domingo, 31 de marzo de 2013

EN UN PAPADO PARA EL PUEBLO, UNA 'TEOLOGÍA POPULAR'

José María Castillo

1. La raíz de la crisis de la Iglesia No parece que sea ninguna exageración afirmar que, en las últimas décadas, jamás se había hablado tanto de crisis de la religión y, más en concreto, de crisis en la Iglesia. Pero, en un asunto tan delicado y tan grave como éste, no basta con lamentarse de escándalos y del daño que hacen quienes los cometen. Por supuesto, es importante saber lo que pasa, si es que queremos de verdad ponerle remedio y atajar el mal. Pero, si nos limitamos a eso, el mal no se ataja. Lo que importa de verdad es ir derechamente a la raíz de la crisis. ¿Dónde está el fondo del problema?

La raíz de los males que aquejan a la Iglesia no está en el Vaticano. Ni está en la Curia y en los escándalos que, según dicen, allí han ocurrido. La raíz de la crisis, que sufre la Iglesia, está en la teología que legitima un sistema de organización y de gobierno que, por múltiples motivos, ha tolerado y, de facto, ha permitido que la gestión de las cosas se hayan sucedido de forma que hemos llegado a donde nos encontramos. Por supuesto, sería injusto y falso afirmar que sólo la teología, que se suele enseñar (la que se permite enseñar) en los seminarios y centros de formación religiosa, es la responsable de la crisis que sufre la Iglesia. Una crisis, como la que padecemos, está motivada por múltiples y variadas causas, que aquí no es posible enumerar y, menos aún, analizar. Pero no olvidemos que estoy hablando de la raíz solamente. Y esa raíz, insisto y, a mi manera de ver, está en la teología que vienen aprendiendo quienes se preparan para el sacerdocio en seminarios, centros de estudios superiores o de formación catequética y similares.

Un ejemplo dará alguna luz sobre lo que estoy intentando explicar. Me refiero al fracaso de la asignatura de religión. En España, al menos, la Conferencia Episcopal ha conseguido que en la asignatura de religión se matriculen una notable mayoría de los niños, adolescentes y jóvenes que cursan los estudios previos al acceso a la enseñanza universitaria. Pues bien, lo que llama la atención y no resulta fácil explicar es que la gran mayoría de los chicos y chicas, que asisten durante años a las clases de religión, en cuanto pasan de la adolescencia, se muestran indiferentes ante el hecho religioso, a veces contrarios a él y, en no poco casos, abiertamente ateos y distantes de la Iglesia. A veces, los hombres de Iglesia despachan este problema asegurando que los jóvenes se han viciado, que la secularización y el laicismo los ha pervertido, que los profesores no están a la altura de las circunstancias, que las familias no ayudan, etc, etc. Pues bien, seguramente jamás la Iglesia había tenido tantas facilidades para enseñar la religión, en los planes de enseñanza, como viene teniendo desde hace bastantes años. Los obispos ponen y quitan a los profesores. Los obispos deciden los libros de texto que se admiten y los que no se toleran. Por no hablar de la importante subvención económica y los privilegios fiscales que recibe la Iglesia de los poderes del Estado. Esto supuesto, no hay más remedio que preguntarse, ¿qué falla aquí? ¿No será que los contenidos que se dan en la asignatura de religión no son integrados por los alumnos?

Los estudios más concienzudos, que se han hecho sobre este asunto, han dado como resultado que las chicas y chicos, que asisten a las clases de religión, asimilan (en una notable mayoría) los contenidos que en ella reciben hasta los doce años, con las lógicas e inevitables variables de quienes se adelantan a este fenómeno o quienes lo viven con cierto retraso de tiempo. Pero el fenómeno es constante: en torno a los 12-13 años, una notable mayoría de alumnos corta con lo que oyen en la clase de religión. Lo que en religión se les dice, deja de interesarles. No es que estén en contra de lo que les dice el profesor, excepto en las consabidas excepciones que confirman la regla. No se trata de que estén a favor o en contra. El problema está en que lo de la religión no les interesa, ni les dice prácticamente nada.

Como es lógico, a cualquiera se le ocurre pensar que, si la religión de la escuela no interesa, eso tendrá algo que ver con la teología que está detrás de la religión de la escuela. Porque, a fin de cuentas, el catecismo, el libro de texto, los temas de catequesis, etc, todo eso se estructura y se formula a partir de la teología que se enseña a seminaristas, religiosos y sacerdotes en los centros donde se elabora y se enseña la teología que acepta la Iglesia, que controla la Congregación para la Doctrina de la Fe y que, en cada país, permite la respectiva Conferencia Episcopal. Por eso, entre otras cosas, hay que afrontar una pregunta elemental: ¿qué pasa con la teología en la Iglesia? ¿no estará en los contenidos de esa teología la razón que explica la profunda crisis que sufre nuestra Iglesia?

2. La “Teología Popular”, otra forma de hacer teología

Hay dos formas de hacer teología: 1) La teología “especulativa”. 2) La teología “narrativa”. Esta dos formas de hacer teología están ya presentes en el Nuevo Testamento. El ejemplo más claro de una teología marcadamente especulativa es la teología de San Pablo. Como el ejemplo más destacado de una teología narrativa se encuentra en los evangelios. No se trata de que cada una de estas dos formas de hacer teología sea excluyente de la otra. El problema no está en eso.

Como es lógico, la diferencia más evidente está en que, mientras que la teología especulativa se elabora a base de ideas, doctrinas, verdades, dogmas..., la teología narrativa consiste en relatos que presentan hechos, al menos presuntamente históricos, por más que necesiten la debida hermenéutica, según el “género literario” en el que está redactado cada relato. No se puede leer lo mismo la narración de un milagro que la de una parábola, por poner un ejemplo sencillo.

Pero entre la teología especulativa y la teología narrativa que tenemos en la Iglesia, existen diferencias que son mucho más de fondo. Ante todo, la teología narrativa, al estar constituida por una serie de relatos, tiene obviamente una “estructura histórica”. Mientras que la teología especulativa, al estar elaborada sobre enseñanzas, doctrinas y especulaciones, tiene una “estructura filosófica”. Como advirtió acertadamente Bernhard Welte, en el caso de la teología narrativa (histórica), nos preguntamos “lo que sucede” (o ha sucedido) (was geschah), en tanto que, en el caso de la teología especulativa (filosófica), en lo que nos fijamos es en “lo que es” (was ist). Los verbos “ser” y “suceder” (acontecer) determinan y configuran ambas teologías. Hay personas que preguntan: ¿Jesús es Dios? (teología especulativa). Como hay quienes (menos) que se preguntan: ¿qué sucede donde Dios se hace presente? (teología narrativa). Y es que, como entiende cualquiera, la teología especulativa centra su atención en el “ser”, mientras que la teología narrativa se interesa sobre todo por el “acontecer”. A la teología especulativa le preocupa, más que nada, el “dogma”. A la teología narrativa le interesa sobre todo la “ética” (la conducta, la moral, la forma de vivir).

Ahora bien, con esto llegamos al fondo del problema. La teología narrativa (la de los evangelios), al estar situada en el ámbito de la historia, no tiene más remedio que empezar interesándose por “lo humano”, lo que sucede en la historia, en el espacio y el tiempo. Es, por tanto, una teología que se hace “desde abajo”. Por el contrario, la teología especulativa (la de Pablo), al empezar situándose fuera de la historia, por eso mismo toma como punto de partida “lo divino”, lo que no podemos pensar sino como “lo trascendente”, más allá del espacio y el tiempo, “desde arriba”. Y esto es justamente lo que hizo Pablo, ya que él no conoció al Jesús terreno, sino que empezó su itinerario de creyente y su apostolado desde el Resucitado, el Señor de la Gloria (Rom 1, 4). De ahí que Pablo explica los hechos históricos más fuertes (por ejemplo, la muerte de Jesús), no desde lo que aconteció en Galilea o en Jerusalén, sino desde el estremecedor decreto divino según el cual Dios hizo a Jesús “pecado” (2 Cor 5, 21) y “maldición” (Gal 3, 13) por nuestros pecados y por nuestra salvación. Ya que, según la carta a los hebreos, “sin derramamiento de sangre, no hay perdón” (Heb 9, 22).

El fondo del problema, por tanto, con el que tropezamos en la teología especulativa, está en que, de pronto y para empezar, nos vemos metidos de lleno en un ámbito de realidad que nos trasciende y que, por eso mismo, es para nosotros un conjunto de realidades, de ideas, de problema y posibles soluciones que no entendemos, ni podemos alcanzar a explicar. Sencillamente porque nos trascienden. De ahí que la teología, la religión y la catequesis constituyen un conjunto de saberes que, a la mayoría de la gente, ni le dicen casi nada, ni le interesan, ni le resuelven los problemas que de verdad preocupan a tantos y tantos ciudadanos, sobre todo entre las generaciones jóvenes. Quizá son muchos los que oyen hablar de Dios, de la Religión y de la Iglesia como “elementos extraños a la vida”, que alguien (o algo) pretende introducir en sus vidas aportando nuevas complicaciones, más bien que soluciones, a una vida que ya se ha puesto demasiado complicada.

3. La “Teología Popular”

La propuesta que hace la “Teología Popular” no se limita al intento, casi desesperado, de explicar la teología de siempre, la teología dominante en la Iglesia, tal como quedó estructurada desde los siglos XI y XII. Pretendiendo explicar aquella forma de pensamiento, de hace casi 800 años, en un lenguaje sencillo, popular y al alcance de todo el mundo. Es evidente que todo lo que se haga en ese sentido merece nuestro reconocimiento y nuestro elogio. Pero, tan evidente como eso, es que, si la Teología Popular se limita a simplificar el lenguaje, manteniendo básicamente la misma estructura y los mismos contenidos, con eso no llegaremos muy lejos. Ni de esa forma arreglaremos la mayor parte de los problemas que mucha gente tiene con la Religión y con la Teología. Entonces, ¿qué hacer?

La propuesta de la Teología Popular consiste en optar decididamente por la “teología narrativa”. El evangelio de Juan dice: “A Dios nadie lo ha visto jamás; el Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer” (Jn 1, 18). Esto quiere decir que el Dios trascendente, al que jamás hemos visto ni podemos ver, al que no conocemos ni podemos conocer, se nos ha manifestado en Jesús. En el hombre Jesús, que es el Dios “hecho carne” (Jn 1, 14), es decir, hecho humanidad y, por tanto, al alcance de nuestra limitada condición humana. Por eso Jesús pudo decirle al apóstol Felipe: “el que me ve a mí, está viendo al Padre” (Jn 14, 9). O sea, a Dios lo vemos, lo escuchamos, lo palpamos, en Jesús, en sus forma de vida, en sus costumbres, en lo que le interesaba o agradaba y en lo que no le interesaba y le desagradaba. Es decir, en el gran relato de los evangelios es donde conocemos a Dios, lo que nos dice Dios y lo que quiere Dios.

Pero aquí es importante hacer todavía algunas aclaraciones. Ante todo, conviene tener en cuenta que la Teología Popular no se limita (o no debe limitarse) a explicar cada texto, cada relato, como siempre se ha hecho en las clases de exégesis bíblica. Por supuesto, es importante conocer bien y poder precisar lo que dicen (y lo que no dicen) los textos de los evangelios. Pero con eso no basta. Lo decisivo es aprender cómo Dios se nos “representa” en las narraciones que nos relatan cómo vivió Jesús y cómo quiso Jesús que vivamos los seres humanos. Y lo que se dice de Dios, hay que decirlo igualmente de la fe, de la salvación, de la esperanza... De todo cuanto Dios, en Jesús, nos quiso decir y en él descubrimos.

Esto supuesto, el asunto capital, para la Teología Popular, está en esto: lo que nos presenta la teología narrativa, que encontramos en los evangelios, es el gran relato de un conflicto: el conflicto de Jesús con la Religión establecida en su tiempo y en la cultura de su pueblo. Jesús se enfrentó a los Sumos Sacerdotes, a los Maestros de la Ley, a los Senadores del pueblo, al Templo, a las normas y tradiciones.... Jesús fue un hombre profundamente religioso, como lo demuestra su frecuente e intensa relación con el Padre del Cielo, su intimidad única con el Padre (Mt 11, 27; Lc 10, 22), su insistente oración en la soledad de campos y montañas, la presentación repetida y constante del Padre como ejemplo y modelo de vida (Mt 5, 43-46; Lc 15, 11-32). Pero sabemos, por los relatos evangélicos, que la intensa religiosidad de Jesús fue una “religiosidad alternativa”. Es decir, lo determinante de la religiosidad de Jesús no fue la fiel observancia de los ritos. Para Jesús, más importante que la sumisión a los ritos fue siempre la felicidad de los seres humanos, la dignidad de las personas, la bondad y la cercanía en su relación con todos los que se ven maltratados por la vida o por la sociedad.

Dicho esto, es decisivo caer en la cuenta de la distancia que Jesús mantuvo siempre en su relación con la exacta observancia de los ritos. No olvidemos que “los ritos condensan todo el sistema de signos de una religión” (G. Theissen). De ahí que, en este asunto, hay que afrontar el problema del comportamiento que, con tanta frecuencia, caracteriza a las personas religiosas. ¿En qué consiste este problema? El ámbito primario del comportamiento del “homo religiosus” es el “rito”, no es el “ethos”. Es decir, las personas muy religiosas suelen centrar más su atención y su interés en la exacta observancia de los ritos que en las exigencias que se derivan del Evangelio y que se deben traducir en bondad, respeto, tolerancia y ternura con todos. ¿Por qué esta prioridad del rito sobre el ethos en el homo religiosus? Porque los ritos son acciones que, debido al rigor en la observancia de las normas, constituyen un fin en sí (G. Theissen). Ahora bien, desde el momento en que ocurre eso, el interés del sujeto se centra en la observancia, en las normas básicas que son vinculantes para todos y que constituyen el kosmos, el “orden”, que ofrece seguridad y libera del miedo al kaos, el “desorden”, que se traduce en violencia. Ésta es la razón por la que la Religión es “orden”, en tanto que el Evangelio es “desorden”. Jesús, de hecho, fue condenado y ejecutado como un subversivo y un agitador (Jn 18, 30; 19, 12; Lc 23, 2. 5). He aquí la razón que explica por qué la gente muy religiosa - y no digamos los “profesionales” de la Religión - con frecuencia producimos y reproducimos pautas de conducta de una violencia reprimida que no imaginamos. Una violencia de la que casi nunca somos conscientes. Pero una violencia que llevamos dentro y de la que no tenemos ni idea e incluso ni la sospechamos. El Evangelio es una clave capital de lectura para la toma de conciencia de este fenómeno tan singular como desconcertante.

4. La Teología Popular en tiempos de un papado para el pueblo

La elección del ex-jesuita argentino Jorge Bergoglio (el papa Francisco), para ser sucesor de Benedicto XVI en el papado, ha sido una noticia inesperada, que está dando mucho que hablar y que pensar. Lo que más llama la atención, en el nuevo papa, es su desconcertante sencillez, su bondad, su cercanía a todos y, sobre todo, su insistente preocupación declarada por recuperar una Iglesia pobre, al servicio del pueblo, especialmente de los pueblos más necesitados de la tierra.

Pues bien, en tiempos de un papado para el pueblo, lo más lógico es que tengamos una Iglesia para el pueblo. Y si, efectivamente, esto es así, parece razonable pensar que la teología que mejor podrá justificar y sustentar a una Iglesia así, será una Teología Popular. La teología que nos evoca constantemente el recuerdo de Jesús. El recuerdo que nos impulsa al kaos del Evangelio, la fuerza profética que nos linera del kosmos de la violencia que es, de hecho, una incesante y criminal agresión contra los más débiles de este mundo.

Es verdad y es evidente que, al plantear así la teología y su razón de ser en la Iglesia, nos acosa el miedo a desviarnos de (o perder) la “ortodoxia dogmática”. Por eso parece conveniente terminar esta presentación de la Teología Popular recordando un texto de J. B. Metz: “La fe dogmática o fe confesional es el compromiso con determinadas doctrinas que pueden y deben entenderse como fórmulas rememorativas de una reprimida, indomeñada, subversiva y peligrosa memoria de la humanidad. El criterio de su genuino carácter cristiano es la peligrosidad crítica y liberadora, y al mismo tiempo redentora, con la que actualizan el mensaje recordado, de suerte que “los hombres se asusten de él y, no obstante, sean avasallados por su fuerza” (D. Bonhoeffer). Las profesiones de fe y los dogmas son fórmulas “muertas”, “vacías”, es decir, inadecuadas para la mencionada tarea de salvar la identidad y tradición cristianas en el recuerdo colectivo, cuando los contenidos que traen a la memoria no ponen de manifiesto su peligrosidad -¡ para la sociedad y para la Iglesia! -; cuando esta peligrosidad se difumina bajo el mecanismo de la mediación institucional, y cuando, en consecuencia, las fórmulas sólo sirven para el automantenimiento de la religión que las transmite y para la autorreproducción de una institución eclesial autoritaria que como transmisora pública de la memoria cristiana ya no afronta la peligrosa exigencia de dicha memoria”.

En tiempos de un papado en el que papa da signos evidentes de estar dispuesto a afrontar esta “peligrosa exigencia”, la Teología Popular produce la impresión reconfortante de recuperar su actualidad.


martes, 26 de marzo de 2013

DESIERTO VALORAL

 J. I. González Faus, en Cristianisme i justicia

Una encuesta reciente se preocupaba por la falta de valores de nuestra juventud (admitir la violencia, primar el enriquecimiento…). La juventud suele sacar intuitivamente, de lo que han percibido en nosotros y de la visión de la vida que transmitimos, unas consecuencias que nosotros no nos atrevemos a sacar. Por tanto, si la encuesta era exacta debemos preguntarnos qué valores hemos transmitido.

Los valores modelan nuestro ego. Sin ellos el ego (individual o grupal) se erige en valor absoluto. Los egos son como granos de arena, los valores como el agua que puede amasarlos y cohesionarlos. Los valores sostienen el tejido social: sin ellos la sociedad se convierte en un desierto, con tormentas de arena y pequeños oasis. Tras la Declaración universal de los derechos humanos, Simone Weil pidió otra Declaración de los deberes humanos, que no tenemos. Porque reconocer los valores es convertirlos en deberes.

Muchos eclesiásticos piensan que la causa de esta anemia valoral es la falta de fe en Dios, Fundamento último de los valores. Olvidan que se puede utilizar la fe en Dios para canonizar egoísmos propios. Por eso a la Biblia, más que la increencia, le preocupa la idolatría. El dios falso por esencia es el dinero. La Biblia enseña que el afán de dinero corroe todos los valores (“la codicia es idolatría”). El dinero es como esos ácidos corrosivos (fosfórico, acetilsalicílico o los llamados oligoelementos): necesario en dosis moderadas, pero mortal si supera esos límites. Provoca obsesión por mil placeres (que cree comprables), y una fabulosa inflación del ego: “concupiscencia de los ojos, avidez de la carne y soberbia de la vida”, en lenguaje bíblico. Pondré dos ejemplos.

1.- Como la historia tiene sus ironías va y, en pleno siglo XXI, aparece un libro de un tal Marx titulado El Capital. Pero ahora Marx es un arzobispo católico que le añade un subtítulo expresivo: “Alegato en favor de la humanidad”. El arzobispo comienza con una carta a su tatarabuelo nominal, donde se pregunta si su antepasado no tendría razón en una serie de cosas. “Considerar al trabajo como una mercancía más, sometida a las leyes supuestamente inquebrantables del mercado” sólo cabe en un mundo sin valores. Añade que hoy nos domina “el imperativo económico”: cuando algo produce beneficios hay que hacerlo, sin consideraciones humanistas o morales. Como aquel “buitre” norteamericano que compró por 3 millones de dólares, una deuda de 15 millones que tenía Zambia con Rumanía para adquirir material agrícola. Zambia se demoró en el pago, y nuestro amigo acudió a los tribunales que condenaron al país africano a pagar 17 millones. Cuando la BBC le pregunta si no sentía escrúpulos por ello, responde: “No es culpa mía. Yo lo único que he hecho ha sido una inversión”. Inversión de los más elementales valores humanos, naturalmente.

2.- El pasado septiembre, varios periódicos alemanes publicaron un artículo de la corresponsal en España, Stefanie Claudia Müller, donde afirmaba que, contra lo que se cree en Alemania, España es un país trabajador al que “no le falta talento, ni capacidad empresarial ni creatividad”. La raíz de nuestros males es “un modelo de estado inviable, fuente de corrupción y nepotismo, impuesto por una oligarquía de partidos en connivencia con las oligarquías financiera y económica”. Luego el New York Times publicó una serie de artículos sobre España, que parecían concretar las insinuaciones de la periodista alemana. Tras la conocida historia del señor Botín con sus viejos dos mil millones no declarados, y liberado de más investigaciones por la vicepresidenta Fernández de la Vega, el diario norteamericano explicaba que “entre las grandes familias, las grandes empresas y la banca, el fraude fiscal es enorme” (y cita una serie de nombres conocidos que prefiero omitir). Pero las investigaciones de la Agencia Tributaria se centran casi sólo en los autónomos y profesionales liberales, cuyo fraude representa solamente el 8% del total, según técnicos de esa agencia. Evocaba la frase de Aznar “los ricos no pagan impuestos en España”, justificada con el argumento de que, como son pocos, tampoco eso tiene demasiadas consecuencias. Y daba como razón última de todo: “la Banca es uno de los sectores más importantes para la financiación de los medios” y de los partidos. De este modo, los grandes ricos tienen cogidos por el cuello a los dos grandes poderes: el político y el mediático.

Termino con otra cita del Nuevo Testamento ligeramente parafraseada para hacerla más clara: “el único negocio que se puede hacer con la piedad es saber que, como nada trajimos a este mundo, nada nos llevaremos de él. Por eso debemos contentarnos con satisfacer nuestras necesidades naturales. Los que pretenden ser ricos caen en el abismo de codicias insensatas y dañinas que hunden a los hombres en la ruina: porque la raíz de todos los males es la pasión por el dinero” (1 Tim 6,6-10).

domingo, 24 de marzo de 2013

DIEZ COSAS QUIERO QUE EL PAPA NO SEA

Xabier Pikaza (10-3-13)

Pasado mañana (12.3.13) empieza el Cónclave, tiempo propicio para la profecía cristiana que empieza siendo denuncia, para volverse anuncio salvador. Hasta hace unos decenios (desde el post-Trento hasta principios del XX) las grandes potencias “católicas” (España, Austria, Francia…) ponían veto oficial a los cardenales que no respaldaban su política (y de hecho no podían ser elegidos papas). Hoy veo en los periódicos el “veto” a 21 cardenales (¡que será efectivo!) por no haber sido claros en temas de protección de pederastas ¡el poder ha pasado de los reyes a la prensa!

Pues bien, yo también quiero poner unos “vetos”, es decir, unas reservas de principio sobre la función y tarea de los papas, con un Stop, en medio de la maraña de cables de fondo. No me refiero a nombres de cardenales, sino a actitudes, tipos de gobiernos, funciones del Papado. Estos diez vetos pueden funcionar como denuncias o exigencias de cambio; mañana, Dios mediante, podrá la "cara positiva", mis deseos y oraciones a favor de un Buen Papado.

No me basta el Papam Habemus (¡tenemos Papa!), que se escuchará el martes o miércoles, sino que me gustaría empezar indicando diez "cosas" que quiero que el Papa no sea, para bien, a mi juicio, del mismo Papa y de la Iglesia.

Introducción

Hay un tiempo de denuncia o derribo (Qoh 3, 3), no por furia destructora o por venganza, sino por decisión de amor, para desmontar los muros que otros montaron, pues ya no guardan nada, ni sirven para contener el agua del evangelio, ni congregar a los hermanos en la casa. En esa línea propongo un ejercicio de de-construcción creadora, para que la Iglesia sea casa de oración y alegría, y no cueva de bandidos, para todas las naciones (Mc 11, 17).

Queremos que la Iglesia querida de Roma (urbi) sea referencia fuerte en el camino de peregrinación de fe para todas las iglesias del orbe (orbi). Ha terminado (debe terminar) una etapa de papado y de Curia Vaticana, pues, en su forma actual, gran parte de sus instituciones se encuentran en crisis, fuera de lugar. Quiero que cambie en tipo de Papa obispo de la urbe (Roma), para que pueda ser hermano y referencia de unidad entre todas las iglesias del mundo (orbe).

No podemos predecir sin más lo que será el futuro, pues dependerá de lo que pensemos y hagamos, de lo que soñemos y busquemos, si de verdad creemos en el Dios que se ha encarnado en la historia y que habla por lo que somos y hacemos (en en conjunto de la Iglesia, no por lo que decimos ser o representamos de un modo puramente externo). No somos futurólogos, pero podemos idear unos caminos, mientras seguimos esperando activamente el Reino de Dios o humanidad reconciliada.

En esa línea presento mis diez denuncias o vetos, aquello que no quiero que sea el nuevo Papado. Mañana diré algunas "cosas" que quiero que el Papa sea.

1. Veto al Estado.

No quiero un Papa con Estado Vaticano: fin del poder político.

El primer paso, el más simple, será pedirle al Papa que renuncie desde ahora a su carácter de Jefe del Estado Vaticano. Este es un cambio fácil y apenas ofrece problemas. Los Estados Eclesiásticos nacieron en el siglo VIII para mantener la independencia político-religiosa del Papa, dentro de un mundo de rivalidades y riesgos, pero de hecho empezaron siendo casi un protectorado de los reyes francos y del Sacro Imperio Germánico, frente a los bizantinos orientales. Lo que entonces se hizo debe hoy deshacerse, para bien de la paz, para que el Papa sea simplemente lo que es, obispo cristiano de Roma y no un jefe político, bajo el protectorado o dominio de unos u otros.

Los papas no han sido los únicos reyes o jefes de un Estado religioso, sino que hubo situaciones semejantes en otras religiones y lugares: los Sumos Sacerdotes de Jerusalén fueron por un tiempo dirigentes máximos (incluso reyes) de la comunidad judía; también fueron jefes de Estado muchos sacerdotes de otras grandes ciudades-santuario, en países muy distintos, de Egipto a México, del mundo helenista hasta el centro de África. Pero la mayor parte de los sacerdotes del mundo han perdido su poder civil; sólo el Papa lo conserva.

Ciertamente, la función del Papa como Jefe de Estado no constituye una herejía, ni siquiera un problema grave, pues actualmente parece un anacronismo folklórico. Pero es un anacronismo que hace daño a la iglesia, pues permite que su Papa aparezca como Jefe de un Estado (con una pequeña base territorial) con embajadores o nuncios, de tipo más político que cristiano, en gran parte del mundo, realizando de manera legal y centralizada unas funciones de dirección y organización que debían ser de las iglesias. Ciertamente, el Papa puede afirmar que su “juguete” vaticano se encuentra al servicio de los pobres y excluidos de la tierra, pero son pocos los así lo ven. A los ojos del mundo, él parece más bien un magnate político-social, no un hombre entre los hombres.

Pienso que el Papa debería nombrar inmediatamente un Jefe transitorio del Estado Vaticano, cuya función consistiría en preparar y consumar, con la mayor rapidez, la disolución del Estado, cuyo territorio pasaría, sin contra-prestaciones, al Estado de Italia, de manera que el Papa fuera como los demás obispos, un simple civil dentro de la nación, estado o sistema social en que habitara. La Iglesia de Roma y su Papa no necesita más garantías que los restantes ciudadanos (libres u oprimidos), entre los cuales se cuenta. Buscar unos privilegios que no poseyeron Jesús o Pablo, Magdalena o Pedro parece opuesto al espíritu cristiano. Evidentemente, debería hallarse un “arreglo” para los funcionarios del antiguo Estado (guardias suizos, nuncios etc.). Pero ello no implicaría muchas dificultades. No morirían de hambre, ni de falta de trabajo, como millones y millones de personas en el mundo.

2. Veto a la Curia.

No quiero un Papa con esta Curia Vaticana para el orbe, centralizada al modo actual: iglesias multi-focales.

No quiero en modo alguno tomar a “saco” el Vaticano (como hicieron los responsable internacionales, hispano y alemanes… del gran Saqueo de Roma, el año 1527), sino que cambie en gran paz, sabiendo renunciar a privilegios y poderes que ha tenido. No se trata de aligerar ciertas funciones, concediendo a las iglesias cierta autonomía, en forma de regalo, conforme a unos principios de subsidiaridad, sino de dejar que los cristianos sean lo que son (hombres de libertad) y que las iglesias se expandan y organicen por sí mismas, desde el gozo y la gracia el Evangelio, para unirse entre sí en redes de dialogo directo, en comunión dialogal, como al principio de su historia.

Eso significa que Vaticano ya no debe nombrar a los obispos, ni trazar directrices unitarias de liturgia, ni publicar de manera incesante documentos oficiales sobre doctrina o moral, ni controlar la organización de vida religiosa de todo el mundo... El favor más grande que la iglesia romana puede hacer al resto de las iglesias es confiar en ellas sin vigilarlas, dejar que se expresen de manera multiforme, procurando presentarse ella misma referencia y modelo.

El esquema actual de unificación romana de la iglesia ha empezado a ser ya contraproducente, pues se opone a la riqueza multiforme del evangelio y a la autonomía creadora de cada iglesia. La Palabra cristiana no viene desde arriba, como imposición más o menos bondadosa, sino que es el Recuerdo de Jesús Crucificado, la memoria de los crucificados y expulsados de la historia, expresada como testimonio y camino concreto de amor de las comunidades cristianas.

3. Veto al continuismo no evangélico.

No quiero un Papado que se aferre a lo que ha sido, sino que sepa retirarse

El Vaticano ha ejercido una larga función de suplencia, al menos desde la reforma carolingia y la gregoriana (siglo VIII y XI d. C.), pero ese tiempo de suplencia ha pasado. Debemos hacerle un inmenso homenaje de agradecimiento, una gran despedida. Por eso, a la renuncia de Benedicto XVI tiene que seguir la renuncia mucho más importante del Vaticano, para que el Papa sea lo que debe ser, para que los cristianos aprendan crear y mantener una “red” no impositiva ni centralizada de acogida (haciendo suya la voz de los pobres) y de diálogo amoroso, donde esa palabra sea compartida, en experiencia de gratuidad y en esperanza de salvación.

El problema no es empezar a tomar poderes, el problema está en retirarse. Los grupos “dictatoriales” en el buen sentido (los que dictan lo bueno, como el Papado) suelen asumir poderes en tiempos de crisis… Pero en general les cuesta dejarlos cuando ya no sirven ni funciona. El Papado empezó bien… realizó buenas funciones… el problema está en no saber retirarse a tiempo. Éste es lo que tiene que hacer un tipo de Papado: Jubilarse, renunciar… No me basa la renuncia de Benedicto XVI, quiero la renuncia por amor y madurez de un tipo de Papado.

Eso significa que no son suficientes unos simples retoques de la Curia Vaticana, sino que es necesario que ella desaparezca en cuanto Curia separada. Que queden sus documentos antiguos como archivo para historiadores; que permanezcan sus edificios históricos, gestionado por el Estado Italiano o por la UNESCO (como se viera mejor), como museo para curiosos y turistas. Que sus funcionarios vuelvan a la vida normal de simples cristianos, como todos los demás, si son capaces de vivir desde abajo, en comunión real, el evangelio de la vida. Los cargos honoríficos o administrativos, sin contenido evangélico (cardenales, obispos o monseñores de Curia), tienen que desaparecer, pues un obispo sin comunidad real no es obispo, ni un presbítero sin misión apostólica es presbítero cristiano, ya que las ordenaciones absolutas (como honor personal o elevación en el estamento sagrado carecen de sentido).

4. Veto al Cónclave actual.

No quiero un Papa con este tipo de Cónclave, bajo llave, en secreto, con cardenales elegidos “por el dedo sagrado” del Papa anterior.

Este de Cónclave es bellísimo (gran noticia) para periodistas de todo tipo… pero a muchos creyentes nos produce un poco de tristeza (casi de vergüenza ajena….). Nos hemos convertido en espectáculo bello, casi de opereta para cientos de miles de televidentes… Para la mayoría de las gentes con las que yo me muevo (cristianos “viejos”, agentes de pastoral cristiana)… este cónclave es un gesto casi teatral, un signo de poder, más que un momento de evangelio.

Me (nos) producen honda tristeza los secretos: ¡Que los obispos yanquis no ofrezcan ruedas de prensa, que no se puede hablar, que no se lleven móviles a las sesiones! Al 99 por ciento de la gente con la que me muevo eso les parece mafia, chantajismo y antievangelio. Debe cesar ese tipo de conclaves, con boato mundial, con secretos, silencios… noticas a media voz… Quiero un sin-clave (sin-llave), sin secretos, con luces y taquígrafos, a la luz del mundo entero. Ya no me produce rabia el cón-clave, sino inmensa tristeza, con el juicio final de Miguel Ángel incluido (¡no hay escenario más bello y fatídico en el mundo!). Jesús les hubiera llevado a merendar panes y paces a la orilla del lago. ¿Por qué no se van al lido de Ostia, aprovechando unos rayos de sol…?

Hará falta que el Papa (si conservamos ese nombre) sea nombrado por la misma comunidad cristiana de Roma, para su servicio, por los métodos que ella viere, como los restantes obispos o pastores deben ser nombrados por sus comunidades. De esa forma, las comunidades cristianas quedan libres para crear sus propias comuniones y concilios, asambleas y encuentros, de manera que vaya surgiendo así una iglesia donde todos comparten de manera creadora la Palabra, recreada día a día, en diálogo de todos (no desde una Curia), en amor mutuo que se expresa en la comida real de cada día (eucaristía) y no por ceremonias de tipo espectacular.

Al Papa, que es obispo de Roma, debe nombrarle la misma comunidad de Roma, de una forma tradicional, como se hacía en el primer milenio… evidentemente en comunión con todas las iglesias. Cada iglesia es su propio centro, tiene sentido por sí misma, de manera que puede y debe suscitar sus ministros al servicio del evangelio, hombres o mujeres de comunión, para acoger a los excluidos del sistema y para fomentar la vida compartida. Cada iglesia tiene la misma autoridad de Cristo (cf. Mateo 18, 15-20), es presencia de su comunión pascual; pero, al mismo tiempo, ella forma parte de una comunión de iglesias que se comunican, desde la Palabra de Jesús y su Pan compartido. Como signo de esa comunión puede entenderse el obispo de Roma, conservando la memoria concreta de Pedro, según el Nuevo Testamento.

5. Veto al Papa como potestad suprema.

No quiero Papa con potestad jurídica sobre todas las iglesias (el poder papal no es potestad jurídica).

El Derecho Canónico presenta al Papa como Primado que “en virtud de su función, tiene potestad ordinaria, que es suprema, plena, inmediata y universal en la iglesia, y que la puede ejercer libremente” (Derecho Canónico: CIC 331). Esta expresión (poder: potestad suprema…) ha de entenderse a la del evangelio (cf. Marcos 10, 35-45 y Mateo 18, 15-20; 23, 1-12), pues la autoridad cristiana viene de Jesús (es la de Jesús, que no se impuso por ley) y se ejerce en forma de servicio mutuo, siempre concreto, siempre inmediato, es decir, en el encuentro personal de los creyentes.

El Papa tiene la “potestad suprema”, como la tienen todos los cristianos… Pero esa potestad según el evangelio (siendo la de Jesús) es la capacidad de dar la vida y compartirla, por Dios y en Dios, con y para los demás. Por eso, el Papa de Roma no puede ejercer su potestad como dirigente supremo de un sistema organizativo, en la cúspide de la pirámide u organigrama eclesial, dirigiendo desde allí los movimientos eclesiales.

Ese modelo de pirámide o sistema de poder no es evangélico, sino que proviene, en el mejor de los casos, de la filosofía griega o del derecho romano. El Papa no puede situarse en la cumbre de ninguna institución objetiva de poder, pues no hay en la iglesia de Jesús, fundada en el Dios del amor multiforme, un arriba o un abajo, sino conexiones directas de amor, con ministerios o servicios de testimonio fraterno, de solidaridad y acompañamiento, de palabra proclamada y acogida, de pan y vino (otros tipos de comida), que se ejercen y comparten de un modo directo, entre todos los creyentes.

La iglesia no es una agencia religiosa, donde unos ejercen funciones por otros (y el Papa por todos), sino lugar y experiencia de encuentro inmediato entre unos hombres y mujeres que aprenden a compartir compartiendo y a amar amando. Todo en ella se realiza en forma de encuentro personal, nada se delega, pues lo que importa es lo que hace y vive cada uno, lo que habla y lo que come, lo que siente, consiente y comparte con los otros, en gesto de comunión con (desde) los pobres y en amor enamorado.

6. Veto a un Papa Bróker

No quiero un Papa a quien “deleguemos” todo el poder por encima del resto de las iglesias

El Papa no puede ser el “bróker” supremo del “negocio cristiano”, ni el “super-gerente” de la cristiandad, sino un hermano entre hermanos mayores, obispos, fieles cristianos. Todo lo que existe en la iglesia de Jesús es mediación personal, servicio de amor (cada uno ha de entregar la vida a los demás), y pero nada se puede objetivar o delegar en unos intermediarios, para que lo hagan ellos por los otros, dejando en sus manos la responsabilidad de una enseñanza o administración objetivada.

El Papa no puede hacer nada “por mí” desde arriba, sino conmigo… El Papa actual tiene unos poderes de mando que Jesús no tenía, pero corre el riesgo de no tener la autoridad de Jesús, eso que Ignacio de Antioquía llamaba la “presidencia en el amor” (una presidencia que al hacerse poder deja de ser amor). Una iglesia de poderes delegados, de concesionarios y brokers o agentes con poderes supremos, es contraria a la humanidad e inmediatez de amor del evangelio. La unidad cristiana no se concentra en la cumbre de una escala o de un ordo (orden) de poderes, ni en un foco episcopal o papal que ejerce una “potestad suprema, plena, universal a e inmediata” sobre todos los creyentes; para eso no hacía falta evangelio, bastaba la filosofía griega y el imperio romano, un poco espiritualizados, con un barniz judío. El “poder cristiano” no se puede delegar

La unidad y autoridad de la iglesia cristiana no es un tipo de poder unificado, ni una organización central, sino una comunión multi-forme que abre su espacio de palabra y pan compartido a todos, empezando por los excluidos (pobres y enfermos, impuros y locos...), de manera que estos puedan presentarse como portadores de la más alta unidad. Lo que importa no es la eficacia de una organización separada (objetivada), sino la vida de cada uno y el hecho de que todos puedan compartir en libertad la palabra y el pan, dándose la vida y comunicándola, unos con los otros. Partiendo de esa experiencia, los cristianos deben buscar modelos de comunión eclesial múltiple, donde todos y cada uno reciban y compartan la palabra, donde cada comunidad se sienta y sea en realidad autónoma, responsable de sí, en comunicación con el resto de las comunidades, donde cada creyente se descubra y sea en verdad libre, en el plano de la palabra, la comunicación social y la vida.

Sólo cuando se supere una visión del poder como potestad o capacidad de imposición de unos sobre otros (de los que tienen sobre los que no tienen, de los que enseñan sobre los que aprenden), podrá surgir la iglesia verdadera, que es comunión de comuniones, comunidad de comunidades, que viven y expanden de un modo concreto su experiencia de amor y creatividad de vida. Sólo en ese contexto podrá hablarse de un Papa, que no sea ya superior a nadie, ni depositario de poderes que sólo a él se le ha dado, sino hermano entre hermanos. Sólo cuando ya no sea más que nadie, ni superior a ninguno, podrá el Papa ofrecer un servicio de comunión cristiana sobre un mundo que tiende a quedar dominado por poderes o sistemas de tipo impositivo.

7. Veto al Papa patriarca “macho”.

No quiero un Papa que deba ser padre-varón (Santo Padre): fin del Patriarcado.

Actualmente puede ser papa (votado por los cardenales) cualquier cristiano varón, consciente y maduro en la fe… La única prohibición o veto para ser papa es el ser “mujer”. No sé si alguien se da cuenta de la “barbaridad” que eso significa. Hay que quitar esa condición y añadir que cualquier cristiano puede ser “papa”, un varón, una mujer… siempre que sea elegido por los hermanos, en la querida comunidad de Roma, siempre que asuma ese encargo por amor (como Jesús le digo a Pedro en otro tiempo: ¿Me amas…? Quiero pues un papa que sea hermano y amigo (pudiendo ser varón o mujer)… No quiero que sea “pastor varón” de ovejas en clave de, por más que ese símbolo (pastor, pescador, sembrador…) esté en el evangelio. Lo que el evangelio llama “pastor, sembrador, pescador…” ha de expresarse desde el misterio total de la Iglesia, en línea de servicio personal, de varones o mujeres, sin diferencia.

Sólo es pastor el que ama y conoce, el que dialoga y entrega la vida de un modo inmediato. En esa línea podemos añadir que el Papa es pastor de hombres amigos, hermano entre hermanos, y no dirigente superior de unas ovejas sometidas (ni Pastor Angélico de seres espirituales, como se ha dicho de Pío XII o Juan XXIII). De todas formas, más que el título de Pastor se utiliza para el Papa el de Padre o Patriarca (padre-jefe de familia). Desde tiempo antiguo, el obispo de Roma ha sido considerado Patriarca de la Iglesia occidental (al lado de los otros patriarcas orientales: de Antioquia y Alejandría, de Jerusalén y Constantinopla, de Kiev o Moscú).

La palabra patriarca es también venerable y puede conservarse quizá por un tiempo, pero solo de una forma paradójica, para luego superarla. La iglesia no necesita patriarcas, como los del Antiguo Testamento (Abrahán, Isaac, Jacob), porque cumplieron de una vez y para siempre su función. Por otra parte, los Doce de Jesús (representantes de los patriarcas de Israel, hijos de Jacob) no debían actuar como padres venerables, poderosos, sino como testigos de un Reino fraterno, abierto a los excluidos de la sociedad. El evangelio no quiere que en la iglesia haya padres, sino hermanos y amigos (cf. Mateo 23, 9; Juan 15, 15), varones o mujeres.

Eso significa que debemos superar el título y figura del Santo Padre, Patriarca venerable, pues santo y padre sólo es Dios (y aún eso con matizaciones, pues si llamamos a padre tenemos que llamarle también madre y hermano, amigo y amante etc.). En esa línea debemos añadir que el mismo título de Papa (=Padre), es ambiguo, pues el obispo de Roma, “principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, tanto de los obispos como de la muchedumbre de los fieles” (Vaticano II, Lumen Gentium, 23), puede ser una mujer, casada o soltera, una Mama o Papisa. Es evidente que para eso sucede debe cambiar el puesto de las mujeres en la iglesia, pero también, y mucho más, el de los papas.

8. Veto al Papa Sumo Sacerdote.

Quiero un Papa que sea Pontífice, pero no Sumo Sacerdote al estilo del judaísmo del 2º Templo (o de un platonismo sagrado).Ha de terminar un tipo de sacerdocio separado (para que emerja el sacerdocio universal de los cristianos)

El Pontífice era Sacerdote Supremo de Roma (encargado de la vigilancia sagrada de los puentes por donde pasaban y cruzaban las tribus latinas, etruscas, samnitas etc…). Era un hombre (o mujer) capaz de mantener operativos los puentes…. Esa palabra, aplicada al Papa, pone de relieve su función sagrada, presentándole como aquel que mantiene y guarda el puente que nos une a Dios, como hacían los Sumos Sacerdotes del templo de Jerusalén.

Pero el Pontífice no tiene por qué ser sacerdote al estilo de los de Jerusalén (esos sacerdotes mataron a Jesús, por mantener su “cueva de bandidos”). El Nuevo Testamento no habla de sacerdotes especiales, sino de hermanos y hermanas que, por ser creyentes, es decir, personas, participan del sacerdocio universal de Cristo, pudiendo asumir las tareas o ministerios básicos de la iglesia, en línea de servicio social (diaconado), de presidencia o dirección colegiada (presbiterado) o de supervisión de las comunidades (obispado). En ese sentido, todos y cada uno de los cristianos son pontífices, puentes sagrados, presencia de Dios, como sabe Mateo 25, 31-46, con todo el Nuevo Testamento.

Pues bien, siguiendo una tendencia que va de las Cartas Pastorales (escritas en nombre de Pablo) a Ireneo, pasando por Clemente Romano e Ignacio de Antioquía, la iglesia ha desarrollado dos ministerios, que no tienen en principio un carácter sacerdotal (obispos y presbíteros). Sus portadores han realizado una función positiva en las comunidades: han contribuido decisivamente a la extensión y afianzamiento de la iglesia en el imperio romano y luego en todo el mundo. Pero, al mismo tiempo, ellos se han separado del resto de los fieles, interpretándose como miembros de un ordo o estamento sacerdotal, que se entiende ahora desde el trasfondo sagrado del entorno judío, helenista y romano, más que desde el Nuevo Testamento, donde todos los cristianos son sacerdotes en Cristo o con Cristo, sin necesidad de un ordo diferente.

La función de los obispos, y de un modo especial la del Papa, ha quedado así investida de un aura sagrada, vinculada a veces con un tipo de culto a la personalidad, esto es, a la función, separada de la persona. De esa manera, el Papa ha venido a presentarse ante la conciencia de los fieles como un personaje sagrado (Beatísimo o Santo Padre, Santidad), portador de poderes divinos, simbolizados en la triple Tiara, desoyendo así las afirmaciones explícitas y la conciencia general del evangelio (cf. Marcos 9, 33-37; 10, 35-45; Mateo 23, 1-11) . Pues bien, ese modelo sacerdotal de Papa ha entrado en crisis, no sólo por la nueva conciencia de igualdad y fraternidad moderna, sino por fidelidad al evangelio, que no eleva a unos cristianos como sacerdotes sobre el resto de los fieles.

En ese sentido, recordamos que obispos y Papa no son en cuanto tales sacerdotes, que transmiten una santidad distinta, sino simples cristianos (varones o mujeres), aunque servidores especiales de una comunidad en la que todos son santos, hijos de Dios, sacerdotes. Obispos y Papa son ministros de una comunidad cristiana a la que sirven y de la que reciben (y con la que comparten) la Palabra de Dios y el Pan de la Eucaristía. En ese contexto podemos recordar sus tres tareas, propias de toda la iglesia: profética (proclamar la palabra), real (servir a los pobres) y sacerdotal (celebrar la vida; cf. Vaticano II, Christus Dominus, 12-16).

9. Veto al Papa que tome el Orbe como su Urbe

No quiero un para que sea romano para todas las iglesias, sino que siendo romano en su iglesia abra un diálogo con las iglesias no romanas

La iglesia es “una, santa, católica y apostólica”, pero que de hecho ha recibido en occidente un carácter “romano”, por la función que el obispo de Roma ha realizado, asumiendo, de un modo consecuente (y ya innecesaria), no sólo la herencia de Pedro, sino la de los emperadores romanos, que actuaban como representantes de Dios sobre el mundo. Ese signo romano ha continuado y en el fondo ha crecido tras la caída del viejo imperio: la ciudad imperial (=la comunidad cristiana de Roma) con su obispo ha seguido siendo un principio fuerte de organización y de unidad para los cristianos católicos.

Pues bien, toma es una ciudad concreta con su obispo (al que llamamos papa), en comunión con todas las iglesias (pasando de urbi al orbi), pero no en clave de imposición imperial, sino de comunión fraterna. En esa línea. El tema está en distinguir el “urbi” (el papa es obispo de una urgen importantísima, que es Roma)… y el Orbe (el papa no es obispo del orbe…). Otro día quizá trataré de este tema.

‒ El obispo de Roma tiene que renunciar al primado, entendido como jurisdicción jurídica sobre el conjunto de las iglesias. La función original de Pedro no ha sido la de elevarse sobre los demás, sino la de mantener la comunión, apareciendo así como signo de universalidad cristiana‒ El obispo de Roma no puede imponer su criterio a todas las iglesias, sino dejar que ellas sean lo que son, que ellas vayan descubriendo sus propios caminos, en comunión católica. Las iglesias sólo podrán ser “romanas” si Roma no ejerce autoridad directa sobre ellas.‒

Lo que importa no es Roma como ciudad, ni siquiera su hermosa tradición latina, sino la función de Pedro, junto a Pablo y el Discípulo amado, junto a Magdalena y las mujeres. Es normal que algunas iglesias, por razones de sensibilidad e historia, sientan un tipo de “aversión” por Roma. Por eso, es importante que ellas se sientan en libertad, pues, en contra de un refrán muy conocido, “todos los caminos cristianos no llevan a Roma”, sino a Jesús, es decir, a la experiencia y gozo de una comunicación abierta a todos los hombres.

10. Veto al Papa como único Vicario de Cristo

No quiero un Papa que se llame “el” Vicario de Cristo, pues todos los cristianos son vicarios de Cristo , y lo son todos los pobres-hambrientos etc. (como sabe Mt 25, 31-46)

Entre los títulos del Papa (Príncipe de los Apóstoles, Pastor de la Iglesia Universal, Pontífice Romano: Derecho Canónico 331), el de Vicario de Cristo es más discutible y, en el fondo, el más verdadero. Es un título paradójico, pues presenta al Papa como representante de Jesús, es decir, de aquel Mesías que no tuvo más poder que su persona, ni más autoridad que su palabra de evangelio y su entrega a los demás. Por eso, un Papa que se sienta vicario de ese Cristo debe renunciar a todos los poderes de jurisdicción que ha podido ir tomando el papado a lo largo de los siglos, para atreverse a llevar sobre la tierra la imagen de Jesús, con su testimonio personal de creyente y amigo de los pobres.

Como san Pablo destacaba, todos los cristianos son “cuerpo mesiánico” y “templos del Espíritu Santo”, siendo así vicarios o, mejor dicho, presencia de Cristo en el mundo, inspirados por su Espíritu (como el Papa que dice hablar en nombre de ese Espíritu). En esa misma línea nos sitúa, con otro lenguaje, la parábola de la culminación o juicio final (Mateo 25, 31-46), en la que Jesús se identifica con los hambrientos y sedientos, los exilados y desnudos, los enfermos y encarcelados (es decir, con todos los pobres) sobre el mundo. Ellos, los pobres, son los más hondos vicarios del Cristo . Sólo en la medida en que asumen la suerte de esos pobres, no sólo viviendo para ellos, sino con ellos, podrán llamarse vicarios de Cristo los otros cristianos, entre ellos el Papa.

Si quiere llamarse vicario de Cristo, el Papa ha de actuar como representante de los excluidos de la sociedad y de todos los creyentes, a quienes el evangelio identifica también con Jesús (cf. Marcos 10, 33-37; Mateo 10, 40-42), viviendo desde ellos, hablando en nombre de ellos, en unión con los restantes ministros del evangelio (cf. 1 Corintios 9; 2 Corintios 5; Mateo 28, 16-20). Este es el tema, esta la pregunta: si todos los pobres y predicadores son vicarios de Jesús ¿hará falta un Vicario-Papa? ¿No se correrá el riesgo de que ese Papa se sitúe sobre los restantes pobres y, llamándose a sí mismo “Siervo de los siervos de Dios” en el fondo les domine?

Conclusión

Pienso que el papado, en su forma actual, se encuentra en una crisis profunda, que puede interpretarse desde distintas perspectivas.

(1) Algunos afirman que hay grades problemas, pero añaden que resulta preferible resistir, no hacer mudanza, reforzando el gobierno, fijando los timones y acentuando la función de la jerarquía, en torno al Papa, a quien ven como signo de Dios y de seguridad en un mundo cambiante, mientras lleguen tiempos mejores.

(2) Otros piensan que los tiempos resultan en el fondo buenos: las cosas funcionan bastante bien por el Vaticano; hay que trazar ciertos ajustes, pero sin cambiar las bases, pues son los otros (los que están fueran del papado) los que deben cambiar y convertirse.

(3) Muchos suponen que es el fin: el papado es ya solo residuo arqueológico, que puede servir como folklore, pero que no tiene nada que decir o aportar; lo mejor que podría hacer es apagar las luces de su casa, cerrar las viejas puertas y sumarse a la corriente real del mundo, que va por otra parte.

La historia nos ha situado en una encrucijada y debemos tomar una decisión urgente, pues dejar las cosas como están, manteniendo el sistema eclesiástico actual del Vaticano, significa condenarlo (y condenarnos) a una muerte sin resurrección, en un plano de evangelio. No se trata de que nosotros rompamos con violencia lo que existe, pues tampoco Jesús derribó físicamente el viejo templo, sino que se quemó y cayó por causa de los soldados celotas judíos y de los soldados legionarios romanos, que luchaban unos contra otros por el control del sistema. Pero Jesús y los auténticos cristianos habían abandonado ya aquel templo vacío e inútil (cf. Mateo 23, 37-39), antes que ardiera en las llamas de la guerra, pues habían descubierto y edificado otra casa de fraternidad (la iglesia), en el campo extenso de la vida, sin necesidad de instituciones legales y sacrales como aquella. También nosotros debemos abandonar ese sistema vaticano, sin agresividad, sin lucha externa, situando las tiendas de la iglesia de Jesús, que quiso acampar entre nosotros (cf. Juan 1, 14) en el ancho camino de la vida donde se encuentran los hombres y mujeres concretos de este tiempo.

Nosotros no buscamos incendio ni guerra. No deseamos que el templo Vaticano arda y se queme de un modo material, con todos sus archivos y museos dentro, con sus documentos de curia y nunciaturas, con su banco y su pequeña guardia militar, son cardenales y monseñores de adorno. Queremos más bien que se “convierta” o transforme, como anuncia el evangelio (cf. Marcos 1, 14-15) y como el tiempo actual lo pide. O, quizá mejor, preferimos dejar que se vaya muriendo por sí mismo, mientras que la iglesia verdadera emerge y crece en otro espacio, en el que se están ya situando los discípulos de Jesús.

En ese contexto se sitúan las reflexiones que estoy presentando Ellas quieren sacar a la iglesia del Vaticano actual, pero no para negar las funciones de Pedro y del papado, no para negar la experiencia básica de unidad de los cristianos, sino para fundarlas de otro modo, desde el campo abierto del evangelio y de la vida.

Ciertamente, el camino que ha llevado a la Curia Vaticana actual ha tenido un sentido, ha permitido que la iglesia sea como es. Más aún, es muy posible (y quizá conveniente) que algunas de sus estructuras continúen existiendo por un tiempo, para refundarse por dentro, desde la nueva situación del mundo y, sobre todo, según el evangelio. Sería bueno que esa refundación y cambio se hiciera sin invasiones o guerras exteriores, sin soldados romanos o camicaces modernos.

Los diez puntos anteriores reflejan eso que hemos llamado la tarea de derribo o de-construcción del Papado, tal como parece culminar en los últimos años del siglo XX. Este ha querido ser un derribo positivo, que ponga de relieve los valores de la estructura anterior, para que podamos recrearlos de un modo distinto, desde la raíz del evangelio, en las nuevas condiciones sociales y culturales de una humanidad que está dejando de ser occidental y que se encuentra amenazada por un sistema mundial (imperial) de dominio y exclusión, con amenaza directa de muerte para millones de personas . Algunos piensan que sería mejor abandonar el papado a su suerte; nosotros pensamos que merece la pena recrearlo.


viernes, 22 de marzo de 2013

LA BRECHA ENTRE RICOS Y POBRES AUMENTA UN 30% DESDE EL INICIO DE LA CRISIS

Cáritas critica la política de recortes del Gobierno: “Las políticas de austeridad han generado una mayor vulnerabilidad de la sociedad española”.

El Informe 2013 de la Fundación FOESSA, que se ha se presentado ayer en Madrid bajo el título "Desigualdad y derechos sociales Análisis y perspectivas”, muestra de manera contundente la dimensión de los efectos sociales de la crisis en las personas más pobres.

Si con motivo de la presentación, hace un año, del primer Informe anual de FOESSA, rel secretario general de Cáritas Española, Sebastián Mora, hablaba de "una pobreza más extensa, intensa y crónica”, los datos del Informe 2013 indican que ese proceso de empobrecimiento se ha profundizado en extensión e intensidad. Sin embargo, el hecho más destacado es, como ha alertado Mora, "el incremento severo de la desigualdad social que nos muestra una sociedad fracturada”.

Sebastián Mora ha recalcado que la fractura social se ha instalado en la sociedad y con el tiempo cada vez será más difícil que las personas empobrecidas puedan salir de la exclusión. Además ha recalcado que este incremento de la desigualdad ha venido acompañado de una disminución de los recursos de protección social pública en su vertiente redistributiva y asistencial, en clara alusión a los recortes del Gobierno.

AUMENTA LA BRECHA SOCIAL

La brecha que se ha abierto entre las personas empobrecidas y las personas con más posibilidades de acceso a bienes y servicios es "alarmante”.

Según datos del Informe, que ha detallado el coordinador del Equipo de Estudios de Cáritas, Francisco Lorenzo, los ingresos medios de las personas más ricas de España es siete veces superior al nivel medio de ingresos de quienes tienen menos rentas. Y desde el comienzo de la crisis, esta diferencia se ha incrementado en un 30%.

DÉCADA PERDIDA PARA EL NIVEL DE RENTAS

Al analizar el comportamiento de la renta per cápita, el Informe constata que las cifras actuales son muy similares a las que existían hace más de diez años, lo que invita a pensar en más de una década perdida. Es decir, la renta de 18.500 euros que en promedio recibieron los españoles en 2012 es inferior en términos de capacidad adquisitiva a la que ya existía en el año 2001. Asimismo, desde 2007 la renta media ha caído un 4%, mientras que los precios se han incrementado en un 10%, lo que ha provocado un deterioro de las rentas de los ciudadanos españoles sin parangón en las últimas décadas.

Evolución real de la renta por unidad de consumo (2007=100)



Para los autores del Informe, el rasgo más "preocupante” de la evolución de la renta en la crisis es el aumento sin precedentes de la desigualdad en su distribución, ya que desde 2006 los ingresos de la población con rentas más bajas han caído cerca de un 5% en términos reales cada año, mientras que el crecimiento correspondiente a los hogares más ricos ha sido el mayor de toda la población.

EFECTO DE LA DESTRUCCIÓN DE EMPLEO Y LOS RECORTES

La destrucción de empleo y la moderación salarial han sido determinantes en la reducción del nivel de renta de los hogares españoles, a lo que cabe sumar el efecto negativo sobre la renta disponible que han tenido tanto algunos de los cambios en las prestaciones sociales (reducción de las cuantías de la prestación contributiva de desempleo) como las mayores exigencias para percibir el subsidio y el aumento de algunos impuestos (incremento de los tipos marginales del IRPF y de los tipos del IVA).

Evolución de la ocupación en España, 1983-2012 (en miles)



La evolución del empleo es uno de los factores que más están contribuyendo al deterioro de la situación social de un número cada vez mayor de hogares, si se tiene en cuenta que durante el año 2012 el mercado de trabajo registró los que probablemente pueden caracterizarse como peores resultados de la etapa democrática.

NIVELES DE DESIGUALDAD MÁS ALTOS DE LA UE

Todo ello explica que los indicadores de desigualdad en España arroje los niveles más altos de la Unión Europea. Y de cara al futuro, alerta Lorenzo, existe un riesgo notable de que el ensanchamiento de las diferencias de renta entre los hogares españoles se enquiste en la estructura social. En su opinión, procesos de dualización social como este conllevan riesgo real de ruptura, lo que significa que el no dotarnos de los mecanismos redistributivos necesarios supone la "fragmentación social”.

El porcentaje de hogares en los que todos los activos están sin trabajo ha aumentado del 2,5% del total al 10,6% del total de hogares En términos absolutos, el Informe indica que se ha pasado de 380.000 hogares en esta situación antes de la crisis a más de 1.800.000 a finales de 2012.

Para Lorenzo, en un contexto como el actual, la sociedad asiste a la transformación del empleo, no solo en términos cuantitativos, sino en cuanto a su naturaleza y al lugar que ocupa en el imaginario colectivo de nuestra sociedad: "si bien hace 5 años estábamos a la cabeza de Europa en la generación de empleo, trabajar hoy no es ya un derecho, sino que parece haberse convertido en un privilegio”.

INVISIBILIZACIÓN DE LOS MÁS POBRES

Los datos del Informe FOESSA indican a que asistimos a un proceso de empobrecimiento que "eclipsa” a los más pobres. Como ha denunciado Sebastián Mora, "se está dando una especie de invisibilización de la pobreza y de la exclusión severa por saturación y extensión de la pobreza. La pobreza severa se ha incrementado de manera importante y esto nos habla de personas más allá de las fronteras de la dignidad. "Estamos borrando las fronteras de la dignidad humana en este contexto social que vivimos”, ha dicho.

Para el secretario general de Cáritas, "la erosión de las políticas sociales han mostrado su impacto especialmente en los colectivos más vulnerables y es también evidente cómo nos hemos olvidado de los pueblos del Sur, hemos excluidos continentes y países de nuestro pensamiento, de nuestra solidaridad, de nuestro compromiso”. De hecho, la evaluación de los Objetivos de Desarrollo del Milenio y las políticas de cooperación (ADO) que se analizan en el Informe muestran un horizonte desalentador.

EL ESCÁNDALO DE LA POBREZA

A modo de conclusión, el Informe FOESSA 2013 dibujan una realidad social en España donde los mecanismos de aseguramiento de la sociedad se han debilitado y las políticas de austeridad han generado una mayor vulnerabilidad de la sociedad española.

Al mismo tiempo, los recortes en los servicios públicos de bienestar pueden suponer una ruptura definitiva para los más pobres. Es decir, si la austeridad vulnera los derechos sociales, estamos abandonando a los más pobres.

Como ha advertido Francisco Lorenzo, "nuestra apuesta por los derechos sociales dará cuenta de los valores que realmente tenemos como sociedad, pues solamente seremos democracia si garantizamos los derechos sociales de los más vulnerables”.





"Si es verdad que siempre la pobreza y la exclusión hieren el corazón –ha añadido Sebastián Mora--, la desigualdad es un escándalo ético y político. Como me decía hace un tiempo una campesina salvadoreña `la pobreza nos asusta pero la desigualdad nos indigna”.

miércoles, 20 de marzo de 2013

REVOLUCIÓN CIUDADANA Correa en Ecuador

Ignacio Ramonet

Un país endeudado y sometido a los dictados de organismos financieros internacionales; con una clase política mediocre, corroída por la corrupción y detestada por la opinión pública; una desconfianza general hacia las instituciones; un Estado desprovisto de soberanía monetaria; con un sistema bancario estafador y ladrón; un paro masivo; una infame ley de hipotecas y miles de desahucios… ¿Hablamos de la España de hoy? No, del Ecuador de antes de 2006, de antes de la “revolución ciudadana” impulsada por Rafael Correa, brillantemente reelegido presidente el pasado 17 de febrero (1).

Cuando Correa triunfó por primera vez, en noviembre de 2006, el Ecuador estaba saliendo de una década de crisis, protestas e inestabilidad. Con tres presidentes (Abdalá Bucaram, Jamil Mahuad y Lucio Gutiérrez) derrocados por insurrecciones populares, una quiebra masiva del sistema financiero, una banca corrupta, un endeudamiento colosal, huelgas generales, insurrecciones indígenas y revueltas sociales de todo tipo. El país parecía ingobernable. Hasta que llegó este economista poco convencional, forjado en el trabajo social y solidario cerca de los pueblos originarios, impregnado de las tesis de justicia de la Teología de la liberación, formado en universidades de Bélgica y Estados Unidos, simpatizante y asiduo del Foro Social Mundial y adversario declarado de la política de “ajustes estructurales” impulsada, en los años 1990, por el Fondo Monetario Internacional (FMI) en toda América Latina.

Para su primera campaña electoral, Rafael Correa fundó el movimiento Alianza PAIS (Patria Altiva i Soberana) y propuso un referéndum para una Asamblea constituyente que redactase una nueva Constitución. Ganó. Y en su discurso de toma de posesión anunció con claridad cuál sería su proyecto para Ecuador: “La lucha por una ‘Revolución Ciudadana’, consistente en el cambio radical, profundo y rápido del sistema político, económico y social vigente”.

Y cumplió su promesa. Lo que le valió, el 30 de septiembre de 2010, una tentativa de golpe de Estado que a punto estuvo de costarle la vida (2). Pero también le deparó el apoyo arrasador de la mayoría de los ecuatorianos. Entre elecciones y referendos, la del 17 de febrero es la novena victoria en las urnas de Rafael Correa. De tal modo que este joven presidente, que aún no ha cumplido los cincuenta años (nació en abril de 1963), se ha convertido en uno de los líderes indiscutibles de la nueva América Latina. En sus seis años de gobierno, “refundó –como dice él– la patria” con la nueva Constitución (aprobada por referéndum en 2008), inició la era del ‘Buen Vivir’ (3), renegoció con éxito la deuda externa de su país y frenó los estragos del neoliberalismo confiriéndole al Estado un papel decisivo en lo económico y lo político. Ahora, su mandato irá hasta 2017, y entonces cumplirá una década en el poder.

Nos encontramos con él, en Quito, unos días antes del escrutinio. En una reunión con los observadores independientes internacionales invitados por el Consejo Nacional Electoral (CNE) para dar testimonio de la pulcritud democrática de la elección (4).

Con el objetivo de consagrarse plenamente a la campaña y no ser acusado de usar bienes públicos, Rafael Correa decidió descargarse de la función ejecutiva de la Presidencia y solicitar a la Asamblea nacional una licencia de 30 días durante los cuales esa función sería ejercida por el vicepresidente Lénin Moreno. Un rasgo de honradez política que, a escala internacional, resulta insólito y ejemplar. Ninguna ley lo conminaba a ello. Excepto su propia exigencia ética.

Empieza su conversación citando a Eloy Alfaro (5): “No buscamos nada para nosotros, todo para el pueblo”. “Aquí –añade Correa– ya no manda el FMI, ni la oligarquía; aquí ahora manda el pueblo. Y si éste nos apoya es que hemos hecho lo que prometimos: escuelas, hospitales, carreteras, puentes, aeropuertos… A pesar de las campañas mediáticas de deslegitimización contra nosotros y de los ataques de una prensa sin escrúpulos, vamos a ganar estas elecciones –las más democráticas y transparentes de la historia del Ecuador– de manera arrolladora. Pero no las vamos a ganar para recrearnos en el éxito; las vamos a ganar para gobernar mejor y para ahondar los cambios que venimos impulsando”.

En sus seis años de gobierno, Rafael Correa ha transformado efectivamente su país. Como ningún otro gobernante ecuatoriano antes que él. Cuatro indicadores económicos resumen, mejor que mil palabras, el triunfo de su política: en toda la historia de Ecuador, la tasa de inflación nunca fue más baja; el crecimiento nunca tan elevado; el desempleo tan reducido y el salario real tan alto. Los emigrantes que, huyendo del derrumbe español, regresan a Ecuador sienten mejor que nadie el nuevo bienestar económico. Constatan que se acabó el caos, el desmadre y la fragmentación política; que hay estabilidad y equidad social con dignidad; un gobierno de verdad que ha disciplinado a las clases pudientes; un gobierno de izquierdas pero desprovisto de los excesos ilusorios del izquierdismo palabrero; en suma, un gobierno de izquierdas que está transformando para siempre el Ecuador.

Bastaba pasearse por las calles de Quito o de otros lugares del país, asistir a algún mitin del presidente Correa para sentir el excepcional efecto de su carisma, el fervor de la gente, la bulliciosa adhesión popular a su persona, a su programa y a los principios de la “revolución ciudadana”.

“Aquí –dice Correa– todo se había convertido en mercancía. Mandaban los bancos y los inversores extranjeros. Se había privatizado la sanidad, la enseñanza, los transportes,… ¡todo! Eso se terminó. Volvió el Estado y ahora garantiza los servicios públicos. Estamos invirtiendo el triple en presupuestos sociales, salud, escuela, hospitales gratuitos…. Hemos acabado con el neoliberalismo. Una izquierda moderna no puede odiar el mercado, pero el mercado no puede ser totalitario. Por eso hemos cambiado radicalmente la economía, ahora es la sociedad la que dirige el mercado y no lo inverso. El ser humano es lo primero, antes que el capital. Cambiamos la ley de hipotecas, que era igual que la española, y pusimos fin a los desahucios. Dijimos: ‘¡No pagamos la deuda!’, y conseguimos rescatarla por el 30% de lo que nos pedían. Hoy Ecuador es la economía que más reduce la desigualdad. Queremos vencer la pobreza. Hemos consolidado los derechos laborales de los asalariados y acabado con la tercerización, esa forma de esclavismo contemporáneo. Estamos haciendo una ‘revolución ética’, combatiendo la corrupción con mayor ahínco que nunca y con una consigna fundamental a todos los niveles: ‘¡Manos limpias!’. Ya no se permite la evasión fiscal. Nuestra revolución es también integracionista y latinoamericana porque estamos decididos a construir la Patria Grande soñada por Bolívar. Es asimismo una revolución ambiental. Nuestra Constitución es una de las pocas en el mundo –quizás la única– que reconoce los derechos de la naturaleza. Como lo digo a menudo: no estamos viviendo tiempos de cambio, sino un cambio de época. No se trata de superar el neoliberalismo, se trata, sencillamente, de cambiar de sistema. Y ese cambio exige la modificación de la relación de poder. Ir hacia un poder popular”.

Los resultados electorales obtenidos el 17 de febrero (más de 33 puntos de ventaja con respecto a su inmediato adversario) demuestran, primero, que las campañas de los opositores fueron mediocres, débiles, inexistentes (6). Y, sobre todo, que el apoyo al presidente Correa fue interclasista. No se limitó a una sola categoría social, subió en todos los sectores. “Porque esto –explica Rafael Correa con su voz extenuada y rota después de centenares de discursos– es un proyecto de unidad nacional. Estamos construyendo patria. Hemos hecho mucho –y nos hemos equivocado también, y mucho– pero lo principal se ha logrado. Aquí ya no manda la bancocracia, ya no manda la partidocracia, ya no manda el poder mediático, ya no manda ningún poder fáctico en función de intereses grupales, ya no manda el Fondo Monetario, ni las burocracias internacionales; aquí ya no mandan países hegemónicos. Hemos ganado con una presencia física en las calles, no sólo mía sino de todo el Movimiento Alianza País, recorriendo barrios y pueblos, valles y montañas, sierras y junglas. Hemos manejado la campaña con claridad. Lo he repetido y suplicado: ‘¡No me dejen solo!’, porque un presidente sin una mayoría neta en la Asamblea, es un presidente disminuido”.

En eso también, los electores le han respondido con un sostén arrasador. El presidente, que no tenía mayoría en la Cámara, dispondrá ahora del soporte de más de los dos tercios de los diputados… Con lo que podrá por fin hacer votar proyectos fundamentales como la ley de tierras, la ley de agua, la ley de cultura, la ley de medios de comunicación… En una palabra: gobernar para, como lo prometió en su campaña, “profundizar el cambio”.

(1) Los resultados de la elección presidencial, aún no definitivos a la hora del cierre de esta edición, son los siguientes: Rafael Correa (Alianza País) 57%; Guillermo Lasso (CREO, Creando Oportunidades) 23%; Lucio Gutiérrez (PSP, Partido Sociedad Patriótica) 6%; Mauricio Rodas (Movimiento SUMA, Sociedad Unida Más Acción) 4%; Alvaro Noboa (PRIAN, Partido Renovador Institucional Acción Nacional) 3,7%; Alberto Acosta (Unidad Plurinacional de las Izquierdas) 3,2%; Norman Wray (Movimiento Ruptura) 1,3%; Nelson Zavala (PRE, Partido Roldosista Ecuatoriano) 1,2%.
 

(2) Léase Ignacio Ramonet, “Entrevista con Rafael Correa”, Le Monde diplomatique en español, enero de 2011.
 

(3) El canciller ecuatoriano, Ricardo Patiño, definió este concepto de la siguiente manera: “La ‘Revolución Ciudadana’ que vive el Ecuador está marcada por una premisa fundamental: la concepción y ejecución del ‘Buen Vivir’, una filosofía heredada de nuestras raíces indígenas y que encierra una enseñanza muy valiosa para estos tiempos convulsionados y agresivos con el entorno: el ‘Buen Vivir’ se funda en una relación armónica entre el hombre y la naturaleza”.
 

(4) El Consejo Nacional Electoral (http://www.cne.gob.ec) es un organismo público, independiente del gobierno, que, junto con el Tribunal Contencioso Electoral (http://www.tce.gob.ec/jml/), tiene la misión de organizar las elecciones en Ecuador y garantizar su carácter democrático respetando la Ley orgánica electoral (http://aceproject.org/ero-en/regions/americas/EC/ecuador-ley-organica-electoral-codigo-de-la/view).
 

(5) Eloy Alfaro (1842-1912), militar, guerrillero y presidente de Ecuador en dos ocasiones (1895-1901 y 1906-1911), principal dirigente de la revolución liberal ecuatoriana.
 

(6) La del izquierdista Alberto Acosta (uno de los redactores del proyecto de ‘revolución ciudadana’, ex presidente de la Asamblea Nacional y antes muy cercano a Rafael Correa) fue particularmente decepcionante por sus gratuitas e insistentes acusaciones de “fraude electoral” y de “falta de democracia”.

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domingo, 17 de marzo de 2013

"BERGOGLIO NO FUE UN ROMERO, SE ALEJÓ DE LOS POBRES DURANTE EL GENOCIDIO ARGENTINO"

Jon Sobrino, vasco universal y símbolo de la Teología de la Liberación, acostumbra a conmover el corazón. Alejado de boatos y parafernalias vaticanistas, sus opiniones le han valido más de una reprimenda. Hoy habla por primera vez del nuevo Papa, y lo hace alto y claro

concha lago, en noticiasdeguipuzkoa.com

Jon Sobrino (Barcelona, 1938) es el quijote de los desheredados, un teólogo que le quita a la vida el papel de regalo para presentarla descarnada. Pero hablar como Sobrino lo hace, con la espiritualidad de su antiimperialismo, irrita a muchos, sobre todo a los inquisidores romanos. En un discurso tremendamente lúcido pero políticamente incorrecto, arremete contra el espectáculo de la elección del nuevo Papa. "Era chocante el despliegue de suntuosidad, alejada de la sencillez de Jesús", dice. Y, sin pelos en la lengua, asegura que "Bergoglio, superior de los jesuitas de Argentina en los años de mayor represión del genocidio cívico militar, tuvo un alejamiento de la Iglesia Popular, comprometida con los pobres. "No fue un Romero", subraya Sobrino.

Usted ha tachado la elección del Papa de "folklore mediático".

La plaza de San Pedro estaba abarrotada de gente de todas las razas y colores, con banderas variopintas, con rostros expectantes y sonrientes. La fachada del Templo estaba adornada con esmero calculado. Se dejaban ver también personas vestidas con capisayos y acicaladas como no se ven en las calles de la vida real, en campesinos y señoras del mercado. Imperaba el folklore -en inglés, costumbres populares-, aunque en la plaza de San Pedro, las costumbres eran más sofisticadas y acicaladas que las de los pueblos del terruño español y de los cantones de El Salvador, donde yo me encuentro.

¿Eso es malo?

No, nada de esto era malo, pero no decía nada importante de quién iba a ser el nuevo Papa, qué alegrías y problemas iba a tener y con qué cruz iba a cargar… Sí era chocante el despliegue de suntuosidad alejada de la sencillez de Jesús. Y se adivinaba una cierta jactancia en los organizadores como diciendo todo está saliendo bien. Cuando esta perfección expresa, además, poderío, la suelo llamar la pastoral de la apoteosis.

Pero no todo fue folclórico.

No, algo no fue folclórico ya desde el primer día. Hablo de la vestimenta sencilla del Papa, de la pequeña cruz sobre su pecho donde no había oro ni plata ni brillantes, su oración que, inclinándose, pidió al pueblo antes de bendecirles él a ellos. Son signos pequeños pero claros. Ojalá crezcan como signos grandes y que acompañan a su misión. Clara quedó la sencillez y la humildad.

La elección de Bergoglio resultó una sorpresa total.

Sí, para los no iniciados fue una sorpresa y una gran novedad. El Papa es argentino, el primer Papa de ese país. Y es jesuita, el primer Papa de esa orden. Ambas cosas pueden ser trivializadas, como ha ocurrido en algunos medios. Por eso hay que entenderlo bien. Messi es argentino, pero no todos los argentinos son estrellas. Jesuita fue Pedro Arrupe, pero -y aquí hablo de cosas más serias- no todos los jesuitas somos como él. Al folclore pertenecen también titulares sin mucho ingenio y con pereza mental como; argentino y jesuita. ¿No tendrán otra cosa que decir? Además los momentos folclóricos y mediáticos duran poco. Triste es mantenerlos, o seguir añadiendo detalles intranscendentes, sin acabar de entrar en el fondo del asunto como el Papa, la Iglesia, Dios y nosotros. De los amos de los medios -y de los espectadores- dependerá que lo folclórico siga siendo lo más socorrido.

Estos días, ha hablado con gente que conoce a Bergoglio de cerca.

Sí, yo no soy experto en la vida, trabajo, gozos y sufrimientos de Bergoglio. Y para no caer en ninguna irresponsabilidad he procurado conectarme con personas, a las que no citaré, de Argentina, sobre todo, que han tenido contacto directo con él. Espero comprensión por lo limitado de lo que voy a decir, y pido disculpas si cometo algún error. Bergoglio es un jesuita que ha ocupado cargos importantes en la Provincia de Argentina. Ha sido profesor de Teología, superior y provincial. No es difícil hablar de sus tareas externas. Pero de lo más interno solo se puede hablar con delicadeza y, ahora, con respeto y responsabilidad. Muchos compañeros lo han recordado como persona de hondos convencimientos y temperamento, decidido luchador y sin tregua. Si le hacen Papa, limpiará la Curia, se ha dicho con humor.

¿Le han resaltado su austeridad?

También le recuerdan por su interés desmedido de comunicar a otros sus convicciones sobre la Compañía de Jesús, interés que se podía convertir en posesividad, hasta exigir lealtad hacia su persona. Muchos recuerdan su austeridad de vida, como jesuita, arzobispo y cardenal. Muestra de ello es su vivienda y su proverbial viajar en autobús. Ya obispo, muchos de sus sacerdotes recuerdan su cercanía y cómo se les ofrecía a suplirles en su trabajo parroquial, cuando necesitaban dejar la parroquia para salir a descansar. La austeridad de vida iba acompañada de un real interés por los pobres, indigentes, sindicalistas atropellados, lo que le llevó a defenderlos con firmeza ante los sucesivos gobiernos. Los temas morales le han sido cercanos, y ciertamente el del aborto, lo que le llevó a enfrentarse directamente con el presidente del país.

¿Le han recordado por su opción por los pobres?

En todo ello se aprecia una forma suya específica de hacer la opción por los pobres. No así en salir activa y arriesgadamente en su defensa en las épocas de represión de las criminales dictaduras militares. La complicidad de la jerarquía eclesiástica con las dictaduras es conocida. Bergoglio fue superior de los jesuitas de Argentina desde 1973 hasta 1979, en los años de mayor represión del genocidio cívico militar.

¿Habla de complicidad?

No parece justo hablar de complicidad, pero sí parece correcto decir que en aquellas circunstancias Bergoglio tuvo un alejamiento de la Iglesia Popular, comprometida con los pobres. No fue un Romero -célebre por su defensa de los derechos humanos y asesinado en el ejercicio de su ministerio pastoral-. No tengo conocimientos suficientes, y lo digo con temor a equivocarme. Bergoglio no ofrecía la imagen de Monseñor Angelleli, obispo argentino asesinado por los militares en 1976. Muy posiblemente sí ocurría en su corazón, pero no solía aflorar en público el recuerdo vivo de Leónidas Proaño, Monseñor Juan Gerardi, Sergio Méndez…

Sin embargo, tiene también otra marcada faceta solidaria.

Sí, por otra parte, desde 1998, como arzobispo de Buenos Aires acompañó de diferentes maneras a sectores maltratados de la gran ciudad, y con hechos concretos. Un testigo ocular cuenta que en la misa del primer aniversario de la tragedia de Cromagnon -incendio ocurrido durante un concierto de rock que costó la vida a 200 jóvenes-, Bergoglio se hizo presente y con fuerza exigió justicia para las víctimas. A veces usó lenguaje profético. Denunció los males que trituran la carne del pueblo, y les puso nombre concreto: la trata de personas, el trabajo esclavo, la prostitución, el narcotráfico, y muchos otros. Para algunos, quizás la mayor virtud y la mayor fuerza para llevar adelante su actual ministerio papal es que Bergoglio es un hombre abierto al diálogo con los marginados y desde el dolor. Acompañó con decisión procesos eclesiales en los márgenes de la Iglesia católica, y los procesos que ocurren al borde de la legalidad. Dos ejemplos emblemáticos son la vicaría de curas villeros de los barrios marginales y su apoyo a los curas que deambulaban sin un ministerio digno.

¿Qué le espera al papa Francisco?

Solo Dios lo sabe. El nuevo Papa habrá pensado bien lo que le puede esperar y lo que él deberá, podrá y querrá hacer. Ahora enumeramos algunas tareas que a nosotros, desde El Salvador, nos parecen importantes, y que pueden ser importantes para todos en la Iglesia. También nosotros debemos llevarlas a cabo, pero el Papa tiene una mayor responsabilidad y, ojalá tenga más medios. Las tareas coinciden mucho con las que José Ignacio González Faus ha propuesto recientemente.

¿Cuál sería la más urgente?

La primera -yo creo que la mayor de las utopías- es hacer realidad la utopía de Juan XXIII: La iglesia es especialmente la Iglesia de los Pobres. No tuvo éxito en el aula del Vaticano II, de modo que unos 40 obispos se reunieron fuera del aula, y en las Catacumbas de Santa Domitila firmaron el manifiesto que se ha llamado El Pacto de las Catacumbas.

Usted siempre apunta a la falta de sensibilidad de la Iglesia.

Por lo que muchos dicen, Bergoglio tiene sensibilidad hacia los pobres. Ojalá tenga lucidez para hacer real la Iglesia de los pobres, y que esta deje de ser Iglesia de abundancia, de burgueses y ricos. No le faltarán enemigos, como no faltaron después de Medellín a muchos jerarcas que sí pusieron a los pobres en el centro de la Iglesia. Los enemigos estaban dentro de curias eclesiásticas, y muy poderosamente en el mundo del dinero y el poder. Estos asesinaron a miles de cristianos y cristianas.

Imposible olvidar a Monseñor Romero, mártir latinoamericano.

Ojalá el papa Francisco no se asuste de una Iglesia perseguida y mártir, como las de Monseñor Romero y Monseñor Gerardi. Y los canonice o no, ojalá proclame que los mártires, concretándolos también como los mártires por la justicia, es lo mejor que tenemos en la Iglesia. Es lo que la hacen parecida a Jesús de Nazaret. Para ello no es esencial que canonice a Monseñor Romero, aunque sería un buen signo. Y si el Papa cae en alguna debilidad humana, sea esta estar orgulloso de su patria latinoamericana, sufriente y esperanzada, mártir y siempre en trance de resurrección. Y estar orgulloso de toda una generación de obispos: Leónidas Proaño, Helder Camara, Aloysius Lorscheider, Samuel Ruiz… No llegaron a papas, la mayoría de ellos tampoco a cardenales. Pero de ellos vivimos.

¿Y qué me dice de los problemas que sacuden a la Iglesia y que aparecen en los medios de comunicación?

La segunda de las utopías es afrontar la conocida constelación de problemas al interior de la organización de la Iglesia que esperan solución. Por ejemplo, la muy urgente reforma de la Curia romana. También es necesario que los miembros de la Curia sean preferentemente laicos. Asimismo, es importante que Roma deje a las iglesias locales la elección de sus pastores. Que desaparezcan del entorno papal todos los símbolos de poder y de dignidad mundana, y ciertamente que el sucesor de Pedro deje de ser jefe de Estado, porque eso avergonzaría a Jesús. Hace falta que toda la Iglesia sienta como ofensa a Dios la actual separación de las iglesias cristianas. Hay que pedir al Papa que Roma solucione la situación de los católicos que fallaron en su primer matrimonio y han encontrado estabilidad en una segunda unión. Y, por supuesto, que repiense el celibato ministerial.

Usted tampoco abandona otras reivindicaciones ya clásicas.

Sí tengo otras tres cuestiones. Por un lado, que de una vez por todas arreglemos la situación insostenible de la mujer en la Iglesia. También que dejemos de minusvalorar, a veces menospreciar, al mundo indígena, a los mapuches de América del Sur y a todos los que el Papa irá conociendo en sus viajes por África, Asia y América Latina. Y por supuesto que aprendamos a amar a la madre tierra.

Todo ello con un compromiso en firme que tiene que ver mucho con lo sucedido estos días.

Sí, el compromiso debería ser que el nuevo Papa en el balcón de San Pedro y los millones de personas en la plaza no debieran convertirse en un gran actor, el Papa, y en meros espectadores taquilleros, los fieles.

viernes, 15 de marzo de 2013

CARTA A LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN SOBRE EL NUEVO PAPA

José Ignacio González Faus, en 'Periodista Digital'

Tengo mis quejas contra los medios de comunicación: me han traicionado algunas veces, creo que también ellos son servidores del Capital y que, por tanto, el buen titular o la defensa de la propia ideología pasarán por delante de la verdad; lo que engresca les gustará más que lo que construye; y muchas veces compiten indignamente porque parece que más importante que comunicar una verdad es ser el primero en hacerlo, o darla en exclusiva.

Pero: creo que los medios tienen sus derechos que debo respetar, conozco mucha gente honrada y encantadora que trabaja en ellos y que son también conscientes de lo que digo. Y además, aunque no pretendo compararme con Casillas, suelo decirme que al que no le marcan goles o no se lesiona, es señal de que no juega. Y el juego de construir la historia (el “poema de Dios” que dice la carta a los efesios) es uno de los más dignos, más apasionantes y más cristianos.

Dicho esto pido perdón porque estos días he procurado rehuir el aluvión mediático. Simplemente necesitaba tiempo para interiorizar, situarme y aclararme yo mismo. Ahora, si alguien quiere saber algo de mi opinión, lo encontrará en estas páginas que van dirigidas a todos sin exclusivas ni derechos de propiedad privada. Y aquel a quien no le interese (que sería lo más lógico) ya puede pasar a otra cosa.

Cuenta uno de los primeros biógrafos de Ignacio de Loyola que cuando, en una sobremesa, se enteró del nombramiento como papa de Pablo IV, se le demudó la cara y se puso pálido (Ignacio y Caraffa habían tenido antes más de dos pequeños encontronazos; y Pablo IV hizo muy difícil la vida a la naciente Compañía de Jesús). Discretamente Ignacio salió de la sala; y al cabo de un cuarto de hora regresó sonriente y con el rostro pacificado. Se supone que había ido a rezar.

Cuento la anécdota tanto para los que ayer se quedaron pálidos como para los que irradiaban alegría: que los hay de las dos clases por lo que ahora diré. Y aprovecho para decir a ambos grupos que ni hay que desengañarse del Espíritu Santo ni hay que buscar en él unas seguridades que son mucho más supersticiosas que creyentes. Dios sólo interviene en la historia respetando nuestra libertad y contando con nuestra respuesta libre. Y esa respuesta sabemos de sobra por dónde ha de ir: por el respeto mutuo dialogante, por el amor fraterno y por negar la primacía al propio interés. Sin el empeño en ir por ahí, no habrá Espíritu que sople (o soplará un espíritu no precisamente santo).

Casi no conozco personalmente a Bergoglio. He oído infinidad de cosas sobre él, positivas y negativas. He esperado a ver qué saben los medios de él, y he visto que prácticamente todo lo que yo pudiera decir ya es conocido. Lo cual me confirma que es muy sabia la frase de Jesús que tanto molesta a muchos eclesiásticos: lo que oís en los oídos predicadlo sobre los tejados” porque, a la larga, “no hay nada tan encubierto que no acabe conociéndose” (Mt, 10,27.26).

Por eso resumiré, un poco simplificadamente, diciendo que los temores vienen de su época de jesuita y las esperanzas de su época de arzobispo. Sus relaciones con el antiguo general Kolvenbach fueron muy tirantes, dividió la provincia argentina en dos bandos aún no del todo reconciliados: dicen que es un hombre con una increíble capacidad de seducción, pero con una pasión de poder que le vuelve terriblemente duro con los que no van por su línea. El jesuita húngaro-argentino Franz Jalic ha escrito cosas que, precisamente por el enorme respeto con que están escritas sin citar nunca su nombre (habla sólo de ”una persona”) y por el inmenso sufrimiento que comportaron, no pueden ser pasadas por alto. También porque, según me contaron, la única vez que volvieron a verse los dos después de todo aquello, muchos años después y en Alemania, se fundieron en un largo abrazo donde no faltaron lágrimas.

Yo no puedo garantizar como testigo ocular la verdad de todas esas críticas y otras parecidas; pero creo que si el papa Francisco toma en serio lo que tan bien dijo ayer: “antes de bendeciros os pido que me bendigáis vosotros a mí”, aceptará también que “antes de hablaros yo quiero escucharos a vosotros”: porque saber lo que se piensa de uno, puede ser un dato muy útil a la hora de actuar, en vez de pensar que la verdad sobre mí es sólo aquello que yo pienso de mí.

Y así pasamos a lo positivo: han corrido por ahí todos esos datos del arzobispo que viajaba siempre en metro o en autobús, que cuando tenía un cura enfermo iba él a visitarle, le preparaba a veces la comida o le suplía en trabajos parroquiales, que tronó contra la injusticia y la miseria del mundo. Y es cierta la anécdota de que, la misma noche en que fue nombrado arzobispo de Buenos Aires, sonó el teléfono (supongo que de alguien que querría felicitarle) y al descolgar dijo más o menos: “perdone que ahora me estoy haciendo la cena, si fuera tan amable de llamar media hora más tarde”.

Y las positividades continúan en su presentación de ayer: ya he evocado lo de “antes de bendeciros 
habéis de bendecirme vosotros a mí” que, lógicamente, debe ser extendido más allá de la plegaria. Pequeño detalle, pero indicio de sensibilidad, fue el dirigirse al pueblo como hermanos “y hermanas”, cuando la congregación de liturgia todavía pretende que digamos que Jesús entregó su vida sólo por todos “los hombres”, sin enterarse de cómo ha cambiado el significado de esta palabra. Significativo teológicamente el designarse por dos veces sólo como “obispo de Roma”… Y añadamos el potencial simbólico del nombre: porque Francesco no fue sólo el que, en los albores del capitalismo naciente, se quitó la ropa ante su padre negociante y el arzobispo, para “seguir desnudo al Jesús desnudo”. Fue también el que, en la era en que la Iglesia hacía cruzadas “contra los moros”, se embarcó alocadamente como pudo para ir a dialogar con el sultán.

Y fue finalmente el que, ante la visión de una ermita casi en ruinas, siente la llamada de Dios que le dice “repara mi Iglesia que se cae”. Si el nombre de Francisco incluye las tres cosas, no puede estar mejor elegido.

Vamos pues a tener una paciencia esperanzada: dejando para otros momentos nuestra necesidad de aplaudir y aclamar (porque las multitudes, ya se sabe, son idólatras por naturaleza y así se falsifica la comunidad), y dejando para otros momentos nuestras desesperanzas. Vamos también a ver si, aprovechando estos episodios, los católicos abandonamos la papolatría (o el papa-natismo): Jesús escogió a un Pedro, intuitivo y con innegable madera de líder según parece, pero cargado de defectos que los evangelios nunca ocultaron. Y le mantuvo aunque Jesús tenía más derecho que nosotros a decepcionarse. Porque si la Iglesia necesita (como yo creo) un ministerio de unidad, es precisamente porque todos somos solidariamente responsables de ella y en ella. De lo contrario, si no hubiera más que un responsable, no haría falta ningún ministerio de unidad.

No sé decir más, y perdonen aquellos a quienes he dado carpetazo. Uno también necesita su tiempo.-

EL NUEVO PONTIFICADO: ¿TRANSICIÓN A LA ESPAÑOLA?

Juan A. Estrada, en 'El País'

No cabe duda del significado simbólico que ha tenido la transición española a la democracia, que ha hecho de ella objeto de análisis y reflexión en muchos países. Una de las claves estuvo en su protagonista: un político franquista que supo mirar al futuro y no dejarse aprisionar por el pasado. De la dictadura se pasó a la democracia, mediante el apoyo de un sector del régimen que aprobó sus medidas. El nuevo papa, salvando las diferencias entre el orden político y eclesial, se enfrenta a la misma problemática. Hay que reformar la Iglesia (“la Iglesia siempre necesita de reformas”) y en especial la curia romana, un organismo papal que se ha ido convirtiendo en un poder fáctico que, a veces, se impone al mismo papa. Ya no se trata de un problema coyuntural, sino estructural, “los papas pasan y la curia permanece”.

El nuevo papa fue jesuita y ocupó cargos importantes en la Compañía de Jesús, antes que en la Iglesia argentina. Es una paradoja que una orden religiosa en la que sus miembros hacen voto de no aspirar a ninguna dignidad eclesiástica y a resistirse a nombramientos, salvando siempre la obediencia a la Iglesia, acabe 500 años después teniendo un papa jesuita.

Bergoglio perteneció al sector tradicionalista, tuvo una teología conservadora y se opuso a la nueva orientación que asumió la Compañía con el generalato de Pedro Arrupe y el Concilio Vaticano II. Siempre fue una personalidad fuerte, con liderazgo y convicciones propias, que le generaron adhesiones y también fuertes críticas, sobre todo por el papel ambivalente que jugó en la época del régimen militar. No cabe duda de su capacidad de mandar, con la contrapartida de su personalismo que puede desembocar en autoritarismo. La pregunta es si el nuevo papa querrá y podrá reformar las estructuras del gobierno central de la Iglesia. No hay que esperar de él un cambio radical respecto del pasado reciente. Pero dentro del tradicionalismo imperante hay espacio para reformas descentralizadoras y que den más espacio al sínodo permanente de obispos, constituido tras el Vaticano II y que ha perdido el protagonismo.

Pero sería un error centrarlo todo en la reforma de la curia, condición necesaria pero insuficiente para una revitalización de la Iglesia católica. Desde el 16 de octubre de 1978 han gobernado la Iglesia dos papas tradicionales, más cercanos a los críticos del Vaticano II que a sus defensores. La involución se ha hecho notar en todos los ámbitos, entre otros en el nombramiento de los obispos.

Después de 30 años, la situación de la Iglesia no ha mejorado y los problemas se han agravado. ¿Se impondrá un cambio de rumbo global para avanzar en otra dirección o se mantendrá la misma, modernizándola exteriormente? Es una pregunta abierta, ya que no es lo mismo ser provincial de los jesuitas que cardenal de una megadiócesis, y mucho más papa de una Iglesia mundial. No hay que dudar de su inteligencia, ni se puede olvidar su pasado conservador, la pregunta es si desde ahí puede ser el papa reformador.

Hay que dar un margen al nuevo papa, pero su pasado no es muy esperanzador, aunque la valoración del papa Francisco sea muy diferente según los fines que se persigan. Su austeridad y sobriedad personal podrían también favorecer un papado con menos boato, que elimine los restos cortesanos e imperiales que todavía hay en el ceremonial pontificio.

Los enfrentamientos curiales dejaron paso a los cardenalicios y no sabemos todavía las condiciones y planteamientos que han desembocado en la actual elección. Y no pensemos que es el Espíritu Santo el que lo ha elegido. Dios inspira a toda la Iglesia, pero no anula la libertad, intereses y acciones de los agentes humanos. Por eso, un gran historiador de la Iglesia confesaba su fe en la Iglesia, a la que no se la han podido cargar un buen lote de papas indignos a lo largo de la historia.

Un papa reformador es la esperanza del catolicismo, pero es la Iglesia toda, desde los cardenales y obispos hasta el pueblo de Dios, la que tiene que abrirse a una reforma interna y externa. Hay que actualizar el Vaticano II en un nuevo milenio y en el contexto de un mundo globalizado y mucho más complejo que el de los sesenta. De ahí dependerá el futuro de la Iglesia en esta primera mitad del siglo XXI. Ojalá que el papa Francisco sea de verdad el de la transición a un nuevo modelo de Iglesia, más evangélico y acorde con la mentalidad y sensibilidad actual.