Juan Masiá
Sin caer en la trampa del dilema entre pro-life y pro-choice, bastantes personas (incluyendo representantes con responsabilidades parlamentarias de diversa pertenencia, confesional o aconfesional, así como de diversa afiliación partidista dentro del espectro político), preocupadas seriamente por proteger la vida, la dignidad y los derechos de cada ser humano, coinciden en buscar la via media para debatir serenamente. Con el deseo de apoyar su discernimiento, propongo el siguiente decálogo de criterios éticos.
1. Buscar convergencia pro-persona en posturas divergentes ante el aborto.Posturas opuestas pueden, sin embargo, coincidir al afirmar que el aborto no es deseable, ni aconsejable; que hay que unir fuerzas para desarraigar sus causas; que nadie debe sufrir coacción para abortar contra su voluntad; y que debe mejorarse la educación sexual para prevenir el aborto.
2. No confundir delito, mal y pecado Rechazar desde la propia conciencia el mal moral del aborto puede ser compatible con admitir la posibilidad de que, en determinadas circunstancias, las leyes no lo penalicen como delito. El apoyo a esas despenalizaciones no tiene que identificarse necesariamente con favorecer el aborto a la ligera, ni considerarlo deseable para la mujer.
3. No ideologizar el debate, ni política ni religiosamente. Evitar agresividad y violencia contra cualquiera de las partes y no hacer bandera ideológica de esta polémica por razones políticas o por razones religiosas. Ni deja de ser un mal moral cuando la ley no lo penaliza, ni la razón de considerarlo mal moral depende de una determinación religiosa.
4. Dejar margen para excepciones inéditas en situaciones confictivas. Las situaciones límite no deberían formularse como colisión de derechos entre madre y feto, sino como conflicto de deberes en el interior de la conciencia de quienes quieren (incluída la madre) proteger las vidas de madre y feto. En los casos trágicos no hay soluciones prefabricadas. Las campañas de mal gusto –por ambos extremos, pro-abortistas y anti-abortistas- no ayudan al debate.
5. Acompañar personas antes de juzgar casosNi las religiones deberían enarbolar banderas de excomunión, ni las presuntas posturas defensoras de la mujer deberían jugar demagógicamente con la apelación a derechos ilimitados de ésta para decidir sobre su cuerpo en supuesta colisión con la exigencia de respeto por parte del feto. El aconsejamiento moral o religioso puede acompañar a las personas en sus tomas de decisión, pero sin decidir en su lugar ni condenarlas.
6. Comprender la vida naciente como proceso. La vida naciente en sus primeras fases no está plenamente constituída como para exigir el tratamiento correspondiente al estatuto personal, pero eso no significa que pueda considerarse el feto como mera parte del cuerpo materno, ni como realidad parásita alojada en él. La interacción embrio-materna es decisiva para la constitución de la nueva vida naciente y merece el máximo respeto y cuidado: a medida que se aproxima el tercer mes de embarazo aumenta progresivamente la exigencia de ayudar a que éste se lleve a término. Para evitar confusiones al hablar de protección de la vida, téngase presente la distinción entre materia viva de la especie humana (p.e., el blastocisto antes de la anidación) y una vida humana individual (p.e., el feto, más allá de la octava semana).
7. Confrontar las causas sociales de los abortos no deseados. No se pueden ignorar las situaciones dramáticas de gestaciones de adolescentes, sobre todo cuando son consecuencia de abusos. Sin generalizar, ni aplicar indiscriminadamente el mismo criterio para otros casos, hay que reconocer lo trágico de estas situaciones y debatir ampliamente sobre cómo abordar el problema social del aborto, cómo reprimir sus causas y cómo ayudar a su disminución.
8. Afrontar los problemas psicológicos de los abortos traumaticosEs importante prestar asistencia psicológica y social a aquellas personas a las que su toma de decisión dejó cicatrices que necesitan sanación. No hay que confundir la contracepción de emergencia con el aborto. Pero sería deseable que la administración de recursos de emergencia como la llamada píldora del día siguiente fuese acompañada del oportuno aconsejamiento médico-psicológicos.
9. Cuestionar el cambio de mentalidad cultural en torno al aborto. Repensar el cambio que supone el ambiente favorable a la permisividad del aborto y el daño que eso hace a nuestras culturas y sociedades.
10. Tomar en serio la contracepcion, aun reconociento sus límitaciones.
Fomentar educación sexual con buena pedagogía, enseñar el uso eficaz de recursos anticonceptivos y la responsabilidad del varón, sin que la carga del control recaiga solo en la mujer. Sin tomar en serio la anticoncepción, no hay credibilidad para oponerse al aborto; hay que fomentar la educación sexual integral, que abarque desde higiene y psicología hasta implicaciones sociales, e incluya suficiente conocimiento de recursos contraceptivos, interceptivos y contragestativos.
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