miércoles, 29 de julio de 2009

CURSO SOBRE EL ALMA Y SU DESTINO - 8

Capítulo 8: el Infierno

Gonzalo Haya Prats
    Tras esta entrega sobre el tema del dogma del infierno que Mancuso se replantea, no sólo como fugar sino como estado y eterna condenación, el curso se interrumpirá hasta mitad de septiembre, Pero sobre éste y los demás capítulos podremos seguir repensando nuestras concepciones sobre el más allá, Sugerimos la compra del texto completo del libro de MANCUSO, que desde cualquier parte de mundo se puede obtener digitalizado para ver en pantalla a mitad precio.Editorial Tirant lo Blanch, Los magníficos resúmenes de Gonzalo y su selección de textos no pueden suplir la lectura completa del libro.

1. ¿Qué pasaría si alguien muere obstinado en el pecado?:

Es un hecho que existe el mal moral. Los evangelios dicen que todo pecado puede perdonarse menos el pecado contra el Espíritu Santo. Tres posibilidades:

  • Condenación eterna, como sostiene la doctrina oficial católica
  • Condenación temporal, como sostiene la doctrina heterodoxa de la apocatástasis
  • Disolución definitiva en la nada.

Para comprender mejor el hilo argumental del autor, vamos a alterar el orden de su exposición.

2. Contra la condenación eterna.

  • La eternidad del infierno significaría la derrota del plan divino, que es ser “todo en todos”, y presenta una imagen de Dios poco evangélica. La teología ha tenido que reconocer que Dios participa en la pena del condenado conservando su ser y no impidiendo su voluntad pecadora. San Pablo y san Agustín llegan a decir que Dios “endurece a quien quiere”. Algunos teólogos han tratado de justificar el castigo eterno como una victoria perfecta de Dios pero el Dios de la cólera y de la venganza, que aparece en el Antiguo y en el Nuevo Testamento, contradice el “perdonar setenta veces siete” (y otras parábolas y hechos) de Jesús.
  • No se puede justificar como una pena medicinal, porque ya no va a curar nada; ni como escarmiento para otros, porque sería instrumentalizar a unas personas en beneficio de otras, y no se justificaría que permanezcan las penas después del juicio universal. El autor aduce textos contradictorios de santo Tomás e interpreta que este gran teólogo tuvo que hacer equilibrios para defender la enseñanza oficial de la Iglesia.
  • Según el sistema filosófico y teológico de Mancuso, la eternidad del infierno es lógicamente imposible, porque “la eternidad es orden y perfecta armonía” y el infierno sería desorden y caos. Su especulación le lleva también a negar la existencia del demonio “como persona concreta, y sobre todo su existencia eterna. El diablo es más bien el símbolo de la posibilidad de apartarse de la lógica de la creación natural. Quien defienda la existencia del diablo debe aceptar su conversión final.

3. La apocatástasis, o condenación temporal.

  • Esta teoría fue defendida por grandes Padres de la Iglesia y muy especialmente por Orígenes. Su principal argumento no es la compasión de Dios -como interpretó erróneamente san Agustín- sino “la definitiva soberanía de Dios sobre la totalidad del ser”. Para Orígenes, el infierno existe, pero no puede ser eterno. La Iglesia ha condenado repetidamente esta doctrina de Orígenes.
  • El autor recorre diversos testimonios a favor de la apocatástasis, aunque a veces eviten nombrarla así para no caer en la censura de la Iglesia. En la teología protestante destaca la defensa que hacen Karl Barth y Bonhöffer. La redención de Cristo es total para “reconciliar consigo todas las cosas”. De la teología ortodoxa destaca los testimonios de Bulgákov y Berdiaev. De la teología católica contemporánea aduce los escritos de Hans Urs von Baltasar, aunque él no llegó a reconocer el término apocatástasis, pero aceptó la solución aún más radical del “infierno vacío”: existe un infierno eterno, pero no podemos decir que nadie se haya condenado. Mancuso pone de manifiesto la incoherencia del Magisterio que ha condenado la apocatástasis pero no ha condenado la doctrina de eminentes teólogos que en algunos textos la han afirmado.
  • El teólogo más influyente contra la apocatástasis ha sido san Agustín con su defensa de “la absoluta necesidad de la gracia a causa de la corrupción producida en el ser humano por el pecado original”. La ciudad de los hombres constituye una “masa damnata” destinada a la condenación eterna, de la que Dios saca algunos escogidos predestinados a la salvación.

4. La aniquilación del alma.

  • Excluida la posibilidad de la condenación eterna, sólo hay dos alternativas: la apocatástasis y la aniquilación del alma obstinada en el pecado. Ya conocemos la primera, veamos ahora la segunda posibilidad.
  • La aniquilación obtiene los mismos resultados que la condenación eterna pero sin sus inconvenientes. “La aniquilación del alma no comporta la destrucción de la energía divina que la hizo posible, sino sólo la destrucción de la configuración que tal energía había asumido”. La aniquilación correspondería a “la pena de daño” de la teología tradicional ya que significa la “privación de la realidad ontológica encerrada en el término Dios”. “Sin el Principio Ordenador que lo sostiene, su energía cae presa de la entropía inexorable”; “La energía anónima que queda será reciclada en el carrusel incesante del cosmos”.

5. ¿Apocatástasis o aniquilación?. Existen razones a favor de la apocatástasis, que defiende la salvación universal, y razones a favor de la aniquilación sin una salvación universal. Mancuso prefiere confesar su “incertidumbre respecto a la alternativa entre apocatástasis y muerte del alma”.

Sugerencias para comentar

  • ¿Puede excluirse la condenación eterna con argumentos exegéticos o teológicos? ¿Está clara la enseñanza de Jesús?
  • ¿Qué solución nos parece más aceptable teológicamente: infierno, infierno vacío, apocatástasis, aniquilación?
  • ¿En qué se diferenciaría la apocatástasis del purgatorio?

Selección de textos

Los textos seleccionados para hoy corresponden a los números resaltados del índice del capítulo 8, que se reproducen a continuación. Estos textos no pretenden confirmar nuestro resumen sino más bien completarlo y mostrar sus formulaciones más significativas.

Lo mejor es disponer del texto completo. Los textos seleccionados como antología han sido extraídos del libro de Vito Mancuso, El alma y su destino, Editorial Tirant lo Blanch, con autorización del editor para su publicación en ATRIO.org.

8 INFIERNO

    87. La posibilidad de condenación
    88. El único pecado verdadero
    89. Tres posibles caminos
    90. Apocatástasis contra la condenación eterna
    91. Orígenes o el teocentrismo riguroso

    92. La incomprensión de Agustín

    93. La condena de la apocatástasis por parte de la Iglesia
    94. La apocatástasis en la teología protestante contemporánea
    95. La apocatástasis en la teología ortodoxa contemporánea
    96. La apocatástasis en la teología católica contemporánea
    97. La sana incoherencia del Magisterio

    98. Agustín y su insostenible herencia

    99. La doctrina de la Iglesia
    100. Eternidad del infierno = derrota del plan divino
    101. Eternidad del infierno = una imagen de Dios poco evangélica
    102. Eternidad del infierno = incapacidad de pensar la verdadera beatitud
    103. Eternidad del infierno = imposibilidad lógica
    104. Sobre el diablo
    105. ¿Aniquilación o apocatástasis?

    106. A favor de la aniquilación

    107. A favor de la apocatástasis
    108. Frente a la antinomia
    109. Síntesis final

91. Orígenes o el teocentrismo riguroso

Orígenes sostiene la apocatástasis en su obra maestra especulativa, Peri archon, más conocida por su nombre latino, De Principiis, que publicó en el 220 a la edad de 35 años. También para él, como para los estoicos, el pensamiento de la apocatástasis brota de una necesidad principalmente teológica. Él se sitúa con el pensamiento «en el fin del mundo, cuando Dios será todo en todos», como dice citando a san Pablo en 1 Corintios15, 28, con la finalidad de comprender cómo puede ser posible la deificación de toda criatura de la que habla el apóstol. En De Principiis III 6, el párrafo que más explícitamente concierne al tratamiento del fin del mundo y que contiene la formulación más radical sobre la apocatástasis con la inclusión del mundo demoníaco, el principio neotestamentario «Dios todo en todos» reaparece unas seis veces y constituye el faro en torno al cual navega todo el razonamiento. Es decisivo notar que el punto sostenido por Orígenes no es la misericordia de Dios, como interpretará Agustín casi dos siglos después en su «disputa pacífica con aquellos de entre los nuestros que por espíritu de misericordia no quieren creer que las penas serán eternas». El punto es más bien la definitiva soberanía de Dios sobre la totalidad del ser. El problema no es antropológico, es decir, cómo será posible que todos los hombres se salven, sino netamente teológico, o sea, cómo será posible que Dios pueda ser verdaderamente Dios, o sea, soberano y señor sobre cada mínimo aspecto del ser, visto que, escribe Orígenes, «ha hecho todas las cosas para que existan y lo que ha sido hecho para existir no puede no-existir». Todas las cosas incluye también al diablo, que para Orígenes se convertirá y será reintegrado, y con él obviamente todos los condenados.

98 Agustín y su insostenible herencia

Cuando Agustín escribe sus obras maestras, Confesiones, De Trinitate, De civitate Dei, está fascinado por una única gran idea teológica en torno a la cual hace girar todo, la idea de la absoluta necesidad de la gracia a causa de la corrupción producida en el ser humano por el pecado original. Las dos ciudades no son más que símbolos de dos realidades, netamente contrapuestas: el pecado que domina la ciudad de los hombres y la gracia de la ciudad de Dios. La ciudad de los hombres, corrompida por el pecado, constituye una única masa destinada a la condenación eterna, de la que no puede venir nada que sea válido a los ojos de Dios. Es como un río cuya fuente está contaminada, que sólo podrá tener siempre y en todas partes agua mala. La expresión massa perditionis o massa damnata para designar a todos los no bautizados recurre frecuentemente en Agustín. En el sitio dedicado a sus obras(www.augustinus.it, donde pueden consultarse también en español), el buscador enumera 14 obras donde reaparece la expresión, bastante más de una vez en cada obra. Dos conocidos estudiosos como Vittorino Grossi y Bernard Sesboüé, reconociendo como imprescindible la teología de Agustín, no dudan en hablar de un «fallo en su pensamiento: que parece no haber podido pensar que la gracia seguiría siendo gracia aunque hubiera sido ofrecida a todos». Todavía más crítico es el monje benedictino Evangelista Vilanova quien, en su historia de la teología, escribe que Agustín «ha introducido en la fe cristiana el dualismo maniqueo» y su «pesimismo universal es una posición indefendible».

106 A favor de la aniquilación

La teoría de la disolución del alma, que excluye la eternidad del infierno, no pretende en modo alguno negar la terrible seriedad de aquello que el infierno simboliza. La perdición eterna y la disolución definitiva de la personalidad son absolutamente reales. Como la existencia de la luz contiene la posibilidad de su ausencia que son las tinieblas, así la existencia de la perfección del ser en la eternidad contiene la posibilidad de su ausencia, o sea, la nada simbolizada por el infierno. Si el alma se niega conscientemente a cumplir el mismo trabajo del Principio Ordenador no vivirá, será disuelta para siempre en sus elementos constitutivos para confluir en el flujo anónimo del ser natural sin nombre. Esta posibilidad es terriblemente real y es lo que las religiones, cada una a su modo, llaman infierno. El Bhagavad Gita habla del infierno(naraka) como del inevitable destino ligado al desorden familiar. El budismo conoce más infiernos, el más profundo de los cuales se llamaavici. La tradición judía habla de la gehenna, lugar identificado con otro del que hablaba Isaías para los cadáveres de quienes se han rebelado contra Dios: «Su gusano no morirá, su fuego no se apagará y serán un horror para toda la humanidad» (Isaías 66, 24) y que retoma como suyo Jesús (aparece siete veces en el evangelio de Mateo). El islam recupera el término gehenna trasformándolo en el árabe gahannam, del que están llenas las páginas del Corán, sin contar con sus numerosísimos sinónimos.




1 comentarios:

mccarceles dijo...

Nadie sabe lo que hay después de la Muerte. Nadie. Ustedes complican mucho las cosas,hacen dogmas de fé pensamientos personales de algunos teólogos congran influencia y luego se pasan siglos tratando de ¿suavizarlos?.

El cielo y el infierno están aquí, ahora;los construimos nosotros y hay que elegir qué construyes.
¿le parece poco infierno el que viven muchas personas? yo creo que es suficiente.Todos los errores, todos, acaban pagándose.

A veces rozamos el cielo con los dedos, eso también es suficiente.

Lo que pasará después solo Dios lo sabe,solamente Él. Ningún teólogo por prestigioso que sea lo puede saber.
Construyamos pues el Cielo en la Tierra en la medida que podamos.

Es una opinión de una persona sin ninguna cualificación para hablar de estos temas, pero me encanta hablar.
Un saludo.