Enrique Martínez Lozano
"Trinidad" es otra forma de hablar de "No-dualidad". Y todavía podemos nombrarlo de otro modo: "Relacionalidad".
Entre esos términos –también ellos, como todos los conceptos y todas las palabras que usamos, mentales-, no solo no hay oposición, sino que resultan equivalentes.
Lo que sucede, una vez más, es que cuando los leemos o intentamos captarlos desde la mente, y a falta de una experiencia personal de no-dualidad, los empobrecemos radicalmente, tergiversándolos, al separar y fracturar lo que, en realidad, es siempre no-separado.
De ese modo, una lectura mental del misterio cristiano de la Trinidad lo reduce a un enigma que, en categorías filosóficas griegas, se formuló como "tres personas en una sola naturaleza" o "tres personas y un solo Dios".
En la práctica, sin embargo, dio lugar más bien a un triteísmo, ya que el Padre, el Hijo y el Espíritu se pensaban –la mente no puede hacerlo de otra manera- como tres "seres" separados, a los que el creyente podía dirigirse de manera independiente.
Sin embargo, a lo que apunta el llamado "misterio de la Trinidad" –que, por cierto, la tradición hindú también conoce, en lo que llaman la "Trimurti": Brahma, Visnú y Shiva- es precisamente a la relacionalidad o no-dualidad.
El misterio viene a señalar que lo que existen no son realidades "sustantivadas" –pensadas luego como "objetos" individuales-, sino una pura y admirable Relación.
Nosotros no somos, tampoco, individuos separados, como cree nuestra mente, que nos identifica como yoes o egos. Eso es solo una forma que la relacionalidad toma, al objetivarse en el proceso mental. Somos la Realidad Única, que es Relacionalidad y se expresa en formas particulares.
Sin querer considerarlo como "prueba" de nada, no deja de resultar significativo el hecho de que, en el mundo de las partículas elementales, la física cuántica observa algo similar.
En la realidad subatómica, no existen "objetos" –partículas delimitadas-, sino pura y simple relación entre probabilidades de existir que, en un momento dado, debido a la intervención del "observador", colapsan, ahora sí, en partículas objetivas.
Puede decirse de otro modo: La cognición no-dual se parece en todo a la ecuación de onda de Schrödinger: la voluntad del observador fracciona la simultaneidad no-dual, al igual que la voluntad del observador colapsa la función de onda que define la expresión energética de una partícula subatómica.
En el campo de la física cuántica, una partícula, antes de ser observada, "ocupa" todos los espacios y todos los tiempos: es pura probabilidad de existir. Es el investigador (observador) quien, al observarla, provoca el colapso de la función de onda, haciendo que aquella adopte solo una forma y una posición determinadas.
Del mismo modo, a nivel cognitivo, si acompañásemos cualquier percepción sin intentar modificarla, el objeto acabaría mostrándose tal como es: una infinitud de informaciones que interactúa con todas las demás. El objeto se nos mostraría en su infinitud.
La Trinidad, desde una lectura no-dual, apunta al hecho de que todo lo Real es un permanente Darse (Padre) y Recibirse (Hijo) en un Dinamismo (Espíritu) eterno.
Y en ese "movimiento" se halla incluida –no podría ser de otro modo- toda la Realidad, que es Relacionalidad, en un Abrazo no-dual que unifica las "dos caras" de todo lo existente: lo invisible y lo manifiesto.
En esa belleza relacional, todo se halla en todo: hay un único Fondo –como tantas veces dijera el Maestro Eckhart- que se manifiesta como relacionalidad en infinidad de formas que, sin embargo, participan siempre de aquel Fondo original que las constituye para siempre.
Desde este punto de vista, venimos a constatar que el misterio de la Trinidad está hablando de nosotros. Y nos hace caer en la cuenta de que nuestra verdadera identidad no puede ser nunca el yo objetivado –del que solemos vivir esclavos, encerrados en los barrotes que nuestra mente ha construido-, sino aquel mismo Fondo, Consciencia amorosa o Presencia consciente que se halla en el origen y en el núcleo de todo lo Real.
A ese Fondo se le puede seguir llamando "Dios", siempre que no caigamos en la trampa (mental) de objetivarlo, separándolo. Para eso, necesitamos "salir" del pensamiento y abrirnos al Misterio de Lo que es, de un modo directo, inmediato, experimentando que, si no lo pensamos, ya nos descubrimos en (y como) Él.
sábado, 25 de mayo de 2013
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1 comentarios:
Pues no he entendido nada.
Pero nada.
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