miércoles, 22 de octubre de 2008

OTRO CRISTIANISMO ES POSIBLE 01

HABLAR SIN DARSE A ENTENDER


Si tú hablas y yo no te entiendo, si yo hablo y tú no me entiendes… ¡no nos entendemos! La constatación es de Perogrullo ¿no? Sí, pero ¡qué lamentable drama cuando los interlocutores son la iglesia y la sociedad que no entienden sus respectivos lenguajes y cada día se dan más la espalda. El desastroso desenlace de tal desencuentro es la ruina de la estatua del sueño de Nabucodonosor, la iglesia, que pronostica nuestro autor.

Para colmo, la incomunicación por defecto del lenguaje se ha trasladado al interior de las comunidades cristianas. Conservadores y progresistas, las dos principales tendencias de la iglesia, son los dos mellizos a la greña en el vientre de la bíblica abuela Rebeca. El mellizo conservador nos acusa de traicionar la gran tradición, nosotros le reprochamos ese ‘idioma oculto’ que ni se entiende ya ni interesa a la sociedad. El problema del lenguaje es decisivo y transversal en este libro de Lenaers.

1.- LENGUAJE. Para el autor el lenguaje se entiende de modo muy amplio: desde las expresiones litúrgicas a los conceptos doctrinales, es decir, todo lo que sirve a la iglesia para comunicarse y transmitir un mensaje. Si la comunicación es buena se transparenta a Dios, si es deficiente Dios queda secuestrado.

Transmitir con lenguaje actual, sí, pero ¿comunicar qué? Porque la relación entre envoltorio y contenido varía en el tiempo y con el cambio de cultura. Así ¿no resulta sospechosa nuestra pretendida compresión a dos mil años de distancia cultural de tantos textos bíblicos? “Quien me ve a mi (Jesús) ve al Padre”… ¡J…, maestro cómo te explicas! decía el chascarrillo.

En un grupo de jóvenes, apenas cristianos, mencionamos el concepto de Reino de Dios ¿qué tipo de rey les sugiere ese término, el rey de España, el déspota Luis XIV o Jesús de Nazaret? “Las palabras pierden el contenido antiguo, pues adquieren un nuevo significado [con lo cual) se vuelven completamente incomprensibles”, dice el autor.

No se favoreció la adaptación del lenguaje, primero manteniendo insensatamente el latín, luego diciendo hoy lo mismo que oían los primeros cristianos.

2.- Los CONTENIDOS, es decir, las verdades expresadas, los dogmas ¿Es verdad que éstos no pueden cambiar? Es lo que parece asegurar la tradición. Los conservadores aceptan que lo implícito de la Biblia se explicite como emerge la encina de una bellota. Engañosa imagen de la evolución dogmática. La verdadera evolución ¿no es aquella en que de las amebas originarias llegan a producirse monos y homínidos? Sin esta perspectiva realista de evolución doctrinal ¡hay que ver a qué malabarismos mentales fuerza la doctrina tradicional! Hasta hace cuatro décadas se aseguraba que “fuera de la Iglesia no hay salvación”, hoy se acepta que todas las religiones son caminos de salvación (ver Teología del pluralismo religioso, de J.M.Vigil, en Atrio). Lenaers va a revisar, pues, en capítulos sucesivos varios dogmas, uno tras otro.

3.- Un SEÍSMO. En esta evolución el mundo cristiano occidental ha soportado un seísmo descomunal, un período singular que arranca en el siglo XV con el renacimiento humanista, continúa con la Ilustración (con el núcleo buena de ella, claro) y…aún no ha concluido (la postmodernidad ¡no niega la Modernidad!). Se la ha calificado de revolución copernicana, cambio de época, tiempo axial, se la ha equiparado en importancia a la revolución del neolítico. Y semejante mutación cultural ¿no afectaría al cristianismo? La jerarquía católica aún no lo ha digerido, es bien consciente de sus consecuencias y juega a avestruz. Lenaers reconoce a la Modernidad una importancia decisiva: las ciencias modernas, la cultura, la política autónoma, el pensamiento racional comienzan a emerger emancipados de la teología. De esta mutación han derivado grandes males pero sus beneficios son irrenunciables. Despunta, pues, ya un nuevo mundo de pensamiento al margen de la Iglesia en la cual “su imagen del mundo y de la humanidad, así como la imagen de Dios mismo, se han quedado en la Edad Media, mientras que la sociedad occidental se aleja de ésta a una velocidad cada vez mayor”, dice Lenaers concluyendo que el lenguaje cristiano ha quedado como “idioma extranjero para la gente que siente y piensa de acuerdo a los tiempos modernos”.

De aquí nacen las tensiones internas en la iglesia entre conservadores y progresistas, los dos mellizos que se pelean en el seno de la abuela Rebeca.

Sin desvelar más de su pensamiento Lenaers nos pone en guardia: la mutación de la Modernidad exigirá bastante más que revisar “el centralismo romano, la democratización del autoritarismo eclesiástico, el acceso de la mujer al sacerdocio, el derecho a votar en la elección de obispos o la supresión del celibato obligatorio…” Será preciso revisar la visión total del mundo, “el mundo de los pensamientos y representaciones”. “Sin esta renovación (de la modernidad) la iglesia no tiene ningún futuro en el mundo moderno”. ¿Tenían alguna conciencia de esto sus feligreses rurales del Tirol?

El viejo y prudente Lenaers percibe que a más de uno se le entrecorta la respiración y, por ello, le aconseja “no lo leas (este libro), si no tienes ningún problema con la Iglesia católica romana, con su manera de pensar y de hablar… De lo contrario te vas a enojar y no poco” (¡Caray! ¡el que avisa no es traidor!) Nos preguntamos de nuevo ¿cómo actuaría nuestro simpático párroco en el pueblito montañés? ¿habló o se calló? Y si habló ¿cómo crees tú que lo haría? ¿cómo lo harías tú según vas leyendo el curso?

De nuevo nuestro amigo deja clara su intención dirigiéndose a aquellos que están a punto de tirar al bebé con el agua del baño y a aquellos que, como él mismo, han vivido las formas de la iglesia de antes pero ahora “viven una postura ambivalente respecto a ésta, en una mezcla de amor y rechazo”.

Uuuuuuf ¡qué fuerte! ¿qué hacemos, cerramos el libro o seguimos con él?

Responde antes, por favor, a una pregunta: ¿has percibido en este capítulo algún punto de inflexión de especial importancia?



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