Hola, amigas, amigos:
El cuarto domingo de Pascua se conoce en la iglesia católica romana como el “domingo del Buen Pastor” y se celebra la jornada mundial de oración por las vocaciones. Fue el domingo pasado: leímos el evangelio del buen pastor y rezamos por las vocaciones. Miento, yo no recé por las vocaciones. No al menos en el sentido habitual del término “rezar” y del término “vocaciones”.
¿Qué se entiende en general por “rezar”? Se entiende pedir a Dios, como si Dios necesitara ser informado de nuestra necesidad; pedir a Dios, como si su dar dependiera de nuestro pedir insistente; pedir a Dios, como si Dios fuera un pequeño señor que gusta de hacerse rogar para así crecer. Así solemos pedimos entre los humanos: un niño pide chuches a su madre, un súbdito pide permiso al patrón, un mendigo pide limosna al que pasa. Pero a Dios no le podemos pedir así.
De modo que yo no “recé” por las vocaciones. Y no sólo porque pienso que, por muy humano que sea pedir, no necesitamos pedir nada a Dios -El se da enteramente, El es puro don, y orar es recibirlo y ofrecerlo a los demás-, sino también porque considero que la Iglesia no necesita “vocaciones” en el sentido habitual del término. Es que, al decir “vocaciones”, la inmensa mayoría de los cristianos católicos piensa en sacerdotes, monjas, religiosos…, gente que posee un estatus especial y un rango superior en la Iglesia. Si no, mírese de qué se habla enwww.vocacion.org . O léase la definición de “vocación” en el Diccionario Real de la Academia Española, fiel reflejo de la enseñanza tradicional y de la praxis mayoritaria de la Iglesia: “Inspiración con que Dios llama a algún estado, especialmente al de religión”. No es, pues, casual que se haya puesto la jornada de oración por las vocaciones en el “domingo del buen pastor”. Se sigue pensando en una Iglesia de ovejas y pastores. La Iglesia necesita ovejas, y las ovejas necesitan pastores.
Es verdad que el lema de la jornada de este año podía entenderse de otra forma: “La vocación al servicio de la Iglesia comunión”. Pero no, seguía significando lo mismo de siempre, y Benedicto XVI se encargó de dejarlo muy claro en su homilía: “Todos los bautizados están llamados a contribuir en la obra de la salvación. Ahora bien, en la Iglesia hay algunas vocaciones especialmente dedicadas al servicio de la comunión. El primer responsable de la comunión católica es el Papa, sucesor de Pedro y obispo de Roma; con él son también custodios y maestros de unidad los obispos, sucesores de los apóstoles, ayudados por los presbíteros. Pero también están al servicio de la comunión las personas consagradas y todos los fieles“. “Todos los fieles” también, por supuesto, pero al final y en montón. Los que no tienen vocación especial que reseñar son simplemente “fieles”, o “laicos”, y son los de abajo, son los últimos, no son nadie. O son ovejas. Y conviene que sean muchas, para que así clérigos y religiosos sigan teniendo una tarea “sagrada”, un “estado” especial, un rango superior. Para que los sacerdotes sean pastores del rebaño y los religiosos, “consagrados a Dios” por sus votos, sean sus modelos.
Pues bien, yo no quiero una iglesia de ovejas y pastores. Jesús no la quiso. Yo no quiero vocaciones para seguir manteniendo una Iglesia de clérigos pastores y de laicos pastoreados, ni una iglesia de “religiosos” dedicados a Dios y “seglares” dedicados al mundo. De modo que, si hubiera que pedir, pediría que no hubiese tales vocaciones que dividen la Iglesia en tres, que separan a Dios del mundo y segregan a los clérigos de la masa de los “laicos” y a los religiosos del montón de los “seculares”.
Pienso que a Jesús no le gustaría hoy pedir a Dios vocaciones de pastor. ¿Pero acaso no habló Jesús de ovejas y pastores? Seguramente lo hizo. Jesús era albañil, pero Nazaret era una pobre aldea campesina, situada en una ladera a veces verde y a veces reseca, y la estampa del pastor que cuida unas pocas ovejas le era tan familiar como la del sembrador que siembra a voleo, y todo le sugería parábolas de la vida, parábolas de Dios. Y Jesús sabía que la oveja es un animal gregario y que a donde va la primera siguen las demás y que, en cualquier caso, no tienen más remedio que someterse a la vara o al perro del pastor. Y sabía también que todo pastor, por bueno que sea, vive de sus ovejas y tarde o temprano las sacrifica. Sí, pero por eso mismo tantas veces corrigió la imagen, diciendo que sólo es buen pastor el que da la vida, no el que la quita, y diciendo también: “No llaméis a nadie padre (¡cuánto menos“papa”!), no llaméis a nadie señor (ni “monseñor”), no llaméis a nadie maestro. Todos vosotros sois hermanos” (Mt 23). No sois ovejas, no necesitáis pastores. Sólo Dios es pastor, pero muy diferente de los pastores.
Pienso, pues, que la iglesia católica romana debiera superar de una vez el concepto clerical o gregario-pastoril de iglesia y de vocación, y haría bien en suprimir la Jornada de oración por las vocaciones o, cuando menos, trasladarla al domingo de las Bienaventuranzas o al de la mujer samaritana, para celebrar la secreta llamada que atrae e impulsa a todos las personas y a todos los seres: la mujer interina que no tiene otra cosa, la que vende periódicos cada mañana para sacar adelante a sus pequeños, el maestro que enseña y ayuda a crecer, la flautista que hace hablar al Indecible, el bombero, la médico, la catequista, el párroco, el monje de monasterio, la monja misionera, el mirlo que canta, el haya que verdea al sol bajo el cielo azul…
Pienso que las Congregaciones Religiosas debieran dejar de gastar tantas energías -de gastarlas inútilmente o de gastarlas mal-, y debieran dedicar sus “agentes liberados” y sus mejores equipos no a buscar y atraer “vocaciones” para sobrevivir -¿no resulta patético?-, sino a algo más estimulante: a dar aliento y consuelo a las gentes allí donde están y como son, a enseñarles no solamente a ser lo que elijan sino también a elegir lo que son, a ayudarles a vivir lo que viven y hacen como vocación santa de Dios, a animarles -como dice Jesús- a “entrar y salir por la puerta“, a entrar para sentirse seguros y salir para ser libres.
¿Y qué hago entonces yo, “religioso franciscano” y además “sacerdote”? Me lo he preguntado muchas veces. Cuando “profesé los votos” y “fui ordenado”, a mis 26 años, yo tenía todavía los esquemas eclesiales del pasado (a pesar de que ya corría el año 1978 y habían pasado tantas cosas). Diez años más tarde, mis esquemas habían sufrido (más bien gozado, aunque no sin sufrir) una profunda transformación. ¿Por qué sigo, pues, siendo “religioso franciscano” y “sacerdote”? No tengo ninguna razón contundente, y tengo algunas razones ambiguas para seguir siendo lo que soy, estando donde estoy, haciendo lo que hago. Cuando celebro la eucaristía con casulla desde lo alto del altar mayor, cuando comparto la vida con 34 frailes -de virtudes y defectos muy normales casi todos, de extraordinaria calidad humana unos pocos: más o menos como en todas partes-, cuando miro el convento-santuario en que vivo con 34 varones, me siento una extraña reliquia de tiempos remotos. Pero aquí me ha conducido mi historia, y no tengo otra, ni sé cuál hubiera podido ser. Y amo mi presente con sus luces y sus dudas, y no reniego de nada del pasado, pues forma parte del presente que soy y quiero amar. Ciertamente, no me reconozco en la definición que la teología y el Derecho Canónico siguen ofreciendo del “sacerdocio” y de la “vida religiosa” y de sus “votos”, pero ahora mismo no me parece lo más importante. Soy en gran parte una forma caduca, pero en ella puedo vivir -en parte, no del todo- lo que realmente me gusta y me llena por dentro. Yo en esta forma, cada uno en la suya.
De modo que tampoco tengo razones importantes para colgar los hábitos y cambiar de rumbo, porque quiero seguir viviendo -vivir más- aquello lo que vivo y me hace vivir, y creo que puedo vivirlo estando donde estoy y siendo lo que soy: hermano de mis buenos hermanos de fraternidad, amigo de mis buenas amigas y amigos, mediocre profesor de teología, y hasta “sacerdote” y “franciscano” con tres votos y muchas contradicciones. Quiero asumir en paz todas mis contradicciones y seguir caminando libre, y estar abierto. Allí donde esté, quiero poder decir: “Dios es mi pastor, nada me falta. Me conduce hacia fuentes tranquilas, y repara mis fuerzas”.
Y donde digo “Dios”, ponga cada uno el nombre que quiera, o no ponga ninguno. Más allá de todos los nombres, Dios lo llena todo, y todo lo ensancha. Dios es intimidad y anchura. Quiero respirar a Dios e infundir algo de su aliento. Quiero inspirar y expirar el Espíritu de Dios que, como escribía san Justino en el s. II, “es la alegría de Dios y el adorno de las criaturas”. Quiero decir, como Francisco de Asís: “Mi claustro es el mundo”. Quiero seguir a Jesús aunque sea a enorme distancia. Quiero pronunciar con mis palabras y ojalá también con mi vida algo de sus Bienaventuranzas. Quiero vivir en la Gran Comunión y aportar un granito de trigo y un granito de uva para la inmensa comunión divina de todos los seres. Y me alegra pensar e incluso sentir de alguna forma que ésa es la vocación de todos los seres humanos con religión o sin ella, en una iglesia u otra. Y la vocación de los animales de la tierra y de las aves del cielo y de los peces del mar, en todos los planetas, en todas las galaxias. Todos los seres son hermosas palabras que Dios pronuncia. “Dios dijo y existieron”. Y a todas las atrae con su secreta vocación y las va transformando de forma en forma. Que sigan existiendo, siendo lo que son, viviendo lo que viven, dejándose llamar y pronunciar por Dios. Son sacramento de Dios cada una en su forma.
Amigo, amiga: vive lo que eres y lo que haces como vocación divina. Vive en la paz de Dios.
1 comentarios:
Pero usted se fué. O volvió a los orígenes, al evangelio de verdad.
Llevo mucho retraso, como podrá observar si ve la fecha de entrada de este comentario.
Pero, ¿sabe qué? Está haciendo mucho más por la iglesia fuera de su orden que dentro de ella. Al menos yo lo veo así, claro que no entiendo mucho de ésto.
La inmensa mayoría de los europeos somos cristianos, aunque a muy pocos les gusta como actúa la cúpula de la iglesia. Parece que a ésta se le olvida algo importante: que la Iglesia somos todos ¿no?
Mucha suerte.
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