viernes, 30 de abril de 2010

¿CREEN EN DIOS LOS CIENTÍFICOS?

Roger Corcho

Razón y fe parecen difíciles de compaginar, pero no siempre es así. Hay un considerable número de científicos que son creyentes. Para ellos, la ciencia y la religión se ocupan de parcelas complementarias de la realidad

Se acaba de conceder el premio Templeton al biólogo evolutivo Francisco Ayala por conciliar ciencia y fe. Ayala es un científico prestigioso, conocido en Estados Unidos sobre todo por haberse opuesto con firmeza a los grupos conservadores que pretendieron imponer la teoría pseudocientífica del diseño inteligente como alternativa al darwinismo.

De origen español y nacionalizado estadounidense, Ayala tiene profundas convicciones religiosas, opuestas al fundamentalismo y a la lectura literal de la Biblia. Considera que ciencia y fe se ocupan de parcelas distintas y complementarias de la realidad. La ciencia trata sobre procesos naturales, mientras que problemas como el significado de la vida recaen del lado de la religión.

Los límites son precisos: ni la fe puede ocuparse de cuestiones materiales ni la ciencia puede inmiscuirse en lo supernatural. Tesis parecidas son defendidas también por Francis Collins, que fue uno de los directores del Proyecto Genoma Humano. Para este médico, los descubrimientos científicos, en realidad, nos aproximan a dios.

Frente a discursos conciliadores como éste, investigadores como el zoólogo Richard Dawkins o el físico Steven Weinberg han plantado cara a la religión por considerarla enemiga de la razón y del progreso. Además de promover el ateísmo con campañas publicitarias, o de organizar encuentros como la Convención Global Atea -celebrada en Melbourne a mediados de marzo de 2009 -, Dawkins es el autor del best seller El Espejismo de Dios, en el que argumenta que la existencia de dios es muy improbable, la fe supone renunciar a pensar, y la religión es malsana e irracional.

Estos intelectuales defienden que los relatos y creencias religiosas suponen un desafío al sentido común, con ángeles que dictan libros, muertos que resucitan, o las 72 vírgenes que esperan en el paraíso a la llegada del terrorista muerto en la yihad. Apuntan que en el momento de inventar paraísos, la imaginación no tiene límites y se sirve de una cacharrería espiritual que incluye milagros y demonios. Para el filósofo estadounidense Daniel Dennett, los dioses monoteístas no son más que rémoras infantiles comparables con Papá Noel. Pero si las creencias y narraciones religiosas no resisten un mínimo análisis racional, ¿por qué están tan extendidas? ¿Por qué creen los seres humanos en ideas tan absurdas?

TODAS LAS CULTURAS. Por otro lado, aunque la religión forme parte de todas las culturas, eso no quiere decir que sea beneficiosa. Según Dennett, «la gripe común se encuentra también en todas partes, pero eso no significa que sea buena para nosotros».

Existen estudios científicos multidisciplinares del fenómeno religioso que han señalado, por ejemplo, que la religiosidad no es un rasgo meramente ambiental, sino que existe una carga genética y unos rasgos cognitivos que predisponen hacia lo sobrenatural. También se ha demostrado empíricamente que la religiosidad incrementa la confianza y favorece las conductas altruistas, da sentido a la vida y atenúa el miedo y el sufrimiento. Para Lionel Tiger, nuestro cerebro habría creado la religión para disminuir el estrés y la incertidumbre; las iglesias serían «fábricas de serotonina» (neurotransmisor que inhibe la agresividad y la pulsión sexual), instituciones creadas por el cerebro para sobrellevar con más éxito el hecho de vivir.

Estos datos dan a entender que el ser humano obtiene numerosos beneficios de la religión, lo que explica su fuerza y arraigo en todas partes del mundo (con la excepción de algunos países europeos como Suecia). Por contra, los ateos constituyen una minoría desorganizada y poco militante. En el caso español, las encuestas del CIS confirman que el 6% de los españoles es ateo, lo que es previsible por el éxito de las procesiones de Semana Santa. A nivel mundial no existen estudios definitivos. Dependiendo de la fuente y de la encuesta consultada, las cifras van desde un 2% hasta un 10% de población que se declara atea.

Sin embargo, entre la comunidad científica estos valores se invierten. En un estudio realizado en 1914 por el psicólogo James Leuba, una mayoría de científicos estadounidenses se declaró atea. Cuando focalizó su estudio exclusivamente al conjunto de científicos más prestigiosos, el número de ateos subió hasta el 70%. En 1996 se repitió la misma encuesta con resultados semejantes, y con una coincidencia interesante: al estudiar a la elite de los científicos, solo el 7% afirmó ser creyente. Es decir, lo inverso a cuando se analizan las creencias de la población estadounidense.

Estas cifras cuestionan los citados discursos bienintencionados que armonizan ciencia y fe: aquéllos que se dedican a la investigación científica y al conocimiento sistemático del mundo son propensos de forma abrumadora -aunque con excepciones- a rechazar la existencia de entidades sobrenaturales o a creer en la inmortalidad.

Si el ser humano tiende naturalmente a la religión, no puede explicarse por qué tantos científicos sean ateos. Sería precipitado, sin embargo, concluir que la formación intelectual actúa como un escudo contra la religiosidad. Según la Encuesta Mundial de Valores (World Values Survey) de 2005, que contiene datos sobre las creencias religiosas según el nivel educativo del encuestado, el porcentaje de ateos entre las personas con estudios universitarios (14,8 %) es inferior al de las personas con estudios secundarios (17,2 %).

¿Es la religión una infección mental que tiene cura? ¿O es una necesidad natural? Los sociólogos Lois Lee y Stephen Bullivant afirman, con las encuestas en la mano, que la tesis ilustrada -«Donde reina la Razón, Dios se retira»- queda impugnada y que la segunda alternativa no tiene sentido por el alto índice de ateos presente en algunas comunidades y países.



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