Seguimos en tiempo pascual. El tema de este domingo sigue siendo Jesús que vive y da Vida. Esa nueva Vida queda reflejada en las tres lecturas de hoy como conversión y perdón.
El pecado es la única muerte a la que debíamos tener miedo, porque es la única realidad que aniquila la verdadera Vida. Pero pecado es siempre hacer daño a los demás o hacerse daño a sí mismo. Solo cuando hay injusticia y opresión podemos decir con propiedad que hay pecado. Si hay pecado, hay muerte y por tanto, falta de Vida
Todos estamos de acuerdo (incluido el Papa) en que Jesús no volvió a la vida biológica; por lo tanto lo que pasó en Jesús después de su muerte no puede ser objeto de la ciencia ni de la historia.
Una realidad no puede ser a la vez material y espiritual. Si Jesús recuperó su cuerpo, necesariamente tiene que estar en el tiempo y en un lugar. Si decimos que su cuerpo es espiritual (Pablo lo dice expresamente), estamos afirmando que no hay cuerpo. Si no es cuerpo, no se puede constatar por los sentidos y no puede caer dentro del ámbito de lo histórico.
Esta realidad, en sí misma, no se puede constatar históricamente, pero los efectos que produjo en sus seguidores, sí pueden ser constatados por la ciencia y por la historia. Solo a través de esos efectos podemos enterarnos de que Jesús sigue vivo y está dando vida a la comunidad. Esto es lo que los textos nos quieren transmitir.
La aparición a los once es narrada, por todos los evangeli¬stas, aunque de muy distinta manera. Un verdadero relato lo encontra¬mos solo en Lucas y Juan. Recordemos que son los dos últimos en escribir su evangelio, y por eso nos trasmiten relatos muy elaborados teológicamente.
En los textos más antiguos se habla siempre de (ôphthè) “dejarse ver”. Es este un término técnico, que normalmente se traduce por aparecerse, aunque no es una traducción adecuada.
Para que veáis la dificultad de traducir esa palabreja, basta tener en cuenta que…
• Pablo la utiliza en 1 Cor, 15 para decir que Cristo se apareció a Cefas, a Santiago y a Pablo; y en 1 Tim 3,16, para decir que se apareció a los ángeles.
• La misma palabra es empleada para decirnos que Moisés y Elías se “aparecieron” junto a Jesús.
• También se utiliza para designar las lenguas de fuego que “aparecieron” sobre la cabeza de los apóstoles.
• En el discurso de Esteban, Dios se “aparece” a nuestro padre Abrahán.
En los relatos más tardíos, se tiende a la materialización de la presencia, tal vez para contrarrestar la duda, que se destaca cada vez más. En Mateo se duda que sea el Cristo; en Lucas y Juan se duda de que sea Jesús de Nazaret.
La materialización y la duda están relacionadas entre sí. Cuando los testigos de la vida de Jesús van desapareciendo, se siente la necesidad de insistir en la corporeidad del Jesús resucitado. Caen en la trampa en la que nosotros seguimos aprisionados: confundir lo real con lo que se puede constatar por los sentidos. Hoy sabemos que la verdadera realidad no es lo sensible, sino lo espiritual.
En el evangelio de Lucas que acabamos de leer, Jesús aparece de improviso, como había desaparecido después de partir el pan en Emaús. Se presenta en medio, no viene de ninguna parte. En el relato que precede de Emaús, había dejado claro que Jesús se hace presente en el camino de la vida, en la Escritura y en la fracción del pan. Aquí se hace presente en medio de la comunidad reunida. Esto lo tenía ya muy claro la primitiva iglesia cincuenta o sesenta años después de la muerte de Jesús, cuando se escribió este evangelio.
“Llenos de miedo”. No tiene mucha lógica el terror manifestado, si tenemos en cuenta que los discípulos ya habían recibido el anuncio de las mujeres, la confirmación del sepulcro vacío por parte de Pedro, y una aparición al mismo Pedro que el evangelio menciona, pero no relata. En ese mismo momento en que aparece Jesús, los de Emaús les estaban contando lo que les acababa de pasar.
Si a pesar de todo, siguen teniendo miedo, quiere decir que no fue fácil comprender que la Vida puede vencer a la muerte. También nos advierte de que, lo que se narra, no pudo ser una invención de los discípulos, porque no estaban nada predispuestos a esperar lo sucedido.
Es curioso: en Juan, los discípulos reunidos tienen miedo de los judíos; en Lucas, tienen miedo del mismo Jesús que se les aparece.
“Creían ver un fantasma”. El texto se empeña en que tomemos conciencia de lo difícil que fue reconocer a Jesús. Los que acaban de llegar de Emaús caminan varios kilómetros con él y cenan con él sin conocerle. Incluso Magdalena pensó que se trataba del hortelano.
¿Qué nos quieren decir estas acotaciones? Era Jesús, pero no era él.
En el relato de hoy se dice: “Esto es lo que os decía mientras estaba con vosotros”. ¿Es que en ese momento no estaba con ellos?
Estas incongruencias nos tienen que abrir los ojos. No es tan sencillo descubrirlo, pero los textos nos quieren decir mucho más que la simple narración de un suceso.
“Mirad mis manos y mis pies, palpadme”. Las manos y los pies, prueba de su muerte por amor en la cruz; y de que ese Jesús que se deja ver ahora, es el mismo que crucificaron. Una vez más se insiste en la materialidad de lo narrado. Es importante dejar claro que no se trata de fantasías o ilusiones de los discípulos. En absoluto estaban predispuestos a creer en la resurrección, más bien se les impuso contra el común sentir de todos ellos.
Esto da plena garantía de autenticidad a lo que nos quieren trasmitir, aunque al empaquetarlo en una narración, tenemos el peligro de quedarnos en la materialidad.
No les importa la falta de lógica del relato. Un refrán escolástico dice: “Lo que prueba demasiado no prueba nada”. Cuando desapareció Jesús ¿qué pasó con aquel trozo de pescado que comió?
“Así estaba escrito” Otra característica de Lucas es la insistencia en que se tienen que cumplir las Escrituras. Esto es muy interesante, porque todos los salmos que hablan del siervo doliente terminan con la intervención de Dios que se pone de su parte y reivindica su justicia.
En las primeras comunidades, todos eran judíos; no tenían otro universo religioso para interpretar a Jesús que su Escritura. A pesar de que Jesús dio un paso de gigante sobre las Escrituras a la hora de decirnos quién es Dios, ellos siguen echando mano del AT para poder interpretar su figura.
Al insistir en que las Escrituras se tienen que cumplir, nos están diciendo que todo está bajo el control de Dios. No son los enemigos de Jesús los que se han salido con la suya, sino que el plan de Dios se cumple a través de los acontecimientos por muy adversos que se puedan presentar. Hoy sabemos que este afán por descubrir en las Escrituras lo que después pasó en Jesús, no pasa de ser una interpretación acomodaticia.
“Mientras estaba con vosotros”. Indica con toda claridad que ahora no está con ellos físicamente. Estas son las pistas que tenemos que advertir para no caer en la trampa de una interpretación literal.
Jesús está presente en medio de la comunidad. Su presencia es objeto de experiencia personal, pero no caen en la tentación de creer que sea la misma presencia de la que disfrutaron cuando vivía con ellos.
Jesús es el mismo, pero no está con ellos como antes. Está con ellos, come con ellos se relaciona con ellos, pero no de la misma manera que lo hacía cuando andaba por los caminos de Galilea.
Tampoco pensemos que esta presencia es de inferior categoría. Esta presencia de Jesús en medio de la comunidad es mucho más real que antes. Ahora es cuando descubren al verdadero Jesús.
También el encargo de predicar la buena noticia se apoya en las Escrituras. La buena nueva es la conversión y el perdón. Las otras dos lecturas de este domingo apuntan en esta dirección.
Si pecado es toda opresión, el dejarse matar antes que oprimir a nadie es la señal suprema de que el pecado está superado.
La buena noticia de Jesús es que Dios es amor. Su experiencia del Abba nos tiene que tranquilizar a todos. El amor de Dios es incondicional por su parte. Pero en la primera lectura, Pedro, y en la segunda Juan, nos recuerdan que somos nosotros los que fallamos en la parte que nos corresponde para hacer nuestro ese amor de Dios.
(Hch 3,13-19) “Arrepentíos y convertíos para que se os perdonen los pecados”.PRIVATE
(1 Jn 2,1-5) “Quien dice: yo le conozco, y no guarda sus mandatos, es un mentiroso y la verdad no está en él.”
Para terminar, recordemos la última diferencia notable entre Lucas y Juan. En Juan, sopla sobre ellos y les confiere el Espíritu. En Lucas les promete que se lo enviará. La diferencia es solo aparente, porque el Espíritu ni tiene que mandarlo ni tiene que venir de ninguna parte. Es una realidad espiritual que está siempre en nosotros. Podríamos decir que llega a nosotros, cuando lo descubrimos, y vivimos su presencia.
La epístola de Juan tiene que hacernos reflexionar. Quien dice: yo le conozco y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso. Está claro que no habla de un conocimiento teórico, sino de una identificación con él.
Una erudición exhaustiva sobre la figura de Jesús, no garantiza una vida cristiana. Aceptar con escrupulosidad todos los dogmas, no dará seguridad ninguna de verdadera salvación en Jesús. No se trata de conocer mejor a Jesús, sino de nacer a la Vida que él vivió y desplegarla con la mayor intensidad posible.
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