martes, 26 de febrero de 2013

LOS PROBLEMAS DEL GOBIERNO DE LA IGLESIA

José Comblin, en 'Servicio Koinonía' 

“Escucho la solicitud que se me dirige para encontrar una forma de ejercicio del primado que, sin renunciar de modo alguno a lo que es esencial de su misión, se abra a una situación nueva”...

En la Encíclica Ut unum sint, el Papa Juan Pablo II aludió a un problema fundamental mostrando que estaba bien consciente de él. Ya Pablo VI había manifestado que estaba preocupado. Pero nada salió de esas preocupaciones que hoy en día son preocupaciones de la Iglesia entera. El gobierno central de la Iglesia no funciona bien. En lugar de adaptar la Iglesia al mundo actual, paraliza a la Iglesia en su pasado. Muchas cosas debían ser reformadas en la Iglesia para responder a las necesidades de los tiempos. Pero la máquina de gobierno impide todo cambio. El sistema impide el cambio. Nadie tiene poder para tomar decisiones. El Papa no tiene las condiciones para tomar las decisiones necesarias. He aquí algunas expresiones de esta situación del gobierno.

1. La elección del Papa.

Primero los electores. El sistema actual fue hecho cuando el Papa tenía pocas intervenciones fuera de la diócesis de Roma y de las diócesis vecinas. Los cardenales eran el clero de Roma y de las ciudades vecinas. Hoy en día, el Papa decide todo lo que acontece en el mundo entero y tiene una gran administración con miles de funcionarios. El Papa debería ser elegido por una representación de todos los continentes. Los cardenales ni siquiera representan a las iglesias de sus países porque fueron escogidos por el propio Papa y no representan ninguna iglesia particular. Si el Papa fuese elegido por una verdadera representación de la Iglesia universal, tendría más fuerza donde apoyarse contra el poder de la Curia. Ahora él depende de la Curia. Elegido por la Iglesia podría invocar el peso de la Ig lesia contra el peso de la administración central. Los presidentes de las conferencias episcopales, por ejemplo, tendrían más carácter de representatividad. Además de eso muchos cardenales son funcionarios de la Curia y no representan ninguna Iglesia porque son funcionarios de la administración.

En segundo lugar, el modo de la elección. Hay dos tipos de electores. Están los cardenales de la Curia. Estos se conocen y forman círculos secretos. Esos son los que intrigan para preparar la elección. Forman partidos y trabajan en la sombra para que su partido pueda ganar. Lo que aconteció en las últimas elecciones es edificante. Después, existen los cardenales de fuera. Esos no se conocen. Llegan para el cónclave y no se conocen. No saben cuáles son las intrigas que están haciendo los cardenales de la Curia (¡son sus consejeros! ). En cada país la Conferencia Episcopal exhorta a los católicos para conocer bien a los candidatos y sus programas de tal manera que puedan hacer un voto consciente. Pero los cardenales no tienen condiciones para hacer un voto consciente porque no conocen a los candidatos, ni a sus programas. Después de la elección de Juan Pablo II preguntamos al cardenal Silva de Santiago de Chile por qué había votado por el cardenal polaco. Dijo: “nosotros no lo conocíamos, pero nos dijeron que era un buen candidato y entonces votamos por él”. Si un parroquiano explicase así su voto a su vicario, éste le diría que es un inconsciente. Sabemos quien fue el que dijo que era un buen candidato. Fue el cardenal Koenig, arzobispo de Viena, Austria. Koenig tenía gran fama de hombre de gran proyección intelectual y de gran prestigio internacional. Pero estaba muy ligado al Opus Dei, que había hecho una campaña electoral muy activa. Sabemos que fue él, porque él mismo lo dijo antes de morir, y dijo que estaba muy arrepentido de haber hecho eso. El cardenal Silva no sabía que el cardenal polaco era adversario del Concilio Vaticano II.

Los electores deben tener tiempo para conocerse y saber cuáles son los candidatos presentados por los colegas y cuáles son los programas de los candidatos. Si eso se exige para elecciones comunes, se podría pensar que en la Iglesia esta exigencia de derecho natural vale con más fuerza. En la práctica lo que acontece es que los cardenales hacen un voto de confianza, exactamente lo que se denuncia en todas las elecciones políticas. El votante no sabe lo que quiere su candidato. Felizmente el pueblo católico no sabe cómo se hace esa elección, porque quedaría avergonzado. Comprendo que los obispos guarden silencio sobre eso. Pero esa situación no puede continuar. Lo peor es cuando se dice que quien decide la elección es el Espíritu Santo, cuando se sabe muy bien lo que aconteció y no hubo ning ún momento de revelación del Espíritu Santo. Por qué se engaña a los católicos como si fuesen todos infantiles?

2. La descentralización.

Una administración centralizada inevitablemente quiere defender sus poderes y aumentarlos. Lo que busca la administración central es en primer lugar su propio bien, o sea, el aumento de su poder: hacer más leyes, más obligaciones, más formularios, más papeles impresos, más exigencias. En la Iglesia no es diferente. Lo que busca la administración es asegurar más poder. El bien de la Iglesia es un pretexto. Eso es parte de la naturaleza humana, y, si todos los funcionarios de la Curia fuesen santos el problema continuaría. Sería peor porque si fuesen más santos, querrían trabajar aún más, y hacer más imposiciones todavía. El principio de la subsidiariedad vale para todos los s eres humanos y cuando un sacerdote o un obispo es ordenado su naturaleza humana no cambia. Se necesita descentralizar: los nombramientos episcopales, el derecho canónico, la liturgia, la formación del clero, la organización de la enseñanza, de las obras de caridad y otras obras. Todo puede ser organizado, por ejemplo, en cada continente o en cada totalidad cultural. En los primeros siglos la Iglesia fue organizada en patriarcados, que eran unidades culturales. La existencia dentro de la ortodoxia católica de Iglesias de diversos ritos orientales muestra que eso puede funcionar muy bien. La centralización actual es el resultado de razones puramente históricas.

El sistema actual todavía es en la Iglesia la continuación del colonialismo. Llegando a Puebla Juan Pablo II condenó las comunidades de base, condenó el movimiento bíblico, condenó la teología latino-americana. Consecuencia: en 30 años solamente en Brasil 30 millones de católicos dejaron la Iglesia católica para adherir a iglesias o movimientos pentecostales o neo-pentecostales, consecuencia de la pastoral impuesta. El Papa escuchó a algunos consejeros que tenían intenciones políticas muy claras. No procuró saber más, recurriendo a instancias más representativas. Pensó que el problema era el comunismo y no era el comunismo y él tenía posibilidad de recibir otras informaciones. Algunos podían darle la información de que América Latina no es Polonia y ni siquiera es Europa. Nosotros estábamos ahí sabiendo lo que iba a acontecer pero nada podíamos hacer. El cardenal don Aloísio Lorscheider sintió inmediatamente todo y procuró concertar, pero no tenía peso suficiente y no era de la confianza del Papa.

3. Un sistema de gobierno en que una persona sola decide todo sin que haya debate público e instancia deliberativa, se llama dictadura. Un sistema en que las verdaderas motivaciones de las decisiones del gobierno son escondidas, con certeza no responde a las exigencias del derecho natural. Los ciudadanos tienen el derecho de saber cuáles son los fundamentos de las decisiones tomadas. Por ejemplo, cuando Pablo VI condenó el uso de medios anticonceptivos artificiales, no se supo que los cardenales consultados en su mayoría no concordaban, que las comisiones nombradas por el Papa para estudiar el asunto tampoco concordaban. Me recuerdo muy bien haber oído los comentarios del cardenal Suenens, que era mi obispo. Muy bien. Una generación después, el Consejo de la Familia envía a los obispos un comunicado en que dice que ya no se debe hacer preguntas a los penitentes sobre su práctica de limitación de nacimientos. Si no se puede hacer preguntas, es porque no se debe considerar como pecado. El propio Alfonso López Trujillo, tuvo que comunicar secretamente esa revocación implícita de la Encíclica Humanae Vitae. Pero ¿por qué no se dijo públicamente? La mayoría de los católicos todavía lo ignora, aunque no acepte la condenación. Los católicos no conocen los métodos de la Curia romana. No saben que nunca se publica la revocación de una orden dada anteriormente. Pero se dice que no se deben hacer preguntas a los penitentes. Hasta el papado de Benedicto XIV en el siglo XVIII nunca se había revocado la condenación de los intereses, lo que prohibía que los católicos trabajasen en Bancos. Pero el Papa dijo entonces a los confesores que ya no debían hacer preguntas a los penitentes ¿Por qué no se dijo que ahora la autoridad había cambiado? ¿Por qué las mujeres no pueden saber que la Iglesia ya no condena los medios artificiales de limitación de nacimientos? Muchas todavía creen que la Iglesia las sigue condenando y tratando como pecadoras. Esas son prácticas de dictaduras. En una dictadura el gobierno nunca yerra. Nunca reconoce fue un error. En la Iglesia sólo se reconoce después de cuatro siglos. Si hubiese instancias de deliberación, podrían ser evitados muchos errores que vienen de la precipitación, creando después la dificultad de reconocer el error.

Si no se hacen estas reformas, ninguna otra reforma pastoral será posible. Todo depende del centro, todo depende del papel del Papa. Paulo VI lo sabía y Juan Pablo II lo sabía también. Todavía no sabemos lo que piensa el Papa actual. Pero creo que no debe pensar diferente de su antecesor.

No es cuestión de santidad. El Papa Pío X fue un santo. Pero cometió errores colosales en materia bíblica que explican una buena parte de los problemas actuales de la Iglesia en medio del mundo! El problema es que el Papa es hombre también y tiene los mismos límites de la naturaleza humana. La sabiduría humana aprendió a construir sistemas de gobierno adaptados a la condición humana. Jesús no definió ningún sistema de gobierno. Y no estamos más en los tiempos de Gregorio VII. El problema es que todo depende de una persona sola! Las reformas pueden demorar siglos si no aparece un día el Papa que toma la decisión de cambiar el modo de ejercicio del ministerio de Pedro. En principio, tendría que ser un hombre más joven. Se necesita suprimir ese prejuicio que es mejor un hombre ya de edad par a que no permanezca al frente tanto tiempo. Pero hay otra manera: el Papa puede aplicarse a si mismo la norma dada a los obispos. Antiguamente los seres humanos vivían pocos años, una media de unos 30 años. Hoy en día la media ya alcanza a 80 años y va a subir más. No es normal que una institución tan compleja tenga que ser dirigida por un hombre de más de 80 años de edad.

Tanta gente en la Iglesia piensa así! Tal vez sean más sabios que yo pensando que de cualquier manera nada va a cambiar y es mejor conformarse, que gastar energía en una causa perdida de antemano. Lo que me consuela es que no estoy solo. Ya hay muchas personas que están escribiendo estas cosas.


lunes, 25 de febrero de 2013

¿ES POSIBLE UNA IGLESIA CATÓLICA SIN PAPA?

Eduardo Hoornaert

El anuncio de la renuncia de Benedicto XVI me sorprendió, como a muchas personas. Me impresiona la simplicidad con que expone sus sentimientos, y pienso que de ese modo desbloquea la visión estática que tenemos del papado, y abre un espacio para debates en torno al gobierno de la Iglesia católica. Eso es lo que pretendo hacer en este texto. Mi pregunta es la siguiente: ¿será que la Iglesia católica necesita realmente un papa? Voy por partes.

1. El papado

El papado no está ligado al origen del cristianismo. El término ‘papa’, para empezar, no aparece en el Segundo Testamento. Los versículos del evangelio de Mateo (‘tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia’: 16, 18), solían ser invocados para legitimar el papado, pero hemos de recordar que la exégesis actual es taxativa en afirmar que no se puede aislar un texto de su contexto literario, transformándolo en un oráculo. Pues bien, esos versículos de Mateo funcionan, por lo menos en la institución católica, como un oráculo. Para quien lee los evangelios en su contexto queda claro que no es posible imaginar que Jesús haya planeado una dinastía apostólica de carácter corporativo, basada en una sucesión de poderes. Las palabras ‘tú eres Pedro’ no avalan la institución del papado. Fue el obispo Eusebio de Cesarea, teórico de la política universalista del emperador Constantino, quien en el siglo IV comenzó a escribir listas de sucesivos obispos para las principales ciudades del imperio romano –en muchos casos sin verificar la veracidad de los nombres aportados– con la intención de adaptar el sistema cristiano al modelo romano de la sucesión de los poderes. Este obispo-historiador es el creador de la imagen de Pedro-papa.

Pero la investigación histórica apunta a otro horizonte y muestra que la palabra ‘papa’ (pope), que pertenece al griego popular del siglo III, es un término derivado de la palabra griega ‘pater’ (padre), que expresa el cariño que los cristianos tenían por determinados obispos o sacerdotes. El término penetró en el vocabulario cristiano, tanto de la Iglesia ortodoxa como de la católica. En el interior de Rusia, hasta hoy, el pastor de la comunidad es llamado ‘pope’. La historia cuenta que el primer obispo en ser llamado ‘papa’ fue Cipriano, obispo de Cartago entre 248 y 258, y que el término ‘papa’ sólo apareció tardíamente en Roma: el primer obispo de aquella ciudad que recibió oficialmente ese nombre (según la documentación disponible) fue Juan I, en el siglo VI.

2. El episcopado

En contraste con el papado, la institución episcopal echa raíces sólidas en el origen del cristianismo, pues se refiere a una función ya existente en el sistema sinagogal judío. La palabra ‘obispo’ (‘epi-scopo’, que significa ‘super-visor’) aparece varias veces en los textos del Segundo Testamento (1Tm 3,2; Tito 1,7; 1Pd 2,25 y Hch 20, 29), así como el sustantivo ‘episcopado’ (1Tm 3,1). En las sinagogas judaicas, el ‘episcopos’ era responsable del buen orden en las reuniones, y las primeras comunidades cristianas no hicieron otra cosa que adoptar y adaptar el nombre y la función.

3. La lucha por el poder

A partir del siglo III se desencadenó entre los obispos de las cuatro principales metrópolis del imperio romano (Constantinopla, Alejandría, Antioquía y Roma) una dura lucha por el poder. Fue particularmente dramática en la parte oriental del imperio, donde se hablaba griego. Los obispos en litigio fueron llamados ‘patriarcas’, un término que acopla el ‘pater’ griego con el poder político (‘archè’, en griego, significa ‘poder’). El ‘patriarca’ es al mismo tempo ‘padre’ y ‘líder político’. Al principio Roma participaba poco en esta disputa, por quedar lejos de los grandes centros de poder de la época, y por usar una lengua menos universal (sólo usada en la administración y en el ejército del sistema imperial romano), el latín. Por otra parte, Jerusalén, ciudad ‘matriz’ del movimiento cristiano, quedó fuera de la escena, por ser una ciudad de poca importancia política.

Aun así, Roma se hacía valer en la parte occidental del imperio. El ya citado obispo Cipriano, de Cartago, reaccionó con energía ante las pretensiones hegemónicas del obispo de Roma y insistió: entre obispos ha de reinar una ‘completa igualdad de funciones y poder’. Pero el curso de la historia fue implacable. Los sucesivos patriarcas de Roma consiguieron ampliar su autoridad y elevaron el tono de la voz, principalmente después de su exitosa alianza con el emergente poder germánico en Occidente (Carlomagno, año 800). Las relaciones con los patriarcas orientales (principalmente con el de Constantinopla) se volvieron más y más tensas, hasta que se dio la ruptura de 1052. Ahí comenzó la historia de la Iglesia católica apostólica romana propiamente dita.

4. El papa se pone del lado de los más fuertes

Una vez ‘dueña de la situación’, Roma fue elaborando en una forma sofisticada el ‘arte de la corte’ que había aprendido con Constantinopla. A lo largo de los siglos, prácticamente todos los gobiernos de la Europa occidental aprendieron de Roma el arte diplomático. Se trata de un arte nada edificante, que incluye hipocresía, apariencia, habilidad en manejar al pueblo, impunidad, sigilo, lenguaje codificado (inaccesible a los fieles), palabras piadosas (y engañosas), crueldad encubierta bajo formas de caridad, acumulación financiera (indulgencias, amenaza del infierno, pastoral del miedo, etc.). La imponente ‘Historia criminal del cristianismo’, en 10 volúmenes, que el historiador K. Deschner acaba de concluir, describe ese arte eminentemente papal, con todo detalle.

Fue principalmente por medio del arte de la dipomacia como, a lo largo de la Edad Media, el papado obtuvo éxitos fenomenales. Sin armas, Roma se confrontó con los mayores poderes de Occidente y salió victoriosa (Canossa 1077). Como resultado, la Iglesia se vio afectada, al decir del historiador Toynbee, por la ‘embriaguez de la victoria’. El papa perdió el contacto con la realidad del mundo y pasó a vivir en un universo irreal, repleto de palabras sobrenaturales (que nadie entiende). Como bien observa Ivone Gebara, algunas de esas palabras todavía hoy están en boga, como cuando se dice que el Espíritu Santo elegirá el próximo papa.

Con el advenimiento de la modernidad, el papado pierde paulatinamente espacio público. En el siglo XIX, principalmente durante el largo pontificado de Pío IX, la antigua estrategia de oponerse a los ‘poderes de este mundo’ ya no funciona. Ya no trae nuevas victorias, sino sólo derrotas. Entonces, el papa León XIII resuelve cambiar la estrategia e inicia una política de apoyo a los más fuertes, una estrategia que funciona durante todo el siglo XX. Benedicto XV sale de la primera guerra mundial al lado de los victoriosos; Pío XI apoya a Mussolini, Hitler y Franco, mientras Pío XII practica la política del silencio ante los crímenes contra la humanidad perpetrados durante la segunda guerra mundial, a costa de incontables vidas humanas. Tras una breve interrupción con Juan XXIII, la política de apoyo silencioso a los fuertes (y de palabras genéricas de consuelo a los perdedores) prosigue hasta nuestros días.

5. Hoy, el papado es un problema

Por todo eso, se puede decir hoy que el papado no es una solución: es un problema. No se dice lo mismo del episcopado, pues éste registra, en los últimos tiempos, páginas luminosas. Además de los obispos mártires (como Romero y Angelelli), hemos tenido aquí en América Latina una generación de obispos excepcionales, entre los anos 1960 y los años 1990. Además de eso, el concilio Vaticano II avanzó la idea de la colegialidad episcopal, con el objetivo de fortalecer el poder de los obispos y limitar el poder del papa. Pero todo se estrelló contra un muro intraspasable hecho de una mezcla entre pereza mental (la ley del menor esfuerzo), fascinación por el poder (Walter Benjamin), disponibilidad del flaco ante el poderoso (Machiavelli) y arte cortesano (Norbert Elias). Aún así, vale la pena recordar que el catolicismo es mayor que el papa y que la importancia de los valores vehiculados por el catolicismo es mayor que el actual sistema de su gobierno.

6. ¿Podría la Iglesia católica no tener papa?

¿Puede Francia subsistir sin rey, Inglaterra sin reina, Rusia sin zar, Irán sin ayatolá? La historia misma se encarga de dar la respuesta. Francia no se acabó con la destitución del rey Luis XIV, e Irán ciertamente no se acabará con el fin del reino de los ayatolás. Eso se aplica al cristianismo, como lo muestra el surgimiento del protestantismo en el siglo XVI. Habrá ciertamente resiliencias y nostalgias, intentos de volver al pasado, pero las instituciones no acostumbran a desaparecer por cambios de gobierno. En general, el movimiento de la historia en dirección a una mayor democracia y participación popular es irreversible (a lo que parece). Pronto o tarde, la Iglesia católica tendrá que enfrentar la cuestión de la superación del papado por un sistema de gobierno central más propio de los tiempos que vivimos.

Dentro de esa lógica se puede decir que la actual ansia por hacer pronósticos acerca del futuro papa puede desviar la atención de lo que es realmente importante. Pues no se trata del papa, sino del papado como forma de gobierno. Se comprende que los medios, en estos días, se complacen en enfocar a la figura del papa. Pues, para ellos, el papa es negocio. El éxito del entierro del Juan Pablo II, hace pocos años, mostró a los planificadores de los medios las posibilidades financieras de los grandes acontecimientos papales. Con gusto, los medios se encargan hoy de divulgar los puntos básicos del catecismo papal: el papa es el sucesor de Pedro, el primer papa; la elección de un papa, en última instancia, es obra del Espírito Santo; que nadie pierda la indulgencia plenaria concedida excepcionalmente por Dios con ocasión de la primera bendición del nuevo papa. He aquí lo que veremos en las próximas semanas. Tal vez sea mejor no hablar mucho de la elección del futuro papa en estos días, sino trabajar sobre temas que preparen la Iglesia del futuro.

Termino trayendo aquí dos ejemplos recientes en torno a esa problemática. Pocas personas saben que, en 1980, el cardenal Aloísio Lorscheider llegó a discutir con el papa Juan Pablo II sobre la descentralización del poder en la Iglesia. No existe registro escrito o fotografiado de esa discusión, pero parece que el papa se mostró abierto a las sugerencias del cardenal brasileño, como consta en la encíclica ‘Ut unum sint’. Ese punto fue comentado por José Comblin en uno de sus últimos trabajos: ‘Problemas de gobierno de la Iglesia’ (véase internet). Pienso que el papa solo no avanzó porque no percibía en la Iglesia una real voluntad política en avanzar en la dirección de la descentralización del gobierno. En ese caso, quedó claro que el problema no es el papa, sino el papado.

Un ejemplo bien diferente, pero que apunta en la misma dirección, lo aporta otro obispo brasileño, Helder Câmara. Llegando a Roma para participar en el concilio Vaticano II (no había viajado a Europa antes), el obispo brasileño quedó impresionado con los comportamientos en la corte romana, hasta el punto de tener alucinaciones, como cuenta en sus cartas circulares. Una vez, con ocasión de una sesión en la basílica de San Pedro, tuvo la impresión de ver al emperador Constantino invadir la Iglesia montado en un garboso caballo a pleno galope. Otra vez, soñó que el papa se había vuelto loco, tiró su tiara al Tíber y pegó fuego al Vaticano. En conversaciones informales: el papa Haría bien en vender el Vaticano a la Unesco y alquilar un apartamento en el centro de Roma. Pude verificar personalmente, en diversas ocasiones, que Dom Hélder detestaba el ‘sigilo papal’ (uno de los instrumentos del poder de Roma). Y al mismo tiempo, el obispo brasileiro mantenía amistad con el papa Paulo VI, lo que muestra, una vez más, que el problema no es el papa, sino el papado en cuanto institución.



sábado, 23 de febrero de 2013

SER SEGUIDOR DE JESÚS ES SER ATEO DE MUCHAS IMÁGENES DE JESÚS QUE EXISTEN EN LA SOCIEDAD Y EN LA MISMA IGLESIA

ENTREVISTA A JUAN ANTONIO ESTRADA QUE ACABA DE PUBLICAR EL LIBRO 'DE LA SALVACIÓN A UN PROYECTO DE SENTIDO. POR UNA CRISTOLOGÍA ACTUAL (Desclée)

 Jesús Bastante, en Religión Digital

Juan Antonio Estrada es jesuita, teólogo, cristólogo, profesor de Filosofía en la Universidad Pública de Granada, y autor del libro "De la salvación a un proyecto de sentido, Por una cristología actual", que acaba de publicar con Desclée.

En esta obra reflexiona sobre el tradicional debate en torno a la humanidad y a la divinidad de Jesucrito: "Creer o no creer en la filiación divina de Jesús es una materia de fe, mientras que creer en su condición humana es de sentido común", afirma, y critica que la Iglesia haya adoptado "una manera de entender lo humano que es extraña a lo que encontramos en los Evangelios y en el proceso de Jesús".

Entre la vida y la resurrección de Jesús (otra de las tradicionales oposiciones de la fe cristiana) Juan Antonio se inclina por la vida: "las Bienaventuranzas siguen valiendo la pena, aunque no hubiera resurrección después de la muerte", dice, y lamenta que "desgraciadamente el Evangelio tiene 2000 años, y se ha ido desarrollando paralelamente una línea que ha puesto en primer plano la meritocracia y el valle de lágrimas".

Concluye con la misma idea: "Ser seguidor de Jesús es ser ateo de muchas imágenes de Jesús que existen en la sociedad, también dentro del mismo cristianismo y de la misma Iglesia".


¿No hay oposición, a día de hoy, entre Cristo y la actualidad?

Bueno, ése es el meollo del libro. El libro tiene un antecedente que puede explicar el título, y es un libro que escribí hace años y que se titulaba "El sentido y el sinsentido de la vida". En él me planteaba por qué en la sociedad en la que estamos viviendo, que ha alcanzado un nivel material muy alto, hay tanto descontento, tanta conciencia de sinsentido, de falta de alicientes y de entusiasmo por vivir, que luego se manifiesta en una serie de cosas, como por ejemplo, algo que la gente no sabe: que en España hay por lo menos 10 suicidios al día, y no son suicidios que estén precisamente encardinados en las clases sociales que tienen más problemas económicos, sino que es algo transversal.

¿Gente cansada de vivir?

Sí, y gente desesperada, que no encuentra sentido a su vida. Aquel libro fue más bien de reflexión sobre la sociedad actual, con un enfoque de filosofía. Pero después de escribirlo me planteé qué podía decirle Jesús de Nazaret al hombre de hoy. Y para saber qué puede decirnos a nosotros había que plantearse el proyecto de sentido de Jesús. De ahí viene el título de mi libro.
Cuando pensamos en salvación, pensamos siempre en Jesús y en el más allá, en algo después de la muerte. Pero la tesis del libro es que no, que la salvación empieza en el aquí y ahora de la historia. Y la salvación en el aquí y ahora se traduce en vivir la vida de una forma que merezca la pena.

En el Evangelio parece bastante claro que Jesús defiende esta idea del Reino que se hace en la tierra, día a día. ¿Cuándo se olvidó esto, en qué momento se cambió el discurso por el del juicio final y el "pórtate bien es esta vida para que en la próxima obtengas tu recompensa"? 

Eso es lo que intento transmitir, recordando que Evangelio significa "buena noticia", y que Jesús vino a darnos esa buena noticia para la historia. Desgraciadamente, este libro tiene 2000 años, y se ha ido desarrollando poco a poco una línea que ha puesto en primer plano la meritocracia, es decir, vivir mal en este valle de lágrimas donde lo que tenemos que hacer es mérito para luego alcanzar nuestra salvación.

¿Algo parecido al karma? 

De alguna manera. Ésa ha sido la teología que ha imperado en buena parte del catolicismo.

¿Y el resto es heterodoxia? 

Bueno, como es lógico, hay diversidad de corrientes. Tampoco es sólo una cuestión de los católicos, creo que es algo que se ha dado bastante en el cristianismo en general. Si nos fijamos en la liturgia, los cánones repiten muchas veces "que por tu muerte y resurrección nos has dado la vida". Yo pienso que debería ser "por tu vida, por tu muerte y por tu resurrección". No debemos dejar en un segundo plano la vida.

¿Está la Iglesia más volcada en el Jueves y en el Viernes Santo, que en las Bienaventuranzas y el resto del mensaje de vida de Jesús?

Sí. Tenemos que comprender que las claves de la muerte y la resurrección de Jesús están en su vida. Esto es un problema muy viejo. Rahner, uno de los teólogos más determinantes del siglo XX, y quizá el más importante, decía que "la herejía oculta de los católicos es el monofisismo". Es decir, que acentuamos de tal manera la divinidad de Jesús y la filiación divina de Jesús que nos olvidamos de que es un hombre y que, por tanto, está sometido a todos los condicionamientos humanos.

¿Y al contrario, apostar por la rotunda y profunda humanidad de Jesús, no puede llevar a que se pierda su divinidad? 

Por un lado, tenemos que tener en cuenta el contexto histórico en el que vivimos. La sociedad de cristiandad se ha acabado, aunque quedemos las generaciones mayores que nos hemos educado en esa sociedad. Pero ya no existe. Hoy vivimos en una sociedad secularizada, laica, en la que crecientemente el cristianismo va perdiendo su posibilidad y capacidad de influencia.

¿Se va convirtiendo en algo indiferente? 

Sí, y también minoritario. En ese contexto que estamos viviendo, tenemos que plantearnos que creer o no creer en la filiación divina de Jesús es una materia de fe, mientras que creer en la condición humana de Jesús es de sentido común. No hay duda de que fue un hombre. Un judío del siglo I, influido por su código cultural y religioso, viviendo en una familia muy marcada por las tradiciones, etc. Lo que tenemos que ir viendo es cómo desde la humanidad de Jesús se va progresivamente generando una dinámica de toma de conciencia de filiación. La evolución de Jesús es muy importante.

¿Cuándo se da cuenta Jesús de que es el Hijo de Dios? 

Es difícil de determinar, porque es un proceso. A mí me parece que tiene mucha importancia un versículo que está al final del Evangelio de la infancia de Lucas, donde Lucas dice "Jesús crecía en sabiduría, en conocimiento y en gracia ante Dios y ante los hombres". Es decir, que él iba viendo cosas que en otro momento no veía, que es lo que nos ocurre a todos los seres humanos. La relación de Jesús con Dios va desarrollándose. Nosotros no entendemos de la misma manera lo que es ser madre, ser padre o ser hijo cuando tenemos 8 años que cuando tenemos 20 o cuando tenemos 50. Evidentemente, en las distintas etapas de la vida va habiendo una toma de conciencia. Y en los Evangelios hay una serie de datos que dejan ver esa toma de conciencia de Jesús, a través de la cual a Jesús se le va abriendo un nuevo horizonte, que le obliga a lo que es típico en la evolución humana: aprender del libro de la vida e ir creciendo en santidad. Porque Jesús no lo sabía todo, no era un superhombre. Así se va perfilando su conciencia de Dios, cada vez más madura, más adulta y más honda, que va a tener momentos clave. Yo le doy mucha importancia al bautismo. Por poner un paralelismo, salvando las distancias, diría que el bautismo para Jesús es lo que fue la caída del caballo de Damasco para Pablo: un antes y un después. Hay una manifestación de Dios padre al pueblo, una epifanía de Dios que se comunica con Jesús, que experimenta una conciencia nueva en su vida, que le obliga a cambiar de práctica.

¿Por eso comienza su vida pública? 

Claro, comienza cuando él tiene conciencia de ser el enviado de Dios para construir el Reino, que es el proyecto de sentido de Jesús. El Reino de Dios en medio de los hombres.

¿Y qué sentido tiene ese proyecto en la sociedad actual? 

Jesús luchó por unos valores, valores humanos. Cuando se habla, por parte de Jesús, de lo que Dios quiere para el ser humano, nunca se habla de prácticas religiosas. El pasaje tan conocido de Mateo que dice "tuve hambre, tuve sed, estuve enfermo..." es un ejemplo. O cuando Juan el bautista le envía un mensajero a Jesús y él le dice que cuente lo que ha visto: cómo los ciegos recobran la vista y los pobres son evangelizados. Jesús lucha por los valores humanos. Por eso yo digo siempre que Jesús ha venido a enseñarnos a ser personas, y a cumplir el plan de Dios a cerca del ser humano. En tanto en cuanto nosotros somos personas, vamos profundizando y nos vamos humanizando. Yo creo que el proceso de la vida humana es un proceso de humanización, y lo novedoso y lo nuclear del cristianismo es que, a medida que nosotros nos vamos humanizando con el paso de los años, nos vamos también asemejando más a Dios, y santificando. Es decir, no es que la salvación sea una supraestructura y que la humanización es la estructura, como la naturaleza o la sobrenaturalaza, sino que, a medida en que nosotros nos vamos haciendo cada vez más personas, reaccionando ante los acontecimientos con cada vez mayor hondura, en la medida en que se van traduciendo en nuestra vida una serie de valores (justicia, misericordia, verdad, capacidad de perdón, etc.), y en la medida en que vamos perfilando una forma de vivir, nos vamos haciendo Hijos de Dios. Por tanto, el proceso de humanización y el proceso de santificación es el mismo. No es que tengamos que ser humanos primero, y después santos; sino que siendo humanos, somos santos.

¿No choca eso con la propia configuración de la Iglesia como humana y divina, pareciendo que lo humano es lo mundano? 

Ése es el problema, que la Iglesia, en ese sentido, ha adoptado una manera de entender lo humano que es extraña a lo que nosotros nos encontramos en los Evangelios y que es extraña al mismo proceso de Jesús. Jesús fue un ser profundamente humano, que se fue abriendo cada vez más a la miseria humana, dando una respuesta cada vez mayor, a través de la cual Dios se va haciendo cada vez más presente en la sociedad.

¿La institución eclesiástica, entonces, se ha olvidado en parte de los Evangelios? 
Sí, la institución y también los cristianos. Los cristianos hemos tenido la desgracia (y la institución católica ha pecado de eso) de que hemos dejado durante varios siglos la Biblia en un segundo plano, lo cual nos ha alejado de las fuentes del cristianismo. Eso nos ha obligado a replantearnos ciertas cosas que hemos construido a los largo de varios siglos, fuera de las fuentes evangélicas. Ésa es una referencia crítica para nosotros, como lo intenta ser también el libro.
Es muy interesante ver cómo la filiación divina de Jesús va recorriendo diferentes estadios, en la puesta a prueba, la oración del huerto... y ver cómo Jesús iba creciendo también en fe, en conocimiento y cercanía a Dios. Todo eso está implicado en el desarrollo humano de Jesús, que tiene que servirnos a nosotros de modelo, porque, en el fondo, a Dios no lo conocemos. Dios siempre es un misterio para nosotros, siempre podemos preguntarnos si Dios realmente existe. Ésa es una pregunta que atraviesa todas las religiones, todos los orígenes de la humanidad. Si no podemos responder con absoluta seguridad, ni demostrar que Dios existe, es mucho más difícil revelar la naturaleza de Dios dando la última palabra. Pero a través de Jesús sí podemos encontrarnos con todo esto. Mi manera de comprender la encarnación me lleva a pensar que nosotros no creemos en Dios en abstracto. Nosotros creemos en el Dios de Jesús. Por lo tanto, cualquier manera de entender la divinidad que sea contradictoria con la vida de Jesús no es aceptable para nosotros. Me da igual quién lo diga y las palabras que utilice. El criterio último para conocer a Dios es la vida de Jesús. Por otro lado, esto es lo que nos encontramos en los Evangelios. En el prólogo del Evangelio de San Juan lo dice de manera radical: "A Dios no lo conoce nadie más que aquél al que su Hijo se lo quiere revelar". O lo que dice Mateo: "Padre del cielo y de la tierra, te doy gracias porque enseñas estas cosas a los humildes y sencillos, mientras pasan de largo los que lo saben todo y los que son muy sabios".
En ese marco podemos entender lo que es la encarnación. Nosotros los cristianos, en el campo de la divinidad, hemos hecho algo que para otras religiones puede ser chocante: todo lo que no encaje con los parámetros de la vida de Jesús no puede ser divino para nosotros. En ese sentido, ser seguidor de Jesús es ser ateo de muchas imágenes de Jesús que existen en la sociedad, y que desgraciadamente existen también dentro del mismo cristianismo y de la misma Iglesia. Imágenes que no son posibles de compatibilizar con la vida de Jesús.

Por ejemplo, ¿seguir creyendo en el Dios del Antiguo Testamento? 

Ésa fue una de las revelaciones que nos hizo Jesús: que Dios es padre y que no tenemos que tener miedo de él. Por eso hay que revisar muchas de las imágenes salvajes de Dios que están presentes en la Biblia judía.
La Biblia no es un libro, es una biblioteca, porque es una serie de libros distintos, escritos por distintos autores en fechas muy diversas y en sitios geográficos muy distanciados. Pero en esa biblioteca lo que se nos va contando es la experiencia religiosa de un pueblo. Cómo desde unas imágenes primitivas y muchas veces genocidas y antimorales de la divinidad, se va poco a poco, por el trabajo de los profetas y de los enviados de Dios, refinando, cambiando y espiritualizando esa divinidad, preparando el camino para que llegue la plenitud de la revelación de la humanidad de Jesús.

¿Jesús resucitó? 

En el libro voy analizando los distintos pasajes de las Escrituras y las interpretaciones actuales, teniendo en cuenta además que nos encontramos siempre con un problema que no podemos resolver fácilmente: que los Evangelios, que son los relatos que nos hablan a cerca de la resurrección de Jesús, son escritos que se escribieron aproximadamente unos 30 o 40 años después de su muerte. El más próximo puede ser el de Marcos, pero no sabemos cuándo se escribió. Yo siempre he sido de la opinión de que había un "proto-Marcos" anterior al Evangelio de Marcos que tenemos ahora. En ese contexto, nos encontramos con una paradoja, y es que los relatos que nos narran algo sobre la vida de Jesús son los más tardíos; mientras que las afirmaciones más primarias sobre la resurrección, que son las que tenemos a través de Pablo, no nos cuentan el cómo de la resurrección, sino que intentan darnos su significado a partir de la teología. Entonces, ahí hay un conflicto.
Yo he intentado establecer cómo cada evangelista tiene su propio horizonte de la resurrección, al igual que Pablo.

¿El que triunfó fue el de Pablo? 


Sí, pero los otros siguen estando ahí. Yo creo que si nos hubiéramos quedado en el Nuevo Testamento sólo con los relatos de Pablo, y no hubiéramos tenido el Evangelio, el cristianismo no sería hoy lo que es. Porque yo creo que la teología más adecuada para hablar de Jesús, de su muerte y resurrección, es la teología narrativa, el relato. Y el relato no se encuentra en Pablo.
La resurrección es la que va a arrojar luz sobre la vida de Jesús, es decir, que la reflexión sobre la encarnación del Hijo de Dios viene después de la resurrección. No es anterior. Yo creo que los discípulos estaban convencidos de que era el Mesías, el profeta del tiempo mesiánico (por eso se le compara a veces con Elías); pero realmente la filiación divina es un elemento que va a surgir después de la resurrección. Lo que pasa es que los Evangelios están escritos desde el prisma de la resurrección.

¿Entonces, la vida de Jesús tiene sentido por la resurrección? 

Yo digo que no, porque, si la vida de Jesús por sí misma no valiera, a mí no me valdría con decir que ha resucitado. Yo creo que la vida de Jesús tiene un valor por sí misma, y evidentemente la resurrección es la confirmación por parte de Dios, a pesar del fracaso histórico de Jesús, que acaba en la cruz.
La vida de Jesús, o tiene sentido en sí misma, o no tiene sentido en absoluto.

¿Es decir, que si Jesús no hubiera sido el Jesús de los Evangelios, aunque hubiera resucitado no estaríamos hablando de lo mismo? 
Exactamente. Incluso más. Yo diría que, si ahora mismo nos encontráramos con que la muerte es realmente el fin del ser humano y que no hay resurrección posible, aún así seguiría valiendo la pena la vida de Jesús. Las Bienaventuranzas siguen valiendo la pena, aunque no hubiera resurrección después de la muerte. Lógicamente, el que haya resurrección después de la muerte agranda todavía más la vida de Jesús, pero la vida de Jesús tiene un significado en sí misma, que no depende solo de la resurrección.

¿Cuál es la "oferta" de sentido que puede hacer el cristianismo hoy? ¿Da respuesta la Iglesia a esa oferta? 
Creo que estamos en un cambio de época. Hay filósofos (no teólogos) que dicen que estamos en un nuevo "tiempo eje". El tiempo eje, del que se habla mucho en filosofía, fue aproximadamente hace 2.500 años, hacia el siglo VI a. C., que es cuando surgen los profetas en Israel y están apareciendo Buda en Asia y Confucio en China, el Tao, Zaratustra... grandes constelaciones de sentido y grandes ideología que van a dar lugar a los grandes sistemas de pensamiento y a las grandes religiones. Algunos dicen que hoy estamos viviendo un cambio que a lo mejor es el comienzo de una época nueva. Con la globalización el mundo se hace pequeño, la cultura empieza a ser mundial... y eso, de alguna manera, descoloca a todas las grandes instituciones y a todos los sistemas de pensamiento. También en filosofía hay hoy una gran crisis global. Y, lógicamente, esto afecta también a las grandes religiones, que se encuentran hoy con un nuevo desafío: responder a una nueva situación histórica, a una nueva sensibilidad y a las nuevas demandas que tienen hoy los ciudadanos, para las que no basta con tener respuestas antiguas.
A mí me gusta mucho un libro que en su época tuvo un gran éxito, que fue la "Introducción al cristianismo" de Ratzinger, de la década de los 60. Es un libro que sigue siendo muy válido, donde ya en la introducción Ratzinger dice algo muy pertinente: que cuando uno oye hablar de teólogos o de teología, antes de oír las respuestas sabe lo que van a decir. Porque se contentan con repetir viejas respuestas, a pesar del peligro de que las viejas respuestas ya no puedan responder a las nuevas demandas y a los nuevos interrogantes.

¿O sea que hace tiempo que no se hace teología? 

Bueno, hay de todo. Hay intentos de responder a la sensibilidad del mundo de hoy, pero evidentemente se sigue haciendo mucha teología obsoleta y anacrónica, que no responde a la sociedad secularizada y laica en la que vivimos.



jueves, 21 de febrero de 2013

LA NUEVA VIDA DE JESÚS

Carlos F. Barberá, en Fe Adulta 

Cualquier cristiano un poco alerta habrá percibido la importancia nueva de la figura de Jesús. Un libro del teólogo francés Christian Duquoc, uno de los pocos grandes teólogos vivos, me da pie para las reflexiones que siguen.

Las primeras comunidades cristianas profesaron su creencia en la frase que nos transmite Juan: "Quien me ha visto a mí ha visto al Padre". Una afirmación de graves consecuencias, que no dejó de provocar resistencias en el mundo judío y helenista. ¿Cómo el Dios único, el Dios sobre todas las cosas, podría hacerse presente en una historia humana individual? Jesús, un hombre de quien se conocía la historia y la vida, podía ser un maestro, un profeta pero no Dios. La Iglesia afirmó rotundamente lo contrario pero hubo de presentar sus argumentos echando mano de los conceptos de la filosofía griega: sustancia, naturaleza, persona... Jesús era consustancial al Padre.

Lo mismo ocurrió cuando se presentó la objeción contraria: Jesús no era un verdadero hombre; al habitar en El la plenitud de la divinidad, su humanidad había desaparecido. De nuevo la Iglesia, en el concilio de Constantinopla, afirmó las dos naturalezas, humana y divina de Jesús. Pero una vez más hubo de utilizar los conceptos griegos. Dios es uno pero en tres personas, en Jesús coexisten dos naturalezas, divina y humana pero es una sola persona.

Esta es la teología metafísica que ha llegado hasta nosotros, que se recita en el llamado credo niceno-constantinopolitano. Duquoc, con otros muchos teólogos, ha encarecido siempre el arrojo y la inteligencia de aquella Iglesia para formular su fe en términos que fueran aceptables en su mundo y permitieran un diálogo con él. Lo malo es que todos esos conceptos apenas tienen hoy nada que decirnos; ya no nos lo decían cuando los aprendimos en el catecismo. No solo eso: esa teología metafísica tenía muy poco interés en la vida histórica de Jesús, se movía en el terreno de las ideas.

Este desinterés por la vida del Nazareno se acrecentó con la cuestión de la redención. San Pablo nos dice que Jesús muriendo nos redimió. Gracias a esa muerte el género humano volvió a ser aceptado por Dios. Así pues, la muerte de Jesús era relevante para la teología. Su vida, sólo muy tangencialmente.

Grande en sus objetivos y valerosa en sus formulaciones, esa teología metafísica perdió definitivamente su validez con la llegada del tiempo moderno. Y sin embargo, siguió siendo la oficial de la Iglesia hasta el siglo XX. Tuvo que llegar este siglo para que las mentes más despiertas se dieran cuenta de que el ámbito en el que hablar de Dios no era ya un mundo teísta griego sino un mundo secularizado cuando no ateo.

¿Qué es lo que interesa en este mundo? No tanto Dios sino la persona humana, su destino, sus avatares. ¿Qué preocupa a las personas de este mundo? El sufrimiento, la opresión, la posibilidad de una esperanza. No se podía, pues, hacer teología mirando de entrada a Dios (teniendo en cuenta además que ese Dios había sido cómplice de muchas opresiones). La mirada de la teología se volvió a Jesús. ¿Qué puede decirnos Jesús de Nazaret sobre nuestra vida y también sobre Dios?

En un momento la figura de Jesús se contempló desde una perspectiva nueva. Su muerte sin duda seguía siendo determinante pero sobre todo la vida que le había llevado hasta ella. De repente hubo una invasión de estudios sobre la vida, el entorno, la cultura, las actitudes y los hechos de Jesús (esto explica, por ejemplo, el éxito del libro de Pagola) ¿Qué quien le ha visto ha visto al Padre? Pues vamos a verle, cómo fue, qué nos dice.

Así pues, la teología volvió sus ojos de un modo renovado al Nuevo Testamento y a la vez a los pobres, a las víctimas. Estos son ahora los dos polos de la nueva reflexión teológica. Claro está que este camino no está exento de peligros, que exceden sin duda el marco de este artículo. El primero -más casero- es proyectar en la lectura de la vida de Jesús nuestros propios prejuicios o ideas. Así en los años sesenta se presentó a Jesús como un marxista, como un revolucionario, como un hippy o simplemente como un maestro espiritual. Era un Jesús a la medida de las posturas del lector. El segundo peligro -más técnico- es desmenuzar esa vida reduciéndola a casi nada. La mayor parte de sus dichos y de sus hechos son obra de la comunidad después de la Pascua. Es casi imposible llegar al Jesús histórico.

En cualquier caso y para terminar: quienes no somos técnicos pero sí creyentes hemos de volver a los relatos de la vida de Jesús, que son a la vez punto de referencia y confesión de divinidad al terminar en la pascua. "El texto -dice Duquoc- es la rememoración de un recorrido a partir de su término. En el relato, Jesús es el fruto de esa rememoración cuyos beneficios experimentan ya los creyentes". Conservando y releyendo la Escritura, la Iglesia nos invita a que hagamos el mismo proceso. Leemos la vida de Jesús y encontramos en ella lo que ya confesamos: Quien le ve está viendo al Padre.


lunes, 18 de febrero de 2013

¿A DÓNDE VAS, PEDRO?

José Ignacio González Faus, en 'Periodista Digital'

Honesto, íntegro y encantador en el trato personal; tímido, huidizo y con dificultades para dirigir. Capaz también de una encantadora ironía sutil, que debió reprimir cuando comenzó a ponerse capisayos. La timidez le hizo actuar demasiado duramente cuando tuvo que hacer de “inquisidor”; su sensibilidad le volvió más afable cuando pasó a ser pastor. De su historia personal habría que indagar más sobre su evolución hacia posturas conservadoras. De su pontificado temo que el punto más ambiguo no sea el “Vatikileaks” ni la pederastia, sino la sombra de Marcial Maciel que ha resultado ser más alargada que la del ciprés.

He contado en otra ocasión lo que le escuché en una clase en Tübingen hacia fines de 1966: hablando de dos grandes escuelas teológicas antiguas (Alejandría más espiritualista y más conservadora, Antioquía más humanista y más abierta), continúa preguntando: ”¿y en Roma?”. Se detiene un momento, se abotona la chaqueta y se queda mirándonos: “en Roma, ya saben Uds, no se hace buena teología”. La sonora ovación del alumnado todavía retumba en mis oídos. Dicen que Wojtila lo nombró para la congregación de la fe, tras leer su “Introducción al cristianismo”, porque vio en él un teólogo “abierto y seguro”.

¿Por qué posteriormente fue sacrificando la apertura a la seguridad? Se habla de susto ante los excesos del 68 (que en Alemania fue peor que en Francia y evocó a muchos intelectuales los momentos previos a Hitler). También de la prepotencia de Hans Küng su compañero de cátedra en Tübingen; y del influjo de su hermano mayor. No sé. Es tarea para los historiadores.

En Roma quizá comenzó una evolución inversa, como si, tras la decepción del progresismo, tropezara ahora con la decepción del conservadurismo; pero ya era demasiado tarde para acabarla. Cuando el viernes santo del 2005, siendo aún cardenal, pronunció aquellas palabras: “cuánta suciedad en la iglesia… la traición de los discípulos hiere más a Jesús”, muchos creyeron que se refería a los casos de pederastia. Sin excluir esto, creen otros que aludía indirectamente a cosas que estaban pasando en la Curia.

Las intrigas, empujones y afanes de hacer carrera; los sobres con dinero que repartía Maciel y que él se negó siempre a aceptar; la obsesión del Vaticano por encubrir los escándalos de pederastia… le fueron abriendo los ojos. Por eso, al ser elegido papa, pudo parecer que, por su honestidad y porque conocía el paño, quizás conseguiría reformar la Curia (conviene recordar cómo había exigido esa reforma el Vaticano II, y cómo la Curia se negó siempre a ella).

Quizás ésta ha sido la desilusión de su pontificado y una de las razones que han debilitado sus fuerzas. Dio pasos significativos: ordenó a Maciel que desapareciera de la vida pública. Hizo sonoras y sentidas peticiones de perdón por los casos de pederastia: que aún parecen insuficientes a algunos, pero que resultaban de una valentía inaudita ante el modo de proceder encubridor, típico del Vaticano. Desaparecieron otros nombres que prefiero no citar y que parecen ser los que están detrás de los famosos papeles del mayordomo (pues en todos aquellos correos no hay nada sensacional ni de interés, fuera de críticas constantes a Bertone: como si fuesen una venganza o maniobra de aquellos a quienes Bertone había sustituido).

Cuando su viaje a Valencia decepcionó al episcopado español que anhelaba una condena sonora del gobierno socialista. En su primera encíclica quiso decirnos que Dios es Amor antes que cualquier otra cosa. Tuvo el episodio desafortunado de Regensburg pero luego lo arregló relativamente bien.

De todo este panorama saldría un balance de empate. Pero hay otra espina que puede no haberle dejado en paz: y se llama Marcial Maciel. La historia de este pequeño monstruo o enfermo es de las más increíbles y escandalosas de los veinte siglos de cristianismo. Y el problema es que Ratzinger sabía: cuando estaba en la congregación de la fe le hicieron llegar, por procedimientos complicados, pruebas irrebatibles. Y cuando luego los remitentes acudieron a él, cuentan que les dijo: “lo siento mucho pero no puedo hacer nada porque Juan Pablo II tiene gran aprecio a este hombre”.

Así lo narran los autores en un libro titulado “La voluntad de no saber”, editado por Mondadori con la condición de que sólo circulara en México. ¿Le faltó valor a Ratzinger para encararse con Wojtila, o tuvo miedo de escandalizar al mundo? Déjeseme decir que son cosas que tocan sólo al juicio de Dios. Pero esto explica la rápida decisión con que apartó de en medio a Maciel nada más llegar a la sede de Pedro. Aunque haga más difícil entender la tibia política que parece estar llevando el Vaticano con los legionarios.

Por mi parte, prefiero quedarme con la recomendación hecha por Benedicto XVI de que todos los papas deberían leer y meditar la célebre carta que escribió san Bernardo al papa Eugenio III, donde está aquella frase: “no pareces sucesor de Pedro, sino de Constantino”. Agradezco este consejo al dimitido papa y me permito recomendar efusivamente esa carta a su sucesor. Aunque debo reconocer que, por lo que hace a un futuro inmediato de la Iglesia, no soy precisamente optimista.



domingo, 17 de febrero de 2013

HASTA AQUÍ LLEGA MÓSTOLES

Tanto si dejó de creer como si empezó a hacerlo, su ministerio resultaba del todo impracticable

Juan José Millás en 'El País'

Benedicto XVI ha cumplido el deseo de acudir al propio entierro para escuchar lo que los deudos dicen de uno. He ahí las ventajas de la doble personalidad. Fallecido en calidad de Sumo Pontífice, puede tirar ahora de la identidad de Joseph Ratzinger como el que usa un utensilio de la navaja suiza cuando el que era no funciona. Dispone ya de una versión de sí en la tumba y de otra en el mundo. Cuando Ratzinger se mira en el espejo ve al Papa muerto, pero cuando el que se mira es el Papa muerto, ve a Ratzinger. Un juego especular que se parece mucho al del despertar en el interior del sueño. Continúas dormido, sí, pero al mismo tiempo, de un modo extraño, permaneces despierto. Ello te permite aprehender de forma simultánea la sustancia del sueño y la vigilia. Ratzinger ha vuelto a la vida, ha despertado si ustedes lo prefieren, en el interior de un muerto, de nombre Benedicto XVI. Cada uno es la continuación del otro.

Decía alguien cuyo nombre no me viene que toda cultura podría explicarse en función de las relaciones que quienes forman parte de ella mantienen entre el sueño y la vigilia. Por lo general, hablamos del sueño y la vigilia como si fueran compartimentos estancos, igual que el que dice hasta aquí llega Madrid y aquí comienza Móstoles, como si Móstoles y Madrid (metafísicamente hablando, se entiende) pudieran comenzar y terminar. O como el que afirma que la pantalla del ordenador es la línea que separa el mundo de los átomos del de los bits, negando de este modo el flujo constante entre el lado de acá y el lado de allá, siendo como es que la versión bit de Vicente, por poner un ejemplo, puede asesinar a su versión atómica y viceversa.

Aficionados como somos, en fin, a las fronteras, a los límites, patología que nos viene del gen territorial, extrapolamos al día y a la noche, pero también a la vida y la muerte, esa necesidad de que unas cosas acaben para que comiencen otras. De donde deducimos que asomarse a una ventana significa estar vivo y, reposar en la tumba, estar muerto.

Nada de eso.

Pese a las apariencias, hay entre la vida y la muerte una suerte decontinuum que es la que llevaba a los antiguos a colocar dos monedas de plata en los párpados de los difuntos, cuando no debajo de su lengua, para pagar los servicios de Caronte.

Benedicto XVI es el primer Papa que se suicida en el sentido estricto de la palabra. Los anteriores dimisionarios, más que volarse los sesos, fueron empujados de la silla por razones políticas. Solo una anomalía de tal calibre es capaz de explicar las toneladas de tinta empleadas en apenas cuatro días para dar respuesta a la extrañeza provocada por su decisión. Extrañeza que quizá, en parte, proceda de la envidia, ya que no todos los suicidios salen tan rentables. Quiere decirse que quien más quien menos se ha imaginado ya la vida del anciano Ratzinger en ese convento de limoneros y rosas, entregado a la meditación trascendental y quizá, qué suerte, a la escritura creativa a tiempo completo. Quien más quien menos lo ve paseando por el claustro, junto al fantasma de Benedicto XVI, manteniendo con él sesudas discusiones de carácter filosófico, mientras las monjas entregadas a su servicio se ocupan de las cuestiones cotidianas que a los ancianos comunes les amargan la existencia. Quien más quien menos se lo ha imaginado en su celda, por la noche, poniéndose el pijama para acostarse junto al cadáver del Papa fallecido, quizá abrazado a él con una sonrisa un poco diabólica, no como la de Anthony Perkins en Psicosis, cuando yace junto a la momia de su madre, pero por ahí, por ahí.

Por ahí, por ahí, sobre todo si al cerrar los ojos piensa Ratzinger en los lugares comunes que desde la teología, el derecho canónico o la política se han dicho estos días acerca de su renuncia. Él sabe que este suceso excepcional, capaz de alterar las fronteras entre el Papa vivo y el Papa muerto, solo puede explicarse desde la literatura, que descubrió la figura del doble antes que la psiquiatría.

Ahora bien, para quienes se empeñen en ver la intervención de Dios en este golpe maestro, que ha hecho saltar por los aires los protocolos de la curia, todavía un par de hipótesis que, como el sueño y la vigilia, carecen de fronteras definidas: pongamos que Benedicto XVI se pegó un tiro en la sien porque de súbito dejó de creer en Dios. O por lo contrario, porque de repente fue atacado por la fe, ese don gratuito. Tanto si dejó de creer como si comenzó a hacerlo, su ministerio resultaba del todo impracticable. Si lo primero, porque para arrogarse la representación de una instancia irreal, hay que poseer, en efecto, una fortaleza y una ambición poco probables en una persona de su edad, incluso en un joven. Si lo segundo, porque si Dios existe no puede estar de acuerdo en modo alguno con lo que representa la Iglesia. Aficionado como es a la escritura, Ratzinger dispone de un material excelente para escribir una novela. Después de todo, la línea que separa la teología de la ficción es tan borrosa como la que separa la muerte de la vida.



jueves, 14 de febrero de 2013

EL PROBLEMA NO ES EL 'PAPA', EL PROBLEMA ES EL 'PAPADO'

José M. Castillo, teólogo , en Teología sin censura

Entre los numerosos comentarios, que lógicamente está suscitando la noticia de la dimisión del papa Benedicto XVI, echo de menos una reflexión que, a mi manera de ver, me parece la más importante, la más urgente, la que más puede (y debería) influir en el futuro de la Iglesia y su posible influencia en bien de este mundo tan atormentado en que vivimos.

Me refiero a la reflexión que distingue entre los que es y representa la persona del “papa”, por una parte, y lo que es y representa la institución del “papado”, por otra.

Por supuesto, nadie duda que es importante analizar, enjuiciar y saber valorar los aciertos y desaciertos que ha tenido el papa Ratzinger en sus años de pontificado. Por supuesto, también, que es seguramente más importante aún proponer y saber elegir al hombre más competente que, en este momento, tendría que ocupar el cargo de Sumo Pontífice. Todo eso, nadie lo duda, es de enorme interés en estos días.

Pero, por muy importante que sea enjuiciar a las personas, tanto del pasado como del posible futuro inmediato, nadie va a poner en duda – me parece a mí – que es mucho más determinante detenerse a pensar lo que representa, y lo que tendría que representar, no ya este papa o el otro, sino lo que realmente es y hace la institución que, de hecho, es el papado, tal como está organizada, tal como funciona, y tal como es gestionada, sea quien sea el papa que la ha presidido o que la puede presidir.

Porque, vamos a ver: ¿es lo mejor para la Iglesia que todo el poder para gobernar una institución, a la que pertenecen más de mil doscientos millones de seres humanos, esté concentrado en un solo hombre, sin más limitación que la que le imponen sus propias creencias a ese hombre, el que ocupa el papado? Tal como está dispuesto en el vigente Código de Derecho Canónico, así es como está pensado, legislado, y así funciona el papado (can. 331; 333; 1404; 1372). Porque, entre otras cosas, el papa quita y pone a los más altos y más bajos cargos de la Curía. Quita y pone a cardenales, obispos y cargos eclesiásticos de toda índole. Y hace todo esto sin tener que dar explicaciones a nadie y sin que nadie le pueda pedir responsabilidades. Además, esto se mantiene así, sea quien sea el papa reinante, la edad que tenga ese papa, la salud que goce o padezca, su mentalidad, sus preferencias y hasta sus posibles manías.

Más aún, no echemos mano ingenuamente de la presencia del Espíritu Santo y su presunta inspiración constante en la toma de decisiones del papa reinante. No. Esa presunta intervención del Espíritu Santo no está demostrada en ninguna parte. Como tampoco está demostrado, ni hay argumentos para probarlo, que el obispo de Roma, por muy sucesor de Pedro que sea, tenga que acumular todo el poder que el papa y sus teólogos incondicionales aseguran que acumula por voluntad de Dios. ¿Dónde está eso dicho? ¿En qué argumentos se basa? El mejor conocedor de toda esta historia, que la Iglesia ha tenido en el último siglo, el cardenal Y Congar, dejó escrito en su diario personal que todo eso era una manipulación organizada por los intereses de Roma, cuyas raíces llegan hasta el siglo segundo de la historia del cristianismo.

En todo caso, lo que es seguro es que, en todo el Nuevo Testamento, en ninguna parte consta que la Iglesia tenga que estar organizada así y así tenga que ser gestionada. Y, ¡por favor!, que nadie me venga ahora con el famoso texto de Mt 16, 18-19. Entre los mejores estudiosos del evangelio de Mateo, cada día aumenta el número de los que aseguran que esas palabras no salieron de boca de Jesús. Es un texto “redaccional”, muy posterior al texto original, añadido al evangelio por el redactor último del evangelio que ha llegado a nosotros.

En fin, por hoy, basta con lo dicho. Seguiremos hablando de estas cosas en los próximos días. Pero me parece importante terminar diciendo que la Iglesia está, precisamente en estos días, en un momento privilegiado para afrontar sin miedo estas cuestiones, que apuntan a los problemas de fondo que la Iglesia tiene sin resolver. Y que, si no se afrontan y se toman en serio, esta Iglesia seguirá perdida (y callada), por muy lúcido y muy valioso que sea el papa futuro. Porque, insisto, el problema de la Iglesia no es el papa, es el papado, tal como está organizado y tal como funciona, sea quien sea el hombre que ocupa el trono papal.

martes, 12 de febrero de 2013

DEL PAPA QUE QUISO VOLVER A SER ERMITAÑO, AL PAPA QUE QUIERE VOLVER A SER TEÓLOGO

Jaume Flaquer, en Cristianisme i justicia

Jaume Flaquer sj. Estamos ante un momento histórico. El Papa ha presentado la dimisión, algo que no sucedía desde finales de 1294 cuando el Papa Celestino V dimitía después de tan solo cinco meses de pontificado. Era un Papa con fama de santo, anciano y ermitaño. Consciente de la dificultad del cargo (¡pocos años después tendrá lugar el cisma de Aviñón!), de la necesidad de conocimiento de los aspectos mundanos de la política vaticana y Europea de su tiempo, y del contraste de tal cargo con la vida retirada y contemplativa de un monje, decidió refugiarse de nuevo en la soledad de su ermita. Este hecho le valió el homenaje que de él hizo el propio Ramon Llull en su obra Blanquerna.

Durante unos meses hubo dos Papas, pero el nuevo envió a la cárcel al antiguo, que substituía así su celda de ermitaño por su celda de prisión. Ahora, por suerte, estamos en otros tiempos y no se espera ningún problema de coexistencia de dos Papas. Si el Papa es obispo de Roma, la situación no es diferente a la coexistencia de varios obispos en una misma diócesis después de que un obispo de 75 años presente su dimisión.

Benedicto XVI se siente también anciano, quiere retirarse a orar y a escribir, y reconoce su incapacidad para ejercer bien su ministerio, tal como ha afirmado. En primer lugar, ha de causarnos gran admiración: es un gesto que muestra su amor por la Iglesia y su desapropiación del cargo. Y así debería ser siempre. Es un motivo de esperanza puesto que es un gesto que condicionará enormemente a su sucesor porque cuando también vaya perdiendo las fuerzas, se le pedirá que siga el ejemplo de Benedicto. La Iglesia, si no quiere seguir perdiendo su capacidad para entender y conectar con el mundo de hoy, debe dejar de ser una gerontocracia, un gobierno de ancianos.

La incertidumbre mayor en estos momentos no es solo quien será el próximo Papa sino si en la dimisión de Benedicto ha influido el episodio doloroso de la filtración de documentos por parte de su mayordomo personal. El caso que se ha denominado Vaticanleaks, que intentaba forzar al Vaticano a virar hacia el tradicionalismo frente a la actual política aperturista y dialogante del Cardenal Bertone, debe haber hecho que el Papa tomase conciencia de la necesidad de un relevo.

Benedicto XVI pasará a la historia como un Papa teólogo, despreocupado por la dimensión política del Vaticano, y centrado en los problemas de increencia y relativismo moral e intelectual en Europa. No en vano, proclamó el año en curso, “Año de la Fe”. Es un Papa, que además de las Encíclicas, la primera de las cuales fue sobre la Caridad (que reconciliaba Eros y Agape), ha escrito diversos libros sobre la vida de Jesús, no siempre fáciles de leer para los no teólogos. Su preocupación ha sido pues, sostener en la fe a los cristianos atenazados por la crisis de la Iglesia, y presentar ante el mundo Occidental laico la razonabilidad de la fe, es decir, que aún hoy es razonable (y quizás lo más razonable) seguir creyendo en Dios.

Benedicto también ha sido responsable del mayor proceso de purificación de la Iglesia frente a los casos de abusos de niños. Lo primero que hizo al llegar al pontificado fue ordenar una investigación sobre el fundador de los Legionarios de Cristo y sobre toda la congregación.

En cambio, su proyecto de avanzar en el diálogo ecuménico no ha dado todos los frutos que podía esperar aun habiendo pagado un alto precio. El precio de ese acercamiento hacia las Iglesias Orientales, que son aun más tradicionales que el catolicismo mismo, ha sido una vuelta a formas más tradicionales de la liturgia, y una excesiva vigilancia de los teólogos más progresistas. La mano tendida hacia la Iglesia Lefevrista opuesta al Concilio Vaticano II contrasta con el excesivo rigor hacia teólogos de izquierda.

En el diálogo interreligioso descarriló también en un primer momento en aquella famosa conferencia de Ratisbona. La polémica sorprendió al mismo Pontífice, puesto que aquél no era más que un acto académico. Pero probablemente le hizo tomar conciencia de que ya no era escuchado como teólogo sino como Papa. Sin embargo, supo rectificar… y desde entonces, diversos gestos hacia las comunidades judías y musulmanas, han hecho retomar la senda del diálogo.

Esperemos que el Espíritu Santo elija un nuevo Papa que sepa afrontar los enormes retos del cristianismo actual: descristianización de Occidente, falta de vocaciones, papel de la mujer en la Iglesia, celibato de los sacerdotes, nuevas formas de familia que se abren paso en Europa, y sobre todo, un retorno a una Iglesia más cercana, más comprensiva, más evangélica, austera y sencilla; una Iglesia que, a través de su palabra y su testimonio vuelva a ser esperanza para los más pobres.


domingo, 10 de febrero de 2013

FERNÁNDEZ SEIJO, EL JUEZ QUE EL PP NO QUISO OIR HABLAR DE DESAHUCIOS

Berta del Río, en 'La Marea'

No parece un juez, pero lo es. Su halo humilde, cercano y accesible contrasta con la imagen generalizada de magistrado intocable, frío e insensible a la realidad. Pero José María Fernández Seijo -madrileño de 47 años y 22 de carrera profesional en Cataluña-, tiene una voz cálida con la que atiende a todo aquel que quiera saber qué le ha hecho convertirse en uno de los mayores críticos de la actual ley hipotecaria.

Es el magistrado más crítico con la legislación hipotecaria española. El único que ha llevado el problema de los lanzamientos (desahucios) hasta los tribunales europeos. Es el nombre del “gran ausente”, como lo llamó in situ la activista Ada Colau, con quien él mismo reconoce que tiene mucha sintonía desde hace años por “compartir lucha”. Juntos deberían haber estado en la ronda de comparecencias de expertos que tuvo lugar en el Congreso este miércoles y jueves en la Comisión de Economía y Competitividad en busca de las “medidas urgentes” a tomar respecto a este drama social.

Fue en junio cuando dirigió una pregunta al Tribunal de Justicia de la Unión Europea “cuya respuesta debe estar al caer”. El titular del Juzgado Mercantil Número 3 de Barcelona elevó a este Alto Tribunal europeo el caso de Mohamed Aziz, quien pidió amparo legal por contrato abusivo. El juez no evitó el lanzamiento, pero sí que consiguió que, en noviembre, la abogada general de este Tribunal europeo emitiese un informe a su consulta prejudicial. El él se reconoce que la legislación española es ilegal porque incumple con una directiva comunitaria de protección del consumidor en un ámbito que Fernández Seijo domina, las cláusulas abusivas. Tras la vista del juicio, que se produjo el 19 se septiembre, está a la espera de la respuesta final del Tribunal de Luxemburgo. Pero antes, esta misma semana, ha vuelto a estar en el punto de mira de políticos y periodistas.

El pasado miércoles, antes de empezar con la primera comparecencia de expertos, el diputado Valeriano Gómez (PSOE) solicitó al presidente de la mesa de la comisión, Santiago Lanzuela, “ampliar los expertos a un magistrado” propuesto por su grupo, haciendo clara alusión a Fernández Seijo, aunque no pronunciase su nombre. Así lo entendió Lanzuela, que contestó con evasivas e invitó a Gómez a “no ir a remolque de una información publicada por los medios de comunicación que no es veraz”. Se refería a las últimas noticias sobre que el Partido Popular lo había vetado.

Pero la realidad es que media hora después de esa conversación entre Gómez y Lanzuela, Fernández Seijo, desde Barcelona, confesaba a La Marea: “Esta misma mañana me han llamado del Grupo Socialista para sondear sobre la posibilidad de ir mañana, pero aún no sé nada en firme. Que se aclaren, que tengo dos hijos pequeños y hay que buscar soluciones”.

“El PP tiene asumida la crítica social, pero le incomoda la técnica”

Pero no, el Gobierno ganó la partida y el magistrado, miembro de Jueces para la Democracia, se quedó en su casa. “El PP no quería magistrados en las comparecencias. Han asumido la crítica social, pero les incomoda muchísimo la crítica técnica”, explicaba este jueves el juez desde Valladolid. El magistrado, que ya había acudido en el Congreso por temas relacionados con los procedimientos concursales, por ejemplo, no estuvo entre la lista de seis expertos (tres del mundo de la banca).

A su juzgado llegan anualmente más de 800 expedientes. Puesto que es mercantil, la única óptica desde la que él puede combatir las ejecuciones hipotecarias es desde el análisis de las cláusulas abusivas. “Los jueces somos cada día más sensibles con el drama de los desahucios. No sirve con interpretar una ley desde una postura desafecta. Los magistrados sufrimos los mismos problemas que los ciudadanos. Ya no somos una figura de élite, somos la clase media trabajadora. La judicatura es sensible a la realidad y tiene gran compromiso social”, asegura. No obstante, reconoce que las reformas en la Ley de Enjuiciamiento civil del 2001 “nos han quitado muchas competencias a los jueces”.

Este atípico juez, que saca tiempo para actualizar su “propuesta subjetiva” del mundo de la cocina en su blog, representa la crítica técnica que el PP no quiere oír. Repite hasta la saciedad que son los bancos los que chantajean al gobierno amenazando con un “efecto llamada e incremento de impagos” si se modifica la ley hipotecaria y con el argumento de la pérdida de “fiabilidad y solvencia”. “El cambio radical del sistema les da vértigo”, asegura.

Ha definido el Código de Buenas Prácticas (CBP), firmado el marzo pasado, como “un simple parche”. Considera que la moratoria a los desahucios es “un fracaso, una frivolidad e incluso una tomadura de pelo”, pues, al leer la letra pequeña, “uno se encuentra con cláusulas”, explica el juez, “en las que se detalla que los intereses siguen contabilizando”.

“Todo parece indicar que el PP no votará a favor de la tramitación de la Iniciativa Legislativa Popular (ILP) presentada por la Plataforma de Afectados por las Hipoteca (PAH), lo cual escandaliza sólo al pensar que este Gobierno no escucha la voz de la calle. Hasta ahora, las medidas tomadas –como el CBP-, han sido insuficientes, pues no atacan el problema de raíz, sino que evitan los desahucios por razones humanitarias”, explica el magistrado. ¿Y qué sería “atacar el problema de raíz”? Responde: “Empezar por escuchar al pueblo, adaptar la deuda de las familias al valor actual de las casas y eliminar las cláusulas abusivas en materia de intereses”. Esos son, más o menos, los argumentos que los veinte diputados que se encontraban en la Sala Cánovas hubiesen escuchado esta semana.

Fernández Seijo, quien se ha definido en varias ocasiones como “un juez independiente que a la hora de votar se identifica con los planteamientos progresistas”, tiene las respuestas que el PP no quiere oír. “Si hubiese estado allí como experto le hubiese dicho al PP que las pocas soluciones que barajan está por ver que encajen con el marco legal”.



viernes, 8 de febrero de 2013

CARTA AL SR. RUBALCABA

José Ignacio González Faus, sj, en Religión Digital

Le escribo porque, al margen de lo que otros opinen, me da Ud la sensación de persona dialogante, honesta, inteligente y que procura dar argumentos en vez de insultos o eslóganes. Al menos, es la impresión que he sacado de Ud. por comparación con otros políticos.

Como presentación me limitaré a decir que voté al PSOE en 1982 por única vez. Luego me sentí estafado y retiré mi voto indefinidamente, mientras Felipe González vaticinaba que “iban a morir de éxito”, ¿recuerda?. Ahora que les veo a punto de morir, no precisamente de éxito y con sorpresa de muchos de ustedes, quisiera explicarle el porqué, tal como yo lo veo.

Una frase del libro bíblico del Apocalipsis dice: “te vomitaré porque no eres frío ni caliente sino tibio”. En mi modesta opinión, la tibieza ha sido la raíz de su crisis actual. Paco Umbral podía ironizar eso mismo periodísticamente, diciendo que Uds no eran rojos sino infrarrojos. Yo prefiero el lenguaje bíblico por mi deformación profesional.

Le pondré sólo unos pocos ejemplos de esa tibieza: durante el tiempo de bonanza económica en que Uds. gobernaron, las canallescas diferencias económicas entre los españoles no disminuyeron. No tuvieron arrojo para pinchar la burbuja que había creado el PP y que ha sido un factor decisivo en nuestra crisis actual, a la que seguimos sin verle salida. Cuando luego los Bancos alemanes sacaron el látigo e impusieron sus “deberes”, Uds. se aprestaron a hacerlo diciendo que “eso era ser socialista entonces” y sin que ZP tuviera valor para dimitir y convocar elecciones: las heroicas palabras del Presidente (“aunque me cueste personalmente lo que me cueste”) habrían tenido mejor aplicación en aquel momento, que no en la sumisión posterior al imperio bancario. Hoy, después de un suicidio, aparecen Uds. como decididos a acabar con los desahucios; pero antes, cuando se presentó en el Parlamento una propuesta en este sentido, su partido y el PP se la cargaron sin apelación posible…

Todo eso lo hubiéramos esperado del PP, pero no de Uds. Y encima pretendieron tranquilizar su conciencia con otras presuntas izquierdas “culturales” que eran poco más que una canonización del individualismo reinante que tiene muy poco que ver con la verdadera izquierda. Por eso, creo que el sentido de las elecciones del pasado noviembre fue simplemente éste: para que Uds. hagan lo mismo que el PP pues vamos a votar a éste que, al menos, lo hace con más desfachatez y menos hipocresía.

A eso llamo tibieza: al abandono de la solidaridad radical, que prefiero llamar misericordia entendiendo la palabra etimológicamente (el corazón puesto en los miserables) porque, entendida así, queda bien claro que la primera obra de esa misericordia es el hambre y sed de justicia, como dicen las bienaventuranzas de Jesús. Creo que se engañaron Uds con aquello de que son un partido “con vocación de gobierno”. No existe esa vocación; y quien pretende gobernar a toda costa se expone a muchas infidelidades a sí mismo y a que se le suban al partido unos cuantos chorizos de ésos que viven tratando de pescar en río revuelto. Un buen partido debe tener vocación “de cambiar la sociedad” y esto puede hacerse también desde fuera del gobierno: si luego el pueblo sabe apreciarlo ya les dará el gobierno. Y si no, se cumplirá aquello de que los pueblos tienen los gobernantes que se merecen. Y pueblos con un nivel de educación tan bajo y un nivel de consumismo y domesticación tan altos como el nuestro, pues quizás tendrán el gobierno que se merecían…

A todo eso es a lo que he llamado “tibieza”. Y ahora quisiera explicarle por qué eso me resulta “vomitivo” (según la expresión bíblica), en una situación como la actual. A mi entender cualquier persona honesta deberá reconocer que la sociedad humana es un inmenso océano de sufrimiento, de crueldad y de maldad. Cada día mueren de hambre cerca de doscientas mil personas; hay millones de niños trabajando como esclavos, en China centenares de millones de campesinos se hunden más en la pobreza, aunque nosotros sólo hablamos de los pocos millones que crecen al 8%; ríos de sangre han corrido en torno a los diamantes de Sierra Leona o el coltán de nuestros móviles; guerras fratricidas como las de la antigua Yugoslavia con sus torrentes de crueldad; miles de africanos explotados para poder pagar el viaje en una patera infame y morir quizás luego en el mar; mafias sin conciencia, de narcotraficantes y proxenetas; Bancos que, por ganar todavía más, embaucan a pequeños humildes insolventes para luego desahuciarlos y quedarse con sus casas, sin saber qué hacer con ellas y sin dar por saldada la deuda con eso; millones de norteamericanos a los que una enfermedad obliga a gastar los ahorros de toda o casi toda su vida; campesinos que no pueden vender sus productos porque otros países subvencionan la agricultura para que pueda vender más barato. Y la tortura que sigue practicándose a escondidas, pero con más frecuencia de lo que imaginamos….

Sí: un inmenso mar de lágrimas, de dolor y de maldad ante el que preferimos cerrar los ojos, y en el que sólo afloran bastantes islotes u oasis aislados de bondad y de compasión, a veces de una calidad estremecedora, que ofrecen una tierra donde poner el pie de la esperanza.

Mi sueño es que esos islotes acaben juntándose hasta formar un pequeño continente. Pero hasta que eso llegue, debemos reconocer que nuestra reacción ante el panorama descrito es de una tibieza desesperante. Decimos amar la solidaridad y reconocemos la existencia de algunas injusticias, sobre todo cuando nos afectan. Pero nuestra vida se orienta hacia otros pequeños absolutos, a veces ridículos: el partido, la patria, la iglesia, el IPad, el equipo de fútbol, la nueva pareja (propia o de alguna estrella mediática) que durará seis meses… Y mientras nosotros nos acomodamos en esas pendejadas, las lágrimas humanas siguen inundando el planeta como una tormenta tropical.

Ante ese panorama se me hace cada vez más seria la afirmación de los teólogos de la liberación: “sólo hay dos absolutos: Dios y las víctimas” (porque Dios está en ellas). Y si alguien no cree en Dios debería decir: sólo hay un absoluto: los sufrientes de este planeta. A su lado, todos nuestros pequeños dioses merecen las imprecaciones del Antiguo Testamento: “son obra de manos humanas, tienen ojos y no ven, oídos y no oyen, tiene pies y no caminan”. Y no nos hacen ver ni caminar.

Hace sesenta años oí decir a Pío XII: “es todo un mundo lo que hay que rehacer desde sus cimientos”. Me pregunto si hoy no es todo un mundo lo que hemos deshecho hasta sus cimientos. En cualquier caso, me resulta cada vez más lúcida la afirmación del gran cristiano y profeta que fue E. Mounier: en el futuro los hombres no se dividirán por creer o no creer en Dios, sino por la postura que tomen ante las víctimas de la tierra.

Por supuesto, no le echo a Ud. la culpa de todo eso (culpa, es probable que tenga yo más). Sólo quería explicarle que me parece que por ahí va la anemia actual de su partido: la tibieza les ha hecho perder identidad porque éste no es un mundo para tibios. Y conste que mucho deseo que puedan recuperarse pronto. Uds ya parecen reconocer algo de esto cuando, ante la aparición de movimientos como el 15M no reaccionan con el rechazo y la desautorización, sino con una mueca de simpatía. Por insuficiente que sea, algo quiere decir eso: es un reconocimiento tácito de su mal camino.
Y comprenderá cuánto deseo que reencuentren el camino (estrecho) de una verdadera izquierda.


jueves, 7 de febrero de 2013

EL CAPELLÁN DE LOS VAGABUNDOS DE PARÍS ES UN DOMINICO ESPAÑOL QUE DA AUTOESTIMA A LOS SIN TECHO

Javier Lozano en Religion en Libertad


Pedro Meca Zuazu es dominico y trabajador social o trabajador social y dominico. Ambas cosas quedan unidas en este navarro de casi 78 años que fue criado por una pareja de ancianos muy pobres y que a los 17 años se fue a Francia a buscar a su madre, exiliada durante la Guerra Civil Española.

“Posibilidad de demostrar lo que valen”

Este dominico ha dedicado toda su vida a los sin techo y ha creado numerosas iniciativas que han sido luego copiadas y llevadas a cabo a distintos países. Es como le llaman sus hermanos de la Orden de Predicadores, el capellán de los vagabundos en París, ciudad en la que lleva ya una buen parte de su vida. Allí se dedica a estar literalmente con los más pobres, con los que vive, a generarles oportunidades laborales, ayudando a que tengan una muerte digna pero sobre todo trabaja en devolverles la dignidad que han perdido y recuperar la autoestima.

El padre Pedro es un vendaval, algo que le ha generado también sus problemas. Pero, ¿qué es lo que hace a este domínico tan particular? Realmente, su manera de trabajar con los desheredaros y los leprosos de nuestro tiempo. “Ofrecemos a gente con una autoestima muy baja la posibilidad de demostrar lo que valen, algo muy difícil si sólo se mueven en círculos de marginación”.

Solo va a la comunidad una vez a la semana
Su principal labor es hacer ver a los sin techos y al resto de la gente que no se puede ver solo a las personas como pobres porque carecen de algo puesto que es algo muy limitador. En su opinión, hay que atender a la totalidad de la persona teniendo en cuenta que todos tienen potencialidades y riquezas que aportar al resto.

Su labor sorprende a sus propios hermanos en la orden. El superior de los dominicos habló en una conferencia de este español: “viene a la comunidad una vez a la semana para asearse y conseguir algo de comida. Lleva el pelo largo y parece como un vagabundo pero es una de las personas más felices que he conocido”.

Llevó a Lourdes a una multitud de indigentes
Y es que, sigue el superior dominico, “le conocí en Lourdes y Pedro había llevado a un montón de gente realmente pobre, una auténtica multitud de indigentes. Encontró un modo de llevarlos allí y, lo más importante de todo, lo hacía con profunda alegría”.

Una de las imágenes más conocidas de él es la de las multitudinarias misas de Navidad que preside en París. En esas fechas siempre celebra una gran misa para los vagabundos, en una enorme tienda de campaña en el centro de la capital francesa. Hasta mil personas se han llegado a reunir en ellas para después disfrutar todos ellos de un gran banquete y así celebrar el nacimiento del Salvador.

Colaborador del Abbé Pierre
Colaboró codo con codo con el Abbé Pierre, creador de los traperos de Emaús, y de ahí surgió la idea de dedicar su vida a los excluidos de la sociedad. Surgió así la obra por la que este dominico navarro es conocido en Francia y en el extranjero: los Compañeros de la Noche y el centro La Moquette.

Un local que no da ni ropa ni alimento
¿Qué es La Moquette? Es un centro en el que las personas sin techo y con techo pueden ir por las noches entre semana para reunirse, leer el periódico, jugar a las cartas, hablar o participar en conferencias. Es decir, hallarse en un clima de acogida y de escucha, en el que los sin techos recuperen su dignidad y los con techo pierdan sus prejuicios. De hecho, en este local no se da ni ropa ni alimento.

Pedro Meca quiere ir mucho más allá del asistencialismo más primario ya que cree que hay cosas igual o más importantes que el alimento. En una entrevista aseguraba que “se puede no tener nada y aportar muchas cosas”.

Los sin techo, los solidarios
De este modo, añadía que “los sin hogar pueden enseñar muchas cosas. De la gente pobre sólo se ven las necesidades y cómo llenarlas: no tienen casa, no tienen qué comer, no tienen vestido…Mi relación no es esa, es encontrarme con alguien con sus potencialidades, su saber, su cultura, sus gustos, sus pasiones, lo que le interesa. La persona en su globalidad, no el enfoque de ‘¿qué necesita de mí?’. Ellos pueden y tienen que aportar. Un principio fundamental es que puedan dar, que puedan participar en acciones de solidaridad”.

"Los muertos en la calle"
Además de esta entrega, los vagabundos que acuden aquí realizan dos actividades de lo más curiosas pero que son de lo más útil. Relata este domínico que han creado lo que se llama “los muertos en la calle” puesto que “según como se trata a un cadáver, así se trata a la gente. La gente arma revuelo cuando alguien muere, no cuando vive. Si nos ocupamos de los muertos es porque nos interesan los vivos (…) La vida en la calle anuncia una muerte prematura”.

De ahí surgió dicha iniciativa, cuenta en otra conferencia, ya que “había gente que moría en la calle y nadie los reclamaba. Hemos llegado a un acuerdo con el Ayuntamiento: nos pasan la lista de la gente que ha muerto en la calle (y también en casas u hospitales) y que nadie reclama. La gente de la calle acompaña también a la gente que no ha muerto en la calle y por las que nadie se interesa. Aquí se ve como la gente de la calle aporta a la sociedad cosas que no aporta nadie. Nos damos cuenta que las actitudes excluyentes son patrimonio de toda la sociedad. Así conocemos cuanta gente muere. Así vemos a través de su muerte como era su vida. Muchos mueren solos. Le encendemos una vela, hacemos un taller de escritura y los textos se leen en la celebración ya sea civil o religiosa”.

Con respecto a España, ve algunas diferencias con respeto a su labor en París. “En España la solidaridad familiar es mucho más fuerte que aquí, la ruptura es menor. Un chaval en Francia cuando cumple los 18 o 19 años sale fuera de casa. En España siguen hasta los 25-30. En París, la mitad de las familias son monoparentales. Si tiene muchos papás, mamás y abuelos, acaba no teniendo a nadie”.

Padrinos de niños de Kabul
La otra actividad que llevan a cabo los sin techo de París es animarles a ayudar a los necesitados. “Se nos ocurrió que fueran padrinos de niños de la calle en otras partes. Hemos organizado que sean padrinos de niños de Kabul. Una vez al mes tenemos una reunión de solidaridad para ver qué hacemos, recogemos dinero en común, les mandamos cartas y los niños se sorprenden de que en Europa haya gente en la calle. En las reuniones que tenemos descubrimos que esto les recupera la autoestima porque no han podido ocuparse de su familia”, concluye Meca.

miércoles, 6 de febrero de 2013

MEDIOAMBIENTE Y ESTÉTICA

Thorsten Philipp, SJ

La variedad de colores, mentalidades y lenguas que se reúne la Iglesia católica como comunidad mundial tiene un reflejo semejante en la moral medioambiental dada la gran diversidad de cuestiones teóricas y prácticas se dan sobre la ecología.

Una contribución importante a esta polifonía celebra su 25 aniversario estos días. Bajo el título¿Qué le está pasando a nuestra hermosa tierra?, los miembros la Conferencia Episcopal de Filipinas publicaron, el 29 de enero de 1988, una carta pastoral que trata el tema de la destrucción medioambiental y el desarrollo social que los obispos observan en su país.

No sólo el título, también es inusual la perspectiva en este documento: a diferencia de la mayoría de las declaraciones relacionadas con el medioambiente pronunciadas por la Iglesia, esta carta analiza las cuestiones ambientales desde la perspectiva de la estética, considerando así un contexto marginalizado dentro de la ecología política.

El tema central de la declaración episcopal es la belleza de los ecosistemas del país, y su rápida degradación debida a los métodos nocivos que se practican, como prácticas inadecuadas de pesca, la contaminación química, la erosión del suelo y la deforestación: de las 30 millones de hectáreas de bosque originales, sólo quedaba 1 millón de hectáreas en 1988. “Después de una sola noche de lluvia, mira hacia los ríos de chocolate marrón de tu localidad y recuerda que se llevan el alma de la tierra hacia el mar. El suelo, en vez de ser el lecho de siembra de la vida, se ha convertido en una sofocante capa de devastación, demorando y matando los los pólipos coralinos,” se queja elepiscopado, pidiendo conciencia ante la pérdida de suelos fértiles de todo el país. Más bien preguntando que enseñando, los Obispos continúan “¿Cómo van a poder nadar los peces en alcantarillas cómo el río Pasig y tantos otros ríos que hemos contaminado? ¿Quién ha convertido el maravilloso mundo marino en cementerios subacuáticos despojados de vida y de color?”

Describiendo las múltiples formas del desarrollo de la destrucción medioambiental en Filipinas, esta declaración implora una ciudadanía activa, y hace un llamamiento a los miembros de la iglesia (que, en aquel momento, representaban al menos el 80 por ciento de la población filipina): “No se queden en silencio mientras ven que su entorno está siendo destruido. Usen su influencia entre su familia y su comunidad para desarrollar esta conciencia sobre el medioambiente.” La belleza de la creación también debería expresarse durante las celebraciones litúrgicas, e incluso la elaboración de un desarrollo más intenso de la teoría de la creación, son necesidades urgentes en estos momentos, dicen los miembros de la Conferencia. La destrucción medioambiental no era sólo una forma de violencia entre la población filipina, argumentan, sino también un envenenamiento de la relación entre el humano y la naturaleza.

Claro en su lenguaje, apasionado su llamamiento, urgente su cuidado: No sólo para Filipinas, es posible que ya sea la hora de releer esta gran declaración pastoral sobre medioambiente y belleza.

sábado, 2 de febrero de 2013

CUIDAR LA VIDA

Joxe Arregi

“Cuidar la vida” es un magnífico título para un pequeño gran libro de Juan Masiá (Herder, 2012).

Cuidar la vida es el objetivo y el criterio de todas nuestras acciones y opciones, y de todas nuestras instituciones. Ahora que el famoso biólogo genetista de Harvard George Church ha anunciado poseer la técnica para poder resucitar al hombre del Neanderthal clonando su ADN, ¿debemos o no debemos hacerlo? ¿Y con qué criterio lo decidiremos? El cuidado de la vida de todos los vivientes es el criterio. Recuperar a los mamuts, resucitar al Nenanderthal o crear un conejo volador ¿será bueno para la vida del Neanderthal, del mamut o del conejo volador, y para la vida de todos los seres vivientes? Claro que con este criterio no se resolverán todas las cuestiones, pero a él deberemos volver una y otra vez en nuestra perplejidad.

La vida es demasiado preciosa y vulnerable para no cuidarla con esmero. Hizo bien Juan Pablo II en reivindicar la cultura de la vida y en denunciar la cultura de la muerte. Hay demasiada amenaza de la vida en eso que llamamos cultura. Y una cultura que hiere y amenaza la vida es negación de la “cultura”, que significa cultivo, cuidado. Solo hay cultura donde hay cuidado.

Lo que no hizo bien Juan Pablo II fue identificar la cultura de la vida con la religión y la cultura de la muerte con el abandono de la religión, ni hizo bien en identificar la cultura de la vida con la institución eclesiástica y la cultura de la muerte con la sociedad laica o laicista. Toda institución religiosa puede servir para cuidar la vida, pero también para oprimirla.

Cuando en una religión predominan la imposición y el miedo, hiere la vida. Cuando blande la condena, hiere la vida. Y hay que lamentar que la Iglesia católica que se dice “de Jesús”, llamada a curar y cuidar, eche mano tan a menudo de interminables y ásperas condenas cuando habla de la vida en su azaroso origen y en su incierto final: los anticonceptivos, la reproducción médicamente asistida, la investigación con embriones en estadio preimplantatorio, la píldora del día después para impedir la fecundación, toda interrupción del embarazo en todas las fases y en todos los casos, las medidas que abrevian la vida cuando ésta ha dejado de ser para alguien lo suficientemente digna… todas estas prácticas y quienes las realizan están condenadas. Pero las condenas no son amigas de la vida. Las condenas son rígidas y agrias. La vida es flexible y amable.

El libro de Juan Masiá es una sencilla, profunda, muy cuidada bioética del cuidado. Un programa de cuidado de la vida en su delicada génesis inicial y en su doloroso tránsito final (aunque esta expresión “tránsito final” es un contrasentido, pues todo tránsito abre la vida al futuro).

Destacaría tres claves que guían esta bioética del cuidado: el diálogo permanente con las ciencias, el carácter evolutivo y procesual de la vida, el signo de la interrogación y de la incertidumbre.

1. Es, en primer lugar, una bioética en diálogo constante con las ciencias. No todo lo que la técnica es capaz de hacer es bueno sin más. Pero no todo lo novedoso, por escandaloso que parezca, es malo de por sí El cuidado de la vida requiere discernir con atención y esmero las nuevas posibilidades que la ciencia y la tecnología descubren sin cesar, sin canonizarlo todo de antemano y sin condenarlo todo a priori. Nunca agradeceremos bastante a la ciencia, a todos los científicos que han permitido aliviar tantos dolores, salvar tantas vidas, sanar tantas heridas. Pero no pocas veces el ser humano se vuelve víctima de su saber y de su tecnología. Ícaro quiso volar tan alto, que sus alas de cera se derritieron, cayó al mar y se hundió. La ciencia ha provocado y puede provocar terribles sufrimientos. Las minas anti-persona, las armas químicas, una bomba de racimo… son cosas terribles inventadas por la ciencia. Y es terrible pensar que la mayor parte del progreso científico tiene un uso militar destructor. Las ciencias son como nosotros mismos: capaces de cuidado y de daño.

Será bueno lo que contribuye a hacer la vida más buena, sana y feliz. Será malo lo que no. Y muchas veces no sabremos si es bueno o malo: ¿Es buena la clonación? ¿Es buena la manipulación genética? ¿Es buena la investigación con embriones? Pues depende, como casi todo. Depende de la finalidad y de las condiciones. Depende, en último término de esa delicada y a veces incierta proporción entre el bien que se quiere lograr y los posibles daños que se pueden provocar.

La verdadera ciencia es humilde y cautelosa, y ha de regirse por la ética del cuidado, por el respeto a la vida y a todos los seres. Pero la ética, a su vez, solamente puede orientar y promover el cuidado desde la escucha humilde y el diálogo permanente con la ciencia en todas sus ramas. El fanatismo es la peor amenaza de la religión y de la vida.

Y uno de los mayores peligros del fundamentalismo es su argumento de que la vida depende de Dios y, por lo tanto, no se puede interferir en su génesis, en su desarrollo, en su desenlace. No es verdad. Somos providencia de Dios para nosotros mismos, como dijo Santo Tomás de Aquino. Dios no es un Ente o un Agente Supremo que imponga leyes y actúe por sí mismo desde fuera. Dios es el Corazón y el Fondo de todo cuanto es, y no tiene más ojos ni manos que la realidad entera y nosotros en ella, pues “en Él nos movemos, vivimos y somos” y Él en nosotros, en todo cuanto es. La creación continúa, y tiene lugar a través de las propias criaturas, a través de la propia materia que no sabemos qué es ni si es eterna. No se trata de “jugar a ser dioses”, sino de encarnar el juego divino de la creación.

“Que ciencia y ética, de la mano, sigan estudiando y avanzando; con prudencia, pero avanzando”, dice Juan Masía, citando un mensaje del episcopado japonés.

2. En segundo lugar, se trata de una bioética acorde con el carácter procesual y evolutivo de la vida. Se nos había enseñado como principio metafísico que lo más no puede nacer de lo menos. Pues bien, las ciencias han demostrado que sí: lo más nace de lo menos, como un organismo vivo nace de un organismo no vivo, como un cerebro más complejo y capaz nace de otro menos complejo y capaz. Venimos de polvo de estrellas extinguidas; la vida ha nacido de los elementos químicos como el Carbono, el Nitrógeno, el Oxígeno y otros, producidos en su proceso de extinción. Y las formas nuevas y más complejas de vida que puedan formarse de lo que ahora somos nosotros no lo sabe nadie, “ni Dios lo sabe”.

Todo cuanto es, desde la bacteria minúscula hasta las ballenas azules, desde el gusano a la especie humana, desde el quark hasta las galaxias, desde el sol que nos hace vivir hasta las estrellas ya extinguidas pero que aún seguimos viendo en el cielo (de lo lejos que estaban, pues es ahora cuando su luz nos llega), todo ha surgido en el mismo proceso, y todo está relacionado con todo. El ser es interser. Por eso, todo cuanto es, no solamente el ser humano, merece veneración y cuidado.

La vida es un proceso continuo y a la vez discontinuo, como un amanecer. No se puede separar el resultado final de las condiciones iniciales, pero no se pueden identificar las condiciones iniciales con el resultado final. El adulto viene del bebé, el bebé viene del feto, el feto viene del embrión, el embrión viene del blastocisto, el blastocisto viene del cigoto o fusión de un espermatozoide y un óvulo. Pero el cigoto de 24 horas no es equiparable a un adulto, ni a un bebé, ni a un feto, ni a un embrión.

El roble nace de una bellota, pero tirar una bellota no es matar un roble, según la expresiva imagen utilizada por Laín Entralgo, que recoge Masiá. La bellota no es el roble, el pre-embrión no es el embrión ni el embrión es el feto, ni el feto es el bebé, ni el bebé es el adulto. Yo fui embrión, pero el embrión no era yo, dice con razón el biólogo Carlos Alonso Bedate, citado por Masía.

3. En tercer lugar, es una bioética bajo el signo de la interrogación y la incertidumbre. No es una “ética de recetas” y de respuestas automáticas para todas las cuestiones, sino una “ética de búsqueda e interrogación”, una “ética perpleja e interrogante”. No pocas veces, las situaciones son inéditas y requieren inventar y arriesgar. Muy a menudo, las cuestiones son tan complejas que no admiten una respuesta simple, una solución prefabricada. Y puesto que la vida avanza y cambia, nunca hay una solución definitiva para ninguna cuestión.

El cuidado de la vida conlleva la escucha y el respeto de cada viviente, y de manera especial del ser humano en su situación siempre singular e irremplazable. El cuidado de la vida requiere buscar el máximo bien común posible del máximo posible de vivientes, pero el bien común de los vivientes requiere a su vez del máximo respeto posible al bien y a la decisión del viviente particular.

Y cuanto más cuidadosa es la mirada, más grande es la incertidumbre: nos encontramos constantemente en un conflicto de vivientes, en una encrucijada de intereses, de bienes, de opciones contrapuestas, y la solución nunca viene de lo alto, no se encuentra escrita en los libros, ni puede ser dictada por ninguna autoridad sagrada. Habremos de seguir buscando y bendiciendo, no imponiendo y condenando.

No hace todavía 200 años que el papa León XII condenó la vacuna anti-viruela en nombre de la ley natural. ¿Y por qué no la aspirina, que no brota en las huertas? ¿Y por qué no el móvil y el I Pad que no crecen en los bosques? ¿Por qué ese empeño en separar naturaleza y cultura, cuando nuestra vocación es el cultivo o el cuidado de la naturaleza y cuando la cultura ella misma es una manifestación más de la naturaleza en su permanente transformación y en su inagotable potencialidad?

¡Gracias, Juan! Eres una bendición de la naturaleza. Tu bioética del cuidado es una bendición para la naturaleza viviente que somos y debemos seguir cuidando.