viernes, 13 de abril de 2012

EXPRESARSE

TRANSMITIR LA BUENA NOTICIA HOY

Joaquín Solá

Soy un “cristiano viejo” de 72 años. Educado en la Fe y que quiere morir en la misma. Fe que es un puro don de Dios pero que, además, exige mi esfuerzo intelectual y sobre todo de oración. Y quiero comentar un aspecto concreto de la pastoral en la Iglesia. ¿Qué ocurre en nuestra Iglesia? A mi juicio de creyente de a pie el avance de la humanidad en los dos últimos siglos ha sido impresionante, en todas las ramas del saber y de la técnica. El universitario se vuelve autosuficiente en su búsqueda de la verdad (a través de verdades parciales). Y en ese mundo ha de ser proclamada la Buena Noticia, noticia que tiene su marchamo de veraz en un hecho sorprendente: La Resurrección de un hombre. Predicar esto es difícil, pero existe otro hándicap aún: Cuando Pablo recorre el mundo helenista, predica una fe nueva, original, más o menos asumible (más bien menos) pero que tenía una cualidad esencial, que fue el combustible que hizo arder el mundo grecolatino: el testimonio de unos cuantos que proclamaban su fe en el Resucitado porque lo “habían visto”, y que llevaban su fe a las últimas consecuencias, incluso el martirio. Ahora, la Verdad predicada, además de difícil de digerir, lleva el polvo de interpretaciones hechas con mentalidad de hace siglos, con palabras y expresiones ininteligibles hoy día.

En el año 2.012 no basta la teología tomista-aristotélica. “Sabiendo” los creyentes que Jesús fue resucitado, es preciso que saboreemos en qué consiste ese ser resucitado; “sabiendo” los creyentes que Cristo está presente en la Eucaristía, es preciso que experimentemos qué es ese estar presente. Yo no puedo decir a mi nieto de 16 años que cuando comulga “se come el cuerpo de Jesús”, con sus manos, pies, uñas… (Así nos fue descrita la comunión en los años 40 y conservo algún devocionario de aquella época como prueba). No puedo desvincular la Eucaristía de la Comunión de los Santos, al Resucitado de la Iglesia, de la Comunidad de creyentes.

Tenemos los creyentes hoy un verdadero tesoro: nuestros presbíteros son cada vez más santos, más fieles, más entregados. Y eso es fácilmente contrastable, a poco que uno entre en la vida de las parroquias, movimientos de seglares, etc.

¿Qué ocurre, pues, a mi modesto entender? Pues que el “Magisterio” de la Iglesia, que ciertamente ha de velar por todos sus fieles, tiene mucho miedo a lanzarse al ruedo de la búsqueda de la Verdad: Comprende que han de buscarse nuevas formulaciones de la Verdad inmutable, sabe muy bien que el lenguaje del hombre medieval no tiene nada que ver con el de hoy, pero tiene mucho miedo a que esa búsqueda deje tirado por el camino a mucha gente que se quede sin su “verdad de toda la vida”. Además, tiene la experiencia del Concilio último que, queriendo abrir ventanas, emprender el camino del seguimiento de Jesús, reavivar la Fe, produjo, sí, un verdadero espíritu de renovación en la fe, pero dejando muchos en el camino y no consiguiendo que el Espíritu Santo infundiera su Amor a todos los fieles (o por lo menos lo hiciera de forma semejante).

Ese miedo, legítimo en cuanto humano, ha llevado a la Iglesia a mantener unas posturas ininteligibles e incomprensibles para el hombre moderno, que absorto en sus problemas, se aburre y simplemente prescinde de ese dios que nada le dice. Un ejemplo: ¿De verdad se quiere que el hombre de hoy acepte la doctrina de Pablo de Tarso sobre la mujer, en Corintios I, que atenta (entonces no, ahora sí) a los más elementales derechos humanos? Aparte del argumento de “trágala”, ¿es aceptable hoy la no admisión de la mujer al ministerio del Orden?

Bien claro lo dice la nota publicada por la Comisión episcopal que “advierte” a Torres Queiruga, como bien claro lo dijo el entonces Obispo de Tarazona, respecto a Pagola: la búsqueda de un lenguaje moderno que permita transmitir la Verdad, puede “hacer mucho daño”. Pero olvidan que cercenar ese camino de búsqueda de la Verdad puede hacer tanto o más daño a otros muchos creyentes que nos sentimos obligados a buscar y seguir buscando, no quedándonos en la fe del carbonero. Parece como si se nos dijera: “Vd. busque pero, ojo, que si el camino a que le lleva la búsqueda honesta no se compadece con el sistema en que estamos instalados, su obligación es volver a la fe del carbonero. Y olvidan que es más que improbable que el cristiano a quien, por su inmadurez, pudiera hacer daño la lectura de estos autores, vaya a adquirirlos o a leerlos.

En definitiva, cualquier intento pastoral pasa por comenzar con una reflexión profunda sobre qué Buena Noticia quiero transmitir, qué fundamento tiene esa Buena Noticia y cómo la transmito fielmente, mediante un lenguaje comprensible para el hombre de hoy, aunque sin devaluar un ápice el Mensaje del Reino.

¡Y para eso necesitamos el esfuerzo de todos los teólogos, pero principalmente de aquellos que, asumiendo riesgos, buscan insistentemente ese “repensar” el Misterio, no en cuanto Misterio (que es impensable y por tanto irrepensable) sino en cuanto expresión del mismo.

Confieso con tristeza que, desde que falleció hace unos años mi mentor jesuita, la Comisión de la Doctrina de la Fe de la Conferencia Episcopal es la que más me guía en la búsqueda de autores que me puedan ayudar en mi Fe: los que dicha Comisión pone en su punto de mira (Jon Sobrino, José A. Pagola y, ahora, Andrés Torres Queiruga). ¡Manda narices!


http://www.eclesalia.net 




1 comentarios:

carmen dijo...

Pues sí, mada narices...