Entre agosto y setiembre, Francia ha repatriado a más de 1000 personas pertenecientes a la etnia romaní asentadas en su territorio, procedentes de Rumanía y Bulgaria. No es la primera vez que esto sucede en Europa, ni el único país en que estas expulsiones se producen. De hecho, Francia afirma haber expulsado a 10.000 romaníes el pasado año.
Se pretende luchar así, dicen, contra la inmigración irregular, la mendicidad, los asentamientos ilegales, la
conflictividad social y garantizar la seguridad. Creemos que hay bastantes motivos para sentir preocupación ante estas expulsiones masivas, para desear y pedir a los responsables políticos otro tipo de medidas y para situarnos, como sociedad, en otra perspectiva ante el diferente cuya diferencia nos es incómoda. Vamos a enumerar algunos:
La cuestión de la legalidad: El Parlamento Europeo y diversas organizaciones han denunciado que, con estas expulsiones, Francia vulnera la legalidad europea que prohíbe las expulsiones colectivas. Cada caso ha de ser estudiado y tramitado individualmente. No se pueden hacer deportaciones en masa. No ha de haber lugar para la arbitrariedad y la discriminación en este espacio de justicia, libertad y seguridad que quiere ser la UE (Tratado de Lisboa). La Comisión Europea está realizando la investigación pertinente.
No parece que en este caso, ni en otros semejantes, haya habido voluntad real de cumplir este principio. Hacer la vista gorda ante el hecho de que el Estado se salte la ley en algunas circunstancias justificaría que se lo pueda saltar en otras y nos deja a todos un poco más indefensos. Hablamos mucho del desmantelamiento del Estado del Bienestar en este tiempo de crisis. Pero, quizá, también debemos de estar vigilantes ante un posible desmantelamiento del Estado de Derecho provocado por el miedo y la obsesión por la seguridad que parece justificarlo todo en este principio del siglo XXI y que los mismos ciudadanos consintamos con nuestra indiferencia.
Racismo institucional y criminalización de todo un grupo étnico: Numerosos grupos de la sociedad civil, entre ellos la Iglesia (Vaticano, obispos franceses, Cáritas Francia) han rechazado las expulsiones porque suponen la criminalización y estigmatización de todo un grupo humano en virtud de su raza. Los romaníes son identificados, todos, sin más, con mendicidad, delincuencia, chabolismo, conflicto social… Y por ello, como dice Robert Kushen, “no están siendo tratados como ciudadanos sino como una masa homogénea de la que desprenderse”. Estamos ante una nueva edición de la política del chivo expiatorio que los estados europeos practican de diversos modos con los inmigrantes: los otros son los causantes de nuestros problemas, por lo tanto la solución es que se vayan.
¿Cómo resolvemos los conflictos sociales?: Los romaníes son ciudadanos de la Unión Europea. Es cierto que su integración es un grandísimo desafío, dada su historia de exclusión y marginación. Pero ha de cuestionarnos mucho el hecho de que Europa afronte los múltiples retos a los que se ve abocada en este tiempo priorizando las opciones que pasan por la expulsión, la prohibición, la exclusión del otro, la defensa de lo propio frente a quien se considera una amenaza. Son medidas populistas y cortoplacistas que no buscan la solución de los problemas sino el rédito electoral.
El crecimiento del racismo social: cada vez son más los informes publicados por diversas entidades que ponen de manifiesto un aumento de las opiniones y actitudes racistas y xenófobas en la sociedad europea, en los ciudadanos de a pie. Varias instituciones europeas encargadas de vigilar los comportamientos racistas en la UE avisaban hace unos meses: “La historia de Europa demuestra cómo la depresión económica puede llevar trágicamente a un incremento de la exclusión social y a la persecución. En estas circunstancias las minorías más desfavorecidas se convierten en víctimas propiciatorias para políticos populistas y para los medios”. El racismo está creciendo entre nosotros, en nuestra sociedad, en nuestros barrios, ¿en nosotros mismos? No es fácil escapar a esta atmósfera en la que respiramos continuamente que el otro es una amenaza, y más si es pobre y vive en situación de exclusión.
Cuesta mucho pensar que no, que la expulsión no es la solución.
Hace poco escribíamos en un artículo para una publicación de Iglesia lo siguiente: “Migraciones-CONFER trata de ayudar a la Vida Religiosa española a `contemplar en el extranjero, más que al prójimo, el rostro mismo de Cristo` y a trabajar para acercar la realidad al deseo de Dios de `reunir en una sola familia a todos los pueblos´. Es fácil detectar el sabor evangélico de los textos entrecomillados. Son citas del Magisterio Social en materia de Migraciones. Ojala seamos capaces de vivirlo, en toda circunstancia. También en las más complejas.
Septiembre 2010
Área de Justicia y Solidaridad-CONFER
Generosa, nunca encontré a nadie con un nombre tan bien puesto.
-Ay, cállate por favor (se ríe). ¡Si siempre protesté por el nombre, que no me gustaba nada!
-Pero si es una definición. El 8 de octubre se cumplen 53 años de su llegada a Angola.
-Vine voluntaria a las misiones en 1957, pero salí de España en el 54, para estudiar 3 años Enfermería en Lisboa. El barco partió un 22 de septiembre y llegamos a Lobito 16 días después.
-¿Su primera impresión?
-Me sobrecogió y me gustó porque supe que aquí tenía que trabajar, con tanta gente necesitada.
-¿Por qué teresiana?
-Verás. Quería ir a misiones y ellas habían fundado en Angola una comunidad. Yo era alumna suya, pregunté si podía ser misionera y dijeron que sí.
-Y se fue de cabeza a la guerra.
-Sí. Pero en la guerra colonial, en los 60, fue cuando más progresó Angola. Se trabajaba mucho, se asfaltaron carreteras, hubo industrialización... Y aunque no fueron tiempos fáciles y los padres nos pedían que guardáramos a sus hijas que corrían peligro en las aldeas, no sufrimos tiros ni esas cosas porque la guerra estaba en el norte y nosotras en el centro.
-Luego se desató la contienda civil.
-Horrible. Duró 35 años. La viví enterita, desde el primer día hasta el último.
-Resistieron tres decádas al fuego cruzado en Cubal, al borde de una carretera estratégica.
En guerra llegamos a tener hasta 900 tuberculosos internos
-Tras la batalla, lucharon por recomponer el paisaje humano, recoger los pedazos...
-Nos llegaban a decenas abandonados, huérfanos, solos, enfermos...
-Con ellos edificó San José.
-Tuvimos hasta doscientos niños, ancianos, mujeres... Levantamos un pequeño pabellón al que llamamos Barrio San José porque no queríamos que fuese un orfanato para niños o un asilo para mayores, sino casas para familias nuevas hechas con los que habían perdido a los suyos, con aquellos abandonados que no podían volver a sus tierras. Y en San José se hizo también el comedor para atender a los pobres que vivían alrededor.
-Entre tanto petróleo y diamante, un molino fue su esperanza y su salvación.
-Conociendo un poco el egoísmo humano acaba entendiéndose. Cuando tras la guerra todas las organizaciones internacionales se fueron nos preguntaban de qué viviríamos si ya no nos darían nada. Pero pensamos que algo saldría... y salió el molino, y una huerta grande para beneficio de los más pobres.
-Sobrevivió a minas antipersona, al contagio de tuberculosis, de fiebres hemorrágicas, de sida...
-Si ya te lo he dicho: un milagro. Me tocó lidiar con eso toda la vida. En guerra llegamos a tener hasta 900 tuberculosos internos. Pero había tanto trabajo que no tuve tiempo ni de contagiarme.
Para seguir hace falta la esperanza de que todo mejorará y deseos de justicia y paz
-No. Lloro mucho. Para seguir hace falta la esperanza de que todo mejorará y deseos de justicia y paz.
-Teresa de Calcuta dudó y se preguntó por qué.
-Por qué, por qué... Es verdad. Claro que se duda porque las injusticias y todo lo demás mueven sentimientos y no se comprende nada. Horrible.
-¿La fe mueve montañas?
-Sí, sí. Nunca pensé que creería en eso tan ciegamente, pero lo he vivido. En la guerra, con muchos enfermos y la carretera cortada, nos quedamos con dos fardos de harina para alimentar a tantos. Pues ese día llegó un carguero con 200 sacos. ¿Qué te parece?
-Un milagro.
-Claro, y una fe muy grande. En guerra nunca nos faltó comida ni medicinas. Si eso no son milagros...