José M. Castillo LA HUMANIZACIÓN DE DIOS
Ensayo de Cristología Editorial Trotta, 383 pgs.
¿Existió Jesucristo? Y si es cierto que existió, ¿qué dijo? ¿qué hizo? ¿qué representa Jesús de Nazaret para todos y cada uno de nosotros? Este libro intenta, por supuesto, responder a estas preguntas. Pero, antes que eso, aquí se pretende dejar claro que aquel judío desconcertante, que fue Jesús, llevó a cabo la revolución más asombrosa que se ha producido en la historia de las tradiciones religiosas de la humanidad. Una revolución que pronto fue controlada, domesticada y bien integrada en el sistema por la religión. Sí, fue la religión de los templos y las leyes, de los sacerdotes y los altares, la religión de las muchas liturgias y las pocas entrañas de humanidad, la que expulsó a Jesús de la ciudad santa, lo sacó del espacio sagrado y allí, “fuera de la puerta” (Heb 13, 12), en el ámbito de lo profano, lo laico, lo secular, allí precisamente, lo asesinó. Para que quede en evidencia, por todas las generaciones, que al Dios de Jesús no lo encontramos en la trascendencia y en la divinidad, sino en la inmanencia y en la humanidad. Nos guste o no nos guste, las últimas generaciones que han nacido en los países de Occidente están marcadas por la patética fórmula que acuñó Nietzsche, en El Anticristo (af. 18): “El concepto cristiano de Dios -...- es uno de los conceptos de Dios más corruptos a que se ha llegado en la tierra; tal vez represente incluso el nivel más bajo en la evolución descendente del tipo de los dioses. ¡Dios, degenerado a ser la contradicción de la vida, en lugar de ser su transfiguración y su eterno sí”. Lo que pasa es que ni Friedrich Nietzsche, ni nadie entre los mortales, cuando pronunciamos la palabra “Dios”, estamos hablando de Dios. ¿Qué hacemos nosotros pretendiendo indagar en lo que sólo se puede encontrar más allá del campo inmanente de nuestra capacidad de conocimiento? Por eso, lo que este libro intenta explicar es que en Jesús, Dios “se despojó de su rango y se hizo como uno de tantos” (Fil 2, 7). Y es ahí, sólo ahí, vaciándose de todo poder y de toda gloria, en la búsqueda de nuestra propia humanidad, donde es posible encontrar el sentido de la vida, que trasciende las representaciones del Trascendente que nosotros nos hemos hecho y nos hemos servido a la carta, con frecuencia y por desgracia, para dividirnos más y hacernos más daño los unos a los otros.
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