Capítulo 5. La salvación del alma
Saltándonos por ahora el capítulo 4, “La inmortalidad del alma” -tema sobre el que ya ha tratado y al que volverá repetidamente- ,pasamos con este capítulo 5º a las consecuencias teológicas del planteamiento de Mancuso, que consideramos son los temas que interesan más a los lectores de ATRIO. Y este capítulo trata de su propuesta más radical: “Si el alma puede conseguir su inmortalidad hasta por vía natural, incluso prescindiendo de Cristo ¿para qué sirve el cristianismo?”.
La doctrina del cristianismo presenta incongruencias y contradicciones a lo largo de su historia. El concilio de Trento proclama como dogma de fe la necesidad del bautismo para la salvación. La teología interpretó que existe un bautismo de deseo, y el Vaticano II reconoció la salvación de los que hacen el bien y no conocen el evangelio.
La contradicción no se debe a las personas sino a una antinomia estructural. El concepto de “mundo” en el Nuevo Testamento es ambiguo: como creación de Dios es bueno y como tentación es malo. Igualmente se puede hablar de la irresoluble controversia sobre la gracia y la libertad. Sin embargo Mancuso no teme a la contradicción porque, citando a Hegel, Kant y otros, “la contradicción es la regla de lo verdadero”; la vida es contradictoria (al menos sólo podemos verla así, añado yo).
Aunque esta doctrina se basa en san Pablo y fue desarrollada por san Agustín, Mancuso encuentra incompatibilidades que le impulsan no a negar su contenido pero sí a reinterpretarlo..
El pecado original originante de Adán, como evento histórico, supone que todo el género humano procede de una sola persona (monigenismo) y esto está en contra de la mayoría de la ciencia actual. Además si Adán era tan perfecto ¿cómo pudo pecar?
El pecado original originado, es decir transmitido en el nacimiento, presenta mayores dificultades. La teología no logra explicar de qué modo llega hasta nosotros. San Agustín lo achacaba a la concupiscencia en la procreación. Menos aún se explica la lógica moral de un pecado propio, que cometió Adán, y de una salvación que realizó el segundo Adán. ¿Dónde queda el don fundamental de la libertad?
También el dogma de la creación del alma inmediatamente por Dios choca con el del pecado original. ¿Cómo puede ser creada en pecado? No se puede defender ambos dogmas. Mancuso sostiene que ambos dogmas deben ser reformulados para mantener la verdad que encierran. Ya sabemos que él defiende que el alma es generada por los padres junto con el cuerpo, y sólo indirectamente proviene de Dios, al igual que el cuerpo.
El error sobre el pecado original es llamarle pecado. No existe un pecado original. Lo que enseñan el Génesis y Nuevo Testamento es que existe el pecado del mundo. Lo que existe es una libertad imperfecta que necesita ser trabajada para adherirse al bien. Necesita pasar del libre albedrío -que puede caer en el egoísmo- a la verdadera libertad, a la adhesión al amor y al bien. “Cada ser humano que viene al mundo nace inocente, es verdad, pero eso no significa que nazca libre”.
Si la salvación estuviera ligada a Cristo ¿cómo se salvarían los miles de millones que le precedieron o que no le conocen? Lo que salva no son las religiones sino “la entrada en la dimensión del espíritu”. “Todo el sentido de la predicación de Jesús está aquí, sacar la religión del centro y poner en su lugar la conciencia auténtica”.
La salvación está ligada a la creación: “la creación del hombre ya contiene la posibilidad de que su alma se vuelva inmortal si se adhiere al orden fundamental del mundo”
El primero se refiere a que la lógica de la creación no logra la salvación (inmortalidad) de los más débiles, y que por eso hay que completarla con la redención mediante la cruz de Cristo. Mancuso responde que el amor manifestado en la cruz está dentro de la lógica del orden de la creación.
El segundo problema para el sistema de Mancuso consiste en la resurrección del cuerpo de Cristo; del cuerpo, porque ya sabemos que él defiende la supervivencia del alma personal. Ante esta dificultad Mancuso confiesa que acepta la resurrección del cuerpo de Cristo no por la razón sino por dos motivos: por su confianza (fe) en el testimonio de los apóstoles y por su amor al mundo; porque de algún modo en el cuerpo humano se concentra y se salva la materia del mundo.
Sugerencias para comentar
Creo que este capítulo abre nuevas perspectivas teológicas y merece una madura reflexión. La idea más fecunda es el valor que atribuye a una Teología de la creación, que a mi entender, como ya he comentado, está más en sintonía con la conciencia actual y abre el camino al diálogo interreligioso. Me gustaría que comentemos este tema.
- Gabriel Letelier nos preguntaba “¿podemos los cristianos abandonar o sustituir la fe en la redención sin traicionar la esencia de nuestra fe? -Creo que no”.
- ¿Qué pensamiento subyace a la predicación del Jesús histórico, el de la redención o el de la creación?
- ¿Cae Mancuso en un pelagianismo que pone la salvación en el esfuerzo humano?
- ¿Podemos reinterpretar el pecado original en el sentido bíblico de “el pecado del mundo”?
Selección de textos
Los textos seleccionados para hoy corresponden a los números resaltados del índice del capítulo 5 que se reproduce a continuación. Estos textos no pretenden confirmar nuestro resumen sino más bien completarlo y mostrar sus formulaciones más significativas.
Lo mejor es disponer del texto completo. Los textos seleccionados como antología han sido extraídos del libro de Vito Mancuso, El alma y su destino, Editorial Tirant lo Blanch, con autorización del editor para su publicación en ATRIO.org.
5 LA SALVACIÓN DEL ALMA
- 52. ¿Para qué sirve el cristianismo?
53. Salvación o redención
54. La peculiaridad del cristianismo
55. Una antinomia estructural
56. El pecado original: introducción al drama
57. El pecado original: sus aporías en cuanto evento histórico
58. El pecado original: sus aporías como originado en el nacimiento
59. Dos dogmas que luchan entre sí: origen del alma y pecado original
60. Reformulando el dogma del pecado original
61. La verdadera enseñanza del dogma: el pecado del mundo
62. Soteriología universal
63. El verdadero principio salvífico
64. Síntesis
65. Cruz y creación
66. Sobre la resurrección de Cristo
67. ¿Dónde se encuentra ahora el Resucitado?
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52. ¿Para qué sirve el cristianismo?
El discurso sobre el alma y su destino, desarrollado de cara a la conciencia laica, da como resultado que la energía constitutiva de cada persona puede configurarse hasta alcanzar el estadio de alma espiritual. En el encuentro con la gracia, que yo explico como la atracción suscitada en el alma por la Idea del bien, el alma se hace alma espiritual santa, unificada, que desea siempre y solamente una cosa: el bien. Un alma así produce dentro de ella la misma lógica orientada al orden y al aumento de la información que está en el origen del mundo y de la vida. Por lo tanto ha realizado el trabajo para el que la ha colocado la naturaleza-physis. A un alma así le es legítimo pensar lo que las distintas tradiciones espirituales han dicho, cada una a su modo, que alcanza una ulterior dimensión del ser, donde se da una continuación de la vida personal después de la muerte del cuerpo. El progresivo incremento de orden en la dimensión del espíritu, obtenido por la acción del alma sobre sobre sí misma adhiriéndose a la lógica de la naturaleza-physis y reproduciéndola en sí bajo la forma de justicia, puede hacer surgir la inmortalidad como quinta discontinuidad cósmica. Es decir, al alma puede conseguir la permanencia definitiva en la vida eterna ya alcanzada, en la dimensión divina junto al Principio Primero del ser, o mejor, dentro del Principio Primero como parte suya, como su hija, como una nota musical de la armonía cósmica que ella es.
Ahora se impone sin embargo una pregunta: si el alma puede conseguir su inmortalidad hasta por vía natural, incluso prescindiendo de Cristo ¿para qué sirve el cristianismo? ¿Depende o no depende del cristianismo la salvación del hombre? Este capítulo se entiende como una justificación de mi perspectiva frente a la conciencia cristiana y como una necesaria, nueva y al mismo tiempo antiquísima interpretación del ser cristiano.
53. Salvación o redención
Las religiones que piensan la salvación como obra de la libertad presuponen al ser humano con capacidad de poder conseguir la salvación incluso sin auxilios externos. Pueden asumir o el punto de vista del mundo, como las religiones orientales que piensan en la salvación como adhesión a la lógica impersonal que guía el mundo, o el punto de vista de Dios, como el judaísmo y el islam, que conocen una revelación directa de Dios contenida en su libro sagrado. En ambos casos, sin embargo, es siempre la persona quien debe seguir después libremente una u otra vía y ponerla en práctica.
Las religiones que piensan la salvación como obra de la gracia divina, mediante un redentor (en la actualidad sólo el cristianismo, por lo que sé), presuponen al ser humano necesitado de salvación, pero al mismo tiempo incapaz de conseguirla a causa de la corrupción de su ser, y proponen la necesidad de una intervención externa por parte de Dios.
Podemos decir que las religiones en las cuales la salvación se da como adhesión a la lógica que guía el mundo (para adherirse a ella como el hinduismo y el confucianismo, o para superarla como el budismo, el jainismo y el taoísmo), se caracterizan por ofrecer un conocimiento del mundo en su verdad, quitando los velos que nublan la visión de la mente: la religión es conocimiento. Para las religiones en las cuales la salvación se da por obediencia a la ley divina (judaísmo e islamismo), que piensan al ser humano capaz de cumplir por sí mismo esa ley, íntegro en su libertad, la religión es observancia, cumplimiento. Finalmente, las religiones para las que la salvación se da como redención llevada a cabo por Dios, que el ser humano recibe sin merecimiento alguno por su parte (cristianismo), piensan el mundo como algo del que debe ser liberado y consideran al ser humano incapaz de liberarse por sí mismo: la religión es gracia. Esta frase de san Pablo es característica: «Jesucristo se ha dado a sí mismo por nuestros pecados para liberarnos de este mundo perverso» (Gálatas 1, 4).
55. Una antinomia estructural
Al llegar a este punto hay que preguntarse cómo juzgar esta antinomia estructural en pleno corazón del cristianismo. Indudablemente en la medida en que no sea vista ni pensada puede ser un grave defecto y generar distorsiones. Pero si se ve y se piensa se convierte en una gran riqueza porque expresa e interpreta a la perfección la antinomia que es la vida propia del hombre en el interior del mundo. Si el cristianismo es antinómico lo debe al hecho de que la vida es antinómica. Me viene a la mente la primera de las 12 tesis de habilitación de Hegel: «Contradictio est regula veri, non contradictio falsi» [la contradicción es la regla de lo verdadero, la no contradicción, de lo falso]5. Cuando se piensa verdaderamente la vida aparece necesariamente la contradicción. Se ve también en la filosofía de Platón, donde está presente una doble visión del mundo, como oscura caverna en la República y como organismo divino en el Timeo, o también en la filosofía de Kant, donde presenta una doble visión de la libertad del hombre, como generador de la máxima moral en la Crítica de la razón práctica y como fuente del mal radical en la Religión dentro de los límites de la mera razón. El físico danés Niels Bohr, uno de los padres de la mecánica cuántica, afirmaba: «Hay dos tipos de verdad: la verdad simple, donde los opuestos son claramente absurdos, y la verdad profunda, reconocible por el hecho de que el opuesto es a su vez una profunda verdad».
61. La verdadera enseñanza del dogma: el pecado del mundo
Se trata de algo que no concierne al ser humano sino al mundo; concierne al hombre sólo en cuanto fenómeno del mundo. Se trata de lo que el cuarto evangelio llama «pecado del mundo» (Juan 1, 29), que no tiene nada que ver con el pecado individual sucedido históricamente sino que es la condición del ser, la necesidad bajo la que se nace, la caverna que nos tiene prisioneros. Diciendo «pecado del mundo» no se dice que el mundo en sí esté mal, se dice más bien que el mundo es prisionero, vive una libertad imperfecta y, aunque sea bueno, puede producir desorden y dolor. Esa es su contradicción. Hay un pasaje del cuarto evangelio que lo expresa perfectamente: «el mundo fue hecho por él, pero el mundo no lo conoció» (Juan 1,10). El origen divino del mundo debería haberlo llevado a reconocer al Logos. Pero esto ni ha sucedido ni sucede. Por eso él dice: «yo no soy de este mundo» (8, 23). ¿Pero cómo es posible si, como dice el Nuevo Testamento, él ha sido (y es) el mediador de la creación? Entre el origen divino de la creación del mundo y el no reconocimiento de Cristo por parte del mundo existe un espacio vacío. Es el espacio de la libertad. La contradicción entre el mundo proveniente de Dios (creación) y la distancia del mundo de Dios (necesidad de la redención) es el espacio conceptual que contiene la existencia y la acción de la libertad. Dado que el mundo es efectivamente libre, aun viniendo de Dios puede no reconocer al Logos que lo ha puesto en él. El mundo es cualitativamente distinto de Dios, aunque venga de Dios. Es más, se trata de una diferencia tan acentuada que puede volverse enemistad: el mundo que viene de Dios, puede hacerse enemigo de Dios.
62. Soteriología universal
¿De qué debemos ser salvados? No del diablo, no del mundo, no del pecado original, no de la ira de Dios; la salvación es de nosotros y de la vida desordenada (en el sentido de sometida a la entropía) que podamos llevar, de la permanente tentación infantil de hacer de nosotros mismos el centro del mundo, la inmadura condición del alma que dice siempre sólo «yo» y que se traduce en la ecuación Yo = Yo. El sentido último del cristianismo está en la revelación de la dignidad divina que nos habita, en lo que los padres de la Iglesia llamaban theiosis, divinización, y que nos lleva a esta ecuación Yo = Dios. Es decir: Yo pertenezco al Principio Ordenador, he salido de la prisión del egoísmo primordial, vivo por una idea más grande que yo, la Idea del bien. He encontrado la perla preciosa, la estrella justa en torno a la que gravitar.
¿De qué debemos ser salvados? De nada exterior a nosotros. La salvación-redención no debe ser entendida como la liberación de algo, sino como comunicación de algo. Todo se realiza en la profundidad de nuestra alma, de la que Cristo es la gramática fundamental. Como escribía en la cárcel nazi Dietrich Bonhoeffer, se trata de conseguir «salvar nuestra alma del caos»12.
63. El verdadero principio salvífico
La cuestión es, y aquí está lo nuevo de mi pensamiento, que no son las religiones las que salvan a los seres humanos. ¿Cómo se salvan? No se salvan porque participen en ritos, o porque obedezcan la ley, o porque crean en algo que la razón no alcanza comprender; los hombres no se salvan por ser religiosos. La religión no salva. Lo dice claramente el Nuevo Testamento con su superación de la ley del sábado, del templo, de la circuncisión, de la pertenencia racial a determinado pueblo. Y lo dice con la misma claridad, todavía antes, la Biblia hebrea en su cumbre espiritual que es a mí parecer la literatura sapiencial: «La justicia libra de la muerte» y también: «La práctica de la justicia conduce a la vida» (Proverbios 11, 6 y 19). El contraste no está entre Biblia hebrea y Nuevo Testamento, sino en el interior de los dos grupos de libros. Es un contraste entre la perspectiva teológica religiosa que piensa que la salvación depende de la observancia de ritos y preceptos (se llamen circuncisión o bautismo, ley o eucaristía) y la perspectiva teológica laica que piensa que la salvación depende de la justicia de la vida y de la pureza interior. Ni el sábado ni el domingo, ni el templo de Jerusalén ni la basílica de san Pedro, ni la circuncisión ni el bautismo, ni pertenecer a Israel ni a la Iglesia «nuevo Israel», ni el Talmud ni el Misal salvan a las personas. Lo que nos salva es entrar en la dimensión del espíritu y de la verdad: «Ha llegado el momento en el que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque el Padre quiere estos adoradores. Dios es espíritu y quienes le adoran deben adorarle en espíritu y verdad» (Juan 4, 23-24). La Biblia hebrea había dicho las mismas cosas: «El espíritu del hombre es una lámpara del Señor» (Proverbios 20, 27).
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