Patxi Álvarez de los Mozos, jesuita bilbaíno de 44 años, observa que, mientras hay pobrezas urbanas desintegradoras, sin embargo, "la pobreza de muchos campesinos del Tercer Mundo atesora una riqueza humana y espiritual enorme de la que hay que aprender". Lo dice con el conocimiento de haber trabajado durante dos años en un taller de sillas de ruedas en Camboya y cuatro en la ONG Alboan de los Jesuitas. Ingeniero de Telecomunicaciones, vive desde hace un año en Roma. Participó en la elección de Adolfo Nicolás, actual general de la orden.
En su nueva misión se propone que la Compañía crezca "de forma más internacional en defensa de las poblaciones pobres" y generar alianzas para tener una voz en la agenda internacional. "Hace poco se consiguió en República Dominicana que el 4% del presupuesto del Estado se destinara a educación. Esa campaña se hizo yendo a las embajadas en el exterior. Una pequeña acción, pero como esas puede haber muchas". Lo entrevista G. Asenjo en Diario de Navarra.
¿Qué aprende un "Teleco" como usted en Camboya, en un taller de sillas para amputados por la guerra?
Creo que la proporción de discapacitados en Camboya es de una persona por cada 220 por causa de las minas y por otros motivos como poliomielitis. Se hacían sillas con materiales autóctonos en madera, con un diseño especial de tres ruedas porque resultaba más cómodo. Y todo realizado por personas discapacitadas. Aprendes de las ganas de vivir de la gente ante la dificultad, de su esperanza ante el sufrimiento y de sus alegrías.
¿A los que piensan que la Iglesia mira a otro lado, qué les advierte?
La presencia de la comunidad cristiana está en lugares tremendos donde se produce mucho sufrimiento, pero donde se genera una gran esperanza acompañando, sirviendo y defendiendo a mucha gente sencilla, aprendiendo de ella, quedando marcado y viviendo su esperanza. Creo que ése es el relato creíble de Dios que hoy la Iglesia puede ofrecer. El lenguaje más accesible de lo que significa Dios hoy es la acción solidaria.
Ustedes han formado economistas y banqueros, pero algunos no parecen cercanos a la noción de compartir que usted difunde. ¿Está de acuerdo?
Supongo que no es fácil hacer realidad lo que a veces son ideales y utopías. No proponemos modelos y, por otra parte, están las decisiones personales y cada uno hace su recorrido personal en la vida. Pero creo que nosotros también tenemos una responsabilidad.
Se encarga de asuntos de ecología. Salvo voces como Francisco de Asís, no se ha distinguido la Iglesia por la ecología.
No nos hemos caracterizado por este aspecto. Pero hoy día hay mucha gente implicada en la defensa de la ecología y uno de esos grupos son los franciscanos. Nos preocupa también la defensa de las economías pobres afectadas por los problemas ecológicos.
Repase la prensa. ¿Qué le apena ante la actualidad de la crisis?
El olvido de los que más sufren. Es un olvido descarado. Las necesidades de los pobres se resolverían con cifras mucho más pequeñas que las que hablan los economistas. Y por otro lado, sinceramente, tenemos unos políticos con una mirada muy corta. Un país no se puede gobernar pensando en cuatro años. Hay que pensar en 20 años, aunque eso no suponga votos.
Habla de la existencia de recursos para todos, pero se compran cosechas en el Tercer Mundo antes de que se cultiven y se pudren sin recogerlas porque al comprador le conviene mantener el precio y, por tanto, el país productor se ve obligado a comprar alimentos. ¿Qué camino tomar?
El mercado agrícola continúa estando protegido por los estados del Primer Mundo a través de la subvención de sus agricultores. Ese mercado no se liberaliza, como se exige en cualquier otra área, porque no beneficia a los países más ricos. En el camino, son los productores de los países más pobres los que resultan perjudicados doblemente: no pueden vender fuera sus productos y sus mercados internos son inundados por productos foráneos. Es un ejemplo de cómo la "ortodoxia del mercado" se pone en cuarentena cuando no conviene a los intereses de los que lo organizan. Tenemos necesidad de regular los mercados en defensa finalmente de los más pobres, y no una vez más, para el beneficio de quienes más tienen. Necesitamos una economía al servicio del ser humano y de quienes más sufren y no ésta, la presente.
Hay creyentes que se declaran lejos de la jerarquía católica. ¿Qué razones explican ese distanciamiento?
Hay muchas razones: las instituciones han dejado de ejercer el liderazgo moral que tenían en un tiempo moderno anterior. Así sucede con partidos políticos, sindicatos, el ejército o la Iglesia. Creo también que los discursos creyentes más formales no ofrecen orientaciones que la gente considere valiosas. A mi modo de ver, necesitamos ofrecer más espacios para la experiencia de Dios y continuar mostrando cómo la práctica de la solidaridad es el lenguaje más accesible para hablar hoy del Dios cristiano. Espiritualidad como experiencia de Dios y práctica de la solidaridad son los mayores puentes que hoy puede trazar la comunidad eclesial.
Son educadores. ¿Se insiste más en lo que nos distingue, en lo identitario o en lo que nos une y aproxima a quienes participan de una sensibilidad política diferente?
Hay que cultivar las raíces y tenemos que saber quiénes somos, pero me parece que nuestras identidades deben ser cruzadas. Pertenecemos a la humanidad y a nuestra Pamplona y debemos cultivar una multiplicidad de pertenencias y de obligaciones y compromisos. Me parece que es una riqueza y que no podemos vivir estrechamente una única identidad. Creo que hoy no ayudan las identidades de resistencia. Ayudan las que entran en relación con otras y creo que la cristiana es una de ellas.
1 comentarios:
suerte.
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