lunes, 30 de enero de 2012

LAS VIVENCIAS SE TRANSMITEN POR ÓSMOSIS

Fray Marcos

En la primera lectura (Dt 18,15-20), Moisés, después de convencer a los israelitas de que Dios les hablaba desde la formidable tormenta del Sinaí, con voz de trueno y les miraba con los ojos encendidos del rayo, les promete que no va a meterles más miedo. Pero eso sólo será posible si prometen hacerle caso a él y a los profetas. Les habla de una figura profética que liberaría de verdad al pueblo, como el mismo Moisés lo había liberado de Egipto.

Los primeros cristianos vieron en Jesús a ese profeta. Era la figura tantas veces anunciada y siempre esperada por el pueblo de Israel. Esa identificación garantiza que las palabras de Jesús son las palabras de Dios. Esta es la clave para interpretar todo el mensaje del evangelio de Marcos. Hablará con la autoridad propia del mismo Dios. Sus palabras tendrán la fuerza creadora y sus acciones serán liberadoras como las acciones del mismo Dios.

Pablo (1Cor 7,32-35), con una visión de Dios muy cercana a la del “Jupiter tonante” del Sinaí, llega a la conclusión de que preocuparse del marido, o de la mujer o de los hijos, es alejarse de Dios.

El Dios de Jesús es muy distinto. El mensaje de Jesús nos dice que a Dios sólo se puede ir a través del hombre. Buscar a Dios prescindiendo del prójimo es idolatría. Creer que el tiempo dedicado a las personas es tiempo negado a Dios es una trampa.


CONTEXTO

Estamos en el primer día de actividad de Jesús. Su primer contacto con la gente tiene lugar en la sinagoga. Es un signo de que la primera intención de Jesús fue enderezar la religiosidad del pueblo que había sido tergiversada por una interpretación opresora de la Ley.

Por dos veces en el relato se hace referencia a la enseñanza de Jesús, pero no se dice nada de lo que enseña. Se habla de la obra. Lo que Jesús hace es liberar a un hombre de un poder opresor, el espíritu inmundo (contrario al espíritu santo). La clave es que Jesús libera, cuando habla y cuando actúa.

La buena noticia que anuncia Marcos es la liberación, en dos direcciones: de las fuerzas del mal (espíritu inmundo); y de la fuerza opresora de la Ley, explicada de una manera alienante por los fariseos y letrados (no como los letrados).

La intención de Marcos es que la gente se haga la pregunta clave: ¿Quien es Jesús? Lo que acabamos de leer y todo lo que sigue en este evangelio, será la respuesta.


EXPLICACIÓN

En el evangelio el acercamiento a Jesús produce asombro. Si hemos perdido nuestra capacidad de asombro ante la buena nueva de Jesús, es que no lo hemos descubierto de verdad. En el evangelio, la admiración de la gente va en dos direcciones. Por una parte se asombran de su enseñanza y por otra, quedan estupefactos al ver la curación del hombre. En Jesús, la predicación y la acción son inseparables.

“Les enseñaba como quien tiene autoridad”. Hoy la palabra clave es “exousia”. No es nada fácil penetrar en el verdadero significado de este término.

Lo primero que deberíamos hacer es distinguirlo de “dynamis”. Esta distinción es relativamente fácil: “Dynamis” sería la fuerza bruta que se impone a otra fuerza física. “Exousía” sería la capacidad de hacer algo en el orden jurídico, político, social o moral, siempre en un ámbito interpersonal.

La palabra griega significa, además de autoridad, facultad para hacer algo, libertad para obrar de una manera determinada.

Otra característica de la “exousía” es que la persona la puede tener por sí misma o recibirla de otro que se la otorga.

Dando esto por supuesto, todavía nos queda mucho para saber, en concreto, qué quiere decir el evangelista cuando le aplica a Jesús esa “autoridad”. Se trata de una autoridad que no se impone, de una potestad que se manifiesta en la entrega, de una facultad de acción que se pone al servicio de los demás.

Sería la misma autoridad de Dios dándose a todas sus criaturas sin necesitar nada de ninguna de ellas. El concepto de Dios “todopoderoso” que exige un sometimiento absoluto, nos impide entender la exousía de Jesús. Sólo desde la experiencia del Dios-Amor de Jesús podremos entenderla.

Jesús enseñaba con autoridad, porque no hablaba de oídas, sino de su experiencia interior. Trataba de comunicar a los demás sus descubri­mientos sobre Dios y sobre el hombre.

Los letrados del tiempo de Jesús (y los letrados de todos los tiempos) enseñaban lo que habían aprendido en las Escrituras. De todas ellas tenían un conocimiento perfecto, y tenían explicaciones para todo, pero el objetivo de la enseñanza era la misma Ley, no el bien del hombre. Se quería hacer ver que el objetivo de Dios al exigir los preceptos, era que le dieran gloria a Él, no la plenitud del mismo ser humano.

Lo que dejó atónitos a los oyentes de Jesús fue el ver que su enseñanza no era así, sino que hablaba con la mayor sencillez de las cosas de Dios tal como él las vivía. Su experiencia le decía que lo único que Dios quería, era el bien del hombre. Que Dios no pretendía nada del ser humano, sino que se ponía al servicio del hombre sin esperar nada a cambio.

Esta manera de ver a Dios y la Ley no tenía nada que ver con lo que los rabinos enseñaban. Todos los problemas que tuvo Jesús con las autorida­des religiosas se debieron a esto. Todos los problemas que tienen los místicos y profetas de todos los tiempos con la autoridad jerárquica responden al mismo planteamiento.

Jesús se decanta por el hombre que resulta liberado del dios araña que intenta chuparle la sangre. Naturalmente si Dios no es exigente, si Dios no quiere nada para sí, ¿en nombre de quién pueden exigir tantos sacrificios sus representantes?

Cállate y sal de él. La expulsión del “espíritu inmundo” refleja desde el principio, el planteamiento del evangelio como una lucha entre el poder del bien y el poder del mal. Bien entendido que “mal” es toda clase de esclavitud que impide al hombre ser él mismo.

Nadie se asombra del “exorcismo”, que era corriente en aquella época. Lo que les llama la atención es la superioridad que manifiesta Jesús al hacerlo, demostrando así quién es. Jesús no pronuncia fórmulas mágicas ni hace ningún signo estrafalario. Simplemente con la autoridad de su palabra obra la curación.


APLICACIÓN

Hablar con autoridad hoy sería hablar desde la experiencia personal y no de oídas. Lo único que hacemos, también hoy, es aprender de memoria una doctrina y unas normas morales, que después trasmitimos como papagayos, como se trasmite la lista de los reyes godos. Eso es lo que no funciona.

En religión, la única manera válida de enseñar es la vivencia que se trasmite por ósmosis, no por aprendizaje. Esta es la causa de que nuestra religión sea hoy completamente artificial y vacía, que no nos compromete a nada porque la hemos vaciado de todo contenido vivencial.

“Espíritu inmundo” sería hoy todo lo que impide una auténtica relación con Dios y con los demás. Fijaros hasta qué punto estamos todos poseídos por espíritu inmundo. Esas fuerzas las encontramos tanto en nuestro interior como en el exterior. Nunca, a través de la historia, ha habido tantas ofertas falsas de salvación.

Una de las tareas más acuciantes del ser humano, es descubrir sus propios demonios; porque sólo cuando se desenmascara esa fuerza maléfica, se estará en condiciones de superarla. Con esta perspectiva veremos que la tarea fundamental de Jesús es librar al hombre del maligno.

Una importante tarea en esta liturgia, sería descubrir nuestras ataduras y tratar de desembarazarnos de ellas. Todos estamos poseídos por fuerzas que no nos dejan ser lo que desearíamos ser. Hoy sigue habiendo mucho diablo suelto que tratan por todos los medios de que el hombre no alcance su plenitud. La manera de conseguirlo es la manipulación para que no consiga alcanzar libremente su plena humanidad.

Toda nuestra vida debería ser un acopio de autoridad para ayudar al hombre a liberarse de todos sus demonios. Jesús emplea su autoridad, no contra los hombres, sino contra las fuerzas que los oprimen. ¡Qué ejemplo para imitar si de verdad queremos ser cristianos!

Como individuos, como comunidad y como Iglesia, estamos siempre tratando de aumentar nuestra “autoridad”. Pero, ¿para qué? Si intentamos estar por encima de los demás para someterlos a nuestro capricho, aunque sea bajo pretexto de hacer la voluntad de Dios o de buscar el bien de los demás, estamos en la antípoda del evangelio.

Como Jesús, tenemos que luchar a brazo partido contra todas las fuerzas que oprimen al hombre y no le dejan desarrollar su verdadero ser.

En el evangelio de Marcos, Jesús deja muy claro, desde el primer día, que los enemigos del hombre son los únicos enemigos de Dios. Un dios que exige al hombre sacrificarse por él, no es el Dios de Jesús. La gloria de Dios y el bien del hombre, son una misma realidad, mejor dicho son la única realidad.

La teología, la liturgia, todas las normas morales tienen que tener como fin ayudar al hombre a ser él mismo. “El sábado está hecho para el hombre, no el hombre para el sábado”. El defender este principio le costó la vida a Jesús.



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