Jorge Gadano (RIO NEGRO ON LINE)
El cardenal Jorge Bergoglio, ex jefe de la Compañía de Jesús en la Argentina, hoy arzobispo de Buenos Aires, convocó la semana pasada a una “guerra de Dios” contra el proyecto de ley que modifica el Código Civil para posibilitar el matrimonio entre personas del mismo sexo. La ley de matrimonio civil de 1888 acabó con el monopolio eclesial del matrimonio, pero mantuvo la restricción que lo permitió sólo para personas de distinto sexo.
Sorprende, en pleno siglo XXI, la convocatoria a una “guerra de religión” como las que se suponían concluidas con la Paz de Wesfalia, en 1648, a más de 70 años de que, en la llamada Matanza de la Noche de San Bartolomé, turbas católicas, movilizadas contra el matrimonio de la princesa católica Margarita de Medicis con un príncipe protestante, masacraran a los partidarios del príncipe en las calles de París. Entonces, como hoy, una católica debe casarse con un católico.
Lo que no puede sorprender, sin embargo, es que sea un jefe jesuita quien convoque a una guerra, porque la Compañía de Jesús es una organización religiosa militarizada (de ahí el nombre de “compañía”) creada por San Ignacio de Loyola, un líder con formación militar que fue el primer “general” de la orden.
El Papado y la Inquisición bendijeron a la Compañía, nacida en 1534 para enfrentar la rebelión protestante encabezada por Martín Lutero, quien a principios de siglo había denunciado a la jerarquía católica por el corrupto tráfico de indulgencias y la alianza con los poderes políticos.
La “obediencia debida” reclamada por Ignacio a sus soldados fue definida por él en las “Constituciones Jesuitas”, que exigieron a cada militante “ser disciplinado como un cadáver”. Así, los jesuitas lograron contener el avance protestante y mantener la autoridad irrefutable del Papa y la persecución inquisitorial a cualquier disidencia.
En esos mismos términos guerreros, emparentados con el fundamentalismo talibán y con la Yihad (guerra) islámica, Bergoglio se asume en estos días como el líder de la lucha contra la mayor herejía de nuestro tiempo, que es el llamado “matrimonio gay”. Los ejércitos que lo siguen no son solamente los de identidad vaticana. También responden a su convocatoria las huestes evangélicas que, en Río Negro y Neuquén, se expidieron en coincidencia con el clero católico en una solicitada que reivindica el matrimonio como “una creación de Dios que hemos adoptado y aceptado”.
Si les gusta así, pues sea. Pero en la Argentina no hay religión de Estado (como sí la hay en algunos países islámicos). En este país el matrimonio, tal cual fue legislado hace más de un siglo, es una creación del Congreso, que hizo justicia en la segunda mitad del siglo XIX a los millones de inmigrantes llegados a este país que pertenecían a confesiones religiosas que no eran católicas, o a ninguna.
Las “Iglesias Evangélicas de Río Negro y Neuquén” que firman la solicitada están a favor de que “la prostitución callejera” sea tenida como un delito. La comparan con “muchos impuestos (que) son abusivos y extorsivos” y se preguntan si “las leyes expresan el bien para la mayoría”. Para ellas, “con el tema de la homosexualidad asistimos a un caso similar” al de la prostitución, porque “la legalidad nos obliga a aceptar algo que no es moralmente aceptable ni éticamente correcto”. Contra la adopción de niños por parejas del mismo sexo las iglesias reclaman que se atiendan los derechos de los niños y niñas “tan vulnerados de miles de maneras”. Una de esas “maneras” es la pedofilia, de la que se publica tanto hoy gracias al aporte de no pocos clérigos que el Vaticano ampara.
A todas luces, parece imprescindible hoy una lectura histórica de la moral cristiana que flameó en las guerras contra herejes y judíos, levantando la cruz junto a la espada de los Reyes Católicos en la conquista de América y la esclavización de sus pueblos, en la hoguera que silenció a Giordano Bruno, en la tortura a Galileo Galilei.
Volviendo a Bergoglio, el convocante. El ocho de mayo pasado presidió un acto en la basílica de Luján en el que el médico Justo Carbajales leyó el documento titulado “Manifiesto de la Esperanza”, que exhortó a no votar por los dirigentes corruptos. El texto habla de “la maravillosa responsabilidad cívica de los que tienen fe en Dios” porque la fe “da vida a la esperanza” y es “la certeza de lo que se espera, prueba de lo que aún no se ve”.
Con más fe en la ciencia que en los dogmas bíblicos, Galileo probó, contra lo que se veía, que la Tierra giraba alrededor del Sol, y en aquellos mismos tiempos William Harvey descubrió la circulación de la sangre. Más cerca de nuestro tiempo otro inglés, Carlos Darwin, sepultó en su libro “El origen de las especies” la fábula de la creación escrita en el Génesis.
Movida por su espíritu combativo, Bergoglio resucita a un enemigo de la humanidad, Satanás, señor del Infierno, que con Juan Pablo II en la silla pontificia era una abstracción según alguna fuente vaticana. Incluido en la guerra de Dios como enemigo principal, el Diablo vuelve ahora como animador de homosexuales, lesbianas, transexuales, prostitutas callejeras y, en fin, todo cuanto signifique sexo, sinónimo del pecado que aleja a los pecadores de una paradisíaca vida eterna que los ministros de Dios prometen a los justos que se les someten.
No está solo el cardenal. Vino a ayudarlo desde España el jerarca del Opus Dei Benigno Blanco, quien ya se reunió con Carbajales y con Gastón Bruno, vicepresidente de una asociación de congregaciones evangélicas. No faltó al divino encuentro un Centro Islámico de la República Argentina. En fin, que todo se está haciendo como para que en la movilización de hoy haya mucha gente.
sábado, 17 de julio de 2010
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