FORO “CURAS DE MADRID”
“Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanza, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo” (GS 1).
Los datos macroeconómicos no son nada halagüeños. Nos preocupa en especial la evolución de un paro que sigue creciendo, con todo lo que implica de sufrimiento, precarización e impotencia para muchísimas familias. Cada día nos despertamos con noticias preocupantes envueltas en un lenguaje críptico para muchos: bajada y subida del IBEX 35, mala evolución de la EPA, aumento del diferencial… Por debajo de todo ello, los rostros sufrientes de los parados, nuestros vecinos, familiares y amigos que anhelan un puesto de trabajo.
Como personas civiles y religiosas que somos deberíamos lamentar el clamoroso silencio de la Iglesia jerárquica ante estos temas y el anquilosamiento y sacralización de sus propias estructuras que imposibilitan todo diálogo sincero y constructivo con el mundo, según el ejemplo y el mandato que hemos recibimos de Jesús.
Sin embargo nos interesa dar hoy algunas pistas que ayuden a las comunidades a las que servimos y que alienten la esperanza de nuestras gentes ante un futuro fuertemente desazonador. Es cierto que, como seguidores de Jesús, no tenemos ninguna solución técnica que ofrecer, pero nos parece responsable hacer una lectura creyente de la realidad en la que se manifiesta el mismo Dios que escuchó el clamor del pueblo oprimido en Egipto y que nunca ha sido impasible ante el dolor de los empobrecidos.
Os proponemos hoy tres actitudes básicas a adoptar como creyentes:
1.- Combatir la ignorancia como inexcusable servicio a una verdad que libera.
No se puede ocultar la tardanza del Gobierno en reconocer, asumir la crisis y adoptar medidas, algunas dudosas desde el punto de vista de la protección de los más vulnerables. Tampoco la cultura de la satisfacción en que hemos estado instalados muchos, cuando eran “otros” –especialmente los inmigrantes- los que hacían cola en las Caritas de las parroquias; hoy ya somos nosotros. Quizás hasta ese momento no habíamos caído en la cuenta de que “otros” no han salido de la crisis jamás. Hemos de reconocer que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades. La crisis, en ese sentido, puede tener un carácter purificador. Pero, sobre todo, nos causa escándalo que empresas con beneficios –telefónica- tengan la indecencia de plantearse reducir plantilla. El servicio a la verdad reclama recordar una verdad evidente silenciada u obviada por nuestros responsables a la hora de tratar con el sector empresarial: el trabajo debe estar siempre por encima del capital. El trabajo no es un medio de producción o un recurso más: en él se juega la dignidad de la persona.
Nos causa también perplejidad cómo quienes privatizan los beneficios se empeñaron en socializar las pérdidas, en parte enjuagadas con dinero público sin excesivas contraprestaciones. Que el mayor propietario de pisos sea el sector financiero y que no se adopten medidas legales para renegociar las deudas, evitar que nuestra gente se quede en la calle, que se embarguen también los pisos de los padres ancianos que firmaron como avalistas resulta incomprensible.
Nos deja también perplejos el hecho de que no se consideren extinguidas las deudas de aquellos cuyos pisos fueron embargados. Nos desconcierta el Presidente del Gobierno negándose a estas posibilidades tanto como la oposición que tampoco aporta elementos solidarios y constructivos más allá de unas cuantas recetas de corte liberal y por tanto más de los mismo. Los mismos remedios que han causado la crisis. No menos escándalo provocan los sueldos de directivos de entidades que reducen plantilla o que han sido mal gestionadas.
2.- Debemos tomar partido por las víctimas de la crisis. La solidaridad es una virtud imprescindible tanto para elevar el listón moral de una sociedad individualista y capital-materialista, como para asegurar la supervivencia de sus víctimas. Tomar partido supone que no todo vale, y que no podemos mantener actitudes que nos tornen en poco creíbles: pactar con las macroempresas que financian nuestros eventos y necesariamente bajar el diapasón de la crítica por la consabida cita apócrifa: “no se puede morder la mano que te da de comer”. La austeridad, la comunión de bienes, el consumo responsable, la utilización de la banca ética, el apoyo material, afectivo y espiritual a los parados, la oferta de ámbitos para el encuentro, la fiesta, la reivindicación, la escucha de la Palabra que sostiene la esperanza en momentos de desespero, la celebración de la vida compartida impulsada por el Espíritu, constituyen algunas acciones que se pueden llevar a cabo en ese tomar partido por los parados y en repensar la realidad -no desde criterios localistas sino- desde el bien común y la justicia global, desde el sistema mundo que preconiza la catolicidad/universalidad de la Iglesia.
3. Mostrar el rostro de una Iglesia samaritana y amable, pero inflexible con la injusticia. Queremos ser una Iglesia que consuela, que da esperanza y denuncia la injusticia.
Para ello habremos de convertir el sufrimiento de nuestra gente no en una razón teórica, sino en aquello que nos preocupa y que nos ocupa, un tema presente en nuestras catequesis, en nuestra oración, en nuestra liturgia, porque de verdad, y no sólo teóricamente, es lo que nos quita el sueño.
Apostamos por valores alternativos a los materialistas del capitalismo salvaje, aunque se adorne en ocasiones de capitalismo compasivo, y por una Iglesia que realice el sueño de Jesús desde la sencillez evangélica, la vida compartida con los más vulnerables y una actitud continua de despojamiento que nos haga no sólo significativamente evangélicos sino, a veces, simplemente aceptables por nuestros convecinos y convecinas parados y pobres a los que debemos más que cuatro tópicos y buenas palabras.
Está en juego no sólo la visibilización de la Iglesia, sino del mismo Dios y del Evangelio de su Hijo que exige dar Buenas Noticias de su parte a quienes las están recibiendo malas de la crisis y de sus consecuencias y de sus autores.
4. Colaborar con aquellos colectivos que, desde el espacio común de la calle, reivindiquen el valor y la necesidad de lo público. Más allá de riñas callejeras, creemos en lo público, que es de todos, no tanto como recurso asistencialista o de bienestar, cuanto como expresión cierta y digna de la conciencia de sentirnos hermanos con los otros y conciudadanos con todos.
Así hemos de sumarnos a cuantos reclaman una limpieza de la mentira y corrupción de los instrumentos políticos existentes –los partidos- y una dignificación de la participación ciudadana, sin dejarnos amordazar por esas pequeñas concurrencias a que se nos llama cada cuatro años.
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