La Iglesia tiene que dar la talla en estos tiempos de crisis
Antonio Quitián está convencido de que su madre (una mujer con una profunda religiosidad) primero y las clases pastorales que recibía de don Miguel Peinado, por entonces párroco de El Salvador, tuvieron mucho que ver con su forma de conducirse por la vida: siempre con los necesitados.
«Aquellos curas debíamos luchar contra todo lo que oliera a dinero»
Cuando hablamos por primera vez con el cura obrero Antonio Quitián para proponerle la entrevista, nos dice que ya no tiene nada que decir, que ya lo ha dicho todo. Pero luego vemos que sí tiene mucho que decir: la conversación se dilata durante dos horas. Son dos horas llenas de recuerdos, de anécdotas, de datos... Dos horas que pasan tan rápidas como un soplo. Eso tienen las conversaciones con personas con una dilatada vida de lucha por detrás: que atrapan al entrevistador hasta dejarlo lleno de sensaciones.
Antonio Quitián es de mediana estatura y delgado. Y en su rostro siempre hay una sonrisa dispuesta a hacer más agradable la charla. Habla con serenidad del que ha visto mucho y con una sabiduría propia del que tiene unas convicciones a prueba de cualquier tentación. Es la suya una sabiduría humanísima exenta de cualquier estereotipo. Sabe cual ha sido la apuesta por la vida y que la ha ganado. Me atrevo a decir que de todas las entrevistas que he realizado en mi vida, esta ha sido una de las más sinceras. Y todo porque es un hombre que parece estar al margen de imágenes definitivas y amparadoras, de ser más persona que personaje. Lo primero que nos dice que lo de ser cura fue por casi un accidente: Su ingreso en el seminario fue de lo más curioso.
-Era el mes de mayo. Los alumnos de mi clase en el Ave María no teníamos maestro aquel día y el capellán se hizo cargo. La mañana se hizo larga y nos sacó al exterior. Nos fue preguntando sobre queríamos ser. A mí me correspondió contestar de los últimos. Habían salido y aun repetido muchos oficios. Y yo, queriendo ser original, se me ocurrió un oficio que nadie había dicho: Yo cura, dije. De verdad que lejos de mí estaba la intención de ser cura. Es más, a mí los curas me parecían personas sombrías y siempre relacionadas con los entierros. Aquel episodio de una clase rutinaria habría pasado sin más trascendencia. Pero no fue así. El capellán llamó a mis padres y en este encuentro acordaron mi entrada en el seminario. No había cumplido aún los doce años. En la elección de mi profesión no tuve ni arte ni parte.
Los 'tiratapias'
Pero gracias a aquella especie de travesura, Granada contó con un cura apegado a los pobres. Antonio perteneció a los llamados curas 'tiratapias' que se caracterizaron por un deseo de renovar la Iglesia tradicional.
-Aquellos curas debíamos luchar contra todo lo que oliera a preocupación por el dinero. Teníamos que quitar las clases o categorías en los servicios religiosos. Cortar con los caciques que mangoneaban en las fiestas religiosas. Por supuesto no éramos vistos con buenos ojos por los curas mayores, tradicionales, que veían en nosotros como un ataque a sus prácticas religiosas, a sus ingresos económicos y a sus relaciones con la clase acomodada. En lo social, habíamos optado por los pobres, distanciándonos de los ricos como una consecuencia de la profundización y vivencia evangélica.
Fue cura a los 24 años en Tiena y Olivares y después estuvo 14 años en Tózar y Limones. Hasta que en 1966 fue destinado a 'La Virgencica'.
-En todos estos años descubrí que había que unirse al pueblo que sufre y hacer las cosas no para él, sino con él, viviendo cerca, compartiendo su misma vida y sus aspiraciones.
En su familia y en parte de la Iglesia no vieron bien que este cura se pusiera a trabajar. Pero por encima de todo estaban sus ideas. Trabajó de albañil haciendo zanjas. Perteneció a la Hermandad Obrera de Acción Católica y su lucha estaba siempre con aquellos obreros que se encerraban en las iglesias y en la catedral para pedir mejoras laborales. Hasta sufrió la cárcel por este motivo. Los enfermos y los presidiarios fueron también protagonistas de sus desvelos. Fue testigo directo de aquellos trágicos momentos en los que murieron tres albañiles en una manifestación. Estuvo con dos de ellos mientras agonizaban en la mesa de operaciones.
A pesar de sus ochenta años, aún sigue reuniéndose con los parados, con aquellos a los que la vida los trata mal. Nos cuenta que ya hay un grupo de desempleados que lo han llamado para reunirse con él en un templo granadino. Piensa que para mucha gente la Iglesia puede ser de nuevo el último refugio.
-La Iglesia no puede cerrar los ojos en estos tiempos en los que crece el paro y se pasan necesidades. Sólo así se consigue que no la vean distante, que está dispuesta a estar con aquellos que sufren. Tiene que dar la talla. En estos tiempos los curas las pasan canutas con los jóvenes, pero es porque estos no la ven cercana.
-¿Cómo ve esa polémica de los anuncios en los autobuses que niegan la existencia de Dios?
-A mí todas estas cosas me alegran porque me gusta que la gente piense. La Iglesia necesita que la espoleen desde fuera para que reaccione. Vivir alejada de la realidad no le lleva a ningún sitio. Esto es lo que hay ahora y hay que dar respuestas razonadas.
A pesar de ser tan crítico con la institución a la que ha servido durante toda su vida, quiere terminar matizando:
-La Iglesia ha tenido para mí tal influencia que podría afirmar que casi todo lo que pienso, digo o soy a ella se lo debo. Me ha dado a conocer a Jesucristo y sus Evangelios. Sin embargo, esta Iglesia no está con los tiempos porque a veces ignora a mucha gente que está sufriendo y que está pasando penalidades. Me da vergüenza que haya enfermedades por comer mucho y que un tercio de los habitantes del mundo no tenga para comer. De ahí que haya que seguir trabajando por su renovación evangélica.
Esta es una entrevista de la que da pena que se ha ya acabado es espacio,
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