Muchas gracias, en primer lugar, a la Universidad de Cantabria por invitarme a hablar de Jesús en este Paraninfo, que yo no conocía y que impone un poco…
Nada me puede dar más alegría a mí que hablar de Jesús y, sobre todo, hacerlo en un foro abierto donde es fácil que puedan escuchar creyentes y no creyentes, lo que todavía me da una alegría más grande.
Quiero empezar por deciros que hoy, en los sectores preocupados por Jesús y por investigar la historia de Jesús, se está hablando con un lenguaje muy nuevo; os voy a decir algunas de las cosas que se están diciendo de ese Jesús al que nosotros queremos y creemos que es nuestro, que sólo pertenece a nuestra Iglesia. Hoy, personas que incluso no son creyentes dicen cosas como ésta: Jesús no pertenece sólo a los cristianos; es patrimonio de la humanidad. otras afirman: Sin duda Jesús es lo mejor que ha dado la historia y sería una tragedia si un día la humanidad lo olvidara. También: Jesús no sólo ha inaugurado una nueva religión, sino una nueva era. Nunca la historia ha producido, dicen algunos, un símbolo religioso más grandioso que el proyecto de Jesús, que llaman Reino de Dios. Si el mundo lo atendiera cambiaría; si se convirtiera en el eje vertebrador de las culturas, de las políticas y de las religiones, la humanidad viviría con un horizonte de esperanza que hoy no puede sospechar. y otros: sí es cierto que está en crisis, el final quizás de una religión cristiana, muy condicionada por la filosofía griega y el derecho romano, pero estamos en el pórtico de un desarrollo nuevo del movimiento de Jesús.
Jesús todavía no ha dado lo mejor, Jesús todavía puede ser una verdadera sorpresa, y estoy viendo, cada vez más, que se habla de Jesús como el alma que necesita este mundo para vivir de una manera más digna y más esperanzadora. De este Jesús quiero hablar yo ahora. La conferencia de hoy lleva el título “La alternativa de Jesús”; es un intento de resumir con un poco de claridad y de manera un poco viva el proyecto de Jesús.
Los creyentes creemos que en ese hombre se ha encarnado Dios; otros no lo creerán así, pero a todos, desde luego a los creyentes, nos interesa ver, cómo ha vivido este hombre y que es lo que ha querido introducir en la historia humana.
Todos sabemos que Jesús nació en Galilea donde, en los años 30 no se conocía, obviamente, una separación entre lo que hoy nosotros, de una manera espontánea, sabemos diferenciar: lo económico, lo cultural, lo político, lo social… Esto no era posible en la sociedad que vivió Jesús; en arameo ni siquiera existe una palabra para decir “religión”. Por supuesto que Jesús era un hombre religioso, pero vivió en una sociedad donde lo religioso estaba implicado, orientando, justificando, impulsando toda una manera de entender y de vivir la vida y la sociedad, hasta tal punto que, en aquel momento, para los hebreos la Torá, la ley de Moisés, la ley de Dios es, al mismo tiempo la Constitución, por decirlo así.
En cuanto nos acercamos a Jesús vemos que, en esa sociedad, no es un escriba, un maestro de la ley, tampoco es un sacerdote; no enseña propiamente una doctrina; nosotros a veces hemos imaginado que lo más específico de Jesús era enseñar la verdadera religión, una doctrina que luego los discípulos tendrán que difundir de manera correcta, pero no es así. En el centro de la predicación de Jesús más allá de una doctrina hay un hecho, un acontecimiento, algo que está sucediendo, que Él está experimentando y que quiere contagiar a todos.
Todos los investigadores están de acuerdo en que el resumen que hace el evangelista Marcos -el primer evangelista- es el más correcto; dice así: Jesús anunciaba la Buena Noticia de Dios, a Dios como algo nuevo y bueno. Jesús anuncia que el Reino de Dios se está acercando, que este Dios no quiere dejarnos solos frente a los problemas y los desafíos, sino orientar nuestra vida de manera sana, dichosa; Jesús invita a cambiar de manera de pensar y de hablar, invita a creer en esta Buena Noticia, a vivir creyendo en Él. Jesús percibe que ha empezado un tiempo nuevo, pero hay que acogerlo. Hoy todos los investigadores piensan que el Reino de Dios fue la verdadera pasión de Jesús, el núcleo, el corazón de su mensaje, la pasión que inspiró toda su vida y también la razón por la que fue ejecutado. “El Reino de Dios es la alternativa de Jesús”.
Por supuesto, el Reino de Dios es mucho más que una religión, va mucho más allá de las creencias, los preceptos y los ritos de una religión; es una manera de entender y de vivir a Dios que lo cambia absolutamente todo. Como veréis, Jesús ha querido introducir en el mundo una experiencia nueva de Dios que nos permita vivir de una manera nueva, con una esperanza y con un horizonte diferente; es el proyecto, el Reino de Dios.
Lo sorprendente es que Jesús nunca explica lo que es el Reino de Dios con un lenguaje conceptual; no sabe hablar con un lenguaje solemne, como los sacerdotes del templo; ni con el lenguaje legalista de los maestros de la ley; Jesús es un poeta. Hoy se está valorando muchísimo la dimensión poética de Jesús; las metáforas, las imágenes y sobre todo las parábolas de Jesús en esa época -siglo I- es de lo mejor que hay en la literatura mundial. Con ese lenguaje parabólico, más que hablar de doctrinas Jesús habla de cómo sería la vida si hubiera más gente que se pareciera a Dios.
En el fondo, Jesús llevaba dentro esta pasión, este fuego: ¿Cómo sería la vida en el Imperio Romano si en Roma no reinara Tiberio, sino Dios, es decir, alguien que hiciera lo que Dios quiere para la humanidad…? ¿Cómo cambiaría Galilea si en Séforis y más tarde en Tiberíades no reinara Antipas, sino alguien que mirara las cosas como las mira Dios…? ¿Cómo cambiaría la religión del Templo, en Jerusalén, si no estuviera Caifás y reinara un sacerdote que de verdad quisiera lo que quiere Dios…? Esa era la obsesión de Jesús. Y nosotros tendremos que preguntarnos, ¿cómo sería nuestra sociedad y nuestra Iglesia, si hubiera, cada vez más, personas, hombres y mujeres, que se parezcan un poco a Dios?
Para hablar del “reino”, Jesús utiliza un término político, no religioso; los evangelistas lo traducen al griego y emplean la expresión basileia, palabra que, en los años 30 sólo se utilizaba para hablar del Imperio Romano, el Imperio de Tiberio. Mientras Jesús estaba en Galilea, Tiberio estaba descansando en Capri; era un hombre mayor que sólo quería riquezas, honor, poder… pero era quien, con las legiones romanas, había creado el Imperio de Roma, la Pax Romana, el orden internacional… todo lo cual, en Jerusalén, donde los sumos sacerdotes hablaban perfectamente el griego, se definía con el término, basileia.
Podéis imaginar la sorpresa, la expectación y también el recelo que tuvo que provocar Jesús cuando empezó a decir que estaba cerca el Reino de Dios –no el de Tiberio- e invitaba a todos a entrar en ese Reino. ¿Qué pretendía Jesús al introducir un “reino” que no es de un político, ni de una religión, sino de Dios?
Nosotros, al rezar el Padre Nuestro decimos: Venga a nosotros tu Reino; no pedimos ir al cielo, sino pedimos con Jesús que venga primero aquí, a la misma tierra su Reino. ¿Qué quiere decir, entonces, Jesús cuando nos invita a entrar en el Reino de Dios? Para empezar, que nos tenemos que salir de otros reinos, el reino de la violencia, el reino del dinero, el reino del terrorismo… para “entrar” en el “Reino de Dios”.
Voy a tratar de explicar qué es, para Jesús, este proyecto del Reino de Dios. Lo desarrollo en cuatro puntos:
En el proyecto de Dios el principio de actuación, la ley suprema es el amor, dicho de modo más concreto, la compasión.
En segundo lugar, la dignidad de los últimos como meta. Jesús quiere orientarlo todo hacia los últimos. El Reino de Dios es crear entre todos, con la colaboración de Dios, una sociedad más humana, más digna, más amable, más feliz, más dichosa, empezando por los últimos. Es la única manera de actuar. Esto de “empezando por los últimos” hay que decirlo siempre cuando hablamos de Jesús.
Tercero, la acción curadora como programa. Jesús ha venido a curar la vida.
Y por último, no hay que olvidarlo porque lo que necesitamos todos, el perdón como horizonte. ¡Cómo no va a haber perdón para todos, si Jesús en la cruz pidió perdón para los que le estaban ejecutando; no estaban arrepentidos, y Jesús los disculpa, Jesús, el hijo de Dios encarnado grita al Padre: perdónalos, no saben lo que hacen.
1. La compasión como principio de actuación
Dios es compasivo; ésta es la base de la actuación de Jesús. Hoy la investigación está de acuerdo, de forma unánime, en que Jesús de Nazaret ha vivido y ha comunicado una experiencia sana de Dios: Jesús no ha proyectado sobre el rostro de Dios, miedos, ambiciones, fantasmas… que todas las religiones, incluso la cristiana terminan proyectando en Dios.
Jesús nunca habla de un Dios indiferente, frío, desentendido de los hombres, de espaldas a nuestros problemas… Tampoco vemos que Jesús presente un Dios preocupado por sus intereses, su gloria, su liturgia, su templo, su sábado… La preocupación de Dios somos nosotros. Ni habla tampoco de un Dios que quiera dirigir el mundo con las leyes naturales que ha introducido el Creador en la misma realidad de la creación -una teología muy valiosa que viene de Grecia, de la filosofía griega-. En el sustrato de la experiencia de Dios que tiene Jesús está que Dios es compasivo, tiene “entrañas”; la compasión es la reacción primera de Dios ante sus criaturas. Por así decir, lo primero que Dios siente al mirarnos es compasión. Jesús dice que Dios siente hacia sus hijos e hijas lo que una madre siente hacia el hijo que lleva en sus entrañas; es decir, Dios nos lleva en sus entrañas.
Las parábolas más bellas, las que Jesús más trabajó, y probablemente las que más repitió, son siempre aquellas con las cuales quiere contagiar a la gente su experiencia de un Dios compasivo.
En la parábola que solíamos llamar “el hijo pródigo”, en realidad el protagonista no es el hijo, sino el padre bueno. Los primeros que escucharon esta parábola tuvieron que quedar totalmente sorprendidos; no era esto lo que escuchaban de los maestros de la ley en la Sinagoga, ni tampoco de los sacerdotes de Jerusalén en el templo. ¿Será Dios así? ¿Como un Padre que no se preocupa por su herencia, sino que respeta el comportamiento de sus hijos, incluso cuando cometen disparates; que no está obsesionado por su moralidad, pero que sigue de cerca a todos, al que está en casa y al que está lejos? Un Dios del que uno se puede alejar pero al que puede volver sin miedo alguno, porque le estará esperando. Recordad cómo el Padre está atento a ver si viene el hijo; y cuando lo ve todavía lejos, el padre se conmovió –literalmente: “le temblaron las entrañas”-, perdió el control y echó a correr y lo besaba y abrazaba efusivamente… ¡en público! Nunca un patriarca de aquellas familias actuaba así, era cosa de mujeres; le trata maternalmente, no le deja que siga confesándose; ya ha sufrido bastante, no le exige nada, no hace ningún rito de purificación, aunque viene impuro. No le exige penitencia, enseguida piensa que hay que descubrirle lo que es vivir junto al padre; vamos a hacer un banquete, dice, y le pide al hijo mayor que venga, que le acoja. ¿Será Dios así? ¿Será Dios alguien que quiere orientarnos a todos hacia una fiesta final en la que se celebrará la fiesta de la libertad, de la dignidad, la verdadera felicidad?
La parábola habla de hijos perdidos que vuelven al padre y son acogidos por él; de hijos fieles que tienen que acoger al hermano, y habla de banquete, de fiesta, de música, de baile… ¿Será éste el secreto de Dios? ¿Creeremos nosotros en este Dios?
Hay otra parábola sorprendente que solíamos llamar “los obreros de la viña” aunque, en realidad, el protagonista es el dueño de la viña, un hombre bueno, que quiere trabajo y pan para todos. Como sabéis sale a la plaza a las 6 de la mañana, a las 9, a las 12, a las 3 de la tarde y, por último a las 5… cuando falta sólo una hora para terminar la jornada. Y sorprendentemente a todos les paga un denario, que era lo que necesitaba una familia para vivir cada día en Galilea. Cuando les paga a todos igual, protestan los que llegaron primero, y el propietario, les dice ¿Es que tenéis que ver con malos ojos que yo sea bueno?
Esa parábola tuvo que despertar un desconcierto general. ¿Qué está sugiriendo Jesús? Este dueño de la viña no se fija en los méritos de cada uno, si ha trabajado mucho o si ha trabajado poco; lo que le preocupa es que, esta noche, todos tengan para comer. ¿Será posible que Dios sea así? ¿Será que Dios, más que estar preocupado por nuestros méritos, está preocupado por responder a nuestras necesidades? Esto rompe todos nuestros esquemas. ¿Qué podían decir los escribas de la ley y qué pueden decir los moralistas hoy? Jesús es desconcertante, Dios es sorprendente. Si Dios es alguien compasivo que, al contrario que nosotros que estamos pendientes de cómo nos responden los demás, bien o mal…, lo primero que siente es compasión hacia nosotros, ésta sería la gran noticia.
Desde esta experiencia de un Dios compasivo, Jesús va a introducir un principio de actuación, la compasión.
Jesús se encontró con una sociedad donde había muchos grupos, partidos, espiritualidades… pero todos coincidían en el punto de partida, todos aceptaban lo que en un libro del AT, el Levítico, se dice: Sed santos porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo. El pueblo tiene que ser santo para imitar a Dios santo. ¿Y quién es ese “Dios santo”? El que habita en el Templo sagrado, un Dios que elige a su pueblo, pero maldice a los paganos; un Dios que acepta a los puros y rechaza a los impuros; un Dios que es amigo de los buenos, pero que odia a los pecadores… Sin embargo, a Jesús le llamarán amigo de pecadores; es decir, cuando Dios se encarna en un hombre, a este hombre la gente le ve como amigo de pecadores… menos mal.
Esta manera de entender la santidad de Dios como algo contrario a lo pecaminoso, lo impuro, lo contaminante, llevó a la sociedad judía que conoció Jesús a ser una sociedad tremendamente discriminatoria y excluyente. Para empezar, los más santos, los que tienen el rango mayor de santidad son los sacerdotes porque tienen que entrar en las áreas más sagradas del templo; y después viene el pueblo… los sacerdotes están, de algún modo, más cerca de Dios, el pueblo más lejos… y se sigue pensando así; yo tengo una vecina, ya mayor, que me suele decir que pida por ella porque a mí Dios me hará más caso… Ella cree que está lejos y que yo, por ser sacerdote, estoy junto a Dios.
A los varones se les consideraba de una santidad ritual muy superior a las mujeres, siempre sospechosas de ser impuras por la menstruación y por los partos; no podían ser sacerdotisas y no podían entrar en el templo sólo un poquito más adelante que los paganos. Los piadosos, los justos, los observadores de la ley, son los benditos de Dios; los pecadores, los malditos. A los sanos se les consideraba bendecidos por Dios, a los enfermos heridos por Dios; no podían entrar en el templo. ¿Por qué iba a entrar un sordomudo en el templo, si no puede ni oír la ley de Dios, ni cantar los salmos? Es decir, parece que Dios es como nosotros, que siempre nos gusta tener cerca gente agradable, joven, limpia…
Cuando llega Jesús, tiene que reaccionar desde su experiencia del Dios compasivo, y lo hace de una manera audaz; en vez de decir como el Levítico: sed santos porque yo, el Señor soy santo, Jesús dice: sed compasivos como vuestro Padre del cielo es compasivo, e introduce un horizonte totalmente nuevo en la historia de la humanidad. Jesús no niega la santidad de Dios, pero deja claro que, lo que califica y define al Dios santo es su compasión; Dios es grande, es santo, no sólo con nosotros; es santo no porque rechace a los paganos, a los pecadores y a los impuros, sino precisamente porque en su corazón santo caben todos. Dios no excluye a nadie; todo el que se acerca a él será acogido, Dios ama sin excluir a nadie.
Por eso, leed el evangelio y veréis que la compasión no es una virtud más –como podían ser las obras de misericordia-, sino la única manera de empezar a parecernos a Dios. El modo de mirar al mundo con compasión, el mirar a las personas con compasión, el mirar los acontecimientos y la vida entera con compasión, es la mejor manera de irnos pareciendo a Dios. Puede parecer que esto de la compasión no está muy de moda, puede ser sentimentalismo, unos son más bondadosos, tienen más corazón, otros no… pero no es así. Para Jesús la compasión es un principio de actuación; sencillamente es interiorizar el dolor ajeno, que me duela a mí el sufrimiento de los demás y reaccionar haciendo lo posible por esa persona y aliviando su sufrimiento en la medida en que yo pueda.
Todos recordáis la parábola del buen samaritano. En el camino un hombre herido, abandonado a su suerte. Pasan tres viajeros, primero aparecen un sacerdote y un levita, son los hombres del templo, santos, los que representan al Dios santo del templo; probablemente el herido les vería esperanzado, representan a Dios, tendrán compasión de él… y sin embargo el sacerdote llegó, le vio y dio un rodeo, vino el levita, le vio y dio un rodeo; los dos le han visto, los dos acaban de venir del templo, han dado culto al Dios santo, pero no tienen compasión. Pasa después un odiado samaritano que no viene del templo –lo tenían prohibido en ese momento-; seguramente el herido le mira atemorizado, tiene miedo de que termine con él; los samaritanos y los judíos eran enemigos totales, pero este hombre le vio y –siempre el mismo verbo- tuvo compasión, se le conmovieron las entrañas y se aproximó –se hizo prójimo- e hizo por él todo lo que pudo: le cura, le desinfecta, le venda las heridas, lo monta sobre su cabalgadura y lo lleva a la posada donde cuida de él… tiene compasión.
¿Será verdad que el reino de la compasión no siempre llega por los caminos religiosos, sino que puede llegar por la compasión de un hombre que sabe acercarse a un herido? Jesús introduce en la parábola un vuelco total. Los representantes del templo pasan de largo, el odiado samaritano cura compadecido. La compasión derriba todas las barreras; hasta un enemigo tradicional, temido por todos, puede ser cauce de la compasión de Dios. El Reino de Dios se podrá construir desde la religión y desde otros sectores, con tal de que se viva la compasión.
2. La dignidad de los últimos como meta
“Vivir desde la compasión” era un mensaje que resultaba para todos un fuerte desafío; estaban acostumbrados a vivir desde unos principios religiosos. Cuando Jesús llegó se encontró con una religión, la de Moisés, que llevaba 20 siglos, y que había modelado a todos los grupos, la espiritualidad del templo, unos dogmas que Jesús, desde la compasión, irá diluyendo poco a poco. La elección de Israel les hacía sentirse el pueblo elegido, querían convertirse en “el ombligo de la tierra” y pensaban que, cuando llegase el Mesías de Dios, liberaría al pueblo judío y destruiría al pueblo romano. Cuando llegue el Mesías destruirá a los pecadores y salvará a los santos… sin embargo, cuando llega Jesús les llama a todos a vivir el Reino de Dios, que quiere una vida más digna, más dichosa, para todos, empezando por los últimos. Dice que hay que aprender a vivir desde “otro lugar”, desde la compasión hacia los que sufren, desde la defensa de los últimos, desde la acogida incondicional a todos, desde la defensa de la dignidad de toda persona humana.
Si leéis los evangelios desde esta clave, no veréis a Jesús preocupado por organizar una religión como las demás, pendiente de cómo hacer la liturgia, los sacrificios de otra manera distinta, más digna… sino que le veréis llamando a todos a acoger a este Dios compasivo y a crear una sociedad nueva, mirando hacia los últimos. Esto era una revolución.
En Israel estaba todo muy claro; Dios intervendría para destruir a los enemigos y aniquilar a los impíos; pero llega Jesús y sorprende a todos porque no se pone de parte del pueblo elegido y en contra de los romanos; el Reino de Dios no se va a construir destruyendo y dominando unos pueblos a otros. Todos esperan al Mesías –o a Dios, según las versiones- que destruya a los pecadores y salve a los justos; sin embargo, Jesús se acerca a los pecadores y acoge a todos a su mesa.
Así les hace ver que el Reino de Dios no va a consistir en la victoria de los buenos para hacer pagar a los malos su pecado. Jesús llama a todos a la conversión y a vivir mirando a los últimos, a los más necesitados, a los más indefensos y olvidados. Y empieza a utilizar un lenguaje provocativo: las bienaventuranzas, que no son una larga lista que Jesús dijo una tarde en que estaba más inspirado, sino que son gritos que Jesús da en distintos momentos de su vida y que las comunidades cristianas recogen y juntan para la catequesis.
Yo voy a recordar las tres que todos piensan que ciertamente provienen de Jesús. Cuando Jesús ve a aquella gente, los campesinos de Galilea que se están quedando sin tierra, presionados por las deudas de los tributos… les dice: Felices vosotros, los que no tenéis nada, pobres, indigentes porque tenéis como rey a Dios. Es vuestro el Reino de Dios; el Reino de la compasión, de la bondad, de la justicia, os pertenece, antes que a nadie, a vosotros. Jesús ve que tienen hambre, ve sobre todo a los niños, los niños de la calle, ve el hambre de las mujeres, y les dice Dichosos vosotros que estáis pasando hambre porque Dios os quiere ver saciados; un día lo veréis, sois los primeros… Jesús ve cómo lloran aquellos campesinos al quedarse sin tierras; lo más duro para un campesino es no haber podido defender sus tierras, o cuando están recogiendo las cosechas y ven que de Séforis vienen ya los recaudadores, escoltados por unas pequeñas tropas para llevarse lo mejor; y Jesús les dice: Dichosos los que ahora lloráis porque un día reiréis, un día Dios os hará felices.
Todos tenemos que empezar a mirar hacia ellos. Jesús hablaba con toda convicción; lo que él dice yo lo traduciría hoy así: los que no interesan a la gente son los que más le interesan a Dios; los que sobran en los imperios que construimos los hombres, el “material sobrante”, son los que Dios acoge; los que están más olvidados, los indefensos, esos son los que, antes que nadie, tienen como defensor y Padre a Dios. Jesús es muy realista, no piensa que van a desaparecer el hambre y las lágrimas en Galilea, lo que sí hace es darles una dignidad indestructible a todos los que son víctimas de abusos y de injusticias.
Fijaos cómo tendríamos que aprender a mirar la vida; para Dios, el Dios compasivo, todas esas personas que nos molestan porque nos piden, los que están en la calle, los abandonados, los sin techo… son los primeros. Y esto quiere decir que Jesús le da a su dignidad una seriedad absoluta; en ninguna parte se está construyendo bien la vida, si no se está mirando a los últimos. España no va bien, Europa no va bien, el mundo no va bien, mientras nosotros miremos sólo por nuestros intereses y estemos amontonando cada vez más millones de hambrientos en el mundo. Y ninguna religión será bendecida por Dios si no es una religión compasiva; la compasión nos pone mirando hacia los últimos. La herencia más grande de Jesús, la que hoy, no sólo los creyentes sino también increyentes ven y valoran en Jesús es ésta: acoger el Reino de Dios es poner a todas las religiones, no sólo a la cristiana, a las culturas, a las políticas, mirando antes que nada hacia los últimos.
3. La actuación terapéutica como programa del Reino de Dios
Al mirar a Juan el Bautista descubrimos que toda su actividad está centrada en el pecado; le preocupa el pecado del pueblo, por eso denuncia a los pecadores y les invita a la penitencia, ofreciéndoles una liturgia de conversión y de perdón.
Sin embargo, no hace ni un gesto compasivo, de bondad, no cura a ningún enfermo, parece que no ve a los enfermos, ni a los muchos niños que había por aquellas tierras, no limpia a leprosos, no acoge a pecadores ni a prostitutas… Seguramente que, lo primero que captó la gente, en cuanto Jesús comenzó a actuar, fue la enorme distancia que había entre el gran Juan Bautista y Jesús.
En las páginas del evangelio vemos que Jesús no se queda en el desierto, sino que va caminando por toda Galilea; se acerca a los pueblos, quiere llevar consigo a Dios para visitar a la gente. No podemos imaginarnos a Jesús predicando la conversión por los pueblos y ofreciendo penitencia a los pecadores, como hacían aquellos misioneros que antes recorrían nuestros pueblos y ciudades en Cuaresma, para el cumplimiento Pascual.
Jesús se acerca a los enfermos, incluso se los traen…, de tal manera que, podríamos decir que Jesús está introduciendo una revolución religiosa de carácter curador, una religión terapéutica que no tiene precedentes en la tradición judía. Jesús anuncia la salvación curando; esto es lo nuevo. A Jesús le preocupa el pecado, bastante más que a nosotros, pero ve que, para un padre compasivo, el mayor pecado es introducir injusticia, sufrimiento injusto, o tolerarlo dándole la espalda. Para Jesús el pecado no es algo de lo que se trata en los libros de moral, una ofensa a Dios… El pecado existe encarnado en aquella gente que está sufriendo y que está siendo olvidada por todos; entonces empieza a curar.
La actuación de Jesús desconcierta al Bautista, que manda a unos discípulos suyos a preguntarle: ¿eres tú él el que ha de venir o hay que esperar a otro? Jesús les responde: Decidle a Juan lo que estáis viendo: los ciegos ven, los inválidos andan, los leprosos quedan limpios… y a los pobres se les anuncia una Buena Noticia. Yo he venido a curar, decidle a Juan que no se escandalice.
En otra ocasión, cuando le acusan de curar en nombre de Belcebú, el dios de las moscas, el dios de la peste, les dice: yo expulso demonios con el dedo de Dios porque os está llegando a vosotros el Reino de Dios. Cuando se lucha contra el sufrimiento, cuando se alivia el dolor, cuando se abre una vida más sana… allí está actuando el Reino de Dios. Lo que hizo Jesús, fundamentalmente, fue curar la vida.
No penséis solamente si las curaciones que Jesús llevó a cabo fueron a nivel físico, psíquico, etc. Esas curaciones son lo que mejor indica y apunta a todo el proyecto de Jesús, porque no cura de manera arbitraria o por sensacionalismo. Los textos repiten una y otra vez que Jesús se compadeció. Jesús curaba movido por la compasión; ve que los que más sufren son los primeros que tienen que experimentar, en su propia carne, lo bueno que es Dios. A los más abatidos, desesperanzados, los más rotos, los que ya no tienen ni rostro humano, es a los que tenemos que poner en el centro de nuestro corazón y de nuestra religión, porque son el centro del corazón del Padre.
Se puede decir que toda la actuación de Jesús está encaminada a crear una sociedad más saludable, más humana, más respirable, más llevadera… Recordad, por ejemplo, la rebeldía de Jesús frente a tantos comportamientos patológicos de raíz religiosa; cómo critica Jesús el rigorismo, el legalismo, el culto vacío de amor… Jesús quiere sanar la religión; su esfuerzo por crear una sociedad más justa y solidaria; su ofrecimiento de perdón gratuito a todos; su acogida a todos los maltratados por la vida o por la injusticia de los hombres…
Sus gritos, los últimos serán los primeros, las prostitutas os precederán en el Reino de Dios…, son gritos tremendos que están ahí resonando. La frase que más se repite de Jesús es ¡No tengáis miedo! Hombres de poca fe, ¿por qué teméis? ¡Ánimo, yo he vencido al mundo! Es una llamada a la confianza, a vivir de otra manera.
Cuando Jesús confía su misión a sus discípulos, no los imagina como jerarcas, como teólogos, como liturgistas, sino como curadores. Y siempre, invariablemente, les da dos encomiendas: Anunciad que el Reino de Dios está cerca, que Dios está más cerca de lo que pensáis y que quiere adueñarse de esta vida tan desastrosa, y luego… curad enfermos, limpiad leprosos, arrojad demonios… gratis lo habéis recibido, dadlo gratis. La primera misión de la religión cristiana no es hacer teología, ni siquiera celebrar culto; todo tiene su razón de ser, pero lo primero es curar la vida, ser curadores. Una parroquia tiene que ser, antes que nada, una comunidad curadora, para que en ese barrio se viva con costumbres más sanas, de manera más humana, sin olvidar a nadie, acercándonos a los que más sufren… Esa es la conversión que necesitamos.
4. El perdón como horizonte
Lo que provocó mayor escándalo y mayor hostilidad hacia Jesús fue su amistad hacia los pecadores; nunca había ocurrido algo así en Israel, era inaudito. Para muchos especialistas éste es el rasgo más revolucionario de Jesús. En el AT, Ezequiel, Isaías, Jeremías, Amós, Oseas… son grandes hombres de Dios, pero no se rodean de pecadores, no comen con ellos. Ningún profeta, tampoco el Bautista, se acerca a los pecadores con el respeto, la amistad y la simpatía con que lo hace Jesús. Les desconcertaba especialmente que invitara a todos a su mesa y les invitara a seguirle; cómo puede un hombre de Dios aceptar como amigos y amigas a esta gente, los indeseables de la sociedad, sin antes exigirles un “noviciado”, un cambio… Es escandaloso, inimaginable que un hombre de Dios coma con pecadores; sin embargo, Jesús insistía en hacer este gesto, aunque sabía que era provocador, pero era el más claro.
Rastreando en nuestras fuentes se ve enseguida la reacción que despierta Jesús; primero sorpresa: Este come con pecadores y publicanos ¡Es inaudito! Y después las acusaciones: Es un comilón y un borracho, amigo de pecadores. ¡Qué vergüenza!, no sabe guardar las distancias…
En aquella sociedad la comida era sagrada, tampoco se podía comer con cualquiera. En la sociedad de Jesús los ricos comen con los ricos, los pobres con los pobres, los judíos comen con los judíos, los paganos hasta comidas impuras, los fariseos con los miembros de las comunidades fariseas, en Qumrán sólo miembros de la comunidad; ¿qué persona honorable, respetable, va a comer con cualquiera? Sin embargo, Jesús insistía en abrir su mesa a todos. No hacía falta ser puro, podía ser una mujer limpia, podía ser una prostituta…, podía ser un hombre piadoso, podía ser un pecador alejado de la alianza…
Es que, como hemos dicho, en el Reino de Dios la compasión, la misericordia acogedora sustituye a esa santidad excluyente. El Reino es una mesa abierta a todos; lo más característico, la identidad de un grupo de Jesús es precisamente no excluir a nadie. Como creyente estoy convencido de que, probablemente no ha habido nunca sobre la tierra quien haya proclamado como Jesús, con tal fuerza, hondura y realismo, la amistad, el perdón, la acogida de Dios a todos, incluso a aquellos que lo olvidan o rechazan.
Yo voy a dejar resonando aquí, a mi estilo, el mensaje final de Jesús, porque creo que lo tenemos que escuchar todos. Cuando os veáis juzgados por la ley, incluso por la ley religiosa, no os olvidéis de Dios, sentíos comprendidos por Él. Cuando os veáis rechazados por la sociedad, sabed que Dios os acoge. Cuando nadie os perdone, cuando nadie entienda que podéis ser mejores, pensad y sentid sobre vosotros y vosotras el perdón inagotable de Dios; no lo merecéis, no lo merecemos nadie, pero Dios es así, Dios es amor y perdón. No lo olvidéis nunca, creed esa buena noticia.
He tratado de aproximarnos, aunque sea de manera muy incompleta a lo que fue nuclear en Jesús. Si ésta es la alternativa de Jesús, nada puede haber más importante en el cristianismo actual que volver a Jesús. Estamos distraídos con muchas cosas, descalificándonos y condenándonos unos a otros… dentro de la misma Iglesia… sin escuchar a Jesús. Realmente esto es lo que a mí me da pena y, desde luego, hasta que me muera, voy a vivir sólo para esto. No nos damos cuenta de que lo mejor que tenemos en la Iglesia es Jesús, lo más valioso, lo más atractivo. Nadie, ni nuestros programas pastorales, ni nuestras liturgias, pueden atraer como puede atraer Jesús. Las religiones están en crisis, pero Jesús no; está interesando más que nunca, mientras nosotros aquí andamos distraídos con muchas cosas.
En mi próxima conferencia trataré de hacer ver, de una forma muy sencilla, que volver a Jesús, el Cristo, el Mesías, el hijo de Dios hecho hombre, es la tarea más urgente que tenemos dentro de cristianismo actual.
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