El pasado mes de enero apareció mi primer texto en alandar. Secuela escrita de mi encuentro con Pedro Casaldáliga. Una llamada de atención sobre palabras necesarias y distorsiones, olvidos. Otro Brasil menos luminoso existe. Otra América también.
El pasado mes de diciembre pasé varias semanas en Bolivia, viajé hasta allí interesado en conocer un país mayoritariamente indígena, en proceso de cambio, de “empoderamiento” de mayorías históricamente excluidas. Estado plurinacional de gran belleza. Arrastra lastres, diversas discriminaciones: fuerte machismo, racismo extendido entre buena parte de la élite de origen español, discriminaciones entre grupos indígenas.
En un país con cientos de miles de niños y niñas que trabajan, el gobierno da pasos en la buena dirección con el establecimiento de bonos escolares o la construcción de miles de escuelas en los últimos años. Las cifras de pobreza en Bolivia se han reducido en un doce por ciento en menos de cinco años. Poblaciones y regiones históricamente maltratadas reciben inversiones necesarias. También hay numerosas actitudes que resultan criticables en el actual Gobierno, actitudes erróneas a las que ha contribuido el contexto polarizado en el que ha vivido el país, donde buena parte de las críticas no tenían el mínimo espíritu constructivo.
Después de unos días conociendo diferentes partes de Bolivia y el trabajo de diferentes organizaciones sociales, llegué a Santa Cruz de la Sierra. Mi objetivo principal: conocer al obispo emérito Nicolás Castellanos y el trabajo que ha realizado en esta ciudad. Este sacerdote campechano y hospitalario, nacido en tierras castellanas en tiempos difíciles, llegó hace dos décadas a Bolivia. Su objetivo: ser fiel a lo que había predicado tantos años, la opción por los y las pobres.
La pequeña iniciativa que comenzó bajo los auspicios de un reducido grupo de personas se ha convertido en una potente organización que cuenta con numerosos recursos; entre otros, decenas de colegios que ofrecen educación de calidad para jóvenes de sectores desfavorecidos, una escuela de teatro, comedores escolares y centros de atención para menores que trabajan.
Nicolás convive en el mismo hogar con un grupo heterogéneo de voluntarios, la mayoría jóvenes bolivianos. El trabajo que realizan en el Plan 3000 de Santa Cruz de la Sierra, zona donde muchos sufren grandes limitaciones, es una muestra de coherencia con el horizonte que persiguen, el de un mundo más justo. El Reino de justicia que Jesús nos anunciaba. En palabras del obispo emérito, “el Reino consiste en hacer el cielo en la tierra, que los bienes sean de todos y no de unos cuantos”.
En el tiempo que compartí con quien fuera Premio Príncipe de Asturias de la Concordia en 1998 y el grupo de voluntarios que le acompaña, mientras me preocupaba por intentar no interferir en el trabajo de cada uno, me dediqué a hablar con toda persona que quisiera contarme algo, a intentar comprender un poco más sobre una situación compleja.
Un vecino del lugar me contó una historia que refleja un cúmulo de injusticias en las que todos y todas tenemos parte de responsabilidad. Dos jóvenes, hermanos, se ven obligados a acudir cada día a un basurero, en busca de un sustento mínimo. Parece que ellos sean molestos para la sociedad, igual que los restos inútiles entre los que intentan buscar un medio para sobrevivir. La situación es indignante, evitable, recordatorio de la avaricia, del egoísmo de otros. Castellanos lo expresó perfectamente en una frase: “El cristiano no solo tiene que compartir lo superfluo sino hasta lo necesario. San Agustín vendió los vasos sagrados. El compartir debe ser parte esencial del proyecto cristiano”.
Un día, la vida de estas víctimas de un orden asesino se rompe. Uno de los hermanos muere aplastado entre desechos. El otro hermano sufre una alteración psicológica. No recibe asistencia de ningún tipo. Últimamente acaba en estado de embriaguez cada vez con más frecuencia.
Hay también historias de esperanza en el Plan 3000, como la ilusión de una adolescente de fuerte personalidad y viva inteligencia que sueña con formar parte del cuerpo diplomático boliviano después de cursar estudios en la universidad pública. En mis conversaciones con Nicolás Castellanos en los días que pasé en Santa Cruz pudimos compartir preocupaciones y reflexiones. Hablamos del sinsentido de la pena de muerte, de la necesidad de reformas radicales en un sistema penitenciario que castiga y cercena las posibilidades de reinserción: “El que no era delicuente lo acaba siendo”. De la “fraternidad universal” como plasmación del Reino. Del éxodo silencioso de miles de cristianos y cristianas que abandonan las iglesias ante las actitudes de una jerarquía que no sienten que les represente.
Le hago llegar mi incomprensión ante la actitud de quienes vociferan hablando del aborto, a menudo con intereses partidistas detrás, mientras olvidan que el hambre es la causa evitable que más muertes sigue causando cada año. Le digo que creo que los cristianos y cristianas debemos defender la vida. Debemos oponernos decididamente a la pena de muerte, denunciar a aquellos que especulan con el hambre ajena. Debemos trabajar por que toda persona tenga unas condiciones de vida dignas, oportunidades para desarrollar su pleno potencial.
Me responde: “Yo estoy en contra de que se acabe con la vida antes y después de nacer”. Me recuerda la frase de Jean Ziegler: "Un niño que muere de hambre, muere asesinado".
Comulgo con una Iglesia que trabaja con los seres humanos más vulnerables, sea en el Plan 3000 en Bolivia o en el poblado de El Gallinero en Madrid. Jesús hoy estaría con ellos y no en palacios episcopales. La jerarquía debería sentirse en comunión con quienes trabajan por un mundo mejor, poniendo en primer lugar a las personas que la sociedad relega al último, bien sea desde parroquias ejemplares como las madrileñas de San Carlos Borromeo y Santo Domingo de la Calzada, ONGD o partidos políticos.
Los cristianos y cristianas deberían ser identificados por su compromiso con las personas más débiles, las oprimidas, las marginadas. Hay, sin duda, muchos ejemplos, referentes a seguir. Sin embargo, debemos preguntarnos cuál debería ser la actitud de quienes ocupan posiciones de poder y pretender ser coherente con los valores cristianos.
¿Por qué no hemos leído aún una declaración conjunta de los obispos españoles posicionándose ante situaciones intolerables en los Centros de Internamiento de Extranjeros y en La Cañada Real en Madrid?
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