José Ignacio Gonzalez-Faus, en Religion Digital
Carne.-Vale la pena aclarar que el texto de san Juan ( el Verbo se hizo carne)no dice asépticamente que la “Palabra” se hizo uno de nosotros, sino que lo dice con uno de los términos más negativos que tiene la mentalidad semita para designar al hombre: dice que se hizo carne (lo cual no significa exactamento que se hizo materia, sino que se hizo poquedad, fragilidad, fugacidad y fracaso. Se hizo, pues, nuestra misma debilidad, nuestra misma fugacidad y nuestra lucha y nuestra tragedia.
Los cristianos llaman a eso la Encarnación, pero esto no importa ahora. Lo que importa es que, desde el texto hindú (profundo y sobrecogedor por otra parte), no es posible esa forma de comunicación que describe el texto cristiano. En un caso la Plenitud máxima es concebida como cerrazón absoluta. En el otro (y paradógicamente) como apertura absoluta, pero en una apertura que no destroza, sino que llega a ser la máxima Plenitud.
Precisamente por eso, la clave de esta historia ya no está en que “Alguien” vaya a intervenir mágicamente en ella desde fuera (Como piensan los hombres religiosos y niegan con razón los ateos), sino en que está llevada, soportada por el Absoluto.
Si esto es verdad, resulta una verdad tan increíble que tendría que ser recordada constantemente, y celebrada con frecuencia. Por eso el evangelio de Juan continúa diciendo que, en ese “abajamiento”de la Comunión Absoluta, hemos visto nada menos que “la gloria de Dios”. Ahí y no en otra parte. Y una gloria de Dios que no sería accesible si Dios fuera la Plenitud cerrada. Recordar todo esto es lo que quiere ser la Navidad. Este era su núcleo fundamental.
Es claro que todo eso ya no tiene nada que ver con lo que pasa estos días navideños en la mayor parte del mundo. Y conste que no soy enemigo de que lo más profundo del hombre se exprese de manera material (en fin de cuentas la Navidad implica una sublimación de la materia); pero a condición de que esa manera material nazca de aquella profundidad en lugar de suplantarla o eliminarla.
Queda claro también por qué Fidel Castro no me cae antipático por el hecho de haber suprimido la Navidad. Si yo tuviera poder para ello, quizás haría lo mismo. Y el escándolo de los bienpensantes por el hecho de que Fidel suprimiera la Navidad me parece más blasfemo que el hecho de prohibirla. (Aclaremos que este año vuelve a permitirse la celebración de las fiestas navideñas en Cuba).
Repensar así las cosas podría ser el modo de dar sentido a la Navidad para algunos ateos. Al menos para los ateos del Becerro de Oro…(El Mundo 26 de diciembre de 1992).
miércoles, 2 de enero de 2013
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