En 1789, a causa de la carestía de alimentos y de la injusticia reinante, tuvo lugar en Francia un fenómeno social, sobre todo campesino, al que los historiadores denominaron El Gran Miedo y que, entre otros efectos, contribuyó a la caída del feudalismo.
Me pregunto si a la época actual no se la debería llamar de forma parecida.
Porque vivimos con miedo a no poder pagar las hipotecas y a que los bancos se queden con nuestra casa; miedo a perder el puesto de trabajo y no volver a encontrarlo; miedo caer en la indigencia; miedo a que nuestros hijos no encuentren empleo y se tengan que marchar del país; miedo a la competencia, a que otros nos tomen la delantera y perdamos oportunidades; miedo a que los bancos no nos concedan créditos; miedo a nos expulsen del euro; miedo a Hacienda, al cáncer, al SIDA, a engordar, a envejecer, al fracaso, al qué dirán; miedo a perder posición social y poder adquisitivo; miedo a tener una pensión escasa o no tenerla; miedo a dejar a los niños jugar solos en la calle; miedo a los inmigrantes, al Islam, al terrorismo; miedo a los accidentes de tráfico, al alcohol, a las drogas; miedo al cambio climático, a los desastres naturales…; y, espero equivocarme, si se desencadena la guerra con Irán pronto volverá -y no sin razón- el miedo al holocausto nuclear.
Se trata de un miedo estructural. Este tipo de miedo no es fruto de un acontecimiento brutal que llega de forma inesperada, sino de una lluvia fina de informaciones que nos cae encima desde que nacemos, que nos empapa casi sin que nos demos cuenta y que nos cala hasta los genes; un miedo que se nos transmite a lo largo de la vida a través de los medios de comunicación y que se replica y redistribuye a través de la familia, la escuela, los amigos, la vecindad, los compañeros de trabajo….
Es un miedo que consumimos a menudo como entretenimiento y por el que, incluso, pagamos. Es un miedo sin el que, muchas veces, no sabemos vivir o nos sentimos incómodos (porque tener miedo facilita delegar en otros, en los fuertes, en los seguros de sí mismos, en los que saben… la posibilidad de salvación).
¿Es el miedo un factor psicológico consustancial al modelo económico capitalista, especialmente en la época de la globalización neoliberal? Creo que la respuesta es afirmativa y que es, en esencia, el miedo a no poder apropiarnos para nuestro beneficio de los bienes escasos de los que, supuestamente, depende la felicidad y por los que hay que pagar a quienes son sus propietarios.
Los movimientos especulativos del Capital financiero no son solo producto de sujetos y organizaciones sin escrúpulos -que también-, sino consecuencia de una lógica competitiva según la cual lo que no ganes para ti, lo hará otro para él y tu te convertirás en un perdedor porque el otro se quedará con todo o con la mayor parte.
Dicen algunos sociólogos que en España no se levantan barricadas en las calles porque la economía sumergida y la familia constituyen un importante colchón que amortigua los efectos del desempleo. Sin embargo, me pregunto si no será el miedo también un factor explicativo de esta parálisis. No es para menos, nuestra historia es rica en quiebras de la convivencia social que dejaron muchos muertos en las cunetas.
De hecho, el mensaje que estamos recibiendo es muy claro: si oponemos resistencia, si nos aceptamos las reformas que los mercados financieros nos exigen, todo será peor y cuanto peor, más duras e impopulares tendrán que ser las medidas.
Por tanto, debemos confiar en nuestros gobernantes, que son los que saben lo que hay que hacer, aunque se resistan a decírnoslo hasta el último momento, para evitar que no les votemos o que nuestras reacciones les impidan hacerlo con mayor comodidad.
¿Somos realmente conscientes de la violencia que encierra el mensaje que nos están transmitiendo?
Por eso la gestión del miedo es una competencia que los sujetos y los grupos sociales debemos aprender para salir adelante de forma cooperativa y fortalecer la democracia. He aquí una gran tarea para lo que podríamos denominar “coaching social”. Quienes no lo consigan tendrán muchas menos oportunidades y serán más vulnerables. Hay que gestionar el miedo para recuperar la confianza en nuestras capacidades y aprender a decir no a lo que no queremos que nos impongan; y sí al tipo de sociedad que queremos, pero que sólo nacerá del esfuerzo que hagamos cada día por construirla.
Gestionar el miedo no es dejar de sentirlo, sino aprender a regularlo, a obtener de él información útil y a evitar sus peores efectos, los efectos “in”: incapacidad para hacer frente a los problemas, indolencia hacia el sufrimiento ajeno, indefensión frente a los abusos e injusticiaejercida sobre los más débiles.
Y un añadido más: gestionar el miedo implica aprender a no sentirse culpable por tenerlo, porque no es un defecto ni un déficit personal, sino una reacción inducida de forma continua y sistemática por la cultura dominante y sus instrumentos de difusión; porque el miedo mueve el dinero, nos proporciona medios de vida a casi todos, aunque sólo a algunos les permite acumular pingües beneficios.
La Sociedad de Consumo te ofrece la posibilidad de olvidarte por un momento de tus miedos comprando viajes, ropa, coches, marcas, estilos de vida… Si esto parece exagerado, recomiendo observar el contraste entre la felicidad negada que nos ofrecen los telediarios y lafelicidad afirmada que nos ofrece la publicidad y sus derivados: el mundo de la moda, de los famosos, de las estrellas…
Sin embargo, para la mayoría de la gente la felicidad a la que se accede a través de la Sociedad de Consumo es una felicidad volátil, poco duradera. El resultado es un comportamiento social ansiógeno, una neurosis colectiva para la que cualquier cosa es insuficiente, porque todo cae en un saco sin fondo y el miedo vuelve a surgir una y otra vez.
¿Vivir atemorizados es condición necesaria “para recuperar la senda del crecimiento”? Pues habrá que pensar hasta qué punto nos compensa.
1 comentarios:
Es que me encanta. A ver si lo lee alguien, de esos que mandan tanto en la Iglesia y pierden ese miedo a no sé qué que tienen.
Es un artículo precioso.
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