Se necesitaría ser enemigo de sí mismo y contrario a los valores humanitarios mínimos para aprobar el nefasto crimen del terrorismo de Al Qaeda del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York. Pero resulta de todo punto inaceptable que un Estado, el más poderoso del mundo en el terreno militar, para responder al terrorismo se haya transformado él mismo en un Estado terrorista. Fue lo que hizo Bush, limitando la democracia y suspendiendo la vigencia incondicional de algunos derechos, que eran orgullo del país. Hizo más: dirigió dos guerras, contra Afganistán y contra Irak -donde devastó una de las culturas más antiguas de la humanidad-, en las que han muerto más de cien mil personas y ha habido más de un millón de desplazados.
Cabe repetir la pregunta que a casi nadie interesa plantear: ¿por qué se produjeron tales actos terroristas? El obispo Robret Bowman de Melbourne Beach de Florida, que fue anteriormente piloto de cazas militares durante la guerra de Vietnam, respondió, claramente, en el National Catholic Reporter, en una carta abierta al Presidente: «Somos el punto de mira de los terroristas porque, en buena parte del mundo nuestro Gobierno defiende la dictadura, la esclavitud y la explotación humana. Somos el blanco de los terroristas porque nos odian. Y nos odian porque nuestro Gobierno hace cosas odiosas».
No otra cosa dijo Richard Clarke, responsable contra el terrorismo de la Casa Blanca en una entrevista a Jorge Pontual emitida por la cadena Globonews el 28/02/2010 y repetida el 03/05/2011. Había advertido a la CIA y al Presidente Bush que un ataque de Al Qaeda era inminente en Nueva York. No le dieron oídos. Enseguida ocurrió, lo que le llenó de rabia. Esa rabia aumentó contra el Gobierno cuando vio que con mentiras y falsedades, Bush, por pura voluntad imperial de mantener la hegemonía mundial, decretó una guerra contra Irak que no tenía conexión ninguna con el 11 de septiembre. La rabia llegó a un punto tal que, por salud y decencia, dimitió de su cargo.
Más contundente fue Chalmers Johnson, uno de los principales analistas de la CIA, también en una entrevista al mismo periodista, el día 2 de mayo del corriente año. Conoció por dentro los maleficios que las más de 800 bases militares norteamericanas producen, distribuidas por todo el mundo, pues suscitan la rabia y la revuelta en las poblaciones, caldo de cultivo para el terrorismo. Cita el libro de Eduardo Galeano «Las venas abiertas de América Latina» para ilustrar las barbaridades que los órganos de inteligencia norteamericanos cometieron por aquí. Denuncia el carácter imperial de los Gobiernos, fundado en el uso de la inteligencia que recomienda golpes de Estado, organiza el asesinato de líderes y enseña a torturar. En protesta, dimitió y se hizo profesor de historia en la Universidad de California. Escribió tres tomos, «Blowback» (venganza), en los que preveía, con pocos meses de anticipación, los actos de venganza contra la prepotencia estadounidense en el mundo. Ha sido tenido como el profeta del 11 de septiembre.
Éste es el telón de fondo sobre el que entender la actual situación que culminó con la ejecución criminal de Osama Bin Laden.
Los órganos de inteligencia estadounidense son unos fracasados. Por diez años consecutivos han barrido el mundo para cazar a Bin Laden. Nada consiguieron. Sólo usando un método inmoral, la tortura de un mensajero de Bin Laden, han conseguido llegar a su escondite. Por tanto, no han tenido mérito propio alguno.
En esa caza todo está bajo el signo de la inmoralidad, la vergüenza y el crimen. En primer lugar, el Presidente Barak Obama, como si fuese un «dios» ha determinado la ejecución/matanza de Bin Laden. Eso va contra el principio ético universal de «no matar» y de los acuerdos internacionales que prescriben la prisión, el juicio y el castigo del acusado. Así se hizo con Hussein de Irak, con los criminales nazis de Nürenberg, con Eichman en Israel y con otros acusados. Con Bin Laden se ha preferido la ejecución intencionada, un crimen por el cual Barak Obama deberá responder algún día. Por otra parte, se ha invadido el territorio de Pakistán, sin ningún aviso previo de la operación. A continuación se secuestrado el cadáver y lo han lanzado al mar, crimen contra la piedad familiar, derecho que cada familia tiene de enterrar a sus muertos, criminales o no, pues por malos que fueren, nunca dejan de ser humanos.
No se ha hecho justicia. Se ha practicado la venganza, siempre condenable. «Mía es la venganza» dice el Dios de las Escrituras de las tres religiones abrahámicas. Ahora estaremos bajo el poder de un Emperador sobre quien pesa la acusación de asesinato. Y la necrofilia de las multitudes nos disminuye y nos avergüenza a todos.
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