martes, 31 de marzo de 2009

OTRO CRISTIANISMO ES POSIBLE - 20

EPÍLOGO

Con este epílogo Roger Leaners pone punto final a su libro y termina este curso que nos ha acompañado durante casi seis meses, semanalmente, en ATRIO. Este Epílogo es como un mensaje de despedida, una confesión, el testamento resumen de una prolongada experiencia.

Empieza Lenaers excusándose de haber podido desestabilizar las creencias de alguna persona. No pretendía ser iconoclasta, como tampoco lo ha pretendido ATRIO al darle esta difusión. Sino más bien lo contrario. Hacer posibles y veraces las expresiones de fe en un mundo moderno que no entiende la dualidad de dos mundos separados. Son coherentes los amish que construyen un mundo separado para conservar su fe tal como la habían heredado de sus predecesores: siguen en la cultura de los caballos y los pajares. Pero si aceptas y vives en este mundo y quieres ser coherente, tendrás que vivir tu fe -fuerte, veraz, consecuente y depurada de creencias ideológicas antiguas- con otra mentalidad y otras expresiones.

Este nuevo cristianismo no sólo es posible sino que va convirtiéndose en una corriente arrolladora por más que tendencias restauracionistas intenten ponerle diques. La Iglesia católica de la que procedemos y en la que nos situamos la mayoría de nosotros no puede resignarse a convertirse en un gueto, una reserva separada del mundo, una fortaleza a la defensiva de contagios externos. Al final, tarde o temprano, esta manera de pensar que no es sólo la de Roger sino de muchísimos católicos, tendrá que irrumpir en un Concilio que sea más explícito en usar este lenguaje que el anterior, que todavía pactó demasiado con el dogmatismo y la estructura sacral de la realidad. Necesitamos un concilio que de inaugure oficialmente un nuevo paradigma: el del pluralismo (curso anterior en Atrio) y la religión teonómica sin magia.

Damos las gracias a Roger, que tal vez nos haya seguido alguna vez desde su querido Tirol. Y al traductor chileno, Manuel Ossa, que se ha asomado por aquí alguna vez. También al redactor de las introducciones, Juan Luis Herrero del Pozo, que nos ha invitado siempre a profundizar y a afrontar la metanoia, el cambio de paradigma, sin miedo. Y agradecemos a todos los que han seguido el curso, dejando o no sus pensamientos en los comentarios.

ATRIO, en su página central, continúa sin parar en la misma dirección y con temas semejantes. Ahora hemos planteado un debate sobre cómo podría ser un próximo Concilio. Y en Octubre seguramente iniciaremos otro curso de profundización en algún tema o autor. ¿Qué tal Marcel Légaut (1900-1990) un cristiano laico heredero de los modernistas, pionero de estas búsquedas desde la profundidad espiritual?

Antonio Duato



lunes, 30 de marzo de 2009

domingo, 29 de marzo de 2009

OBISPOS, ABORTO Y CASTIDAD

Jesús Mosterín

La actual campaña de la Conferencia Episcopal contra los linces y las mujeres que abortan pone de relieve el patético deterioro de la formación intelectual del clero, que si bien nunca ha sobresalido por su nivel científico, al menos en el pasado era capaz de distinguir el ser en potencia del ser en acto. ¿Dónde quedó la teología escolástica del siglo XIII, que incorporó esas nociones aristotélicas? ¿Qué fue de la sutileza de los cardenales renacentistas? La imagen de deslavazada charlatanería y de enfermiza obsesión antisexual que ofrecen los pronunciamientos de la jerarquía católica no sólo choca con la ciencia y la racionalidad, sino que incluso carece de base o precedente alguno en las enseñanzas que los Evangelios atribuyen a Jesús.

La campaña episcopal se basa en el burdo sofisma de confundir un embrión (o incluso una célula madre) con un hombre. Por eso dicen que abortar es matar a un hombre, cometer un homicidio. El aborto está permitido y liberalizado en Estados Unidos, Francia, Italia, Portugal, Japón, India, China y en tantos otros países en los que el homicidio está prohibido. ¿Será verdad que todos ellos caen en la flagrante contradicción de prohibir y permitir al mismo tiempo el homicidio, como pretenden los agitadores religiosos, o será más bien que el aborto no tiene nada que ver con el homicidio? De hecho, el único motivo para prohibir el aborto es el fundamentalismo religioso. Ninguna otra razón moral, médica, filosófica ni política avala tal proscripción. Donde la Iglesia católica (o el islamismo) no es prepotente y dominante, el aborto está permitido, al menos durante las primeras semanas (14, de promedio).

Una bellota no es un roble. Los cerdos de Jabugo se alimentan de bellotas, no de robles. Y un cajón de bellotas no constituye un robledo. Un roble es un árbol, mientras que una bellota no es un árbol, sino sólo una semilla. Por eso la prohibición de talar los robles no implica la prohibición de recoger sus frutos. Entre el zigoto originario, la bellota y el roble hay una continuidad genealógica celular: la bellota y el roble se han formado mediante sucesivas divisiones celulares (por mitosis) a partir del mismo zigoto. El zigoto, la bellota y el roble constituyen distintas etapas de un mismo organismo. Es lo que Aristóteles expresaba diciendo que la bellota no es un roble de verdad, un roble en acto, sino sólo un roble en potencia, algo que, sin ser un roble, podría llegar a serlo. Una oruga no es una mariposa. Una oruga se arrastra por el suelo, come hojas, carece de alas, no se parece nada a una mariposa ni tiene las propiedades típicas de las mariposas. Incluso hay a quien le encantan las mariposas, pero le dan asco las orugas. Sin embargo, una oruga es una mariposa en potencia.

Cuando el espermatozoide de un hombre fecunda el óvulo maduro de una mujer y los núcleos haploides de ambos gametos se funden para formar un nuevo núcleo diploide, se forma un zigoto que (en circunstancias favorables) puede convertirse en el inicio de un linaje celular humano, de un organismo que pasa por sus diversas etapas de mórula, blástula, embrión, feto y, finalmente, hombre o mujer en acto. Aunque estadios de un desarrollo orgánico sucesivo, el zigoto no es una blástula, y el embrión no es un hombre. Un embrión es un conglomerado celular del tamaño y peso de un renacuajo o una bellota, que vive en un medio líquido y es incapaz por sí mismo de ingerir alimentos, respirar o excretar -no digamos ya de sentir o pensar-, por lo que sólo pervive como parásito interno de su madre, a través de cuyo sistema sanguíneo come, respira y excreta. Este parásito encierra la potencialidad de desarrollarse durante meses hasta llegar a convertirse en un hombre. Es un milagro maravilloso, y la mujer en cuyo seno se produzca puede sentirse realizada y satisfecha. Pero en definitiva es a ella a quien corresponde decidir si es el momento oportuno para realizar milagros en su vientre.

El niño es un anciano en potencia, pero un niño no tiene derecho a la jubilación. Un hombre vivo es un cadáver en potencia, pero no es lo mismo enterrar a un hombre vivo que a un cadáver. A los vegetarianos, a los que les está prohibido comer carne, se les permite comer huevos, porque los huevos no son gallinas, aunque tengan la potencialidad de llegar a serlas. Un embrión no es un hombre, y por tanto eliminar un embrión no es matar a un hombre. El aborto no es un homicidio. Y el uso de células madre en la investigación, tampoco.

Otra falacia consiste en decir que, si los padres de Beethoven hubieran abortado, no habría habido Quinta Sinfonía, y si nuestros padres hubieran abortado el embrión del que surgimos, ahora no existiríamos. Pero si los padres de Beethoven y los nuestros hubieran sido castos, tampoco habría Quinta Sinfonía y tampoco existiríamos nosotros. Si esto es un argumento para prohibir el aborto, también lo es para prohibir la castidad. Pero tanta prohibición supongo que resultaría excesiva incluso para la Iglesia católica. Una de sus múltiples contradicciones estriba en que impone un natalismo salvaje a los demás, mientras a sus propios sacerdotes y monjas les exige el celibato y la castidad absoluta.

Desde luego, la contracepción es mucho mejor que el aborto, pero la Iglesia la prohíbe también (siguiendo en ambos casos al ex-maniqueo Agustín de Hipona, no a Jesús). Tanto el anterior papa Wojtyla como el actual papa Ratzinger se han dedicado a viajar por África y Latinoamérica despotricando contra los preservativos y el aborto, lo que equivale a promover el sida y la miseria. En cualquier caso, la contracepción puede fallar. A veces el embarazo imprevisto será una sorpresa muy agradable. Otras veces, llevarlo a término supondría partir por la mitad la vida de una mujer, arruinar su carrera profesional o incluso traer al mundo un subnormal profundo o un vegetal humanodescerebrado. Sólo a la mujer implicada le es dado juzgar esas graves circunstancias, y no a la caterva arrogante de prelados, jueces, médicos y burócratas empeñados en decidir por ella. El aborto es un trauma. Ninguna mujer lo practica por gusto o a la ligera. Pero la procreación y la maternidad son algo demasiado importante como para dejarlo al albur de un descuido o una violación. El aborto, como el divorcio o los bomberos, se inventó para cuando las cosas fallan.

Muchas parejas anhelan tener hijos, muchas mujeres desean quedar embarazadas y esperan con ilusión el nacimiento de la criatura. El infante querido y deseado suele estar bien alimentado y educado, colmado de cariño y estimulación y (salvo raro defecto genético) su cerebro se desarrolla bien. Por desgracia, el mundo está lleno de madres violadas o forzadas y de niños no deseados, abandonados a la mendicidad y la delincuencia, famélicos, con los cerebros malformados por la carencia alimentaria y la falta de estímulos, carne de cañón de guerrillas crueles y explotaciones prematuras. La jerarquía eclesiástica se ensaña con esas mujeres desgraciadas. El cardenal nicaragüense Obando y Bravo se opuso al aborto terapéutico de una niña de nueve años, violada, enferma y con su vida en peligro. Hace un par de años, la Iglesia de Nicaragua acabó apoyando políticamente al dictador Daniel Ortega a cambio de que éste prohibiese definitivamente el aborto terapéutico. Hace unas semanas el arzobispo Cardoso ha excomulgado en Brasil a la madre de otra niña de nueve años violada por su padrastro y en peligro de muerte por su embarazo doble, así como a los médicos que efectuaron el aborto. En 2007 se hizo famoso el caso de Miss D, una irlandesa de 17 años embarazada con un feto con anencefalia, es decir, sin cerebro ni parte del cráneo, condenado a ser un niño vegetativo, ciego, sordo, irremediablemente inconsciente, incapaz de percibir, pensar ni sentir nada, ni siquiera dolor. Las autoridades impidieron que Miss D fuera a Inglaterra a abortar, aunque más tarde los tribunales anularon la prohibición. Los grupos católicos fanáticos presionan para que se impida a las irlandesas que viajen a Inglaterra a abortar, lo que choca con la legislación comunitaria, que garantiza la libertad de movimientos en la UE.

En España misma, el año pasado, una mujer preñada de un feto con holoprosencefalia, condenado a morir al nacer o a vivir como vegetal, tuvo que ir a Francia a abortar. El derecho a abortar es para muchas mujeres más importante que el derecho a votar en las elecciones, y ha de serles reconocido incluso por aquellos que personalmente jamás abortarían. En 1985 se aprobó la reforma del Código Penal para cumplir a medias y mal el programa electoral del PSOE. Desde entonces, tanto los Gobiernos de Felipe González como de Zapatero se han dedicado a marear la perdiz, diciendo que no era el momento oportuno y que había que esperar a que los obispos dejasen de vociferar. Pero los obispos nunca van a dejar de vociferar. Después de 24 años de remilgos, espero que los socialistas se decidan finalmente a liberalizar el aborto dentro de las primeras semanas del embarazo. Tampoco hace falta ser tan progre para ello. Margaret Thatcher lo tenía ya perfectamente asumido hace 30 años.

Jesús Mosterín es profesor de Investigación en el Instituto de Filosofía del CSIC.



viernes, 27 de marzo de 2009

¿VIVIR MEJOR O "EL BUEN VIVIR"?

Leonardo Boff

En los últimos años, a la vista del crecimiento de la pobreza y de la urbanización favelizada del mundo y hasta por un sentido de decencia, la ONU introdujo la categoría IDH, el «Índice de Desarrollo Humano». En él se incluyen valores intangibles como salud, educación, igualdad social, cuidado de la naturaleza, equidad de género y otros. Ha enriquecido el sentido de «calidad de vida» que era entendido de forma muy materialista: goza de una buena calidad de vida quien consume más y mejor. Según el IDH, la pequeña Cuba se presenta mejor situada que Estados Unidos aunque con un PIB comparativamente ínfimo.

Por delante de todos los países está Bután, encajonado entre la China y la India, a los pies del Himalaya, muy pobre materialmente pero que estableció oficialmente el «Índice de Felicidad Interna Bruta». Esta no se mide por criterios cuantitativos sino cualitativos, como buen gobierno de las autoridades, distribución equitativa de los excedentes de la agricultura de subsistencia, de la extracción vegetal y de la venta de energía a la India, buena salud y educación y especialmente buen nivel de cooperación de todos para garantizar la paz social.

En las tradiciones indígenas de Abya Yala, nombre para nuestro continente indoamericano, en vez de «vivir mejor» se habla de «el buen vivir». Esta categoría entró en las constituciones de Bolivia y Ecuador como el objetivo social a ser perseguido por el Estado y por toda la sociedad.

El «vivir mejor» supone una ética del progreso ilimitado y nos incita a una competición con los otros para crear más y más condiciones para vivir mejor. Sin embargo, para que algunos puedan «vivir mejor» millones y millones han tenido y tienen que «vivir mal». Es la contradicción capitalista.

Por el contrario, «el buen vivir» apunta a una ética de lo suficiente para toda la comunidad y no solamente para el individuo. Supone una visión holística e integradora del ser humano, inmerso en la gran comunidad terrenal, que incluye además de al ser humano, el aire, el agua, los suelos, las montañas, los árboles y los animales; es estar en profunda comunión con la Pachamama (Tierra), con las energías del Universo y con Dios.

La preocupación central no es acumular. Además, la Madre Tierra nos proporciona todo lo que necesitamos. Con nuestro trabajo suplimos lo que ella por las excesivas agresiones no nos puede dar o la ayudamos a producir lo suficiente y decente para todos, también para los animales y las plantas. El «buen vivir» es estar en permanente armonía con todo, celebrando los ritos sagrados que continuamente renuevan la conexión cósmica y con Dios.

El «buen vivir» nos convida a no consumir más de lo que el ecosistema puede soportar, a evitar la producción de residuos que no podemos absorber con seguridad y nos incita a reutilizar y reciclar todo lo que hemos usado. Será un consumo reciclable y frugal. Entonces no habrá escasez.

En esta época de búsqueda de nuevos caminos para la humanidad la idea del «buen vivir» tiene mucho que enseñarnos.



jueves, 26 de marzo de 2009

EL CONCILIO VATICANO TERCERO

Cincuenta años han pasado desde el primer anuncio del Vaticano II hecho por el papa Juan XXIII y en la Iglesia todavía se discute sobre el significado de este acontecimiento. Retengo que el problema hoy en realidad no es ya el Vaticano II sino más bien el Vaticano III.

Y para ilustrar mi tesis comienzo haciendo una referencia a la política italiana. En ella una serie de circunstancias han hecho que los que se definen progresistas se encuentra teniendo como principal bandera la defensa del pasado. En el este caso, la Constitución de 1947. Yo estoy firmemente convencido de la necesidad de ser fiel a los valores de la Constitución y me parecen sospechosas ciertas declaraciones en su contra (casi siempre retractadas posteriormente), pero no puedo menos de señalar que el conjunto del mensaje progresista que le llega al país mira más bien al pasado, mientras que el no progresista tiene paradójicamente más referencia al futuro, con deseo de innovar y de cambiar (que, visto el descontento actual con respecto al presente, es lo que todos desean).

Para evitar que la misma cosa suceda en la Iglesia, transformando a los progresistas en anticuados defensores de un tiempo que pasó y en críticos resentidos del presente (peligro muy real), es necesario a mi parecer comenzar a cultivar en la mente la idea de un Vaticano III, aplicando el espíritu del Vaticano II a lo que es más urgente en nuestro tiempo, es decir, a la comprensión de la naturaleza y de la vida humana en sí misma.

El giro positivo que el Vaticano II introdujo en la relación entre católicos e historia, debe extenderse a la relación con la naturaleza. Una vez que se haga esto se pondrá de manifiesto que, lo mismo que los católicos hoy están entre los que interpretan con más equilibrio los asuntos económicos y sociales, y entre los pocos que tienen una conciencia profética frente a la fuerza militar, el mismo equilibrio aparecerá en los asuntos de bioética. Se trata sólo de extender a la naturaleza el mismo principio de laicidad aplicado a la historia por el Vaticano II.

El criterio es el indicado por el Concilio en el punto 7 de la declaraciónDignitatis humanae: “En la sociedad hay que respetar la norma de la completa libertad, según la cual de debe reconocer al hombre la libertad lo más ampliamente posible y no debe restringirse sino cuando es necesario”. Si esta libertad, como afirma el Concilio, debe ser garantizada a los hombres en la relación con Dios (que es el bien más precioso que existe), es obvio que una sana teología no lo puede no extender también a la decisión de los hombres en la propia vida natural mediante el principio de la autodeterminación. Es este el paso que la doctrina de la Iglesia, en fidelidad a sí misma, está llamada a clarificar.

Entre los historiadores católicos (incluidos prelados eminentes) se discute acaloradamente sobre si el Vaticano II significó una vielta respecto al magisterio anterior o si fue una simple reformulación de lo mismo. ¿Hay más discontinuidad o continuidad entre el Vaticano II y los papas preconciliares? A mi parecer no hay duda de que el Vaticano II constituyó un cambio de sentido muy radical respecto a la enseñanza anterior. Señalo sólo dos episodios simbólicos. En 1832 Gregorio XVI excomulga Lamennais por haber apoyado la libertad de conciencia en materia religiosa, definida como “delirio” por el pontífice; en 1965 el Vaticano II aprueban ese delirio con la declaración Dignitatis humanae. En 1950 Pío XII Piadoso condena la nouvelle theologie separando de sus cátedras a los principales representantes, entre ellos al jesuita Henri De Lubac, quien, una vez elegido papa Juan, vuelve a la cátedra, participa en el Vaticano II, recibe cartas autógrafas de Pablo VI y en 1983 es nombrado cardenal por Juan Pablo II.

Si ya de los dos ejemplos anteriores es difícil negar con buena fe que algo ha cambiado radicalmente antes y después del Vaticano II, la discontinuidad aparece con toda su claridad cuando se consideran los siguientes contenidos:

    1) la lectura de la Biblia, antes de desalentada, es promovida a todos los niveles y desaparece toda desconfianza en la utilización del método crítico-histórico en los estudios bíblicos;

    2) en la liturgia se pasa del latín a las lenguas nacionales, se cambia el altar hacia la asamblea y es restaurado el año litúrgico;

    3) de una concepción clerical de la Iglesia se pasa a una valoración del sacerdocio universal de los fieles;

    4) los cristianos de las confesiones no católicas pasan de cismáticos y herejes a se considerados “hermanos separados”, mientras Pablo VI y el patriarca Atenágoras de Constantinopla se quitan las recíprocas excomuniones;

    5) se revisa la relación con los judíos, quitando lo de “pérfidos judíos” de las oraciones del viernes santo y dejando de considerarle un pueblo “deicida”;

    6) las otras religiones ya no son consideradas como idolatrías, sino como caminos de acercamiento al misterio y portadores de divina salvación;

    7) el mundo moderno ya no es condenado en el bloque para lo que produce, especialmente la libertad democrática, sino que se establece una actitud de diálogo y cordialidad.

Sobre este último punto es suficiente poner sólo dos líneas del famoso Sílabo de Pío IX en 1864 junto a otras dos del documento conclusivo del Vaticano II, la Gaudium et spes para darse cuenta hay una diferencia mucho mayor que los 101 años que separan ampos textos. Pío IX habla de “criminales complots de los impíos que, como olas de mar tempestuoso, lanzan su repugnante espuma” mientras que el Vaticano II invita a “escrutar los signos de los tiempos para conocer y comprender el mundo en que vivimos”. ¿A qué se debe esta notable diferencia? A la idea diferente de la relación entre cristianos y mundo. Con el Vaticano II el mundo, de adversario en un combate, entró a formar parte de la conciencia que el cristiano tiene de sí mismo y de la propia fe. Lo cual ha permitido que algunos conceptos, antes condenados, hayan llegado a ser enseñanza positiva de los Papas. Aparte de la libertad religiosa hay que recordar la libertad democrática, la salvación universal, la separación Iglesia-Estado, la libertad de prensa.

Con el Vaticano II se pone fin al período de la Contrarreforma, es decir, de la Iglesia que se pone contra: contra las otras iglesias cristianas, contra las otras religiones, contra el mundo civilizado. En este sentido yo estoy plenamente de acuerdo con los que consideran que la principal novedad del Vaticano II no ha consistido en tanto en sus textos doctrinales cuanto en la actitud espiritual y hablan del “espíritu del Vaticano II”. Tal espíritu consiste en una renovada relación de la Iglesia con el mundo, en el sentido de que al leer la historia del mundo se ha introducido la categoría de laicidad, llegando así a reconocer la autonomía de la historia, de la política, de la investigación científica, de la sociedad civil. Ya no se piensa en Dios actuando directamente en la historia, que tiene una su autonomía y debe ser dejada libre para autodeterminarse: de esta nueva teología ha surgido una conexión más serena y amistosa con el mundo.

Si a nuestros días la Iglesia parece que ha vuelto a la Contrarreforma (no en vano Marco Politi titula su nuevo libro La Iglesia del no), esto se debe en gran parte a que una teología anticuada de la naturaleza gobierna todavía la doctrina, incapaz de asumir el principio de laicidad inroducido por el Vaticano II a propósito de la historia. Como el Sílabo de Pío IX no asumió la necesidad de una nueva teología de la historia, así los documentos de la enseñanza actual no asumen la necesidad de una nueva teología de la naturaleza y, consecuentemente, de la vida y de la muerte de los hombres. Esta será la tarea del Vaticano III, que todo católico responsable debe comenzar a preparar dentro de sí mismo, en la oración y en el ejercicio lúcido se su inteligencia. El Espíritu está siempre al trabajo.



martes, 24 de marzo de 2009

OTRO CRISTIANISMO ES POSIBLE - 19

19. NUEVA FORMULACIÓN DEL ANTIGUO SÍMBOLO

Concluimos hoy la presentación en Atrio de los 18 capítulos del libro de Roger Lenaers. El “equipo ATRIO” que ha ido introduciendo los capítulos antriores estaba compuesto por tres personas. Pero quien ha redactado el borrador de las Introducciones, que los demás podíamos modificar antes de asumirlas como propias, ha sido en todos los casi Juan Luis Herrero del Pozo. A él le pertenece todo lo positivo que haya habido en ellas y a él, personalmente, dejamos la palabra al concluir esta tarea. Y a todos los que han seguido el curso dejamos el espacio de los comentarios para expresar sus ideas y sentimientos no sólo en lo referente a este último capítulo sino a toda la obra.

NOTA VALORATIVA DEL REDACTOR DE LAS ‘INTRODUCCIONES”.
Por Juan Luis Herrero del Pozo.

Es bastante aleccionador que cada cual confronte el cap. sobre la reformulación del credo con todos los desarrollos precedentes de R. LENAERS: este esfuerzo daría mucho juego.

Por mi parte prefiero realizar una valoración general.

  • 1. El esquema conductor de los tres axiomas ayuda mucho a de-construir mitos creídos como hechos históricos. Sanea profundamente el imaginario cristiano. Lo alabo aunque Lenaers debería haber ido más a la raíz.
  • 2. El axioma de la “heteronomía” es secundario: sólo es una fórmula imperfecta y más fácil de entender que los otros dos axiomas. Incluso una vez rechazado ese ‘segundo mundo’, queda por explicar cómo se articulan ‘autonomía’ y ‘teonomía’, cosa que el autor apenas analiza. Porque…
  • 3. Lo básico y definitivo es aclarar -con cierta aproximación- cómo se articulan Dios y criatura. Dado por supuesto lo poco que podemos decir de Dios y la prudencia que ello impone (para no ‘pronunciar el nombre de Dios en vano’), nos deberíamos limitar a afirmar a éste como FUNDAMENTO -¡que ya es una metáfora!- de todo lo existente (sin perjuicio de verbalizaciones más vividas, experienciales y existenciales). Introducir en esa relación Dios-criatura el concepto de ‘causa’ es ya arriesgado porque inevitablemente acarrea el concepto antropomórfico de “INTERVENCIONISMO” divino con el cual ya nadie sabe qué es la AUTONOMÍA del cosmos y de lo humano o dónde empiezan y acaban éstas.

No es lugar de mayores explicaciones que cualquiera puede encontrar en ATRIO. Pero esta tesis si que configura un ‘nuevo paradigma’ teológico que no consiste, como se ha pretendido, en la yuxtaposición de diversas teologías sectoriales, ecologista, feminista, africana…



REFLEXIONES SOBRE EL ABORTO

Juan Luis Herrero del Pozo

El nervio del argumento estriba en si HAY PRUEBAS de que un feto, pongamos por caso, de un par de meses, SEA UN SER HUMANO. 

Es evidente que tales pruebas no son de la incumbencia de la Fe: no es su terreno. Ni siquiera del pensamiento filosófico que sólo puede especular en un terreno – más científico que filosófico- que no es el suyo propio. El juicio crítico puede alcanzar como mucho alguna congruencia sobre lo que es un ser humano y bajo qué condiciones se podría llegar a alguna certeza. 

Ello nos cantona al terreno científico que podría llegar a la certeza de encontrarse ante un ser vivo (también lo es una célula); pero más difícilmente dictaminar que tal ser vivo es un ser humano, y menos aún una persona. 

Ante esta incertidumbre parece plausible constatar que esta realidad afecta al buen funcionamiento de la sociedad y que, por lo tanto, no puede ésta permanecer indiferente ante aquella. Se impone, por consiguiente, legislar. Legislación que sólo puede hacerse desde un consenso ciudadano, mayor o menor. Pero tal decisión no es un juicio moral como sería decir que el aborto es éticamente bueno o malo. Es un simple acuerdo práctico para la convivencia desde el consenso ciudadano. 

Desde estas perspectivas según las cuales lo legislado no es la afirmación de bondad o maldad, si bien es imprescindible legislar, ninguna autoridad ética puede interferir en la tarea legislativa (qué fácilmente se confunde el acto legislativo con su objeto, el aborto, en nuestro caso: aunque éste fuera inmoral, despenalizarlo no lo sería). 

Aparte de la tarea legislativa, volvamos a la interrupción del embarazo en sí. Parece obvio afirmar, por lo dicho que si no existen pruebas fehacientes de la existencia en un feto de la condición de ser humano, no es legítimo calificar como delito a cualquier interrupción del embarazo. Por consiguiente, acusar de delito (no ya en el ámbito jurídico sino en el ético) cualquier interrupción del embarazo es ya en sí un delito. Es, a nuestro juicio, el que cometen los obispos. 

Ahora bien, sea cual sea la legislación, estamos hablando de una imputación de delito, sin pruebas. Y, por consiguiente, punible. ¿Están los obispos por encima de la ley? ¿Son punibles si no lo están? ¿Hasta cuándo soslayarán su responsabilidad? ¿Hasta cuándo?

Nunca se han preocupado por las mujeres salvo para barrer el templo, pedirlas obediencia (Benedicto XVI) y, para colmo, echarles encima la sanción de un aborto ante cuya despenalización se encabritan. 

Alguien puede ser tan respetuoso de la posibilidad de vida humana en un feto que tome muy en serio tal posibilidad y no logre superar la incertidumbre. En tal caso podrá entender para sí mismo que, no pudiendo salir de la duda, debe abstenerse de avalar éticamente la interrupción del embarazo. Salvo que éste colisione gravemente con los derechos de la madre. Pero nunca se atreverá a imponer su criterio a ésta. Yo mismo, cura hace treinta años, a instancias de una madre, telefoneé a Londres para recabar la oportuna información. 

¿De qué se ocupan los obispos, pues? ¿De rechazar medidas preventivas de embarazos peligrosos? ¿De secuestrar los problemas de sexo de la consideración de quienes entienden de ello? ¿De intoxicar el sano pensamiento crítico de las mujeres? Sí. Para lo cual yuxtaponen indecentemente en sus pancartas un lince protegido y un precioso bebé que pregunta “¿Y yo?” ¡Hay que ser retorcidos! ¿Por qué no posa alguno de ellos junto a un oso con el sello “en peligro de extinción”, pidiendo clemencia? ¿O acaso existe diferencia cualitativa entre oso y lince? 

Para cometer semejantes torpezas, sr.. Ratzinger y obispos clientes ¡más les vale callarse o atarse una rueda de molino al cuello! 



martes, 17 de marzo de 2009

OTRO CRISTIANISMO ES POSIBLE - 18

18. ¿ HACIA DÓNDE VOLVERNOS ? Oración de petición, intercesión y escucha

Tema clave. La oración refleja en gran medida la espiritualidad y el pensamiento religioso de una persona. En el caso de nuestro autor, rompedor y conservador al mismo tiempo, “el hueso es duro de roer”. La heteronomía, considerable distorsión del imaginario religioso, de la que obviamente no se libró Jesús [¿dónde estaba su ciencia divina, tan kenótica que no le servía para nada?] ha enturbiado todo durante siglos [por fortuna no ha impedido la calidad religiosa honda]. De ahí que Lenaers se manifieste crítico con la textura tradicional de la oración pero busque su hondura.

  • 1. Oración de petición.

¿Ha sido escuchada? Estadísticamente, mitad-mitad, dependiendo de la ‘casualidad’. “La autonomía del cosmos significa que no hay nada que cambiar en la concatenación física de causa con el efecto” (p.221). No esperes, hija, que san Antonio te consiga novio.

La oración se sustenta sobre la experiencia de la precariedad humana que buscamos superar en la plenitud de Dios. Las cosas que pedimos, benéficas o no, traducen en lo concreto esa tensión de superación. En tal tensión podemos vivir espiritualmente la atracción de la Plenitud, aunque sin percatarnos que ésta no funciona como un ‘deus ex machina’ sino que actúa mediante decisiones personales sobre logros concretos. Si bien una actitud correcta en la oración favorezca una tonificación psíquica que repercuta corporalmente. Y también en nuestro entorno.

  • 2. Oración de intercesión, ‘orar por otros’.

Tampoco vamos a torcer la marcha de los acontecimientos, pero… ¿será mera casualidad el beneficio obtenido para otro o la canalización por nuestra intercesión de la energía creadora siempre presente? [Juzgue cada cual].

  • 3. ¿Nos escuchan ‘desde arriba’?

Donde Lenaers se muestra más crítico es con la supuesta ‘mediación’ de María y otros santos patronos, una distorsión más del espíritu cristiano, en contra del único mediador.

Donde ya desborda la crítica es en la veneración de los santos (como intercesores no como modelos), beneficios de las reliquias, de las almas del purgatorio, canonizaciones interesadas, cuotas de milagros como su aval celestial… y todo el séquito ambiguo de hermandades, procesiones, ‘romerías’, peregrinaciones, ‘talismanes’ religiosos, prácticas supersticiosas variadas, cadenas de oraciones…

Media curia romana se satura con la supervisión de estas cosas y otra media con el control de errores, normas litúrgicas, procesos… Al menos, “crean puestos de trabajo”, escarcea con ironía Lenaers, a sus 80 años ¡una bocanada de aire fresco!.



viernes, 13 de marzo de 2009

¿ES LA RELIGIÓN ENEMIGA DE LA CIVILIZACIÓN?

En el mundo actual, las Iglesias se han convertido en un factor de conflicto y un obstáculo para la "salvación", sea eso lo que sea. Sobreviven porque sus jerarquías quieren conservar el poder y sus privilegios

 

GIANNI VATTIMO

 

 

Todos recordamos seguramente la famosa frase de Nietzsche sobre la muerte de Dios. Y también su cláusula: Dios seguirá proyectando su sombra en nuestro mundo durante mucho tiempo. ¿Qué pasaría si aplicáramos la frase de Nietzsche también, y sobre todo, a las religiones? En muchos sentidos, es verdad que, en gran parte del mundo contemporáneo, la religión como tal está muerta, pero todavía proyecta sus sombras en numerosos aspectos de nuestra vida privada y colectiva. Por cierto, dejemos claro que el Dios cuya muerte anunció Nietzsche no es necesariamente el Dios en el que muchos de nosotros seguimos creyendo; yo me considero cristiano, pero estoy seguro de que el Dios que estaba muerto en Nietzsche no era el Dios de Jesús. Incluso creo que, precisamente gracias a Jesús, soy ateo. El Dios que murió, como dice el propio Nietzsche en algún lugar de su obra cuando le llama "el Dios moral", es el primer principio de la metafísica clásica, la entidad suprema que se supone que es la causa del universo material y que requiere esa disciplina especial llamada teodicea, una serie de argumentos que tratan de justificar la existencia de ese Dios o esa Diosa frente a los males que vemos constantemente en el mundo.

 

La tesis que quiero presentar aquí es que las religiones están muertas, y merecen estar muertas, tal como Nietzsche habla de la muerte de Dios. No sólo están muertas las religiones morales, en el sentido más obvio de la palabra: desde dentro de la sociedad cristiana y católica de Europa, es fácil ver que son muy pocos los que observan los mandamientos de la moral cristiana oficial. Lo que está muerto, en un sentido más profundo, son las religiones "morales" como garantía del orden racional del mundo.

 

La institucionalización de las creencias, que dio origen a las Iglesias, incluyó (no sé si sólo en la práctica o como factor necesario) una reivindicación del poder histórico, en el sentido de que era casi natural y necesario que una religión moral se convirtiera en una institución temporal poderosa. Es lo que parece haber ocurrido con el catolicismo, pero se pueden ver muchos otros fenómenos similares en la historia de otras religiones. Incluso el budismo engendró un Estado, el Tíbet de los lamas, que ahora lucha por sobrevivir frente a China. En todas partes -por ejemplo, en el hinduismo-, el mismo hecho de que exista una diferencia entre clérigos y legos hace que la religión se convierta en una institución, cuyo objetivo principal es siempre su propia supervivencia. Mencionaré de nuevo el ejemplo de la Iglesia católica: si no hubiera sobrevivido a lo largo de los tiempos, yo no habría podido recibir el Evangelio, la buena nueva de la salvación. Una vez más: como en el caso de la muerte de Dios de Nietzsche, la muerte de las religiones institucionalizadas no significa que no tengan legitimidad. Sencillamente, llega un momento en el que ya no son necesarias. Y ese momento es nuestra época, porque, como puede verse en muchos aspectos de la vida actual, las religiones ya no contribuyen a una existencia humana pacífica ni representan ya un medio de salvación. La religión resulta un poderoso factor de conflicto en momentos de intercambio intenso entre mundos culturales diferentes. Por lo menos, eso es lo que ocurre hoy: en Italia, por ejemplo, existe un problema con la construcción de mezquitas, porque la población musulmana ha aumentado de forma espectacular. La hegemonía tradicional de la Iglesia católica está en peligro, pero los

católicos no se sienten amenazados en absoluto por esa situación; sólo los obispos y el Papa.

 

La Iglesia afirma que defiende su poder (y los aspectos económicos de él) para preservar su capacidad de predicar el Evangelio. Sí; pero, como en tantas instituciones, la razón suprema de su existencia se queda muchas veces olvidada a cambio de la mera continuidad del statu quo. Lo que quiero decir es que, en el mundo actual, sobre todo en el Occidente industrial, la religión como institución se ha convertido en un factor de conflicto y un obstáculo para la "salvación", sea eso lo que sea. Quiero subrayar que hablo de la muerte de las religiones en el mismo sentido en el que acepto el anuncio de Nietzsche sobre la muerte de Dios. La religión que está muerta es la religión-institución, que contribuyó enormemente al desarrollo de la civilización pero, al final, se convirtió en un obstáculo.

 

Hablar de la muerte de las religiones en un sentido relacionado con el anuncio de la muerte de Dios de Nietzsche no significa, desde luego, que la religión nunca haya tenido sentido para la humanidad. Ni siquiera se puede decir que la frase de Nietzsche significa que Dios no existe. Ésa sería de nuevo una afirmación metafísica, que Nietzsche no quería pronunciar, por su rechazo general a cualquier metafísica "descriptiva". La lucha contra la supervivencia de las religiones de la que hablo tiene poco que ver con la negación racionalista de todo significado a los sentimientos religiosos. Incluso se toma muy en serio ese resurgimiento de la necesidad de una relación con la trascendencia que caracteriza numerosos aspectos de la cultura actual. Citaré de nuevo a Nietzsche, que dice que Dios está muerto y ahora queremos que existan muchos Dioses.

 

Mientras las religiones sigan queriendo ser instituciones temporales poderosas, son un obstáculo para la paz y para el desarrollo de una actitud genuinamente religiosa: pensemos en cuánta gente está abandonando la Iglesia católica por el escándalo que representan las pretensiones del Papa y los obispos de inmiscuirse en las leyes civiles en Italia. Los ámbitos de la ética familiar y la bioética son los más polémicos. En Estados Unidos, el anuncio reciente del presidente Obama sobre su intención de eliminar las restricciones a la libertad de las mujeres para abortar ha suscitado una amplia oposición por parte de los obispos católicos. La oposición contra cualquier forma de libertad de elección en todo lo relacionado con la familia, la sexualidad y la bioética es continua e intensa, sobre todo, en países como Italia y España. Tengamos en cuenta que la Iglesia se opone a leyes que no obligan, sino que sólo permiten la decisión personal en estos asuntos. Deberíamos preguntarnos de qué lado está la civilización.

Hace poco, el Papa repitió su idea constante de que la verdad no es negociable. ¿Ese "fundamentalismo" es sólo característico del catolicismo, o de todo el cristianismo? Quienes hablan de civilizaciones tienen la responsabilidad de tener en cuenta esta condición concreta. No hay más que ver los frecuentes diálogos interreligiones que se celebran en cualquier parte del mundo, en los que los interlocutores suelen ser "dirigentes" de las distintas confesiones. No dialogan para cambiar nada; no es más que una forma de volver a confirmar su autoridad en sus respectivos grupos. ¿Acaso sale de estos frecuentes encuentros algo útil para la paz y la mutua comprensión de los pueblos? Mientras no se elimine el aspecto autoritario y de poder de las religiones, será imposible avanzar hacia el mutuo entendimiento entre las diversas culturas del mundo.

 

Esta conclusión puede parecer una gran paradoja, dado que, en general, se ha considerado que la religión era un medio de educar a la humanidad hacia la caridad, la piedad y la comprensión. En muchos sentidos, la compasión parece ser la base fundamental de toda experiencia religiosa. Y es cierto, ya sea desde el punto de vista del cristianismo, el budismo, el hinduismo, el islam o el judaísmo. Hasta aquí, nada que objetar. Pero precisamente por eso es por lo que debemos reconocer que ha llegado la hora de que las personas religiosas se alcen contra las religiones. Y que afirmen tajantemente que la era de la religión-institución se ha terminado y su

supervivencia sólo se debe a los esfuerzos de las jerarquías religiosas para conservar su poder y sus privilegios. El hecho de que esta tesis parezca inspirarse, en gran parte, en la experiencia cristiana (y católica) europea, no limita su validez para otras culturas. Seguramente, el veneno del universalismo se extendió por el mundo gracias a los conquistadores europeos, que son responsables de la estricta asociación entre conversión (al cristianismo; recuérdese el compelle intrare de San Agustín) e imperialismo. Ahora es el mundo latino el que debe romper esa asociación y separar la salvación de cualquier pretensión de creencia y disciplina universal como condición para alcanzarla. No es una tarea fácil.



I DIÁLOGO INTERRELIGIOSO EN MARCOSUR

Uno de los principales exponentes de la Teología de la Liberación, Leonardo Boff, considera que el mandatario Fernando Lugo está profundamente convencido de que abrirá "el camino del cambio" en Paraguay durante su gestión.

 

El teólogo brasileño vino al país con el dominico Carlos Alberto Libanio Christo, conocido como "Frei Betto", para participar del primer Diálogo Interreligioso del Mercosur, que culminó este jueves tras dos jornadas de reuniones en la Manzana de la Rivera.

En conferencia de prensa, Boff dijo que conversó brevemente con Lugo - también seguidor de la Teología de la Liberación- sobre la situación política y social por la que atraviesa Paraguay.

"No es fácil hacer un juicio objetivo, además, no vivo aquí, pero por lo que veo de parte de Lugo existe una inmensa capacidad de suscitar esperanzas, de no defraudar al pueblo y de enfrentar las dificultades que son naturales de un proceso político", expresó.

El teólogo considera que el jefe de Estado "tiene la profunda convicción de que en cinco años va a abrir un camino de cambio para este país".

PRIMAVERA DEMOCRÁTICA. Por su parte, "Frei Betto" opinó que la mejor manera para fomentar los espacios interreligiosos será el aprovechamiento de la "primavera democrática que se vive en América del Sur, con los gobiernos democráticos populares, incluido el Paraguay, para hacer grandes cambios estructurales".

"Es momento de combatir las deficiencias democráticas, promover sistemas estructurados y garantizar una sociedad con menos desigualdad", acotó el religioso.

COHESIÓN. Los participantes del primer Diálogo Interreligioso del Mercosur propusieron considerar a las religiones como elementos de cohesión entre las sociedades de la región.

Boff y "Frei Betto" han sido los expositores más destacados de este encuentro, incluido en el programa que Paraguay ha organizado para este primer semestre en que preside el Mercosur.

"Somos pueblos místicos y eso ayuda a disminuir los prejuicios y las distancias que nos hacen más racionales", señaló Boff.

En cuanto al rol de los religiosos en la sociedad, el teólogo destacó que debe consistir en una "misión ética".

"Es decir, suscitar valores de justicia, combate a la corrupción, amor a la verdad y hacer que los ciudadanos participen, que sean activos" en los procesos sociales, indicó.

Consideró además que esa misión no debe tener "una dimensión directa en el campo político", pero si en la elevación de la conciencia de los procesos de que vive un país".



LA CONVENIENCIA DE AUTOENGAÑARSE

El autoengaño es una de las facetas más inherentes a la condición humana. Una faceta en principio estúpida, pero que nos concede una estabilidad excepcional para convertirnos en animales sociales. El hombre ha logrado convertir el autoengaño en una fuente de estabilidad.


Son habituales en algunos de los urinarios públicos de los Países Bajos, Francia y Reino Unido, y han comenzado a aparecer recientemente en nuestro país. Es sabido que los hombres, sea por falta de habilidad, pereza o descuido, “no apuntan bien”. Alguien tuvo una brillante idea: diseñar un urinario blanco con un pequeño insecto dibujado en el interior. El insecto en cuestión, de color negro sobre blanco, es difícil de ignorar. ¿Qué función tiene? El lector puede ya imaginarlo. El objetivo es que el usuario, atraído por un profundo deseo de enviar al pobre invertebrado tubería abajo, dirija el cilíndrico caudal hacia el interior del urinario. Obviamente, el insecto está ubicado casi en el centro, en un lugar bastante estudiado, donde se minimizan las salpicaduras u otros indeseados derrames. Los hombres que lean este artículo y hayan alguna vez visitado un urinario con tal diseño sabrán lo efectivo del mismo: es imposible no apuntar al insecto para intentar acabar con su vida, a pesar de que uno sabe que no es más que un dibujo.

Es en este punto en el que quisiera detenerme porque contiene el concepto que da pie a este artículo: la virtud del autoengaño. No hay adulto que no sepa que el insecto es un dibujo y, sin embargo, no hay adulto que no apunte hacia él. Es imposible hacerlo caer por el desagüe (¡es un dibujo!), y aun así, erre que erre, a ver si lo conseguimos. ¿Por qué insistir en una acción que sabemos infructuosa?

Pero el fenómeno contiene un segundo autoengaño aún más flagrante. El usuario sabe perfectamente que el dibujo ha sido colocado ahí para el autoengaño, y aun así se cae en la trampa. Asistimos con este trivial y escatológico ejemplo a un hecho formidable que caracteriza a la condición humana: la virtud de autoengañarse que afecta a todos los dominios de la vida.

En lo económico. Los bancos llevan varios años tasando inmuebles que saben que están absolutamente sobrevalorados por unos tipos de interés bajos y un exceso de liquidez en la economía. Los bancos están presentando balances con activos (derecho sobre préstamos) sobrevalorados. En caso de crisis económica, con desempleo y subida de tipos, no van a poder recuperar el dinero que dieron porque es sin duda superior al valor del inmueble que tasaron. Esto lo saben todas las entidades financieras, y lo lleva advirtiendo Jaime Caruana, gobernador del Banco de España, desde hace tiempo. Aun así, a final de año los principales bancos están presentando cuentas de resultados con beneficios desorbitados. Tales beneficios podrían ser la antesala de unas grandes pérdidas en caso de un pinchazo de la burbuja inmobiliaria acompañado de morosidad. También lo saben los analistas financieros y los inversores que compran acciones de estos bancos. Pero no importa: es mejor autoengañarse, porque si no todo podría venirse abajo. Si quitamos la mosca el urinario se ensuciaría más de lo debido, así que conviene dejarla en su lugar.

Lo mismo sucedió con las acciones de las tecnológicas, que hicieron perder cifras astronómicas y arruinaron a mucho pequeño inversor. ¿Qué sucedió en la debacle de las puntocom? Pues otro autoengaño, en este caso multitudinario.

¿Cómo podía ser el valor en Bolsa de Terra superior al del BBVA o al de Repsol si no facturaba más de 10 millones de euros y tenía unas pérdidas millonarias? La respuesta es tan sencilla como inquietante: porque casi nadie lo cuestionaba, y al que lo hacía le tachaban de insensato: “Por favor, autoengáñese y deje de decir tonterías”.

En lo personal. Dejemos de engañarnos: él no va a cambiar; ella, tampoco. Muchas personas viven en la permanente ilusión de que van a lograr cambiar al otro. Desengáñense. Nadie cambia, a lo sumo lo disimula. Pero tal autoengaño mantiene los lazos del amor, de la esperanza y de la ilusión.

En lo laboral. ¿Cuántas veces no hemos escuchado a alguien exclamar con alegría: “¡En la empresa ya me han hecho fijo!”? Tal persona no ha conseguido nada más que una indemización si deciden despedirle. Nadie es fijo de por vida en una empresa. Es imposible. Toda empresa, si las cosas van mal dadas, suspenderá pagos o se declarará en quiebra. De acuerdo, ser fijo supone una cierta estabilidad añadida a la del contrato temporal, pero no es una garantía total de empleo. Es otra forma de autoengaño: la de creerse con trabajo para siempre aun cuando un contrato fijo no es una garantía laboral, sino una cierta garantía de indemnización por despido.

Así es. Nos engañamos a nosotros mismos todos los días; se engañan a sí mismos las autoridades, los gobernantes, los directivos, los inversores, los accionistas, y los periodistas, los políticos, los monarcas, los ricos, los pobres… No hay ser humano que escape al autoengaño. Entre otras cosas porque si no enloquecería o se volvería un ser absolutamente antisocial.

Ésta es una de las grandes paradojas de la condición humana, otro de los aspectos que nos hacen tremendamente eficientes frente a otras especies animales. Porque, a pesar de todo lo anteriormente dicho, conviene que nos sigamos engañando a nosotros mismos por el bien de la humanidad y sucesivas generaciones. De hecho, el hombre acude al autoengaño consciente, pero el animal vive en la ignorancia inconsciente, lo cual, a pesar de menos reprobable y más sincero, es mucho más peligroso.

La ignorancia inconsciente

Consiste en no darse cuenta de que se está ignorando un peligro o una realidad. Los animales son a menudo ignorantes de amenazas que se ciernen sobre ellos, y por eso resulta sencillo engañarlos con cualquier anzuelo para introducirlos en una jaula. La ignorancia inconsciente es terrible porque, a pesar de proveer tranquilidad, implica que somos ajenos a la realidad. En cambio, el autoengaño inconsciente es un síntoma de inteligencia. Consiste en engañarse de forma voluntaria para que las cosas sigan funcionando, pero si lo peor sucede, ya lo arreglaremos; mientras no sea así, el sistema se aguanta, y, al fin y al cabo, de eso se trata, de que el sistema aguante. Así es también la vida. Decía Hemingway que vivimos esta vida como si llevásemos otra en la maleta: un puro autoengaño para pasar de puntillas por la misma sin importarnos demasiado si la vivimos o la desperdiciamos.

Fernando Trías de Bes es profesor de Esade, conferenciante y escritor.



jueves, 12 de marzo de 2009

EL VATICANO, UN PODER ESPIRITUAL Y MATERIAL

Los trece poderes

Xavier Pikaza


Adital - 11.03.09

Introducción

He querido destacar ahora los poderes de la Curia Vaticana, que forma el Gobierno del Obispo de Roma, con su red de cardenales y arzobispos, obispos, monseñores y funcionarios, divididos en Secretarías, Consejos, Congregaciones, Tribunales y otras Instituciones, bien organizadas. La teología de la Curia, concretizada a través del Código de Derecho Canónico de 1983 (núms. 360-361) y del Catecismo de la Iglesia católica de 1992 (núms.. 880-887), supone que Cristo ha concedido al Papa toda su autoridad sobre la tierra (conforme a la palabra de Mateo 16, 17-19), de manera que él tiene un poder total (como soberano absoluto, supremo dirigente), un poder hereditario, pues nombra a los cardenales (que elegirán al nuevo Papa); Papa y cardenales de Curia nombrarán después, en clara endogamia (y siguiendo una escala de responsabilidades y honores), a los restantes "funcionarios".

La organización de la Curia Vaticana ha sido fijada por JUAN PABLO II, en su Constitución Apostólica Pastor Bonus de 1988, donde expande lo que dice el Código de Derecho Canónico de 1983, núms. 360-361. En esa línea, la composición y gobierno de la Curia resulta paternalista y absoluta, como un circuito cerrado que se auto-alimenta y perpetúa. Desde ese fondo, podemos resumir de un poco aproximado (y quizá caricaturesco) sus poderes:

1. Poder político y diplomático. Secretaría de Estado

Los Estados Pontificios desaparecieron el año 1870; sin embargo, con los pactos de Letrán (1929), surgió el Estado de la Ciudad del Vaticano que tiene, en principio, unos fines espirituales (no económicos, ni militares), pero que en realidad posee un gran peso político, de manera que el Papa puede presentarse como un Jefe de Estado. Esta situación, que vincula al Papa con los gobernantes de la tierra más que con los pobres y excluidos, influye de un modo poderoso (y negativo) en la existencia de la iglesia y hace que la vida católica parezca a veces un poco esquizofrénica, si es que quiere ser fiel al evangelio, pues Jesús no pactó con emperadores ni reyes, ni mandó nuncios con poderes e inmunidad diplomática a los reinos de la tierra. En este campo, los cambios deben ser radicales. Tiene que desaparecer el Estado Vaticano, con sus posesiones y funciones (funcionarios), hoy mejor que mañana, si la iglesia quiere volverse de verdad católica, partiendo de los pobres.

También deben suprimirse los obispados y capellanías castrenses, que ratifican el pacto de la iglesia con los poderes militares (sin dejar de anunciar el mensaje a los soldados). Mientras las cosas continúen como ahora, muchos católicos nos sentimos «mentirosos», pues decimos estar al servicio del pueblo, pero estamos de hecho al lado de los poderosos. Ciertamente, otras iglesias sin «Estado Vaticano» se enfrentan también en este campo con grandes problemas, teniendo que buscar otras mentiras para justificarse. Pero aquí hemos querido centrarnos en la iglesia católica.

El poder político se expresa a través de sus nunciaturas, abiertas en casi todos los estados de la tierra. Por medio de ellas, el Papa cumple su función de gobernante, utilizando unos cauces diplomáticos que se sitúan (sitúan a la iglesia de Jesús) dentro del espacio de poder de los estados, que es aún grande, aunque menor que el de las multinacionales. Esa actividad diplomática se extiende también hacia el interior las iglesias, de manera que, de hecho, muchas veces, son los nuncios los que actúan como verdaderos responsables de las iglesias a las que son enviadas, con detrimento de los obispos locales. Eso significa que las iglesias no están gobernadas por pastores, sino por diplomáticos.

2. Poder magisterial. Congregación de la Doctrina de la fe

El Papa, ayudado por comisiones y sínodos (especialmente por la Congregación para la Doctrina de la Fe), siguiendo siempre, en última instancia, sus propias preferencias, promulga documentos oficiales (encíclicas, cartas pastorales, exhortaciones apostólicas), con disposiciones de fe para los católicos. Esos documentos se mueven casi siempre en un círculo cerrado, alimentándose a sí mismos, sin diálogo real con el mundo exterior, ni con los principios cristianos (exégesis bíblica). Expresión privilegiada de ese poder ha sido el Catecismo de la Iglesia Católica que Juan Pablo II promulgó en 1992.

Ese poder magisterial es, sin duda, bueno y necesario; pero da la impresión de que Roma quiere definirlo y resolverlo todo (dejarlo atado y bien atado), no sólo en el plano del magisterio básico, sino en los diferentes campos de la teología y la moral (sobre todo en el plano sexual), como si no hubiera espacio para la autonomía de cada diócesis o iglesia y como si obispos y teólogos fueran sólo unos comentaristas de los documentos de Roma y los fieles cristianos unos simples oyentes (discentes) de una palabra que les viene de fuera. En ese sentido, al menos conforme a la mentalidad del Vaticano, parece que no existe autonomía para los teólogos ni para los fieles, a quienes la curia romana trata como a menores de edad, sin mucho juicio ni libertad ante Dios. En contra de eso, verdadero magisterio ha sido y sigue siendo la vida de los pobres y la fe de quienes les acogen .

3. Poder misionero. Congregación de Propaganda Fide

La misión pertenece a toda la iglesia, pero ha quedado de alguna forma controlada por la Curia Vaticana, que es ahora la única que tiene ahora el poder de crear nuevas iglesias, instituyendo prelaturas y obispados. Eso significa que las comunidades cristianas «están naciendo desde arriba», de un modo programado, con el peligro de perder su autonomía teológica y su fuerza creadora. Es como si el centro papal desconfiara de las iglesias que pueden nacer, crecer y organizarse de un modo autónomo.

La curia romana tiene miedo de perder el control sobre las diversas formas de vida y teología cristiana que pueden surgir. Se trata, en el fondo, de un miedo enfermizo y contraproducente, pues son las mismas iglesias particulares las que pueden y deben abrir caminos de evangelio, como hicieron en tiempos de Pedro. Han de ser ellas las que, desde diversos lugares de la actual periferia (desde África o América del Sur, desde el oriente europeo o Asía e incluso desde Europa), han de abrir nuevas posibilidades eclesiales de pensamiento y vida, de manera que pueda surgir así, partiendo de ellas, un nuevo papado.

Estamos ante un nuevo campo de misión (el mundo es distinto) y debemos recuperar los principios del anuncio pascual, en la línea de las primeras comunidades cristianas. Así podemos recordar que el primer misionero no fue Pedro, sino otros, de manera que su grandeza como depositario de las llaves estuvo precisamente en aceptar la misión de otros.

4. Poder teológico, interpretación de la Escritura. Congregación de la Doctrina de la fe

En principio, la teología tiene una función autónoma dentro de la iglesia: ella no es un comentario de las declaraciones del magisterio, sino una actividad propia e independiente de las comunidades, llamadas a repensar el evangelio, con libertad creadora, en la medida en que lo ofrecen a los pobres y lo comparten con ellos. Más aún, la teología no pertenece a la jerarquía ni al ministerio oficial de la iglesia, sino que es una función de todos los creyentes, sin distinción de clero y laicado. Por eso, el Vaticano no tiene que dar autonomía a los teólogos (como algunos pretenden), pues no tiene poder para hacerlo, sino que debe alegrarse de que surjan teologías y experiencias de evangelio, desde la misma vida de las iglesias, que interpretan y recrean con su vida la Escritura.

Aquí se fundó gran parte de la reforma luterana, empeñada en devolver a los cristianos el acceso a la Palabra de Dios (libre interpretación de la Escritura). Se ha dicho que el Papa de los Protestantes es la Biblia y la Biblia de los católicos el Papa. Es posible que esa visión sea exagerada, pero de hecho los papas han querido actuar como si fueran los únicos lectores oficiales la Biblia, con la tarea de explicarla al resto de los fieles. Mientras no cambie esa actitud no habrá reforma de la Iglesia.

El cambio que pedimos es grande, pues ya la teología antigua tendió a quedar en manos de los obispos y luego de los monjes y del clero. Más tarde, desde el concilio de Trento y de un modo más intenso desde finales del siglo XIX, la curia de Roma ejerce un control muy fuerte sobre la investigación y publicaciones de los teólogos, especialmente de aquellos que están vinculados a la enseñanza oficial (Facultades de Teología) o al ministerio. En este momento son muchos los que afirman que, para la elaborar la teología en libertad, resulta preferible situarse fuera de las instituciones oficiales de la iglesia católica, es decir, de los ministerios clericales y de las facultades de teología reconocidas por la jerarquía. Otros añaden que la curia romana significa un estorbo (un impedimento y un instrumento de poder) más que una ayuda para el desarrollo de una teología cristiana, que se apoya en la Escritura de Dios y en la vida de los pobres.

En este contexto, se sitúa la actitud de Juan Pablo II, que ha querido silenciar la teología de la liberación. Ciertamente, el magisterio católico ha tenido y tiene momentos de hondura y creatividad cristiana. De todas formas, mientras los papas no cambien de actitud y empiecen escuchando la vida y teología de los pobres no podrá haber renovación del papado.

5. Poder Sacramental. Congregación de ritos.

Ciertamente, los católicos saben que los sacramentos provienen de Jesús, que son los signos de su acción y presencia poderosa (liberadora, sanadora) sobre el mundo, de manera que han de estar abiertos a los momentos principales de la vida personal y social de los creyentes, conforme a la experiencia y creatividad de las comunidades. Pero, de hecho, los sacramentos oficiales parecen haberse "fosilizado", de manera que a muchos les parece que al Vaticano le importa más la fidelidad a la letra de los ritos que el despliegue de la vida mesiánica de Cristo.

Con la ayuda de la Sagrada Congregación para los Ritos, el Papa define y organiza la liturgia católica romana, fijando las formas exteriores, los gestos ceremoniales y las palabras básicas de todas las celebraciones. El mismo Papa promulga los Rituales para el conjunto de la iglesia, contribuyendo así a la unidad de la liturgia, pero también a su formalismo, de manera que resulta difícil descubrir en ella y por ella la presencia sanadora de Jesús que acoge a los pobres y ofrece su dignidad y esperanza de vida a los pecadores y expulsados de todas las sociedades de la tierra. Estamos ante un reto esencial para la vida de la iglesia, un reto que ministros y teólogos deben asumir y resolver unidos, partiendo de los pecadores y los pobres, que los que están llamados a celebrar el evangelio.

6. Poder ministerial. Congregación de Obispos

En el principio, los ministerios surgían de la vida y creatividad de cada iglesia, capaz de nombrar a sus obispos y presbíteros, que eran portadores de la vida y teología de las mismas comunidades, en comunión con las restantes comunidades de la Gran Iglesia. Pero de hecho, a través de una larga historia, cuyos rasgos más salientes se encuentran vinculados, como hemos visto, con la crisis del constantinismo y la reforma gregoriana del siglo XI, el Papa se ha reservado el poder de nombrar, dirigir y remover a los obispos de la cristiandad católica (y a través de ellos a sus presbíteros). De esa forma, todos los obispos se han vuelto de hecho delegados de la única diócesis mundial del único obispo real, que es el de Roma, que no solamente les nombra, sino que les da la "investidura" religiosa (ministerial).

A través de la Congregación de los Obispos, el Papa puede dirigir la estructura y funcionamiento de todas las iglesias, como si pasara por sus manos la vida y el poder creador del evangelio. Ciertamente, algunos obispos se sienten autónomos y actúan de forma carismática, al servicio de la libertad cristiana y de la creatividad teológica. Pero otros muchos parecen simples servidores del Papa que les nombra y dirige. De esa forma, la teología deja de ser reflexión y despliegue del misterio, para convertirse en comentario de los textos del magisterio. Por su parte, los ministros cristianos parecen desligarse de la fuerza creadora de Jesús, para convertirse en delegados del ministerio total de los papas.

7. Poder Legislativo.

Ciertamente, en el principio de la «ley» cristiana (que según Pablo es expresión de gracia y libertad) sigue estando el Evangelio. Pero en la práctica, ese evangelio acaba volviéndose una referencia lejana, una inspiración espiritual a la que la iglesia se remite, pero sin apoyarse de verdad en ella, de manera que la mayor parte de la legislación canónica proviene de otras fuentes, que pueden ser valiosas (como el derecho romano), pero que ya no son cristianas. Por otra parte, las leyes concretas de la vida de la iglesia las traza y define el obispo de Roma, quien (conforme a la lectura oficial de Mt 16,17-19) ha recibido de un modo directo todo el poder legislativo, como lo ratifican las normas del Código de Derecho Canónico que rigen y dirimen jurídicamente casi todos los espacios de la vida cristiana.

También en este campo, la iglesia católica puede parecer esquizofrénica: ella ha nacido para abrirse hacia los pobres y excluidos (pecadores), más allá de todo legalismo "judaizante"; pero después se ha vuelto más legalista que el mismo judaísmo antiguo, de manera que los pobres-pecadores no encuentran en ella un espacio donde estar a gusto. La teología del Concilio Vaticano II (1962-1965) ha procurado beber y ha bebido de las fuentes del Nuevo Testamento, abriendo un camino de renovación cristiana, desde los pobres del mundo, pero después parecer haber quedado sofocada por el nuevo Código de Derecho Canónico, cuyas fuentes son más paganas (helenistas e imperiales) que cristianas. Esto es lo que dice un teólogo tan poco sospechoso de rebeldía contra Roma como el Abad G. LAFONT (Histoire théologique de l’Église catholique, Cerf, Paris 1994; Imaginer l’Église catholique, Cerf, Paris 1995) .

8. Poder Ejecutivo.

Está vinculado al poder ministerial y legislativo de los que acabamos de hablar. A través del nombramiento de todos los obispos del mundo, el Papa (la curia romana) puede ejercer y ejerce un control directo sobre el conjunto de la iglesia, utilizando para ello las diversas Congregaciones y Secretarías del Vaticano, con sus métodos de "secreto reverencial" paternalista. Las cosas más importantes se deciden de un modo misterioso, quizá con oración, pero sin que se conozcan ni publiquen los motivos, de tal forma que a veces la Curia Vaticana puede compararse al famoso Castillo de las obsesiones de Kafka. Esa actitud deriva posiblemente del miedo al evangelio y a la libertad humana.

Parece que el Vaticano quiere llenar todos los huecos, resolver todos los problemas, como si los demás creyentes no pudieran pensar, como si los clérigos menores y los simples fieles corrieran el riesgo de equivocarse y perderse tan pronto como quedan solos, antes Dios y su conciencia, aunque sean muchos y se unan e invoquen la presencia del Espíritu, en la línea de Hech 15,28: "Nos ha parecido a nosotros y al Espíritu Santo...".

Ciertamente, la iglesia sigue hablando de los pobres y pecadores, pero no les concibe como portadores del evangelio, sino como sujetos de una ley a la que deben someterse. Así lo destacó Y. CONGAR, a quien más tarde nombrarían cardenal, denunciando, a mediados del siglo XX, una actitud que por desgracia impera en la jerarquía de la iglesia. "El Papa actual, sobre todo desde 1950, ha desarrollado hasta la manía un régimen paternalista consistente en que él y sólo él dice al mundo y a cada uno lo que hay que pensar y cómo hay que actuar. Pretende reducir a los teólogos al papel de comentaristas de sus discursos, sin que, sobre todo, puedan tener la veleidad de pensar algo..." (Diario de un teólogo (1946-1956), Trotta, Madrid 2004, 472) .

"Ahora conozco la historia. Llevo muchos años estudiándola; ha dejado claro ante mis ojos numerosos acontecimientos contemporáneos, al tiempo que la experiencia vivida particularmente en Roma me aclaraba esta historia. Para mí, es una evidencia que Roma sólo ha buscado siempre, y busca ahora, una sola cosa: la afirmación de su autoridad. El resto le interesa únicamente como materia para el ejercicio de esa autoridad. Con pocas excepciones, ligadas a hombres de santidad e iniciativa, toda la historia de Roma es una reivindicación asumida de su autoridad y la destrucción de todo lo que no sea sumisión" (Ibid., 473) .

9. Poder judicial.

La iglesia de Roma no conoce un poder judicial independiente, sino que los mismos que promulgan las leyes y promueven su cumplimiento tienen después el poder de sancionarlas, a través de sus diversos tribunales eclesiásticos. Conforme a un principio que se viene aduciendo en Roma por lo menos desde el año 500 (en las así llamadas Falsificaciones de Símaco) y que ha sido fundamental en las Decretales seudo-isidorianas del siglo XI (y en el Dictatus Papae de Gregorio VII), la prima sedes (sede romana) a "nemine iudicatur" (no puede ser juzgada por nadie), mientras ella puede juzgar a todas las restantes sedes y agrupaciones de cristianos.

Es evidente que en este espacio no ha entrado la luz de la gracia del evangelio que se expresa en la palabra originaria de Jesús: "No juzguéis y no seréis juzgados" (Mt 7,1 par). Como representante peculiar de Jesús, el Papa debería ser un signo privilegiado de la superación del juicio, representante de un amor que se ofrece y regala, sin imponerse y sin sancionar su autoridad en términos jurídicos.

Pues bien, en contra de eso, apoyados en el genio judicial de la vieja Roma pagana, el Papa y su Curia, han venido a convertirse en norma judicial suprema, colocándose ellos mismos por encima de todo juicio. Ciertamente, dicen, y con toda razón, que la iglesia no es una democracia (no es poder de "demos" o pueblo poderoso, capaz de regular sus asuntos por derecho), sino signo de la gracia de Dios; pero lo dicen para que los demás se sometan, mientras ellos les juzgan desde arriba. Da la impresión de que los responsables del Vaticano quieren que los fieles sean cristianos (que no juzguen), pero lo hacen con medios no cristianos (juzgando ellos a todos), como hacen siempre las dictaduras.

10. Poder espiritual "carismático".

La Curia de Roma ejerce también el control simbólico de la santidad, dirigiendo unos procesos canónicos que pueden conducir a la beatificación y/o canonización de ciertas personas, para que sean veneradas en el conjunto de la iglesia (desde Santa Teresa de Calcuta hasta San Josemaría Escrivá de Balaguer, entre los modernos). En esos procesos, que pretenden marcar las líneas de santidad que han de seguir los católicos, la Curia sigue empleando una «prueba» muy ambigua y, en el fondo, muy poco evangélica: apela a los posibles milagros de los presuntos beatos o santos para canonizarlos.

Por otra parte, conforme a unos métodos más políticos que evangélicos, el Vaticano tiende a canonizar a las personas que han seguido mejor su línea de poder, como si ofreciera un tipo de condecoración «post mortem» a los defensores de su proyecto político-social (evidentemente, con excepciones que confirman la regla). En esa línea se sitúa también el control doctrinal y organizativo del Vaticano sobre los movimientos espirituales de la iglesia, que sólo se aprueban y declaran positivos cuando siguen las directrices oficiales de la estructura jerárquica. El problema no es sólo de Roma, sino de esos movimientos que, en vez de expandirse en libertad, sin necesidad de avales jerárquicos, acuden muy pronto a Roma para recibir la confirmación del papado (perdiendo su independencia carismática).

11. Poder sobre los movimientos de vida religiosa.

Estrictamente hablando, la vida religiosa quiso ser un signo de presencia y compromiso carismático en la iglesia, y así lo ha sido muchas veces desde antiguo: sus miembros se situaban fuera de la estructural clerical, manteniéndose alejados de las instituciones, para desarrollar un tipo de vida evangélica (vinculada a veces con movimientos ascéticos de tipo platonizante o gnósticos), desde los anacoretas antiguos de Siria y de Egipto hasta los monjes medievales de Oriente y Occidente, desde los franciscanos y mendicantes del siglo XII hasta los pentecostales de la actualidad.

Pues bien, a partir de la reforma gregoriana del siglo XI, en un proceso que ha desembocado en el centralismo del siglo XX, todas las órdenes religiosas se han «romanizado» en el sentido más intenso de la palabra, en parte, a través de la «exención», que las hace de algún modo independientes respecto a los obispos de cada lugar. Eso ha dado a los religiosos mayor libertad y autonomía, pero ha hecho que se vuelvan en general más sumisos, de manera que permanecen bajo el control directo del Papa y de la curia. Todas las órdenes significativas tienen su casa central en Roma y de Roma reciben aprobación y directrices, como si no pudieran trazar un camino por sí mismas.

Para superar ese modelo, es muy posible que las nuevas formas de vida religiosa (y los nuevos movimientos carismáticos) tengan que "dejar de acudir a Roma", para vivir su libertad cristiana, desde las raíces del evangelio. Hace años escribió J. B. METZ un libro profético sobre la vida religiosa (Las órdenes religiosas. Su misión en el futuro próximo como testimonio vivo del seguimiento de Jesús, Herder, Barcelona 1988. Cf. D. O'MURCHU, Rehacer la vida religiosa. Una mirada abierta al futuro, Publicaciones claretianas, Madrid 2001; J. A. GARCÍA, En el mundo desde Dios. Vida religiosa y resistencia cultural, Sal térrea, Santander 1989).

12. Un poder patriarcal, supremacía de género.

Resulta ingenuo condensar los poderes anteriores en claves de disputa de género, pero es evidente que el despliegue del papado se vincula con el triunfo del patriarcalismo, que ha venido dominando en la iglesia a partir del siglo III d. C. En ese sentido, el Vaticano es un monumento a la sin-razón, que se eleva en nombre del evangelio, pero que no responde a la inspiración del evangelio. No nos extrañamos de ello, porque estamos dentro: una ceremonia papal donde sólo ofician hombres (varones), un cónclave o concilio donde sólo intervienen hombres, casi todos ancianos, vestidos de un modo que quiere ser sagrado, pero que no es evangélico, es algo no sólo irritante, sino carente de sentido.

El problema no se resuelve con la ordenación presbiteral o episcopal de las mujeres (cosa que en las actuales circunstancias debería hacerse ya), sino con un cambio radical en la organización de la iglesia y en la visión de sus ministerios. Ciertamente, se pueden encontrar argumentos ontológicos (y de naturaleza humana) para mantener la situación actual. Pero, cuanto más elevadas parezcan las razones ontológicas, ellas resultan menos verdaderas, pues sirven para ocultar el patriarcalismo vaticano, que convierte a las mujeres en criadas (y de segunda categoría). El argumento de que la grandeza del cristiano consiste en servir a los demás es verdadero, pero resulta aquí contrario al evangelio, pues emplea el nombre de Dios (¡Dios lo quiere!) como una forma de exclusión y sometimiento femenino, mientras que la exigencia y gracia del servicio cristiano se aplica por igual a varones y mujeres.

Ciertamente, la historia es venerable y maestra de la vida, pero el hecho de que las cosas hayan sido así a lo largo de casi dieciocho siglos no exige que lo sigan siendo en el futuro. El patriarcalismo no es el único problema de la iglesia, pero es muy importante. Sin la igualdad radical de varones y mujeres en cuanto cristianos, portadores del mensaje y de la vida de Jesús, no podrá haber reforma de la iglesia ni cambio del papado , como veremos en el capítulo siguiente.

13. ¿Poder económico?

Resulta más difícil de evaluar, aunque algunos piensan que sigue siendo básico, pues se encuentra estrechamente vinculado al poder político (que hemos situado al principio de este electo de poderes). En el fondo de bastantes problemas de la administración papal ha existido, por lo menos desde la Baja Edad Media, una cuestión de dinero.

Pues bien, la organización de la Curia Romana y el mantenimiento del Estado Vaticano necesita un fuerte soporte económico, que no se puede comparar al de las grandes compañías multinacionales, pero que resulta considerable, sobre todo, si se tiene en cuenta que no va dirigido al bien de los pobres, sino al mantenimiento de una institución de poder. Por otra parte, el control directo o indirecto que la Curia Romana (o los organismos oficiales) ejerce sobre los ministros de la iglesia tiene un elemento económico, que varía entre los diversos países, pero que sigue siendo considerable. Jesús no necesitó dinero para promover su mensaje, como indica de forma paradigmática la escena del joven rico (cf. Mc 10,17-31), pero la administración de la iglesia romana necesita recursos, de tal forma que ella puede aparecer, en principio, como poco evangélica.

Evidentemente, el tema es difícil de resolver, pues toda institución requiere medios económicos, como saben los movimientos religiosos modernos, cristianos o no cristianos, católicos o no católicos. Pero todo nos permite sospechar que la financiación del Vaticano no está sólo al servicio de la comunicación económica de bienes y de la vida de los pobres, sino que tiene elementos de despliegue monetario que parecen más cercanos al sistema capitalista que al evangelio. Sólo un retorno radical a la pobreza de Jesús (apertura a los pobres y pecadores) podrá hacer que la iglesia sea de nuevo cristiana, como veremos en el capítulo siguiente.

Conclusión

Nunca había tenido el papado tanto poder "religioso" como ahora, ni aún en el tiempo de los Estados Pontificios. Nunca había funcionado de manera tan perfecta ni "honrada" en sentido humano, pues la inmensa mayoría de los funcionarios del Vaticano son moralmente intachables. Pero el problema no es de honradez personal, sino de funcionamiento. Las personas principales del sistema vaticano son honradas e incluso ejemplares, pero la autoridad que ellas tienen no responde a la novedad del evangelio. Estoy convencido de que Jesús ha concedido al Papa (y a todos los cristianos), toda su autoridad; pero esa autoridad no va en la línea de los trece poderes indicados. Estoy también convencido de que el proceso de los poderes del papa ha terminado: ha llegado a su plenitud y, a pesar de sus grandes valores, ya no sirve. Eso significa que debemos volver atrás, desandar el camino, retomar evangelio, más allá de la reforma gregoriana y del constantinismo, más allá de la misma helenización de la iglesia antigua.

Aquí está la paradoja. El papado ha logrado triunfar, asumiendo todos los poderes, pero lo ha hecho de tal forma que en su triunfo se encuentra su fracaso. Ha ganado la partida dentro de la iglesia católica, pero sus poderes (¡que no son malos!) no son los del evangelio. También el Templo de Jerusalén había triunfado en tiempos de Jesús y se estaba acabando la reconstrucción de sus edificios, patrocinada por Herodes el Grande, un bandido rico, nombrado rey por el imperio. Aquel templo tampoco era malo (¡había en él infinitas cosas buenas!), pero no respondía a la novedad profética de Israel, de manera que las grandes experiencias y esperanzas del pueblo creyente quedaban fuera de su recinto y de sus instituciones sagradas, como supo ver Jesús.

[Publicado en http://blogs.periodistadigital.com/ - 10.02.09 / Enviado por Panamá Profundo]