Juan Bedoya, en 'El País'
Jesús, el fundador cristiano, se alzó contra la casta sacerdotal de su tiempo. Los teólogos de la Asociación Juan XXIII lo hacen ahora contra el poder episcopal. Ayer lo confirmaron con un manifiesto en el que lanzan "un reto" a los creyentes en el nazareno crucificado cerca de Jerusalén hace algo más de dos mil años. "Se ha acabado el tiempo de los silencios. Son tiempos de testimonio, de compromiso, de avivar la fe en Jesús, de seguir sus huellas, de hacer nuestras las demandas de servicio y solidaridad con los más deprimidos, y de ayudar a implantar el reino de Dios entre nosotros como reino de justicia, de paz, de libertad, de igualdad y de fraternidad-solidaridad", proclama el mensaje final del trigésimo congreso de la organización.
Poco antes, el jesuita Jon Sobrino había dicho en su lección de clausura que "la Iglesia ha traicionado a Jesús". "Esta Iglesia no es la que Jesús quiso. Esta es la idea que tengo ahora, viejo y medio ciego, en espera de la muerte", dijo a los congresistas. Más tarde, en la colecta celebrada durante la eucaristía aportaron 17.000 euros, que se destinarán a proyectos de solidaridad con África, América Latina y Asia.
El paraninfo del sindicato Comisiones Obreras en Madrid se quedó pequeño para acoger a los pensadores cristianos convocados por la Asociación Juan XXIII para reflexionar sobre Jesús de Nazaret. Se esperaba. Nadie como el fundador cristiano concita en la Iglesia católica tanto entusiasmo y tanta polémica, desde quienes subrayan su faceta humana, radical, valiente, combativa contra los poderosos, y los que lo prefieren como un ser supremo y divinamente pacificador. Gran parte de las sanciones de la Congregación para la Doctrina de la Fe, que es como se llama ahora el viejo y siniestro Santo Oficio de la Inquisición, tiene origen en escritos sobre el famoso nazareno crucificado.
Para curarse en salud, el mensaje del congreso se inicia con una proclamación del Concilio de Calcedonia, del año 451. "Nos reafirmamos en la doctrina de que Jesucristo es perfecto en la divinidad y perfecto en la humanidad, verdadero Dios y verdadero hombre, por lo cual sus dos naturalezas, la divina y la humana, están unidas sin confusión".
Los teólogos funden así el Jesús histórico y el Cristo de la fe, pero no renuncian a sus principios, que tanto incomodan a sus obispos. "A la pregunta de Jesús a sus discípulos: 'Y vosotros ¿quién decís que soy?', creyentes católicos, ortodoxos y protestantes, en una manifestación de ecumenismo activo, han expresado la dimensión de la fe en un Jesús liberador, compañero de viaje, con plena actualidad para un mundo que sufre la violencia, la discriminación, la intolerancia, los fanatismos, los abusos hacia las clases más desfavorecidas, el hambre...", añaden.
Tampoco se olvida el manifiesto del discreto papel de las mujeres en la Iglesia romana. "Jesús abre una puerta de esperanza y produce seguridad, respeto y dignidad a la mujer en medio de una sociedad que con frecuencia la rechaza, y en la que los órganos de decisión y poder procuran convertirla en instrumento de placer o servicio, reduciéndola a un plano de subordinación con respecto al varón; todo lo contrario a la práctica de la lapidación o a la negativa a la ordenación de mujeres, considerada arteramente por la jerarquía como un grave delito, al mismo nivel que la pederastia".
Jesús mantuvo una relación de amistad con las mujeres, "en la que queda patente la complicidad y la sintonía", añade el mensaje. La teóloga Mariola López Villanueva, de la congregación de los Sagrados Corazones, había planteado antes que, quizás, en vez de preguntarse qué enseña Jesús a las mujeres, sería mejor preguntarse qué aprendió Jesús de las mujeres.
El congreso también aprobó un mensaje de solidaridad con el teólogo José Arregi, forzado a abandonar la orden franciscana por el obispo de San Sebastián, José Ignacio Munilla. Antes, los congresistas habían subrayado "la actitud dialogante, acogedora y respetuosa de Jesús ante los disidentes". Sobre el castigo a Arregi, se afirma que el ya ex franciscano "aceptó con humildad el silencio impuesto por la autoridad eclesiástica, pero se rebeló frente a la humillación de que fue objeto al ser acusado por el obispo de ser 'agua sucia". "Es antievangélico el comportamiento inmisericorde del poder eclesiástico contra creyentes sinceros testigos de Jesús con su vida y sus enseñanzas", concluye el congreso.
LA RESISTENCIA DE UN TESTIGO DE MÁRTIRES
Jon Sobrino, uno de los grandes de la Teología de la Liberación, conmovió ayer el corazón de los más de mil asistentes a la clausura del congreso de pensadores cristianos celebrado este fin de semana en el paraninfo de Comisiones Obreras, en Madrid. Nacido en Barcelona en 1938, en el seno de una familia vasca, el famoso teólogo jesuita había pasado gran parte de la noche anterior en un hospital y pronunció su discurso con voz quebrada. En una de sus manos era visible la jeringuilla que lleva a sus venas el suero que le ayuda a vivir.
En el punto de mira, desde hace décadas, de los inquisidores romanos por sus escritos sobre un Jesús demasiado humano, Sobrino es, además, un testigo de mártires, un superviviente de milagro. También a él lo buscaban los escuadrones paramilitares salvadoreños que, instigados por extremistas cristianos, entraron a tiros el 16 de noviembre de 1989 en la residencia de jesuitas donde vivía con otros siete compañeros. Murieron todos: Ignacio Ellacuría, Segundo Montes, Juan Ramón Moreno, Ignacio Martín Baró, Amando López y Joaquín López, y también la mujer, Elba Ramos, encargada de la casa, y su hija menor de edad, Celina. Él se salvó porque aquel día estaba en Tailandia dando una conferencia.
Estrecho colaborador del arzobispo de San Salvador Óscar Romero, asesinado también en 1980, Jon Sobrino se hizo jesuita a los 18 años y viajó a El Salvador en 1957. Más tarde cursó estudios de ingeniería en la universidad jesuita de San Luis, en los Estados Unidos, y de teología en Fráncfort del Meno, Alemania.
La Congregación para la Doctrina de la Fe (el viejo Santo Oficio de la Inquisición), lo ha molestado varias veces, hasta concluir en 2006, en una polémica Notificación aprobada por el papa Benedicto XVI, que en algunas de sus obras Sobrino "subraya en demasía la humanidad de Cristo, ocultando su divinidad".
Poco antes, el jesuita Jon Sobrino había dicho en su lección de clausura que "la Iglesia ha traicionado a Jesús". "Esta Iglesia no es la que Jesús quiso. Esta es la idea que tengo ahora, viejo y medio ciego, en espera de la muerte", dijo a los congresistas. Más tarde, en la colecta celebrada durante la eucaristía aportaron 17.000 euros, que se destinarán a proyectos de solidaridad con África, América Latina y Asia.
El paraninfo del sindicato Comisiones Obreras en Madrid se quedó pequeño para acoger a los pensadores cristianos convocados por la Asociación Juan XXIII para reflexionar sobre Jesús de Nazaret. Se esperaba. Nadie como el fundador cristiano concita en la Iglesia católica tanto entusiasmo y tanta polémica, desde quienes subrayan su faceta humana, radical, valiente, combativa contra los poderosos, y los que lo prefieren como un ser supremo y divinamente pacificador. Gran parte de las sanciones de la Congregación para la Doctrina de la Fe, que es como se llama ahora el viejo y siniestro Santo Oficio de la Inquisición, tiene origen en escritos sobre el famoso nazareno crucificado.
Para curarse en salud, el mensaje del congreso se inicia con una proclamación del Concilio de Calcedonia, del año 451. "Nos reafirmamos en la doctrina de que Jesucristo es perfecto en la divinidad y perfecto en la humanidad, verdadero Dios y verdadero hombre, por lo cual sus dos naturalezas, la divina y la humana, están unidas sin confusión".
Los teólogos funden así el Jesús histórico y el Cristo de la fe, pero no renuncian a sus principios, que tanto incomodan a sus obispos. "A la pregunta de Jesús a sus discípulos: 'Y vosotros ¿quién decís que soy?', creyentes católicos, ortodoxos y protestantes, en una manifestación de ecumenismo activo, han expresado la dimensión de la fe en un Jesús liberador, compañero de viaje, con plena actualidad para un mundo que sufre la violencia, la discriminación, la intolerancia, los fanatismos, los abusos hacia las clases más desfavorecidas, el hambre...", añaden.
Tampoco se olvida el manifiesto del discreto papel de las mujeres en la Iglesia romana. "Jesús abre una puerta de esperanza y produce seguridad, respeto y dignidad a la mujer en medio de una sociedad que con frecuencia la rechaza, y en la que los órganos de decisión y poder procuran convertirla en instrumento de placer o servicio, reduciéndola a un plano de subordinación con respecto al varón; todo lo contrario a la práctica de la lapidación o a la negativa a la ordenación de mujeres, considerada arteramente por la jerarquía como un grave delito, al mismo nivel que la pederastia".
Jesús mantuvo una relación de amistad con las mujeres, "en la que queda patente la complicidad y la sintonía", añade el mensaje. La teóloga Mariola López Villanueva, de la congregación de los Sagrados Corazones, había planteado antes que, quizás, en vez de preguntarse qué enseña Jesús a las mujeres, sería mejor preguntarse qué aprendió Jesús de las mujeres.
El congreso también aprobó un mensaje de solidaridad con el teólogo José Arregi, forzado a abandonar la orden franciscana por el obispo de San Sebastián, José Ignacio Munilla. Antes, los congresistas habían subrayado "la actitud dialogante, acogedora y respetuosa de Jesús ante los disidentes". Sobre el castigo a Arregi, se afirma que el ya ex franciscano "aceptó con humildad el silencio impuesto por la autoridad eclesiástica, pero se rebeló frente a la humillación de que fue objeto al ser acusado por el obispo de ser 'agua sucia". "Es antievangélico el comportamiento inmisericorde del poder eclesiástico contra creyentes sinceros testigos de Jesús con su vida y sus enseñanzas", concluye el congreso.
LA RESISTENCIA DE UN TESTIGO DE MÁRTIRES
Jon Sobrino, uno de los grandes de la Teología de la Liberación, conmovió ayer el corazón de los más de mil asistentes a la clausura del congreso de pensadores cristianos celebrado este fin de semana en el paraninfo de Comisiones Obreras, en Madrid. Nacido en Barcelona en 1938, en el seno de una familia vasca, el famoso teólogo jesuita había pasado gran parte de la noche anterior en un hospital y pronunció su discurso con voz quebrada. En una de sus manos era visible la jeringuilla que lleva a sus venas el suero que le ayuda a vivir.
En el punto de mira, desde hace décadas, de los inquisidores romanos por sus escritos sobre un Jesús demasiado humano, Sobrino es, además, un testigo de mártires, un superviviente de milagro. También a él lo buscaban los escuadrones paramilitares salvadoreños que, instigados por extremistas cristianos, entraron a tiros el 16 de noviembre de 1989 en la residencia de jesuitas donde vivía con otros siete compañeros. Murieron todos: Ignacio Ellacuría, Segundo Montes, Juan Ramón Moreno, Ignacio Martín Baró, Amando López y Joaquín López, y también la mujer, Elba Ramos, encargada de la casa, y su hija menor de edad, Celina. Él se salvó porque aquel día estaba en Tailandia dando una conferencia.
Estrecho colaborador del arzobispo de San Salvador Óscar Romero, asesinado también en 1980, Jon Sobrino se hizo jesuita a los 18 años y viajó a El Salvador en 1957. Más tarde cursó estudios de ingeniería en la universidad jesuita de San Luis, en los Estados Unidos, y de teología en Fráncfort del Meno, Alemania.
La Congregación para la Doctrina de la Fe (el viejo Santo Oficio de la Inquisición), lo ha molestado varias veces, hasta concluir en 2006, en una polémica Notificación aprobada por el papa Benedicto XVI, que en algunas de sus obras Sobrino "subraya en demasía la humanidad de Cristo, ocultando su divinidad".
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