Arriesgada propuesta
de los dominicos holandeses
ante la escasez de presbíteros
Joaquín Perea González. Presidente del Consejo de Dirección de
Iglesia Viva. Instituto Diocesano de Teología y Pastoral–IDTP. Bilbao
La escasez de presbíteros para servir a las comunidades, especialmente
en la celebración eucarística, es un fenómeno creciente desde el Concilio Vaticano II, tanto en nuestro país como en todos los del occidente cristiano. Las “soluciones” que se le están dando (supresión de parroquias, agrupación de las mismas en unidades pastorales, celebraciones dominicales de la palabra presididas por ministros laicos, importación de presbíteros de países excedentarios)pertenecen, según muchos, a la política del “parcheo” o
del avestruz, que no quiere abordar la cuestión en su raíz. El vivo debate abierto por los dominicos holandeses acerca de este problema merece ser conocido por nuestros lectores. Los orígenes y el contexto de un documento explosivo El verano del año pasado los dominicos de la provincia holandesa
enviaron a todas las parroquias del país (aproximadamente 1.300) un breve folleto bajo la propia responsabilidad de la provincia dominicana con el título Iglesia y ministerio en el que presentaban una serie de propuestas acerca de cómo habían de reaccionar las comunidades cristianas ante la falta de presbíteros. El texto se remontaba a una iniciativa del capítulo provincial de junio de 2005 que deseaba tener a su disposición un estudio teológico y pastoral sobre el tema de las parroquias sin presbítero. El capítulo había sido requerido por algunos grupos de dominicos para crear un equipo de trabajo con la tarea de “estudiar los aspectos teológicos de la cuestión acerca de si la celebración de la eucaristía depende del ministerio de varones ordenados o si es posible que la comunidad eclesial o pastores nombrados por ella celebren la eucaristía”. Este estudio debía desembocar en un documento “que indique una orientación y que los dominicos holandeses ofrecen a
del capítulo provincial; el correspondiente grupo de trabajo fue compuesto por cuatro dominicos. El texto que presentaron fue aprobado por la dirección de la provincia holandesa que cuenta en el presente con unos 90 miembros. Los datos sociológicos sobre el catolicismo holandés muestran un descenso en picado en todos los frentes. En los últimos cuarenta años la secularización ha pulverizado un modelo eclesial floreciente y cargado de
esperanzas. La reducción del número de católicos al 25% de la población va unida a la pérdida de relevancia de
dominicales se realizan con ausencia de presbítero; por otra parte la yuxtaposición de eucaristías presididas por un presbítero y celebraciones de la palabra con distribución de la comunión por parte de colaboradores pastorales laicos produce confusión en mucha gente. Y todo ello, a pesar de la decisión de algunos obispos de admitir la entrada de presbíteros de otras
naciones y de suprimir parroquias. El que los dominicos de expresión neerlandesa hagan aportaciones a la discusión acerca del ministerio en
Ahí se resume el recorrido realizado en muchos ámbitos eclesiales, en particular en el frente del diálogo y de la colaboración ecuménica, que el episcopado no alcanza a ver o no quiere ver. El contenido del documento En el prólogo se dice que el folleto no ha sido pensado como “línea de principio o
directriz, ni como una toma de posición doctrinal o como un manual, sino como contribución a un debate renovado en un nivel más profundo”. Debería ayudar a encontrar salidas del actual callejón e iniciar en lo posible una consulta “que podría hacer avanzar la experiencia de fe de muchos”.La publicación a la que nos estamos refiriendo parte de un análisis de la situación presente en muchas comunidades (sin ofrecer cifras) y habla de una “diferencia fundamental” entre el modo de ver y la praxis de los “portadores oficiales de la autoridad”,por una parte, “que buscan proteger la actual forma de ministerio presbiteral con menoscabo del derecho de los fieles de acceder a la eucaristía”, y, por otra parte, la praxis de aquellos “que cada semana cargan con la responsabilidad de la celebración en su comunidad”. Las diócesis quieren parroquias clericales, las parroquias por el contrario quisieran, si se les diera esa oportunidad, que haya en medio de ellas ”presbíteros ordenados y laicos, igualmente hombres y mujeres, que del mismo modo son llamados y están activos”. Se desearía que los laicos puedan presidir las celebraciones comunitarias, después de una adecuada selección y una preparación específica.Mirando al futuro, las comunidades tienden a prever que puedan escoger de su interior hombres y mujeres que, con la bendición del obispo, puedan guiar las comunidades y celebrar la eucaristía. Tales personas, escogidas por la comunidad, saben que deben compartir el ministerio con toda la comunidad, hasta la pronunciación todos juntos de las palabras de la institución eucarística. Esas expectativas tienen su punto de inserción en la sensibilidad conciliar, aunque el cambio institucional propiciado por ella se ha convertido en “una maniobra olvidada”.
El vuelco de la visión piramidal de
3. Deberían dejar que la comunidad exprese la propia creatividad litúrgica.
4. Es también importante que tengan un talento flexible para la organización, con la capacidad ¡para individuar las tendencias nuevas y válidas que brotan en la comunidad”.El documento se cierra con una “petición
urgente”: se invita a las parroquias, “a darse cuenta de lo que está en juego en la actual condición de emergencia debida a la falta de presbíteros célibes ordenados, y a tomarse –y a ser autorizados a tomarse– aquel espacio de libertad, que es justificada teológicamente, para escoger su propio dirigente o equipo de dirigentes de su interior”. Y prosigue: “Sobre la base de la prioridad del pueblo de Dios sobre la jerarquía –explícitamente declarada en el Concilio Vaticano II– se podría esperar del obispo diocesano que confirme tal elección después de la debida consulta por medio de la imposición de las manos. Si un obispo rehusara tal confirmación u ‘ordenación’ basándose en argumentos que no afectan a la esencia de la eucaristía, como por ejemplo, el celibato obligatorio,las parroquias pueden estar seguras de que pueden celebrar una eucaristía genuina y real cuando se reúnen para la oración y para compartir el pan y el vino”.El documento dirige a las parroquias una invitación a comportarse de este modo con gran dosis de coraje y de confianza en sí mismas.Es de esperar que, estimulados por esta práctica relativamente nueva, los obispos puedan en el futuro comportarse de acuerdo con su misión de servir y eventualmente confirmar los dirigentes de las comunidades locales en su oficio. Los autores terminan
apelando como argumento a favor de su propuesta de solución a las afirmaciones del Vaticano II, así como a las publicaciones de teólogos y expertos en pastoral que han aparecido desde el Concilio. Una encendida discusión .El documento desencadenó una tempestad. La rápida difusión del texto por Internet suscitó la atención de los obispos que intervinieron inmediatamente logrando de la dirección de la orden la cancelación de una
jornada de estudio programada por la provincia dominica holandesa sobre el tema del documento. Pero muchos grupos y asociaciones se mostraron dispuestos a recoger el guante lanzado y a discutir sus temas y propuestas.
En una primera breve reacción a la publicación del folleto
dirección romana de los dominicos el presidente de
la aprobación de los obispos. La dirección de la orden en Roma por su parte en una primera toma de posición calificó el folleto como “sorpresa” y tomó distancias de la solución indicada. Se comparten ciertamente las preocupaciones de los hermanos holandeses, pero se manifiesta la opinión
de que “ni el método utilizado de difusión del folleto, ni las soluciones en él propuestas son saludables para
argentino Carlos Azpíroz Costa, dirigió una carta “a todos a quienes se ha enviado el documento ‘Iglesia y Ministerio’ publicado por la provincia holandesa de los dominicos”. En ella se dice que la curia general de la orden, después de discusiones con los hermanos holandeses, considera necesario
hacer pública una posición oficial de respuesta.No está en la competencia de los dominicos holandeses convocar a una actuación pastoral que esté en contradicción con la praxis de
postura fue hecha pública el 20 de enero del presente año.
El dictamen de H. Legrand
El comentario del P. Legrand subraya con insistencia no sólo la seriedad del problema eclesiológico de comunidades que no tienen presbítero, sino también la legitimidad de discutir acerca de ello en
para lograr que se realicen los deseos concretos de una reforma asequible.
Esta pretensión aleja la posibilidad real de ordenar presbíteros a hombres casados. “Aquel que quiere que todo se modifique, ¿no contribuye a que nada se modifique?” En cuanto a la propuesta clave teológico pastoral, Legrand mantiene que el documento “de ninguna manera demuestra su afirmación central según la cual la tradición, el Vaticano II y el estado actual de la teología fundamentan la autenticidad de una eucaristía celebrada por cristianos elegidos de la comunidad, pero no ordenados por el obispo. (…) La orden de predicadores, mucho más que las facultades de teología, ¿cómo podría aprobar la conclusión de un documento que, en clara contradicción con la doctrina católica, llama al conjunto de las parroquias del país y del mundo entero a pasar a la acción”, esto es, a una celebración presidida indiferentemente por hombres o mujeres, homosexuales o heterosexuales,
casados o célibes? Esto significa cerrar toda posibilidad de debate y emprender una acción destinada al fracaso. En el plano doctrinal hay otras cuestiones aun más serias. Afirmar sin matices la visión piramidal de
que permanecen hasta hoy en la fórmula del “nosotros”, así como las posiciones teológicas más comunes que consideran que la ordenación presbiteral no produce una “transformación ontológica”. La falta de precisión teológica oscurece afirmaciones que podrían compartirse, como la demanda de participación de los fieles en la elección de los ministros ordenados, aun siendo bien conscientes de que la elección no significa necesariamente ordenación. Pero no es de recibo en absoluto la pretensión de que las comunidades locales puedan celebrar una eucaristía “real y auténtica” en contraste con la voluntad del obispo. “Celebrar la eucaristía
fuera de la comunión eclesial y contra el obispo del lugar ha sido entendido desde los orígenes como la instauración de un cisma y su signo por excelencia”. El dictamen saca una drástica conclusión. “Una comunidad local que se decidiera a seguir la invitación del documento, optaría por una eclesiología que daría la espalda a la eclesiología del pueblo de Dios, hasta el punto de disolverse en una secta”. Las llamadas a celebrar la eucaristía fuera del vínculo de comunión con los obispos “no están fundadas ni sobre el Vaticano II ni sobre las investigaciones teológicas. En vano se buscará un solo texto del Vaticano II como fundamento de la acción preconizada en el
documento. Ni su letra ni su ‘espíritu’ legitiman la celebración eucarística oponiéndose al obispo en ese mismo acto”. A pesar de su crítica, Legrand concede que el documento tiene razón al subrayar que todavía no se han traducido a la práctica todas las consecuencias eclesiológicas legítimas del
Concilio Vaticano II. Según el último concilio el estatuto actual del presbítero no es el único posible. En este contexto llama la atención acerca del número 16 del Decreto conciliar sobre los presbíteros, donde se lee que el celibato “no es exigido ciertamente por la naturaleza misma del sacerdocio, como aparece por la práctica de
podría ser cambiada por la autoridad eclesial. En la carta de acompañamiento del Maestro general de los dominicos al dictamen de Legrand se dice que la orden está abierta a tomar en consideración soluciones alternativas para los graves problemas con los que se ven confrontados los cristianos de Holanda y de otras partes de la tierra. De todas formas la búsqueda de soluciones debe moverse en el interior de la fe de
El debate continúa En los cuatro últimos decenios la discusión acerca del ministerio presbiteral no se ha calmado en
de criterio práctico si
actual”. Como continuación de sus trabajos Juan Pablo II publicó en la primavera de 1992 la encíclica Pastores dabo vobis en la que se afirma que “el conocimiento recto y profundo de la naturaleza y misión del sacerdocio ministerial es el camino a seguir para salir de la crisis sobre la identidad sacerdotal” (n. 11). Sobre el tema del celibato asegura que “el Sínodo no quiere dejar ninguna duda en la mente de nadie sobre la firme voluntad de la
Iglesia de mantener la ley que exige el celibato libremente escogido y perpetuo para los candidatos a la ordenación sacerdotal en el rito latino” (n. 29). Por tanto, nada de lo sugerido por H.Legrand sobre la posibilidad de replantear la cuestión del celibato. Dieciséis años después de la encíclica papal la búsqueda de una solución a la crisis de falta de presbíteros en el marco de la fe de
interpretación “sustancialista” de la diferencia entre ordenados y laicos, porque tal visión es, por desgracia, ampliamente compartida en
bien aceptados y apoyados por los propios parroquianos. Incluso si se trata de mujeres, no hay dificultades especiales en aceptar que ellas sean las líderes de la parroquia. Sin embargo, ninguna cuestión es tan difícil teológica y pastoralmente como todo lo que se refiere a la celebración de la eucaristía. Lo que habitualmente se realiza es una celebración dominical en ausencia de presbítero, que consiste en la escucha de las lecturas de
con regularidad para mantener la conciencia de comunidad cristiana. Desde un punto de vista teológico ello tiene una dimensión muy positiva: es el descubrimiento de la presencia de Cristo en la comunidad, que se hace cada
vez más clara aun sin la presencia presbiteral y sin la eucaristía. Parece como si las comunidades prefirieran hacer una celebración con la propia comunidad más que ir a otro lugar donde hubieran podido escuchar la plegaria eucarística presidida por un presbítero. Y aquí viene la cuestión candente. Esta situación, en la medida en que se confirme, suscita un interrogante muy serio. Con esta reducción de la disponibilidad de la eucaristía por parte de los fieles, ¿no estamos asistiendo a la extinción del sacramento que para los cristianos es el corazón de la vida comunitaria?Las celebraciones de
Los miembros de parroquias sin presbítero que se sienten satisfechos de la actual situación muestran una falta de adecuada formación sobre la eucaristía. No hemos logrado ayudar a las personas a captar realmente la importancia de alabar y dar gracias a través de la plegaria eucarística, a valorar la presencia de Cristo en la verdadera celebración de la eucaristía; no hemos desarrollado un trabajo adecuado para suscitar amor a la celebración como tal, a la auténtica “actio liturgica”. Digámoslo de forma que puede parecer hiriente pero que es objetivamente real: con ese proceder afirmamos como Iglesia que renunciamos a la eucaristía dominical para todas las comunidades cristianas tal como Jesús nos ha mandado, con tal de preservar el celibato. Es una triste conclusión. Y ello sin entrar en otra dimensión del problema, la de los presbíteros que tienen que gestionar esta situación. Los curas recorren kilómetros en coche o a pie de una parroquia a otra, agotándose y sin sentirse encarnados en una comunidad concreta. El recurso a los jubilados es una falsa solución: aparte de que su permanencia no será muy prolongada, su capacidad de animar una celebración con creatividad e impulso se encuentra muy reducida. En otros lugares los líderes laicos se ven constreñidos a llamar al primer cura disponible, el cual no siempre se armoniza bien con aquella comunidad a la que llega catapultado. Cuando los presbíteros no viven en las comunidades,
no comparten los acontecimientos de la vida de las personas, no tienen tiempo de conocerlas. El servicio de “predicadores itinerantes” es un desafío para los propios curas. La repetición de la acción sacramental aquí y allí hace que las celebraciones se realicen de manera rutinaria y mecánica, no se vive lo nuclear del acontecimiento entre sacramentos y comunidad. Cuando un ministro queda separado de la vida de la comunidad, se pierde una parte sustancial de su significado. Los propios curas están preocupados porque les parece que se convierten en magos de los sacramentos y que lo que celebran no tiene vínculos reales con la experiencia vivida de la comunidad. Los sacramentos se convierten en actos mágicos que suceden cuando llega el cura. Por consiguiente, hay que dejar sentado que la vida sacramental de las parroquias sin presbítero resulta precaria e incierta en el próximo futuro. Sin embargo, lo que permanece constante es la fidelidad del laicado. Los laicos continuarán yendo hacia delante frente a las adversidades. Probablemente, gracias a su acción,
torno al documento de los dominicos holandeses con una última reflexión. En todo el asunto hay que señalar un aspecto positivo: la novedad del método que se ha seguido en todo este proceso que puede sintetizarse así.La Congregación para
1 comentarios:
La fecha es de Mayo del 2009. Lo acabo de leer,dos años después.Por favor ¿alguien me puede decir cómo siguió o acabó todo ésto?
Probablemente éste sea uno de los caminos que puedan contribuir a empezar a solucionar los problemas de la Iglesia. No me refiero solo a las cuestiones que plantean, sino a que empiecen a tomar en cuenta la opinión de los católicos que vemos con preocupación que si no hay un cambio importante en la rigidez de la organización interna se la Iglesia ,desaparecerá o quedará
reducida a una secta, como algunas personas dicen.
¿pueden colgar un texto para que lo pueda leer?
Me interesa bastante.
gracias.
Carmen.
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