sábado, 31 de marzo de 2012

A VUELTAS CON LA REFORMA LABORAL

CARTA PASTORAL DEL OBISPO DE CIUDAD REAL D. ANTONIO ALGORA

No me toca a mí juzgar de la conveniencia o no, en el aspecto técnico y jurídico, de una Ley en un momento determinado en el que la sociedad entera está amenazada por una Crisis global sin precedentes en la historia humana. Los ciudadanos de la calle no tenemos elementos de juicio suficientes para dar una opinión técnica en temas cada vez más complejos. En estos momentos, nos hemos de fiar de las instituciones que deben entender de problemas de tan gran magnitud. Por esto, les debemos exigir a dichas instancias políticas, sindicales, empresariales, financieras y a los distintos colectivos de expertos que actúen con responsabilidad y, si siempre tenemos todos la obligación de construir el bien común, anteponiéndolo a intereses particulares, ahora más que nunca corresponde mayor obligación al que más puede.

Dicho esto, de lo que sí estamos en condiciones de juzgar es de la bondad o maldad de una Ley que rebaja claramente los derechos de los trabajadores respecto a situaciones anteriores, y lo peor es que llevamos muchos años ya de nuestra democracia donde siempre los perdedores en el concierto social, repito, siempre, son los mismos y siempre los más débiles.

Nadie habla de provisionalidad en las medidas que se están tomando, luego lo que se quiere hacer es establecer un "mercado de trabajo" en el que los empleadores hagan y deshagan a su antojo, olvidando que el "empleado" posible es, ante todo y sobre todo, "persona" a la que otros han dado la vida, la han educado, tiene necesidades básicas: familiares y sociales, no es una mera fuerza de trabajo que se admite o despide unilateralmente y durante un largo periodo de tiempo, pues, en un año de provisionalidad en el empleo (esto es lo que dice la Ley), puede ocurrir de todo, desde una gripe a un suceso familiar al que hay que atender antes que a cualquier otra urgencia de la vida de la empresa. Las personas no somos tan flexibles, tan elásticas, como nos quieren hacer creer.

¿De verdad no hay otras soluciones para crear puestos de trabajo? Parece mentira que a día de hoy tengamos que echar mano de usos del pasado que trajeron tanta injusticia y explotación a los trabajadores. Con estas medidas y sin meterme a profeta, se van a conseguir los mismos frutos de un pretendido bienestar, hasta es posible, pero no habremos avanzado nada en que el trabajador se sienta realizado con su trabajo y le sirva para llevar una vida estable y sin sobresaltos; que haga posible la familia, la educación de los hijos, el tejido social compacto y fuerte que hace personas y países fuertes para soportar las inclemencias de las coyunturas históricas.

Y, si no queda más remedio que aplicar hoy estas medidas, ¿no han de ser complementadas por otras en las que lo central sea la vida de las personas? ¡Tantos avances tecnológicos para esto! Da la impresión de que las sociedades desarrolladas van a ser las que más poder concentren en menos manos y esto no se corresponde con las aspiraciones de una sociedad democrática avanzada. Los jefes políticos europeos toman sus medidas por vía de urgencia sin apenas contar con los parlamentos respectivos; los poderes financieros se están concentrando en muy pocas manos. No sé si es muy descabellado pensar que, en el río revuelto de la Crisis, están pescando los más poderosos sin contar con la opinión de la sociedad.

Elevemos nuestras oraciones para que Dios nuestro Señor cuide de los más perjudicados de esta malísima situación que ya cuenta en nuestra España con más de once millones de pobres.

Vuestro obispo,
+ Antonio.

miércoles, 28 de marzo de 2012

LA REFORMA Y LA HUELGA

Joxe Arregi, Moceop

EN esto que llaman la crisis económica, me siento como perdido en medio del mar, sin faro en la tierra ni estrella en el cielo y sin una roca en el fondo adonde echar el ancla. ¿Por qué estamos donde estamos? ¿Sabemos exactamente dónde estamos? Y si la latitud y la longitud son tan inseguras, ¿cómo sabremos el rumbo a seguir? Es una profunda crisis económica que revela una crisis espiritual más profunda todavía.

Vamos en una pobre barquita, pero es la barquita de todos (empresarios y asalariados y parados de toda la Tierra, y estos sauces y estos herrerillos felices que estrenan la primavera, ajenos a nuestra crisis; pero nada nos es ajeno). Si no nos salvamos todos, todos nos perderemos. Y quien crea salir con vida mientras su hermano se muere, ya está muerto en su humanidad. Cuidemos entre todos nuestra pobre barquita a la deriva.

Pues bien, aun sabiendo que el margen de este gobierno español en Europa es estrecho -¿acaso no saben que era igualmente estrecho el margen del gobierno anterior?-, me atrevo a afirmar: esta reforma laboral no cuida nuestra pobre barquita común, y no la puedo aceptar.

Alguna reforma laboral será necesaria, no lo discuto. No hace falta ser muy avezado para ver que aquí ha habido mucha irresponsabilidad en el trabajo: trabajadores que no trabajan, que defraudan cuanto pueden y cogen bajas sin escrúpulos para irse a esquiar. Pero ¿alguien piensa de verdad que ha habido más abuso de trabajadores que de patronos? Sea como fuere, esta reforma no puede ser el remedio. Más bien respalda toda clase de abusos por parte del patrono.

“Es preciso mejorar la competitividad”, se dice: bajar el salario, endurecer la jornada, acomodar el funcionamiento a las exigencias del mercado, facilitar la movilidad (si te mandan a Laponia, vete a Laponia, tierra maravillosa por cierto, donde a veces el cielo se vuelve una danza de colores)… ¿La competitividad? De acuerdo, pero no a cualquier precio. No al precio de arrojar por la borda a los más débiles de la barquita, y que se hundan en el mar (con ellos nos hundiremos todos tarde o temprano). Inventemos una forma de competir que no sepulte a las personas y a los pueblos. Vosotros que tenéis los mayores resortes para hacerlo, inventad otra economía: una economía no dirigida a producir y ganar y consumir lo más posible, sino a distribuir lo mejor posible y dar de comer a todos.

“Es preciso flexibilizar el despido en época de crisis”, se dice también, y uno tiene la impresión de que eso es, en definitiva, lo que busca esta reforma: no ya solamente flexibilizar y abaratar el despido, sino simple y llanamente permitir el despido libre. El pretexto es la creación del empleo en esta coyuntura de grave de crisis, pero el despido libre ya era la aspiración de muchos patronos, los peores, en tiempos de bonanza. Que un empresario pueda echar gente a la calle, sin indemnización alguna, alegando solamente una previsión de pérdida de ganancias o de disminución de ventas durante tres trimestres consecutivos… es cruel e inhumano. (¿Y razonable? ¿Es económicamente razonable? Si empobrecen a los trabajadores, no sé a quién venderán los fabricantes sus productos…).

Se me erizan los pelos cuando oigo a algunos empresarios felicitarse por esta reforma. Pero me horrorizo más todavía cuando veo… que el cardenal Rouco, presidente de la Conferencia Episcopal Española, mediante una carta a todos sus sacerdotes de Madrid, ha desautorizado una crítica que la HOAC (Hermandad Obrera de Acción Católica) había elaborado contra esta reforma. Al fin y al cabo, un gobierno de derecha que promueve esta reforma o unos empresarios que se felicitan por ella defienden sus intereses, que no son los de la pobre gente. Pero ¿qué intereses y a quién defiende el cardenal Rouco cuando no acepta ni siquiera que se critique la reforma laboral? Sus intereses no son los de Jesús. Lo digo rotundamente. ¿Entonces qué? Será que está diciendo al gobierno de Rajoy: “Tú me das dinero, tú me aseguras la enseñanza de la religión católica en la escuela pública, tú me reformas la ley del aborto… y yo te salvaré los votos”. Pero eso es como la bofetada que dio el sumo sacerdote a Jesús en el Sanedrín, es como la burla que le hicieron los soldados romanos en el Pretorio, es como la lanza que le clavaron en la cruz en pleno corazón.

Y sigue. Anteayer me horroricé cuando supe que el obispo de Bilbao, Mario Iceta, ha prohibido al secretario diocesano de pastoral obrera firmar un documento de la HOAC y de la JOC (Juventud Obrera Católica) de Bizkaia a favor de la huelga general del próximo día 29. ¿Quién es el obispo para prohibir tal firma? ¿A quién defiende el obispo? Quizás no haya leído nunca los sermones de san Ambrosio de Milán, san Agustín, san Gregorio de Nisa, san Basilio o san Juan Crisóstomo defendiendo a los pobres contra los abusos de los ricos. Ni la Mater et Magistra de Juan XXIII: “Si el funcionamiento y las estructuras de un sistema productivo ponen en peligro la dignidad del trabajador, o debilitan su sentido de responsabilidad, o le impiden la libre expresión de su iniciativa propia, hay que afirmar que este orden económico es injusto” (n. 83). Ni la Gaudium et Spes del Concilio Vaticano II: “La huelga puede seguir siendo medio necesario, aunque extremo, para la defensa de los derechos y el logro de las aspiraciones justas de los trabajadores” (n. 68).

Una huelga general no es una medida deseable y menos en una situación económica tan crítica como la presente. Pero, a veces, la situación puede hacerse tan crítica que no hay más remedio que hacerla más crítica todavía, y a lo peor nos hallamos en esa situación. Por algún lado hay que romper y ahora menos que nunca podemos consentir que vuelva a romperse como siempre por el lado del más débil. ¿Que esta huelga puede empeorar más todavía el drama del más débil? Puede ser y me asusta. Pero si fuera así, a lo mejor habrá que pensar en hacer otra huelga. ¿Hasta cuándo? Hasta que todos reconozcamos la dignidad del más débil, hasta que juntos inventemos otro modelo más digno para todos. Si todos queremos, podemos. Y no podemos cejar hasta que todos queramos y entre todos podamos.

Señores banqueros, empresarios, presidentes, y también vosotros, hermanos obispos: no nos impidáis este sueño despierto. Si lo impedís, será la ruina de todos. Será la ruina del sueño de Dios.

¡Ojalá sea ésta la última huelga y no sea necesaria ninguna más! ¡Ojalá baste para que todos entendamos hasta dónde es justo acatar las órdenes de la señora Merkel y del señor Sarkozy, servidores sumisos del dios Mamón y de todos sus señores! ¡Ojalá sirva para que juntos nos propongamos secundar la sagrada divisa inscrita en el origen de nuestra historia: “Ganarás el pan con el sudor de tu frente”! Con sudor, sí, pero ganarás. Con sudor, sí, pero con dignidad.

Entonces encenderíamos un farito en la tierra, una estrellita en el cielo, y el ancla de la esperanza nos sostendría. Y estaríamos de regreso a un paraíso por estrenar.



martes, 27 de marzo de 2012

EL TRIUNFO DE LA DIGNIDAD

Francisco Traver

Una de esas palabras-trampa en la que muchos de nosotros nos caemos con todo el equipo por la fuerza que procede de la costumbre ,es la palabra “espiritualidad”. Se trata de un item que a unos (los reduccionistas del abajo) les da cierta repugnancia, mientras que a otros- los reduccionistas del arriba les viene muy bien para mezclar “churras con merinas” y arrimar el ascua a su sardina que no es otra para ellos sino la evidencia de una Presencia divina. De manera que voy a definirme y contarles lo que para mi significa esta palabra “espiritualidad”. Una espiritualidad laica.

La espiritualidad es la condición no-material de cualquier actividad humana. Sin embargo no hay que confundir la espiritualidad con lo sobrenatural.

Espiritualidad es todo aquello que sucede en lo que hacemos y que se presenta como un plus, algo intangible, algo que se añade y que se situa más allá de la necesidad, y desde luego no es algo material, más que eso, no es algo que sume a la vida sino algo que se sustrae a la muerte. Nada a lo que se puede meter el dedo, no es contable, ni mensurable y sin embargo es algo que tiene el valor de la Verdad. De manera que lo espiritual no pertenece al campo de lo fenoménico sino al campo de lo noumenico, a lo oculto. Es por eso que hablamos de una condición no-material y es por eso que solemos retratarla con la palabra “sagrado”, pues hay algo en una experiencia de ese calibre que nos conecta con un nivel de conciencia elevado por encima de nuestra condición de simios, por encima de la determinación. Es como otra vuelta de tuerca en nuestra condición humana, algo que se parece y mucho a aquella metáfora del monolito de Kubrick en 2001 y los cambios de nivel de conciencia que acontecen a partir de un hito evolutivo. En “Eso” hablé precisamente de esta experiencia que usualmente es una experiencia contemplativa, inútil desde la perspectiva de la razón, tan inútil como una colección de sellos o un poema.

Este post se me ocurrió escribirlo después de ver una pelicula más que recomendable, se trata de “Intocables”, un film de Toledano y Nakache que se inspiró en una historia real. Se trata de la historia desgraciada de un aristócrata ricachón y pijo que queda tetrapléjico a consecuencia de un accidente de de parapente. La película trata de la relación que se establece entre su cuidador Driss, un senegalés condenado a vivir en la frontera del delito y la exclusión social y el algo “meapilas” Phillipe, una persona que tiene los suficientes sirvientes y los suficientes cuidados y dinero para vivir una vida con muchas limitaciones pero cómoda aunque tremendamente aburrida precisamente por ser el blanco de la compasión de aquellos que le prestan cuidados, sí, pero cuidados impersonales.

El senegalés Driss, se queda con el trabajo y comienza entre él y Phillipe una relación de amistad que romperá los limites establecidos no solamente en cada una de sus vidas por separado sino en el nuevo sentido que aparecerá en su relación como consecuencia de un intangible que aparece cuando se realiza un trabajo, cualquiera que este sea con dignidad a través del deseo de compartir, de la autenticidad, el sentido común, el humor, el honor y la transgresión como condimento de una relación necesariamente condenada a la estrechez emocional.

Estamos acostumbrados a pensar en el trabajo de dos formas, una forma es la maldición bíblica, algo que necesariamente hemos de llevar a cabo para subsistir, la segunda forma en que nos imaginamos el trabajo es como si fuera un intercambio comercial, un salario que se ofrece u obtiene a cambio de un esfuerzo. Las dos cosas son ciertas en distintos niveles de definición de la actividad laboral. Pero en realidad existe una tercera forma de entender el trabajo, una forma espiritual como más arriba señalé: en este nivel el trabajo es sobre todo un don y no una mercancía, algo que se da gratis y que anda oculto en la telerañas de lo mercantil y la necesidad de subsistencia pero que emerge precisamente de ambas dos y por la misma razón que una paella no es solamente la suma de arroz, agua, verduras y carne. En cualquier nivel de definición de la ocupación y del esfuerzo o el trabajo hay una dimensión que es creadora, y que resulta un regalo, algo que se brinda más allá de la actividad puramente mecánica del mismo. Ese algo más es lo que el pragmático senegalés regala a Philippe y que es precisamente lo que redime a Philippe, a su familia y a él mismo.

La medicina o la psicología pueden curar o mitigar las enfermedades pero la espiritualidad no cura, redime a las personas de sí mismas y de sus entornos o costumbres tóxicas. Driss es redimido por su trabajo, -basado en una relación de ayuda- de su pobreza, de su destino carcelario, de su ignorancia, de su barrio de casas sociales, del paro y el parasitismo social y de un destino más que incierto. Phillipe es redimido por Driss de su estulticia, de su dependencia extrema, de su victimismo y de su falta de agallas para imponerse a su propia familia desorganizada precisamente por la falta de normas y una jerarquía clara.

Y ambos se hacen amigos, una amistad redentora para ambos, pues se trata de una creación de algo, de un nuevo nivel de definición que les situa más allá de las relaciones comerciales, de las relaciones del “toma y daca”, del puro mercantilismo del salario y los horarios.

Las películas evidentemente no demuestran nada pero pueden mostrarlo todo, pues lo espiritual al ser inmaterial no puede demostrarse sino solo ofrecerse como un sentido nuevo, algo ex novo que surge en cualquier plano de definición, no importa el trabajo que se desarrolle. Lo que viene a redundar en el hecho de que no todo lo natural tiene una explicación mecánica y que no es necesario invocar a lo sobrenatural para entender que casi la mitad de nuestro tiempo lo dedicamos a actividades no-materiales si entendemos a nuestros hobbyes (que tambien son trabajo y esfuerzo) precisamente como actividades no regladas que son en realidad dones con los que nos festejamos a nosotros mismos o a los demás. No es que estas actividades no representen esfuerzo. Este post que estoy escribiendo ahora es un esfuerzo intelectual que realizo, mas allá de su vigencia durante dos o tres dias y que leerán solo un puñado de lectores. No es algo relativizado por una relación mercantil, no hay dinero, ni poder, ni mérito literario en él. No hay intención alguna salvo la de compartir con vosotros lo que para mi resultó un hallazgo.

Se explica a sí mismo. Escribir por escribir, ese es el misterio.

Pues la suma de todos los elementos que componen un conjunto no es igual al resultado de todos esos elementos en el nivel superior del conjunto que los abarca, los sistema complejos como nuestra mente hacen emerger nuevos niveles de definición cuando logramos integrar los niveles mas bajos y conseguimos empujar nuestro centro de gravedad un poco más arriba: dos escalones más. Hay algo más en la paella, en el plato que nos guisa nuestra mujer, en el regalo barato de alguien que nos recuerda qué dia es hoy, esos pequeños detalles de la vida que nos quitan un poco de muerte y nos devuelven el aliento al comprobar que hay vida despues de todo, mas allá de la vida que vivimos determinados por nuestro origen de simios parlanchines.

Y eso debe ser la felicidad y es verdad que se alcanza a través de la dignidad, la amistad, el amor, el honor y el esfuerzo.

Driss me lo enseñó.

Y éste que creeís: ¿Espiritual o sobrenatural?

De existir Dios es seguro que Paco está muy cerca de él o es uno de sus hombres de confianza.



domingo, 25 de marzo de 2012

EL CARDENAL MARTINI Y LAS UNIONES CIVILES DE LOS GAYS

Rossend Domenech

“No es un mal que, en lugar de relaciones homosexuales ocasionales, dos personas tengan una cierta estabilidad y por lo tanto en este sentido el Estado podría también favorecerlos”. El cardenal Carlo Maria Martini, de 85 años, jesuita, exarzobispo de Milán, actualmente jubilado y en el 2005 un acreditado líder de los electores aperturistas del cónclave que eligió a Benedicto XVI, defiende a la familia heterosexual, pero dice que “no comparte la posición de quien en la iglesia se las toma con las uniones civiles”.

Ya se conocían las posiciones aperturistas del cardenal, que en otras ocasiones ha intervenido sobre temas “fronterizos”, como lareadmisión en la iglesia de los divorciados católicos, pero es la primera vez que se manifiesta tan claramente respecto a lasuniones gais. Sus afirmaciones se encuentran en un libro de próxima aparición, titulado Creer y conocer (Ed. Einaudi), en el que el cardenal se confronta con el cardiólogo y senador progresista (PD), Ignazio Marino.

“Yo pienso que la familia tenga que ser defendida, porque es verdaderamente la que sostiene la sociedad de una manera estable y permanente y por el papel fundamental que ejerce en la educación de los hijos”, afirma, subrayando que él apoya “el matrimonio tradicional con todos sus valores y estoy convencido de que no deba ser puesto en discusión”. Aún así, dice que “si luego dos personas de sexo distinto o también del mismo sexo, ambicionan firmar un pacto para dar una cierta estabilidad a su pareja, ¿por qué queremos absolutamente que no pueda ser?”.

UNIONES DISCRIMINADAS

“Yo no me las tomaría demasiado si el Estado concediera algún beneficio a los homosexuales”, afirma, subrayando que la iglesia católica promociona las uniones que son favorables a la continuación de la especie humana y a su estabilidad”, pero añade que no le parece “justo expresar discriminación alguna hacia otros tipos de unión”.

En el texto-confrontación, el cardenal se refiere a las uniones homosexuales sin dejar de expresar su convicción de que la pareja homosexual “no podrá ser nunca equiparada en todo al matrimonio”. Aunque en este sentido también considera que ni “la pareja heterosexual ni el matrimonio deban ser defendidos o apuntalados con medidas extraordinarias, ya que se fundamentan en valores talmente fuertes que no me parece necesiten una tutela”.

Tras ilustrar que está dispuesto a “admitir el valor de una amistad duradera y fiel entre dos personas del mismo sexo”, el cardenal Martini rechaza que las uniones gays sean “erigidas como modelo de vida, tal como puede serlo una familia con éxito” o “exhibidas de una manera que ofenda a las convicciones de muchos”.

Es la primera vez que un cardenal se manifiesta de una manera tan clara y explicita, sin por ello renunciar a sus convicciones, aún yendo contracorriente entre quienes en la iglesia han definido las uniones homosexuales como un “desorden moral”.



viernes, 23 de marzo de 2012

MONSEÑOR ROMERO, SEGUIDOR FIEL DE JESÚS

“Mi primera preocupación será irme identificando cada día más con Jesús, radicalizándome en su Evangelio” (Retiro Espiritual)

Hacia ese seguimiento y conocimiento interno de Jesús orientaré mi devoción a la Virgen y mis momentos específicos de oración: Meditación, Misa, Breviario, Rosarios, Lectura, Examen de Conciencia, Retiro Espiritual. (Retiro Espiritual)

Hay un criterio para saber si Dios está cerca de nosotros o está lejos, el que nos está dando la palabra de Dios hoy: todo aquel que se preocupa del hambriento, del desnudo, del pobre, del desaparecido, del torturado, del prisionero, de toda esa carne que sufre, tiene cerca a Dios. Clamarás al Señor y te escuchará.

La religión no consiste en mucho rezar. La religión consiste en esa garantía de tener a mi Dios cerca de mí porque le hago bien a mis hermanos. La garantía de mi oración no es el mucho decir palabras, la garantía de mi plegaria está muy fácil de conocer: ¿Cómo me porto con el pobre? Porque allí está Dios. Y en la medida con que te acerques a él y con el amor con que te acerques o el desprecio con que te acerques, así te acercas tú a Dios. Lo que a él haces, a Dios se lo haces, y la manera con que mires a él, así estás mirando a Dios. Dios ha querido identificarse de tal manera que los méritos de cada uno y de cada una civilización se medirán por el trato que tengamos para el necesitado y para el pobre (5 febrero 1978/III 189)

Sentimos en el Cristo de la Semana Santa con su cruz a cuestas que es el pueblo que va cargando también su cruz.

Sentimos en el Cristo de los brazos abiertos y crucificados al pueblo crucificado, pero que desde Cristo, un pueblo que crucificado y humillado encuentra Esperanza (19 marzo 1978/IV 80)

Mientras miramos a Cristo clavado en la cruz, nos invita la Sagrada Palabra a descifrar un misterio de actualidad. Si Cristo es el representante de todo el pueblo en sus dolores, en su humillación, en sus miembros acribillados con unos clavos en una cruz, tenemos que descubrir el sufrimiento de nuestro pueblo. Es nuestro pueblo torturado, nuestro pueblo crucificado, escupido, humillado al que representa Jesucristo nuestro Señor para darle a nuestra situación tan difícil un sentido de redención (24 de marzo 1978/IV 103


Y ROMERO SE CONVIRTIO EN PUEBLO

Nos preguntamos por qué mataron a Monseñor Romero si era un sacerdote bueno. Y además, por que lo mata gente que es de la Iglesia? Roberto D Äubison era un católico de los de cierren filas y fue el que dio la orden de disparar contra el Obispo Romero. Monseñor Romero seguía frecuentando las fiestas sociales de la gente jay. Hasta que un día le dijeron a Monseñor que muy bien, que siguiera en sus fiestas pero que a su amigo P. Rutilio Grande, sacerdote jesuita que estaba con los campesinos, le tendieron un trampa y le mataron junto con un ahijado y el sacristán esa gente con la que él se la pasaba.. (Yo estuve en el lugar donde fue acribillado por los mismos, por la gente de Iglesia. El sacristán intentó cubrirle con su cuerpo pero fue inútil. Murieron los tres, camino de Aguilares a El Paisnal. ) Fue demasiado fuerte esta noticia para Monseñor. Rutilio era un sacerdote muy querido, él había sido el maestro de ceremonias en su ordenación episcopal. Era un hombre incapaz de hacer daño a nadie. No encontraba una razón y fue ahí que descubrió, en la sin razón de la muerte, el sufrimiento del pueblo .Y desde ese momento asistimos a la conversión de Monseñor Romero. “No iré a ninguna celebración oficial, ni acto protocolario del gobierno ni del tipo que sea…hasta que no se investigue el asesinato del P. Rutilio y los otros dos salvadoreños.” “Sólo habrá una misa el próximo domingo, la que Celebraré en la plaza de San Salvador y a la que invito a concelebrar a los sacerdotes de la arquidiócesis” Los cuatro obispos contrarios a Monseñor pusieron el grito en el cielo, y enseguida fueron al Nuncio a denunciar a Monseñor, que el pueblo al no poder asistir a misa iba a cometer pecado mortal…El Nuncio le presionó pero Monseñor dijo una palabra y la cumplió.(El había consultado con sus sacerdotes y sólo uno se había opuesto)No habría sino una sola misa en señal de protesta por todos los asesinatos del gobierno. Estamos en el año 1977,9 de Marzo.

En las paredes de los edificios aparecieron unas pintas que se iban repitiendo: “Haz patria, mata a un cura”. Romero era el blanco de la persecución por su vida entregada. Pero por qué lo mataron?

Matías Camuñas. San Buenaventura. San Félix.

miércoles, 21 de marzo de 2012

"ESTOY CANSADA DE LA SITUACIÓN DE LA MUJER EN LA IGLESIA ACTUAL"

ENTREVISTA A DOLORES ALEIXANDRE

José Manuel Vidal 

Dolores Aleixandre es una mujer excepcional. Religiosa del Sagrado Corazón, pionera en los estudios bíblicos y teológicos en España y, sobre todo, maestra de espiritualidad. Una espiritualidad suave y valiente a la vez. Liberadora, profética, y al mismo tiempo muy nazarena, muy de Jesús. Seduce por su testimonio y su sentido del humor. El video de su entrevista ronda ya las 4.000 visitas. Buscadora de lo esencial, pide potenciar "el sueño circular y fraterno de Jesús" y que la Iglesia no se empobrezca "con el pensamiento único".

Lleva ya un tiempo jubilada, pero sigue jubilando y jubilosa, publicando sin parar. Sus últimos libros son Hilvanes y pespuntes (en Fe Adulta), Mujeres ignacianas (en Salterrae), y Un tesoro escondido: las parábolas del Evangelio (en la editorial CCS).

¿Se te puede definir como una mujer de Dios?

Ojalá. Es lo que más podría gustarme

¿La felicidad puede venir de la creencia en Dios y en Jesús de Nazaret?

Claro. Cuando él decía: "La alegría que yo os doy no os la puede quitar nadie", eso es como un farol impresionante, porque tan fácilmente, por cosas tan chicas se nos va la alegría... pero la Palabra está ahí, como si fuera un montón de felicidad. Felicidad que es compatible también con el sufrimiento, con el dolor del mundo. Está mezclada, como el misterio pascual.

¿Has vivido tú esa mezcla de alegría y dolor, como la cruz y la resurrección?

Claro. Quién no.

¿Has vivido algún momento de desesperanza?

No. La vida y Dios a través de ella me han tratado muy suavemente.

¿El Sagrado Corazón es una congregación pequeña?

No. Cuando entré éramos siete mil. Ahora somos cuatro mil. Nuestra fundación es francesa, de 1800. Nos hemos dedicado siempre a la educación, y a partir del cambio conciliar la palabra educación se ha abierto mucho. A mí me gusta aquello que decía Blas de Otero: "Poner al hombre en pie". Entendemos así la educación.

¿Estáis en todo el mundo?

Sí.

¿Te has sentido siempre feliz siendo monja?

La verdad es que sí.

¿No echas de menos cualquier otra vocación?

Yo creo que, cuando pasas ya de los 40 y te das cuenta de que no vas a tener hijos ni marido, sí hay un momento en que eres más consciente de aquello a lo que has dicho no. Entonces, es el momento de enraizar más aquello a lo que has dicho sí. La gente, las personas, las relaciones, suponen tal riqueza, tal fuente de amistad y comunicación, que sólo con eso tenemos un tesoro en el celibato.

¿Te sientes una mujer realizada? ¿Qué piensas de aquello que se decía y se repetía, de que "se casan con Dios porque no hay quién se case con ellas"?

Eso es terrible. Y no es verdad.

¿En algún momento dudaste?

No. Entré en el convento a los 20 años, y hay una etapa previa como la en la vocación de Samuel aunque ahí todo pasa en una noche: lo normal es que pases un tiempo largo en búsqueda. Luego te enamoras, luego vuelves a pensar que eso no termina de ser lo tuyo... hasta que te decides. Esas etapas son buenas. Creo que no habría que admitir a nadie en una congregación que no haya pasado por un proceso de maduración previo. Porque, si no, después surgen muchos problemas.

¿La vida religiosa tiene futuro?

Sí.

¿Redimensionada, quizás?

Sí, mucho. En número y en estructuras. Estamos en un momento que yo encuentro precioso, que es de poda. Nos están podando muchísimo.

¿Y duele?

Claro. Duelen el envejecimiento y la disminución, pero, a la vez, nunca habíamos tenido una vida apostólica con más creatividad y con más proximidad unas congregaciones de otras. La pobreza nos ha hecho más humanas, nos ha bajado de ciertos pedestales. Cada congregación estaba en su especie de burbuja y ahora ha desaparecido y fluyen mucho más la proximidad y la cordialidad. Nos apoyamos y consultamos más unas a otras. Y eso es muy valioso.

¿Llegasteis a ese camino, entonces, por la fuerza?

Sí. Y no pasa nada porque haya sido así.

¿Suele ser así cuando se purifica la Iglesia? ¿De forma forzosa?

Creo que sí. Mira, estos días, leyendo en Marcos los preparativos de la Pasión, el texto dice: "El hijo del hombre se va conforme está escrito de él". Aunque la Escritura no dice eso "tal cual" , pero él hace su propia lectura y lee las circunstancias de su vida a la luz de la Escritura. Y Marcos usa un verbo que significa caminar, pero caminar sometido, llevado. Jesús va a la muerte empujado por las circunstancias. Pero camina haciendo suyo ese trayecto en el que es capaz de leer más allá de la apariencia. Algo así ocurre en la vida religiosa: las cosas han venido así, con su proceso de secularización. Sólo ver en lo que ocurre en las familias con hijos únicos: es más difícil que una hija única se haga monja. Pero otro elemento importantísimo es que el Concilio declara que la llamada a la santidad es universal y eso supone mucho cambio. En mi generación no era así: para ser santa había que ser monja.

¡Menos mal que ya no es así!

Claro, menos mal ¡Es una suerte! Es como cuando se rompen las tapias de un jardín cerrado, y ahora puede transitar todo el mundo. En la Iglesia habrá un sector quizá minoritario, que optará por la vida religiosa como camino de seguimiento... pero en sinfonía con otros carismas y opciones y para mí esa es una de las aperturas más ricas que hizo el Concilio aunque trajo vendavales, claro. Pero eso de no sentirnos, los religiosos, por encima del resto, era un cambio teológico que necesitábamos.

¿O sea que se democratizó la santidad? ¿Se puso al alcance de cualquier persona que quiera seguir a Jesús?

Claro.

Piensas, entonces que va a haber menos vida religiosa, pero, ¿será más genuina, más auténtica? ¿Con menos poder y más intercongregacionalidad?

Sí. Yo he vivido 5 años en una comunidad inter, en un proyecto de Cáritas para familias sin techo, en un bloque de 60 apartamentos. Había trabajadores sociales, pero Caritas quería también una comunidad de religiosas. Y como a nadie le puedes pedir hoy 4 personas para ello, algunas provinciales de CONFER hicieron suyo el proyecto, pidieron voluntarias y hemos estado 4 religiosas, de 4 congregaciones distintas formando comunidad. Íbamos un día a la semana a la congregación de origen, pero el resto de los días vivíamos en esa comunidad: rezábamos juntas, compartíamos bienes y en la casa de Caritas ejercíamos una especie de "ministerio de la visitación" entrando en relación con las familias.

¿Una comunidad piloto?

Sí, intercongregacional.

¿Y funcionó bien?

Sí, de maravilla, y ahora hay otras 4, y otras 4 también en otra casa de Cáritas. Van creciendo las experiencias.

¿O sea que el futuro puede apuntar a eso?

Por lo menos en ciertas circunstancias.

¿Y las experiencias mixtas no cuajan?

Yo creo que son más complicadas. Estuve en los años 80 en una comunidad mixta. Éramos 4 religiosas, un seminarista (José Luis Álvarez Santacristina, que luego salió del seminario y pasó a ETA), en un reformatorio de chicos en San Sebastián. Formábamos pequeñas familias con 6 o 7 chicos, y hacíamos un poco de padre y madre de aquel conjunto.

José Luis ha vuelto a la fe.

Sí, ha vuelto otra vez a sus raíces creyentes.
La verdad es que aquel proyecto era demasiado utópico: hacer comunidad de vida, de trabajo y de fe. Y contamos poco con la condición humana...y aquel experimento no acabó muy bien . Las comunidades mixtas que surgen ahora tienen otro perfil. He estado hace poco en Bose (Italia) donde hay monjes y monjas, protestantes y católicos, con un trabajo precioso en torno a la Palabra. Nacen de forma más reposada, más tranquila.

¿Sabiendo mejor lo que se pretende?

Claro, pienso que sí. Otras formas que surgen hoy son comunidades de laicos, célibes, matrimonios... y a mí me parece precioso. Creo que es vivir el rostro, la realidad de la Iglesia, desde carismas que se complementan.

¿Cómo ves a la Iglesia española? ¿Te duele en estos momentos?

Sí. Claro. Siento que hay miedo y eso es malo. Jesús, cada vez que se aparece a los suyos, les dice "no temáis". Juan Pablo II comenzó su pontificado diciendo también "No tengáis miedo, abrid las puertas a Cristo". Pero ahora hay bastante miedo: a lo plural, a la disensión. ¡Pero la Iglesia ha nacido en plena disensión! Disentir no es romper la comunión. Cada noche de Pascua escuchamos en la lectura del Génesis: "los hizo a cada uno según su especie". De diversa manera, con distintos acentos. Eso es una de las riquezas de la Iglesia que otros nos envidian, porque de por sí ,no hay un pensamiento único. Cada vez que se intenta someter todo al pensamiento único, al modo litúrgico, celebrativo, teológico, o espiritual único, eso empobrece. Limita.

¿Hay miedo a las decisiones, a las advertencias, y a las reacciones en el campo teológico?

Sí, y estamos cansadísimos de tanto miedo.

¿Cómo se supera eso?

Yo creo mucho en las relaciones personales. Lo primero que rompemos es eso que en Castilla se llama "el roce". Nos separamos cuando dejamos de acercarnos, dialogar, manifestarnos como somos, comer juntos. Hemos descuidado esos gestos elementales. Aunque se piense distinto, porque cada uno está en su derecho. Pero hay diferencias que se disuelven en una sobremesa.

¿También te duele la situación de la mujer en la Iglesia actual?

Sí que me duele, pero, más que dolerme, estoy cansada. Tengo la impresión de que llevamos con el mismo discurso demasiado tiempo. Muy anclado, por una parte y por otra, en sus posturas. Hay un temor en la Conferencia Episcopal, como si cualquier mujer que defiende sus derechos estuviera reclamando la ordenación. Y no se trata de eso, sino de que el Evangelio empuja de abajo a arriba, porque habla de una comunidad circular en la que alguien tiene la presidencia, pero en la que todos somos hermanos y hermanas. Un día le pregunté al cardenal Rouco, en una conferencia en Santiago: "Don Antonio, si el matrimonio es indisoluble porque el Evangelio dice "lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre", también dice el Evangelio: "No llaméis padre y madre, maestro ni señor, porque sólo hay un Padre". Y sin embargo tenemos la Iglesia llena de padres, abades y monseñores. ¿Es que es apócrifo este texto?
Me pregunto por qué tenemos tanto miedo al sueño circular y fraterno de Jesús y creo que tenemos mucha confusión entre autoridad y poder.

¿Es el poder, al final, la gran tentación de toda institución, también de la eclesiástica?

Pienso que sí y que forma parte de nuestro pecado original.

¿Ves alguna salida a corto plazo? ¿Un Concilio, la decisión de un Papa por la igualdad, contra el escándalo de que la Iglesia sea prácticamente la única institución a nivel internacional donde no se admita la presencia de la mujer en igualdad de condiciones?

Hay una novela que me ha gustado muchísimo y recomiendo: se llama Vaticano 2035. El autor, Pietro di Paoli, parece que es un pseudónimo, y hay quien piensa, por lo bien que conoce la Iglesia, que es alguien de la Curia. Es una novela llena de amor a la Iglesia pero haciendo propuestas diferentes. En ella, Benedicto XVI dimite al llegar a los 80 años y uno de los papas que le suceden es un viudo con dos hijas y ha sido premio Nobel de la paz por haberla conseguido entre israelíes y palestinos. Y lo primero que hace cuando accede al papado es nombrar cardenales a algunas mujeres: una teóloga feminista para la Congregación para la Doctrina de la Fe y una monja de la madre Teresa, que está en Calcuta de médico, para todo lo que es Caritas en la Iglesia . Mientras leía el libro, iba asintiendo internamente: "Son cosas normales". Y al acabarlo pensaba ¡pero si lo raro es lo otro! Raro es lo que ahora estamos viviendo.

El problema es que llevamos con "lo raro" muchos siglos.

Sí, muchos.

¿Crees que el Vaticano II no se ha desarrollado, o que estamos en una etapa de involución?

Pienso que para convocar un Concilio haría falta más "masa crítica" que se sume a los movimientos del Pueblo de Dios que están empujando en esa dirección. Pero no creo esté presente en el episcopado ni en la Curia.

Pero en época de Juan XXIII se podía aplicar un mismo esquema, hasta que llegó precisamente el Papa. Pero el episcopado era el mismo que en la época de Pío XII, o incluso "peor". El Espíritu tendrá que soplar de alguna manera, ¿no?

Sí, pero, ¡es tan distinto su soplo del que nos gustaría! Quizá esta "era del hierro" que estamos viviendo pueda purificarnos. Lo que pasa es que hay mucha gente que se está yendo de la Iglesia.

¿Ése es el problema? ¿La salida radical y masiva hacia la indiferencia?

Es un dolor y una situación dramática, y además se está rompiendo la transmisión de la fe (si no se ha roto ya). Hay una inquietud enorme por parte de padres y madres jóvenes, que son cristianos, pero no saben cómo pasar la fe a sus hijos. Todo lo que sea favorecer eso nos ayudaría a continuar, pero hay cantidad de familias cristianas que no saben cómo hacerlo.

Pero, ¿para eso no hace falta ilusionar primero a los curas, a los catequistas y demás gente? ¿No habría que volver a la primavera post-conciliar de la creatividad y la alegría? ¿No se ha perdido eso, quedándonos una especie de funcionarios que se dedican a decir misas?

Sí. Por eso lo que nos urge hoy es la vuelta a Jesús, la vuelta al Evangelio que sigue teniendo tiene un inmenso poder de sugestión, de atracción y de asombro, que redime lo que tenemos, eclesialmente, de apagado y desvaído. Creo que amamos la Iglesia a partir del Evangelio, no al revés pero quien está fascinado por Jesús, entiende y puede amar después la comunidad en que mantenemos su nombre.
Estando en Israel, hice un retiro en el lago de Galilea, allí los franciscanos tienen una iglesita y, desde el monte de las Bienaventuranzas miraba el ir y venir de los autobuses de peregrinos... Y era una maqueta de lo que es la Iglesia: la comunidad que mantiene viva memoria de Jesús, su Evangelio y su Eucaristía. Pero le hemos puesto tantos sobreañadidos que es difícil acceder a ese tesoro central que es Jesús . Hay demasiadas cosas y ruidos superfluos.

¿O sea que hay que volver a lo esencial?

Claro.

Pero eso también lo está diciendo Benedicto XVI, al menos en sus discursos.

Es cierto. Pero para "volver a lo esencial" hay que soltar lo accesorio. Y eso ya nos cuesta más.

¿Estamos de acuerdo en qué es lo esencial, pero falta dar el paso? ¿No se sabe cómo soltar "lo accesorio"?

Soltar es fácil: no tendríamos más que abrir las manos.

¿Pero tienen que empujar desde fuera?

Ya están empujando. Estamos perdiendo gente tan buena, tan buscadora... Participo en un grupo que anima Pablo D'Ors.

Buen novelista.

Y buen cristiano, y buen cura. El grupo se llama Buscadores de la Montaña. Somos poca gente, pero muy plural. Hay gente post-cristiana, gente en busca de espiritualidad, cristianos que no encuentran su sitio en la Iglesia... Y se busca recuperar desde dentro elementos centrales como la oración o los ritos.... Hacemos meditación silenciosa, leemos textos de la tradición espiritual cristiana o sufí o hinduista. Y también un tiempo de "introducción al rito" para recuperar a nivel profundo los signos litúrgicos, más despojados de lo rígido.

Pero los "talibanes" llamarían a eso herejía.

Sí, pero allá ellos, es su problema. Pienso que es una gran ayuda para los que participan en el grupo poder recuperar por ejemplo el significado de la imposición de la ceniza o la renovación de las promesas del bautismo... ¡hasta la imposición del escapulario del Carmen como una devoción tradicional mariana.
Tendría que haber más grupos así porque hay mucha gente que necesita ayuda para reencontrar el lenguaje eclesial desde dentro y comprender mejor su contenido.

¿Qué curas quieres tú para la Iglesia de hoy?

Quiero "místicos en la plaza" o en el café, más "expertos en humanidad" cercanos de la gente. Tengo temor a que la formación en los seminarios sea en una burbuja insonorizada y aséptica. Creo que lo esencial de la formación es contagiar la pasión por Dios, formar orantes fascinados por Jesús y su Evangelio. Pero capaces, a la vez, de tomarse una caña con los no creyentes. Desde una Fraternidad de Hermanitos de Jesús (de Carlos de Foucauld) en un barrio popular, uno de ellos decía: "Miro la gente en esta plaza, y siento que esa es mi gente, que mi sitio está ahí, con ellos". ¿No es también "la plaza" el sitio de un cura? La parroquia, pero también "la plaza" porque, como no salgan en la primera, se quedarán solos.

Me contaban unas catequistas que llegó un cura joven con su "clergyman", y les dice a ellas, mujeres hechas y derechas, gente de Iglesia de toda la vida: "Pueden ustedes llamarme Don Pedro..." Y ellas, atónitas, sin entender este modo de llegar a una comunidad cristiana investidos de poder. ¿De qué poder?, pero si para Jesús el poder está en despojarse del manto y agarrar la toalla y la jofaina! Siéntate con ellas, apréndete sus nombres, pregúntales si están en el paro, si llegan a fin de mes.
Mucha gente prefiere ahora que les llegue un cura mayor a la parroquia porque hay temor a curas que llegan imponiendo y que a la hora de tratar con las mujeres y con las religiosas vuelven a invocar "nuestro cometido propio" y nuestra "dignidad peculiar" y en cuanto esa dignidad es "peculiar", ya se sabe lo que se está queriendo decir. Las relaciones que instaura el Evangelio fluyen de persona a persona, de hermano a hermano, pero si se decide que lo de la mujer es "peculiar", algo raro se esconde detrás de ese calificativo.

No entiendo tampoco que haya libros de ciertos autores que no se puedan leer en el seminario y que haya teólogos prohibidos ¿por qué hay miedo a aquello que hace pensar y hacerse preguntas...? ¿No es extraño que en algunos seminarios no tengan acceso por ej. a una revista como Vida Nueva? Un seminarista se llevó de mi casa un montón de números atrasados como si fuera material pornográfico... Me pregunto qué resultado van a dar después ciertos modelos formativos.

Se ha hablado mucho últimamente de que la Iglesia, en este contexto de crisis, debería hacer un gesto público y claro. Impulsar la solidaridad desde las bases, desde todos sus medios. Pagar el IBI, por ejemplo...

Pues, ¡buenísima idea!

El Padre Ángel acaba de decir a los obispos que abran las catedrales y que las conviertan en comedores para la gente que lo necesita. Lo mismo que pide a los políticos.

A mí, en la misa de Cuatro Vientos, el tiempo de adoración de la Eucaristía me pareció mágico, en que se creó un clima muy especial. Pero me faltó para que hubiera sido perfecto, que al terminar el Papa dijera : "Vamos ahora a hacer, a nivel de toda España, una colecta para el cuerno de África". Hubiéramos unido entonces la adoración de la Eucaristía con el gesto del Pan roto y compartido por la vida del mundo.

Desde aquí también pedimos ese gesto.

¡La Iglesia tiene a su alcance y en su tradición tantos gestos capaces de pro-vocar y sacudir las conciencias! Y no contentarse solamente con lo que Cáritas está haciendo y representando hoy en España.

¿Debería ser, en estas circunstancias, aún más samaritana?

Por supuesto, y hacer gestos más provocadores.

¿Deberían recuperarse las delegaciones de trabajo y oficinas contra el paro que se crearon en las parroquias en los años 80? ¿Podemos pedir algo así?

Sería bueno que se unieran las comunidades de base eclesiales para pedir gestos de ese tipo porque así no serían iniciativas aisladas, y se conectaría con lo que tanta gente está esperando hoy. A veces nos pierde el tono mesiánico o solamente reivindicativo . Es verdad que hace falta gente capaz de levantar la voz y ser radical, pero también hacen falta personas con otro tono, capaces de convencer sin acorralar. Con eso a veces sólo se consigue que se retraiga más la jerarquía. Creo que hay que buscar más vías de diálogo con los obispos, hacerles llegar más el sentir de muchos creyentes desconcertados y también impacientes. Hay obispos muy sensibles a lo social y que están ya haciendo esos gestos en sus diócesis. Pero haría falta que lo hicieran juntos y públicamente, para que tenga repercusión mediática.

Algunos titulares

La pobreza nos ha hecho más humanas, nos ha bajado de ciertos pedestales

Gracias al Concilio Vaticano los religiosos dejamos de sentirnos por encima del resto

La Iglesia tiene miedo a lo plural, habiendo nacido en plena disensión

Cada vez que se intenta someter todo al pensamiento único, se empobrece la Iglesia

Estoy cansada de la situación de la mujer en la Iglesia actual

El Evangelio empuja de abajo a arriba, porque propone una comunidad circular

El Evangelio dice "no llaméis a nadie padre..." ¿por qué tenemos la Iglesia llena de padres y monseñores?

¿Por qué tenemos tanto miedo al sueño circular y fraterno de Jesús?

Quizá la "era del hierro" que estamos viviendo pueda purificar el Espíritu de la Iglesia

El Evangelio tiene tal poder de atracción, que redime lo apagada y desvaída que está la Iglesia

Creo que amamos la Iglesia a partir del Evangelio, no al revés

Es difícil acceder a Jesús por culpa de todos los sobreañadidos que le hemos puesto a la Iglesia

¡El sitio del cura es también la plaza! 




martes, 20 de marzo de 2012

UNA REFORMA DE LA IGLESIA TODAVÍA PENDIENTE

Juan A. Estrada

En octubre de este año se cumple el cincuenta aniversario del comienzo del Concilio Vaticano II. No faltarán conmemoraciones y estudios que analicen el acontecimiento mas importante de la Iglesia católica en el siglo XX. Sin embargo, a la luz de la actual situación del catolicismo, ya se puede hablar de un fracaso y de una oportunidad histórica malograda. La situación de la Iglesia hoy es tan crítica o más que hace 50 años y la evangelización que buscaba el Jubileo del 2000 pasa por una reforma de la Iglesia, que se quedó a mitad de camino. Ya se habla de un Concilio Vaticano III, cuando todavía no se ha realizado el programa del Vaticano II.

 El Concilio fue una decisión del papa Juan XXIII y contó con la oposición mayoritaria de la curia romana. El Papa quería la Iglesia se pusiera al día, de ahí el eslogan del aggiornamento. Las estructuras institucionales, las formas de gobierno, las doctrinas, los sacramentos y la pastoral necesitaban una renovación en profundidad. El Concilio no tuvo miedo de hablar de "reforma" (la Iglesia, llamada a una reforma permanente, que necesita continuamente como institución humana: UR 6), emprendida por la Iglesia misma y no como reacción a la protestante. Esa reforma pasaba por la de la curia romana y la del gobierno de la Iglesia. El Concilio fue la primera experiencia de globalización de cerca de tres mil obispos reunidos en Roma. Las llamadas a cambiar la estructura central de la Iglesia fueron abrumadoras, en contra del centralismo romano, de la escasa autonomía de sus iglesias, del aislamiento de cada obispo al tratar directamente con las congregaciones romanas y de la necesidad de adaptarlas al siglo XX.

Pablo VI recogió algunas demandas, procedió a internacionalizar la curia y a disminuir el peso de italianos y europeos; a poner un límite de edad a los obispos y a los cardenales electores; y a instaurar un sínodo episcopal que se reuniría regularmente y que sería autónomo de la curia romana. A estas iniciativas se opuso un sector importante de las congregaciones romanas, así como la minoría conciliar que se convirtió en mayoritaria durante el pontificado de Juan Pablo II. Las propuestas del Concilio quedaron a mitad de camino y se frustraron porque los encargados de llevarlas a cabo fueron muchos de los que se opusieron a las iniciativas conciliares.

Cincuenta años después, la necesidad de una reforma de la curia, de las congregaciones y del gobierno pontificio permanecen. Ha fallado la ansiada transformación de las estructuras y modo de gobierno, y se amontonan los escándalos, los problemas y el desconcierto de los católicos. Primero fue el escándalo de la pederastia: no sólo los miles de casos que aparecieron, sino el silencio continuado y la protección de los causantes, a costa de las víctimas. Ahora el panorama se complica y se publican cartas de nuncios que hablan de corrupción y de abusos económicos, de los cuales ha habido otros casos en los últimos decenios. Y se añaden ataques contra el secretario de Estado; anuncios de un supuesto plan para acabar con el papa, que vuelve a recordar a Juan Pablo I; filtraciones de documentos secretos por prelados; enfrentamientos y luchas de poder. L'Osservatore Romano se refierió al papa como el pastor entre los lobos.

Algo huele a podrido en la cúpula de la Iglesia. El poder corrompe a las personas en las instituciones, y las religiosas no se escapan. La necesaria reforma de hace 50 años sigue pendiente y es más necesaria que nunca. Incluso la internacionalización parece frenada y el reciente cónclave de cardenales es marcadamente europeo e italiano (casi la mitad de los cardenales electores pertenecen a la curia romana y África e Hispanoamérica han sido omitidas). Demográficamente, el peso del catolicismo está en América, pero son europeos los que presiden el gobierno de la Iglesia. A esto se añade un proceso en marcha que busca minimalizar el Concilio, maximalizar la continuidad con el Vaticano I y silenciar lo que tuvo de ruptura y de discontinuidad. El mismo Ratzinger habló del Vaticano II como un contra-Syllabus, es decir, como una corrección del rumbo antimodernista que tuvo el siglo XIX. Esto es lo que rechazaron los más conservadoresy lo que se impulsa hoy en algunos círculos eclesiales que ven a la sociedad como una amenaza y tienen nostalgia del modelo de Iglesia y de teología que existía antes. Juan XXIII los llamó "profetas de calamidades", porque sólo ven errores y cosas negativas en la evolución histórica.

El fracaso se muestra en que el Vaticano II es un Concilio ignorado por los jóvenes y muy olvidado por los mayores. Sin embargo, la reforma de la Iglesia, de la curia romana y de la forma de gobierno papal es más necesaria que nunca, como ya advirtió Pablo VI, que buscaba otra forma de ejercer el primado. La involución del post-concilio paró el dinamismo reformador de éste y ahora es difícil dar otro impulso a la renovación. La figura estelar de Juan Pablo II tapó los problemas que se amontonaban, pero los papas pasan y la curia permanece. El gobierno de la Iglesia necesita instituciones, pero las que hay pertenecen más a la época de la monarquía papal que al siglo XXI. La sociedad civil ha avanzado rápidamente los últimos decenios, pero la Iglesia católica se ha vuelto estática y alérgica a los cambios. Hay cada vez más distancia entre la sensibilidad mayoritaria de los ciudadanos y la que prevalece en la jerarquía eclesiástica. Los intentos de la colegialidad, de potenciar las conferencias episcopales nacionales, de otros procedimientos en el nombramiento de obispos y de la promover a los seglares en una iglesia clerical han fracasado en buena parte. El problema es que si la Iglesia no se renueva en profundidad, puede surgir algo peor que en el siglo XVI, la deserción masiva de muchos católicos que encuentran en la Iglesia un obstáculo más que una ayuda para su fe y compromiso cristiano.



lunes, 19 de marzo de 2012

LOS DEBERES HUMANOS

Susana Merino

La Asamblea General de las Naciones Unidas acaba de aprobar una Declaración sobre los defensores de los derechos humanos dirigida no solo a los Estados y a los defensores de los derechos humanos sino a todos los habitantes del planeta considerados como igualmente responsables de su cumplimiento. Y está bien que así sea. Sin embargo si nos detenemos a pensar, advertiremos muy pronto que poco o nada se dice en la actualidad de esas y de otras responsabilidades que también nos competen. Ya en los tiempos bíblicos, aparece por primera vez la noción del otro, del prójimo, de aquel a quién nos une un destino común. Cuando después de la muerte de Abel, a manos de Caín, Yahvé lo interpela, preguntándole: “¿Dónde está tu hermano?” y este le responde “No lo sé ¿soy yo acaso el guardián de mi hermano?” Una respuesta que, sin duda, nadie podría calificar de antigua o superada, sino que sigue teniendo más bien una reconocible cotidianeidad lo que de algún modo nos recuerda que debemos ser corresponsables no solo de la debida consideración y el respeto a los derechos humanos de nuestros congéneres sino también de la supervivencia de nuestra generación y de la de las generaciones futuras, en la que es hoy nuestra casa común.

Próximamente en la prevista Cumbre Rio+20 se propondrá que la ONU apruebe la Carta Universal de los Derechos de la Naturaleza, sobre la base del documento elaborado por la Conferencia de los pueblos realizada en Cochabamba (Bolivia) y adoptada por las constituciones de Bolivia y Ecuador. Y cuyo objetivo es sin duda proteger y conservar nuestro hermoso e irreemplazable planeta azul.

Si aceptamos, sin embargo, que la naturaleza o Gaia, como la bautizara James Lovelock, por s ugerencia de su amigo el escritor William Golding y cuyo nombre evoca el de la diosa griega de la tierra, es como él mismo la definiera “un todo coherente donde la vida, su componente característico se encarga de regular sus condiciones esenciales tales como la temperatura, composición química y salinidad en el caso de los océanos” y “en el que todas sus partes están tan relacionadas como las células de nuestro cuerpo” es indudable que los derechos de la naturaleza no difieren de los de los seres humanos en cuanto al prudente respeto en que debe basarse la intervención humana en ese organismo vivo del que inexorablemente formamos parte.

De modo que cuando se habla de los derechos de la naturaleza estamos aludiendo elípticamente a nuestras propias responsabilidades con relación a ella, puesto que como decía Gandhi en una Carta de 1947 a las Naciones Unidas "Mi madre, que era ignorante pero tenía un gran sentido común, me enseño que para asegurar los derechos es necesario un acuerdo previo sobre los deberes" Y es en estos deberes en los que deberíamos poner el acento. Es cierto que según la definición de Lovelock la tierra es un organismo vivo pero un organismo que si bien se rige por leyes sabiamente estructuradas, carece de la racionalidad y de los mecanismos necesarios como para ejercer su propia defensa o delegarla expresamente en quienes pudieran hacerlo. Es decir que nosotros como seres pensantes no deberíamos siquiera plantearnos la posibilidad de hallarnos empeñados en su destrucción como lamentablemente lo estamos haciendo.

Creo que tanto nuestra supervivencia como la del planeta dependen de la adopción o la recuperación de pautas éticas que parecen haber desaparecido de nuestro bagaje cultural mientras que contrariamente se han seguido manteniendo con envidiable persistencia en las comunidades indígenas. Dice Leonardo Boff: “¿Cuáles son la ética y la moral vigentes hoy? Las del capitalismo. Su ética dice: bueno es lo que permite acumular más con menos inversión y en el menor tiempo posible. Su moral concreta reza: emplear la menor cantidad de gente posible, pagar menos salarios e impuestos y explotar mejor la naturaleza. Imaginemos cómo sería una casa y una sociedad (ethos) que tuviesen tales costumbres (moral/ethos) y produjesen caracteres (ethos/moral) igualmente conflictivos. ¿Sería todavía humana y benéfica para la vida? Aquí está la razón de la grave crisis actual”

En consecuencia pareciera hora de hablar no tanto ya de derechos sino de “obligaciones humanas" porque nuestro mundo no podrá seguir funcionando por mucho tiempo más si no reflexionamos sobre esta perentoria necesidad y no arbitramos los medios para impedir que la codicia se convierta en un nuevo Leviatán, algo que ya está sucediendo en algunas regiones del planeta y que es una de las causas más distorsivas del hambre y de la miseria en el mundo. De obligaciones y de deberes humanos en relación a las actividades extractivas, a la deforestación, a la eliminación de la biodiversidad, a los monocultivos, a la explotación irracional del suelo cuyos ciclos de recuperación solo podrían medirse en miles o millones de años… es decir transformando nuestro acendrado y egoísta individualismo en algo así como una especie de alter-eco-centrismo en el que prime la valoración del otro y la del medio con el que estamos mancomunadamente destinados a compartir la vida.

La vida en sociedad impone a cada uno de sus miembros ciertas obligaciones. Ciertas normas de conducta que implican no perjudicar los intereses de los demás según derechos previamente establecidos y contribuir además a su mantenimiento y a la defensa de los bienes comunes, de modo que si el accionar de uno o de un grupo de individuos es perjudicial para el conjunto de la sociedad, esa sociedad tiene derecho a juzgarlos y a sancionarlos, impidiéndoles en primer término la continuidad de su accionar. Cuando los conculcados son los actualmente llamados “derechos de la naturaleza” es indiscutible que toda la sociedad a través de sus gobiernos debe exigir la cancelación inmediata de esas actividades pues debe constituir un deber inalienable de las políticas de estado asumir la defensa de las riquezas naturales de su jurisdicción e impedir el deterioro ambiental que esas actividades pudieran ocasionar al medio físico y a la salud de sus habitantes.

El teólogo José M. Mardones, señala con acierto en su libro “El hombre económico, orígenes culturales” que “El problema ecológico de deterioro de la naturaleza y la misma vida en general cuestionan radicalmente la lógica del desarrollo y del crecimiento continuo, se impone una nueva cultura de la austeridad y de relaciones no explotadoras con la naturaleza. Finalmente el problema del sentido y de una ética cívica para la convivencia humana nos confronta con la desecación de las tradiciones y la pérdida de orientaciones normativas compartidas. Necesitamos recuperar el sentido personal y colectivo de la vida más allá del pragmatismo funcionalista del tener, poseer o consumir. Nuestra sociedad ansía sentido para vivir más allá de las razones económicas”.

De modo que sin un rescate ético de los valores fundamentales que garantizan la vida, sin el ejercicio ciudadano del respeto y consideración hacia el prójimo, incluida la seguridad de su sustento actual y futuro, sin asumir las responsabilidades que nos competen en la defensa de la naturaleza, cuyos “derechos” solo pueden ser sostenidos por nuestros deberes y nuestras obligaciones morales hacia su carácter de madre nutricia o pachamama, es muy probable que el destino de la humanidad se halle condenado a un aciago e incierto porvenir.



domingo, 18 de marzo de 2012

"TENEMOS QUE ALENTAR, EN VEZ DE MATAR, LA PROFECÍA DENTRO DE LA IGLESIA"

ENTREVISTA A JOSÉ OSCAR BEOZZO, Teólogo y experto en el Concilio Vaticano II

Emilia Robles, en 'Vida Nueva' 

Nacido en São Paulo, Brasil, en 1941, José Oscar Beozzo es sacerdote, teólogo, reconocido historiador de la Iglesia y de Brasil, asesor de obispos y experto en el Concilio Vaticano II. Precisamente, la entrevista se realiza camino de Bolonia, donde presenta una ponencia en el marco de un curso sobre este acontecimiento eclesial, de cuya apertura se cumple este año su cincuenta aniversario. Cercano y sencillo en el trato con todos. Sensible al “grito de los pobres”, se percibe, a ojos vista, su talante contemplativo y pacificador. Y no pierde la esperanza en una Iglesia que se mire más en el Evangelio y que escuche y dé participación a todo el Pueblo de Dios.

¿Qué imagen de la Iglesia Católica Romana proyectó en el mundo el Vaticano II?
- Muchos lo sentimos, tanto en su preparación como en su realización, como un “tiempo de primavera” y de aggiornamento, de “ponerse” al día la Iglesia con el mundo. De una parte, significó la apertura de la Iglesia a la ciencia, a la técnica; y, en el plano político y económico, un reconocimiento positivo de la democracia, con escucha de las propuestas de más igualdad social. De otro lado, significó volver a las fuentes. Juan XXIII decía que la Iglesia tenía que mirarse otra vez en el Evangelio. Significaba volver a la Palabra de Dios, a los Santos Padres y a la Gran Tradición, en contraposición a estar más atentos a pequeñas tradiciones recientes.

Significó también el fin de la reforma tridentina, no en lo más positivo que esta tuvo, de plantear necesarias reformas de la Iglesia, sino en la parte dura de la Contrarreforma. Al proponer el diálogo ecuménico, Juan XXIII creaba un clima muy distinto al de Trento. Esto fue percibido por los observadores de las distintas Iglesias cristianas; y, este clima pronto se extendió al judaísmo, a las grandes religiones y, por ende, al ser humano, a todos los hombres de buena voluntad que quisieran comprometerse por la Justicia y por la Paz.

- ¿Cómo cree que fue la recepción del Concilio?

Yo diría que, en general, hubo una buena recepción inicial del Concilio, con alegría. Pero, mirando ya al final, una sola Iglesia, la brasileña, salió del Concilio con un plan pastoral aprobado por todos los obispos. En él se tomó el conjunto del Concilio y se definieron seis prioridades pastorales, y con esto quedó claro para toda la gente en nuestra Iglesia brasileña lo que había que hacer. De manera que, en diez años, las exigencias inmediatas de toda la Iglesia en todos sus planes, actividades y acciones, fueron desarrollar las grandes líneas del Concilio. Mientras tanto, otras Iglesias tardaron mucho, entraron en peleas, hubo mucha división… y no lograron, yo diría, crear una visión clara, para toda la gente, de por dónde había que seguir.

También es cierto que, para toda América Latina, la Conferencia de Medellín fue una bendición, en el sentido de que había que desmenuzar el Concilio frente a los problemas del continente. Y este era uno de los problemas del Vaticano II: que en el momento de pensar la Iglesia en el mundo de hoy, se pensó mucho más en reconciliar a la Iglesia con la modernidad, que plantear críticamente que esta modernidad tenía dos caras: de un lado, esta cara atractiva de ciencia y técnica, y de otro, una modernidad que representaba colonización, rapiña, guerras…

Fue difícil abordar esta en el Concilio. La Populorum Progesssio fue en algún modo la respuesta a este grito; y Medellín sí fue capaz de afirmar que, en este mundo dividido, el lugar de la Iglesia es con los oprimidos y con sus esfuerzos por liberarse. Medellín tradujo el Concilio, pero innovó además al contextualizar los problemas y al apuntar por dónde debería caminar la Iglesia de forma mucho más clara.

Sin embargo, por ejemplo África pidió durante 30 años un concilio africano, justamente para repensar lo a la luz del los problemas del continente, con su rostro y su voz propios. Y no lograron más que un Sínodo para África en Roma, muy controlado. Este es un ejemplo de un déficit importante en el posconcilio.

- ¿Qué grandes ejes del Concilio pueden seguir siendo “brújula” hoy?

- El mundo ha tenido un cambio mayor y más vertiginoso en estos últimos 50 años que en los veinte siglos anteriores. Esto nos exige repensar el Concilio. Hay que diferenciar cuáles son las intuiciones y líneas del Vaticano II que hay que seguir desarrollando y apuntar otras nuevas. Creo que algunas de las que se deben continuar son las siguientes.

Para empezar, la Iglesia como “Pueblo de Dios”. Ahí estaríamos todos aquellos que por el Bautismo fuimos injertados en Cristo, como dice san Pablo. Sin olvidar que Cristo murió por toda la Humanidad. Y, desde esa perspectiva, el concepto Pueblo de Dios se extiende a toda la familia humana. Hoy día, el reto del ecumenismo se debe orientar a la transformación de una sociedad que no se puede aceptar. Hay que volver a un ecumenismo que mire a toda la humanidad y que mire a los problemas más graves de hoy. Que la cuestión de las religiones se plantee también en el sentido de qué pueden hacer las religiones en la tarea de construir la paz, la justicia, en el cuidado de las personas y en la salvaguarda la Creación.

Otra, para mí muy importante, es que el Concilio puso de nuevo la Palabra de Dios en el centro de la vida de la Iglesia. Para nosotros, en América Latina fue fundamental poner la Biblia en manos del Pueblo, con un método de lectura popular de la Biblia, que se hace en comunidad, vinculando la propia experiencia a la Palabra de Dios y pensando en todo aquello que en el mundo debe ser transformado, porque no está de acuerdo con lo que Dios sueña para sus hijos e hijas, ni para la Creación en su conjunto. Esto no debe servir, en modo alguno, para menospreciar el inmenso aporte de las ciencias bíblicas, sino para resaltar que el lugar primero de la palabra de Dios es entre las manos del Pueblo, para dar sentido a la esperanza y a la vida de las personas.

Por otra parte, tuvimos una reforma de la liturgia, de la celebración; y en ella lo importante fue la participación de las personas en la celebración y que es todo el Pueblo quien celebra. Es un pueblo sacerdotal el que está celebrando. Claro que hay funciones dentro de la celebración: uno que va a presidir, otro que va a leer, otro que va a cantar… pero es la Asamblea la que celebra. Esta liturgia debe ser también inculturada. Debe arrancar de las tradiciones, las costumbres, el arte, la danza, la creación de cada pueblo.

Y, por último, quiero resaltar que es preciso hoy rescatar y seguir desarrollando la opción preferencial de la Iglesia por y con los pobres, porque en esta gran crisis económica volvemos a crear millones de pobres. Aquí estamos de nuevo ante una cuestión clave a desarrollar, cuestión de la que ya se habla en el Concilio y que desarrollan Medellín, Puebla y, más recientemente, Aparecida.

- ¿Cómo refuerza el Vaticano II el papel de las Iglesias locales y qué evolución ha tenido ese intento?

- En el Concilio se volvió a subrayar una antigua tradición de que la Iglesia particular, la Iglesia local, alrededor de su obispo, es verdadera Iglesia. Se le da un papel importante a cada obispo en relación con su Iglesia. Ahí se avanzó mucho, queda patente en Christus Dominus, en Lumen Gentium, al hablar de la Iglesia local, en comunión, todas ellas, con sus obispos como sucesores del Colegio Apostólico y en comunión con Pedro. Lo que pasa en este momento, quizá por el temor de que se mermara la unidad de la Iglesia con la inculturación, es que se volvió a reforzar el centro romano, buscando una uniformidad, que no era lo que pensaba el Concilio para las Iglesias.

Pienso que las estrategias para asegurar la interrupción de una larga tradición de centralización, reequilibrando las relaciones internas en la Iglesia entre lo local y lo universal, no fueron suficientes. Lo que se añoraba en el Concilio es que en el centro romano hubiera una actuación más colegiada del ejercicio de la autoridad. Para lograrlo, se pensó en un sínodo donde se retomara la función deliberativa del Concilio. Pero cuando Pablo VI creo el Sínodo, lo creo como una instancia meramente consultiva, lo que le resta poder y eficacia.

No obstante, en la Iglesia de América Latina sí existe una experiencia de tener asambleas episcopales deliberativas (Medellín, Puebla, Santo Domingo y Aparecida). Esta es una contribución clave (aunque no sea la única experiencia a poner en marcha) para pensar otra Iglesia posible, donde las Iglesias locales tengan su manera de analizar las cuestiones, sus maneras de deliberar; y finalmente, bajo la asistencia del Espíritu Santo, decidir los caminos pastorales, en clave de comunión con toda la Iglesia, pero con decisiones y magisterio propio.

“Lo que se añoraba en el Concilio es que en el centro romano
hubiera una actuación más colegiada del ejercicio de la autoridad.
Pero cuando Pablo VI creo el Sínodo, lo creó como una instancia
meramente consultiva, lo que le resta poder y eficacia”.

- ¿Qué nuevos temas señalaría hoy para trabajar en clima conciliar?
- Uno de ellos es la grave crisis ambiental, la contaminación atmosférica, la destrucción de las florestas, fuentes de agua y recursos; gastamos más de lo que la naturaleza pueda reponer en su sistema. Esta conciencia es reciente. Esta crisis amenaza a toda la humanidad, pero en particular a los más pobres. La crisis ambiental genera hoy más desplazados que las guerras o la política. Y, sin embargo, la apertura de puertas se suele reducir al plano político. Esto es chocante, porque nuestra responsabilidad en la crisis climática es mayor, por esta sobrexplotación de los recursos económicos, sobre todo en los países ricos.

Otra cuestión que empezó a ser discutida en el Concilio, pero que hoy alcanza dimensiones intolerables, es la desigualdad dentro de la Iglesia entre laicos y clérigos, pero mucho más entre mujeres y hombres. Aunque el Concilio proclame la total igualdad entre hombres y mujeres y la igual dignidad entre todos los seres humanos, en la práctica la Iglesia continúa marginando hoy a las mujeres al prohibirles la entrada en los ministerios ordenados. Esta es una grave cuestión que ya no se puede dejar de lado.

- ¿Hay temas candentes hoy que, aun planteados en el Concilio, no pudieron ser adecuadamente debatidos?

- Así es. Para mí, uno de los principales fue la discusión sobre la guerra y la paz. Estábamos de lleno en la Guerra Fría, tuvimos la crisis de octubre del 62, de los misiles soviéticos en Cuba, el bloqueo norteamericano y llegamos al borde de la guerra nuclear. En la discusión sobre este capítulo, había tres posiciones distintas. Estaban quienes defendían aún el antiguo concepto de ‘guerra justa’, es decir, que los inocentes agredidos tienen derecho a defenderse. Ya Pío XII, sin embargo, ante las guerras mundiales, viendo que ya no eran ejércitos los que combatían y que había bombardeos sobre población civil, quiso superar ese concepto, diciendo que cualquier guerra total que afecta a la población civil es inmoral. Juan XXIII fue más allá, diciendo que, frente a las armas de destrucción masiva, ninguna guerra podía ser una guerra justa, y que se debían de armar mecanismos de negociación o lograr el concurso de una autoridad internacional.

Y por último, un grupo de obispos, entre ellos Hélder Câmara subrayaban que la gran guerra de hoy era la guerra contra el hambre, la guerra contra el subdesarrollo, y que la carrera armamentística era una carrera contra los pobres. Desgraciadamente, no se consiguió hacer una síntesis de intereses compartidos, y en la Gaudium et Spes aparecen, yuxtapuestos, elementos de las tres posiciones. Este es un tema candente que hoy exigiría ser repensado de una manera integradora, pero resaltando que todos los recursos tendrían que ser utilizados para luchar contra la pobreza, contra el hambre y las enfermedades.

Otro tema bloqueado fue la cuestión familiar. Es cierto que hubo un gran avance en el Concilio, al salir de la trampa histórica de los dos supuestos fines del matrimonio: la finalidad principal, se decía, que era la procreación, y la secundaria, que se decía –a mi entender, de una manera muy mala– que era para salvar la concupiscencia, algo que venía desde san Agustín. El Concilio acogió de una manera muy clara la posición de decir que el fin del matrimonio es el amor entre los esposos y la constitución de la sociedad familiar, y que, dentro de esta sociedad, los hijos eran un bien, que debe estar orientado, en su planificación, por la maternidad y paternidad responsable. El problema y la contradicción se generaron cuando se entró en el tema de los medios para la limitación de la natalidad. En este momento, el enfrentamiento creció.

Pablo VI retiró este tema de la discusión conciliar y constituyó una comisión plural que examinara estas cuestiones de manera más tranquila. Esta comisión trabajó varios meses, y, en sus conclusiones, más del 95% de los miembros asumieron la posición de que era lícito el uso de la píldora y de otros medios artificiales. El Papa se conturbó y aumentó la comisión con personas que pensaban de otra manera. Esa comisión volvió a trabajar, y al final se convencieron, incluso también estos últimos, de la posición contraria. Pablo VI parece que finalmente pasó la cuestión a dos moralistas de Washington que pertenecían al grupo minoritario de la comisión. Estos le dijeron al Papa que si él permitía que se legislara en contra de lo que decía la Casti Connubii (1932), estaría desacreditando el magisterio pontificio. Algo que, de hecho, entiendo que no habría sido así, porque las condiciones eran otras y la situación era otra de la época de la Casti Connubii –por esa regla de tres, la Iglesia y el Magisterio no avanzarían–.

Sin embargo, Pablo VI quedó atrapado en la contradicción y cedió a estas presiones. Y así, la Humanae Vitae integra las principales intuiciones del Concilio respecto a la familia y a la responsabilidad de los cónyuges, pero condena todos los medios artificiales. Esto creó un abismo y una fractura dentro y fuera de la Iglesia. Cincuenta años después, seguimos pendientes de abrir un debate claro y saludable sobre estas cuestiones.

“Debemos buscar fórmulas participativas,
donde todos y todas tengan voz y voto,
que estén inspirada en la noción de Pueblo de Dios y de ejercicio colegial
de la autoridad y de la toma de decisiones dentro de la Iglesia”.

Desde mi punto de vista, otra cuestión muy actual y deficientemente zanjada fue la discusión que se armó alrededor de la vida y ministerio de los presbíteros, cuando los obispos entraron al tema del celibato eclesiástico. El primero en abrir el debate con una crítica a la posición de la Iglesia latina fue el patriarca Máximos IV, para recordar que en la Iglesia Católica Romana había una tradición de un clero con familia: es decir, las 22 Iglesias católicas en Oriente están abiertas a que su clero tenga familia. Y, de acuerdo con esto, recordaba Maximos IV, en la tradición latina no debemos hablar de este tema como si hubiera una única tradición en la Iglesia.

Así se inició el debate, pero otros obispos de las Iglesias occidentales entraron en él expresando también que las comunidades tenían derecho a la Eucaristía y a su acompañamiento pastoral por los presbíteros, y que esto no se verificaba. Entonces, un camino sería admitir que personas como los viri probati –hombres casados reconocidos dentro de la comunidad– pudieran recibir el ministerio presbiteral dentro de la comunidad y seguir casados. Otros entraron también al tema, diciendo directamente que había que separar la vocación al ministerio y la vocación al seguimiento de Jesús en el celibato. Y había también, por otra parte, una denuncia expresa de situaciones escandalosas en la Iglesia relacionadas con un celibato impuesto y que había que poner fin a esto.

Es decir, varios coincidían en que la cuestión era importante y debía ser tratada de otra manera. Pero antes de que se entrara al debate teniendo en cuenta todas estas consideraciones, Pablo VI lo suspendió. Pidió que le escribieran a él las sugerencias y propuestas, que las tendría en cuenta, y después escribió la encíclica Sacerdotalis Caelibatus. De nuevo, esto produjo una gran crisis, porque incluso el cardenal Suenens le dijo al Papa que había traicionado la propuesta de sinodalidad y colegialidad y que toda la Iglesia debía haber sido consultada en este tema. A pesar de que Pablo VI volvió a retomar el tema, esta es una cuestión que no se resolvió. A mi modesto parecer, no estuvo bien retirar estas cuestiones del debate conciliar, y hoy deberían ser necesariamente retomadas de una manera adecuada.

- ¿Cómo hoy, en un nuevo y renovado proceso conciliar, se podrían superar bloqueos y mejorar la comunicación y la búsqueda de consensos?

- Sin duda, se deben implementar cambios en diferentes niveles. Y esta es una tarea colectiva. Pero yo me voy a limitar a señalar algunos importantes. Creo que habría que retomar una gran intuición primera. Cuando se empezó a preparar el Concilio, llegaron desde la Curia romana con una propuesta de consulta, con cuestionarios largos, larguísimos [risas], para que cada obispo contestara, sobre diversos puntos: liturgia, vida religiosa, la vida de los presbíteros, la formación de los mismos… Y entonces, Juan XXIII, les dijo: “No, hagamos algo distinto. Pregunten solo a los obispos cuáles son las cuestiones que ellos creen que se deben tratar”. Y así se hizo, de una manera totalmente abierta, una consulta hecha a toda la Iglesia y que incluyó también a facultades de Teología, universidades… Esta intuición de ponerse a la escucha es hoy es más necesaria que nunca, pero a una escucha de todo el Pueblo de Dios. Habría que escuchar cuáles son los gritos, las angustias, las cuestiones, las propuestas, no solo de obispos y de universidades. Hacer esto hoy día es mucho más fácil que en la época del Concilio. Hay más medios.

Y hay que sacar, asimismo, conclusiones de la propuesta mayor de la Lumen Gentium: de un lado, tener en cuenta al Pueblo de Dios y de otro, un ejercicio colegial y comunitario de la vida de la Iglesia. Tendríamos que encontrar y tener una manera más sinodal, más conciliar, que atravesara todas las instancias de vida de la Iglesia: conferencias episcopales, asambleas de presbíteros, conferencias de religiosos y religiosas.

Y hay otra experiencia muy rica: en torno a temas concretos, la Iglesia local con su representación debe hablar; es lo que llamamos Asamblea del Pueblo de Dios. En ella participa el Obispo, pero acude con laicos, con su Consejo Pastoral, con algunos presbíteros. Ellos mismos deben ponerse de acuerdo sobre cómo van a votar las cuestiones.

En resumen, debemos buscar fórmulas participativas, donde todos y todas tengan voz y voto. La manera de hacer tenemos que buscarla, pero que esté inspirada en la noción de Pueblo de Dios y de ejercicio colegial de la autoridad y de la toma de decisiones dentro de la Iglesia.

Una tercera cuestión, desde mi punto de vista, es que no podemos matar la profecía dentro de la Iglesia. La profecía quiere decir que más allá de todas las formulas que encontramos, hay un momento profético de decir que ‘esto que está pasando va en contra del Plan de Dios’, porque oprime a los pobres, porque margina a personas, porque daña la Naturaleza… Entonces hay que dejar siempre espacio abierto a la profecía, que representa la irrupción de Dios en la Historia.

“Es un insulto a todas las Iglesias no europeas
el hecho de que no estén debidamente representadas
en el Colegio Cardenalicio.
La Curia no es la Iglesia, es un servicio dentro de la Iglesia,
pero no puede acumular tanto poder”.

Y aún señalaría otra cuestión: en este momento, tres cuartos de los miembros de la Iglesia Católica Romana están en Asia, África y América Latina, y es, quizá, una quinta parte de la Iglesia la que está en Europa. Pero para los católicos, las estructuras de decisión y poder están en Roma. Están en Ginebra para el Consejo Mundial de Iglesias, que afecta a los evangélicos; están en Londres para los anglicanos, mientras que un 60%de los anglicanos están en África… Hay que cambiar estas estructuras, porque hoy el mundo es otro; y la agenda de las comunidades eclesiales de estos países no coincide con la agenda de los centros de poder.

Hemos de enfrentamos a dar voz a todas estas comunidades en el mundo, porque quieren tener esperanza, caminar, y en cambio, son cada vez más controladas, más contestadas, menos oídas… Pienso, sin ir más lejos, en los 22 nuevos cardenales, ninguno de África, ningún cardenal residencial en toda América Latina (hay un cardenal latinoamericano, pero que está de residencial en la Curia romana). Esto no debe ser así, porque este Colegio es el que va a escoger el nuevo papa. Así que es un insulto a todas estas Iglesias el hecho de que no estén debidamente representadas. La Curia no es la Iglesia, es un servicio dentro de la Iglesia, pero no puede acumular tanto poder.

Por tanto, concluyo diciendo que hay que escuchar más ampliamente, hay que democratizar las estructuras de Iglesia, encontrar fórmulas de participación, dejar espacio a la profecía; estos son aspectos, a mi entender, muy importantes a cuidar, para avanzar mejor en el camino conciliar.



sábado, 17 de marzo de 2012

ASÍ NOS AYUDÓ EL VATICANO II A SER CURAS POR Y EN LA COMUNIDAD

Curas-testigos a los cincuenta años del Vaticano II
JULIO PÉREZ PINILLOS, jppinillo@yahoo.es
RIVAS VACIAMADRID (MADRID).


ECLESALIA, 15/03/12.- Dejando sentado que fue nuestra práctica ministerial, el acompañamiento a las comunidades y movimientos socio-eclesiales y nuestra decisión firme de trabajar como curas obreros lo que impulsó y validó esta experiencia presbiteral, queremos hacer mención –de pasada pero obligatoria por ser fundante- de los tres documentos del Vaticano II que influyeron en nuestro proceso: “Lumen Gentium”o el sentido de Iglesia-Pueblo de Dios, “Gaudim et Spes” o el compromiso de la Iglesia con el pueblo y “Presbiterorum Ordinis”: o cómo y para qué del cura en la comunidad.

Por fin el Concilio aprobó lo que el Vaticano venía prohibiendo: ¡curas obreros¡

Es sugerente partir de este enfoque a la hora de revisar los distintos talantes y estilos de curas al servicio de los creyentes y de las comunidades cristianas en ambientes obreros, con significativa actualidad en el día del seminario, fecha elegida por las diócesis para reflexionar sobre los candidatos al ministerio presbiteral. En razón de la brevedad exigida, subrayaremos, solo en forma de apunte, cuatro campos específicos en los que los curas obreros aportamos significativamente:

En nuestra relación social con el mundo obrero significamos y aportamos un factor de aproximación evangélica y social de cara a la separación histórica entre la Iglesia y la Clase Obrera, que tanto hacía llorar al cardenal de París, E. Suhard. Además aportamos una colaboración sencilla pero significativa en el surgimiento y consolidación del incipiente y clandestino movimiento obrero al aceptar las inherentes consecuencias de despido, cárcel, y marginalidad que el compromiso obrero conllevaba. El concilio Vaticano II acababa de indicar el camino a seguir al definir a la Iglesia no como sociedad perfecta y estratificada en vertical sino, como “Pueblo de Dios” todo él corresponsable e indefectiblemente al servicio de Reino que Jesús vivió y anunció, de tal modo que la iglesia solo tiene sentido como cuerpo, camino y mediación del Reino de justicia y de liberación que Jesús practicó y proclamó, tal y como acababa de recoger el mismo concilio en su magistral documento “Gaudium et Spes”.

En nuestra vivencia de la Iglesia de Jesús procuramos una comunidad de creyentes comprometidos con lo real en hechos y en palabras y con un acompañamiento entre iguales en nombre del Evangelio, dentro de una Iglesia que sale al encuentro del mundo y del movimiento obrero: en las fábricas, construcción, hospitales y barrios. Desde este enfoque eclesial se facilitó una opción clara a favor de pequeñas comunidades adultas con una formación catecumenal fuerte, que nacen como búsqueda de un espacio de libertad tanto dentro de la Iglesia –“ni fuera ni en paralelo”- como dentro del mundo obrero, y que aparecen como caja de resonancia crítica de lo que nos rodea y nos preocupa y como espacio de compromiso operativo en favor del mundo obrero por el que se habían decidido la mayoría de ellas. También trabajamos los curas obreros a favor de una comunidad –parroquial o no- capaz de vivir de sus propios medios económicos sin dependencia del dinero del Estado ni en sus gastos de funcionamiento ni en la paga de su cura.

En el campo de la acción pastoral y evangelizadora dentro del mundo obrero –de modo especial en sus áreas de producción y de servicios- hemos verificado que el muro de separación entre la Iglesia y el mundo obrero no solo se debilitaba y desmitificaba sino que, desde dentro, surgió el diálogo en profundidad -“diálogo cristiano-marxista”- y, en colaboración con otros movimientos obreros, se abrió un recorrido práctico y operativo en favor de un mundo obrero más humanizado, con más derechos y más próximo al “Reino” de justicia y de liberación por el que lucharon tanto Jesús de Nazaret como otros grandes testigos de distintas culturas, procedencias e ideologías. Este tipo de relación respetuosa y honda que -no sin tensiones y dificultades- se fue generando, facilitó lo que Mariano Gamo expresa al formular: “ni el mundo ni el movimiento obrero los –a los curas obreros- rechazó sino que llegado el momento les otorgó su confianza, eligiéndoles para los comités de empresa y hasta para cargos públicos…Confió en ellos mucho más que la mayoría de los obispos”. Si bien es verdad que algunos obispos como A. Iniesta, P. Casaldáliga, Joan Carreras, Nicolás Castellanos y algunos más nos expresaron su apoyo y aliento. Los curas obreros dijimos y verificamos que el cambio hacia una Iglesia más comprometida y evangélica era posible, y que dentro de la Iglesia había fuerzas para ello. Aún seguimos confiando en ello, junto con otros cristianos, comunidades cristianas y luchadores por un mundo más crítico fraterno.

Otro modo de ser curas: desmitificados de su imagen de “gente influyente y con poder” e insertados en la vida real por su trabajo profesional-obrero y por su tipo de compromiso pastoral; desde ahí “contemplativos” que procuran ganar su ”modus vivendi” como uno de tantos por el deseo de compartir condiciones de vida -especialmente en estos momentos difíciles- y por la autonomía que ello reporta de cara al erario público, a la diócesis y a la propia comunidad; hombres que optan –en un porcentaje minoritario, pero significativo y respetuoso- por la familia-hogar y por la progresiva defensa teórica y práctica del celibato opcional en los ámbitos en que vaya siendo posible, si –previo discernimiento y asesoramiento- esta es su honesta decisión evangélica apoyada en comunidades concretas y en lo que defienden muchos teólogos y comunidades cristianas de acuerdo con lo manifestado públicamente por algunos obispos y cardenales de reconocido peso y significación: “Ustedes, curas casados, no solo no son fugitivos o desertores, sino pioneros de un movimiento que necesita la iglesia” (A. Lorscheider, cardenal de Fortaleza, Brasil). “¿A qué este desperdicio? Preparamos a los sacerdotes con tanto esmero y esfuerzo –incluso económico- para luego tenerlos aparcados como motores perfectos, pero cuyo uso rechazamos… ¿Por qué razón?” (Dom. Luciano Méndez, presidente de la Conferencia Episcopal de Brasil). “Os ha tocado defender el celibato opcional con honestidad y tenacidad…del mismo modo que a mí me toca defender a los pobres de Brasil” (D. Pedro Casaldáliga, Obispo español en Brasil). “Acompañad a las comunidades cristianas ofreciéndoles desde dentro y respetuosamente la posibilidad evangélica del celibato opcional, conscientes de que será un proceso lento y legítimo” (A. Iniesta, Obispo jubilado de Madrid).

Místicos: Desde una espiritualidad evangélica nos insertamos en la realidad y a la inversa

Revolucionarios por el Reino y disponibles a lo que esta Misión pida tanto a nivel de disponibilidad personal radical como a nivel de trasformación de las estructuras es nuestra definición de “espiritualidad”; “mística” prefieren llamarlo otros por lo que encierra de experiencia profunda, de entrega, de totalidad, de plenitud… con referencia, de una u otra manera, a los epígrafes siguientes:

Vivir “Como uno de tantos” en el trabajo, estilo de vida y compromiso: Con los movimientos sindicales, los partidos políticos de izquierda, las asociaciones, los ambientes de marginación y de exclusión social, la inmigración, la gente que vive a ras de tierra. Ese es el lugar donde germinan y florecen los brotes del reinado de Dios que nosotros queremos favorecer mediante nuestro ministerio-servicio de Curas Obreros. Intentamos estar en las causas de los problemas, en lo más duro de las situaciones injustas, allí donde la falta de horizonte humano es el pan casi diario de mucha gente. Creemos que estamos en nuestro sitio, sin angustias, libremente, y es ahí donde realizamos nuestro ministerio, primero como cristianos, y además, como curas. Ahí nos esforzamos por hacer crecer la vida, la esperanza y la liberación junto con otros militantes –cristianos o no cristianos- que, desde distintas motivaciones, intentan también transformar esta sociedad luchando contra los sistemas y situaciones de muerte.

Conscientes de que La encarnación “se moja” en las estructuras: La encarnación no se conforma con sufrir o denunciar los hechos de exclusión, ni con orarlos o contemplarlos, sino que se compromete con las causas estructurales de fondo; no afrontar las mediaciones históricas de la fe evangélica es infantilismo claudicante. La razón última de vuestro compromiso dimana de la certeza de que el cristiano pertenece al Señor y las motivaciones más radicales le vienen de la obediencia al Padre. Aquí se ven serias diferencias con otras posturas ante la injusticia. Evangelizar es actuar-transformar: la palabra hecha Historia, es “el poder de Dios para la salvación del mundo” (Romanos 1,16). La teología se hace desde el vivir cotidiano: con el compromiso concreto adquirido después de analizar la situación y reflexionarla a partir de la Palabra. De aquí nace, después, la elaboración teológica. Los pobres –las víctimas del sistema- son un lugar teológico de primer orden, por feos que sean. El “être avec” que intuyeron los primeros Curas Obreros franceses es fundamental. Hay que incidir en los campos pre-políticos: sociedad civil, movimientos sociales, culturales y asociativos. La actuación en estos campos pre-políticos es la denuncia, la profecía y la participación en ellos. Ante el sufrimiento humano son centrales la acogida, las entrañas de misericordia como actitud radical y la inteligencia táctica y estratégica, siempre conscientes de nuestras limitaciones y de los procesos históricos.

Hemos aceptado que la encarnación vivida a fondo en lo concreto lleva a la contemplación y enseña a estar en la periferia social y eclesial: A grandes rasgos, nos vemos y nos situamos en la periferia tanto social como eclesial. Es ahí precisamente donde queremos estar. Toda institución, cualquier sistema social o religioso, genera un centro y una periferia. En el centro se nota más el poder, la visibilidad, el privilegio, la autoridad, la lejanía. En la periferia se vive mejor la servicialidad discreta, el anonimato sencillo, la vida a ras de tierra, la levadura y el grano de trigo, la decisión compartida y la cercanía a la gente en su cotidianidad: sus problemas, sus luchas y sus dichas.

También en la Iglesia, en cuanto institución humana que es, existe una periferia donde residen, entre otros, aquellos grupos y personas que se resisten a aplaudir muchos criterios y actuaciones de la oficialidad central. Son bastantes los curas obreros que, por querer estar cerca de la gente, se han de situar lejos del centro, en una distancia (e incluso disidencia) parcial y consciente. Es algo que va con la opción de ser “como uno de tantos” en instituciones centralistas.

Desde este ángulo de contemplación real, contrastada y verificada desde el servicio a los pobres y excluidos no me extraña nada el aliento que Alberto Iniesta –Obispo entonces en Vallecas- nos quiso insuflar a los curas obreros del España al saludar nuestro segundo Encuentro estatal con estas palabras: “La opción del cura obrero y todo lo que ella representa para la iglesia debe ser preferencial para la jerarquía, porque apunta la dirección de toda ella. Nos orienta…” El obispo Nicolás Castellanos lo ha expresado así: “los curas obreros dieron un paso adelante, pisaron la frontera, se colocaron en la periferia como Jesús de Nazaret. Colocarse ahí supone muchas rupturas institucionales, suscita recelos, amenaza al poder, pero sin este tipo de rupturas ni se humaniza ni se evangeliza, ni se anuncia el evangelio de Jesús ni su reino” (Prólogo al libro “Los Curas Obreros en España”, Nueva Utopía, Madrid 2004). (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

Don Pedro Casaldáliga sintetiza

“El desafío de la evangelización en este principio del siglo XXI, como en todos los siglos, por lo demás, continúa siendo cómo salir con el Evangelio al encuentro de lo proletario de este mundo. Lo pequeño, de que habla el Evangelio, los leprosos de cada época, la plebe sucia que en cada época los poderes del dinero, de la política y de la religión desprecian olímpicamente.

Los curas obreros significan una experiencia revulsiva en eclesialidad, en ministerialidad, en solidaridad y convocan, hoy todavía más que ayer, para otra eclesialidad, otra ministerialidad y otra solidaridad.

Con ellos la Iglesia salía al encuentro y sin banderas, despojada; haciendo de la Encarnación el gran paradigma pastoral. Esos sacerdotes se hacían pueblo, renunciaban al estatus clerical. Sacerdotes obreros ha sido el primer gran intento de desclericalización del clero, entendido el clericalismo como distancia y privilegio, en la Iglesia y en la Sociedad. Un intento, además, que comportaba la mayor credibilidad, porque los sacerdotes obreros asumían la condición obrera, con los riesgos y compromisos concretos del trabajo y sus luchas y sus organizaciones. (Epilogo de “Los Curas Obreros en España”, Nueva Utopía, Madrid 2004)
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viernes, 16 de marzo de 2012

SALVARSE NO ES EVITAR LA CONDENACIÓN

Fray Marcos

Hoy es imprescindible tener en cuenta el contexto del evangelio que leemos. Estamos en el capítulo 3º de Juan. Este evangelio está estructurado según un esquema teológico. Cada capítulo es un tema que tiene identidad por sí mismo. Es muy interesante el paralelismo asombroso que tienen los 21 capítulos, con las cartas del tarot. Este esoterismo es precisamente una de las claves para descubrir toda su profundidad.

El punto de partida del discurso que Juan pone en boca de Jesús, es el diálogo con Nicodemo, que empieza sin que le haya preguntado nada:

“Te lo aseguro, el que no nazca de nuevo no puede ver el Reino de Dios”.

Nicodemo le responde: “Eso es imposible”.

Pero Jesús insiste: “El que no nazca del agua y del espíritu no puede entrar en el Reino de Dios; lo que nace de la carne es carne, lo que nace del espíritu es espíritu”.

Nicodemo insiste: ¿Cómo puede ser eso?

Y comienza el discurso cuyo final acabamos de leer.

El domingo pasado, Jesús arremetió contra el culto que se desarrollaba en el templo. Hoy arremete contra la manera de interpretar la Ley que tienen los fariseos. En ambos casos se trata de instituciones antiguas vacías de contenido que hay que sustituir. No se trata de una nueva interpretación, (es lo que busca Nicodemo) sino de algo completamente distinto: hay que nacer de nuevo.

No debemos pensar en discursos pronunciados por Jesús. Juan pone en boca de Jesús una cristología propia de finales del siglo I.

EXPLICACIÓN

“Lo mismo que Moisés levantó la serpiente” No podemos entender una comparación si no comprendemos los dos términos de la misma. Lo que hizo Moisés es recordar en un momento de verdadero apuro, al dios egipcio Ranenutet (representado por una serpiente). A los que habían construido un becerro de oro a sus espaldas, no dudó en hacerles beber el metal fundido. Ahora es el mismo Dios el que le manda construir la imagen de otro dios.

Para entender la comparación con la cruz, es imprescindible saber que el dios egipcio era a la vez veneno y antídoto; muerte y vida; opresión y salvación. Al ser crucificado, Jesús representa a la vez, la muerte y la vida, la humillación y la exaltación.

Al decir “levantado”, va mucho más allá de una alusión a la figura de la serpiente. La cruz es la manifestación suprema del amor y la lealtad de Dios. Es el momento de la exaltación definitiva de Jesús. En el hombre levantado se manifiesta la verdadera Vida. Jesús ha llegado a lo más alto; se ha identificado con Dios.

Para que todo el que lo haga objeto de su adhesión (crea), tenga Vida definitiva. "Vida definitiva" Denota la calidad de vida propia del estadio final y definitivo. Traducir por "Eterna", empobrece el significado, por insistir solo en la duración y no en la calidad. La consecuencia de “ser levantado en alto”, es dar plenitud de Vida. El Espíritu que nos comunicará, será la verdadera fuente de Vida para todos los que le acepten.

“Demostró Dios su amor al mundo" El amor se hizo visible en un acto. No se dirige solo a los cristianos, sino al mundo. Jesús es el don de Dios a la humanidad. "Dar a su Hijo" no se refiere, aquí, únicamente a la encarnación, sino a la crucifixión.

“Porque no envió Dios el Hijo al mundo para que de sentencia contra el mundo, sino para que el mundo se salve por él”. Para Juan, Jesús es enviado al mundo, Para los sinópticos, a Israel. La salvación está destinada a todos. No solo al pueblo elegido, sino a todas las naciones. Se acabaron los privilegios. La Vida del Espíritu se ofrece a todos. Quién no obtenga esa Vida, será porque rechaza su oferta, negando su adhesión a Jesús.

El que le presta adhesión no está sujeto a sentencia; el que se niega a prestársela ya tiene la sentencia. No hay lugar para la indiferen­cia. O se presta adhesión o se niega esa adhesión. O se nace del espíritu o se permanece en la carne.

Es este un dato importantísimo para entender la manera de actuar (no actuar) de Dios. Tanto la sentencia negativa como la positiva, no es consecuencia de un acto externo de Dios. Es el resultado de una actitud permanente identificada con el mismo acto de adhesión.

Bien entendido este versículo, cambiaría todo el modo de entender la moral. Desde la visión farisaica (y la nuestra), Dios juzgaba a los hombres después de examinar sus acciones. Si eran conforme a la Ley, los salvaba; si eran contrarias a la Ley, los condenaba. La justicia de Dios sería el trasunto de la justicia humana.

Juan nos dice que Dios es justicia; pero en Él, la justicia es una realidad permanente. Todo está en su sitio en cada instante. Cada actitud, cada acto del hombre, lleva incorporada la justicia.

Los hombres han preferido las tinieblas a la luz. "Su modo de obrar" Denota el proceder habitual, no un acto puntual.

En el prólogo se nos había dicho: "y la Vida era la luz de los hombres". No es la luz la que da Vida (como maestro), sino al revés, es la Vida la que te iluminará. Sin Vida no se puede aceptar la luz. La falta de Vida lleva consigo el rechazo de la luz.

Mantener una relación con Dios desde la Ley, desde lo externo, sin Vida, es mantener la relación de injusticia en que están los dirigentes religiosos. El que oprime al hombre no puede aceptar la luz. La adhesión a Jesús, exige salir de la situación de opresión.

El que obra con bajeza... El que practica la lealtad. "Obra con bajeza (practicar lo malo), se opone a “practicar la lealtad”. "Hacer la verdad" es un semitismo que utiliza Juan, y lo opuesto es "hacer la falsedad".

El que es cómplice de la muerte, no aguanta la Vida. La considera como una agresión. No se eligen las tinieblas por el valor que puedan tener en sí, sino por odio a la luz. No son las doctrinas (luz) las que separan de Dios, sino las conduc­tas (Vida).

Quien con su modo de obrar daña al hombre, se opone al amor-vida. Rechazando la luz, cree poder continuar haciendo el mal sin ser descubierto.

"Practicar la lealtad" equivale a hacer lo que es bueno para el hombre. Al emplear "lealtad" nos está diciendo que el amor no es algo teórico, sino práctico. Una vez más la Vida es anterior a la luz. "Y así". El acercamiento a la luz, se hace por amor a la luz, no para que se vean las obras.

"Realizadas en unión con Dios". No obras hechas según Dios quiere, sino algo más. Obras en las que, con la actividad del hombre, se ve la de Dios revelando en ellas su gloria-amor.

Creer va unido a las obras buenas. La incredulidad acompaña a las obras malas. Jesús evidencia lo que es un hombre.

APLICACIÓN

En el trozo del discurso que acabamos de analizar nos encontramos con los aspectos más originales de la salvación ofrecida por Jesús:

1) La salvación es Vida.

2) Viene de Dios.

3) Es fruto del amor de Dios.

4) No es una alternativa a la condenación.

5) Exige la adhesión a Jesús.

6) Se manifiesta en las obras.

Cada uno de estos puntos nos tendría que advertir de los errores en que caemos a la hora de hablar de esa salvación que Jesús nos ofrece. “Por pura gracia estáis salvados”.

Hablar de salvación, es plantearse el sentido último de la vida humana. Sería desplegar las más elevadas posibilidades humanas.

El término “salvación” tiene connotaciones negativas, y eso es muy peligroso a la hora de entender lo que dice el evangelio. El médico salva una vida cuando está a punto de perderse. El pensar en la salvación en términos negativos nos ha paralizado en nuestro desarrollo. Nos hemos creído que, si elimino el pecado, estoy salvado. Salvarse no es evitar la condenación. La salvación por parte de Dios tiene una connotación positiva. Salvarse sería llevarnos a una plenitud de ser, más allá de las mismas posibilidades naturales de la persona.

La salvación no es algo que me venga de fuera. La salvación surge de lo más hondo de mi ser. Desde ahí, Dios con su presencia posibilita mi plenitud. Hay que tener muy claro, que me salva totalmente Dios y me salvo totalmente yo. La acción de Dios y la del hombre, ni se suman ni se restan ni se interfieren, porque son de naturaleza distinta. "Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti". Todo lo que depende de Dios para mi salvación ya está hecho. Por tanto, mi salvación, aquí y ahora, depende de mí.

La conciencia que tenemos de que Dios puede no salvarme, es consecuen­cia de que esperamos de Dios una salvación equivocada. Queremos que Dios nos libere de nuestras limitaciones, es decir que nos quite el sufrimiento, el dolor, la enfermedad, la muerte. Todo eso forma parte de nuestra condición de criaturas y es inherente a nuestro ser. Ni Dios puede hacer que sigamos siendo criaturas, y sin limitacio­nes. Buscar la salvación por ese camino, es un error garrafal. La salvación que Dios nos da, tiene que realizarse mientras seguimos siendo criaturas, y por tanto, a pesar de nuestras limitaciones.

La salvación no es cambiar lo que soy ni añadir nada a lo que ya soy. Es una toma de conciencia de lo que en realidad soy, y vivir en esa conciencia. Es descubrir el tesoro que está escondido dentro de mí y disfrutar de él. “La vida eterna consiste en que te conozcan a ti, único Dios verdadero y a tu enviado Jesucristo”. Se trata de “conocer”.