La lectura de los evangelios resulta, a veces, desconcertante. Jesús les dijo a sus discípulos que él les había dado "ejemplo" (hypodeigma), "para que igual que yo he hecho con vosotros, hagáis también vosotros" (Jn 13, 15). Y así fue efectivamente. Como los profetas han sido siempre "ejemplo" para los demás (Sant 5, 10). Nadie, pues, va a poner en duda que Jesús ha sido, y sigue siendo, uno de los grandes modelos en los que las personas de buena voluntad encuentran el ejemplo a seguir, para que esta vida resulte soportable, para que nuestro mundo (tan deshumanizado) se humanice, y para que entre los mortales se mantenga viva la esperanza.
Y sin embargo, insisto en que, según los mismos evangelios, esta ejemplaridad de Jesús nos resulta desconcertante. Porque no cabe en cabeza humana que el mismo Jesús, tan ejemplar y modélico, fuera a la vez un auténtico "escándalo" (skandalon), causa de caída o tropiezo que puede ser motivo de pérdida de la fe (H. Giesen). Y es que, por más extraño que resulte, los relatos evangélicos no dudan en atribuir el verbo "escandalizar" al propio Jesús (Mt 11, 6; 17, 27; 26, 31; Mc 14, 27; Jn 6, 61). De forma que no es ninguna exageración afirmar que Jesús, el que "pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo" (Hech 10, 38), vivió, habló y actuó de tal manera que, para algunas gentes, fue motivo de escándalo.
Pero no se trata sólo de esto. Lo más sorprendente, en todo este asunto, es que precisamente cuando el Evangelio presenta a Jesús haciendo el bien a los que sufren (Mt 11, 5), a renglón seguido el mismo Jesús añade: "Y ¡dichoso el que no se escandalice de mí!" (Mt 11, 6). ¿Qué relación puede tener la generosidad ejemplar del que alivia penas y sufrimientos con el escándalo de quien ve y palpa semejante generosidad? Por eso no se entiende que la misma noche, en que Jesús inicia su pasión, el propio Jesús llegara a decir que aquello sería motivo de "escándalo" para sus discípulos y amigos (Mt 26, 31; Mc 14, 27). Y todavía algo más fuerte: san Pablo llega a decir que el momento de la mayor ejemplaridad de Jesús, su crucifixión, exactamente ese acontecimiento fue el mayor escándalo, "el escándalo de la cruz" (Gal 5, 11; cf. 1 Cor 1, 23).
El cristianismo, desde su mismo origen, está vinculado a la "ejemplaridad" y al "escándalo". Ambas cosas a la vez y seguramente de forma inseparable. Por eso no nos tendría que sorprender que la Iglesia y los cristianos, por más que vayamos por la vida haciendo el bien, seamos, para no pocas personas, motivo de escándalo. La cosa es así. Y lo ha sido siempre. Los autores cristianos de los primeros siglos decían que la Iglesia es la casta meretrix, la "ejemplar prostituta". Así la definieron santos de la categoría de Ambrosio, Agustín, Jerónimo.... Pero es claro, lo que hay que preguntarse es si la Iglesia y los cristianos pasamos por el mundo dando el "ejemplo" que dio Jesús; y causando el "escándalo" que él causó. No otro ejemplo. Ni otro escándalo. Es evidente que - por poner un ejemplo - Mons. Romero fue (y para algunos sigue siendo) "ejemplo" y "escándalo". Fue asesinado por defender la vida y la paz. Pero el hecho es que el mismo obispo, al que los pobres llaman "san Romero de América", otros lo siguen viendo como un "perturbado" (sic), un "rojo", un hombre de dudosa conducta que se metió en política de mala manera.
Sin duda, la vida entraña una profunda y hasta misteriosa ambigüedad. Pero lo más seguro es que, dada esa inevitable ambigüedad, todos "interpretamos" la realidad (sea cual sea esa realidad) a través del filtro (la "rejilla hermenéutica", dicen los filósofos) que nos ponen, y nos imponen, nuestros propios y personales intereses. Los intereses "rectores del conocimiento" (J. Habermas). Y así desembocamos en el asunto capital: ¿desde qué "intereses" vemos la realidad, interpretamos las cosas, y nos hacemos nuestros juicios o sacamos nuestras conclusiones? Todos nos tenemos que preguntar cómo y por qué vemos como escándalo lo que otros ven como ejemplo.
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