lunes, 28 de diciembre de 2009

EL DÍA DE LA INFAMIA

Andrés Sánchez

“Ayer, 7 de diciembre de 1941 -una fecha que vivirá en la infamia- los Estados Unidos de América fueron repentina y deliberadamente atacados”. Así comenzó el entonces presidente de los EEUU, Franklin D. Roosevelt, su discurso al Congreso para declarar la guerra a Japón. Ayer, 18 de diciembre de 2009, todos vivimos en Copenhague otro día infame.

No es sólo que los líderes políticos no hayan estado a la altura. Es que repentina y deliberadamente han atacado nuestro presente y nuestro futuro. Han echado por tierra el dictamen de los científicos, presentado por el Panel Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático (IPCC) en 2007. Panel en el que participan 3.000 científicos de todos los países del mundo, que se basan en artículos e investigaciones elaboradas y revisadas por decenas de miles, y que dejó las cosas muy claras. Primero, que estamos viviendo un cambio climático acelerado; que no está en las simulaciones de los ordenadores, sino en las mediciones de los termómetros y satélites. Segundo, que su causa es la actividad humana. Tercero, que no hacer nada tendrá consecuencias letales para millones de personas y para muchos ecosistemas y especies. Cuarto, que actuar para prevenir es más económico (y justo) que actuar para reparar, entre otras cosas porque hay y habrá daños irreparables, como las vidas humanas o la supervivencia de una especie.

El Cuarto Informe del IPCC tuvo su consecuencia política en el Plan de Acción de Bali: la Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático (UNFCCC). Básicamente, establecía una hoja de ruta que terminaba ayer en Copenhague, donde la comunidad internacional se marcaba cuatro objetivos e instrumentos para cumplirlos. Primero, reducir el problema del cambio climático, reduciendo las emisiones de gases de efecto invernadero (entre un 25% y un 40% en 2020 los países avanzados, y con objetivos también para los países emergentes); es la llamada “mitigación”. Segundo, definir políticas de adaptación, para reducir los riesgos asociados al cambio climático ya en marcha. Tercero, favorecer la transferencia tecnológica. Y por último, establecer mecanismos de financiación para los países pobres. Esto fue aprobado por los 192 miembros de la Convención; en su momento; se destacó que incluso los EEUU de la administración Bush, acorralada por el fiasco iraquí y empantanada en Afganistán, votó favorablemente a este Plan de Acción.

Ayer no tuvimos un parón, sino un retroceso. Porque lo que se ha aprobado es nada, es sustituir un protocolo vinculante por una mera declaración de que los países harán lo que quieran para reducir sus emisiones. O no. Porque nadie vigila al vigilante.

Nos han hecho retroceder respecto al Plan de Acción de Bali de 2007, respecto al Protocolo de Kioto de 1997, respecto a la Cumbre de Río de 1992 que fue el origen de la Convención, respecto a lo que dice la ciencia, respecto a nuestra responsabilidad histórica. Los líderes mundiales han traicionado la palabra dada hace dos años, nos han puesto en el borde del abismo. ¿De verdad alguien se cree que en 2010, o más allá, van a dar la vuelta a la situación? Sin que haya costes para los responsables de esta infamia, no tenemos ninguna garantía. Hay tres grandes responsables del desastre, a los que hay que hacerles pagar.

Primero, EEUU. Obama en apenas un mes se ha mostrado como el gran bluff, la última “burbuja” especulativa. En lugar de agradecer y hacer honor al Nobel que temerariamente se le concedió, lo ha utilizado para hacer una apología de la guerra. No sólo no ha salvado el protocolo de Kioto, sino que lo ha hundido. Gracias, Barack. ¿Qué podemos hacer? Pues se puede empezar por oponerse a enviar 515 soldados españoles más a la guerra de Afganistán. Y por replantearnos que hacen los mil y pico que ya están allí. Y todos los europeos. Porque ahora mismo lo único que está en juego en Afganistán es el prestigio norteamericano, el no quedarse solos y salir humillados. Afganistán tiene tanta relación con el 11S como Hamburgo y Orlando.

Segundo, China. Sería el momento de vincular palos y zanahorias. Es decir: si importamos sus productos, ¿por qué no esperar que cumplan los derechos humanos? ¿O que controles sus emisiones de gases de efecto invernadero? ¿Por qué no vincular los acuerdos de la Organización Mundial del Comercio y los de la Convención Marco sobre Cambio Climático, a las que pertenece China, EEUU o la UE?

Tercero, la Unión Europea. Ninguneada en la cumbre. Cada día más irrelevante. Necesitamos más, no menos Europa. Que cierre alianzas con otros países y bloques regionales, en especial Latinoamérica, y más especialmente aún Brasil. Que ponga en valor su contribución en fuerzas de paz, en cooperación internacional para contribuir a la justicia global.

Los ciudadanos podemos y debemos actuar. No nos han dejado otra salida. Oponiéndonos a que EEUU salve la cara a costa de bombardear bodas en Afganistán; exigiendo que los acuerdos internacionales no sean un buffet libre; construyendo más Europa, y más redes de ciudadanía global, de democracia cooperativa y transversal, Norte/Sur, Este y Oeste.

Los ecologistas también tenemos mucho que hacer. La infamia de Copenhague tiene que marcar un antes y un después. Tomo prestado de Ulrich Beck la fórmula: el ecologismo necesita un Maquiavelo. Dicho de otro modo: que las políticas ecológicas se emancipen de la moral ecologista. Para poder ser efectivas, para poder cambiar el mundo. No nos podemos permitir otra derrota global como la que hemos sufrido en Copenhague. No nos podemos permitir otro día de la infamia.

Fuente: Andrés Sánchez. Sociólogo e Investigador de la Universidad de Almería

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