A TODOS LOS PERIODICOS
Llevo diez años colaborando en este diario. Pensé varias veces en un artículo como el de hoy; pero temía que no lo publicaran o me agradecieran los servicios prestados. Y he aquí que ahora comienza el tema a romper el cascarón de silencio en el que estaba encerrado...
El próximo 23 de septiembre se celebra el día contra la trata de seres humanos. Con este motivo me dirijo hoy a toda la prensa escrita que, a la hora de escribir sus editoriales, nunca deja de proclamar altos criterios éticos (aunque suele tolerar las críticas aún menos que la santa madre iglesia). Quisiera hacer una petición casi desesperada, para que todos los diarios dejen de publicar anuncios de prostitución, camuflados bajo eufemismos de encuentros, contactos y demás.
La trata de mujeres constituye una de las esclavitudes más ominosas de nuestro tiempo. La prostituta de hoy ya no es la Manon Lescaut del s. XVIII; ni siquiera la Sonia de Dostoyevski del XIX.
Según testimonio de Iñaki Gabilondo, en un telediario de la Cuatro, más del 90% de las mujeres que ejercen la prostitución en nuestro país, lo hacen a la fuerza. La mitad son auténticas esclavas, traídas desde fuera con engaños, secuestradas, sin documentación y obligadas, además, a pagar una supuesta deuda contraída por el pasaje a España.
Otras acabaron así por culpa del paro, o por la necesidad de enviar dinero a la familia en Nigeria o Colombia. Su jornada “laboral” es extenuante, expuesta a mil humillaciones de clientes que, en el fondo, se odian a sí mismos, y a contraer el SIDA por puro capricho o comodidad del que paga.
Debajo del dibujo que insinúa unos pechos o una sonrisa laten verdaderos torrentes de lágrimas; y más al fondo se mueven unas mafias tan crueles y poderosas como las del narcotráfico. Podemos defender la libertad sexual, pero contribuir a una esclavitud sexual en nombre de la libertad sexual es pura hipocresía. Y publicar anuncios que dicen: “quince jóvenes deliciosas, precios anticrisis” degrada la dignidad de la mujer y de quien publique ese anuncio.
Sin embargo, tanto el mundo de la progresía como el de la moralidad antigua tienden un pudoroso velo sobre este drama. Hacemos campañas extemporáneas contra un burka absurdo pero muy minoritario, y no movemos un dedo para evitar que tengan que quitarse la ropa infinidad de pobres criaturas que no son propiedad de un marido machista y celoso sino de una mafia tiránica y avarienta.
Damos horrorizados cifras de violencia de género, pero callamos sobre esta otra violencia igualmente sexista.
Dedicamos páginas y páginas al mundial de fútbol: si le duele tal o cual músculo a alguno de nuestros ídolos a punto para el próximo partido; pero ni una palabra sobre el transporte obligado de mujeres a Sudáfrica para relajar a jugadores millonarios e hinchas locos, extenuados por el esfuerzo.
Por suerte, la ministra de igualdad parece que está ¡por fin! ocupándose del tema; con mucho retraso pero más vale tarde que nunca. Y hablo de retraso porque éste es un problema mucho más urgente que el aborto (que a ella le parecía “ya superado”); y más urgente que dedicar, en plena crisis económica, varios miles de euros a un estudio sobre la estimulación sexual femenina (¿o es que lo hizo pensando entretener a las mujeres que habrán de gastar menos durante la crisis…?)
Quede claro que no estoy hablando en general de legalizar o no la prostitución. Ese es otro tema más amplio. Ahora se trata sólo de una parte de él que es un auténtico terrorismo interesadamente oculto.
No sé calcular cuántas pérdidas supondría para los diarios renunciar a estos anuncios: me dicen que más de las que sospecho. Pues estoy dispuesto a renunciar a la modesta contribución que percibo por mis artículos, si ello puede aliviarles algo... También sé que suprimir esos anuncios no solucionaría el problema de la trata de mujeres, pero creo que aumentaría nuestra dignidad. Y si no, me atrevo a preguntar a cualquier director o accionista de un periódico qué haría si uno de esos anuncios fuese de su propia hija.
Hace poco me vi con una muchacha admirable de un instituto secular que se dedica, entre otras cosas, a ayudar a estas mujeres. Me contó que había venido hasta muy cerca del lugar donde estábamos citados, acompañada por una chica de su barrio que iba a hacer la calle. “Tú vas a ver a un amigo y yo voy a hacer de puta”, le dijo al separarse. Y al contármelo se le asomaba una lágrima a los ojos, a pesar de tanto y tanto como lleva visto.
Al despedirnos comentamos que hubo un “líder religioso” al que ambos intentamos seguir, que merecería el mayor aplauso y la mayor admiración aunque fuera sólo por haber dicho simplemente: “las prostitutas irán al Reino de los cielos delante de todos vosotros” (Mt 21,31).
Y termino con esa frase: porque añadir algo sería estropearla.
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