Juan Rojo Moreno
Leer a neurobiólogos casi siempre es gratificante y más aún si éste es David Linden, Profesor de Neurociencias de la Facultad de Medicina de la Universidad Johns Hopkins, que además intenta en muchas de sus obras facilitar la comprensión siguiendo la máxima de Max Delbrück “imaginaos que el público al que os dirigís tiene cero conocimientos, pero una inteligencia infinita”.
La lectura de los textos de neurobiología muchas veces nos animan con la ley de los tres “casi”: casi nos descubren como funcionamos los seres humanos, casi nos dicen cual puede ser el futuro del ser humano y (cuando se atreven) casi nos dicen si somos o no seres espirituales.
El libro que ha caído en mis manos “El cerebro accidental” de David Linden nos plantea muy bien estas cuestiones y se atreve con la última de ellas[1]. De forma resumida viene a explicar como el cerebro es lo que llama un kludge[2]. Es una aglomeración ineficiente y poco elegante de materia, pero que sorprendentemente funciona muy bien. Explica el autor cómo el cerebro es capaz de hacer predicciones, por ejemplo, predecir dónde nos vamos a hacer cosquillas uno a sí mismo y por eso no es posible hacerlas, y así mismo observa que la mayoría de las sinapsis del cerebro no son fiables sino que son fundamentalmente dispositivos probabilísticos.
El cerebro no tiene un “diseño previo” sino que ha ido añadiendo capas (como bolas de un helado, unas encima de otras) de complejidad evolutiva apañándose con lo que tenía desde el principio. “El cerebro humano -dice Linden- se ha desarrollado principalmente por aglomeración”. La diferencia de nuestro cerebro y el de un lagarto o el de un ratón, está en que hemos añadido alguna capa nueva evolutiva sobre la estructura prexistente. Para funcionar bien necesita un número grandísimo de neuronas y procesar simultáneamente mucha información en paralelo; además necesita de la plasticidad cerebral (la experiencia modela sutilmente las conexiones sinápticas). Esto último renueva el circuito y permite que sea eficiente un dispositivo tan impresionante a partir de unas partes de calidad tan escasa.
La influencia del entorno (en su sentido más amplio) puede ser tan importante, que incluso las hormonas producidas durante el embarazo por un gemelo puede influir en el desarrollo encefálico del otro. Pero como la cabeza del bebé ha de pasar por el canal del parto, la mayoría del crecimiento cerebral y de sus interconexiones se tiene que producir después del mismo. Los detalles sutiles de la interconexión cerebral se producen desde el final del embarazo hasta los primeros 20 años de la vida (cien mil millones de neuronas y quinientos billones de sinapsis). Desde el nacimiento hasta los 20 años de edad el cerebro ha incrementado en más del 300 por ciento su tamaño.
¿Quiere esto decir que nuestro cerebro ya está rigidificado a partir de los 20 años, que ha adquirido su máximo tamaño?
Puede que no sea así y conozcamos porqué. Veamos dos cosas curiosas.
Por una parte, si bien en esos años, desde el nacimiento hasta los 20, ha aumentado mucho el tamaño del cerebro y las interconexiones neuronales, sin embargo no ha aumentado el número de neuronas sino que más bien se han perdido unas cien mil millones de neuronas sobrantes. Esto es debido a que las neuronas compiten por las funciones y aquellas que no activan sus sinapsis se atrofian o desaparecen. Por lo tanto el medio ambiente, la educación, la experiencia durante la infancia y adolescencia, el entorno en definitiva, va a ser quien realice la selección entre un conjunto prexistente de sinapsis y neuronas. Las que sobreviven son las activas eléctricamente. Las experiencias pueden hacer que surjan nuevas ramificaciones en los axones que luego desarrollarán nuevas terminaciones sinápticas y también esto ocurre a nivel postsináptico. Esto, ya vimos, es la plasticidad neuronal. Evidentemente, todo esto tiene unos límites y hasta ahora se conoce que una vez que el entorno (como las vitaminas) es apto y ya se cumplen las dosis mínimas o suficientes, no por más estimular aparecen personas superdotadas o mejores intelectualmente. Lo interesante es que ahora se ha comprobado que la plasticidad neuronal sigue durante toda la vida del sujeto.
En segundo lugar, en el caso de la sinestesia (que un sonido provoque un sabor o un color) se admite que de algún modo las conexiones sinápticas aberrantes (por ejemplo, de áreas auditivas a áreas del color) que no llegan a ser eliminadas en las primeras etapas del desarrollo postnatal, dada su conservación y elaboración en etapas posteriores de la vida, esto conduce a una experiencia sinestésica particular.
Podemos preguntarnos: en cada uno de nosotros ¿han quedado destruidas estas posibilidades?, o como dice D. Linden hay genes que pueden activarse o desactivarse en determinados puntos del desarrollo, o como respuesta a señales particulares; es decir la expresión génica es el proceso a través del que los genes se activan o desactivan.
Esto nos sugiere volver a la consecuente pregunta ¿y esta expresión génica será capaz de activar genes “dormidos” a lo largo de nuestra vida?
Por lo que hemos obtenido de D. Linden:
- Dado que tenemos potencialmente millones de neuronas y sinapsis que con la “estimulación clásica o natural” no se activan y quedan latentes o muertas, si el ser humano evolucionase de una manera que la estimulación natural permitiese que parte de esas neuronas y sinapsis se mantuviesen sin que a cambio se eliminaran otras “significativas”, ¿no cambiaría la concepción del mundo que este ser humano adquiriría?[3]
- ¿Podría aparecer una concepción y capacidad diferente, propia de un salto evolutivo?
- ¿Esto solo puede ocurrir en los primeros 20 años o quedan latentes estructuras genómicas potenciarias que pueden desarrollarse a lo largo de la vida, y aparecer en la adultez la patentización genética de esa nueva cosmovisión? o ¿por el contrario ya a partir de una edad hay cierta rigidez para tal aventura humana?
¿Y que tiene todo esto que ver con Dios?
Aquí vamos a ver como psicología, filosofía y neurobiología se unen.
Ya Bergson creyó que la naturaleza desarrolló lo que él llamaba religión estática, que sería un fenómeno implícito en el proceso evolutivo, y por lo tanto anclada en la biología. C.G. Jung, aunque psicoanalista, al hablar de los arquetipos del inconsciente colectivo (arquetipo Luz, Trascendente) pensaba que se transmitían no solo por tradición sino también por herencia. Como señala Julio V. Maffei[4] el hombre deviene religioso por un proceso de evolución en el que lo genético ha de interpretarse como de orden estructural. Y ahora el mismo David Linden ya comenta “la predisposición al pensamiento religioso deriva de este cerebro ineficiente y extraño que ha sido modelado a lo largo de nuestra historia evolutiva” [5]
El argumento que mantiene D. Linden es que la presencia de la religión en todas las culturas convierte a ésta en un universal cultural. No existe cultura alguna que carezca de prácticas o ideas religiosas. Y la conclusión a la que llega Linden es que el cerebro ha necesitado adaptarse mediante la creación de “historias coherentes, sin lagunas” y que esta propensión a la creación de relatos forma parte de lo que predispone a los seres humanos al pensamiento religioso. Explica como en el caso de amnesias que se rellenan con confabulaciones o en el caso de personas con los hemisferios cerebrales desconectados uno del otro, el cerebro ante “el vacío” construye un relato o narración que sea coherente con lo que se le pregunta o vivencia. Llega a la conclusión que ante la realidad subconsciente que tenemos, aunque no la conozcamos, cargada de símbolos, falta de lógica, y sin causalidad, e incluso ante una realidad consciente que no siempre es causal, la corteza del hemisferio izquierdo patentiza la predisposición como especie al pensamiento religioso, dado el caos irrazonable y a-cognitivo de la herencia evolutiva que compartimos como seres humanos. “Nuestro cerebro ha evolucionado para hacernos creer” y de esta manera “el amor, la predisposición al pensamiento religioso son el resultado de una aglomeración particular de soluciones ad hoc que se han ido amontonando a lo largo de millones de años de historia evolutiva”.
Al final D. Linden está coincidiendo con A. Vergote cuando señalaba en 1969 que la religión es una realidad dinámica y evolutiva, como la persona y la cultura, y también coincide con William James que escribió “oramos porque no podemos evitarlo”, solo que D. Linden como buen Neurobiólogo asume estos principios pero apostillándolos en el más puro sentido bi-etimológico de la palabra religión: Sí a la religión, pero atada o dependiente a la evolución de la corteza cerebral y del hemisferio izquierdo, que teniendo que dar coherencia a todo lo que el ser humano recibe sin coherencia, ha creado una narrativa coherente que le “predispone” al pensamiento acerca de lo divino (que luego podrá rechazar, intelectualizar, aceptar…). [6]
Realmente, siguiendo el esquema de Welte[7], D. Linden, envalentándose al tratar el campo religioso desde la neurobiología, efectivamente plantea un ateísmo positivo, pues al fin y al cabo la necesidad religiosa, para él, solo es una necesidad evolutiva que el cerebro ha creado para dar coherencia a la concepción del mundo incoherente que es la realidad histórica.
David Linden con su esquema neurobiológico evolutivo que da “coherencia” al mundo incoherente hace explicable, a su manera, esta frase de Moeller “el misterio no es lo paradójico… ni lo impreciso o incognoscible o impensable; es, por el contrario, una realidad que tiene una razón positiva para no manifestarse en una presencia objetiva”.[8]Con Linden, diríamos que no se manifiesta pues necesitamos el misterio como una parte del relato que da en cierto modo sentido al contenido de la realidad que vivimos.
Pero también podemos tomar la postura de Linden desde la concepción de J. Huxley que considerando el humanismo evolucionista no elimina la “materia” de la ecuación ante lo trascendente. Puede que las ideas de David Linden nos sirvan para entender una trascendencia en uno mismo desde la materia. Refiere Linden cómo los ciegos, con lesiones en áreas superiores del cerebro, pueden “ver” [9] gracias a antiguas partes del cerebro que no son conscientes; y de la misma forma nos podemos preguntar:
¿Esa predisposición a lo espiritual o religiosa ha de quedarse en las neuronas, en el hemisferio izquierdo y las sinapsis?
O este mundo al que me voy a referir ahora: el mundo cuántico, también aparentemente incoherente (y que sigue siendo material), con otro parámetro temporal, otro sentido, que está “debajo y dentro” de las neuronas y de las sinapsis, pero existente en todos nosotros, y en las sinapsis aunque no sepamos cómo actúa efectivamente: ¿no será también un camino-mensajero hacia lo trascendente, que sin darnos cuenta nos está informando en nosotros mismos (desde los trascendente y desde nosotros mismos) y nos dirige, como a los ciegos, cuando nuestra inteligencia germinal está predispuesta, hacia la categorización de valores morales? Como señalaba Teilhard de Chardin “sagrada emoción del átomo que descubre en el fondo de sí mismo el rostro del Universo”[10].
Porque cuando hablamos de “materia” tenderemos que empezar a definir donde empieza y donde termina la “materia” que somos en el cosmos, que no deja de ser nuestra realidad actuante.
Quizá un día la neurobiología se atreva también con el mundo cuántico para explicar al ser humano y su trascendencia.
[1] El cerebro accidental. La evolución de la mente y el origen de los sentimientos Editorial Paidós, 2010
[2] Palabra formada por las iniciales de los adjetivos klumsy (torpe), lame (poco convincente), ugly (feo), dumb (tonto), [but] good enough ([pero] (bastante bueno)
[3] Ya en 1951 P. Teilhard de Chardin comentaba “sin salir del plano de la anatomía individual, nada prueba (ni mucho menos) que disponibilidades evolutivas importantes no se hallen en reserva dentro de la sustancia de nuestros cerebros”. En el libro “La visión del Pasado” (ed. Taurus, 1958).
[4] Psicología evolutiva y religión. Editorial Latinoamericana Libros srl, 1981.
[5] Ya Teilhard de Chardin en “La visión del pasado” correlacionó la “biogénesis” con la “cerebración”.
[6] Dos formas de entender la etimología de la palabra “religión”: San Agustín la entiende como “religare” es decir “atar o hacer dependiente” y Cicerón prefirió como origen del vocablo “relegere”, es decir, cuidado y atención que se pone en observar todo lo referente a las cosas divinas.
[7] Este teólogo alemán diferencia entre un ateísmo negativo (solo existe lo que se puede comprender), un ateísmo crítico (lo espiritual o divino es objeto de critica mientras no responda a todas las preguntas) y un ateísmo positivo (acepta que el hombre tiene necesidad natural de lo infinito, pero niega que esa necesidad provenga de nada superior a él mismo)
[8] Moeller Ch. Literatura del siglo XX y Cristianismo (T. IV) Gredos , Madrid, 1960 (citado por Maffei)
[9] No ven con la vista pues son ciegos, pero “saben” donde están objetos luminosos que se les colocan delante, a veces acertando a cogerlos en 9 de 10 intentos.
[10] Teilhard de Chardin. La visión del pasado. Editorial Taurus, 1958
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