José Manuel Vidal, en Religión Digital
El jueves, 26 de mayo, a las 8,30 de la mañana ya no cabía un alfiler en la sala magna del hotel Ritz de Madrid. Los invitados al desayuno con el cardenal Antonio María Rouco Varela ocupan sus puestos con premura, pero faltan asientos. Incluso para la prensa. Hay tantos periodistas que algunos compañeros tienen que sentarse en el suelo o quedarse de pié. Ambiente de las grandes ocasiones. Con muchas personalidades políticas: el ministro de la Presidencia, Ramón Jáuregui; diputados como Cuesta, Trillo o Fernández. Y muchos empresarios de la Fundación Madrid Vivo. Y eclesiásticos. Desde al arzobispo de Zaragoza, Manuel Ureña, al obispo auxiliar de Madrid, Fidel Herráez.
Bajo las enormes lámparas relucientes, bellas azafatas sirven café y recogen preguntas. En la mesa presidencial, Marcelino Oreja realiza la presentación del cardenal. Elogiosa, como cabía esperar. Pero el político aprovecha para arremeter contra el “preocupante laicismo hostil”.
Rouco estuvo como siempre: listo, pícaro, sagaz a veces, siempre irónico. Diciendo pero sin decir del todo. Y, por supuesto, contentísimo de conocerse. Y justificando “su” JMJ en nombre de la fe y del Evangelio. Y, como no podía ser de otra manera, extasiado ante la magna concentración de dos millones de jóvenes que espera congregar en Madrid en torno al Papa. “Porque sin el Papa no vendrían”. Y eso que el lema dice “firmes en la fe”, pero, al parecer, la fe la suscita el Papa.
La JMJ me produce cierta desazón. Por un lado, como periodista, me parece un evento formidable, para que la Iglesia muestre a la sociedad su músculo juvenil. Y reivindique su futuro, que no es tan negro como suele creerse. Por el otro, como creyente, me entristece y hasta me escandaliza.
Rouco se va a gastar 50 millones de euros (tirando por lo bajo) en la macrofiesta de la JMJ. Bueno, nos los vamos a gastar todos, porque la parte del león de la financiación procede de las arcas públicas nacionales, regionales y locales. Es decir, de todos. En plena crisis, ¿cómo se vende eso? ¿No es un escándalo para un país con más de cuatro millones de parados?
Y, encima, para poder montar la parafernalia juvenil tiene que asociarse con los grandes empresarios de este país, reunidos en la Fundación Madrid Vivo.
Es decir, se gasta millones y va de la mano de los ricos. Esa es la imagen (estereotipada), pero imagen que está calando en el pueblo. La Iglesia despilfarra y va del bracete de los que, al menos en parte, ocasionaron la crisis y poco hacen por resolverla.
Y a los empresarios, se les unen los políticos. De todo signo y partido. Al final, lo que queda en la retina del pueblo es la imagen de una Iglesia poderosa, rica, asociada a los ricos y conchabada con los políticos. Y los clichés se afianzan y sedimentan.
Y encima el cardenal nos quiere hacer creer que será un gran evento pastoral. Y que de él saldrán numerosas vocaciones. Claro, las que llame Kiko Argüello, que las está reservando para presentárselas al Papa en ese momento. Pero que podría hacerlo en Roma, en una simple audiencia de los miércoles.
Puedo entender que la Iglesia española necesite reforzar su autoestima. Y dejar claro, hacia afuera, que sigue siendo un poder establecido. Que sigue contando con mucha influencia social. Que es capaz de reunir multitudes, cosa que ya casi nadie logra, a no ser la Iglesia católica, el fútbol, la música y los Indignados.
Puedo entender que, estratégicamente, convenga hacer demostraciones de fuerza de vez en cuando. Y lo entiendo desde una Iglesia que funciona en clave de poder. Como institución humana tiene derecho a hacerlo. ¿Y como institución divina, que también es?
En cualquier caso, lo va a hacer. Y nadie se atreve a rechistar. A regañadientes, pero todos agachan la oreja y obedecen al vicepapa español, que se va a llevar, como es lógico, parte de la gloria. Bueno sí, son infinidad los laicos, curas, frailes, monjas y hasta obispos que, en privado, no comulgan con los fastos de la JMJ. Y, por supuesto, nadie se cree sus “frutos” pastorales. Pero, en público, miedo y, por lo tanto, silencio total.
Poner la más mínima pega es enfrentarse a Rouco y hasta muchos lo leen en clave de hacer de menos al ilustre visitante de Roma. Y, por supuesto, pedir mesura y austeridad significa convertirse automáticamente en ‘enemigo’ de la Iglesia o en quintacolumnista del laicismo radical. Todas las falacias son buenas para tapar la boca de los que todavía somos capaces de escandalizarnos y de decirlo públicamente.
Además, ya no hay posible marcha atrás. El crucero está a punto de atracar. Y tampoco se puede hacer ya una fiesta sencilla y humilde. Todo está pensado a lo grande. Hasta un via crucis por la Castellana, en pleno mes de agosto, con pasos de Semana Santa, que sólo asegurarlos cuesta un dineral.
Sólo queda desear que, a pesar de los pesares, la JMJ sea un éxito social. Sólo queda esperar que el impacto negativo en la sociedad sea el menor posible. Sólo queda confiar en que el Papa “sabio” sea capaz de pasar de la fiesta a la fe, del espectáculo a la oración, del autobombo al compromiso con los empobrecidos.
1 comentarios:
Pues los que esperan que el cambio de la iglesia venga "de arriba", que el espíritu de Dios vuelva a soplar fuerte y acceda al papado un papa con ideas mas renovadoras, para mí que...
No sé muy bien, ni mal, como va eso de los "papables" pero como sea elegido Rouco ¿pensarán entonces que el espíritu de Dios no ha querido o no ha podido soplar?
Esto es una auténtica locura. No puedo entender ese miedo que por lo visto un sector de personas con peso en la iglesia sienten.
Miedo ¿ a qué?
Estoy convencida que el espíritu sopla continuamente y con todas sus fuerzas. Ya va siendo hora de que vayan perdiendo el miedo a constiparse. Porque si se constipan, hay muchas, muchas personas normales dispuestos a cuidarles.
Es que no entiendo nada. No sé por qué algo me dice que no soy la única.
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