02. DESPEDIRSE DEL MUNDO DE ARRIBA. De la heteronomía a la autonomía.
Efectivamente, para Lenaers, la Modernidad representa un punto clave de inflexión en la marcha histórica y, en este impasse eclesial, no cabe retorno. Es obligado, pues, “atreverse a pensar”; para esto sugiero como tela de fondo del curso dejar abiertas un par de reflexiones:
- a causa de las iglesias surgió el ateísmo; a pesar de ellas se abre paso el ideal democrático. El ateísmo saneará la historia destronando al Dios falso y la caída de éste abrirá paso a una Humanidad nueva abierta a la plenitud. Queda para la reflexión.
Abordamos, pues, el basamento de este libro como es la revolución ilustrada, gozne de la historia y que tiene mucho que ver con el humanismo evangélico.
El fenómeno de la Ilustración es un proceso complejo y potente, dilatado en el tiempo, tan dilatado que todavía no ha sido aceptado (‘convertido’) a las iglesias alejadas del Evangelio. Heredera del Renacimiento humanista, la Ilustración se ofreció a las iglesias ya que los principales promotores, (Descartes, Leibniz, Kant…) eran profundamente cristianos. Pero la iglesias, lejos de recibirla -insistiendo en orientarla hacia el respeto a la dignidad suprema de la persona humana-, la combatieron sañudamente. Y en eso están. Ver si no el último episodio de ensañamiento del papa Ratzinger contra la secularización. La gran iglesia ha fallado a la decisiva cita histórica y la piedra rueda ya hacia los pies de su estatua colosal.
Lenaers desgrana su capítulo en torno al binomio heteronomía/autonomía. La primera se supera en la segunda y ésta encontraría su consistencia última sólo en Dios (teonomía).
1.- HETERONOMÍA. La heteronomía (=norma ajena, advenidiza) supone que las claves de funcionamiento del cosmos (naturaleza, historia, conciencia) se hallan ‘por encima’ o ‘fuera’ de él; son etimológicamente sobre-naturales. El mundo de arriba, el que Dios habita, maneja las riendas de nuestro mundo como mueve el mago oculto entre bambalinas los hilos de los personajes escénicos. Cada astro es asistido por un ángel; ricos y pobres responden al designio de Dios; éste delega en el monarca su autoridad y, por encima de él, en el Papa, monarca universal; las leyes naturales son extensión de las divinas y modificables por ellas (milagros); fuera de la verdad y el orden de Dios, cualquier otro es in-tolerable y perseguible con todos los medios (tortura y muerte incluidos): no existen más derechos humanos que la ley de Dios; ningún pensamiento posee consistencia sin el aval de la autoridad divina; nada escapa a su providencia, si no llueve a tiempo recurrimos a la oración ‘para pedir la lluvia’; las palmas bendecidas protegen nuestra vivienda, el agua bendita nuestros campos y ganados; en la batalla…”detente, bala, el Corazón de Jesús está conmigo”, rezaba un ‘detente’ (así se llamaba), estampa sobre fieltro cosido a la guerrera de soldados franquistas… Antiguas o actuales estas perlas son testigos vivos de nuestro mundo heterónomo colgado ‘del de arriba’.
Lenaers explica que esta cosmovisión multisecular de dos mundos paralelos se funda inconscientemente en una convicción axiomática, es decir, en un presupuesto que no es evidente pero que durante toda la historia ha explicado el cosmos.
Y no sirve ridiculizarlo, ni siquiera tal vez despabilar a los buenos parroquianos. Desde los orígenes el ser humano busca explicación y amparo en medio de la realidad misteriosa y tremenda que lo envuelve, lo desborda y asusta. Sin otras claves a mano se remite a un mundo superior del que cree depender. Esta cosmovisión parece común a las culturas de todos los tiempos. Razón por la cual la Modernidad, surgida coyunturalmente en Europa, las interpela a todas sin excepción. Al margen de que ciertos retoños espurios -sobre todo el individualismo egoísta que es a lo que el cristianismo habría tenido que corregir de la ilustración- hayan hecho estragos, y por ende, indispuesto contra ella, por ejemplo, a las más genuinas culturas populares latinoamericanas, la convergencia de todas las culturas con lo nuclear de la Modernidad es insoslayable.
2.- AUTONOMÍA. Contra la cosmovisión heterónoma chocó el axioma del movimiento ilustrado. Igualmente, sin evidencia empírica la razón crítica no soporta el sobre-naturalismo heterónomo. El humanismo renacentista combinado con la eclosión de las ciencias de la naturaleza (el telescopio descubre leyes físicas donde había ángeles) han permeado la cultura de autonomía, cual discreta levadura, pese a casi tres siglos de acérrima oposición de la más poderosa de las iglesias.
Baste un ejemplo resaltado por Lenaers. Las ciencias naturales alumbraron primero la hipótesis, hoy tesis segura, del proceso evolutivo multisecular del cosmos. Pues no, rotundamente no, clama Roma. Para el más reciente Catecismo de la Iglesia católica[1] (¡700 páginas!) no existe evolución y lleva razón la letra del Génesis: hubo una primera pareja creada santa e inmortal. Perdió estos dones por un pecado que se ha transmitido genéticamente a sus descendientes[2]. Pero ‘o felix culpa’ que nos mereció la venida de Yahvé Hijo cuyo sacrificio nos rescató. En la negación de la evolución asienta Roma toda la secuencia dogmática. Muy sintomático a estas alturas.
Pero hay más. El pensamiento tradicional disimuló el agujero de su ignorancia mediante el axioma hererónomo del ‘mundo de arriba’ cuyos derechos inviolables juzgaron nefastos y sacrílegos los recién emergentes “derechos humanos”. ¿Por qué no fueron éstos proclamados hasta que no rodó por tierra la sagrada cabeza de Luis XVI?
Roma se sobresaltó ante las libertades democráticas que nada bueno auguraban a su poder y, así, emplea todo el siglo XIX en estigmatizar la “peste” de…la libertad de conciencia, de expresión, de asociación, de cultos religiosos, etcétera. Aún no ha firmado el Vaticano la Declaración Universal de los Derechos Humanos, desterrados por supuesto de puertas adentro. ¡De nuevo, muy sintomático!
Lenaers no tiene tiempo de explicar que el mundo europeo del siglo XVIII se mantuvo cristiano y hasta católico (así Diderot, prohombre de la Enciclopedia). No explicita por qué más que el fuerte racionalismo de la Modernidad fue la chata y desmedida intransigencia de las iglesias el caldo de cultivo del ateismo: el dios infantilizante y absurdo de aquellas se hizo intolerable. Algunos, creyentes sinceros, construyeron un sistema bastante razonable de creencias, el llamado teísmo. Pero no advirtieron su insuficiencia para la tradición evangélica de un Dios que no está ‘arriba’ pero sí en la ‘hondura’ de los seres.
3.- TEONOMÍA. La autonomía del cosmos no es absoluta porque en tal caso se desvanecería la consistencia honda y la ultimidad de sentido de lo real. “La autonomía, lejos de conducir a la muerte de Dios, lleva irrecusablemente a la muerte de aquel insuficiente dios-en-el-cielo, pues era ésta una representación humana del Dios que se revela en Jesús”. Representación “demasiado humana, en todo caso, inútil para la modernidad”, añade el autor.
Lo que sí es claro para Lenaers -por más que, añado yo, los teólogos más progresistas no parecen consecuentes con la Ilustración- es que Dios NO INTERVIENE desde fuera en la realidad, ni de forma extraordinaria (milagros) ni de forma alguna. No puede intervenir el que está dentro, en el corazón de lo real haciendo que sea lo que es.
Parecería que Lenaers hubiera estado de alguna manera ‘mareando la perdiz’ en tema tan espinoso. Mas, por fin, parece que no puede más y al fin de capítulo suelta la andanada:
“Si las intervenciones en el orden del cosmos se han vuelto impensables (…) entonces una concepción de Jesús sin padre humano tampoco es pensable, y por lo tanto quedan en desuso expresiones y artículos sagrados de la fe como ‘concebido por obra del Espíritu Santo, nacido de la Virgen María’. Pero también ‘al tercer día resucitó de entre los muertos’. Porque también esto supone [¿seguro que sí? pregunto] una intervención de Dios en el orden cósmico. Y lo que vale del Credo, también hay que decirlo de la Sagrada Escritura desde la cual cristalizaron estos artículos”.
De nuevo alguien se queda sin respiración… Quien no ‘se atreva a pensar’ que abandone el curso.
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Algunos interrogantes:
- - Lenaers distingue entre lo “correcto” o coherente dentro de un axioma determinado y lo “verdadero” (lo auténtico, lo de valor existencial, enriquecimiento de vida), es decir, lo válido con independencia del axioma adoptado. ¿Afirma Lenaers el relativismo de la ‘doxa’ mientras se mantenga la ‘práxis’?
- - En la misma línea de preocupación: En matemáticas es tan válido operar dentro del sistema decimal como del binario. Lenaers lo equipara al doble axioma, el heterónomo y el autónomo. En estos últimos ¿vale tanto uno como otro? ¿Sería la explicación del aparente ‘desfase’ del autor en su pastoral rural?
- - Lo cual nos lleva a preguntarnos por qué es preciso abandonar el axioma heterónomo y adoptar el autónomo ¿sólo para que nos entienda la gente (lenguaje) o también porque el heterónomo es menos verdadero (contenido)?
- - Más explícitamente: ¿qué más da militar en el Opus Dei, neocatecumenales, Legionarios de Cristo, o en las comunidades de la Teología de la Liberación si todos dan frutos de piedad y caridad? ¿Quién se aproxima más a la verdad de Dios [¡!] (no quién es más santo [¿?]), Ratzinger o Juan XXIII, Madre Teresa u Oscar Romero, Escrivà o el abbé Pierre?
[1] Puede consultarse este Catecismo y el Compendio en la páginaVatican.va.
[2] Como ejemplo de lo dicho véase el número 390 del Catecismo: “El relato de la caída (Gn 3) utiliza un lenguaje hecho de imágenes, pero afirma un acontecimiento primordial, un hecho que tuvo lugar al comienzo de la historia del hombre (cf. GS 13,1). La Revelación nos da la certeza de fe de que toda la historia humana está marcada por el pecado original libremente cometido por nuestros primeros padres (cf. Cc. de Trento: DS 1513; Pío XII: DS 3897; Pablo VI, discurso 11 Julio 1966). Se reconoce el uso de imágenes (serpiente, manzana…). Pero se habla de hechos históricos, de un pecado “libremente cometido” por la primera pareja.
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