, sin orgullo, sin menosprecio, sin venganza, sin coacción, `pero sí con mucho amor.

Dicho de otra manera: entrar en el espíritu de las bienaventuranzas quiere decir: 1. Es preferible ser pobre, que ser rico opresor. 2. Es preferible llorar a hacer llorar al otro. 3. Es preferible pasar hambre a ser la causa de que otros mueran de hambre. 4. Dichosos no por ser pobres, sino por no ser ricos egoístas. 5. Dichosos, no por ser oprimidos, sino por no ser opresores.

La clave es ésta: todo esto que digo está en tí, es lo mejor de ti, es tu dignidad y valía, y es la dignidad y valía de cada ser humano. Lo que propongo no es, pues, una quimera, sino algo realmente posible.

Caminar por aquí es seguirme, dejar a un lado el afán del dinero, renunciar a la injusticia, abrir caminos de humanidad, de amor y de paz. Por paradójico que pueda parecer, mi exaltación de la pobreza tiene como objetivo el que deje de haber pobres.

El enemigo número uno del Reino de Dios es la ambición, el afán de poder, la necesidad de oprimir al otro. Recordad mis palabras: "no podéis servir a Dios y al dinero”.

Mi evangelio anuncia que toda acumulación de bienes, mientras haya un solo ser humano que muera de hambre, es injusta. Los economistas dirán que no puede haber progreso sin acumulación de capital. Los sociólogos dirán que la organización de la sociedad sería imposible, si no hubiera alguien que mandara y alguien que obedeciera. Las bienaventuranzas que yo propongo denuncian que la sociedad tal como está hoy montada a nivel mundial es radicalmente inhumana e injusta, aunque se cumplan al pie de la letra todas las normas legales establecidas. Mis bienaventuranzas dicen que otro mundo es posible.

Un mundo que no esté basado en el egoísmo sino en el amor. ¿Puede ser justo que tú estés pensando en vivir cada vez mejor (entiéndase consumir más), mientras millones de personas están muriendo, por no tener un puñado de arroz que llevarse a la boca? Si no quieres ser cómplice de la injusticia, escoge la pobreza.

Por tanto, estas son las condiciones para ser bienaventurado:

- Renunciar a toda ambición optando por la pobreza (Mt 5,3) y mantener fidelidad a esa renuncia a pesar de la oposición que suscita (Mt 5,10).

- Estimular desde esas condiciones un movimiento liberador. Los que se sientan oprimidos, sometidos y aspiren a la justicia encontrarán consuelo, libertad y verán colmadas sus aspiraciones.

- Crear relaciones regidas por solidaridad (Mt 5, 7), la sinceridad (Mt 5,8) y por el trabajo por la paz (Mt 5,))s

- Proceder convencidos de que la verdadera felicidad estriba en el amor y la entrega y no en el egoísmo y triunfo personal.

3. Ungido para dar la buena noticia a los pobres (Lc. 4, 18)

El programa de Jesús, encuadrado siempre en el marco de su seguimiento, puede ser analizado desde diversos principios: la justicia, el amor, la fraternidad, la predilección por los últimos, etc.

Si hemos cobrado conciencia de que los pobres no son fruto del fatalismo sino de causas y sistemas bien determinados, no menos claro resulta que el Dios de Jesús es el Dios antítesis de la pobreza, consecuencia a su vez de la injusticia y que conduce a la muerte.

Los pobres, y quienes con ellos se solidarizan, ya se sabe con quiénes van a entrar en conflicto. La materialidad de la pobreza es condición necesaria para la pobreza evangélica, que exige ir coronada por una espiritualidad que tome conciencia de esa pobreza dialéctica, que obstaculiza el cumplimiento de la voluntad de Dios sobre los bienes de este mundo y hace imposible el ideal histórico del reino de Dios, imposibilitando el cumplimiento del mandamiento del amor y de la fraternidad.

Frente a la filosofía clasista y menospreciadora del capitalismo, la teología cristiana afirma que los pobres son un lugar teológico, que constituyen la máxima y más escandalosa presencia de Dios en la sociedad. En Jesús de Nazaret, Dios se manifiesta haciéndose uno de nosotros, adoptando una vida desde la justicia y el amor a favor de los desheredados, contra la explotación de los poderosos y, por eso, acaba en fracaso y asesinato. Dios, en Jesús de Nazaret, abandona toda suerte de neutralismo y toma partido contra los empobrecedores.

Confesar que Jesús es Dios, es hacerlo desde su opción por los pobres, lo cual resulta escandaloso para los judíos y para los griegos, para los piadosos y para los intelectuales.

Cuando se acusa a los teólogos de la liberación de querer privar a Jesús de su divinidad, lo que se esconde tras esa acusación es la pretensión de querer anular el escándalo de un Dios impotente y crucificado. Un escándalo que sigue vivo en la historia. Escribe I. Ellacuría: "Los pobres se convierten en lugar donde se hace historia la Palabra y donde el espíritu la recrea. Y en esa historización y recreación es donde ´connaturalmente´ se da la praxis cristiana correcta, de la cual la teología es, en cierto sentido, su momento ideológico” (Idem, p. 52). "De ahí que la práctica teológica fundamental de los teólogos de la liberación…intenta ante todo ayudar al pueblo empobrecido en su práctica activa y pasiva de salvación” (I. Ellacuría, Idem, 152-153).

Consiguientemente si los pobres ocupan esta importancia en el cristianismo se entiende que a la Iglesia se la pueda llamar con toda propiedad Iglesia de los pobres. Son ellos los que deben darle orientación fundamental a su estructura, a su jerarquía, a sus enseñanzas y a su pastoral. Y si la iglesia está subordinada al Reino, debe estarlo también a los pobres. Los caminos de los pobres y los de Dios van unidos en este mundo.

La Iglesia, por tanto, debe estar allí donde están los pobres, no donde está la riqueza. Lo cual quiere decir que debe estar donde estuvo su Fundador, es decir, en el lugar social de los pobres.

Epílogo

La denuncia de un economista (Stiglitz)
y de un profeta (Casaldáliga)
Cualquiera que lea el libro de Joseph E. Stiglitz, catedrático, profesor y Premio Nobel de Economía, encontrará que las cosas de la globalización, tal como él las juzga, andan muy a la vera de lo que nosotros hemos dicho.

Subrayo unos textos suyos que reivindican tres puntos básicos: "Mis investigaciones plantean dudas sobre la idea de que el libre comercio tiene que aumentar por necesidad el bienestar” (Cómo hacer que funcione la globalización, Taurus, 2006, p.16). "Me parecía terriblemente injusto que en un mundo con tanta riqueza y abundancia haya tanta gente que viva con pobreza…Había visto países en los que la pobreza iba en aumento en lugar de descender y había observado lo que esto significaba” (Idem, p. 17) " Los países ricos crearon un régimen comercial global al servicio de sus propios intereses corporativos y financieros, con lo cual perjudicaron a los países más pobres del mundo” (Idem, p.18) "Sin regulación e intervención estatales, los mercados no conducen a la eficiencia económica” (Idem, p. 21).”La globalización pone en peligro valores culturales fundamentales” (Idem, p. 25).

Podría yo haber expuesto esta conferencia refiriéndome simplemente a la vida del obispo Casaldáliga, como camino y programa para combatir la injusticia global y transformar la vida de los pobres. Sería el resultado de una teología profética, liberadora, hecha a pie de vida. Siempre Casaldáliga tuvo en su corazón y en su mente la causa de los pobres. Y viene estando con ellos desde hace 42 años en el Mato Grosso del Brasil en su Prelatura de Sao Félix do Araguaia.

Dos textos de Pedro Casaldáliga:

"La blasfemia de nuestros días, la herejía suprema, que acaba siendo siempre idolatría, es la macroidolatría del mercado total. Y es, puede ser, la omisión de la Iglesia, la insensibilidad de las religiones frente a la macroinjusticia institucionalizada hoy en el neoliberalismo, que por esencia es pecado, pecado mortal, asesino y suicida” - "El capitalismo colonialista crea necesariamente dependencia y divide al mundo. El capitalismo es la culebra aquella primera, siempre astuta. Jesús dijo abiertamente que el antidiós es el dinero. Esto no es de ningún marxista ni de ningún teólogo de la liberación. Es del Señor Jesús” –

"Creo que el capitalismo es intrínsecamente malo: porque es el egoísmo socialmente institucionalizado, la idolatría pública del lucro, el reconocimiento oficial de la explotación del hombre por el hombre, la esclavitud de los muchos al yugo del interés y la prosperidad de los pocos. Una cosa he entendido claramente con la vida: Las derechas son reaccionarias por naturaleza, fanáticamente inmovilistas cuando se trata de salvaguardar el propio tajo, solidariamente interesadas en aquel orden que es el bien… de la minoría de siempre”.

Y concluyo con este poema del mismo P. Casaldáliga:

Yo me atengo a lo dicho:
La justicia:
a pesar de la ley y la costumbre,
a pesar del dinero y la limosna.

La humildad,
Para ser yo, verdadero.

La libertad,
para ser hombre.

Y la pobreza,
para ser libre.

La fe, cristiana,
para andar de noche,
y, sobre todo, para andar de día.

Y, en todo caso, hermanos,
yo me atengo a lo dicho: a la esperanza.