El derecho a la alimentación sigue siendo una utopía, un sueño inalcanzable para millones de personas en todo el planeta. Los objetivos del milenio fijados por la ONU están muy lejos de cumplirse. Los últimos informes sitúan en 925 millones las personas que padecen hambre. Hoy se celebra el Día Mundial de la Alimentación. |
La presente edición, que tendrá como elemento central el cambio climático y la bioenergía, se celebra en plena crisis financiera. Hace escasamente un mes, el director general de la FAO, Jacques Diouf, dio a conocer nuevas y alarmantes cifras sobre el incremento del hambre, que afecta ya a 925 millones de personas. Tan sólo en el último año, han muerto 75 millones por esta causa.
Diouf ha acusado a los líderes mundiales de ignorar las advertencias lanzadas por su agencia. En su opinión, lo que verdaderamente hace falta es voluntad política y medios. «Los países más pobres son las principales víctimas del cambio climático; los fenómenos meteorológicos extremos afectarán a los pequeños productores agrícolas y forestales, ganaderos y pescadores con las consiguientes repercusiones negativas para acceder a los alimentos», constata.
Critica que la inversión en la agricultura entre 1980 y 2006 haya caído del 17% al 3% y que los biocarburantes hayan privado al mundo de cien millones de toneladas de cereales básicos como el maíz y el trigo. «Que el hambre afecte a casi mil millones de personas en todo el mundo debería obligar a todos los proveedores de fondos a revisar la orientación de la ayuda y a ocuparse nuevamente de la agricultura, un poco descuidada», considera Stéphane Delpierre, del servicio de ayuda humanitaria de la UE.
Erika Wagner, de la Fundación Clinton, afirma que «la reactivación de la pequeña agricultura y la lucha con programas coordinados contra la desnutrición que amenaza de muerte a 19 millones de niños deben ser las prioridades para hacer frente a la crisis».
En términos similares, Caroline Wilkinson, de Acción contra el Hambre, considera que «si bien los programas de reactivación agrícola son extremadamente importantes, la urgencia hoy es tratar a los 55 millones de niños que sufren de desnutrición».
Mientras hoy se hablarán de estos temas sin llegar a ninguna parte, miles de estómagos vacíos seguirán a la espera de un plato.
Los colegios de Etiopía han comenzado este año el curso escolar con muchos menos alumnos que el año pasado. «Hace un año por esta época teníamos inscritos a 2.300 estudiantes. Ahora, la cifra es de 1.800», remarca Solomon Desta, director de la escuela de primaria de Bashiro, en el distrito de Bona, al sur del país. Ante este descenso, el centro decidió prolongar en quince días el plazo de inscripción con la esperanza de que se apuntaran más jóvenes. De momento, nadie lo ha hecho. Solomon advierte que «es la asistencia más baja de los últimos tres años».El pueblo de Shemna Hurufa, situado en la misma zona que el anterior, tiene una única escuela para niños de entre uno y cuatro años. Este año habían previsto que se apuntaran 800. A fecha del 26 de setiembre, lo habían hecho 710.
Los niveles extremos de inseguridad alimentaria han persistido en el sur y el sureste de Etiopía a causa de la falta de lluvia, las enfermedades del ganado, los conflictos, la inadecuada asistencia humanitaria y el fuerte incremente de los precios de los alimentos.
«Estas circunstancias ponen a los padres en una situación desesperada. Para las familias pobres, los costes básicos del material escolar son ahora completamente desorbitados. Todo el dinero debe ir a encontrar comida. En muchos casos, los niños no comen lo suficiente como para hacer el camino a la escuela y tampoco pueden concentrarse», destaca la ONG Save the Children.
El distrito de Wollayta, en la localidad de Sodo (a 330 kilómetros al sur de Addis Abeba), es una de esas zonas castigadas por las inclemencias del tiempo. Según subraya Abraham Asha, representante de la ONG estadounidense Concern, afronta la peor sequía desde 1984. Ese año, la tierra se secó completamente y alrededor de un millón de personas murieron de hambre. En 2003, la situación se repitió. «Más de catorce millones de personas necesitaron ayuda alimentaria urgente», recuerda Asha.
«No se puede sobrevivir sin ayuda alimentaria. Rogamos a Dios para que nos dé una mejor situación», manifiesta Okume Ochubo, residente en Wollayta e incapaz de rescatar a sus siete hijos de las garras del hambre. Aunque el tiempo de cosecha se acerca, sabe que será insuficiente porque las plantas siguen secas. La sequía, además de acabar con las cosechas intermedias, ha agotado las reservas de los campesinos. Las estimaciones del Gobierno etíope no son nada optimistas. De seguir así, 6,4 millones de personas necesitarán ayuda alimentaria en los próximos meses.
El ex relator de la ONU para el derecho a la alimentación, Jean Ziegler, es tajante al calificar al hambre como «crimen contra la humanidad». «En 2000, la ONU se fijó como primer objetivo del milenio rebajar a la mitad el hambre. El plazo límite era 2015. Pero la catástrofe ha ido en aumento», critica en una entrevista a AFP.
Rechaza de igual manera que los estados más ricos «no hayan podido movilizar 82.000 millones de dólares al año para lograr los ocho objetivos del milenio, en particular, el fin de las epidemias o el hambre, mientras que, desde principios de setiembre, han invertido miles de millones en la crisis financiera». No duda de que «este absurdo reforzará el odio hacia Occidente en los países pobres. Imagínense a esos miles de africanos amenazados de muerte por el hambre que se enteran gracias a su pequeña radio de que los estadounidenses y europeos prefieren salvar sus bancos. Un niño que fallece de hambre es un asesinato», afirma indignado.
Ante la falta de recursos económicos del Programa Mundial de Alimentos (PAM), dependiente de la contribución de los estados, Ziegler remarca que la ayuda «se ha limitado a racionar la comida para los refugiados. Por ejemplo, en Darfur, un adulto recibe 1.600 calorías al día en vez de las 2.200 recomendadas por la Organización Mundial de la Salud».
«La tragedia del hambre se ha extendido por culpa de la explosión de los precios, que en primavera provocaron motines en unos cuarenta países, y por el desarrollo tan masivo de los criminales biocarburantes», añade. «Para obtener 50 litros de bioetanol, necesarios para que reposte un coche estadounidense, hay que quemar 358 kilos de maíz, lo que haría vivir a un niño mexicano durante un año», denuncia.
Ziegler espera que con la quiebra financiera, «quienes ya sufren en Occidente descubran al enemigo; al neoliberalismo que hizo creer que una desregularización masiva iba a reabsorber todos los problemas de la humanidad, incluido el hambre. Esto se está desmoronando, aunque aún dejará más víctimas antes de acabar en el cubo de la basura».
Isabelle LIGNER
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