martes, 6 de septiembre de 2011

LA ESPERANZA

Joxe Arregi

¿Qué es para mí la esperanza y cómo trato de caminar en ella? Es la pregunta que se nos plantea a cada uno. O también, para ser sincero: cómo trato de cargar cada día con mi parte de desaliento, con mi falta de esperanza. Apunto algunas claves que considero fundamentales, a las que me siento llamado a volver cada día. He aquí unas simples pinceladas.

Convencerme cada día de que otro mundo es posible

O mantener viva la convicción de algo que es evidente. El mundo está expuesto más graves y numerosos que nunca. Pero cada vez es más claro que este mundo tiene solución, y sabemos cuál es. Lo que falta es voluntad para aplicarla. La voluntad puede ser despertada, suscitada.

Creer en Dios es creer que otro mundo es posible y querer construirlo. “Todo es posible para el que cree”. Dios es precisamente la inagotable posibilidad siempre abierta en el corazón de la realidad.

“Dejemos el pesimismo para tiempos mejores” (E. Galeano). No podemos permitirnos ser pesimistas.

Dejarme inspirar por Jesús

Jesús nos inspira lo que él respiró, esperó, practicó: la curación, la comensalía y la fraternidad.

Contando parábolas y tocando, curó a enfermos echados por los caminos. Anunció un nuevo tiempo de justicia a los campesinos hundidos en la miseria por las deudas. Proclamó la ternura de Dios a los “pecadores” despreciados por el sistema religioso.

Con su mensaje y su praxis, desautorizó radicalmente toda relación de dominio y de poder, proclamando y practicando la fraternidad universal. En su vida itinerante, y de manera insólita, se hizo acompañar lo mismo de mujeres que de varones, y reconoció a la mujer el derecho pleno a la palabra y a la autoridad en su movimiento, en ruptura con el patriarcalismo secular y milenario.

Fue alegre comensal de odiados recaudadores de impuestos y de repudiadas prostitutas. Despertó sueños de libertad en el pueblo llano. Para muchos hombres y mujeres afligidas era consuelo de Dios, aurora de un nuevo tiempo, promesa de liberación definitiva. Para otros era un hereje y un peligro, y fue condenado a muerte muy poco tiempo -entre uno y tres años- después de comenzar su itinerancia profética.

Esperar como Jesús esperó

Jesús fue un hombre de gran esperanza. Una esperanza activa. “Levantad la cabeza, se acerca vuestra liberación” (Lc 21,28).

Seguir a Jesús es reconocer que las criaturas son “promesas reales del Reino” (J. Moltmann). Seguir a Jesús es asumir con confianza paciente que la creación y la liberación no están acabadas, pero están en curso:

“Dios aún no ha concluido su obra ni nos ha acabado de crear. Por eso debemos tener tolerancia con el universo y paciencia con nosotros mismos, pues aún no se ha pronunciado la última palabra: “Y vio Dios que era bueno.” (L. Boff, Ecología: grito de la tierra, grito de los pobres)

Tal es la esperanza comprometida del discípulo de Jesús. Ánimo en el presente y confianza en el futuro.

“La paz es posible. La justicia es posible. La liberación es posible. Dios ha hecho posible lo imposible y estamos invitados a aprovechar nuestras posibilidades para la vida. Participad en la renovación de la sociedad y de la naturaleza.” (J. Moltmann, Cristo para nosotros hoy)

Más allá del pesimismo y del optimismo

Esa esperanza apasionada y activa es la que Jesús compartió. ¿Fue Jesús demasiado optimista? Habría que responder con las palabras que hace unos meses pronunció Z. Bauman en San Sebastián:

“Un optimista es quien cree que este es el mejor de los mundos posibles y no se puede mejorar. Y el pesimista, el que cree que quizás el optimista tenga razón”.

Ni el optimismo ni el pesimismo transforman el mundo. ¿Entonces qué? Primero, convencerse de que “el mundo tal vez se pueda mejorar”; y segundo, seguir en el empeño a pesar del fracaso. Es lo que hizo Jesús. Es lo que le hizo feliz.

La esperanza de Jesús no fue, pues, una “mera esperanza” inoperante, sino una transformadoramente activa. Una esperanza anticipadora: Jesús anunció realizando el anuncio; esperó anticipando lo esperado.

Confiar en Dios como Jesús

La esperanza de Jesús estaba animada por una profunda confianza en Dios. “Nada es imposible para Dios” (Lc 1,37) y, por eso, “todo es posible para el que cree” (Mc 9,23): tal es la íntima convicción vital de Jesús.

Jesús esperó y proclamó, gozó y padeció, anunció y anticipó el Reino de Dios, el mundo según el sueño de Dios, o “la tierra de los justos y de los buenos” (L. Boff).

Más aún, Jesús tuvo la certeza vital profunda de que Dios ya estaba viniendo, interviniendo, reinando y liberando a través de su mensaje y de sus curaciones:

“Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la buena noticia” (Mt 11,5; Lc 7,22).

El Dios que suscita y sostiene la esperanza de Jesús es un Dios con entrañas, un Dios que escucha, mira y siente el dolor de sus criaturas. No es un Dios poderoso e impasible, ni un Dios compasivo e impotente, sino un Dios cuyo poder reside en la compasión, con la debilidad que ésta conlleva.

El cristiano que mira a Jesús osa confiar en que Dios, la Ternura que consuela y reconforta, está con el que sufre, con todo el que sufre. Se atreve a confiar, como Jesús, en el Misterio divino que es el Sí, el Amén a la creación y a todas sus promesas.

Donde digo “Dios”, ponga cada uno el nombre que más le inspire. Confiar en Dios requiere revisar nuestra representación de Dios, tanto imaginaria como conceptual. El imaginario tradicional del Dios separado, el Legislador y Providente supremo, exterior al mundo, no inspira confianza, porque ya no es creíble.

Dios o el Fondo de la realidad. Dios o el Misterio que lo habita todo y en quien todo habita, “en quien vivimos, nos movemos y existimos” (Hch 17,28).

Dios que no es parte del mundo ni la totalidad del mundo, pero que tampoco es alguien ni algo exterior al mundo y separado de él.

Dios o la Gran Realidad de toda realidad, el Ser de cuanto es.

Dios o el corazón de la realidad que nos rodea, que nos constituye, que somos.

Dios el Yo del yo, el Tú del tú, el Nosotros de todo yo-tú, la Comunión de la diversidad, la Diversidad inagotable en comunión.

Dios que todo lo anima, lo sostiene, lo habita.

Practicar la bondad, como Jesús

Seguir a Jesús es creer en la bondad y practicar la bondad.

El mejor resumen histórico y la mejor fórmula cristológica acerca de Jesús lo tenemos en las palabras sumamente sencillas de Pedro en los Hechos: “pasó la vida haciendo el bien y curando a los oprimidos” (Hch 10,38).

Jesús fue bueno, creyó en la bondad, practicó la bondad con los pobres, los heridos y los condenados como pecadores.

El Evangelio de Jesús es cuestión de bondad. La religión en general es cuestión de bondad. El gran pensador y creyente que es P. Ricoeur escribía pocos años antes de su muerte:

“Lo que se llama generalmente la ‘religión’ tiene que ver con la bondad. Las tradiciones del cristianismo lo han olvidado un poco. Hay una especie de encogimiento, de encerramiento en la culpabilidad y la moral (…). Pero yo tengo la necesidad de verificar mi convicción de que, por muy radical que sea el mal, no es tan profundo como la bondad. Y si la religión, las religiones tienen un sentido, es el de liberar el fondo de bondad de los hombres, de buscar allí donde está completamente sepultado”

P. Ricoeur, “Libérer le fond de bonté “, en Actualité des religions 44 (2002)

La adhesión a Jesús es cuestión de bondad compasiva, libre y gozosa: creer en la bondad, anunciar la bondad, practicar la bondad.

Claro que practicar la bondad conlleva también practicar la rebeldía. En la buena noticia de Jesús no faltan dichos que suenan a mala noticia: “He venido a traer fuego a la tierra; y ¡cómo me gustaría que ya estuviese ardiendo!” (Lc 12,49).

Quizás nos cuesta imaginar a Jesús hablando de este modo.

Jesús era bondadoso y también apasionado. Tierno y subversivo. Poeta y profeta. Anunció una revolución, llamó a una revolución. No ciertamente echando mano de las armas, no exterminando a los romanos y a los poderosos opresores. Pero, ciertamente también, Jesús anunció una auténtica “revolución de valores” y la promovió.

El fuego de Jesús no quiere destruir y consumir a nadie, sino transformar a todos con su luz y su calor. El fuego de la buena noticia quiere alumbrar lo oscuro, curar lo enfermo.

Dios es buena noticia para todos, y nos quiere a todos como comensales en el banquete de sus bodas. Sin excluidos. Sin perdedores. Quiere que todos seamos comensales, empezando por los últimos, por los perdedores de la sociedad y de todas las religiones.

Creer que la bondad y la bienaventuranza son inseparables

El programa de Jesús son las Bienaventuranzas. No unos dogmas, no un código moral. La misericordia que hace feliz, la pobreza solidaria y liberadora, la compasión efectiva que nos hace sentirnos hijos, hermanos, felices.

Las bienaventuranzas son el núcleo del evangelio, y deberíamos hacer de ese núcleo levadura de la vida, levadura de la sociedad, levadura de la Iglesia, levadura del mundo, energía transformadora capaz de convertirlo todo en bueno y feliz.

Bueno y feliz, eso es. Es tan simple como el pan. La bondad de la felicidad y la felicidad de la bondad: ambas cosas van juntas, son imposibles de separar. ¿No es ésa la ley de la vida? ¿No es ésa la ley de Dios? ¿Qué es lo que puede hacernos felices sino la bondad? ¿Y qué es lo que puede hacerlos buenos sino la felicidad?

En vano te empeñarás en ser bueno sin ser feliz, y también en ser feliz sin ser bueno. En vano nos empeñaremos en ser buenos a fuerza de leyes morales y dogmas religiosos, e igualmente en ser felices a fuerza de tener, de saber, de poder.

El evangelio de Jesús es eso: es la bondad de la felicidad y la felicidad de la bondad. El misterio de Dios es eso: la bondad dichosa y la dicha bienhechora. Es lo más simple y lo más pleno. ¿Y qué otra cosas es sino eso la entraña de la religión y la esencia de la Iglesia? ¿De qué sirven las leyes y los dogmas y todas nuestras teologías, si no hacen buenos siendo felices y no nos hacen felices siendo buenos?

Renunciar a poseer el bien, la verdad, la esperanza

Nadie posee la verdad. Nadie posee el bien. Los mayores crímenes se han cometido en nombre de la Verdad y del Bien absolutos.

La revelación de Dios se inscribe en el registro de la historia. Y la historia pone a todo el sello de la parcialidad y de la contingencia. El respeto al destino histórico de la palabra de Dios obliga a los creyentes a asumir plenamente el deber de la búsqueda, de la confrontación, del intercambio.

El creyente no posee el saber y la llave del futuro. También para el creyente y para la Iglesia en su conjunto el futuro es impredecible. Oteamos el futuro con el recuerdo y la esperanza, pero no tenemos ante nuestros ojos la figura exacta del porvenir que hemos de construir, ni somos dueños de las llaves del futuro.

En consecuencia, “la negativa a controlar el devenir del mundo” (Ch. Duquoc) es una condición indispensable para la presencia de la Iglesia en la sociedad actual.

No se puede decir, como estamos habituados a escuchar de labios de los dos últimos papas: “No hay esperanza sin fe en Dios”, “No hay humanidad fuera del cristianismo”… Compartimos el mismo deseo, el mismo dolor, la misma ignorancia. Compartimos la compasión y el camino.

Seguir aunque fracase

Estamos seguros de que otro mundo es posible, pero no de que vayamos a conseguirlo. La inseguridad nos duele. Pero entonces podemos mirar de nuevo a Jesús, un fracasado más de la historia.

¿Fracasó Jesús? Depende de cómo se mire. Fue feliz haciendo lo que hizo. Su vida no es una vida malograda, “fracasada”. Es una vida realizada, a pesar del fracaso de sus expectativas. Lo fundamental para él no eran las expectativas, sino la vida samaritana y feliz independientemente de los logros.

Por eso le proclamaron resucitado: “Dios estaba con él incluso en el fracaso. Y si Dios estaba con él, no fracasó”. Ser cristiano consiste en creer que su fracaso, junto con el fracaso de todos los hombres y mujeres de bien, es semilla y levadura de Reino.

Ser cristiano consiste en reconocer la pascua (el paso, la presencia, la solidaridad de Dios) precisamente en el fracaso de Jesús y de todos los mártires de Dios, y seguir aplicando la lógica y la praxis compasiva de Jesús a pesar del fracaso, porque así es mejor, porque nos hace más felices, porque es la única forma de que alguna vez la tierra llegue a ser Reino de Dios, tierra sin males.

Seguir soñando el “sábado” de Dios y de todas las criaturas

Dios crea durante seis días y en el séptimo descansa. Ésta es una de las intuiciones más hondas y bellas de toda la Biblia. La creación culmina en la liturgia y el descanso sabático. La vida busca el gozo y el descanso. La vida no es para trabajar, sino para disfrutar.

“Trabajar más para ganar más” fue el lema de N. Sarkozy en las elecciones presidenciales francesas, pero este lema es un desatino inhumano. ¿De qué sirve ganar, si con ello nos obligamos a cansarnos más? ¿De qué sirve trabajar más y ganar más, si con ello dañamos nuestra vida y la vida de millones de seres humanos y de seres de la naturaleza?

La vida es para celebrar y gozar juntos, y ése es el sentido del sábado y de toda fiesta.

“Acuérdate del sábado, para consagrárselo al Señor. Trabaja seis días y haz en ellos todo lo que tengas que hacer, pero el séptimo día es de reposo consagrado al Señor tu Dios. No hagas trabajo alguno en ese día, ni tampoco tu hijo, ni tu hija, ni tu esclavo o tu esclava, ni tus animales, ni el extranjero que viva contigo.

Porque el Señor hizo en seis días el cielo, la tierra, el mar y todo lo que hay en ellos, y descansó el día séptimo. Por eso el Señor bendijo el sábado y lo declaró día sagrado. Durante seis días trabajarás y harás tus tareas, pero el día séptimo es un día de descanso, dedicado al Señor tu Dios…” (Ex 20, 8-11).

“Acuérdate del sábado”. Acuérdate de que la vida es gracia y merece ser agradecida y celebrada. Acuérdate de que tu vida no es para producir, servir, explotar, sino para saborear, compartir, saborear juntos, ser libres y hermanos.

Acuérdate del sábado para relajar tus tensiones excesivas y recuperar el bienestar de la vida. Acuérdate del sábado para que toda la naturaleza descanse también y respire, y cada ser sea él mismo. Acuérdate del sábado para que toda la creación sea templo del Espíritu y para que el Espíritu de Dios encuentre reposo en su creación.

Dios también espera el descanso, necesita respirar. Su esperanza es nuestra esperanza.

(texto de una conferencia reciente)

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