jueves, 30 de diciembre de 2010

MARGINALIDAD, UN CAMINO SIN RETORNO

Carlos Carnicero

Poca gente conoce lo que se esconde detrás de un homeless , de un vagabundo. En muchas ocasiones, es la consecuencia de una vida trucada por un naufragio económico familiar: un padre de familia se queda en el paro, su compañera también, comienzan a beber, se produce el divorcio y el final es dormir debajo de unos cartones de por vida. La historia es antigua, pero hay algunos elementos fundamentales para entender lo que significan los daños colaterales de las crisis económicas.

The Grapes of Wrath, de John Ernst Steinbeck, Jr, traducida al español con el nombre de Las Uvas de la Ira, fue magistralmente llevada al cine por John Ford. Es la narración de la desesperación por encontrar trabajo y cobijo en un viaje descorazonador desde el centro de Estados Unidos a California. Se retratan magistralmente –tanto en la novela como en la película- las dramáticas consecuencias de la crisis de 1929 para los trabajadores y los agricultores. Es una representación de la rampa de lanzamiento hacia la marginalidad que es inherente, inevitablemente, a toda crisis económica profunda.

Esta crisis sistémica -primero ignorada por el presidente del Gobierno de una manera inexplicable, y ahora anunciada su duración para cinco años- va a tener efectos demoledores en las vidas de cientos de miles de personas en España que nunca más van a encontrar trabajo.

La frontera de los cincuenta años –excepto en profesiones muy especializadas- es una barrera sin retorno para quien se introduce en el desempleo. Y el escenario es un incremento de la desprotección social, porque del estado, gobernado por la dictadura de los mercados y del directorio europeo -que con tanto acierto ha retratado el periodista de La Vanguardia, Enric juliana- sólo cabe esperar más recortes de servicio y de subvenciones. El escenario es desolador, por mucho que puedan calificar de pesimistas estas predicciones.

Primero: hay un encadenamiento de medidas restrictivas de derechos conseguidos, que se tratan individualmente para conseguir que los ciudadanos no dibujen una situación global. La reforma del mercado laboral ha significado más precariedad, abaratamiento del despido, sin modificar los sistemas de formación profesional y sin garantizar para nada un crecimiento del empleo: en síntesis, pérdida de derechos del trabajador sin ningún compromiso de los empresarios. Las subidas de las tarifas eléctricas, del gas y del ferrocarril, incluso de cercanías, revela una falta de sensibilidad de un gobierno que ha sustituido el concepto de redistribución de la riqueza por la aplicación del precio al valor de las cosas según los parámetros puramente economicistas. La anunciada reforma de las pensiones coincide en el tiempo con ERES de decenas de miles de personas que se van a jubilar anticipadamente con un cargo importante a los fondos del estado, para facilitar la viabilidad de grandes empresas, incluidas las cajas de ahorro privatizadas. Las subidas de las tarifas eléctricas no han coincidido con ninguna medida de austeridad de las empresas. El presidente de Iberdrola ganó el año pasado aproximadamente diez millones de euros. Un salario de esas dimensiones, ¿es éticamente aceptable en un sector que se queja de falta de rentabilidad y promueve con el apoyo del Gobierno subidas como las que se acaban de producir? ¿Qué puede hacer un ejecutivo que gana cada año más de cinco millones de euros? ¿Tendrá en casa una hucha para el Domund? ¿Nada tienen que decir de este tema el Gobierno, los partidos y los sindicatos?

La respuesta tradicional es que las empresas privadas pueden hacer con su dinero lo que quieran. No es cierto. No se trata de un valor contable sino de un principio ético. Porque además, son estos personajes que ganan estas cantidades de dinero los que encabezan la manifestación para la reducción de los sueldos, el abaratamiento del despido y la prolongación de la vida laboral. En su osadía está su impunidad, porque una sociedad anestesiada ha aceptado como inevitable lo que es impresentable.

Ahora toca el turno a dos temas que son líneas rojas para los sindicatos: la reforma del sistema de pensiones y de las reglas de la negociación colectiva. Como en los casos precedentes, el Gobierno ha anunciado que si no hay acuerdo de las partes, que es imposible, lo hará por ley o por decreto ley.

La reforma de las pensiones no va acompañada de ninguna medida dedicada a una mayor recaudación sino a cargar sobre las espaldas de los trabajadores condiciones más duras para una pensión menor. Otra vez la obscena comparación con los planes de pensiones privadas. En el BBVA se ha llegado a jubilar a su ex consejero delegado con un plan de pensiones de más de cincuenta millones de euros (ocho mil trescientos millones de las antiguas pesetas) y con tres millones de euros anuales, de por vida. ¿Será que se ha descubierto la existencia de una nueva raza humana, compuesta por los ejecutivos que se cooptan entre sí, y que tienen derechos distintos de los demás seres humanos? ¿De verdad que sólo cabe la resignación sobre lo que está pasando? ¿No es esto una nueva forma de racismo económico, de dominación de clases insoportable? Recuerdan estos señores que el salario mínimo interprofesional está en 633,30 céntimos al mes. Es decir, 8.866,20 euros al año. ¿Saben cuantas veces más ganó el presidente del BBVA, Francisco González el año pasado? ¿Hagan el ejercicio de dividir 19 millones de euros entre 8.866,33 euros, que es el salario anual en catorce pagas?

En último lugar antes de que aparezca el siguiente recorte, el Gobierno quiere acabar con la negociación colectiva para atomizarla en la línea de las pretensiones de los empresarios. Indefensión para los trabajadores.
Los sindicatos tienen por delante un desafío importante. No se trata de proteger a los asalariados, que también, el reto es la resistencia ante el derribo del estado del bienestar y la defensa numantina de los potenciales marginados que ya están acudiendo a comedores de caridad, que van a perder su última prestación en febrero de 2011 y que a partir de ese momento engrosarán la fila de la marginación para el resto de su vida, ante una sociedad presa de la depresión, el miedo, el individualismo y la desesperanza.

¿Nadie tiene un discurso disponible, de carácter esencialmente ético, para esta pesadilla economicista que han decretado los mercados y el directorio europeo?



lunes, 27 de diciembre de 2010

SE OLVIDA LA ADHESIÓN VITAL A JESÓS

ENTREVISTA A JOSÉ ANTONIO PAGOLA

Con su aproximación histórica a la figura de Jesús, José Antonio Pagola (Añorga, 1937) consiguió que un libro religioso se convirtiera en un best seller no sólo en librerías especializadas, sino también en grandes superficies. Con más de 80.000 ejemplares vendidos, la obra fue contestada por los sectores más conservadores de la Iglesia y se forzó su retirada. Mientras tanto, fue traducida a siete idiomas. Y se podía rastrear en internet. Tras la polémica, Pagola vuelve a las librerías con el primer volumen de una serie sobre los cuatro evangelistas. 'El camino abierto por Jesús. Mateo' (editorial PPC) está elaborado a partir de los comentarios que, durante 32 años, ha ido escribiendo semanalmente. Su objetivo es que cualquier persona interesada en buscar un sentido a su vida pueda conocer el camino abierto por Jesús accediendo a los relatos de los cuatro evangelios. «Sé cuanto bien hace Jesús a quienes se encuentran con él», afirma. Lo entrevista Ane urdangarín en Diario Vasco.

- ¿Este nuevo proyecto supone, como se ha señalado, un impulso a su 'rehabilitación' tras la polémica con su anterior obra? 

- Son dos cosas diferentes. Respecto a mi libro 'Jesús. Aproximación histórica' he recibido estos días una noticia que me ha llenado de alegría. El cardenal Gianfranco Ravasi, renombrado biblista italiano, elegido por el Papa como presidente del Pontificio Consejo de la Cultura, acaba de recomendar mi libro en una revista italiana, pues lo considera un estudio muy valioso para guiar a lectores no iniciados en el conocimiento de la historia de Jesús. Habla literalmente de «il modo piu trasparente per guidare il lettore non tecnico». También me llena de alegría saber que en primavera se publicará en japonés y que está muy adelantada la versión al croata.

- Volvamos a 'El camino abierto por Jesús'. ¿Mantiene el evangelio su fuerza de convicción en la sociedad moderna? 

- El evangelio de Jesús es prácticamente desconocido por la mayoría de la gente. En la conciencia de muchos lo que queda es un mundo confuso de ideas religiosas captadas infantilmente durante la niñez, vividas luego de manera poco consciente y sin fuerza para tomar una decisión sobre la orientación de la propia vida. Incluso bastantes cristianos no sospechan la fuerza sanadora, el estímulo y el potencial de esperanza que se encierra en Jesús para enfrentarse a la aventura de la vida y al misterio de la muerte.

- En la presentación del libro ahonda en la idea de la renovación de la Iglesia, que adolece de «seguidores» de Jesús y en cambio propicia «adeptos a una religión». ¿A qué se debe este fenómeno? 
- Ser cristiano es básicamente «seguir» a Jesucristo, identificándonos con su proyecto de vida más digna y justa para todos, y descubriendo en él a Dios acompañándonos hacia la salvación definitiva. Lo que sucede es que, muchas veces, se vive la religión cristiana de una manera distorsionada que hace olvidar la experiencia del seguimiento a Jesús. Con frecuencia, se inicia a los sacramentos, pero se descuida la iniciación al Evangelio; se alimenta la dimensión doctrinal de la fe, pero se olvida la adhesión vital a Jesús; se inculca la moral sistemática, pero no se enseña a vivir según el estilo de vida de Jesús.

- ¿Y qué propone? 

- Centrar el cristianismo con más verdad y fidelidad en la persona de Jesús, su mensaje y su proyecto de vida. Volver a Jesucristo como el único que justifica la presencia de la Iglesia en el mundo, la única verdad de la que nos está permitido vivir a los cristianos. Esto significa dejarle al Dios, encarnado en Jesús, ser el único Dios de la Iglesia, el Abbá, el Dios amigo de la vida y del ser humano, el Dios de la compasión, que busca la salvación de cada persona por caminos que nosotros ignoramos. Dentro de una Iglesia centrada en Jesús es más posible seguir sus pasos.

- «Nos tenemos miedo unos a otros: la jerarquía endurece su lenguaje, los teólogos perdemos libertad, los pastores prefieren no correr riesgos, los fieles miran con temor el futuro», describe. ¿Qué le pasa a la Iglesia? 
- En la Iglesia actual hay más miedo que libertad, creatividad y confianza en el futuro. Hasta cierto punto es explicable. La Iglesia se enfrenta a retos inéditos y percibe que ya no es suficiente acudir a la tradición del pasado. La gente se aleja de la fe y en la Iglesia no acertamos a traducir el mensaje cristiano a las categorías conceptuales y a la sensibilidad del hombre y la mujer de nuestros días. La Iglesia va perdiendo poder social e influjo cultural y, desde hace muchos siglos, no sabe lo que es vivir en minoría. En este contexto brotan más fácilmente reacciones generadas por el instinto de conservación que por el Espíritu de Jesús: búsqueda de seguridad a todo trance, conservación firme de la tradición, cumplimiento estricto de la normativa, control de la doctrina, autodefensa ante la sociedad moderna percibida como el «gran adversario de la fe». Recientemente el obispo francés, Claude Dagens, que fue secretario de la Conferencia Episcopal Francesa, ha escrito que en algunos sectores de la Iglesia «se hace de la fe una contra-cultura y de la Iglesia una contra-sociedad». En este clima no es fácil anunciar la Buena Noticia de Dios ni comunicar la compasión de Jesús.

-¿Posee la Iglesia el vigor espiritual que necesita para enfrentarse a los retos del momento actual? 
- Estamos viviendo en la Iglesia tensiones y conflictos entre sectores que interpretan el momento actual y entienden la misión de la Iglesia en la sociedad moderna desde sensibilidades y posiciones diferentes. Sería el momento de aunar fuerzas y de buscar juntos, con lucidez y responsabilidad, la «fuerza espiritual» necesaria para enfrentarnos al futuro. Creo que la hemos de buscar en Jesús. Es el único que puede reavivar nuestra fe. La renovación siempre ha brotado en la Iglesia impulsada por generaciones que han vuelto de manera más radical al Evangelio.

- «Si el cristianismo es percibido como asunto del pasado, cada vez interesará menos». ¿Por qué le cuesta tanto a la Iglesia dar pasos para modernizarse? 
- Por lo general, en los inicios de las grandes religiones se observa una gran vitalidad y creatividad. Esto sucede también en los orígenes del cristianismo, cuando todavía está vivo el aliento de Jesús. Sin embargo, más tarde, el deseo de ser fieles a la experiencia fundante lleva con frecuencia a confundir fidelidad con estabilidad e inmovilismo. Es un grave error, pues sin creatividad y encarnación en la cultura de cada época, se corre el peligro de apagarse y languidecer. No se trata de modernizarse, sino de actualizar hoy la experiencia genuina y originaria del cristianismo. Creo que hemos de superar una concepción errónea. La Iglesia no es algo acabado que hemos de ir adaptando mejor o peor a cada época. Es un organismo vivo que ha de estar en génesis permanente, naciendo de Cristo en cada tiempo. Nuestra tarea no es ser fieles a una figura de Iglesia y un estilo de cristianismo desarrollados en otros tiempos y para otra cultura. Lo que nos ha de preocupar es hacer posible hoy el nacimiento humilde de una Iglesia, capaz de actualizar en la sociedad moderna el espíritu y el proyecto de Jesús.

- Los mensajes de la jerarquía no parecen ir por ese camino... 
- Precisamente estoy leyendo la conversación del Papa con el periodista Peter Seewald. El Papa insiste en la necesidad de «definir de nuevo tanto la vocación de la Iglesia como su relación con la modernidad». Afirma que la «religiosidad tiene que regenerarse de nuevo en el contexto de la sociedad moderna para encontrar nuevas formas de expresión y comprensión». Insiste en que «hay que preguntarse siempre qué cosas, aunque hayan sido consideradas como esencialmente cristianas, eran en realidad sólo expresión de una época. Debemos regresar una y otra vez al Evangelio y a las palabras de la fe para ver qué es realmente lo esencial y qué se ha de modificar legítimamente con el cambio de los tiempos». La actitud de la Iglesia ante el mundo moderno cambiaría mucho si obispos, teólogos y pastores fuéramos capaces de interiorizar las líneas de evangelización que nos propone el Papa.

- ¿Qué cosas cambiaría si estuviese en sus manos? 
- La conversión de la Iglesia no es tarea de un teólogo o un obispo, sino un esfuerzo sostenido por las generaciones cristianas a lo largo de décadas. A mi juicio, a los cristianos de hoy se nos pide reaccionar e iniciar la autocorrección, para transmitir a las generaciones venideras la actitud de conversión a Jesús como talante. Naturalmente, poco puedo yo cambiar las cosas, pero quiero contribuir en algunas tareas que considero necesarias y urgentes. Por ejemplo: revisar qué hay de verdad y de mentira en nuestra manera de vivir la fe cristiana, para caminar hacia mayores niveles de autenticidad; recuperar y cuidar mejor nuestra identidad irrenunciable de seguidores de Jesús, viviendo una relación más vital y de mayor calidad con él; centrar a las comunidades cristianas en torno al relato evangélico de Jesús.

- ¿Y qué pasará si no se inicia el camino hacia esa «conversión sin precedentes» de la que habla? 
- Temo que, en algunos sectores, la fe cristiana se pueda diluir en formas religiosas cada vez más decadentes y sectarias, y cada vez más alejadas de lo que es el movimiento inspirado y querido por Jesús.

- ¿Cómo valora el desapego religioso de las nuevas generaciones? 
- Lo que más me preocupa no es que los jóvenes se alejen de la misa dominical, sino que nosotros no seamos capaces de actualizar la celebración de la eucaristía para favorecer su participación viva, consciente y gozosa. Nuestros jóvenes son víctimas de la crisis religiosa, más que responsables. Me duele que no sepamos escuchar sus preguntas más hondas. Nos oyen hablar de preservativos y ellos necesitan al Dios revelado en Jesús. No los estamos educando para vivir la fe en una sociedad secularizada. A veces, al constatar el vacío interior de muchos jóvenes, su desamparo ante el futuro, pienso que, tal vez, serán ellos mismos quienes buscarán a Dios por caminos que nosotros no les sabemos señalar. Dios no ha abandonado a estos jóvenes que abandonan la Iglesia.



domingo, 26 de diciembre de 2010

HAY LA TENTACIÓN DE DECIRLE: ¡VETE Y NO VUELVAS!

Santo y seña de la Teología de la Liberación, el jesuita salvadoreño de origen vasco, Jon Sobrino, sigue siendo una referencia mundial en los que, en la Iglesia, buscan a un Dios encarnado que opta por sus preferidos, los pobres. De paso por Bilbao dice que, "en conjunto, la Iglesia suele distanciarse de Jesús para no molestar". Y también asegura que lo "enoja y avergüenza" la situación del mundo actual, porque "el primer mundo una sigue poniendo el sentido de la historia en la acumulación y en el disfrute que la acumulación permite".Lo entrevista Asteko Elkarrizketa en Gara.

Me cuentan -en broma- que está enfadado con el mundo y también le he escuchado más de una vez que quiere poder vivir sin sentir vergüenza del ser humano... ¿Cuál es la razón? 

A veces siento vergüenza. Por ejemplo, ¿nos interesamos de veras por Haití? Obviamente levantó interés al principio, y ha habido algunas respuestas serias. Pero pasa un tiempo y ya no importa... Otro ejemplo que he contado otras veces: en un partido de fútbol de equipos de elite jugando la Champions, calculé que sobre el terreno de juego, entre 22 jugadores, había dos veces el presupuesto del Chad... Eso a mí me enoja y me avergüenza. Algo muy hondo tiene que cambiar en este mundo...

¿A dónde nos llevan el neoliberalismo y la globalización?

Es tal el desastre que, en buena parte, ha provocado que algunos respondan humanamente: voluntarios, ONG, bastantes iglesias -católicas o protestantes-, otras religiones... Pero creo que el llamado Primer Mundo -una cuarta parte de la humanidad- sigue poniendo el sentido de la historia en la acumulación y en el disfrute que la acumulación permite. La diversión, por ejemplo, es una megaindustria multinacional: el deporte de élite, el turismo...

Ignacio Ellacuría llamó a eso la «civilización del capital», que produce una sociedad gravemente enferma, en trance fatídico y fatal. Y solía decir que la solución es darle la vuelta; por eso fraguó la expresión de que necesitamos una «civilización de la pobreza». Ellacuría era terco en eso: hay que darle la vuelta; el motor de la historia no puede ser acumular sino solucionar las necesidades básicas de 6.500 millones de seres humanos, y el sentido de la historia es la solidaridad con espíritu.

En nuestra sociedad es habitual que grandes compañías realicen «campañas de solidaridad» muy mediáticas con galas benéficas, apadrinamientos, envío de ayuda, etc... ¿Se está desvirtuando el concepto de la solidaridad?

Entiendo la pregunta, pero creo que ocurren las dos cosas. Por un lado, cierto bienestar y cierta afluencia de recursos hace que dar ayuda sea más fácil, y que si uno no tiene el corazón de piedra -como decía el profeta Ezequiel-, se le convierta un poco en corazón de carne y ayude. Creo que parte de esas solidaridades son auténticas.

Ahora bien, esas solidaridades también suelen ser usadas para ocultar la ignominia de la falta de una solidaridad mayor y más fundamental, y no sólo de eso, sino también de la opresión de las grandes potencias a los pequeños países.

¿Tal vez sirven para enmascarar las raíces de los problemas? 

Puede ser usado así, aunque, irónicamente, buena parte de las ONGs son precisamente para decir la verdad -aunque no les hacen mucho caso-, no sólo para ayudar económicamente, sino también para defender los derechos humanos. Lo veo complejo y hay que analizar cada situación. Es claro que el poder somete a todo el mundo, pero cada uno debe empujar el carro de la historia como pueda. Ciertamente, lo que nos ofrecen como soluciones a mí me produce indignación y me da tristeza.

¿Al ciudadano medio del mundo desarrollado le corresponde alguna responsabilidad en la pobreza, la opresión o las guerras que asolan el planeta? 

Objetivamente, sí. ¿Quién declara las grandes guerras? Los gobiernos, movidos por oligarquías, pero elegidos por los ciudadanos. Cuando los gobiernos ofrecen guerra directamente, algunos los eligen y otros no, pero yo no escucho que un gobernante ofrezca vivir peor, bajar, para que otros muchos puedan subir un poco. En ese sentido, objetivamente somos corresponsables. El mundo se divide entre oprimidos y opresores; no hay que darle vueltas...

La Congregación para la Doctrina de la Fe emitió en 2006 una «Notificatio» en la que estima que usted falsea la figura del Jesús histórico al destacar demasiado su humanidad en detrimento de su divinidad. Es el argumento de la vieja herejía...

Lo que yo digo es que en la realidad humana de Jesús de Nazaret se ha hecho presente Dios. Pero me dicen que no acabo de decir de verdad que es Dios, y que hablo de Jesús de Nazaret demasiado en concreto, e incluso que lo convierto en político, y eso, en general, no suele gustar a las autoridades de las curias romanas y, también, diocesanas. Ha ocurrido con varios teólogos; en mi caso empezó en 1976.

En la Notificatio dijeron que dos libros míos contenían afirmaciones erróneas y peligrosas. Antes se los había dado a leer a siete teólogos serios y ninguno me dijo que hubiera problema alguno de posibilidad de herejía... Pienso que Jesús de Nazaret siempre estorba. Dios estorba menos porque es tan intocable, tan impalpable... Pienso que en la Iglesia tenemos una tendencia a distanciarnos de Jesús de Nazaret. No quiere decir que no hablemos de Cristo, pero Cristo es «el ungido», un adjetivo.

Creo que lo más peligroso es ignorar que Jesús no simplemente murió, sino que lo ejecutaron; y lo mataron porque se enfrentó al poder de los sumos sacerdotes e, indirectamente, al poder romano. Evidentemente, Jesús no hizo sólo eso; predicó cosas bellísimas y dificilísimas: las bienaventuranzas, la misericordia con la gente, la oración al Padre... Da gusto ver a Jesús, pero también es cosa seria, y si alguien quiere seguir la vía de Jesús le va a costar... Por eso pienso que, en conjunto, también la Iglesia suele distanciarse de él para que no moleste. Pero, gracias a Dios, hay personas y grupos a quienes Jesús les atrae. Lo he visto en El Salvador, sobre todo entre los pobres y quienes los defienden.

Tras la «Notificatio», usted remitió una carta al general jesuita, Peter Hans Kolvenbach, en la que precisaba que diferentes teólogos no encontraban incompatibilidad con la doctrina de la Iglesia, que la campaña contra usted y la Teología de la Liberación venía de 30 años atrás y que Ratzinger, en su época de cardenal, ya había sacado de contexto reflexiones y expresiones suyas. Deduzco que hay un acoso premeditado contra usted...

No lo llamaría acoso, pero sí predisposición contra mí y varios más. El entonces cardenal Ratzinger [hoy Papa Benedicto XVI], en un artículo en el año 1984-85, me criticaba cinco puntos, pero también criticaba a Gustavo Gutiérrez, Ignacio Ellacuría y Hugo Assmann; los cuatro estábamos en esa corriente que se llamaba Teología de la Liberación. Ratzinger ya estaba en contra de esa corriente. Si algún día me encuentro con él espero que hablemos como amigos...

Por cierto, ya no se oye tanto hablar de la Teología de la Liberación. ¿Acaso ha cambiado algo?

La Teología de la Liberación nace hace unos cincuenta años, en América Latina, un continente de gran pobreza y de fe cristiana. Algo irrumpió allí. Algo hizo explosión. ¿Qué irrumpió? La verdad de los pobres, que era realidad durante siglos. La Iglesia los había visto y les había ayudado de varias formas, pero... cuando algo es tan real y explota, te afecta, te sacude y te anima a hacer algo.

Así comenzó la llamada Teología de la Liberación, que pretendía que los pobres tuviesen vida, justicia y dignidad. Para las Iglesias cristianas, eso era la voluntad central de Dios. Y en ese sentido también «explotó» Dios. Y enseguida hubo dos reacciones. Una, fuera de las iglesias. El vicepresidente de EEUU, [Nelson] Rockefeller, estaba viajando por América Latina en los años setenta y dijo, entre otras cosas: «Si lo que están diciendo los obispos en Medellín [en la Conferencia Episcopal de 1968, donde toma cuerpo eclesial la Teología de la Liberación] se hace realidad, nuestros intereses peligran». Dentro de la Iglesia institucional también hubo una reacción en contra por parte de algunos obispos y cardenales. O sea que nació la Teología de la Liberación y enseguida llegaron enfrentamientos. Todo eso llevó a algo único en la historia de América Latina. Quisieron frenarlo de diversas maneras; una fue matar. Asesinaron a decenas de sacerdotes, religiosos y religiosas, y cuatro obispos. Otros dos se salvaron por error. Y lo que es menos conocido: a miles de laicos, la mayoría pobres.

La Teología de la Liberación desencadenó un modo de vivir basado en la compasión, concretado luego en formas de justicia, basada en el amor a los más pobres. Esto hoy ha bajado en el nivel eclesial y de obispos que defienden esa línea.

Decía monseñor Romero [arzobispo de San Salvador] semanas antes de que lo mataran en 1980 que «un cristiano que se solidariza con la parte opresora no es verdadero cristiano»... 

Evidentemente. Identificarse con la parte opresora quiere decir formar parte de ese grupo de seres humanos que está oprimiendo y quitando la vida a otros, lentamente, a través de la pobreza o de la represión. Esa persona no es cristiana. ¿En qué se parece a Jesús si es todo lo contrario? Y además no es humana. Tenía razón monseñor Romero.

Recientemente, en un congreso de pensadores cristianos, dijo usted -parafraseando al teólogo José María Díez Alegría- que «la Iglesia ha traicionado a Jesús»; «esta Iglesia no es la que Jesús quiso». ¿Hacia dónde está conduciendo a la Iglesia católica su jerarquía? 

No parafraseé sino que cité literalmente a Díez Alegría. Él dijo que, «en conjunto, la Iglesia católica ha traicionado a Jesús», y me parece una reflexión importante. Obviamente, no toda la Iglesia. Yo creo que está diciendo que Jesús de Nazaret molesta, y por eso la Iglesia le traiciona. José Antonio Pagola dice: lo más necesario hoy es «movilizarnos y aunar fuerzas urgentemente para centrar a la Iglesia con más verdad y celeridad en la persona de Jesús y en su proyecto del reino de Dios». Según la fe cristiana, el reino de Dios es la voluntad de Dios sobre este mundo para que haya vida para todos, empezando por los pobres. Y Pagola terminó con estas palabras: «Muchas cosas habrá que hacer en la Iglesia católica, pero ninguna más decisiva que esta conversión».

A mí me encanta que use la palabra conversión: es un cambio radical. No veo nada más importante que volver a ese Jesús porque tendemos a separarnos de él; no siempre, no todos, no de todas maneras, pero...

Dicho con toda sencillez: cuando uno oye hablar a cristianos, cristianas, sacerdotes, obispos y no obispos, qué rara vez se escucha que hablen de Jesús de Nazaret, que cuenten lo que dijo y lo que hizo... Se está perdiendo lo de Jesús; eso es lo que yo quería decir en el congreso. En América Latina se hizo muy presente en don Hélder Cámara, en don Pédro Casaldáliga, en muchos otros... Pero también hay la tentación de decirle, como el gran inquisidor de la novela «Los hermanos Karamázov»: «Vete y no vuelvas...».

Incluso de forma drástica... Recuerdo el eslogan de la extrema derecha y del Ejército en la época de la represión y de la guerra en El Salvador: «Haga patria, mate un cura». ¿Por qué les perseguían de manera tan cruel? 

Nos perseguían no sólo a nosotros, sacerdotes o grupos cristianos, sino sobre todo a los campesinos... Con la Conferencia de Obispos de Medellín de 1968 hubo un gran cambio, una irrupción, y Jesús de Nazaret se hizo presente. Ser cristiano era seguir la vida de ese Jesús, estar con las víctimas, con los pobres; y, para defenderlos, enfrentarse a los poderosos. La oligarquía no toleraba eso, y mucho menos que viniera de gente reconocida de la Iglesia. Los sacerdotes se-ríamos mejores o peores, pero éramos un símbolo importante en el país. Esa Iglesia que que- rían tener de su lado se les fue; entonces asesinaron al primer sacerdote, Rutilio Grande, jesuita, gran amigo, el 12 de marzo de 1977. Se armó un gran revuelo y monseñor Romero tomó una decisión muy importante: lo denunció, dijo que no volvería a estar presente en actos civiles públicos hasta que no se esclareciera el crimen. Y el domingo del entierro ordenó que sólo hubiese una misa única. La gente de dinero, la oligarquía, se fue encorajinando: «Les hemos matado un cura y siguen...». Continuaron matando sacerdotes y repartían panfletos con aquella frase: «Haga patria, mate un cura». En junio, a los jesuitas nos dieron un mes para salir del país o nos mataban a todos... No nos marchamos. Siguieron matando sacerdotes y monjas, y sobre todo campesinos...

En ese contexto llegó la matanza de los seis sacerdotes jesuitas y de las dos mujeres [16-XI-1989] en la Universidad Centro- americana (UCA). Usted era también uno de los objetivos de los militares, pero le salvó encontrarse en Tailandia asistiendo a un congreso. ¿Cómo recuerda aquellos hechos?

De Londres me llamó un amigo, me preguntó si estaba sentado y si tenía un lápiz para escribir. Y comenzó: «Han matado a Ellacuría y a...». Sentía como si me arrancaran la piel a jirones, pero cuando más me enojé es cuando me dijo que habían matado a la cocinera y a su niña. Que maten a Ellacuría, «merecido» lo tenía -como Jesús de Nazaret-. ¡Pero matar a una cocinera y a su hija de quince años...!

Recuerdo también que un tailandés convertido a la religión católica me preguntó si en El Salvador había católicos que mataban a sacerdotes. Entendió bien el horror que entrañaba aquello. En El Salvador matar a sacerdotes suponía romper no ya las reglas del bien, sino del mal. Todo podía ocurrir. Y ocurrió...

¿Ha temido muchas veces por su vida?

Sí y no... Varias veces explotaron bombas en la UCA y en nuestra casa. Estábamos en las listas, Ellacuría el primero, y también los demás. A veces en los periódicos a mí también me destacaban. Pero pensar que nos podía pasar lo que le pasó a Rutilio Grande, al padre Alfonso Navarro, a monseñor Romero... no nos provocaba temor. Nos solían preguntar por qué no nos marchábamos del país y respondíamos que nos daría vergüenza irnos, nos daría vergüenza decir que hay que estar con la gente y luego marcharnos. Yo, además, daba clases de cristología y tenía que contar la vida de Jesús. ¿Con qué cara iba yo a hablar de Jesús si me marchaba? Y no nos íbamos, sobre todo, porque nos sentíamos parte de algo mayor, todo un pueblo al que queríamos y que nos quería... Para mí fue un don haber ido a El Salvador. Estoy agradecido de por vida.

Vive allá desde hace más de medio siglo. Han cambiado mucho algunas cosas en El Salvador, pero la pobreza continúa, la situación incluso se ha agravado con la delincuencia y la violencia de las bandas juveniles... 

El Salvador, como está pasando con Haití, desapareció de las noticias. Se firmaron los tratados de paz y algo importante ocurrió: dos ejércitos convinieron no seguir luchando militarmente. Y es muy bueno. Además, en los acuerdos de paz se decidió investigar las violaciones de derechos humanos graves de ambas partes. Naciones Unidas hizo un estudio bastante serio sobre ello. ¿Pero qué pasó? Antes de que saliese el informe de Naciones Unidas, el presidente Cristiani concedió amnistía a los que aparecían en él. Una amnistía así no es un acto de reconciliación, de humanización; sirvió sobre todo para que no tocara a la parte gubernamental. Todavía nadie ha sido juzgado por el asesinato de monseñor Romero -tampoco lo ha canonizado el Vaticano-...

Por la premura de tiempo, los acuerdos tampoco trataron suficientemente la economía, y eso se sigue notando. No digo que con buenos acuerdos sobre los modos de producción, la legislación laboral, etc... hubiese cambiado mucho. No soy muy optimista pero, al no hacer nada, la injusta situación económica sigue sin visos de solución.

Y han ocurrido otras dos cosas negativas importantes: muchos salvadoreños -de dos a tres millones- van a Estados Unidos a buscar trabajo, lo que trae infinidad de problemas humanos, divisiones de familias, etc... El otro problema es la violencia de las pandillas, que han generado un tipo de vida en el que los jóvenes encuentran un sentido de identidad, estando dispuestos a matar y ser matados. Y hay que añadir las mafias, el narcotráfico, los secuestros... A veces me pregunto, trágicamente, por qué en El Salvador, y en países semejantes, no se han decidido a un suicidio colectivo. Para muchísima gente aquello no es vivir. Pero en el pueblo existe una fuerza mayor para seguir adelante y enfrentar los problemas más difíciles. Esa fuerza se expresa en el empeño por sobrevivir, por los intentos de organización. Y es alimentada por mucha gente buena, los mártires con monseñor Romero a la cabeza. Aquí creo que esto es difícil de comprender.

Me sorprende el poco acento salvadoreño que tiene... ¿En El Salvador le siguen conociendo como vasco?

Es cierto, no he cambiado el acento. En cuanto a lo de vasco, creo que no he perdido mis orígenes... Pero tampoco es un absoluto... Tampoco es que me sienta salvadoreño, aunque es lo que más me siento. Creo que lo que me ha ocurrido en El Salvador es una mayor apertura a todo lo que sea humano, más allá de lugares...

Descarta volver a Euskal Herria para quedarse... 

Lo normal es que no vuelva para quedarme; si vengo tendré que pensar qué hacer para poder ayudar aquí. Me encantaría cooperar, hacer el bien, pero no tengo ninguna receta. El cambio sería muy grande. En El Salvador están los pobres que no dan la vida por supuesta y tienen a casi todos los poderes del mundo en contra. Aquí, en Europa, la vida se da por supuesta, y con mucho poder a su favor. Si se me permite decirlo metafísicamente: los pobres son «los que no son reales». Aquí pensamos que lo real somos nosotros. Estar en El Salvador significa cooperar a que todos vivamos, y la utopía de hacerlo como hermanos y hermanas. Aquí lo tendría que repensar, aunque veo personas y cosas buenas a las que me podría apuntar.



viernes, 24 de diciembre de 2010

NAVIDAD DEL AÑO 2010

Juan de Dios Regordan

¿Dónde ha estado Dios en 2010?, me decía una persona por Internet. No se trata de convencer a nadie. El respeto a la libertad es fundamental en todo diálogo humano. ¿Quién no ha soñado ante un recién nacido? ¿Qué llegará a ser de mayor? Todo es posible para una vida que empieza. El mundo y el futuro le van a pertenecer; ya le pertenecen. Su mañana está por hacer. En lo sencillo, en lo pequeño, en lo humilde, en un Niño indefenso, en Alguien entrañable, se hace presente Dios.

El Niño, que su madre cubre entre pañales, al calor del suave respirar de animales, en un establo de las afueras, rodeado de pobres, es Alguien capaz de hacer saltar por los aires los esquemas de los prepotentes y avaros que se fabrican dioses domesticables. Es radical frente al funcionamiento del templo y también radical en su solidaridad con el pueblo sencillo en su conflicto con “el poder” y así se ganará a pulso su condena a muerte de cruz, el suplicio de los esclavos.

El Niño que nace en Belén es raíz, es despojo de su gloria divina en la Encarnación hasta la Muerte en Cruz. En su corta vida humana se enfrenta a la cruda realidad de una existencia cargada del peso de la maldad de la injusticia y el desprecio de los falsos profetas instalados en el poder. Con el triunfo de la Pascua se convierte en Cristo, cuando es restablecido por el Padre en el esplendor de la divinidad y es celebrado Señor por todos los seres humanos y por el Cosmos. Dios exalta a su Hijo confiándole un “nombre glorioso” que en el lenguaje bíblico indica a la persona misma y su divinidad.

En la Navidad del 2010, Cristo lleva todavía los signos de la Pasión de su verdadera humanidad. Para los cristianos, en el ámbito de la fe, Navidad deja de ser el sueño de unas fiestas. Es algo profundo y misterioso. Dios se viene a vivir entre nosotros. Ha llegado el momento en que Dios habla y actúa desde dentro, desde la naturaleza humana encarnada en lo divino para experimentar la unión de lo divino y lo humano. En el Nacimiento conoce las alegrías y las tristezas de la humanidad para transformarla haciéndola renacer a su imagen.

Dios se encarna en la humanidad para que el ser humano pueda ser libre, haciéndole participe de la divinidad. El Dios de la Navidad es Padre-Madre y nos invita e inspira a vivir en plenitud. Nos alienta a luchar por la justicia, la solidaridad, la paz. Nos nutre y educa y jamás nos abandona aunque nosotros nos olvidemos de Él. Los cristianos de ahora estamos llamados al compromiso de “bajar de la cruz a los crucificados actuales”, víctimas de quiénes generan lógicas perversas que configuran el mundo de forma tan hiriente y terriblemente tan desigual.

Navidad es una llamada al compromiso sociopolítico comprendido y realizado desde la opción de los pobres. Navidad es la hora de la fe en el porvenir y la confianza en el presente: de creer en la utopía y vivir intensamente la entrega personal. Es la hora de de la solidaridad, de compartir, de amar. El Niño de Belén, convertido en Cristo en su Resurrección, en el esplendor de la divinidad, abiertas las puertas de la Esperanza, se revela cercano a nosotros en el sufrimiento, en la muerte y llamándonos a participar y gozar de su eternidad gloriosa. Anunciar hoy a Dios es defender la libertad del ser humano, vivir la solidaridad, ser voz de los sin voz. 



jueves, 23 de diciembre de 2010

EL CAMBIO RELIGIOSO COMO OPORTUNIDAD PARA EL DESPERTAR ESPIRITUAL

Enrique Martínez Lozano

(El presente texto es una trascripción de la charla, a partir de una grabación de la misma. De ahí, su carácter coloquial).


Estoy aquí con mucho gusto. Gracias a todos, a Profesionales Cristianos (PX), de donde surgió la invitación, y a la parroquia de “San Estanislao de Kostka”, que nos acoge. Es un placer, estoy con mucho gusto a pesar de que, debido a una hernia discal, haya venido arrastrando la pierna izquierda.

Como veis por el título, quiero compartir con vosotros y vosotras, del modo más sintético posible, cómo acercarnos al cambio religioso, que -según los expertos- es el mayor que ha experimentado la humanidad desde que tenemos memoria; cómo acercarnos a él y comprenderlo como oportunidad para el despertar espiritual.

Dos anotaciones previas: una, la importancia de ver todo lo que nos ocurre como una oportunidad para algo, para algo mejor (la ciática mía también); todo lo que ocurre es una oportunidad para algo, y en el mundo religioso hablar de oportunidad es hablar de los signos de los tiempos, hablar de algún movimiento del Espíritu que nos conduce a algún lugar. ¿Qué nos quiere decir el Espíritu con este cambio religioso? ¿Quejarnos del “laicismo que nos invade”, como dicen algunos, del “laicismo agresivo” que dicen otros, del “relativismo” que constituye “nuestro mayor enemigo”? Eso son mecanismos de defensa baratos, eso no es oír al Espíritu, No, no quejarnos de nada, abandonar definitivamente cualquier actitud victimista, y ver que esto es una oportunidad. Dicen los expertos que hay preguntas que sanan y preguntas que enferman. Una pregunta que enferma es decirse: ¿por qué me pasa esto a mí?, ¿por qué me tiene que ocurrir?, ¿por qué me han hecho esto? Eso enferma. La pregunta que sana es decirse: ¿qué puedo aprender yo de esto?, ¿cómo puedo vivir esto constructivamente? De modo que la pregunta no es por qué está sucediendo el cambo religioso sino qué puedo aprender de él; en términos religiosos sería decir, ¿qué me (nos) está diciendo el Espíritu en medio de este cambio o por medio de este cambio?

La segunda anotación es que –como me gusta hablar mucho y a veces me extiendo-, cuando PX me planteó esta charla, yo quise ceñirme sólo a lo que es el cambio religioso, pero ellos –con buen criterio- me sugirieron dar un pasito más y ver también la perspectiva espiritual amplia que se nos abre. De modo que he intentado hacer una síntesis de ambas cosas.

Porque no se puede hablar de la perspectiva espiritual sin ver el momento de cambio en el que estamos; y, a la inversa: no se debe quedar uno sólo en hablar del cambio sin apuntar a la perspectiva espiritual nueva que se nos abre con él. Al hacer esta síntesis, ganamos en amplitud pero perdemos en profundidad, de modo que como la visión va a ser panorámica, eso me impide entrar en detalles. Y me veré obligado a hacer afirmaciones, sin tener el tiempo suficiente para exponer sus fundamentos. Por eso, me veo obligado a remitir a tres libros, en los que se recoge y expone, con amplitud y profundidad, lo que aquí será simplemente enunciado: “¿Que Dios y que salvación? Claves para entender el cambio religioso”; “La botella en el océano. De la intolerancia religiosa a la liberación espiritual”; y “Recuperar a Jesús. Una mirada transpersonal”, porque con el cambio religioso cambia todo, nuestra manera de orar, nuestra forma de entender el credo, y también nuestro acercamiento a Jesús; de ahí ese tercer libro.

Los puntos que voy a abordar son los siguientes: estamos ante un cambio de época, y dentro de ella, ante un cambio religioso que no conoce precedentes. Nos vamos a hacer dos preguntas: ¿a qué se debe y en qué consiste ese cambio?; estamos viendo que es de mucha envergadura, pero ¿cuál es su núcleo? Daremos luego un pasito más preguntándonos qué tiene qué ver el cambio religioso con la espiritualidad. El cambio religioso abre un horizonte espiritual, pero veremos que aunque ambas cosas no tienen por qué estar reñidas, tampoco están identificadas. Luego nos plantearemos, casi al final, el despertar espiritual como una forma de experimentar la dimensión profunda de lo real, absolutamente de todo lo real; esa dimensión profunda de lo real, cuando accedemos a ella, nos hace ver todo el conjunto desde una dimensión no-dual, es decir, todo lo contrario al dualismo. Y, final, terminaremos afirmando y abriéndonos a vivir la espiritualidad como un paso decisivo desde la ignorancia, es decir, de la inconsciencia, a la liberación. Yo creo que no hay liberación si no empezamos por ahí; me refiero a liberaciones por las que también hay que luchar, la social, económica, política, etc., pero que aquí está la base.

Y me ha gustado traer aquí, al inicio, una cita de un místico egipcio del siglo IX, para tocar tierra y ser muy humildes. Du Al Nun dice: “Sea lo que sea lo que os imagináis, Dios es justo contrario”. Pero si os imagináis lo contrario, sigue siendo lo contrario, de modo que nos os hagáis muchas ilusiones. Dicho en un lenguaje más nuestro sería afirmar que “Dios no cabe en tu cabeza”, y los eclesiásticos –y muchos que no los son, también- somos muy aficionados a querer meter a Dios en la cabeza, y luego pasa lo que pasa.

1. Un cambio de época

Vamos ya con el primer punto, el cambio de época. Es ya un tópico decir que no estamos en un época de cambios –por más que los cambios hoy sean constantes-, sino, más bien, en un cambio de época. El gran estudioso alemán Karl Jaspers hablaba del “nuevo tiempo axial”, como si la historia se abriera por una bisagra en dos mitades; según él, ha habido tres épocas axiales: el paso del Paleolítico al Neolítico; la que ocurrió en torno al siglo VI antes de Cristo, y el momento presente: realmente es un cambio de envergadura. Otro gran sabio, uno de los mayores del siglo XX, a mi entender, un compatriota nuestro, Raimon Pannikar, hablaba de una gran “mutación cultural” que conmueve los pilares de la misma civilización. Algunos comparan este cambio, en el que estamos inmersos y por eso no lo apreciamos del todo, con los cambios en el Neolítico, que revolucionaron la historia de nuestra especie. Y en lo que cada vez coinciden más los expertos es en afirmar que estamos en la infancia de la humanidad, somos como bebés chiquitos moviéndonos en este mundo. Personalmente, cuando me desespero por determinados acontecimientos, me digo a mí mismo: tranquilo, Enrique, porque somos como primates, colectivamente hablando –yo el primero-; como monos chiquitos, capaces de hacer muchas tonterías. Hay un científico que dice que si dentro de 5000 millones de años, que es el tiempo que se le da de vida al sol, y por tanto a la tierra, que si dentro de ese tiempo existiera todavía la humanidad, quienes vivieran entonces nos verían a nosotros, como nosotros vemos hoy a las bacterias; esto nos viene muy bien para atemperar nuestro orgullo.

¿A qué se debe este cambio sin precedentes? En primer lugar a un hecho bien simple: somos seres situados. Yo veo lo que está delante de mí, pero aunque oigo ruidos, no veo lo que está detrás de mí; vosotros, al contrario, me veis a mí y lo que está detrás de mí, pero no veis la pared en que os apoyáis. Estar situados significa que sólo podemos conocer de una forma relativa, por más que la palabra concite suspicacias a no pocos; con otras palabras: eso significa que la relatividad es el único modo humano de conocer. Relatividad significa relación: estar situados en relación a un tiempo y a un espacio; no hay nadie que no esté situado en un tiempo y un espacio y desde ahí nuestra visión de la realidad será una perspectiva; de ahí que sólo podamos conocer perspectivas, nunca la Verdad. ¿Os acordáis del verso de Machado?: “¿Tu verdad? No, la verdad. Y ven conmigo a buscarla; la tuya, guárdatela”. Sólo podemos conocer perspectivas, la relatividad es el modo humano de conocer; nos pongamos como nos pongamos, seamos religiosos o ateos, curas o laicos, sólo hay una forma humana de conocer, porque somos seres relativos: en relación a un tiempo y un espacio.

Reconocer que la relatividad es el modo humano de conocer nos libera de dos extremos igualmente peligrosos. Uno es el relativismo nihilista, que conduce al suicidio colectivo de la humanidad; el relativismo puede ser de conocimiento o de comportamiento: lo que se llama en filosofía “relativismo gnoseológico”, que dice que todas las verdades son iguales; y el “relativismo ético”, para el que todos los valores son iguales de buenos y de malos, y eso conduce al nihilismo, porque si todo vale lo mismo, nada vale nada; y una vez instalados en ese nihilismo ¿dónde acabamos? En el suicidio. Yo comprendo que Benedicto XVI se preocupe por ese nihilismo y lo denuncie; lo que sucede es que me temo que, detrás de esas protestas u otras similares, a veces puede esconderse el extremo contrario, es decir, el absolutismo dogmático: la creencia de que nosotros tenemos la verdad. Cuando eso ocurre, la denuncia del primero no es creíble, e incluso provoca el efecto contrario al buscado.

No sé cual de los dos extremos es más pernicioso, porque si el primero conduce al suicidio, el segundo conduce a la descalificación –y en ocasiones a la eliminación- del otro; porque si yo tengo la verdad absoluta, el que no comulgue conmigo tiene que ir a la hoguera. Todas las religiones que han conocido el fanatismo han caído en la trampa de pensar que ellas tenían la verdad absoluta; y todavía perdura esa actitud, que se basa en un error elemental, típicamente egoico: confundir la verdad con la doctrina. La verdad nunca la podremos tener porque en nuestra mente no cabe; lo que tenemos son doctrinas y creencias ¿Qué es una doctrina? Un mapa, pero el mapa no es el territorio. La doctrina, el credo, los dogmas son sólo mapas que apuntan a la verdad. Pero no son la verdad.

En segundo lugar, el cambio actual se debe a la evolución de la conciencia. Sabemos que la conciencia, entendida como capacidad de ver y comprender, como cualquier otra realidad, evoluciona. Estoy convencido de que el pensador que más ha influido en nuestra cultura occidental probablemente haya sido Darwin; más que Freud, Marx o incluso Nietzche. Porque nos hizo caer en la cuenta de que todo es evolución y que, dentro de ella, la conciencia también está cambiando continuamente. Y ¿qué ocurre cuando cambia la conciencia? Que vemos las cosas de manera diferente a como las veíamos.

Entendemos por conciencia la capacidad de percepción de lo que es. En rigor deberíamos llamarla “consciencia” para no confundirla con la conciencia moral; lo que ocurre es que como se pronuncia más fácil ya se ha hecho habitual llamarla conciencia también en castellano. Esta consciencia o conciencia evoluciona; el gran filósofo contemporáneo Jürgen Habermas, lo dice muy bien: “Nuestra consciencia no es una cualidad innata sino que es el resultado de un proceso evolutivo”. Eso significa que nuestros antepasados que vivían en cuevas no podían ver el mundo como nosotros, es decir, la conciencia ha evolucionado. A nivel individual pasa igual: un niñito de 3 años no puede ver el mundo como lo veo yo; la conciencia evoluciona.

En definitiva, el cambio consiste en que estamos dentro de un cambio de paradigma. Para abordar ya la cuestión del cambio de paradigma, quiero comenzar con la frase de una catalana afincada en Francia –Anaïs Nin-, según la cual, “nunca vemos las cosas como son sino como somos”. Es lo que decía también Campoamor con aquello de que “el mundo es del color del cristal con que se mira”. Vemos las cosas como somos y desde donde estamos situados.

Pero esto nos lleva aún más lejos: a reconocer que no nacemos con la mente en blanco, como creía mi profesora de parvulitos, que decía que nuestra mente era como una página en blanco sobre la que empezar a escribir; eso no es cierto, porque nacemos en un contexto cultural determinado.

Lo cual significa que siempre que vemos la realidad la vemos a través de un filtro; es una arrogancia decir que “yo veo las cosas como son”. El ser humano sólo puede ver a través de una mediación o filtro. Ese filtro es un paradigma. Y como es una palabra con la que hay que familiarizarse, voy a emplear otros términos con los que se lo puede comparar.

Un paradigma es un filtro, unas gafas, unas lentes, un marco –como las anteojeras del burro-, que te permiten ver unas cosas y te impiden ver otras. Y es también un lenguaje cultural, un idioma cultural. Igual que el que nace hoy en Madrid, nace dentro de un idioma lingüístico -el castellano-, del mismo modo, nace también en un “idioma cultural”.

La definición académica de paradigma puede ser la siguiente: “Un paradigma es toda una constelación de ideas, creencias, presupuestos, valores, hábitos, normas de comportamientos… que constituyen un marco a través del cual vemos la realidad”. Siempre nacemos dentro de un idioma lingüístico y de un idioma cultural, y por eso un niño que nace en Afganistán o en Iraq no puede hablar el mismo idioma ni puede ver el mundo como un niño nacido en Madrid; lo mismo que el ser humano que vivía hace 3000 años no podía entender el mundo como lo percibe alguien que vive hoy.

Siempre hablamos, lo hacemos dentro de un marco lingüístico: aunque uno no conozca la gramática de su lengua, no puede hablar sin ese idioma. Sólo podemos decir una palabra dentro de un idioma. Del mismo modo, siempre que pensamos, lo hacemos dentro de un paradigma determinado; y eso es una llamada permanente a la humildad. Porque cuando uno dice “yo tengo razón”, hay que precisar, “tú tienes razón dentro de tu idioma”. Es como si un chino y un español, sin conocer ninguno el idioma del otro, discutieran para ver qué lengua era mejor, si el español o el chino: sería absurdo, porque los idiomas no se pueden comparar, como los paradigmas tampoco se pueden comparar; y no es cuestión de tener razón o no, sino de conocer el marco de cada uno y a partir de ahí, como decía Machado, comenzar a dialogar.

Hemos visto a qué se debe el cambio: como somos seres situados, la evolución de la conciencia hace que se modifique el marco o paradigma a través del cual vemos la realidad. El cambio consiste precisamente en que, debido a ello, vemos la realidad de uno diferente al que la veíamos con anterioridad.

Y ¿en qué consiste este cambio? Sobre todo, en que hemos pasado en poco tiempo por tres paradigmas diferentes. Un cambio de paradigma es como si se cambia uno las gafas: pasará un tiempo con dificultad para adaptarse. Pero imaginaos que además de las gafas me cambian el ojo, y además de cambiar el ojo me cambian la cabeza… El cambio es radical. Pues el cambio en el que estamos actualmente abarca esas tres dimensiones: las gafas, el ojo y la cabeza. Porque no sólo estamos en un cambio de paradigma –de la premodernodad a la modernidad y a la postmodernidad-, sino que estamos también en un cambio de nivel de conciencia –del estadio racional al transpersonal-; y estamos cambiando también el modo de conocer, pasando del modelo de conocer dualista, en el que la mente rige por encima de todo, a un modelo no-dual de cognición… El cambio es realmente espectacular. Pero aquí vamos a centrarnos exclusivamente en el cambio de paradigmas, así que nos aproximamos a conocer-comprender cada uno de ellos, para poder entender el cambio que se ha operado.

1. El paradigma premoderno

El paradigma premoderno tenía muy claro que la tierra era una realidad intermedia entre el cielo, morada de los dioses, y el abismo, morada de las fuerzas malignas. Yo he vivido los tres paradigmas y me siento cómodo hablando de cualquiera de ellos; mi abuela, que vivió en el primer paradigma (premoderno), decía, cuando iba a rezar, que había que mirar al cielo; pero al cielo físico de verdad, porque creía en un Dios que habitaba por encima de bóveda celeste; y cuando dentro de poco, en el Adviento, leamos a Isaías, veremos que dice “Ojalá rasgases el cielo y bajases”. ¿Qué camino le quedaba a Dios para entrar en comunicación con nosotros? Pues romper el cielo. También se “rasga el cielo” cuando se bautiza Jesús, lo que en este paradigma significa que Dios entra en comunicación con los humanos. Hoy nosotros podemos entender que nos cuentan un cuento, porque el cielo no se rasga; hoy los niños de catequesis no se conforman como nosotros con cualquier respuesta; una pequeña de 7 años me comenta que su profesora de catequesis le ha dicho que Dios está en el cielo. “Claro, donde debe de estar”, le digo; “Ya, ya, -continúa ella- pero exactamente ¿en qué lugar del cielo?”.

¿Cuáles son las características del paradigma premoderno?

· Primero, el ver la realidad dividida en tres planos, incluso físicamente.

· La tierra se veía como algo no autónomo; todo lo que en ella sucedía era por influjos celestiales o infernales; si me sucedía algo bueno, venía de Dios, salvo que te hubieras portado mal y te venía un castigo (por ejemplo, las enfermedades eran consideradas como castigo por un pecado cometido); o las cosas malas venían por influencia del inframundo, del mal que habitaba en el mar -ambas palabras eran sinónimos- donde estaban los dragones, los demonios, etc. Y sabéis que en los evangelios abundan mucho los demonios y los exorcismos: no hay que extrañarse porque los evangelios se escriben en ese paradigma. Y si no los traducimos hoy, les hacemos decir tonterías, igual que si yo hablase en chino a un público que habla sólo castellano.

· El ser humano vive pendiente de fuerzas externas a él, tampoco es autónomo; insisto en ello porque -ya lo estáis adivinando- la autonomía será la característica de la modernidad y ahí se producirá un choque brutal.

· Otra característica es la concepción objetivante de Dios; siempre que pensamos a Dios lo convertimos en un objeto porque la mente delimita. Y, en este modelo, Dios era un ser separado, distante e intervencionista; y las tres son palabras peligrosas. Ningún chico joven hoy puede creer en este Dios. En este paradigma premoderno, Dios estaba separado y lejos, incluso físicamente. Por eso la piedad popular tuvo que recurrir tanto a la Virgen María y a los santos, porque necesitaba a alguien más cercano y de andar por casa. Y esta idea de lejanía hizo mucho daño, al igual que hizo mucho daño el dualismo religioso y la idea del intervencionismo divino. Un dualismo religioso que nos hacía ver a Dios por un lado y al ser humano por otro: lo sagrado y lo profano, lo celeste y lo terrestre, lo espiritual y lo material, el alma y el cuerpo y todos los dualismos que queráis imaginar. Y, luego, el intervencionismo divino que presenta a Dios como un ser que desde fuera maneja los hilos de la humanidad.

· ¿Cómo se ve a Dios en este paradigma? Dios es el que hace, el que hace todo; la característica de Dios es la omnipotencia. Esta visión, este paradigma se corresponde con una religión mítica. “Mítico” no significa falso: describe un determinado nivel de conciencia; es un periodo de la historia de la humanidad (y una etapa por la que pasa el niño entre los 3 y los 7 años); un nivel de conciencia más “estrecho” que el racional, en el que se toman al pie de la letra determinadas explicaciones legendarias; la religión, así explicada todavía en algunos catecismos, es una religión que no puede conectar con los chicos de hoy.

1. 2. El paradigma moderno

¿Por qué se produce un cambio de paradigma? Por el mismo motivo por el que alguien cambia sus gafas: porque las que está usando ya no le permiten ver bien.

Cuando surgen preguntas para las que el paradigma no tiene respuestas, se impone un cambio. Esto pasó en la física, con el cambio de la física de Newton a la física cuántica; se cambió porque empezaron a comprobarse cosas a nivel subatómico para las que la física newtoniana no tenía respuestas.

En el terreno religioso pasó lo mismo. Y ¿para qué no tenía respuestas el paradigma religioso anterior? Para la autonomía del mundo natural o físico. Ponemos un ejemplo: Santo Tomás de Aquino, una de las más brillantes inteligencias católicas, decía, sobre el movimiento de los astros, que cada astro se movía porque era empujado por un ángel; no, no hay que reírse: tal afirmación, en aquel “idioma cultural” (paradigma premoderno, caracterizado por la heteronomía) era totalmente coherente. Vienen Copérnico y Galileo y dicen que no, que la tierra no es el centro, que los astros se mueven de forma rotatoria alrededor del sol, que existen unas leyes físicas que gobiernan el movimiento. Entonces, si el mundo es autónomo, ¿qué hace Dios? El paradigma anterior se empieza a quedar sin respuestas; había que buscar uno nuevo, así nace el paradigma moderno.

Esa autonomía comienza a reconocerse en el mundo físico de las leyes naturales, pero sigue en el mundo de la política, en el mundo de la econopmía, en el mundo de la psicología y hasta en el mundo de la moral. La Revolución francesa fue otro momento muy importante; porque en el paradigma premoderno se decía: “existen pobres porque es la voluntad de Dios”, mientras que en el paradigma moderno se dice que existen pobres porque hay una ley de mercado y un modelo neoliberal que los crea, no porque haya algo predeterminado.

¿Cuando aparece el paradigma moderno? A partir del Renacimiento. Aunque un paradigma no tiene fecha de nacimiento, si queréis una, diremos que a partir de 1492, por lo que supuso de ampliación del horizonte de la humanidad. Y empieza porque la “heteronomía” –recordad que constituía un elemento central del paradigma anterior- empieza a hacer crisis. Entra en crisis la idea de un ente exterior o Dios que cambia la historia, y se descubre la autonomía de lo real. Y se empieza a vivir un proceso creciente de secularización, por el que cada uno de los ámbitos de la realidad se va independizando de la tutela de la Iglesia, que hasta ese momento gobernaba todo; nada se movía sin que ella lo autorizase. El papa podía desde asignar los nuevos territorios descubiertos a un rey u otro, según su voluntad, hasta decir, por ejemplo, que la tierra era el centro del universo; la Iglesia controlaba todo. A partir de Copérnico y Galileo, como ha quedado dicho, comienza un proceso creciente de secularización, de independencia de esa tutela en el que todavía estamos. ¿Sabéis cual es el último paso? El de la ética o la moral. La jerarquía eclesiástica se resiste mucho a reconocer la autonomía de la ética o la moral porque es el último bastión sobre el que cree tener autoridad.

En definitiva, las dos palabras claves del paradigma moderno son la autonomía y la racionalidad.

Esas palabras llegan hasta hoy. El mundo es autónomo, funciona por sí mismo; hay una anécdota de Napoleón con un físico notable, Laplace, al que pidió que elaborara un esquema del funcionamiento del universo; el científico lo hizo; al presentarlo, Napoleón le preguntó dónde quedaba Dios en ese esquema. Laplace le respondió: “Señor, yo no necesito esa hipótesis”.

El mundo es autónomo; Dios no es “necesario” para explicar su funcionamiento. Para los creyentes, que ya han salido del paradigma anterior, esto constituye la maravilla de la creación: un mundo capaz de funcionar por sí mismo.

Y la otra palabra es la racionalidad; este paradigma hace culmen en la Ilustración y eran los ilustrados los que decían que la razón salvaría al mundo: salimos de la oscuridad de las cavernas y llegamos a la luz de la razón; hasta el punto de entronizar en una estatua a la “diosa Razón”. Pero, sobre todo, la modernidad renunció a sentirse como un juguete de la divinidad. La autonomía y la racionalidad, recién conquistadas, impedían ver a Dios como un Ser intervencionista.

Y dentro de esa racionalidad y autonomía, ¿quién era el rey de la escena moderna? El Yo, el ego –por eso nuestra cultura moderna está tan impregnada de individualismo y de egocentrismo todavía hoy-, un yo racional y autónomo.

Y ¿cómo queda Dios en este paradigma de la modernidad? Empieza a concebirse no como algo separado sino como la Dimensión de Profundidad de lo real –por decirlo con palabras del gran teólogo Paul Tillich-, como el fundamento de todo lo que es: recuperando la frase de san Agustín, “Dios es más íntimo que mi propia intimidad”. Es un cambio de lenguaje, pero es que un cambio de paradigma implica un cambio de lenguaje. Y entonces se pasa de ver la trascendencia como distancia a percibir la trascendencia como intimidad.

La fe entonces tiene que empezar a dialogar con la cultura de su tiempo, sobre todo con la racionalidad y la autonomía; en la Iglesia todavía nos queda mucha tarea en este campo, todavía tenemos que avanzar mucho en ser capaces de dialogar con la modernidad. No quiero crear polémica, pero en mi opinión, la mayor carencia de los llamados “nuevos movimientos eclesiales” consiste precisamente en que no terminan de hacer el diálogo con la cultura de la modernidad.

En este paradigma moderno se ve a Dios, no ya como el que hace, sino como el que hace ser, y la religión ya no es la religión mítica de creencia en un Dios separado, es una religión personalista.

En palabras de Kart Rahner, “Dios obra el mundo, no obra en el mundo”; es el cambio de lenguaje, de la premodernidad a la modernidad. Dios obra el mundo, está haciendo que todo sea, tú y yo, es el Dinamismo que hace ser, pero no obra en el mundo, no es “alguien”, paralelo a nosotros, que actúa; eso sería un mago, pero no Dios. Un teólogo nuestro, para mi uno de los mejores, Andrés Torres Queiruga, lo dice de una forma más gráfica: “Dios no es nunca una presencia paralela, sino una presencia perpendicular”. Una presencia paralela sería que estamos nosotros, yo, tú, el otro, y allá a lo lejos, grandote, Dios. Y cuando ya no podemos algo, vamos al grandote y le decimos, “oye, sácame las castañas del fuego”. Eso es una presencia paralela, ese es el dios mítico. Y una presencia perpendicular significa que está con nosotros, como en la raíz, haciéndonos ser; así se expresa el creyentes en el paradigma de la modernidad.

Creyentes y no creyentes, que comparten este paradigma, ya no ven la realidad dividida en tres niveles; la realidad es una. La diferencia radica en el hecho de que los primeros la perciben como una realidad “abierta” –hay “más” realidad que aquélla que podemos ver y palpar-, mientras que los segundos la perciben como “cerrada”, limitada o reducida a lo tangible.

1. 3. El paradigma postmoderno

Vamos al nacimiento del paradigma postmoderno ¿Cuándo nace? Todavía está naciendo, estamos asistiendo al parto; pero podemos poner dos fechas. Una es mayo del 68 –acordaos de la frase que lo simboliza: “la imaginación al poder”-, una revuelta contra la razón; y la otra es la crisis del 73, la primera gran crisis energética, vivida como auténtica amenaza.

¿Por qué surge el paradigma de la postmodernidad? Surge por agotamiento del anterior, porque las gafas ya no permitían ver la realidad, sino que todo lo confundían; surge porque la modernidad y la ilustración nos habían prometido el cielo en la tierra, ya que la razón nos iba a librar de todos nuestros males, y ocurre que el siglo XX ha sido, según muchos historiadores, el siglo más cruel en la historia de la humanidad, con las dos guerras mundiales, el nazismo, el estalinismo… ¿Este era el paraíso al que nos iba a conducir la razón?

La promesa fallida, el desengaño, produce el agotamiento del paradigma que lo había producido, y surge uno nuevo. El hecho de que el paraíso prometido y soñado se convirtiera, en realidad, en un infierno, nos hace descubrir dos cosas: que el Yo puede ser muy inhumano –a la vista está- y que la razón promete mucho pero da poco. Nace el desengaño de la razón –que no es negarla, porque caeríamos en algo peor, la irracionalidad- pero nos hacemos conscientes de que no posee todas las respuestas, a la vez que descubrimos las trampas adonde conduce un modelo centrado en el yo. Esto significa también el agotamiento del modelo dual de conocimiento, del modelo mental; pero no podemos entrar en ello ahora.

Con todo, el agotamiento del paradigma moderno no significa, como decía antes, la negación de la razón. Si la modernidad nos ha aportado algo valiosísimo, a lo que ya nunca podremos renunciar, es precisamente la “razón crítica”. Pero, reconociéndola como irrenunciable, si no queremos volver a la irracionalidad, la razón también necesita –reclama- ser trascendida.

¿Cuáles son las características del paradigma de la postmodernidad en el que ya estamos, en el que vivimos -en el que vuestros hijos están ya-, aunque conservemos muchas secuelas del anterior paradigma? Son dos: La primera es –perdonad el palabro- la deconstrucción del yo. Significa reconocer que el yo no existe, es una entelequia, una ficción, producida por la propia identificación con la mente. “Ese yo, que tanto nos hace sufrir…, y que no existe”, como decía Tony de Mello. El yo o el ego no es otra cosa que la mente apropiándose de sus propios contenidos mentales. El yo es creado por la mente, alimentado por el pensamiento y sostenido por la memoria. Quitad la mente, el pensamiento y la memoria y decidme dónde está vuestro yo. El yo es una inflación de la nada, una inflación de la mente, una inflación del ego, yo, mí, me, conmigo… La deconstrucción del yo –con todo lo que eso supone- es, sin duda, una de las características más revolucionarias de la postmodernidad.

La segunda característica es el reconocimiento de la interrelación de todo: no hay nada separado de nada, todo está interrelacionado, conectado, somos como una gran red, como Internet. Internet sólo ha podido surgir en esta época, en la que aparece, en la conciencia humana, la percepción de que todo está interconectado y aunque, estemos todavía lejos de vivirlo, lo percibimos.

Resulta profundamente significativo el hecho de que esta interrelación está afirmada desde tres campos del saber que en principio no tienen nada que ver entre sí. Con ello, no quiero “probar” nada, sino sólo reconocer una convergencia que resulta tan admirable como asombrosa. Me refiero a las conclusiones que nos llegan desde la mística, desde la física cuántica y desde la psicología transpersonal.

Los místicos de todas las tradiciones y a lo largo de toda la historia han dicho siempre que “todo era Uno”. No se niegan las diferencias, pero todo es Uno. La física cuántica, observando y experimentado todos estos elementos y partículas subatómicas concluye, entre otras afirmaciones revolucionarias, que no hay nada separado de nada: tú tocas aquí y aquello otro se modifica. Y, finalmente, la psicología transpersonal experimenta que, en cuanto se pasa del estadio racional, la realidad se ve de un modo diferente, absolutamente interconectada e interrelacionado.

En definitiva, lo característico del paradigma postmoderno es la convicción de que todo es una red, de que todo influye en todo, y de que la realidad tiene un modelo holográfico, que significa que en cada parte está el todo. Se abre paso la no-dualidad: junto con las diferencias de las formas, más allá de ellas, late una profunda Unidad de todo Lo que es.

¿Os acordáis de aquellos extremos de que hablábamos al principio, el relativismo y el absolutismo? Y la verdad estaba en el justo medio. Pues en este terreno hay dos extremos también insostenibles: uno es el panteísmo que afirma que todo es Dios, todo es uno; parece insostenible, porque tal afirmación es negada por el simple sentido común. Pero el otro extremo, no menos falso, y también peligroso, es el dualismo: tú aquí y yo allí, todo separado. ¿Cuál es el término medio sabio entre los dos? Es la no-dualidad, es la afirmación de la unidad en la diferencia: no se niega ninguna diferencia, pero se ve que, más allá de las diferencias, todo es Uno. Por ejemplo, mi dedo meñique y mi cuerpo ¿son una cosa o dos? Si decís que es una cosa, sois panteístas; si decís que son dos, sois dualistas. Mi dedo y mi cuerpo son no-dos. Mi dedo puede decir con razón “soy un dedo”, pero también puede decir: “soy cuerpo”. Y el día que se ve como cuerpo, toda su perspectiva se modifica. Yo puedo decir que soy Enrique, con tal número de DNI, y es verdad porque ésa es mi identidad, pero es una identidad muy relativa. También puedo decir “yo soy la Conciencia sin límites”, y el día en que descubrí y experimenté eso, mi vida cambió. Aunque todavía tenga tantas secuelas de mi ego por ahí, dejo de verme como un yo separado; ése yo es sólo una identidad relativa.

Con otra metáfora muy usada: la ola y el mar ¿qué son, una cosa o dos? Son no-dos, porque tanto una como otra son agua. Esa ola que nace y desaparece en un ratito no es igual a ninguna otra, pero sigue siendo agua, igual que el océano.

Los cristianos tenemos una metáfora de Jesús que es inigualable y que pocas veces la sabemos leer. Jesús dice: “Yo soy la vid y vosotros los sarmientos”. La vid y los sarmientos ¿qué son, una cosa o dos? No-dos. La no dualidad es lo más revolucionario de la postmodernidad, y las personas religiosas haríamos bien en entrar por ahí porque sólo eso nos permitirá experimentar a Dios. Y así comenzamos ya a acercarnos a la segunda parte de la charla, la espiritualidad.

Por todo lo dicho, parece claro que el paradigma de la postmodernidad no puede ser expresado sino por la imagen de la red:

¿Cómo se ve a Dios en este paradigma postmoderno? Dios no está ni lejos ni cerca, ni dentro ni fuera. Dios es el Misterio de Lo Que Es. Así se dice “lo que es” en hebreo, “Yhwh”. Aunque luego se lo haya entendido como un Dios de rayos y truenos, que te podía castigar hasta la séptima generación; cuando se piensa a Dios, se lo objetiva y se lo “individualiza”: todo dios pensado es un ídolo de nuestra mente. Dios no se puede pensar, porque en nuestra mente no cabe. Entonces, ¿qué se puede hacer con Dios? Vivirlo. A Dios lo podemos vivir pero no lo podemos pensar. ¿Cómo vivimos a Dios? Cuando hacemos lo que hizo Jesús. Jesús fue un hombre que vivió a Dios, por eso “pasó por la vida haciendo el bien”. Cuando entramos por aquí, trascendemos la religión y nos adentramos en la espiritualidad.

2. Cambio religioso y espiritualidad

Decía que, en la postmodernidad, todo se concibe como una gran red en la que todo está interrelacionado con todo. Y ¿cómo estamos hoy en nuestro contexto cultural en relación con la religión y la espiritualidad?

Por un lado, todavía hoy, seguimos arrastrando aquel viejo contencioso entre la religión y la modernidad. Para entenderlo, hay un dicho que lo ejemplifica bien, cuando dice que “al tirar el agua sucia de la bañera, tened cuidado en no tirar también al bebé”. Pues eso ocurre entre nosotros hoy. La religión, como sabe que tiene un “bebé valioso”, dice “no vamos a cambiar el agua de la bañera, no vaya a ser que perdamos el bebé”, y guarda el agua de la bañera a pesar de estar sucia. Y los modernos, los laicistas, por usar esa palabra, dicen: “esto huele a podrido, vamos a tirarlo”, sin darse cuenta de que hay un bebé. Necesitamos mucha lucidez para avanzar en este diálogo.

“Espiritualidad” es una palabra gastada porque viene con un lastre negativo intenso. Pero, al mismo tiempo, constatamos que nos hallamos en una sociedad hambrienta espiritualmente. Está hambrienta por necesidad. Quiero citar el trabajo de una mujer sabia, Mónica Cavallé. Con su permiso, hice el resumen de dos libros suyos muy valiosos, que podéis consultar en mi página web. Los títulos de los libros de Mónica a los que me refiero son: “La sabiduría recobrada” y “La sabiduría de la No-dualidad”. Pues ella dice que el mayor problema de nuestra cultura occidental es la anemia espiritual y que no podemos soportar mucho tiempo así porque nos moriremos. Y la superficialidad es otro mal de nuestro mundo: Panikkar decía que el nuestro es un mundo enfermo de superficialidad. Eso explica, en mi opinión, la búsqueda espiritual creciente.

Desde distintos ámbitos se comienza a hablar, afortunadamente, de inteligencia espiritual, igual que hace unos años se comenzó a hablar de “inteligencia emocional”, que se popularizara a partir de los libros de Daniel Goleman.

Inteligencia espiritual es la capacidad de trascender la mente y el yo, porque somos capaces de separar la conciencia de los pensamientos. Pensamientos tenemos, pero conciencia es lo que somos. Y cuando uno se identifica con los pensamientos, ¿qué pasa? Que sufre.

La espiritualidad consiste en darse cuenta de la trampa que significa identificarse con nuestros pensamientos; porque los pensamientos son objetos, pero yo soy la Conciencia que observa esos objetos.

André Comte-Sponville, uno de los filósofos franceses más importantes, aun declarándose ateo, llega a decir, sin embargo, que “la espiritualidad es el aspecto más noble del ser humano” y quiere dedicar su vida a promover una “espiritualidad atea”, y no es una contradicción. Podéis encontrar su planteamiento en un libro suyo muy interesante: “El alma del ateismo”.

¿Qué capacidades potencia la inteligencia espiritual? Ayuda a mantener la serenidad, porque te separa de los pensamientos que te la hacen perder; favorece una observación desapegada de la realidad, la observación ecuánime; hace crecer en libertad interior, porque nadie ni nada me quitan mi libertad, es mi mente la que lo hace con frecuencia: al identificarme con ella, ahí pierdo mi libertad; y potencia la compasión: cuando me desidentifico del yo, la compasión brota sola. Jesús no era compasivo por voluntarismo; no, la compasión nace de la comprensión. Y Jesús era compasivo porque vivía en ese nivel de conciencia que llamamos transpersonal, en el que se veía no separado de nada. ¿Qué quería decir cuando afirmaba: “Tuve hambre y me distéis de comer”? No decía: “Tuve hambre, y le distéis al otro como si fuera yo”. O: “Lo que hacéis a cualquiera de ellos, me lo hacéis a mí”. No decía: “Lo que hacéis a cada uno de ellos es como si me lo hicierais a mí”; dice: ”me lo hacéis a mi”. Vivía en esa conciencia de unidad. Y, al final, la inteligencia espiritual nos capacita para percibir nuestra verdadera identidad. Si salís esta noche de aquí con esta sola idea, será suficiente, me sentiré más que pagado. No sois el yo que pensáis ser y que es fuente de sufrimiento, no; somos otra cosa.

¿Cuál es la relación entre religión y espiritualidad? Por decirlo en una sola frase, no están ni identificadas ni reñidas. Son como este vaso y el agua que contiene: el agua es la espiritualidad, el vaso es la religión. A quien le sirve el vaso para contener el agua, enhorabuena. Pero si una persona dice que no, que prefiere una botella, enhorabuena. Y si otra dice que ni vaso ni botella, que prefiere el agua en la mano, enhorabuena también.

¿Cuál es el peligro de la religión? Su absolutización. Cuando la religión se olvida de que es un instrumento y se absolutiza, como si el ideal de la persona religiosa fuera “ser religiosa”, se convierte en amenaza. No, la religión es un instrumento, como decía Jesús: “No es el hombre para el sábado, sino el sábado para el hombre”; es un instrumento para que despertemos espiritualmente; es una herramienta, un cauce, un recipiente que vale por lo que contiene, por aquello a lo que apunta, y a cuyo servicio ha de estar.

La absolutización de la religión es sumamente peligrosa, por un doble motivo: porque conduce al fanatismo en todas sus formas (incluida la guerra de religión o el terrorismo en su nombre) y porque nubla, oscurece o ciega la Realidad que debería desvelar. Es como si absolutizáramos un determinado tipo de vaso (o recipiente) y olvidáramos que lo realmente importante es el agua.

Esto puede explicar tanto el declive de la religión como el auge de la espiritualidad. Porque la gente rechaza un determinado vaso, por muchos factores que ahora no podemos analizar (y entre los que ocupa un lugar importante la propia absolutización de la religión, con sus secuelas de autoritarismo y dogmatismo), pero sigue teniendo sed; lo sepa o no, añora el agua.

Por eso podemos estar ofreciendo religión y la gente pasa, pero ofrécele agua y verás como no pasa. Ofreces un vaso y quizás lo rechacen; muestra el agua…

La religión es sólo un vehículo transportador; para mucha gente ha sido el vehículo a lo espiritual –para mí también-. Pero siempre es un instrumento y cuando se olvida que la religión es un instrumento, y se convierte en un absoluto, hace mucho daño, es muy peligrosa.

Por eso –porque la religión es sólo un vehículo de la espiritualidad-, puede darse también una espiritualidad laica, como promueve Marià Corbí, en Barcelona, o incluso una espiritualidad atea, como propugna el filósofo Comte-Sponville.

¿Qué es, en todo ello, lo que nos permite encontrarnos y no enzarzarnos en enfrentamientos dañinos y estériles? La lucidez para distinguir la verdad de la doctrina. Las religiones, todas, sólo contienen doctrinas. La verdad no la puede tener ninguna. La espiritualidad nos conduce a experimentar la verdad, la religión nos da doctrinas o creencias. Por decirlo de modo sencillo, la religión nos da mapas para entender el territorio, pero no es el territorio; una persona que se queda en la religión se queda en el mapa; la espiritualidad nos permite transitar el territorio. En definitiva, la doctrina es una interpretación de Lo que Es, y la espiritualidad nos hace adentrarnos en Lo que Es.

3. La dimensión profunda de lo real

El despertar espiritual consiste en descubrir ese Dinamismo de un darse que engendra la forma que somos en la no-separación. Caer en la cuenta de eso y experimentarlo: eso es la espiritualidad.

Todo el misterio de la Vida es un Darse. Ese Darse está engendrando permanentemente la forma que somos cada cual. ¿Qué es un océano? Un darse del agua que está generando olas de todos los tipos continuamente. Eso es la espiritualidad. Si lo queremos formular en lenguaje religioso, la experiencia original es ésta: estamos siendo creados continuamente desde la profundidad de Dios en la no-separación. Igual que la ola es forma donde el agua vive, Dios lo que busca es vivirse en nosotros. Como le gusta insistir a Willigis Jäger, Dios no quiere ser adorado, quiere ser vivido.

Hemos creído que Dios es un soberano oriental antiguo que tiene necesidad de que le demos gloria –como se decía antes, “hemos venido a este mundo para dar gloria a Dios”-. Pero un Dios que tuviera necesidad de que le diéramos gloria no sería Dios, sería el gran Narciso. ¿Qué madre o padre aquí presentes habéis engendrado hijos para que os den gloria? Tal vez alguno, para que os cuiden en la vejez y no os lleven a una residencia, pero no es eso. Y hemos hablado de un Dios que nos crea para que le demos gloria… No, Dios nos crea para darnos gloria Él a nosotros, Dios nos crea porque quiere vivirse en nuestra forma: Dios me ha creado porque quiere vivirse, en toda mi humildad, como Enrique; Dios ha creado a Daniel porque quiere vivirse como Daniel, nos ha creado a cada uno porque quiere vivirse en nuestras formas. Como decía Ignacio de Loyola en una frase que recuerdo de forma no literal, “Dios duerme en los minerales, vegeta en las plantas, siente en los animales y ama en las personas”. Es una forma más antigua de decir lo mismo, de expresar la no-dualidad.

Es muy importante ver que Dios y tú no sois dos, tampoco uno. No se puede ir por la calle diciendo “yo soy Dios”, porque corres el riesgo de que te lleven al psiquiátrico. Salvo que uno sea un místico, como el mismo Jesús. Él dijo “Yo soy Dios”. Pero el sujeto “yo” en el místico no es su ego, no es fulanito de tal, sino es Dios que dice “Yo soy”.

Una persona que no tiene yo puede decir “yo soy Dios”, porque sólo Dios vive en ella; hasta ese extremo llega la no-dualidad. Cuando se capta este misterio estamos ya trascendiendo el nivel mental y se nos regala la experiencia del presente. El camino más corto a la espiritualidad es el venir al aquí y ahora, es el venir al momento presente. Presente –con mayúscula- es sinónimo de Dios. Es la Shekiná, la Presencia. El presente está preñado de Dios, el presente es otro nombre de Dios, la Presencia. Es uno de mis nombres queridos. Por eso hablar de espiritualidad es hablar de no dualidad. Otro místico, Javier Melloni, repite esto: “No somos iguales, pero somos lo mismo”. Como las olas y el océano: no son iguales, pero son lo mismo.

Ahora bien, a esto no llegaremos pensándolo, sino acallando la mente. Cuando tú silencias la mente, acallas el modelo mental que es dualista y emerge la no-dualidad. Y entonces experimentas que somos “lo mismo”, aunque “no seamos iguales”. La no-dualidad es experimentar las diferencias en la no-separación; ambas cosas juntas, una cara es la diferencia, la otra es la unidad; las dos cosas juntas es lo que se conoce como no-dualidad. Oiremos hablar mucho en el futuro de esto, y si no, iremos mal. Porque la no-dualidad es liberadora, es salvadora.

¿En qué coinciden todas las cosas que son? En que son. El Ser es el núcleo de lo real. Pero para percibirlo, necesitamos acallar la mente. Y para eso necesitamos meditar. De modo que necesitamos decir una palabra sobre la meditación, porque sólo la meditación nos permite entrar en este camino de la espiritualidad.

4. Espiritualidad: de la ignorancia a la liberación

La espiritualidad es un camino que nos lleva de la ignorancia, o mejor todavía, de la inconsciencia a la liberación. Cuando estamos dormidos –nuestra vida es un sueño, decía Calderón- estamos inconscientes, estamos ignorantes. La tradición sufí dice que estamos todos dormidos y que sólo cuando morimos, despertamos.

La ignorancia consiste en estar identificados con la mente y el yo, creer que somos la mente o el yo, y la consecuencia es el sufrir. Es cierto que el desidentificarte del yo es muy doloroso, porque el yo busca autoafirmarse a toda costa y la inercia de donde venimos nos hace creer a pie juntillas que nuestra identidad es eso que llamamos “yo”.

Pero sólo la desidentificación del yo es el único camino de sabiduría. ¿Comprendéis ahora por qué Jesús decía: “El que quiera salvar su vida que la niegue”? Y era una persona muy vitalista. En el evangelio, negar la vida es negar el yo. Todos los maestros y maestras espirituales lo han dicho: si no caes en la cuenta de que eres más que el yo, no puedes alcanzar la sabiduría. Esto nos lleva a reconocernos en esta identidad ilimitada.

Lo que somos es algo ilimitado pero no nos hemos enterado. Hay una frase ingeniosa de un psicólogo norteamericano que dice que “del camino espiritual, ningún yo sale con vida, gracias a Dios”. Ningún yo sobrevive a la muerte; ¿qué es lo que no muere? Lo que somos, y que no sabemos lo que es hasta que no lo experimentamos. Y lo experimentamos en la meditación. Por eso, en la meditación nos jugamos nuestra identidad.

En la vivencia de la espiritualidad nos jugamos nuestra identidad. ¿Por qué no morirá lo que somos? Porque nunca ha nacido. Es como el océano… Pero esto no tiene más sentido hablarlo, hay que experimentarlo. Es pasar de la creencia de que somos un yo chiquitito, a que somos el Espíritu que vive en esta forma concreta que somos cada uno de nosotros. Cuando me concibo como un yo, vivo para mí, egocentrado; cuando caigo en la cuenta de que mi identidad última es el Espíritu, ahí ya he despertado.

La práctica de la meditación es, por tanto, un camino de libertad interior; y un camino de compasión. Sabemos si una persona medita porque se va haciendo más compasiva. Si alguien presume de meditar y no es más compasivo en la práctica, está haciendo narcisismo espiritual. Meditar no es nada complicado, pero le cuesta mucho a nuestro yo. Meditar es acallar, silenciar la mente, dejar de identificarse con ella. Porque no somos lo que podemos observar, sino la Conciencia que observa. Si somos capaces decir: “tengo mente”, es que no somos la mente. Si puedo observar mi “yo”, eso significa que no soy mi yo. ¿Qué soy? Yo soy “Eso” que observa.

Tratemos ahora mismo de parar la mente… ¿qué queda cuando paramos la mente? Nada. “Nada” era la palabra favorita de San Juan de la Cruz: …y en la cima del monte, Nada. Nada es lo mismo que Quietud. Cuando tú paras tu mente, queda Quietud: Conciencia intensa de Presencia. Nada, Silencio, Presencia, Plenitud… Esa es tu Identidad última, la “Identidad compartida”, en la que todos y todo nos encontramos.

Parar la mente. Silenciar la mente es lo mismo que atender a lo que ocurre aquí y ahora. Cuando atendemos al momento presente, la mente queda silenciada. Por eso, meditar se puede decir con cualquiera de estas tres fórmulas: acallar la mente, atender a lo que acontece o venir al momento presente. No hay más fórmulas en el aprendizaje del camino espiritual; todo lo demás se nos da por añadidura, como decía Jesús.

El despertar espiritual es aprender a separar la conciencia de los pensamientos. Y caer en la cuenta de que no somos nuestros pensamientos. La espiritualidad se caracteriza por la desapropiación del yo, la distancia de la mente, y la experiencia de la plenitud. Eso es lo más característico de la espiritualidad: caer en la cuenta de que tenemos mente pero somos infinitamente más que la mente.

Nuestro problema es que hemos confundido el vehículo con el conductor, el papel con el actor que lo representa, y esa confusión genera mucho sufrimiento. El papel es nuestro yo, a mi me he tocado ser Enrique, varón, de Teruel, con toda mi historia…, pero eso no soy yo; eso son circunstancias relativas (que dan, como resultado, una identidad también “relativa”, válida a su nivel); pero lo que realmente yo soy es esa otra Identidad que descubro en el silencio de la mente.

El vehículo es la mente pero el conductor es otra cosa. Y el conductor ha de percibirse distinto que el vehículo. Imaginaos que os identificáis con el vehículo: quedáis expuestos a su ceguera. Eso es exactamente lo que ocurre cuando nos identificamos con la mente: quedamos convertidos en marionetas, sujetos a los vaivenes de sus movi9mientos erráticos, que se han adueñado de nuestra vida.

No somos libres si no somos dueños de lo que pensamos, y eso requiere educar la atención. Si mi mente funciona de forma errática, ¿cómo voy a ser libre? Estaré a merced de sus vaivenes; meditar es educar la atención para ser dueños de la propia mente. ¿Como lo hacemos? Aprendiendo a observar la propia mente, aprendiendo a observar los pensamientos. Cuando observas la mente, has creado una distancia de ella y ya estás en la quietud. Y al mismo tiempo estás en el presente.

El presente siempre está bien, siempre es completo, siempre es integrador; al presente no le falta absolutamente nada. Cuando digo presente, no hablo del concepto de presente: el presente pensado es un lapso entre el pasado que nuestra mente piensa que se fue y el futuro que no ha llegado. Pero eso no es el presente, sino una idea del presente. El presente es el no-tiempo, la atemporalidad. Y a ese presente no le falta nada.

¡Para la mente!, verás que sólo queda Quietud. Si paramos la mente trascendemos nuestros pensamientos y descubrimos que somos más que ellos y ello nos permite llegar a nuestra identidad. Mientras estamos identificados con la mente no podemos entendernos sin adjetivos: yo soy esto, aquello, lo otro… Quita los adjetivos; eres lo que queda. La religión trabaja mucho con la ola, la espiritualidad nos hace conectar con el agua que somos. Es buena la religión, pero no lo es todo. Esta es la experiencia espiritual, pasar de la afirmación de “yo soy esto” a “Yo soy”.


COLOQUIO

-Pregunta sobre la mejor oración para la relación con Dios
-La mejor oración es la que cada uno puede hacer. Tú, haz la oración que tú sientas que te “encaja”. Fíate de la intuición, de tu “maestro interior”, del Espíritu. En la tradición cristiana siempre se han reconocido dos fórmulas: la oración reflexiva y la contemplativa; y no están reñidas la una con la otra; se diferencian porque la oración reflexiva es relacional –Dios es percibido como un “Tú”- y afectiva. Pero esa forma de orar no está reñido con el Silencio contemplativo. Como en la Nada de San Juan de la cruz, en la nada contemplativa en la que la persona no se dirige a nada, porque sabe que a todo lo que se dirija es algo pensado y entonces permanece en la Nada y en la Nada todo se le da. ¿Es mejor una que otra? En absoluto; la comparación no tiene sentido. Cada uno es hijo de su historia, se encuentra en un momento determinado, en un ritmo concreto: es comprensible que tenga que encontrar la oración que mejor encaje.

-¿Como nos llega tan tarde esta percepción que ya estaba mucha más desarrollada en las religiones orientales?
-Porque somos hijos del pensamiento griego, de “San” Aristóteles, que ha impregnado todo el pensamiento de occidente. A partir de él, el dualismo ha marcado a fuego todo el pensamiento occidental, la filosofía y la teología. Os recomiendo los libros de Mónica Cavallé, a los que antes he hecho referencia: ella conoce mucho el hinduismo y también la filosofía occidental y explica muy bien por qué el pensamiento griego ha sido tan dualista y nos ha marcado tanto.

Pero si nos ceñimos a nuestra propia tradición cristiana, os sugiero la lectura de un trabajo que hice sobre el evangelio, en el que llego a percibir que Jesús vivió toda su vida en esta conciencia no dual y transpersonal. Pero ¿qué ocurrió? Que sus discípulos y nosotros, XX siglos después, seguimos leyéndolo desde la dualidad y le hemos cambiado el mensaje. El artículo al que me refiero se titula “El hombre sabio y compasivo. Una aproximación transpersonal a Jesús de Nazaret”, y podéis leerlo en www.transpersonaljournal.com

-Dios y yo ¿somos uno?
-Depende; el lenguaje se queda corto siempre. Yo diría que Dios y tú sois no-dos. Jesús dice “mi Padre y yo somos uno”; ¿por qué dice eso? Desde la religión mítica pensamos que porque es la segunda persona de la Trinidad y que en un tiempo que no se acaba vivía con Dios en el cielo…; es una forma mítica de plantearlo. Jesús dice “El padre y yo somos uno” porque Jesús no se identifica nunca con su yo individual. Cuando Jesús dice eso, esta más allá del yo; él se percibe –por volver a la metáfora anterior- no como ola, sino como agua. Pero si lo dices tú y además perteneces a la nueva era, te llevan al psiquiátrico. Sólo le falta al yo apropiarse la divinidad, eso seria el colmo de un ego endiosado. No, Dios y tú no sois lo mismo, si hablas tú; pero si desaparece tu yo, sois lo mismo. Todo lo que ha dicho Jesús lo podemos decir los demás seres humanos, pero para decirlo tenemos que estar donde estaba él, en la conciencia que él tenia. Otra afirmación preciosa de Jesús es cuando dice “Antes de que Abraham naciese, Yo soy”. Y Jesús no dice “yo era”, eso hubiese sido de psiquiátrico; dice “Yo soy”; ese “Yo soy” es atemporal, anterior a Abraham… y a Matusalén; es el Yo que no ha nacido ni nunca morirá. Eso lo podemos ver todos porque es nuestra identidad pero para poder afirmarlo sin que nos lleven a un psiquiátrico tenemos que estar en el nivel de conciencia en que estaba Jesús.

-Yo creo en los milagros. Para mí, que me alejé de la fe y volví a ella, los milagros han sido como el reflejo de que Dios existe; todos hemos tenido momentos de duda, pero los milagros los veo como un espejo que reflejan a Dios, me ayudan a experimentar a Dios.
-Claro. Aunque no podemos entrar a fondo a definir los milagros, quiero decir que en el nuevo paradigma no se pierde nada valioso, sólo se traduce. Pero nada bueno se pierde y lo traduce el que tiene necesidad. No lo hará por ejemplo mi madre, ella tiene su idioma y no necesita otro. Y nos queremos mucho pero hablamos idiomas distintos en este campo. ¿No es para ti un milagro que yo te pueda mirar y que tú me puedas hablar? Todo es milagroso. En la no-dualidad no hay nada que no sea milagroso. Lo que pasa es que en el lenguaje mítico entendemos el milagro como que alguien que está muy lejos hace algo para cambiar la realidad en mi beneficio, esa es la lectura mítica. Pero el milagro ¿es real?, claro que lo es; si todos somos una red y todo repercute en todo, si yo deseo de verdad el bien para ti, tú estarás mejor, y eso es un milagro. Creo profundamente en los milagros, como cuando escucho a Jesús que dice: “Ve, tu fe te ha curado”. Pero no puedo creer en un ser exterior intervencionista, que actúa de un modo mágico y arbitrario.

-Pregunta sobre cómo llegar a conseguir un estado de conciencia en la cotidianeidad.
-Meditar es estar aquí y ahora, atender al presente; si esto se hace, la mente se acalla por sí sola.

Puedes ejercitarte en aprender a silenciar la mente, observándola; al acallarla, es como si quitaras el “velo” que te impedía “ver” la realidad, y entonces es cuando puedes comprender, conocer.

Puedes también “volcarte” completamente en lo que estás haciendo: al hacerlo así, tu mente se calla. Todos hemos vivido experiencias de no-dualidad…, aunque no nos hayamos enterado: cuando estamos leyendo una novela y nos prendemos en ella, nos dejamos llevar, ¿donde está nuestro yo? Cuando estáis viendo una película y os atrapa totalmente, ¿dónde está vuestro yo? Eso es también una experiencia de no-dualidad; o cuando estamos viendo un paisaje, o en una experiencia amorosa o con la música… o en tantos ejemplos de no dualidad.

Puedes también entregarte a los demás desinteresadamente. Si vas buscando tu yo, ya lo has estropeado. Pero si tú te vives a ti mismo como un cauce a través del cual algo fluye gratuito, eso es la no-dualidad, porque no hay ningún yo que diga, “¿ves que bien lo he hecho?”.

-¿María escogió el mejor camino frente a su hermana Marta?
-Esa frase del evangelio probablemente no fue de Jesús sino del evangelista, porque quería destacar la actitud del discípulo que escucha la palabra del maestro y tenía que poner de modelo a Maria que es la que estaba sentada a los pies de Jesús mientras su hermana Marta servía la mesa. Pero si Marta no hubiera trabajado, no hubieran podido comer. Uno de los mayores místicos cristianos, el maestro Eckhart, en el siglo XIII, tiene una reflexión sobre ese texto del evangelio y termina diciendo que la persona realmente contemplativa fue Marta y no María, porque una contemplación que no termina en el servicio no es contemplación.



miércoles, 22 de diciembre de 2010

NAVIDAD EN TIEMPOS DE CRISIS

Juan A. Estrada

LAS fiestas de Navidad se han convertido, desde hace años, en parte de las de fin de año. Son fechas tope para el consumo, que todas las grandes firmas aprovechan para bombardearnos con la publicidad. La aglomeración de ofertas y la promoción de las marcas canalizan nuestros deseos hacia las compras, con el mensaje implícito de que la felicidad y la alegría de estos días está en función de lo que podamos poseer.

Los excesos de las fiestas, los gastronómicos y los de la tarjeta de crédito, se compensan con la necesidad de sentirnos felices, haciendo como los demás, pasándolo bien y disfrutando. La abundancia de las sociedades de consumo es la otra cara de un mensaje implícito, que hace poco pregonaban los autobuses publicitarios de un grupo de ateos: probablemente, Dios no existe, despreocúpate y disfruta de la vida.

Quizás estas navidades no sea posible seguir el consejo, despreocuparnos y disfrutar sin más. Hay muchas cosas que lo impiden, aunque no fuéramos cristianos y la Navidad sea una mera fiesta de fin de año. Se amontonan las noticias sobre la crisis económica, sobre hogares en los que ya no entra ningún ingreso, sobre recortes de salarios y de pagas extras, sobre la supresión de los 426 euros con los que sobrevivían cientos de miles de familias...

Probablemente, todos conozcamos a gente en paro y sin expectativas, y a muchos que luchan contra una pobreza vergonzante, de la que no tienen culpa, y que se esfuerzan por encubrir, porque nunca pasaron necesidad... Y si salimos al extranjero, el panorama es todavía peor, con más de mil millones de personas que viven con menos de un euro al día, con la cólera que hace estragos en Haití, con la violencia que sufren los saharauis cerca de España, etcétera.

Por eso, no es posible ser indiferentes. Estas navidades podemos reavivar viejos recuerdos familiares de otras épocas. Aunque ya no seamos cristianos, podemos recordar que nuestros padres y antepasados celebraban la llegada del Mesías de los pobres; que el mensaje de la Navidad llama a la solidaridad con los más necesitados; que se anuncia la paz para los de buena voluntad, y que ésta exige luchar por la justicia y sentirse concernido por quienes lo pasan mal. No podemos despreocuparnos, aunque Dios no existiera, sino hacernos cargo de la dura realidad por la que atravesamos. Que ella nos toque el bolsillo y el corazón, que sepamos darle gracias a la vida (si es que no creemos en Dios) los que no tenemos apuros económicos y que valoremos el significado de la Navidad como una fiesta de familia, de amigos y de relaciones personales.

Y es que acumular bienes de consumo no es el secreto de la felicidad, sino tener personas con las que compartir, mucho o poco. Los más pobres hoy no son sólo los que no tienen nada material para celebrar, ¡que también!, sino gente solitaria que, quizás, tienen mucho dinero y perciben estos días su aislamiento, la falta de personas queridas que ya no están, las que hacían que la vida mereciera la pena. Y si pensamos en los extranjeros y emigrantes que hay entre nosotros, la nostalgia y la sensación de dureza aumenta.

No cabe duda de que la Navidad es ambigua, dura y, al menos, agridulce, porque pone en primer plano las carencias humanas, simbolizadas por un niño que nace en condiciones tercermundistas. Y si Dios no existe, sólo queda el hombre, que es quien puede paliar el sin sentido de la vida y amortiguar el sufrimiento de tanta gente que lo pasa mal. Y a los cristianos nos queda un mensaje de esperanza, tras la llamada a la solidaridad. Se nos ha dado la historia de un niño judío que nos enseñó lo que es importante en la vida y que anunció a un Dios que se hace presente en la miseria humana. Y es un Dios dependiente, simbolizado por la fragilidad del recién nacido, que necesita del prójimo para salvar y redimir tanto sufrimiento.

No hay que despreocuparse, aunque Dios no exista, pero si existe, sólo se hace presente en los que se sienten vulnerables con los que lo pasan mal e intentan compartir con ellos lo que son y lo que tienen. Y esto sigue siendo parte del núcleo de la Navidad en una época de crisis. Y no es cuestión de palabras, sino de formas de vida, de hechos y de relaciones interpersonales, porque el hombre aislado está condenado y el que no comparte lo que tiene (dinero, salud, cultura...) se empobrece. No quedarse tranquilo ante el sufrimiento humano es parte del mensaje a los hombres "de buena voluntad".