Hace un tiempo, la edición española de la revista Foreing Policyllevaba a su portada el titular “Dios vuelve a la política” e incluía un artículo de fondo titulado “Por qué Dios está ganando” cuya introducción decía así: “Se suponía que la religión iba a desaparecer a medida que se extendieran la globalización y la libertad. Pero en lugar de ello, está experimentando un fuerte auge en todo el mundo y con frecuencia determina los candidatos que ganan las elecciones. Y la intervención divina no ha hecho más que empezar. La democracia está dando voz a los pueblos, que quieren hablar de Dios cada vez más”.[1]
Como se afirma en el artículo, “Dios está en racha”. En el mundo musulmán, por supuesto –revolución iraní de 1979, ruptura del secularismo Baaz y renacer chií en Iraq, victoria electoral de Hamás en Palestina, relegitimación de Hezbolá en Líbano tras la catastrófica invasión israelí-, pero no sólo: nacionalistas hindúes en India o evangélicos renacidos en Estados Unidos movilizan un electorado masivo que les permite acceder democráticamente a los gobiernos de sus respectivos países y, desde ellos, dejar su impronta en la política exterior o interna.[2] “Las mayores religiones –continua- se han expandido a un ritmo que supera el crecimiento de la población global”. Hoy son más que nunca antes los creyentes, dispuestos además a organizar el mundo desde sus particulares creencias religiosas.
También en España venimos asistiendo a un auge de esta neo-ortodoxia religiosa, en nuestro caso católica. La confrontación abierta -incluso mediante manifestaciones en la calle de la mano del Partido Popular- a propósito de diversas iniciativas desarrolladas por el Gobierno de Rodríguez Zapatero es sólo la punta del iceberg de un proceso de fondo que viene de lejos, desde la propuesta de nueva evangelización impulsada por la Conferencia Episcopal Española a partir de 1990. Una manifestación de este proceso de fondo es la apuesta de la jerarquía eclesiástica por movimientos religiosos “fuertes e incondicionales” (tales como Opus Dei, Neocatecumenales, Comunión y Liberación o Legionarios de Cristo)[3] en detrimento de los clásicos movimientos apostólicos ligados a la evangelización de los ambientes y hasta, en ocasiones, en confrontación con otros movimientos, iniciativas o propuestas que reivindican la democratización de las estructuras eclesiales.
Paul Valadier ha detectado con agudeza los riesgos de este renacer de la religión: “De superestructura vana e ineficaz según los cánones marxistas, la religión se ve promovida como factor decisivo de la historia, más allá del cual se vuelve imposible comprender el futuro y cuyo desconocimiento conduciría a los más grandes errores. Estaríamos contentos con una promoción tan inesperada, si el reverso no fuera, una vez más, designar a las religiones como factores de hostilidades, de conflictos y de guerras”.[4]
En efecto, como se señala en el artículo de Foreing Policy, si bien es cierto que las distintas religiones han servido durante toda la segunda mitad del siglo XX como influyente factor de movilización social en contra de numerosos regímenes autoritarios (desde Tibet hasta Polonia, pasando por Latinoamérica o Sudáfrica), bien pudiera ocurrir que los actuales movimientos religiosos neo-ortodoxos sean estructuralmente incapaces de promover una “libertad sostenible”, o lo que es lo mismo, generalizable.
¿Estamos condenados a que la “buena racha de Dios” suponga necesariamente una mala racha para el proyecto democrático moderno, fundado sobre la pluralidad cosmovisional y la convivencia en tolerancia de distintas concepciones del bien, limitadas sólo por la ley y los derechos humanos fundamentales?
No, no lo estamos. Si así fuera, la encrucijada histórica a la que hoy se enfrenta irremediablemente el cristianismo –en palabras de Vattimo, cargar con el destino de una modernidad en crisis con todas sus consecuencias o, por el contrario, reivindicar su carácter ajeno a la misma- sólo podría decantarse por la extemporaneidad, por la extrañeza radical. “Pero si eligiese esta segunda vía –y hay indicios de que esta tentación se da-, renunciaría a ser un mundo y una civilización, para volver a convertirse en lo que quizás era originariamente, una secta entre otras sectas y un objetivo factor de disgregación social entre otros”.[5]
Ni podemos ni debemos caer en la tentación del fundamentalismo, del cierre sobre uno mismo. No somos extemporáneos, sino contemporáneos de esta modernidad posmoderna. Contemporáneos que, sin embargo, no contemporizan acríticamente con una realidad que, como siempre, se ve confrontada con el particular estatuto del cristiano: del mundo sin ser del mundo. El mundo no es nuestro enemigo, sino el lugar privilegiado para la encarnación de Dios. El mundo está ahí para ser salvado, pero no para ser salvado de sí mismo ni contra sí mismo, sino en sí mismo, en toda su complejidad.
“Dejemos a los funcionarios de las instituciones eclesiásticas decidir si quieren acoger las expectativas del kairós que está proyectando su sombra sobre su calendario diario. Entretanto, el modo en que la misión dirija sus esfuerzos y las fronteras en las que los emplee tendrán importantes consecuencias para quienes escogen quedarse en la institución y buscan tender puentes entre quienes encuentran el camino a Jesús en la Iglesia y quienes prefieren la disciplinaextra ecclesiam”.[6]
Yo escojo quedarme y asumo, por ello, la disciplina intra ecclesiam. Lo que quiere decir que me tomo en serio las palabras de Martínez Camino. Pero no aceptaré que ningún funcionario reacio a acoger las expectativas del kairós por los inconvenientes que tal cosa supone para su calendario diario dificulte la misión de tender puentes con quienes están fuera, con el objetivo ineludible de servir a la Misión. Lo que significa que, en el ejercicio de la política, no voy a renunciar a buscar con otros la mejor regulación posible del espacio público. Y esta regulación de la interrupción del embarazo es mejor que la que había.
[1] Timothy Samuel Shah y Monica Duffy Toft, “Por qué Dios está ganando”, Foreing Policy, Edición española, nº 16, agosto/septiembre 2006.
[2] En enero de 2005, en una entrevista concedida a The Washington Times, George W. Bush declaraba: “Al menos desde mi perspectiva, no veo cómo se puede ser presidente sin tener una relación con El Señor”.
[3] Así son calificados estos movimientos en el manifiesto Recuperemos la credibilidad de la Iglesia, presentado en abril de 2005 en el Colegio Universitario Chaminade y suscrito por una quincena de organizaciones de católicos de base (como Somos Iglesia, Comunidades Populares, Mujeres y Teología...) y una decena de publicaciones católicas (comoIglesia Viva o Éxodo, entre otras).
[4] Paul Valadier, Un cristianismo de futuro, PPC, Madrid 2001.
[5] Gianni Vattimo, Después de la cristiandad, Paidós, Barcelona 2003.
[6] JamesW. Heisig, Diálogos a una pulgada del suelo, Barcelona, Herder 2005.
sábado, 14 de noviembre de 2009
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