Para mí el Año sacerdotal se ha clausurado ya a las vísperas de su apertura, cuando fue dada a conocer la Carta del Papa a los sacerdotes, en la que se enfatiza el papel de Juan María Vianney, el santo cura de Ars, a los 150 años de su muerte, haciedo hincapié en todos los aspectos de una teología y una espiritualidad a los que se debe precisamente la gran crisis en que nos encontramos como cristianos y como Iglesia católica. Quede claro que la culpa no es del cura de Ars, que ha sido hijo de su época, sino de quienes conciben o sugieren tales documentos.
En la susodicha Carta se retoma un florilegio de citas de la predicación de Juan M. Vianney, para ofrecerlo a los curas de hoy, con la voluntad hasta demasiado evidente de volver a la teología y espiritualidad de hace dos siglos, en lugar de hacer un diagnóstico, aunque sea a grandes rasgos, del estado actual de los clérigos y ofrecer ayuda para hoy día y el futuro.
Aparte de una fugaz referencia a "situaciones, nunca bastante deploradas, en las que la Iglesia misma sufre por la infidelidad de algunos de sus ministros" no vemos ningún intento en la Carta - ní una invitación a hacerlo - de analizar la situación de crisis que llevó a una caída de las vocaciones y al abandono del ministerio por parte de muchos presbíteros.
En realidad el papa emplea palabras más explícitas en la homilía de la liturgia de apertura del Año sacerdotal: "Nada hace sufrir más la Iglesia cuánto los pecados de sus pastores, sobre todo de los que se convierten en 'ladrones de las ovejas', o porque les desvían con sus privadas doctrinas, o porque les aprietan con lazos de pecado y muerte" (19-6-2009).
Se ve claramente el intento de señalar y zaherir a los teólogos que tratan de traducir su fe en categorías comprensibles al hombre de hoy. Se cree una vez más tener soluciones pre-confeccionadas - que se traducen sustancialmente en una vuelta a la tradición, es decir al pasado -, sin el ánimo y la cordura de afrontar los problemas de raíz.
Oyendo, en primer lugar, a los interesados: una verdadera escucha, libre y capilar, de los sacerdotes de todo el mundo. Hoy en día existen instrumentos que permitirían hacer todo esto en tiempos rápidos y con costes hartos contenidos. ¿Por qué debería el Vaticano decir cómo tienen que ser y cómo tienen que actuar hoy los presbíteros, apoyándose en el estilo de vida y en las piadosas sugerencias de un cura de casi hace dos siglos?
He oído un obispo hacer el panegírico de las palabras del cura de Ars mencionadas por el Papa en su Carta. Respeto su convicción, pero no puedo hacerla mía. Esas citas me parecen totalmente inadmisibles, tanto desde el punto de vista teológico como litúrgico y espiritual, en el contexto de hoy. Por si existen dudas, voy a transcribir aquí algunas, para que se vea la impresión que pueden provocar en un cristiano que ha experimentado el proceso conciliar:
“El Sacerdocio es el amor del corazón de Jesús”.
“¡Oh, qué grande es el sacerdote! Si se diese cuenta, moriría… Dios le obedece: pronuncia dos palabras y Nuestro Señor baja del cielo al oír su voz y se encierra en una pequeña hostia…”
“¡Después de Dios, el sacerdote lo es todo!”
“Sin el sacerdote, la muerte y la pasión de Nuestro Señor no servirían de nada. El sacerdote continúa la obra de la redención sobre la tierra… ¿De qué nos serviría una casa llena de oro si no hubiera nadie que nos abriera la puerta? El sacerdote tiene la llave de los tesoros del cielo: él es quien abre la puerta; es el administrador del buen Dios; el administrador de sus bienes…”
“Todas las buenas obras juntas no son comparables al Sacrificio de la Misa, porque son obras de hombres, mientras la Santa Misa es obra de Dios”.
“¡Qué grande es el amor de nuestro Dios que le lleva incluso a olvidar voluntariamente el futuro, con tal de perdonarnos!”
“Le diré cuál es mi receta: doy a los pecadores una penitencia pequeña y el resto lo hago yo por ellos”.
También su castidad era la que se pide a un sacerdote para su ministerio. Se puede decir que era la castidad que conviene a quien debe tocar habitualmente con sus manos la Eucaristía y contemplarla con todo su corazón arrebatado y con el mismo entusiasmo la distribuye a sus fieles (Benedicto XVI, ib.).
“Jesucristo, cuando nos dio todo lo que nos podía dar, quiso hacernos herederos de lo más precioso que tenía, es decir de su Santa Madre”.
Si éstos son los patrones del Año sacerdotal, si éste es el sesgo que nuestra jerarquía ha querido otorgarle, entonces para mí ya está acabado y cerrado. ¡Y tampoco echaré de menos las indulgencias plenarias anexas! Otra enormidad, en la que el Vaticano insiste para reconducir la Iglesia católica a un lamentable pasado y ampliar aún más el "cisma sumergido" en el que están instalados muchos de sus miembros.
Padre Ferdinando Sudati, teólogo y escritor
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