Capítulos 6 y 7: Muerte, juicio, cielo
En el capítulo 6 inicia Mancuso unas reflexiones sobre los novísimos. Con este término se designa en teología a las realidades últimas: muerte, juicio, cielo, infierno, purgatorio, parusía y juicio final.
1. Respecto a la muerte, en general tanto cristianos como no cristianos piensan que es un mal. San Pablo afirma expresamente “por un solo hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte”, aunque algunos textos del Antiguo Testamento suponen que ha sido Dios quien ha creado la muerte.
El autor distingue entre la muerte como fin de la vida terrena y la muerte como destrucción definitiva de la personalidad (”la muerte segunda”). En el primer sentido, la muerte corresponde a “la lógica del ser del mundo” y es algo positivo. La muerte no es consecuencia del pecado, ya existía millones de años antes que Adán y es consecuencia de la cadena alimentaria.
San Pablo considera a la muerte como el último enemigo, pero sólo es enemigo del hombre no educado espiritualmente. Según las grades religiones y filosofías, el hombre sabio -que ha trabajado su espíritu- no teme a la muerte, está abierto al verdadero ser, a lo eterno. “El hecho de que sin duda moriremos significa que seguramente la lógica que gobierna el cosmos tomará posesión de nuestro más íntimo Yo”.
2. El juicio al que será sometida el alma es una creencia universal: pesaje de las almas, según los egipcios, y puente escatológico iraní e islámico.
El criterio último para este juicio será, según unos la fe (dimensión intelectiva), según otros los actos de caridad (dimensión práctica). Según Pascal “si no amas la verdad no se puede conocer”. “La primacía corresponde, pues, a aquella dimensión profunda de nosotros donde pensar y ser son la misma cosa”. (El autor trata de equilibrar las dos tendencias, pero subraya el pensar).
Este juicio no es realizado por alguien exterior sino algo intrínseco a la lógica del ser. Si el ser humano recrea en sí mismo esta lógica, conseguirá como resultado el espíritu, la vida eterna; si no la recrea, no alcanzará este resultado. “La vida eterna la obtendrá quien ya la tiene ahora”. Mancuso tiene que recurrir a la solidaridad y a la orientación inicial del alma para explicar la salvación de quienes no alcanzan el nivel del espíritu.
•3. El cielo es una condición del alma.
En el capítulo 7 , al tratar del cielo, Mancuso cierra el círculo de su teología especulativa.
Hoy en teología se suele hablar del cielo diciendo que es más bien un estado, no un lugar en sentido físico: una condición del alma.
“Hay que saber pensar el ser como espíritu para pensar adecuadamente el cielo”.
Al tratar de la inmortalidad del alma, el autor ha defendido la racionalidad de la hipótesis de que el desarrollo del cosmos, que ha llegado hasta la vida inteligente y moral, prosiga hacia una forma cualitativamente superior “cuya existencia ha sido intuida desde el principio de la inteligencia humana llamándola divina y que se puede pensar como permanencia de la energía personalizada independientemente de la materia de la que proviene”.
Para pensar el ser como espíritu, el autor recurre a la concepción platónica de las Ideas. No es que nosotros tengamos ideas , “son ellas las que nos poseen a nosotros”, las que atraen nuestro comportamiento y modelan nuestra vida. Dios es la Idea subsistente del bien: “Ser, bien, verdad, unidad, belleza resultan la misma cosa” y el hombre la ha expresado con el término Dios.
El alma de un hombre que ha vivido según la idea del bien, permanece en ella después de la muerte. Su libertad pasa del libre albedrío a la verdadera libertad, a la adhesión consciente a la necesidad objetiva del ser.
4. La visión beatífica, el ver a Dios “cara a cara” consiste en la asimilación con Él. Sólo se conoce verdaderamente a una persona identificándose con ella en el amor y la amistad. “Del espíritu no se tienen nociones. El espíritu sólo se conoce de manera integral, implicada personal. ¿Cómo? Haciéndose espíritu”. “La condición para ver a Dios es hacerse semejante a Él”. “Seremos semejantes a Dios porque lo veremos tal cual es (1 Jn 3,2)”
Mancuso considera como la peor herejía “la convicción de que ningún intelecto creado puede ver la esencia de Dios”, herejía sólo semejante a la negación de la encarnación. “Toda la especificidad cristiana está en la ecuación: Encarnación de Dios = Divinización del hombre”.
5. La inmortalidad del alma no es contraria a la resurrección de la carne. El cuerpo es manifestación de la energía, igual que el alma. “Cuerpo y alma son ontológicamente la misma realidad, porque el ser es unitario”. La materia es reducible a la energía y el cuerpo es reducible al alma. El cuerpo es la manifestación espaciotemporal del alma, necesaria para que el alma subsista en este mundo. El cuerpo viene ‘divinizado’, como dice Orígenes, o ‘absorbido por el espíritu, como dice Nicolás de Cusa”.
El dogma de la resurrección de la carne sólo es sostenible en el sentido de permanencia de la personalidad. “Si la sustancia ontológica es la misma para el alma y para el cuerpo, si lo que los distingue es una distinta configuración de la energía, o completamente igualada a la masa (cuerpo), o bien más libre (alma), o del todo liberada (espíritu) de la masa, en el fondo cuerpo y alma son la misma realidad”.
•· Sugerencias para comentar
- La muerte: ¿es un mal o no lo es?
- “¿Qué le sucede a una persona justa cuando muere?”.
- “La verdad del ser es la idea, cada hombre es su idea… La idea que soy yo ha presidido la formación de mi cuerpo a partir del momento en que fui concebido”. “Dios es la idea subsistente del bien”.
- La inmortalidad del alma es el concepto equivalente a la resurrección de la carne; ambos significan la pervivencia de la persona.
- La libertad pasa del libre albedrío a la verdadera libertad, a la adhesión consciente a la necesidad objetiva del ser.
Selección de textos
Los textos seleccionados para hoy corresponden a los números resaltados de los índices de los capítulos 6 y 7, que se reproducen a continuación. Estos textos no pretenden confirmar nuestro resumen sino más bien completarlo y mostrar sus formulaciones más significativas.
Lo mejor es disponer del texto completo. Los textos seleccionados como antología han sido extraídos del libro de Vito Mancuso, El alma y su destino, Editorial Tirant lo Blanch, con autorización del editor para su publicación en ATRIO.org.
6 MUERTE Y JUICIO
- 68. La muerte: ¿es un mal o no lo es?
69. El último enemigo
70. Una precisión obligada
71. Aprender a morir
72. El juicio al que será sometida el alma
73. El criterio del juicio
74. Un tribunal interior
68. La muerte: ¿es un mal o no lo es?
La muerte terrena juega un papel tan esencial en el desarrollo de la vida que no puede no provenir necesariamente del orden del ser, es decir de Dios, y resultar por eso funcional al bien. ¿Cómo sería posible que la ley suprema que gobierna el mundo, o sea, el devenir que se nutre de la vida y de la muerte, no tenga su origen en el Principio Ordenador? Quien piense que la muerte es expresión del mal asociándola al diablo introduce un contrapoder negativo aunque igualmente poderoso que el divino e independiente de él. Divide al ser en dos. Hay mucho más maniqueísmo del que se piensa en las mentes de muchos contemporáneos, católicos y no católicos, pero si se quiere pensar el ser como unitario (si abrazamos el monoteísmo) es inevitable sostener que el fin de la vida pertenece a la dimensión de lo divino tanto como su inicio; incluso aún más, dada la progresiva espiritualización del viviente.
(…)
También nosotros cuando lanzamos al mundo un hijo, lo condenamos a morir. Esta necesidad de lo negativo, junto al esplendor de la positividad del ser, viene expresada por dos concepciones opuestas de la creación que se encuentran en la Biblia: la clásica mayoritaria que habla de orden y armonía, y esta segunda, trágica y oscura, que habla de desorden y desarmonía y anuncia que Dios, desde el principio, para dar inicio al ser, ha pagado con la sangre de su Hijo: la creación como perfecto trabajo divino y la creación como sacrificio sangriento divino. Estas teologías, ambas presentes en la Biblia, son las dos verdaderas, porque es verdad el orden y es verdad el desorden. Las dos juntas generan la antinomia que guía al mundo y de la que nosotros, aquí y ahora, podemos salir sólo místicamente, no en el sentido de tener extrañas visiones, sino en el sentido de elegir unilateralmente la vida y el bien, cuando por puro y simple cálculo se podría actuar de otra manera. Se eligen por amor. La persona que actúa así disuelve la antinomia en la que ha nacido porque conoce un solo nomos, el bien.
73. El criterio del juicio
La primacía corresponde, pues, a aquella dimensión profunda dentro de nosotros donde pensar y ser son la misma cosa, aquella profundidad que coincide con nuestro Yo, pero que en conjunto es más grande que nuestro Yo, porque, cuando la alcanzamos conscientemente, nuestro pequeño Yo es como transportado más allá de sí mismo, a la dimensión de la verdad objetiva y permanente. Apoyándose en ese punto en el que se toca lo eterno, se hace como el eterno en cuanto se toma conciencia de ser una parte de él: se descubre que Dios y Yo participamos de la misma dimensión del ser. La única posibilidad dada al hombre de salir del espacio y del tiempo es bajar a la profundidad de sí mismo, alcanzando allí la autentica dimensión espiritual. Esta es la sede de la vida feliz o, para usar la clásica terminología teológica, de la vida bienaventurada.
74. Un tribunal interior
¿Quién obtendrá, pues, la vida eterna? La vida eterna la obtendrá quien ya la tiene ahora. Lo eterno no es el futuro, sino el presente, la dimensión más verdadera del tiempo. Quien en el tiempo que le ha sido dado ha alcanzado la forma sobrenatural del ser, cuando muere en el cuerpo, permanece con el alma. La cúspide de su alma, su alma espiritual, sigue viviendo en la dimensión bienaventurada de la vida de la inteligencia del corazón donde ya había entrado, en esa dimensión que Aristóteles llama nous poietikos y que el sumo filósofo califica de «inmortal y eterna» (athanaton kai aidion)28, usualmente traducido como «intelecto activo», pero que puede traducirse también como «espíritu creativo».
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7 CIELO
- 75. A partir del orden
76. El ser como espíritu
77. Dios como Idea subsistente del bien
78. El fin de la libertad
79. La visión beatífica
80. Asimilados a Dios
81. La peor de las herejías
82. Como luminosas notas musicales
83. La falsa antítesis entre resurrección de la carne
e inmortalidad de alma
84. «Dejar a un lado la fantasía»
85. El mantenimiento de la personalidad
86. Florenski y Bonhoeffer
75. A partir del orden
Ahora, sin embargo la pregunta es: ¿qué le sucede a una persona justa cuando muere? Se trata de tomar racionalmente en serio la hipótesis de la inmortalidad del alma y de profundizar en ella. Y por eso ¿qué le sucede a una persona justa cuando muere?
Sucede que termina su vida física, pero su vida espiritual no. Mientras todo lo que está ligado a la sola dimensión física desaparece, lo que desde lo físico ha sabido alcanzar la auténtica dimensión espiritual permanece. Si en una persona que muere no hay nada de auténticamente espiritual, nada de ella podrá permanecer. Si en una persona que muere existe una auténtica dimensión espiritual (y no hay nada más espiritual que la justicia, en el sentido fuerte, de un orden moral y sobre todo ontológico), esta dimensión proseguirá su existencia. ¿Dónde? Exactamente en la misma dimensión del ser en la que ya se encuentra, la del espíritu. Hay que saber pensar el ser como espíritu para pensar adecuadamente el cielo. ¿Pero cómo se piensa el espíritu?
76. El ser como espíritu
El hombre es lo que piensa, en el sentido integral del ideal que atrae su energía y modela sus comportamientos. La verdad del ser es la idea, cada hombre es su idea. Se comprende también a nivel físico. La idea que soy yo ha presidido la formación de mi cuerpo a partir del momento en que fui concebido, cuando el espermatozoide de mi padre penetró en el óvulo de mi madre formándome como cigoto, todavía gobierna mi cuerpo en esta mitad de la vida y lo regirá hasta el fin de mis días terrenos, ininterrumpidamente. Todo está ordenado según un proceso biológico que a partir de las células forma los órganos y sus complejísimas conexiones, y antes todavía según un proceso fisicoquímico que de las ondas-partículas subnucleares forma los átomos y luego las moléculas, pero también según un proceso espiritual que de las imágenes de la mente forma los pensamientos y de ellos las creaciones libres de la inteligencia. Y mientras los procesos físicos, químicos y biológicos alcanzan su punto más alto y luego decaen, el proceso del enriquecimiento espiritual puede no tener fin, es más, los días otoñales de la vejez parecen ser los más adecuados al respecto, si es verdad que «apenas en su edad última puede llegar el hombre a lo perfecto en la especulación científica; y entonces, para la mayoría, poco queda de vida», como decía santo Tomás de Aquino (quien sin embargo murió con sólo 49 años)[1].
La idea que ha puesto y sigue poniendo orden entre los mil componentes en que se expresa la cantidad de energía que soy yo, constituye mi verdadera identidad, porque consiente que yo sea siempre yo mismo no obstante mude continuamente la materia de la que estoy compuesto. Si desde el principio de mi vida ni siquiera una célula ha permanecido la misma, yo he sido siempre de todos modos yo y todavía ahora puedo verme niño y alegrarme con las raras caricias recibidas entonces de mi padre. Cuando el pensamiento menciona el término ideahablamos de esta realidad que permanece firme en medio de la corriente del llegar a ser.
83. La falsa antítesis entre resurrección de la carne e inmortalidad del alma
El problema es que esta bifurcación dualista en el interior del ser hoy muestra su inconsistencia. Así como la materia no es una sustancia diferente de la energía, tampoco el cuerpo es una sustancia diferente del alma. Así como la materia es una manifestación de la realidad fundamental que es la energía, igualmente el cuerpo es una manifestación de la realidad fundamental que, a nivel antropológico, es el alma. La energía es el fundamento de la materia, el alma es el fundamento del cuerpo, forma corporis dice justamente el dogma.
La energía no se crea ni se destruye, la materia se crea y se destruye continuamente. Pero la energía en estado puro no existe en nuestro mundo, existe siempre y solamente a través de un soporte material. Lo mismo debe decirse de la relación alma-cuerpo: el cuerpo es una configuración del alma, sin el cual el alma, en esta dimensión del ser, no puede existir.
28 Aristóteles, De anima, III, 5; 430 A 25; ed. es. Acerca del alma, tr. de Tomás Calvo, Gredos, Madrid 2000.
[1] Tomás de Aquino, Suma contra los Gentiles, (tomo II) III, 48, trad. de Jesús Mª Pla Castellano, BAC, Madrid 1953, p. 199.
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