lunes, 24 de enero de 2011

COLABORACIÓN EN EL CORAZÓN DE LA MISIÓN COMPARTIDA. conferencia del P. General de los jesuitas, en Valencia

CONFERENCIA DEL P. GENERAL

Introducción

Muchas gracias por la acogida, por su presencia aquí. El presentador acaba de decir que espera una palabra de aliento. Yo ya la he recibido. Su presencia aquí, las palabras del presentador, me indican que hay un interés por la misión en la que estamos todos preocupados, un interés que es anterior a todo lo que se diga, que no es cuestión de palabras, sino que es cuestión de realidad y Uds. son testigos aquí de lo que estoy diciendo.

Es la primera vez que vengo a Valencia, pero al pasar ahora con el coche del aeropuerto a casa, me da la impresión de que yo he visto Valencia antes y resulta que el P. Catret me ha estado enviando “powerpoints” y, de cuando en cuando, cuelga uno de Valencia. Y he visto ya los monumentos, las calles, las plazas, los fuegos…, ya varias veces.

Es un placer, realmente, el saber que no estamos solos en la misión, sobre todo en estos tiempos en los que los números están cambiando y cambiando de una manera dramática. Vemos que los números que cambian son solamente los números de las cuentas que llevamos nosotros. Dios tiene sus números y esos parece que aumentan. Y ustedes son los números que Dios va haciendo en la misión.

Recuerdo de Arrupe

El presentador ha recordado que fue aquí donde el P. Arrupe, en 1973, dijo su famoso: “hombres para los demás”, que luego tuvimos que corregir: “hombres y mujeres para los demás”. En la CG 34 se habló de “hombres y mujeres para los demás y con los demás”. De manera que el sentido de colaboración, y participación en la misma misión, es mucho más central. O sea que ese es el contexto en el que hoy estamos reflexionando.

Resurrección y Misión

Una cosa que a mí me impresiona mucho al tratar de entender en qué estamos envueltos o dónde tenemos nuestras preocupaciones es que la misión, dicho aquí en sentido muy amplio, no las misiones, sino la misión en la que todos estamos empeñados, comienza en la Resurrección. Esto es una consideración que, creo, es importante. El primer fruto de la Resurrección fue afirmar la misión. Por eso, Mateo y Marcos hacen los primeros encuentros con el Cristo resucitado en Galilea, donde Jesús tuvo su misión. Y Lucas y Juan ponen los primeros encuentros en Jerusalén, que es también donde Jesús tuvo su misión. O sea, es la afirmación de la misión el primer fruto de la re-surrección. Y es en torno a esa experiencia que se forma una comunidad de personas que sienten lo mismo, que sienten que lo que ha comenzado en Jesús continúa. Y que su presencia se hace visible y se hace inteligible precisamente donde Él participó de nuestra vida, y de nuestras penas y de nuestras dificultades. Y yo creo que así hemos caminado todos más o menos. Y este encuentro es un encuentro de esperanza porque es un encuentro de Resurrección. Es un encuentro de personas que han visto más allá de las dificultades.

Fe y Justicia

Hubo un tiempo -a lo largo de muchos siglos- en que fe y amor, fe y ayuda mutua, fe y justicia iban tan unidos, tan de la mano que los cristianos se conocían por su capacidad de ser compasivos. “Mirad cómo se aman” era una de las expresiones de los que se asombraban al ver a los cristianos. Una capacidad de ayudar, de compartir. Eso era tan normal que, durante siglos, jamás se ha hecho pro-blema, jamás. No se sabe por qué esta tradición pareció perder evidencia, quizá en el s. XVIII, XIX o XX, por esa época parece que perdió evidencia. Y cuando la cristiandad habló otra vez de fe y justicia, como parte de la visión cristiana, se levantaron voces acusadoras que veían comunismo o activismo en todas partes. ¿Qué ha pasado ahí? Eso es una pregunta que los historiadores tienen que aclarar. Una cosa que durante tantos siglos ha sido lo más natural y vemos que todos los santos, todas las Iglesias, todos los que han vivido realmente el cristianismo en profundidad han tenido siempre un corazón especialmente sensible a los pobres, llega un momento en que eso parece que no; que el preocuparse por los pobres es ideológico, etc.

Hoy día sabemos que la historia espiritual de la humanidad, no solamente el cristianismo sino más allá del cristianismo, la historia espiritual empezó con una búsqueda decidida e intensa de los grandes sabios de entonces por ver cómo se podría reducir la historia del sufrimiento. La gran preo-cupación del budismo, de Confucio, de los sabios del taoísmo, de los místicos del hinduismo, etc., la gran preocupación era cómo reducir el sufrimiento. Es evidente que la humanidad sufre. Es evidente que esto no es lo que la humanidad tiene que ser. En nuestros términos diríamos que es evidente que esto no es lo que Dios quiere. Entonces, ¿qué se puede hacer para reducir el sufrimiento? Y ahí empieza todo un proceso espiritual, que es un proceso de búsqueda religiosa, pero buscando la solución al problema del sufrimiento: ¿cómo reducir la injusticia, la guerra, el dolor? La verdadera religiosidad se preocupa de los sufrimientos y los problemas humanos, porque esos son los problemas que Dios tiene. El problema de Dios es cómo ayudar a la humanidad, cómo reducir el sufrimiento, cómo hacer la vida más humana, más esperanzada, más llena de alegría. Esa es la preocupación que nosotros vemos en la Escritura, de nuestro Dios. Esa es la preocupación que han tenido siempre los hombres espirituales, que han buscado algo más profundo, precisamente para responder a estos problemas humanos.

Fe y Justicia no son dos realidades separadas ni en tensión. No hay tensión ninguna. Las dos fluyen con gran naturalidad, la una en la otra. La fe abre mentes y corazones a otro mundo que nos cambia y nos transforma. Esta transformación no se para en la intimidad de uno mismo, sino que fluye y sigue, es un proceso de transformación que sigue en torno nuestro, en la familia, en la sociedad, en el trabajo, en las relaciones humanas, etc. Hay continuidad total. Como dirían algunos hoy: la esperanza o es de todos, o no hay esperanza. Por eso los problemas actuales nos tocan tan profundamente, porque si negamos la esperanza a un grupo humano nos la estamos negando a nosotros mismos.

Misión compartida

 Esta es la dinámica, creo, que nos ha puesto a todos nosotros juntos delante de Dios y de su mundo, este mundo al que Dios tanto amó, que le dio a su Hijo unigénito. Y por eso hablamos de “misión compartida”, que es el tema de hoy. ¿Por qué “misión compartida”? Porque todos nosotros tenemos la misma preocupación. No hay otra explicación. Todos nosotros bebemos de las mismas fuentes, tenemos una reacción parecida frente al sufrimiento, al problema, a la búsqueda humana por sentido, por significado, por esperanza y por una vida con un poco más de alegría y de humanidad.

Identidad también compartida

La experiencia cristiana y la misión en la que estamos comprometidos contribuyen de modo extraordinario a participar también una identidad profunda. Yo creo que el problema de identidad, si es que lo hay, es un problema de compartir, de participar en lo hondo lo que realmente queremos. Una identidad que nos cohesiona en la misión y nos ayuda a desarrollar juntos servicios, objetivos y dedicación con un foco, con una visión clara y precisa. Esto quiere decir también que necesitamos espacios comunes de encuentro, de reflexión y de planificación. Un equipo apostólico, como somos nosotros, no se improvisa. No me refiero a los jesuitas, me refiero a todos nosotros. Un equipo así no se improvisa. Y no crece espontáneamente en profundidad y discernimiento. Hay que cultivarlo. Para mejor realizar la misión es necesario compartir la misma visión del Reino de Dios y cómo incide positiva o negativamente en nuestro mundo, nuestra sociedad, etc.

Y si la identidad de las personas necesita atención y cuidado, cuánto más la identidad de las instituciones, que en general están más expuestas a una gran variedad de lucha de intereses. Yo recuerdo, cuando ya no era Provincial -empezaba a “funcionar” a nivel asiático-, fui a una reunión de Provinciales a Timor Oriental y allí mi predecesor, el P. Kolvenbach, nos comunicó el resultado de una cierta encuesta que habían hecho en la Compañía sobre la vida de pobreza, etc., Nos dijo los resultados que le habían llegado a él en Roma. Y al final nos dijo -y esa pregunta se me quedó y me sigue a mí hurgando como una pregunta a la que hay que buscar respuesta-. Dijo: “la pregunta que queda sin responder es si una institución puede ser realmente profética”. Y dejó la pregunta en suspenso. Yo creo que es una técnica muy buena para molestar al prójimo. Y nos dejó molestos. Y a mí me ha seguido molestando hasta ahora. O sea, yo sigo preocupado. ¿Cómo se puede hacer una institución profética? Una persona puede serlo, profeta verdadero o profeta falso. Eso es fácil. Pero una institución que tiene tantos intereses, tanta preocupación de presente, de futuro, de tradición, etc. ¿puede ser profética? Yo creo que es una cuestión difícil, pero importante y que entre nosotros, todos tenemos que resolver. Es una cuestión que nos molestará hasta que encontremos una respuesta suficiente.

Al servicio de todos y abiertos a todos.

Cuanto más clara esté nuestra identidad, más apertura podemos tener para colaborar con otros que tengan el mismo corazón y la misma visión. A estas alturas, yo creo que tenemos suficientes experiencias para justificar la apertura a una colaboración mucho más amplia.

En España está pasando de una manera rapidísima lo que está pasando en todo el mundo, que es que España ha dejado de ser -en realidad nunca lo ha sido- monocultural. España nunca ha sido monocultural, pero ni incluso Valencia, desde el tiempo del Cid. Pero el problema del mundo es que hoy ya no hay países, ni regiones que son monoculturales. La inmigración, el encuentro con otras personas que tienen otras perspectivas, otras religiones, otro contexto hace que toda nuestra vida se está haciendo multicultural, pluricultural. Y tenemos que aprender una manera nueva de colaborar y trabajar. Esto lo quiero subrayar porque muchas veces quizá los cristianos tenemos el peligro de pensar que si no son cristianos no podemos hacer nada con ellos. Y yo creo que esto limita mucho las capacidades que podemos tener para servir. En Japón yo tuve una experiencia que me sigue inspirando. Cuando yo visitaba los colegios me gustaba hablar también con los profesores, no solamente con los jesuitas, sino con los profesores laicos. Y recuerdo que en un colegio el profesor Kaneko -me acuerdo del nombre, aunque no les digo qué colegio, para que no salga en la prensa y él lo lea- él me dijo: “quisiera hablar con usted en privado”. Tuvimos una conversación y me dijo: “Cuando yo estaba en la universidad estudiando Pedagogía -yo soy budista y sigo siendo budista- yo estuve estudiando a ver si el budismo tenía una visión de la educación, una filosofía de la educación. Y vi que no, que no tenemos. Entonces me puse a estudiar distintas filosofías de la educación y vi que la mejor filosofía de la educación que yo me encontré en mis estudios universitarios es la educación de los jesuitas. Y entonces yo tenía mucho interés en trabajar en un colegio de jesuitas. Y me admitieron en un colegio de los más prestigiosos que tenemos en Japón nosotros. Y yo estaba muy contento. Y fui al director, un jesuita, y le dije: `Padre, estoy encantado de trabajar en este colegio, ¿qué puedo hacer para ayudar a los jesuitas en la educación del colegio?´. Y para mi desánimo, me dijo: ‘no se preocupe, usted prepare sus clases y todo lo demás, déjelo a nosotros’”. Esto es una falta de visión impresionante. “Veinticinco años más tarde -me siguió hablando este budista-, ahora que hay menos jesuitas me han pedido que les ayude y estoy encantado de la vida. ¡Por fin puedo hacer lo que yo he querido hacer toda la vida!” -y era el vicedirector del colegio-.

Pocos años más o menos por aquel entonces, otro budista de una secta muy militante anticristiana entró en el mismo colegio. Él no dijo nada que era de esa secta, pero una vez dentro del colegio empezó a criticar todo lo que se hacía en el colegio. Sobre todo, que el colegio tuviera una capilla. “Esta capilla, esto es indoctrinación, esto es lavar el cerebro de los niños, esto va contra los derechos humanos”. Criticando todo. Y todos los profesores, cristianos y no cristianos, diciéndole: “¿por qué no te vas a otro colegio?, porque aquí no vas a trabajar feliz”. Pero él no, erre que erre, “yo tengo derecho, a mí me han admitido aquí, yo tengo derecho…” -lo cual es muy poco japonés. Y entonces los profesores le pidieron al anterior budista: “Oye, ¿nos puedes ayudar? Tú eres budista, éste es budista, ¿por qué no nos ayudas?”. Y le convenció enseguida. Le llamó aparte y le dijo: “Oye, tú te estás quejando de la capilla y de lo que hacen aquí los padres con actos en la capilla y tal. Tú no has entendido absolutamente nada. Este colegio, en el momento en que entras en la cancela, ya todo es capilla”, le dijo. Esta es la manera de hablar de los budistas japoneses. Y el joven lo entendió inmediatamente. Y se marchó. En cuanto entras en el colegio, todo es capilla. No solamente cuando vamos a rezar, son las clases, son los deportes, es la manera de tratarnos, es la amistad, son los valores que entran en toda nuestra vida. Esto es educación y esto es cristianismo. Y esto nos lo enseñó este budista. Y corresponde perfectamente a la visión ignaciana y a la visión jesuítica de la educación. Es todo lo que cuenta. No es solamente la capilla. Todo es capilla.

Yo creo que esta identidad profunda es lo que tenemos que buscar en nuestros colaboradores. Nosotros debemos desarrollarla y los que colaboran con nosotros, vengan de donde vengan, si tienen esta visión pueden colaborar, porque entonces pueden contribuir al crecimiento humano y al crecimiento total en una maduración de la persona. Cuanto más clara, por lo tanto, esté nuestra identidad, mejor, pero tiene que ser una identidad abierta.

Tenemos que aceptar también nosotros, cristianos -perdonen que les hable así, pero yo soy cristiano- una ascética del lenguaje, y esto se aplica tanto a jesuitas como a colaboradores, que no es nada fácil. Tenemos que renunciar a querer formular todo lo bueno como cristiano. Creo que eso es un abuso del lenguaje, todo lo inteligente como jesuita o ignaciano. Eso es un abuso del lenguaje. Así, tenemos que formular nuestros idearios, nuestra visión, nuestros valores, nuestra educación en términos que entienda todo el mundo, sencillos, que puedan ser compartidos, que puedan ser imitados, que puedan ser reproducidos por cualquiera. Y eso tendría que ser nuestra alegría, como Moisés, cuando le dicen: “Moisés, ahí hay algunos que están profetizando, ¡cállales!, ¿no?”. Y Moisés dice: “Ojalá todos fueran profetas”. Celotipias y demás historias, eso no sirve para nada. Entonces, se trata de formular nuestros idearios, nuestros valores, nuestra educación en términos que puedan ser inteligibles para todos. Esto hace que nuestros recursos se pongan al alcance de todos.

Es en el mismo Japón, y visitando esos colegios, donde algunos profesores laicos, no cristianos claro, me decían: “estamos encantados porque los jesuitas han organizado ahora cursos de formación de los profesores para compartir con nosotros la misión de la educación. Y eso nos ayuda mucho. Pero, a veces nos perdemos, porque usan una jerga jesuítica que no entendemos. De repente, están hablando y dicen: ‘como dicen los Ejercicios’, ¿qué ejercicios? “. Y eso en japonés es peor, porque la palabra “Ejercicios Espirituales” no existe. Hubo que hacer una palabra que los no cristianos no la han oído nunca. Estando en Corea, era el tiempo de los juegos olímpicos, y los juegos olímpicos se expresa con una expresión que significa “la gran reunión para hacer ejercicio”, al año hubo un congreso eucarístico y este congreso se expresaba con una expresión que significaba: “la gran reunión del Cuerpo Santo de la Eucaristía”. Y la gente decía: “¿Es qué esto son los juegos olímpicos de los curas?”. Esto nos puede pasar en Japón y en Corea de una manera más extrema, pero nos puede pasar aquí también perfectamente. Si usamos una jerga jesuítica o incluso una jerga cristiana, demasiado técnica, hacemos que valores sumamente y profundamente humanos, profundamente compartibles se hacen no compartibles, se hacen específicos, solamente para los iniciados. Entonces el que quiere colaborar con nosotros queda ofuscado por palabras. O sea que ahí necesitamos una ascética, y esto es una verdadera ascética del lenguaje para dar, para no estar en posesión, para no ser los que dominamos el lenguaje, sino los que estamos al servicio de los demás.

Misión y nuestra Espiritualidad 

Una dimensión central de nuestra identidad en la misión es, naturalmente, la espiritualidad. Hay elementos en nuestra vida y nuestro servicio que no son negociables, pero que, a mi juicio, son tan universales que nunca tendremos gran dificultad en proponerlos. Yo conozco jesuitas que trabajan con inmigrantes, que trabajan en un centro social, con voluntarios no cristianos, y que han llegado a la conclusión de que en este centro necesitamos cursos de espiritualidad. Porque los voluntarios experimentan lo que se experimenta ahora en todo el mundo, el agotamiento. Son tantos los problemas, son tantas las necesidades a las que hay que responder que al poco tiempo, se agotan. Falta energía y ahí es donde la espiritualidad viene a dar energía. Entonces, en un centro con no cristianos empezó una serie de sesiones de espiritualidad con gran efecto en nuestros colaboradores no cristianos.

Uno de estos elementos es el hecho que, desde el principio de la experiencia espiritual de Ignacio, hasta nuestros días, han sido siempre centrales en nuestro servicio, en nuestra educación, en nuestra espiritualidad, términos como “crecimiento” y “transformación”. Por eso, yo creo que, desde San Ignacio, los jesuitas se han interesado siempre en la educación porque la educación es un proceso de crecimiento y de transformación. No porque la educación socializa al niño o la niña en una sociedad concreta, con valores muy concretos, sino porque les pone en un proceso de crecimiento y de trans-formación. La espiritualidad ignaciana siempre busca la transformación de la persona.

Relación a la Sociedad

Otra dinámica que va con nuestro servicio es la dinámica siempre abierta de la acción del Espíritu, el Espíritu de Dios, en los términos en que se entienda, que aumenta y se extiende a todos los ámbitos de nuestra existencia: desde la vida interior donde nos encontramos con Dios, hasta la comunidad donde nos comunicamos esta vivencia, y más allá aún, hasta los pobres y la sociedad, donde Dios nos sigue encontrando y guiando. Esto son factores centrales en la espiritualidad ignaciana y creo que son compartibles porque son factores de experiencia.

La profundidad de nuestra fe aumenta nuestro sentido de responsabilidad dentro de nuestra vida social y ciudadana. Precisamente por la fe nos hacemos capaces de una presencia crítica, imaginativa y creadora en medio de nuestro pueblo. La experiencia interior, y los horizontes que el Evangelio ha abierto dentro de nosotros, nos hacen leer críticamente la realidad en que vivimos. No somos piezas de un engranaje mecánico sino que tenemos capacidad de comparar la realidad concreta en que estamos con las alternativas que una visión humanista y creativa del Reino de Dios nos ofrece.

La fe es una fuente de imágenes, de posibilidades y retos para nuestro vivir en comunidad y en sociedad. Quien de veras tiene fe, tiene también imaginación y sabe que la creatividad no es en modo alguno una opción meramente política de cariz subversivo y negativo, sino que es la fuente de una visión crítica de todo lo que disminuye a la persona, a todas las personas, y de una actividad alentadora de los sacrificios y empeños que lleva el hacer realidad un mundo más humano para el futuro.

No hay que decir que la debilidad que todos participamos requiere apoyos en nuestro camino. No basta con buena voluntad. Y el apoyo de grupos, comunidades y organizaciones en que podamos vivir y educar nuestra identidad son de un valor inapreciable. Así la CVX, los Antiguos Alumnos y otras asociaciones parecidas pueden contribuir enormemente a nuestra salud espiritual.

Todos somos responsables

Como dice el Papa Benedicto XVI en su encíclica reciente “Caritas in veritate”, todos somos responsables, y no solamente los poderes públicos. El bien común y la solidaridad no son monopolio de unos pocos sino tarea y patrimonio de todos. Pertenece a los políticos el abrir espacios de diálogo y colaboración para que todos los ciudadanos puedan contribuir con lo mejor de sus intuiciones, estudios y perspectivas. La historia reciente de nuestro mundo nos ha enseñado con toda evidencia cómo la reducción de toda actividad social y política a unos pocos ha producido muchísimo sufrimiento a los pueblos y ha mantenido durante largos años sistemas de desastre, justificados por ideologías carentes de compasión, de realismo y de la más mínima imaginación.

Transliterando un conocido eslogan podríamos decir que el bien de nuestras sociedades y del mundo, del que somos parte, es demasiado importante como para dejarlo en manos de un grupo de políticos, por muchas elecciones que ganen. En medio de un respeto profundo de la ley, tenemos que seguir participando en el estudio y reflexión sobre las posibilidades de hacer de nuestro mundo una comunidad humana basada en la justicia, la solidaridad y la compasión. El derecho de servir y crecer en comunión con el resto de la humanidad es tan inalienable como la subsistencia. Y es tan necesario como la ley, para caminar hacia el futuro. A nadie se le puede impedir este derecho sin que la sociedad tenga que pagar un precio muy alto.

Visión de nuestra Sociedad:
Confianza en lo que hacemos 

Las grandes exigencias del momento en que vivimos nos están pidiendo la creación y vertebración de un nuevo tejido social y ciudadano. Esta es una percepción repetida y constante de mis visitas a distintas provincias de la Orden en muchos países. A lo largo de estas visitas, ha crecido en mí la convicción de que la visión cristiana de la sociedad tiene mucho que contribuir a nuestro mundo, cuando las preocupaciones políticas y las campañas mediáticas dejen de distraernos con temas ya sa-bidos y resabidos y podamos prestar atención al problema humano y social, a la base de tantísimo y tan duro sufrimiento. Es hora que unamos nuestras fuerzas unos y otros para trabajar juntos, sin reticencias ni recelos por el bien verdaderamente común. Es la humanidad lo que cuenta y lo que exige nuestra preocupación y nuestra atención. Ante ella caen por tierra intereses de grupo más reducidos y urge la colaboración seria, profesional y honesta de todos.

Objetivos evangélicos = humanos

Los objetivos son los mismos para todos: hacer posible que en torno a nosotros, en España y en cualquier parte del mundo, se pueda vivir en fraternidad, y esperanza; es decir, que los grandes maes-tros en humanidad, que son siempre los que sufren, los que buscan y los que les acompañan, puedan encontrar su puesto en medio de nosotros y ayudarnos a cambiar con un corazón más grande y una mi-rada más alta. El otro día un obispo de Camboya, allí en Asia, me trajo algunas cosas que hacen allí en la diócesis como recuerdo y una de ellas era una jirafa pequeñita. Me decía: “¿Por qué la jirafa ha sido escogida como símbolo de muchos grupos de voluntarios? Porque la jirafa es el animal que tiene el corazón más grande -pesa 5 kg. porque tiene que mandar sangre hasta la cabeza- y la visión más alta, más amplia”. Es un símbolo muy bonito. Entonces, han tomado la jirafa como el símbolo de grupos de voluntarios: gran corazón y visión alta y amplia.

Ninguno de nosotros duda que la empresa que tenemos entre manos vale la pena: contribuir a un mundo de justicia donde haya dignidad y convivencia humana para todos. La fe cristiana no se vive en distancia de lo humano; al contrario, es en las relaciones plenamente humanas y llenas de alegría y esperanza, que la fe se vive mejor. Para ello quizás necesitaremos un lenguaje nuevo, un estilo de vida nuevo, una apertura nueva para poder integrar y disfrutar de toda la diversidad de puntos de vista que la fe en Dios suscita en medio de nosotros.

Necesidad de Alianzas

Para ello necesitamos alianzas con todos los que participen en el sueño y la esperanza de una sociedad más justa y más equilibrada. Nada de lo importante se puede conseguir con perspectivas limitadas. Todo el que piense y sienta puede contribuir, y para ello necesitamos siempre alianzas de puerta abierta y corazón generoso.

Flexibilidad 

Esto significa también que nosotros tenemos que ser consistentes en nuestro trabajo y nuestras instituciones. Si lo que queremos es colaboración, también el estilo de nuestro trabajo ha de ser colabo-rativo. No podemos imponer lo que fundamentalmente es un ejercicio de libertad y de fe. Queremos crear comunidad humana y esto significa comunidad libre, participativa, con capacidad de crecimiento y de contribución desde donde cada uno está y vive. Esto quiere decir también que aquellos a quienes queremos acompañar o servir, han de ser parte del proyecto humano y poder contribuir con su libertad y sus capacidades de discernimiento y de decisión. Y aquí entran los inmigrantes, los refugiados, los alumnos, los pobres… todo al que nosotros queramos acompañar. La misión en que estamos comprometidos es muy grande y jamás podremos los jesuitas solos llevarla a cabo. De hecho, siempre ha sido así.

Nuestra historia es toda colaboración 

Todo lo que ha hecho la Compañía de Jesús en el pasado, en el presente, y lo que hará en el fu-turo, ha sido, es y será, gracias a la participación generosa y desinteresada de muchos que han visto en nuestra visión y misión, la suya y han querido formar parte de ella. Incluso los genios no hubieran hecho lo que hicieron sin el apoyo de otros, que discreta y humildemente los apoyaron sin miedo a desaparecer. Bastaría un recuento de los grandes nombres de la historia. En este año en Italia están celebrando muchísimo el centenario de Mateo Ricci, el gran misionero de China. Mateo Ricci era un genio, pero no hubiera podido hacer nada de lo que hizo, sin la ayuda de su amigo laico chino, Xu Guangqi. Él le introdujo en Pekín, le introdujo a los sabios, le introdujo a los científicos… Y siempre ha sido así, siempre. Lo malo es que en la historia de los libros jesuitas, sólo aparecen nombres de jesui-tas. Como si nos pusiéramos la medalla que pertenece a todos. Con un poco más de humildad podría-mos hacer libros de historia mucho más compartidos que serían mucho más reales. Y siempre ha sido así.

Ignacio fue el Maestro

Permítanme concluir estas sencillas reflexiones con una referencia a nuestros orígenes, porque la colaboración no ha comenzado ni en la CG 35, ni en la 34, ni en el siglo XX. El mayor promotor de colaboración que hemos tenido nunca fue el mismo San Ignacio. Y la razón es simple. Para él, era tan claro que lo que importaba era el bien de los demás, donde se encuentra la voluntad de Dios, que jamás calculó en todas sus iniciativas, si acarreaban o no gloria a la Compañía de Jesús. Ésta era una “mínima parte” de la Iglesia, que no contaba a la hora de discernir. Lo que contaba era el bien de los demás. Lo que contaba era Dios, el bien de las almas, la luz del Espíritu que nos guía.

En sus cartas -y eso me ha impresionado ahora que las he leído de nuevo como General- a los amigos y bienhechores se desvive en mostrar comunión, afecto, preocupación por sus cosas, a sabiendas que ellos, nuestros bienhechores, se preocupaban de nuestra misión y de nuestras cosas. Y frecuentemente, repetidamente, escribe en sus cartas a colaboradores y bienhechores: “Esta mínima Compañía de Jesús, que es tanto vuestra como mía”. Es una frase muy bonita. “Esta Compañía de Jesús mínima, pequeña, es tan vuestra -y yo lo repito aquí delante de todos ustedes- como mía”. Es la Compañía que quiere servir a los demás. Y ahí es donde todos estamos unidos. Esto es un testimonio de cómo veía San Ignacio la ayuda de los demás. Lo que estamos diciendo recientemente sobre la colaboración no es más que una tardía recuperación afectiva y efectiva del espíritu colaborador de nuestro Fundador.

Agradecimiento final 

Termino agradeciendo de nuevo su presencia en esta aula, en esta oportunidad, y la alegría que me da el participar con todos ustedes en una misión común, donde el P. Arrupe dijo su famosa frase y que todos continuamos con afecto y efecto. Muchas gracias.

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