martes, 24 de marzo de 2009

REFLEXIONES SOBRE EL ABORTO

Juan Luis Herrero del Pozo

El nervio del argumento estriba en si HAY PRUEBAS de que un feto, pongamos por caso, de un par de meses, SEA UN SER HUMANO. 

Es evidente que tales pruebas no son de la incumbencia de la Fe: no es su terreno. Ni siquiera del pensamiento filosófico que sólo puede especular en un terreno – más científico que filosófico- que no es el suyo propio. El juicio crítico puede alcanzar como mucho alguna congruencia sobre lo que es un ser humano y bajo qué condiciones se podría llegar a alguna certeza. 

Ello nos cantona al terreno científico que podría llegar a la certeza de encontrarse ante un ser vivo (también lo es una célula); pero más difícilmente dictaminar que tal ser vivo es un ser humano, y menos aún una persona. 

Ante esta incertidumbre parece plausible constatar que esta realidad afecta al buen funcionamiento de la sociedad y que, por lo tanto, no puede ésta permanecer indiferente ante aquella. Se impone, por consiguiente, legislar. Legislación que sólo puede hacerse desde un consenso ciudadano, mayor o menor. Pero tal decisión no es un juicio moral como sería decir que el aborto es éticamente bueno o malo. Es un simple acuerdo práctico para la convivencia desde el consenso ciudadano. 

Desde estas perspectivas según las cuales lo legislado no es la afirmación de bondad o maldad, si bien es imprescindible legislar, ninguna autoridad ética puede interferir en la tarea legislativa (qué fácilmente se confunde el acto legislativo con su objeto, el aborto, en nuestro caso: aunque éste fuera inmoral, despenalizarlo no lo sería). 

Aparte de la tarea legislativa, volvamos a la interrupción del embarazo en sí. Parece obvio afirmar, por lo dicho que si no existen pruebas fehacientes de la existencia en un feto de la condición de ser humano, no es legítimo calificar como delito a cualquier interrupción del embarazo. Por consiguiente, acusar de delito (no ya en el ámbito jurídico sino en el ético) cualquier interrupción del embarazo es ya en sí un delito. Es, a nuestro juicio, el que cometen los obispos. 

Ahora bien, sea cual sea la legislación, estamos hablando de una imputación de delito, sin pruebas. Y, por consiguiente, punible. ¿Están los obispos por encima de la ley? ¿Son punibles si no lo están? ¿Hasta cuándo soslayarán su responsabilidad? ¿Hasta cuándo?

Nunca se han preocupado por las mujeres salvo para barrer el templo, pedirlas obediencia (Benedicto XVI) y, para colmo, echarles encima la sanción de un aborto ante cuya despenalización se encabritan. 

Alguien puede ser tan respetuoso de la posibilidad de vida humana en un feto que tome muy en serio tal posibilidad y no logre superar la incertidumbre. En tal caso podrá entender para sí mismo que, no pudiendo salir de la duda, debe abstenerse de avalar éticamente la interrupción del embarazo. Salvo que éste colisione gravemente con los derechos de la madre. Pero nunca se atreverá a imponer su criterio a ésta. Yo mismo, cura hace treinta años, a instancias de una madre, telefoneé a Londres para recabar la oportuna información. 

¿De qué se ocupan los obispos, pues? ¿De rechazar medidas preventivas de embarazos peligrosos? ¿De secuestrar los problemas de sexo de la consideración de quienes entienden de ello? ¿De intoxicar el sano pensamiento crítico de las mujeres? Sí. Para lo cual yuxtaponen indecentemente en sus pancartas un lince protegido y un precioso bebé que pregunta “¿Y yo?” ¡Hay que ser retorcidos! ¿Por qué no posa alguno de ellos junto a un oso con el sello “en peligro de extinción”, pidiendo clemencia? ¿O acaso existe diferencia cualitativa entre oso y lince? 

Para cometer semejantes torpezas, sr.. Ratzinger y obispos clientes ¡más les vale callarse o atarse una rueda de molino al cuello! 



0 comentarios: