viernes, 17 de febrero de 2012

NO 'FORMICARÁS'

Juan Parrilla Canales, en 'Diario digital de Linares'


Un sabio jesuita ya fallecido experto, entre otras cosas, en asuntos de cocina, decía con cierta sorna cordobesa: “el primer mandamiento de una buena comida es no formicar”. ¿Y qué es eso de formicar? No lo entiendo. “Pues muy fácil: el primer mandamiento que debe cumplir una buena comida es no formicarás; es decir no se puede gustar unas buenas viandas en mesa de formica… “

Comer bien exige un escenario, una preparación, un ritual, un mantel, unos platos y unas copas que sean dignas. Un pavo a la andaluza servido en una mesa cutre, sin lujo pero con cariño, sabe a pollo de goma comprado en las rebajas.

Y mira por donde, esto me ha hecho recordar al inefable don Demetrio, obispo de Córdoba cuyo alegato contra la fornicación merecería una denuncia por parte de la Delegación de Educación por presunta calumnia. Porque afirmar que en los centros educativos se incita a los críos a fornicar (con “ene”), es demasiado grave para que pase como si nada.
Hacía muchos años que no oía esta palabra. Tanto que, para recordarla tengo que acudir a la anécdota de la formica. He acudido a la ya clásica Wikipedia: “La fornicación (del latín fornicari, que significa “tener relaciones sexuales con una prostituta”; que deriva de: fornix, zona abovedada —donde habitualmente se apostaban las prostitutas romanas—, burdel) es un término usado en referencia a la relación sexual fuera del ámbito matrimonial, es decir, aquella relación sexual que se dé entre dos personas que no están unidas por este vínculo conyugal. En ciertos ámbitos, y por su sentido originario —lo que se hace bajo el fornix —, se conoce como fornicación a la relación sexual a cambio de dinero.
A los que actúan de este modo, se los ha denominado como fornicarios”. ¿Se refería a esto el ilustre prelado?
El obispo en Córdoba (porque procede de las tierras hirsutas de Toledo y llegó de “cunero” a Córdoba tras pasar por Tarazona) insiste en su misiva, dirigida a los fieles cordobeses, en que “la incitación a la fornicación es continua en los medios de comunicación, en el cine, en la televisión, incluso en algunas escuelas de Secundaria”. Aunque diga “algunas”, no excluye a los centros religiosos concertados.
Demetrio Fernández, con la contundencia que le corresponde, asegura que la “fornicación” significa “una sexualidad desorganizada” y que esto es “como una bomba de mano que puede explotar en cualquier momento y herir al que la lleva consigo”. ¿Cómo son esas heridas? El obispo las explica: “La castidad es la virtud que educa la sexualidad haciéndola humana y sacándola de su más brutal animalidad”. Es decir, aquellos que se dedican al fornicio por el fornicio se convierten sencillamente en animales. El obispo continúa: “Cuando la sexualidad está bien encauzada, la persona vive en armonía, evitando toda provocación o violencia”. La idea no está mal. Pero la explicación que sigue parece surgida de otros tiempos: para el prelado cordobés la sexualidad tiene tres estados.
Primero, cuando una persona está soltera “no hay lugar para su ejercicio”. Segundo, cuando está casada tiene que saber “administrar sus impulsos en aras del amor auténtico”. Tercero, cuando una persona está consagrada, su sexualidad está “sublimada en un amor más puro y oblativo”.
El obispo cordobés concluye su carta, que la basa a su vez en una misiva de San Pablo, citando el caso de una candidata a Miss Venezuela, que ha escrito un libro titulado Virgen a los treinta. Demetrio Fernández se refiere al caso de Vivian Sleiman, una modelo que está orgullosa de seguir con su himen intacto y que en su libro denuncia cómo renunció al concurso de Miss Venezuela cuando un miembro del jurado intentó llevársela a la cama a condición de darle la corona.
Para el obispo de Córdoba, “la propuesta de fornicación era una condición (no escrita) del concurso”. Por eso, concluye que “es posible llegar virgen al matrimonio aunque el ambiente no sea favorable. Es posible vivir una consagración total, de alma y cuerpo, al Señor como una ofrenda al Señor que beneficia a los demás”.
Lo más preocupante es el concepto que de la sexualidad, mantiene el señor obispo, al que respeto pero que requiere una corrección fraterna o tirón de orejas. Es la idea medieval del sexo como algo sucio, algo que nos animaliza porque rebaja al ser humano a sus impulsos más primitivos. Da la impresión de que el uso del sexo es un mal menor cuyo objetivo es la procreación solamente y no un lenguaje que humaniza. Parece que no ha leído al Concilio Vaticano II. Lo cual no estaría mal después de 50 años.
Evidentemente, la sexualidad se ha banalizado. Es como comer el pollo a la andaluza con vino de envase de cartón. Requiere un marco, un proceso. Algo que hay que enseñar a las generaciones más jóvenes.
Ahora que los coleguillas carcas, pero que muy carcas, han “purificado” de ideología la Educación para la Ciudadanía”, ¿quién va a decir a las nuevas generaciones que la sexualidad es un don de Dios cuyo uso no debe ser “aquí te pillo aquí te mato”, sino un maravilloso lenguaje que abre responsablemente a las personas maduras a la intimidad con el otro? ¿Van a ser los padres? Con la mano en el corazón ¿cuántos padres educan a sus hijos en una sexualidad sana y no en “no te toques ahí que es pecado”? Ahí queda la cosa.



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