Con la culminación de la ejecución de Troy Davis, después de que el Tribunal Supremo decidiera cerrarle todas las puertas legales, no solo murió un hombre que posiblemente era inocente del crimen que se le acusaba sino que también se inició un descenso en la credibilidad de un método que apoya un 64% de los norteamericanos (aunque el declinar en el respaldo dado a la pena capital desde los noventa tiene más que ver con el descenso en las cifras de crímenes que con el pensamiento dominante. Basta con ver la reacción del público durante un debate republicano televisado cuando este aplaudió las 234 condenas a muerte que ha firmado el gobernador Rick Perry sin que le temblara el pulso o le quitase el sueño, según dijo él mismo).
La pena capital debería estar tocada de muerte tras lo sucedido en Georgia en la noche del miércoles, cuando un hombre fue asesinado legalmente a pesar de que nunca hubo pruebas determinantes en su contra y de que la gran mayoría de los testigos que en el momento del crimen volvieron su dedo acusador contra él ahora se han retractado de sus declaraciones. Los partidarios de la pena capital, un castigo sin vuelta atrás, deberían reflexionar sobre el hecho de que un antiguo director del FBI, William Sessions, defensor de tan atávico método, sintiera la necesidad en el caso de Davis de replantearse que quizá la sociedad se está equivocando y la pena de muerte no es infalible.
Deberían escuchar a Jimmy Carter, expresidente de Estados Unidos, que emitió un comunicado en el que decía: "Si uno de nuestros ciudadanos puede ser ejecutado con tantas dudas en torno a su culpabilidad, entonces el sistema de pena de muerte en nuestro país es injusto y obsoleto". El exgobernador de Georgia fue más allá y aseguró tener confianza en que "esta tragedia nos empuje como nación hacia un rechazo total de la pena capital".
Los sondeos realizados dicen que un tercio de los estadounidenses creen que se ha ejecutado a un inocente y, aún así, ese mismo número de personas sigue apoyando la aplicación de la pena de muerte. A una noche frenética en la que la vida de Davis estaba en juego y se la pasaban de un tribunal a otro con sus consiguientes esperas -el Supremo de EE UU tardó casi cuatro horas en tomar una decisión, en gran medida porque no todos los jueces estaban presentes en la ciudad, ya que el curso judicial no empieza hasta el primer lunes de octubre-, la mañana del jueves ha amanecido como si nada hubiera pasado. Entregado el cadáver a la familia y callado el clamor internacional, las únicas voces que seguían activas - y en Internet, ni siquiera en los cafés- eran las de las organizaciones de derechos humanos y las contrarias a la pena de muerte.
El debate contra la máxima pena no se dirime en la calle; no hay manifestaciones en contra como podría esperarse sobre un asunto parecido en la vieja Europa; no hay masivos movimientos de protesta.
Lo que los detractores esperan que suceda es que, tras la muerte de Davis se haga patente que el sistema es falible, que es imposible evitar que mueran inocentes. Errores de tal tamaño no se pueden corregir por lo que hay que buscar alternativas a la pena capital.
El propio Davis proclamó su inocencia hasta el final. Sereno -o todo lo sereno que se puede estar cuando se está amarrado a una camilla sabiendo que los verdugos van a acabar con tu vida-, el preso de raza negra de 42 años giró su cabeza hacia el hijo y el hermano de Mark McPhail -policía de raza blanca de paisano al que Davis asesinó en 1989, según el veredicto de un juez y jurado en 1991- y dijo: "Yo no lo hice, yo no tenía un arma. Siento mucho su pérdida pero yo no maté a su padre, hijo o hermano". "Soy inocente". Davis murió a las 11.08, quince minutos después de que se iniciara el salvaje método de inyectarle la muerte en vena. Davis no ingirió su última cena por deseo propio.
Tampoco aceptó que se le aplicara un calmante para enfrentarse a la muerte. Pero sí realizó una última petición a sus familiares, amigos y abogados: "Seguid investigando, excavando, trabajando hasta que se pruebe mi inocencia". Quizá entonces sí haya un antes y un después en la pena de muerte en EE UU y la pregunta ya no esté abierta. Hasta entonces, el sistema sigue funcionado; no importa los inocentes que pueda enterrar en el camino. El miércoles se ejecutaba también a un hombre en Tejas, el día 28 será en Florida, el 18 de octubre en Ohio...
1 comentarios:
Es un artículo precioso. Tiene usted toda la razón.Pienso que cuando un estado mata a alguna persona legalmente, si el estado es democrático , en realidad lo matan entre todos los ciudadanos. Si yo fuese uno de ellos, me moriría de la tristeza.
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