La historiadora escaneó 6.000 periódicos del periodo 1941-1944 para componer sus Recetas contra el hambre, y entre las joyas que rescató del olvido están: no tirar jamás nada, porque miga a miga se acaba por recoger una rebanada de pan; y prácticamente todo se puede hacer en conserva, congelar, calentar al baño maría, darle un segundo uso o pasárselo a quien tenga menos de uno.
Las personas de avanzada edad que vivieron la Guerra Civil española y la primera posguerra saben tanto como los griegos de comer estofado de perro o gato, y de la achicoria que se servía hasta en locales de presunto postín como si fuera café colombiano, pero quizá no habían caído en que una herradura sirve para restaurar el calzado, la arena hervida conserva los cítricos y las almendras azucaradas que se reparten en las bodas, reducidas a pulpa, son un gran edulcorante.
La situación no es hoy la misma, a pesar de la bancarrota de la economía griega, pero como dice Eleni Nikolaidu: "Ya hay niños que van a la escuela con hambre, y quienes en la despensa no tienen más que un pequeño saco de harina y no saben cómo sacarle partido". En los momentos actuales Nikolaidu sugiere amurallarse con un surtido de aceite de oliva, latas de sardinas, lentejas y féculas en general. O sea, lo que da el Mediterráneo.
Su libro de Recetas contra el hambre ya va por la segunda edición y es parte de una oleada de recetarios para presupuestos limitados que pregonan hasta 110 menús diferentes a cinco euros por cabeza.
Los ciudadanos, que se armaron de ingenio para sobrevivir a los años de la gran carestía, han tomado buena nota de la que puede ser la mejor indicación de todas: masticar cuanto haga falta hasta sentir el estómago lleno.
Y es que de los griegos, clásicos o contemporáneos, nunca se acaba de aprender.
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