jueves, 14 de octubre de 2010

LA POSADA DE LOS ABRAZOS

UNA RED DE CASAS AUTOGESTIONADAS QUE ACOGE A PERSONAS EXCLUIDAS SOCIALMENTE

“Abrimos espacios para quien venga”
Charlamos con algunas de las integrantes de esta red de acogida que apoya especialmente a mujeres que tratan de escapar de relaciones de maltrato.

Soraya González Guerrero, en el periódico 'Diagonal'

“Mamita, es el deber suyo saber qué hacer con su vida y cuidarse, yo no le puedo estar diciendo cada semana que su derecho es salir... Le pongo la cita el jueves, cuando yo pueda, no cuando la señora le diga”. Quien habla es Amparo Pimiento, fundadora del proyecto bilbaíno La Posada de los Abrazos, miscelánea de casas con las puertas abiertas a las personas excluidas socialmente, donde se les atiende como personas con derechos. Al otro lado del teléfono una joven boliviana que trabaja como interna en Barakaldo cambia por sexta vez la cita con Amparo para entrar en la Posada. Necesita un espacio para vivir porque se siente muy ahogada; en la casa donde trabaja como interna no le dejan salir.

Las personas que llegan a esta Posada se han enterado por el boca a boca y si se quedan es porque lo eligen. Buscan un lugar donde vivir dignamente y sentirlo como su casa; algo difícil de encontrar en los dispositivos institucionales de acogida. Son personas con momentos vitales diversos: con problemas graves de salud y adicción, mujeres y hombres migrados con pésimas condiciones de trabajo y existencia y, cada vez más, mujeres que tratan de escapar de relaciones de maltrato. “Aquí abrimos espacios, estamos abiertos a la gente, venga como venga, si viene deshecha, con hijos o hijas”, puntualiza Amparo. Esta aguerrida exiliada colombiana lleva el timón de la Posada desde que se abrió la primera casa en el año 2003. Cáritas le propuso la idea de una posada social autogestionada a Amparo y desde entonces, junto con un equipo de personas, da paso a la acogida de personas que solicitan espacio en la Posada. Primero se entrevista con ellas y, si hay sitio en alguna de las cinco casas en red, se consulta al resto de compañeros de piso y se acomoda el espacio.

Compromiso con una misma
Cada casa es un núcleo de convivencia donde se negocian las normas colectivamente y cada quien aporta económicamente en función de su condición física y económica. Las personas que deciden entrar no tienen fecha de salida, el único requisito es querer y saber participar. “Empezamos con un discurso de toma de conciencia. Nosotros no entramos con el ‘no a las drogas’. Decimos que vivimos en colectivo y que hay dos espacios que cuidar: el paisaje colectivo, que tiene que ser cuidado y mimado por todos y todas; y el paisaje individual, que es nuestro cuerpo, nuestra alma y nuestra cabeza, ése lo tiene que cuidar el 90% cada uno y el 10% el resto les colaboramos... Se trata de defender el espacio y eso lleva a cada una a comprometerse consigo misma y con el otro y la otra”, “, nos explica Amparo, que entiende que esa el mejor forma de prevenir el consumo de drogas.

Una red de colectivos detrás
Un núcleo duro de personas comprometidas acompañan a la Posada a nivel financiero, humano y político. La asociación de mujeres Isaera de Deusto es la que viste las casas: cubre los gastos de ropa de cama y su limpieza a través de una lavandería asociativa del barrio, también ofrecen una comida los jueves y han conseguido entre sus redes sociales trabajos para las personas que habitan la posada. Las chicas de la Posada que trabajan en el servicio doméstico o sufren maltrato son asesoradas jurídicamente por la Asamblea de Mujeres de Bizkaia y, desde que se abrió una casa para mujeres que sufren violencia machista, Mujeres del Mundo ha acompañado a la Posada. También están las organizaciones de cristianos de base como Itaca, Comunidades de Vida Cristiana (CVX) que han hecho un fuerte aporte.

Amparo califica la respuesta de la sociedad vasca, cuando en 2004 se incendió una de las casas de la Posada, como “extraordianaria”. Incluso el gobierno donó dos viviendas y el Ayuntamiento otras dos, pero -matiza Amparo- “no hizo más que cumplir su deber, reconocer el trabajo y legitimar el derecho de ciudadanía a un fragmento de la población”. Sin embargo, en este momento, los recortes sociales a nivel estatal y las fuertes exigencias burocráticas están afectando a la Posada: “No podemos entrar en la perspectiva de propuesta del Estado, lo que llaman la ‘ventanilla única’, porque no tenemos los requisitos, piden pisos que tienen que tener tantos metros, tener ascensor... y nuestros pisos, en su mayoría, no tienen ese requerimiento arquitectónico que piden, por eso nos excluyen”.

Migradas que escapan de la violencia
Desde hace dos años y medio, a la Posada acuden mayoritariamente mujeres migradas. “Son mujeres que al partir tienen un proyecto de vida: vender su fuerza de trabajo en las tres áreas que les dejan: la prostitución, el trabajo doméstico y los cuidados de niños, personas enfermas y ancianas. Llegan con toda su capacidad de aporte, pero también con dolor, porque venimos fragmentadas, hay mujeres que dejan a sus hijos allá”, explica Amparo en primera persona como exiliada colombiana.

En la Posada se las acoge y acompaña en el manejo de ese dolor y el duelo de la partida. Para Amparo es clave devolverles la responsabilidad que tienen con ellas mismas: “Tratamos de hacerles entender que el proceso de vida que ellas viven aquí les ha tocado por un problema estructural de pobreza, pero que ellas tienen que ponerse como protagonistas de la historia. Y no permitir que ese protagonismo se lo quite el trabajo ni tampoco sus familias, porque si ellas no existen tampoco van a existir sus familias. Por ejemplo, con las remesas a veces les decimos que se guarden una parte, por si no tienen trabajo más tarde; les decimos que si la familia se acostumbra a que manden determinada cantidad luego no va a ser fácil mandar menos dinero”. Algunas vienen con el dolor de la violencia machista como el caso de A.M., que ha solicitado un cuarto para ella y su hija en una de las casas de mujeres de la Posada: “Un día llegué a querer tirarme por la ventana, pero miré a mi hija. Una amiga que está aquí me dijo ‘sal, corre, no te quedes más’. Me escapé y vine aquí. Me ha costado mucho salir, era mi casa, no dependía de la ayuda de nadie. Y llego aquí y no tengo trabajo, no tengo dónde ir, tengo a la niña y el resto de mi familia está en África. Hay momentos en los que me pongo a llorar, otros en los que soy fuerte. Sólo quiero una casa y vivir con mi hija tranquilamente”.

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