domingo, 11 de enero de 2009

PARÁBOLAS DE LOS TRES MOSQUETEROS

Juan Luis Herrero del Pozo

Se les llama mosqueteros porque en los torneos teológicos aparecen casi siempre con el mosquetón cargado. Aunque son amigos, simpáticos y no tiran a dar. Se llaman Gabriel, Rafael y Baltasar; respectivamente creyente progre, creyente conservador, y agnóstico tirando a ateo. 

1º- Baltasar es de una pieza. A la pregunta ¿hay Dios? Responde con un ‘no sé’ aunque fácilmente acaba diciendo que no existe. Lo que no obsta a que siempre esté debatiendo sobre el tema, como si no le dejase en paz. También es verdad que sabe de teología y no carece de erudición al respecto.
Su vida no ha sido fácil pero es un valiente. Entre otros problemas le aqueja uno muy gordo: una hija ya moza con parálisis cerebral. Toda la familia gira en torno a ella pero más especialmente Baltasar, si cabe. Con su hija es casi un místico. Elena que así se llama la chica es algo sagrado para Baltasar. Como éste no cree en Dios, no se le ocurre echarle la culpa de su desgracia ni rezarle para que la cure.
Asignado hasta hace bien poco como futuro inquilino del infierno, sus amigos creyentes le aseguran ahora que Dios está empeñado en salvarle. Y él se pregunta de qué, porque a los amigos y parientes que suelen rezar nadie les ha salvado de nada. Lo de salvarse le parece una monserga.
Lo que sí tiene claro Baltasar es que quiere ser persona honesta y cabal y cuando no lo es tampoco se lo reprocha a Dios, ni siquiera a que le falten fuerzas. Sabe que cuando quiere las tiene. Rara vez falla a un amigo. Despotrica contra los enemigos que le han hecho daño, mucho daño, aunque tampoco les negaría un favor. Por supuesto, la puerta de su casa está siempre abierta.
Le pone especialmente nervioso que ciertos amigos creyentes se pierdan en disquisiciones de altos vuelos como si no pisaran tierra firme, con la que está cayendo sobre los pobres y el castigado planeta que habitamos. En cualquier caso, Baltasar no es ni mejor ni peor que sus amigos creyentes. Tampoco constituye una excepción de bondad entre los incrédulos.

2º- Rafael es el prototipo del creyente sincero, a machamartillo. Con alma de cruzado se implica a fondo en cualquier torneo donde sienta peligrar la fe. Su esquema de réplica es siempre el mismo pero lo recuerdar incesantemente. Tampoco es lo que se dice un cristiano tradicional. De los dogmas toma y deja aunque él sabrá en función de qué criterio. El pecado original, por ejemplo, ya no es el del monumental Catecismo de la I.C. cosa que le lleva a buscar otra justificación para que Dios venga a la tierra. La encuentra en el cúmulo de miserias que aquejan a la humanidad y de las cuales Dios ha prometido salvarla. El caso es que la evolución histórica no ofrece ninguna solución. Tampoco su teoría preferida parce salvar de nada: siguen los mismos problemas, los mismos sufrimientos, la muerte. Ahora bien, en esto Rafael no encuentra dificultad; es un cristiano ortodoxo.
Y así asegura que Dios nos ha comunicado un cierto saber que, sin esta ‘revelación’, nos sería inasequible. Más aún, se ha manifestado en persona haciéndose hombre en Jesús de Nazaret.
Jesús es el que nos salva ¿Cómo? No está muy claro ¿Será que nos salva el mismo Dios en atención a los méritos de Jesús? Pero esto lo podría hacer sin atender a otra cosa que a su propia bondad y poder. ¿Será que es imprescindible o, al menos, muy conveniente la humanidad de Jesús desde la cual un misterioso fluido llegaría hasta TODOS nosotros, humanos del pasado y del futuro, es decir, por encima del tiempo? Sin embargo ¿cuál es el resultado? Porque nada parece haber cambiado: el hambre, el dolor y la muerte persisten ¿Será la vida eterna? Pero ¿qué garantía tenemos de ello? Ya sabemos, la ‘revelación. Veamos, pues, si hay constancia de este hecho.
Lo más a nuestro alcance es la Sagrada Escritura, los libros divinamente inspirados y garantizados como exentos de error, nos dicen. ¡Huuum! la dificultad aumenta: ¿por qué la Biblia sí y el Corán no? El asunto es que para el cristiano tradicional en esto se juega la fe, en que nos lo hayan dicho sin que lo pueda descubrir nuestra conciencia pese a bañar en el misterio creador. Esto sería simple razón, no fe, por más que sobre ello apostáramos toda la vida. Dios ha hablado, pues, y su revelación está consignada en la Escritura. A partir de este momento lo más esencial de lo religioso se argumenta desde la autoridad, la específicamente católica.

Parece que así, con semejante infranqueable barrera, se desvanece un mínimo y serio pluralismo religioso. Incluso un humanismo laico autónomo ¿Cabe todavía un espacio de encuentro entre religiones, entre creencia e increencia? No, más que encuentro sincero, apenas tolerancia con el error (que ni siquiera tiene tradición después de tanta hoguera secular. Lo demás es relativismo: Roma se ensaña más que nunca contra el laicismo y la modernidad.
Aun concediendo la autoridad de la Escritura permanece la dificultad de su interpretación. Ahora bien, existe una tan amplia panoplia de hermenéuticas que la historia del cristianismo ha sido la torre de Babel. Peor, una ininterrumpida batalla entre ortodoxias y heterodoxias, todas basadas en la Escritura. Apenas todavía se tiene en cuenta un rigor mínimo en términos de crítica histórica para el análisis de textos tan diversos, antiguos y complejos. Lo más socorrido es cargar el mosquetón con la frase que más conviene y… ¡zas! Parece que importa menos lo que quiso decir el escritor, el sentido que tenían sus palabras hace dos mil años, en un contexto muy preciso, qué género literario utilizó, cuáles eran sus fuentes, si pretendía historiar, meditar, catequizar, etc.etc. A Rafael le cuesta trabajo someterse a este rigor científico. Y nada digamos a quienes tienen el fácil recurso a una autoridad magisterial asistida especialmente por el Espíritu Santo.
El resultado es el que es: diálogo imposible entre las viejas creencias y el espíritu de la modernidad crítica. Y su consecuencia es que la gente, en general, ni entiende ese mensaje ni le interesa. Hace tiempo que está en marcha la desbandada de este tipo de religión. Pero Rafael –y Benedicto XVI- está convencido de podernos convencer. Y si no lo logra es culpa nuestra, es falta de fe.
¡A que se me ha notado que el creyente Rafael no me resulta afín!

3º -Gabriel es diferente. Cree en Dios hasta el punto de hacer de esta fe, con demasiados altibajos, el fundamento de su existencia y de su compromiso de vida (pero le dicen que eso no es fe sino simple razón). Dejaría la piel en ello. Pero precisamente porque le importa quiere cribar la fe de todas las ruedas de molino que la lastran. Muchos le animan.
Ha crecido en una tradición religiosa cuyas gentes aprecia, no sus estructuras. Venera las Santas Escrituras, sin excluir otras, aunque no como oráculos divinos sino como reflejo escrito de experiencias religiosas de grandes creyentes. Le importa en especial alcanzar lo más posible la realidad de la persona y del mensaje de Jesús por el que se siente particularmente seducido. Pero es consciente de que esta realidad, hasta que ha llegado a él, ha pasado por tantos filtros y tan deformantes (incluido el eclesial) que no se fía de cualquier cosa. En todo caso sabe que en lo esencial-esencial no está muy lejos de Baltasar: lo más importante es la coherencia ‘hasta las cachas’ en la honestidad de vida, en especial en lo que concierne a los más desprotegidos (Cuidado, que tampoco es que en esto reproche nada a Rafael, no así a esos movimientos superconservadores de talante tan sectario). Esta prioridad del comportamiento sobre la teoría le viene además del propio Jesús.
Esto supuesto y nunca desmentido, Gabriel opina que la realidad creyente es menos complicada y más liberadora.
Su admiración por cuanto existe de tejas abajo no tiene límites, la naturaleza múltiple, el enigma del ser humano. Piensa que constituye la gran manifestación de Dios hasta el punto de que percibe a éste como el sentido último de todo. Sin Dios ¿por qué no más bien la nada?
Cree que Dios ha hecho bien las cosas y que éstas, limitadas y precarias, siguen un proceso de evolución de cuyos resultados nadie le garantiza nada con fiabilidad. Aunque no le parece razonable que Dios las haya destinado a un fiasco definitivo.
Si Dios es -¿quién sabe cómo?- el origen y sentido de toda realidad, no parece sensato que no la haya dotado de las capacidades suficientes para caminar hacia una plenificación que, al parecer, es lo que ansía el corazón humano, insatisfecho siempre con medias tintas y logros menores…
En otras palabras, que Gabriel no sabe por dónde agarrar la idea de que Dios tuviera que hacer las cosas a medias para darse el gusto de hacérnoslo sudar y reestructurar su ‘obra’ en un segundo episodio del proyecto. Algo así como si con el trabajo de fábrica hubiera previsto el taller de reparación que daría mejor resultado que la propia fábrica ¿No hemos repetido incansablemente el famoso ‘o felix culpa…’, ‘bendito pecado que nos ha valido un tan grande Redentor’?
Gabriel es consciente de que pone casi toda la doctrina tradicional en tela de juicio, con clara sensación de responsabilidad y libertad. Pero lo que si ha comprobado es que cuantas veces ha planteado a teólogos amigos lo de la fábrica y el taller de reparación (‘creación’ completada con la ‘redención’) …o bien se han vuelto a lo del paraíso perdido por un pecado originario transmitido a todos y que sólo se arregla con la famosa mítica ‘nueva creación’ o bien los consultados se le han salido por la tangente.
Vistas las cosas así de sencillas no se necesita un ‘salvador’ llegado del cielo. Todos somos salvadores de nosotros mismos (por la gracia del proceso creador) y somos salvadores para los demás cuando, como Jesús u otros hombres de Dios, vamos respondiendo al Don divino que nos llama a la máxima unión con él que es nuestra plenificación y la que sea posible para el cosmos.
¿La vida eterna? ¡Quién sabe! De momento puede esperar. ¡Que nada se pierde si acertamos en la de aquí abajo!.
Nuestra parábola ¿es caricatura o reflejo de prototipos reales?


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