martes, 18 de noviembre de 2008

OTRO CRISTIANISMO ES POSIBLE 04

  • 04. La Sagrada Escritura como fuente de fe. Un libro de testimonios, no de oráculos.                                      (En este vículo el texto del capítulo de Lenaers)

  • El pensamiento de Lenaers es rotundamente claro: las palabras de la Escritura no contienen oráculos o comunicaciones absolutas e infalibles de Dios sino testimonios de pueblos y personas que han vivido de modo subjetivo -por tanto, relativo, imperfecto, falible, y a veces, erróneo- una cierta experiencia en torno a Dios. La tesis es tan fuerte que el autor previene que no nos asustemos porque, no cabe duda, no es lo que tradicionalmente se nos ha enseñado. Estos son los pasos que da.

    • 1. Conocer lo que dicen los textos.

    No es obvio lo que dicen, aunque se haya actuado como si lo fuera. Salvo desde el comienzo de los estudios bíblicos científicos -y ni siquiera entonces- es sorprendente el irresponsable desparpajo con que hemos interpretado textos tan extraños pertenecientes a culturas de hace dos mil años y más. Sin complejo alguno les hemos hecho decir lo que nos ha parecido bien y tomado por pensamientos de Dios los nuestros propios.

    • 2. El escritor bíblico no es oráculo divino.

    Conocido el sentido real de un texto no por ello disponemos de un pensamiento divino. Su autor es el escritor, no Dios. Si Juan dice que la palabra de Dios existía ya en el comienzo y se hizo carne “expresa su punto de vista sobre la relación de Jesús con Dios… pero eso no me obliga a ver esa relación de la misma manera… en la tradición también hay otras interpretaciones” (p.47). Lo mismo vale para las palabras “atribuidas a Jesús… palabras humanas… abiertas a más de una interpretación”. “Escuchamos sólo lo que el evangelista le hace decir a partir de su propia fe” (p.47)

    • 3. ¿Es la Biblia palabra de Dios?

    Sí, aunque no en el sentido en que se ha entendido tradicionalmente.

    • - Por de pronto no es un dictado divino como se creyó durante siglos.
    • - Si estuviese inspirada en sentido tradicional Dios habría incurrido en múltiples contradicciones.
    • - Múltiples afirmaciones y prescripciones (sobre todo en el A.T) limitan su veracidad a la cultura del tiempo.
    • - “El argumento decisivo contra la idea tradicional de la inspiración divina es y sigue siendo su carácter heterónomo… (y) no tiene ningún futuro en la modernidad”. Las falsedades y contradicciones se deben a que son “expresiones de la fe personal de cada uno” de los autores. Fue, pues, una pérdida de tiempo el empleado durante siglos el hacer “concordar” o “borrar contradicciones flagrantes”.
    • Sólo se puede decir que la Biblia es “palabra de Dios” porque contiene testimonios de personas que tuvieron unas experiencias religiosas en que conectaron de forma existencial con el misterio profundo de Dios y que expresaron después con palabras humanas desde una determinada cultura. Eso aparece sobre todo en Nuevo Testamento.
    • 4. ¿Cómo surgieron los primeros testimonios?

    • - “Los autores del Nuevo Testamento enseñan lo que han pensado y creído algunas iglesias locales o algunas corrientes en la gran Iglesia durante el siglo primero y a comienzo del segundo” (p. 49). Posiblemente ninguno conoció personalmente a Jesús sino que se apoyan en la fe (¡existencial!) de los anteriores.
    • - “Fe, conocimiento existencial”. Como “conocimiento” fue semejante al que se podía tener de los emperadores. Por “existencial” se entiende una “entrega que nos enriquece interiormente y nos deja entrever que estamos en el buen camino” (p.49). Lo que vale tanto para ellos como para nosotros.
    • - La Sagrada Escritura es, pues, “como un protocolo, un acta que narra la experiencia de Dios que vivieron las dos o tres primeras generaciones de cristianos.. Esto no implica que cada frase y cada palabra deban ser divinas, intangibles y valederas para siempre […] La imperfección de esta encarnación (en palabra humanas) trae consigo que también haya otras que sean posibles y mejores, e incluso que estas nuevas encarnaciones sean compatibles con la primera” (p.50).
    • 5. ¿Qué queda entonces del concepto ‘revelación’?

    - Queda apenas el término. El concepto teológico de revelación nada tiene que ver con la expresión popular “para mí esto es una revelación”. Por esta razón, más preocupados que Lenaers por las consecuencias de emplear un leguaje amiguo, cabe pensar que sería bueno evitar la palabra por equívoca y tanto más peligrosa cuanto que el concepto tradicional de revelación es el sustento de todo el entramado cristiano mítico. Es casi imposible asentar la autonomía sin marcar la ruptura con la heteronomía. Y, por otra parte, el creerse poseedor de una revelación, es hoy el mayor peligro de integrismo en cualquier religión: “¡Dios nosha revelado su verdad y su voluntad!”.

    • - Dios no nos comunica heterónomamente algo porque nosotros “no (lo) podemos encontrar por nosotros mismos” (p. 50). Estas palabras son capitales y será preciso disipar a su luz alguna oscuridad posterior: la revelación sería una “intuición” interior originada por una “iluminación recibida”. Para disipar ambigüedades no bastará sustituir una ‘iluminación desde arriba’ por una ‘iluminación desde abajo’, ni siquiera ‘desde dentro’. Para disipar ambigüedades será preciso en su momento ir más al fondo de la metáfora espacial del autor. Sin ello la teonomía recaerá en la heteronomía o se prestará a ello en su utilización.
    • - Hay que buscar en el plano metafísico lo que las metáforas sugieren inevitablemente con ambigüedad: cómo entender esa aproximación a la realidad ontológica (la que atañe al ser haciendo abstracción del espacio y el tiempo) de la inter-relación Dios/ser humano. Relación mutua en la que habremos de formular en negativo la parte de Dios. Es decir, más bien lo que no es ni hace Dios en tal interrelación que lo que es y hace. En su momento echaremos en falta esa profundización para entender, lo menos inadecuadamente posible, en qué consiste la teonomía.

    - Hecha la salvedad, lo nuclear del capítulo (y del ‘otro cristianismo’) sigue siendo el ‘encuentro vivo y personal con Dios’: mediante tal encuentro la verdad de la palabra del testigo es así “idéntica a la realidad que contiene, y este contenido de realidad se reconoce en los frutos existenciales que produce” (p.51)

    6. Consecuencias.

    - los textos bíblicos, aún entendidos correctamente, no sirven para confrontar a otros como argumento infalible y definitivo.

    - sirven en la medida en que las experiencias personales limitadas e imperfectas de aquellos primeros testigos suscitan las nuestras, igualmente limitadas.

    - una mirada teónoma no nos autoriza a justificar nuestras propias ideas con pretendidas ideas venidas ‘de arriba’.

    • 7. El gran problema.

    Durante siglos, antes de la imprenta, el pueblo cristiano sólo conocía la Sagrada Escritura a través fundamentalmente del magisterio oficial. La Reforma protestante lo censuró e invitó a acudir a ella como única fuente. La jerarquía frenó su lectura manteniéndola en latín. Los católicos se refugiaron en devociones, imágenes, peregrinaciones, apariciones, indulgencias…

    Con Biblia o sin ella el conjunto del pensamiento y talante autónomos de la Modernidad chocó con el imaginario heterónomo de las creencias populares detenidas en el medioevo. Para colmo el contacto incipiente con la Biblia no superaba, por falta de conocimiento crítico, el espesor propio de textos tan ajenos a nuestra cultura: incluso a remolque del protestantismo, la Escritura apenas ha beneficiado a los pastores y apenas al pueblo. “Así pues, la lectura de la Biblia de verdad no proporciona ningún alimento…” (p.54) y menos con la aberrante y tediosa repetición sacralizadora de los mismos textos en la liturgia a lo largo de toda una vida.



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