Parece que la mayor parte de las órdenes y congregaciones religiosas viven la disminución de vocaciones con confianza y paz en el Señor. Se está pasando del lógico nerviosismo a una actitud más profunda de serenidad mirando especialmente a la misión actual, aquella que llevamos entre manos.
También es cierto que va tomando cuerpo en la Iglesia aquel dicho de que la Iglesia del futuro es y será “la Iglesia de los laicos”. Voces muy autorizadas ya hace años que lo vienen diciendo y la realidad va por este camino.
Por lo tanto, llega la pregunta. ¿Qué misión tendremos los religiosos y religiosas en este futuro que ya ha empezado? Evidentemente vamos a ser menos, muchas instituciones pasarán a los laicos, especialmente en su gestión y la misión de servicio apostólico, y los jóvenes que llamen a nuestras puertas vendrán especialmente movidos por Dios para vivir en comunidad los consejos evangélicos.
Cuatro me parecen las misiones que en el futuro tendrá la vida religiosa: alabanza al Señor, espiritualidad, misión profética y misiones difíciles.
Alabanza al Señor. El hecho de consagrarse a Él es ya una alabanza encarnada en personas y comunidades, signo de la presencia de Dios. Esta alabanza tiene un valor absoluto en sí misma. Se expresa en la oración personal y comunitaria, la comunicación espiritual entre hermanos y hermanas, y hoy especialmente en la alegría y alegría de vivir con sentido.
Espiritualidad. El Pueblo de Dios pide personas consagradas al acompañamiento espiritual tan personal como institucional. Sabiduría, experiencia espiritual, clarividencia, capacidad de discernimiento, serenidad… al margen de todo tipo de poder.
Misión profética. En los tres niveles del carisma profético: denuncia, anuncio y propuesta. Los graves problemas sociales, la explotación humana, un laicismo radical, el casi mercado espiritualista, la crisis de determinados valores y la necesidad de una vida sostenible para todos, piden voces proféticas, libres, humildes y profundamente conectadas con el Espíritu.
Misiones de frontera. La historia muestra cómo el Señor en determinados momentos ha inspirado grupos religiosos consagrados para poder dar respuesta a situaciones nuevas. Esto puede ir desde la inserción en zonas periféricas hasta los largos estudios bíblicos y teológicos que pueden pedir toda una vida, pasando por estar presentes en aquellas zonas del mundo más explotadas y deprimidas.
Unos cambios que ya se empiezan a dar, que subrayan más la calidad que la cantidad, que pueden animar nuevos voluntarios y que serán de notable servicio para la Iglesia del futuro.
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