José Antonio Pagola
EVANGELIO DE MARCOS
Con sus dieciséis capítulos, el Evangelio de Marcos es el más breve de todos. Tal vez por eso ha ocupado durante mucho tiempo un discreto segundo plano. Hoy, sin embargo, ha adquirido gran interés, porque es el relato más antiguo sobre Jesús que ha llegado hasta nosotros. Además, Mateo y Lucas lo asumieron como base de sus respectivos evangelios.
Nada sabemos con certeza de su autor, aunque se ha pensado en Juan Marcos, que acompañó a Pablo y Bernabé en su primer viaje evangelizador. Pudo ser escrito en torno al año 70, tal vez en alguna región de Siria, cercana a Palestina. Muy pronto llegó a Roma, donde probablemente se hizo una segunda edición que se difundió rápidamente entre las comunidades cristianas que iban surgiendo en el Imperio.
El escrito arranca con estas palabras: «Comienzo del evangelio de Jesús, el Cristo, Hijo de Dios». Y, en efecto, el relato nos irá desvelando que Jesús es el Mesías esperado en Israel y el Hijo de Dios. Por eso Jesús constituye la Buena Noticia (Evangelio) que sus seguidores van anunciando por todas partes. El relato comienza en el desierto con la predicación del Bautista, el bautismo de Jesús y sus tentaciones. Después de esta preparación, Jesús hace su aparición en Galilea proclamando «la Buena Noticia de Dios ». El evangelista resume su mensaje con estas palabras: «Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed la Buena Noticia». A lo largo del relato iremos descubriendo que con Jesús comienza un tiempo nuevo. Dios no nos ha dejado solos frente a nuestros problemas y desafíos. Quiere construir junto con nosotros una vida más humana. Hemos de cambiar para aprender a vivir creyendo esta Buena Noticia.
La primera parte del relato evangélico transcurre en Galilea. Jesús va proclamando la Buena Noticia de Dios en la región del lago con una doble actividad. Marcos lo presenta enseñando con autoridad y curando a enfermos de diversos males. A lo largo de nuestro recorrido podremos conocer su fuerza sanadora en relatos conmovedores en los que Jesús cura a un poseído, un leproso, un paralítico, una mujer con pérdidas de sangre, un sordomudo...
Las gentes van descubriendo que Jesús es una Buena Noticia. Lleno del Espíritu de Dios, libera a los poseídos de espíritus malignos; perdona los pecados que paralizan al ser humano; limpia a leprosos, rescatándolos de la marginación religiosa y social. La gente se acerca a Jesús no solo por lo que enseña, sino «a ver lo que hace». Marcos destaca más los gestos liberadores de Jesús que su enseñanza. En nuestro recorrido iremos descubriendo a Jesús como curador de nuestras vidas: él puede liberarnos de ataduras, servidumbres y pecados que paralizan y deshumanizan nuestra existencia. Escucharemos también su llamada a vivir curando y humanizando la sociedad en la que vivimos.
Esta actuación provoca admiración, pero también sobresalto. Jesús enseña con una «autoridad» nueva y desconocida, no como los maestros de la ley. Se atreve a criticar las tradiciones de los mayores. No duda en curar enfermos rompiendo la ley sagrada del sábado: «El sábado ha sido instituido para el hombre, y no el hombre para el sábado». Lo primero que quiere Dios es una vida digna y sana para todos. Esta «novedad» de Jesús no es solo un remiendo a la religiosidad judía. Exige poner este «vino nuevo en odres nuevos». Las gentes sencillas se sienten atraídas por Jesús y glorifican a Dios diciendo: «Jamás habíamos visto cosa parecida». Sin embargo, los maestros de la ley no soportan su comportamiento y lo rechazan como blasfemo. En su aldea de Nazaret no lo reciben, pues se resisten a reconocer como «profeta» y «curador» a aquel vecino conocido por todos. Sus familiares se lo quieren llevar a casa, pues piensan que está fuera de sí. Sin embargo, poco a poco se va creando en torno a Jesús un grupo de seguidores que escuchan su llamada y constituyen su nueva familia. De muchas maneras iremos escuchando también nosotros la llamada profética de Jesús a purificar nuestra manera de vivir y entender la religión para ponernos al servicio del reino de Dios.
La actuación de Jesús y las diversas reacciones de las gentes van creando un clima de suspense y expectación. Las preguntas sobre la identidad de Jesús se repiten: ¿quién es este? ¿Qué sabiduría es esta? ¿De dónde le viene esa fuerza curadora? La respuesta se va a escuchar en Cesarea de Filipo, en un relato con el que Marcos concluye la primera parte de su evangelio, centrada en la actividad de Jesús en Galilea. Después de conocer las diversas opiniones que corren sobre su persona, Jesús pregunta directamente a sus discípulos: «¿Quién soy yo?». En nombre de todos, Pedro responde: «Tú eres el Mesías». Todavía los discípulos no pueden entender lo que significa esta confesión. Jesús les tendrá que ayudar a descubrir que no es el Mesías glorioso que muchos esperan. Su verdadera identidad solo se les revelará en su muerte y resurrección. Después de veinte siglos de cristianismo, también nosotros hemos de responder a la pregunta de Jesús: ¿quién es él para nosotros? ¿Qué lugar ocupa en nuestras comunidades cristianas? ¿Qué nos puede aportar en nuestros días? ¿Qué podemos y debemos buscar en él?
En la segunda parte de su evangelio, Marcos narra el camino que hace Jesús con sus seguidores desde Galilea a Jerusalén. A lo largo de este camino, Jesús les habla hasta tres veces de su destino. De manera cada vez más detallada les anuncia que sufrirá mucho, será reprobado por los dirigentes religiosos de Jerusalén, será crucificado y al tercer día resucitará. Los discípulos se resisten a aceptar sus palabras, y Jesús les va enseñando pacientemente que también sus seguidores están llamados a sufrir. Después del primer anuncio, Pedro reprende a Jesús, pero este expone la actitud de todo el que quiera seguirle: «renunciar a sí mismo», «perder su vida por Jesús y por su evangelio» y «tomar su cruz». Después del segundo anuncio, los discípulos, ajenos a su enseñanza, vienen por el camino discutiendo entre sí quién será el mayor; Jesús les indica que para ser importante «hay que hacerse último de todos y servidor de todos». Después del tercer anuncio, Santiago y Juan vienen a pedirle los puestos de honor junto a él; Jesús les señala que «el primero entre ellos se ha de hacer esclavo de todos». A lo largo de nuestro recorrido, también nosotros nos sentiremos invitados a aprender los rasgos que han de caracterizar hoy a quien quiere seguir sus pasos.
Una vez en Jerusalén, el relato de Marcos nos va a desvelar que Jesús es Hijo de Dios. Ya en la escena del bautismo en el Jordán, una voz del cielo dice a Jesús: «Tú eres mi Hijo amado». Al comienzo del camino hacia Jerusalén, en la escena de la transfiguración, se escucha de nuevo la voz del cielo, que dice a los discípulos: «Este es mi Hijo amado. Escuchadle». Ahora, cuando Jesús comparece ante el Sanedrín, humillado y a punto de ser enviado a la cruz, el sumo sacerdote le pregunta solemnemente: «¿Eres tú el Mesías, el Hijo del Dios bendito?», Jesús contesta: «Sí, yo soy». Sin embargo, será un soldado romano el que pronuncie la confesión que Marcos quiere suscitar en sus lectores. Al ver que Jesús ha expirado en la cruz, el centurión que está frente a él proclama: «Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios». Como había anunciado al comienzo de su evangelio, Jesús es el «Mesías», pero no el Mesías político-militar que muchos esperaban, sino «el Hijo del hombre, venido a servir y dar su vida como rescate de muchos». Jesús es «Hijo de Dios», pero no revestido de gloria y de poder, sino un Hijo de Dios crucificado, solidario con todo el sufrimiento humano.
Marcos sabe que no es fácil captar y acoger el misterio de Jesús, crucificado por los hombres y resucitado por Dios. Al llegar la crucifixión, los «discípulos» lo abandonan y huyen. Las «mujeres» sustituyen a los discípulos, siguen «desde lejos» al Crucificado y se acercan incluso hasta su sepulcro, pero, cuando se les anuncia su resurrección, huyen también ellas llenas de miedo y espanto.
Sin embargo, antes de terminar su evangelio, Marcos indica a sus lectores el camino que han de seguir para profundizar en el Misterio que se encierra en Jesús. Así dice el enviado de Dios a las mujeres que se han acercado al sepulcro: «Id a decir a los discípulos y a Pedro que irá delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis». Es lo que haremos también nosotros guiados por el relato de Marcos. Nosotros conocemos ya el destino final de Jesús, y creemos en Jesucristo, resucitado por el Padre de entre los muertos. Alentados por esa fe volveremos a Galilea y haremos el recorrido que hicieron sus primeros discípulos siguiendo los pasos de Jesús. Este recorrido nos puede conducir a «ver» mejor el misterio encerrado en él.
sábado, 29 de septiembre de 2012
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